viernes, 10 de julio de 2020

Hay que resolver los problemas, no eliminarlos (1/2)

Ayer jueves fue una hermosa tarde en el convento; una inconfundible tarde mendocina de invierno, fría sí, pero muy soleada, que invitaba al trabajo. Antes de la cena, tras redactar el núcleo de la nota de hoy, me di una vuelta por el casino. Dos de mis cofrades veían un viejo episodio (Broken Hearts) de la 2° temporada de Homeland, la serie que finalizó recientemente, dedicada al espionaje norteamericano.

----------Caí justo cuando el especialista en operaciones negras, Dar Adal (Murray Abraham, Amadeus, El Nombre de la Rosa, etc.), dialogaba con Saul Berenson (Mandy Patinkin) jefe de la división Medio Oriente de la CIA. En la escena de la imagen, en un local de comidas rápidas, Dar Adal pregunta con ironía a Saul: -"¿Aún te asusta ensuciarte las manos?", refiriéndose obviamente a las poco o nada limpias operaciones encubiertas. Y Berenson le responde: -"Aún prefiero resolver problemas, no eliminarlos".
----------Pensé de inmediato: eso es exactamente lo que quisiera expresar a ciertos abusivos tradicionalistas. Hay que resolver los problemas, no eliminarlos. Menciono sólo a los tradicionalistas porque ellos son los que ven los problemas (el Papa actual, el Concilio Vaticano II, los desastres del postconcilio) y los eliminan, no los resuelven; no menciono a los modernistas porque ellos ni siquiera llegan a verlos como problemas.
----------A mi edad, podría enfrascarme en la beatífica tranquilidad de la vida conventual que me permite mi regla: la oración personal y coral, la liturgia, las largas y gozosas horas de estudio y meditación propias de mi orden, y la predicación y atención sacramental a los fieles que piden mis servicios. Podría estar, así, bastante alejado de los problemas apologéticos que implica dar razón de nuestra fe católica en la actualidad, fe puesta en cuestión por tantos problemas que la aguijonean, dentro y fuera de la Iglesia, particularmente en el actual pontificado de Francisco. Sin ser yo ni de lejos un sedevacantista o lefebvriano, podría dar la apariencia de vivir en una burbuja, haciendo de cuenta que todos esos problemas no me afectan. Pero, francamente, no puedo. Viejo como soy, "aún prefiero resolver los problemas, no eliminarlos".
----------Porque esta claro que los problemas existen, y hay que resolverlos. Por ejemplo, ayer, en una popular página web española de perfil netamente filo-lefebvriano, se publicaba una entrevista reciente a un conocido vaticanista del sector tradicional, quien tras iniciar sus declaraciones con hipótesis no probadas históricamente, y con presupuestos ideológicos, incluso afirmando que la hermenéutica de la continuidad es una mera "teoría" del papa Benedicto XVI, llegaba a decir que: "...El debate entablado por monseñor Carlo Maria Viganò y monseñor Athanasius Schneider es más que oportuno, y los intentos de neutralizarlos en nombre de la hermenéutica de la continuidad me parecen condenados al fracaso". El problema es que el entrevistado no sólo se ha referido al "fracaso" de la hermenéutica de la continuidad, como dice aquí, para neutralizar tal o cual debate de mayor o menor trascendencia; puesto que son bien conocidas sus expresiones despectivas hacia la hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI no sólo como recurso argumentativo sino incluso poniendo en tela de juicio su carácter de enseñanza del Magisterio, como una de las máximas enseñanzas magisteriales del Sumo Pontificado del actual Papa emérito, tanto o más importantes que las enseñanzas acerca de la hermenéutica bíblica del sentido literal, que le debemos al papa Pio XII en su encíclica Divino afflante Spiritu de 1943.
----------No menciono esta vez al entrevistado, y evitaré hacerlo en adelante, en la esperanza de que reconozca sus errores e ideologismos y, como católico piadoso y bueno que siempre ha demostrado ser, pueda convertirse del peligroso camino que parece haber tomado últimamente.
 
La hermenéutica del progreso en la continuidad
   
----------Comencemos por una sencilla verdad de Catecismo, de la cual ya hemos tratado antes en este mismo blog: Nuestro Señor Jesucristo ha revelado a su Iglesia un complejo de verdades salvíficas inmutables: "cielo y tierra pasarán -dice Jesús a los suyos- pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). Al mismo tiempo, Cristo ordenó conservar esas enseñanzas sin cambios, inmutables, hasta el fin de los tiempos, garantizando a los suyos que, en el curso de los siglos, mediante la asistencia del Espíritu Santo, las irían conociendo cada vez mejor y siempre con más y más claridad: "el Espíritu Santo -dijo- les guiará a la plenitud de la verdad" (Jn 16,13).
----------Se trata, por lo tanto, de dos enseñanzas transmitidas en esos dos pasajes por Cristo: 1) las verdades por Él enseñadas son siempre las mismas, sin cambios, inmutables; pero 2) se van conociendo cada vez mejor, a través del tiempo, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Por consiguiente, tenemos progreso en la continuidad. Pero atención!: no son los contenidos revelados los que evolucionan, no son los contenidos los que progresan, sino que somos nosotros los que progresamos en el conocimiento de los contenidos de la verdad revelada; es la Iglesia en su condición humana, peregrina y militante, la que progresa conociendo siempre mejor y más profundamente las mismas verdades y formulando cada vez mejor su expresión conceptual y lingüística de una manera adecuada a la evolución de los tiempos y a la diferencia de  las culturas. La expresión de la verdad revelada, en su máximo nivel es el dogma, y es el dogma (el conocimiento, no el contenido) el que evoluciona. He aquí lo que se denomina la evolución del dogma. Como lo afirmaba Marín Solá en aquella obra que en mi tiempo consultábamos en el seminario: La evolución homogénea del dogma católico.
----------Tomemos, por ejemplo el dogma cristológico. Cristo es el mismo, heri, hodie et semper, ayer, hoy y siempre. Por lo tanto, es inmutable la noción que la Iglesia tiene de la persona de Cristo. Pero esto no quita que haya existido y exista un progreso dogmático en el conocimiento del misterio de Cristo, por lo cual nuevos conceptos se agregan para aclarar y explicitar los precedentes. Así, el Concilio de Calcedonia explicó la "consustancialidad" de Cristo con Dios Padre introduciendo la distinción entre "persona" y "naturaleza": Cristo es una persona divina en dos naturalezas, una humana y la otra divina. La verdad sobre Cristo afirmada por el Concilio de Nicea, es la misma verdad sin cambios, inmutable, que es afirmada ahora en el Concilio de Calcedonia mejor, con mayor claridad y explicitación.
----------El progreso del conocimiento de la verdad revelada, vale decir, el progreso del conocimiento teológico cristiano, el progreso doctrinal o dogmático se lleva a cabo indagando, reflexionando y meditando sobre lo que ya se conoce de la Palabra de Dios (digo Palabra de Dios en el sentido de Revelación, es decir, Escritura y Tradición infaliblemente interpretadas por el Magisterio de la Iglesia) y extrayendo consecuencias o conclusiones teóricas o prácticas, por un lado mediante un correcto razonamiento y por otro lado mediante una experiencia vivida de esas mismas verdades. Este es el trabajo que han tenido y tienen todos los piadosos cristianos en la historia, en particular los teólogos y los santos.
----------Si nos centramos particularmente en los teólogos: su vocación y misión es esforzarse con la ayuda de la Gracia del Espíritu Santo esclareciendo la Revelación, tratando de formular nuevas y mejores interpretaciones u opiniones teológicas, las cuales, en el caso de ser correctas y verdaderas, eventualmente son aprobadas y canonizadas por el Magisterio de la Iglesia en forma de "dogmas". El dogma es precisamente una interpretación o un desarrollo de la doctrina de Cristo propuesta infalible e irreformablemente por la Iglesia.
----------La doctrina de fe que la Iglesia infalible y definitivamente propone en nombre de Cristo implica dos niveles de autoridad o credibilidad: un nivel superior y otro inferior.
----------1) El nivel superior concierne a la misma doctrina de Cristo tal como está formulada en el Evangelio y en la Tradición cristiana. Esto es el dogma, formulado ante todo en los Símbolos de la Fe (el "Credo") y refleja directamente las enseñanzas de Cristo, el dato divinamente revelado, la Palabra de Dios.
----------2) El nivel inferior es la explicitación o la clarificación, a lo largo de los siglos, de las palabras de Cristo o su conexión con hechos o valores humanos, históricos o racionales, sin la verdad de los cuales incluso la fe en las palabras de Cristo se volvería imposible. Esta es la doctrina de la Iglesia que, si la Iglesia lo considera oportuno, por motivos pastorales, puede ser por ella solemnemente confirmada y luego elevada a la dignidad de dogma. Mientras no es confirmada, sino aprobada en todo caso por la Iglesia de forma ordinaria, es verdad próxima a la fe; cuando en cambio es solemnemente confirmada (Magisterio "extraordinario") se convierte en verdadera y propia verdad de fe.
----------Pero tanto el dogma como la doctrina de la Iglesia son doctrinas infalibles y definitivas. Las enseñanzas de la doctrina de la Iglesia deben creerse no con fe divina, como los dogmas, sino con fe en la autoridad divina de la Iglesia ("fe eclesiástica"). Por ejemplo, la existencia de la verdad o del libre albedrío o la inmortalidad del alma o la existencia de Dios son de por sí verdades filosóficamente demostrables, pero la Iglesia las ha elevado a doctrina infalible o doctrina de fe por el hecho que si se negasen esas verdades, la fe cristiana sería imposible. Así también para ciertos hechos históricos, negando los cuales, incluso en este caso, la fe católica se volvería imposible, como por ejemplo la legitimidad de la elección pontificia de Francisco o la legitimidad del Concilio Vaticano II o la historicidad de los Evangelios o la existencia histórica de Nuestro Señor Jesucristo.
 
----------Mañana terminaré esta reflexión y, para evitar discusiones prematuras en el foro, cancelaré por el momento los comentarios, que volveré a permitir al publicar la nota de mañana.

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