Indiqué ayer que en el fondo de la falsa concepción de ecumenismo que se ha difundido actualmente existe una cosmovisión relativista. El llamado "relativismo" es un mal hoy frecuentemente denunciado tanto en el campo eclesiástico como en el campo cultural secular. Las intervenciones de los últimos Papas así lo demuestran, y también en el ámbito laico se habla de "dictadura del relativismo".
----------Ya el papa Pío XII denunciaba el relativismo en la encíclica Humani generis (1950); y el papa Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam (1964), cuando decía: "El relativismo, que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atenta al carácter absoluto de los principios cristianos [...] ¿Hasta qué punto debe la Iglesia acomodarse a las circunstancias históricas y locales en que desarrolla su misión? ¿Cómo debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue a afectar su fidelidad dogmática y moral?". Pero sobre todo han sido Juan Pablo II y Benedicto XVI los que se refirieron al relativismo incontables veces y, de hecho, Benedicto ha brindado acabado magisterio sobre el tema. Pero no han faltado alusiones del actual pontífice, por ejemplo cuando en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013) decía: "El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada [...] Se desarrolla en los agentes pastorales... un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera..."
----------Ahora bien, ¿de qué se trata el relativismo? Sin ánimo de profundizar en conceptos y razonamientos filosóficos, habría que decir, al menos, que el relativismo es la tendencia a reducir todo a lo relativo, o sea, a no ver nada más que lo relativo y, por lo tanto, a relativizar lo absoluto. ¿Quién no ha escuchado el dicho corriente: "todo es relativo"? Pero este dicho de una cierta barata sabiduría, que abunda en nuestros diletantes provincianos, ha sido revestido también, como se sabe, con pautas filosóficas, según las cuales es famoso el principio de Auguste Comte, fundador del positivismo: "todo es relativo; y este es el único principio absoluto". Sin embargo, los lectores me seguirán fácilmente en la develación del sofisma que implica ese principio comteano. Podríamos preguntar a Comte: si existe un absoluto, ¿cómo puedes decir que todo es relativo? Porque, o bien entonces no todo es relativo; o bien relativizas lo absoluto; y por consiguiente abandonas tu principio en el momento en que lo expresas.
----------El hecho es que lo relativo se define en relación a lo absoluto. Lo uno tiene sentido en relación con lo otro, por lo cual negar lo uno significa negar lo otro. Y es absurdo identificarlos, por lo que si lo relativo es absoluto, no existe lo relativo y si lo absoluto es relativo no existe lo absoluto. Para decirlo de un modo que puede aclarar las críticas que en este mismo blog se han hecho a ciertas confusas expresiones de la encíclica Laudato si' o de la exhortación apostólica postsinonal Querida Amazonia: Si el mundo (relativo) está absorbido en Dios (absoluto), no existe ya el mundo sino que todo es Dios y existe solo Dios. Y en tal caso estamos en presencia del panteísmo. Pero si Dios está absorbido en el mundo, entonces tenemos solo el mundo y no existe Dios. Y estamos en presencia del ateísmo.
----------Ciertamente, Dios (absoluto) podría existir incluso sin el mundo (relativo), pero el mundo no puede existir sin Dios. Sin embargo -y vuelvo a decir lo que ya he dicho- también lo absoluto no puede ser definido por nosotros sin hacer referencia a lo relativo. Pero una cosa es el existir y otra cosa es el definir, si no queremos hacer como los idealistas que confunden el ser con el pensamiento.
----------En realidad, incluso el relativista más convencido, precisamente para sostener su relativismo, no puede no admitir un absoluto, que sin embargo no será ya distinto y trascendente, es decir, ya no será un verdadero absoluto, sino que será, como hemos visto, una absolutización del relativo. Aparte del hecho de que la mente humana no puede de ningún modo no afirmar un absoluto. Por lo cual -contrariamente a cuanto sostienen ateos y relativistas- ella no puede no tender hacia un absoluto, no puede no desear un absoluto.
----------Todo lo que le es permitido al libre albedrío humano es la elección de la que no puede escapar: o el verdadero absoluto, por el cual el hombre reconoce el verdadero absoluto que es Dios; o bien un falso absoluto, y es la absolutización del mundo y de la criatura, algo que puede suceder de muchos modos: absolutizando el propio yo o la humanidad o la historia o la ciencia o el placer o el poder, etc.
----------Hay quienes suelen decir: "¡pero existe también un sano relativismo!". Podemos estar de acuerdo con tal afirmación. ¿Por qué no? Podemos darles la razón: si algo es realmente relativo, debe ser reconocido como tal, especialmente porque existe una gran cantidad de cosas relativas por lo demás indispensables para nuestra vida y para la vida social. Efectivamente: en nuestra vida hay un sinnúmero de cosas relativas y, de algún modo, la expresión "sano relativismo" puede ser admitida como afirmación de la condición de creatura. El problema es que todas esas cosas relativas en nuestra vida estén en su correcto puesto, ni infravaloradas ni -sobre todo- sobrevaloradas, es decir, absolutizadas.
----------Lamentablemente, el relativismo también existe en la Iglesia, existe entre nosotros los católicos, y en muchos aspectos. Y una forma a veces inaparente de relativismo, que suele pasar desapercibida, una forma seductora pero muy peligrosa de relativismo, es un cierto modo de concebir tanto el ecumenismo como el diálogo interreligioso, y de llevarlos a cabo, un modo por el cual el catolicismo pierde su absolutidad y universalidad divinamente fundadas en Nuestro Señor Jesucristo y la Iglesia Católica, y se convierte en algo relativo a los tiempos, a las épocas, a los lugares, a las culturas, a las modas, a los estados de ánimo de individuos o grupos, una religión particular y limitada entre otras, no privada de defectos y necesitada de ser integrada o completada por otras religiones.
----------De ahí la necesidad, a menudo predicada por ciertos ecumenistas casi como si fuera un dogma o fuera enseñado por el Concilio Vaticano II, que las áreas de antigua o reciente tradición católica se conserven sí, pero que no se pretenda implementar un "proselitismo" -como ellos dicen- hacia áreas de diferente tradición religiosa, porque esto, dicen ellos, sería violencia, falta de respeto por el "otro", sería "fundamentalismo". El verdadero cristianismo -sostienen ellos- es el de exhortar al protestante a ser un buen protestante, al musulmán a ser un buen musulmán, etc. Por esta razón, ellos afirman como deber absoluto e inexcusable, plena realización del cristianismo, que cada área viva en paz con las otras, así como en un jardín las rosas deben estar juntas con las violetas, las encinas deben convivir con los pinos, y las hormigas con las abejas. Y llegados a este punto, probablemente los lectores se preguntarán: ¿pero acaso no lo hemos escuchado hablar así al papa Francisco en varias oportunidades? Efectivamente, así es. Y es de lamentar esta enseñanza pastoral del Sumo Pontífice, que conduce actualmente a serios equívocos en el seno de la Iglesia.
----------Pero más allá de los equívocos generados por ambiguas directivas pastorales, que nos llegan incluso desde Roma, debería quedar claro para todos cómo este modo de realizar el ecumenismo está en absoluto contraste con el mandato perentorio y clarísimo de Nuestro Señor Jesucristo a los apóstoles, a la Iglesia y a cada cristiano de anunciar el Evangelio a todo el mundo, amenazando la pena eterna a quienes no lo acogen. Todos los santos misioneros de todos los tiempos se atuvieron a este irrenunciable mandato de Cristo y el Concilio Vaticano II no ha ignorado en absoluto tal prescripción, sino que efectiva e indudablemente la ha confirmado. ¿Y cómo podría hacerlo de otra manera? En todo caso, lo que ha hecho el Concilio ha sido corregir en la ejecución de tal mandado, ciertos errores del pasado.
----------Hoy la Iglesia está sufriendo un terrible dualismo: el dualismo entre ecumenismo y evangelización malentendidos, dualismo que parece estar lejos de la solución, porque siempre que hablamos de ecumenismo evitamos hablar de evangelización, y cuando hablamos de evangelización no hablamos de ecumenismo. Cuando se habla de evangelización, suele hablarse de lo general, y se hace un discurso abstracto que no toca a nadie, ni se habla nunca, por ejemplo, de la evangelización de los protestantes o de los ortodoxos o de los judíos o de los musulmanes o de los budistas. No se habla nunca de desarrollar un método de evangelización para cada religión. Se habla siempre de "pastoral", pero no se sabe qué es la pastoral.
----------Esta situación corre el riesgo de crear en nosotros los católicos una mala conciencia y una disyuntiva o alternativa igualmente perturbadora (al menos para aquellos que amamos vivir lejos de la incoherencia): o se habla de modo correcto de uno de los dos términos, silenciando al otro, negándolo de modo implícito; o bien se habla de uno de los dos términos de modo falso, en la consiguiente incapacidad de conciliarlo con el otro, que de nuevo se mantiene en silencio.
----------La solución no es volver a las formas pastorales anteriores al Concilio Vaticano II, enviando al diablo el ecumenismo. Pero tampoco es la de optar por las posturas postconciliares modernista, que renuncian a la evangelización o la conciben como el stand católico de la feria de las religiones. El ecumenismo y el diálogo con las demás religiones es una cosa sacrosanta, inspirada por el Espíritu, y ay de nosotros si quisiéramos volver a la polémica ácida e injusta de ciertas tendencias preconciliares.
----------Como ya lo he dicho en alguna otra ocasión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso no son fines en sí mismos, sino que están dirigido a la evangelización, la cual, por supuesto tiene su culmen en la conversión y la vida cristiana llevada a su plenitud en la liturgia. Cuando comprendamos esto, no entendiendo el ecumenismo de un modo meramente instrumental sino como grande y urgente valor, entonces el dualismo que nos está desgarrando y corre el riesgo de hacernos parecer hipócritas, se habrá resuelto, habremos implementado verdaderamente el Concilio Vaticano II y, una de dos, o bien vendrá ese "nuevo Pentecostés" que fue profetizado y auspiciado por san Juan XXIII, cumpliéndose el sueño de tantos "restauracionistas" de la actualidad, o bien la Providencia dispondrá que ese ansiado "nuevo Pentecostés" no vendrá y que, en cambio, El que vendrá será El que debe venir. Pero en el entretanto nosotros habremos sido parte de aquel resto fiel que cumplió lo que le había sido encomendado.
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