jueves, 23 de julio de 2020

Progresismo no es modernismo: debilidad de ciertos apologetas

En temas de la Iglesia, no me agrada la palabra "tradicionalismo", como tampoco me agrada la palabra "progresismo". Si los que suelen usar las palabras tradicionalismo y progresismo en ámbitos católicos probaran usar las palabras "tradicional" y "moderno" en las circunstancias correctas, advertirían su utilidad y conveniencia. Claro que la cuestión no son las palabras, sino sus significados, porque tradicionalismo no es lo mismo que tradicional, ni progresismo es lo mismo que moderno.
  
----------En la actual crisis de la Iglesia, específicamente en la particular crisis nacida por los recurrentes debates acerca de la interpretación de los documentos del Concilio Vaticano II, se agrava la confusión debido al uso de palabras incorrectas, que producen equívocos, imposibilitan el diálogo y generan algo que es lo más parecido a una cacofonía. El fanatismo de algunos agrava las cosas y, en suma, en este debate frecuentemente no se habla acerca de lo mismo. Sin duda que es meritoria la intención apologética de relevantes y autorizadas personalidades católicas. Sin embargo, debe recordarse que la Apologética no es Teología, sino a lo sumo Historia o Filosofía (según de qué materia apologética se trate). De modo que un agravado problema se produce cuando los apologetas, por autorizados que sean en su campo disciplinario específico, se ponen a hacer Teología, y su discurso sale de cauce.
----------En el renovado debate acerca de la interpretación del Concilio Vaticano II hoy están en la vidriera mediática pastores y diplomáticos, como mons. Athanasius Schneider o mons. Carlo Maria Viganò, o historiadores, como el cardenal Walter Brandmüller o el profesor Roberto de Mattei; mientras que la participación de teólogos en esta discusión, como es el caso de los padres Giovanni Cavalcoli o Serafino Lanzetta, por citar sólo a dos de ellos, es menos notoria en los medios, debido particularmente a que el discurso teológico no es comprensible para todos, ni siquiera para todos los Obispos actualmente. Sumado a ello un gran número de bien intencionados pero muchas veces fanáticos y poco humildes diletantes que hablan de lo que no saben, el producto no es para enorgullecer hoy a la cultura católica.
----------Pretendiendo decir aquí sólo dos palabras sobre este asunto, creo que conviene recordar que ni bien fue clausurado el Concilio Vaticano II el 8 de diciembre de 1965, inmediatamente hubo un buen número de estudiosos (historiadores y teólogos) que oportunamente quisieron indagar, tratar de comprender y dar a conocer, las fuerzas, las corrientes de pensamiento, las líneas teológicas, que habían actuado en el Concilio, investigando cuáles habían sido sus posiciones y el modo de proceder en los debates ante cada uno de los documentos conciliares, constituciones, decretos y declaraciones. Como todos saben, el Concilio de los años 1962-1965 vio a lo largo de toda su duración un choque y confrontación entre dos corrientes, la de los conservadores y la de los progresistas. ¿Son estas etiquetas las exactas y adecuadas? Sinceramente, no me gustan del todo, pero ellas son las etiquetas que les pusieron aquellos primeros historiadores e intérpretes del Vaticano II en los años 1960s y 1970s y, por lo demás, yo no he logrado encontrar otras, de modo que las sigo usando.
----------Los pros y los contras estaban en ambos bandos, ambas corrientes tenían sus virtudes y defectos. Los conservadores eran evidentemente virtuosos en la defensa de los valores absolutos y perennes; sin embargo, algunos de ellos acentuaban tanto esa tendencia que llegaban al extremo de luchar por conservar cosas ya superadas, confundiendo Tradición y tradiciones, y es claro que ese fue su grave defecto. Los progresistas aspiraban a que la asamblea conciliar propusiera la Fe de siempre en un lenguaje adecuado a los nuevos tiempos y, en consecuencia, reformara su apostolado con loables novedades; sin embargo, algunos de ellos manifestaban una clara nostalgia por el modernismo decimonónico o por las corrientes neo-modernistas contra las que había luchado el papa Pio XII. El padre Yves Congar [1904-1995] da mucha luz a estos aspectos en los dos volúmenes de su "Diario del Concilio".
----------Algunos historiadores filo-modernistas, como Giuseppe Alberigo [1926-2007], en su "Historia del Concilio Vaticano II" (1998) y Alberto Melloni, en su "Papa Giovanni. Un cristiano e il suo Concilio" (2009), han querido ver en los trabajos del Concilio la acción de un progresismo que ellos entienden como modernismo, mientras que otros, de orientación antimodernista, como Roberto de Mattei, en su "El Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita" (2010), han visto los peligros de los cripto-modernistas, que lamentablemente De Mattei identifica con los progresistas, que le habrían impreso al Concilio un carácter modernista. Esta postura de de Mattei es claramente falsa, porque sería como acusar a las doctrinas conciliares de herejía, en la estela de monseñor Marcel Lefebvre. Por esto se puede entender que en este blog se califique, creo que con absoluta razón, a estas posiciones de abusivo tradicionalismo, o filo-lefebvrismo.
----------Es cierto, sin embargo, que en el Concilio existió la tentativa de los cripto-modernistas rahnerianos de orientar el Concilio en sentido modernista, tentativa que, sin embargo, porque así lo afirma nuestra Fe, no podía no fracasar, dada la asistencia del Espíritu Santo, de la que goza todo Concilio ecuménico.
----------El Concilio, en la mente del papa san Juan XXIII, debía proceder a una saludable modernización, a un rejuvenecimiento, a una renovación, a una reforma, a un progreso. Por esta razón, era justo y comprensible que ello debiera ser hecho o conducido, como en efecto lo fue, sobre todo por los progresistas. Por esta razón, es cierto y justo decir que Rahner fue uno de los principales artífices del Concilio. Detrás de él y con él hubo una gran cantidad de prelados mandatarios, colaboradores y seguidores teólogos progresistas, especialmente alemanes y jesuitas, en quienes el trigo se mezclaba con la cizaña.
----------Dejo solamente planteada la cuestión; y termino con un simple consejo a los lectores: no busquen explicaciones profundamente teológicas en quienes no son teólogos, por autorizados y respetables que sean en sus ámbitos disciplinarios. Por lo demás, en cuestiones de apologética, el combate fanático no es buen consejero y, por consiguiente, el lector deberá discernir entre los apologetas de hoy aquellos que dan sinceras muestras de estar buscando la verdad con objetividad y el verdadero bien de la Iglesia, su paz y su armonía, en lugar de estar embarcados en luchas personales.

2 comentarios:

  1. En las labores preparatorias y sesiones del Concilio Vaticano II, entre los más de dos mil padres conciliares hubo dos tendencias minoritarias (una de conservadores y otra de progresistas) y una masiva mayoría (llamémosla de indecisos, o llamémoslos obispos pendientes de las discusiones, o de pendientes del parecer del Papa, o como se quiera, pero que de ninguna manera se pueden llamar ni conservadores o progresistas).
    Ahora bien, teóricamente era legítimo en el Vaticano II ser tanto conservador o progresista, mientras se fuese obispo católico, es decir, defensor de la Revelación interpretada por el Magisterio. En esa fidelidad al Magisterio se podía ser más o menos conservador en lo pastoral, o más o menos renovador (a mí no me gusta tampoco la palabra progresista, prefiero: renovador).

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  2. Fr Filemón: Lo que dice Cristero es razonable: bien podrían usarse las palabras "conservadores" y "renovadores".

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