jueves, 22 de diciembre de 2022

Jesucristo y su diálogo con el hombre

En el misterio de la Encarnación del Verbo, Dios ha revelado al hombre la Verdad. Ahora bien, ¿cómo le es posible al hombre captar esa divina Verdad? ¿Al respecto, puede ser aplicado el principio tomista de la verdad como "adaequatio intellectus et rei" a la relación de nuestro intelecto con el dato revelado? [En la imagen: fragmento de "Natividad de Jesús", óleo sobre lienzo de Sandro Botticelli, pintado entre 1473 y 1475, conservado en el Museo de Arte de Columbia, Carolina del Sur, USA].

----------La meditación del sublime misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, misterio que focaliza nuestros pensamientos en estos días, podría acaso llevar a plantearnos una cuestión muy interesante, a saber, la de la relación de nuestro pensamiento y del pensamiento divino frente a la Revelación.
----------En la respuesta que intentaré dar en este artículo, pretendo hacer luz en que, si por una parte nuestro intelecto, iluminado por la fe, puede ser elevado a adecuarse al dato revelado, el Verbo divino, que es Dios como lo es el Padre, siendo el ideador del plan de la salvación, revelado en el mensaje evangélico, es en cambio esa mente que no se debe adecuar al dato revelado, sino que es este mismo dato revelado el que es adecuado a la mente divina, que lo ha ideado y proyectado.
----------Como es habitual y debido, el pensamiento de santo Tomás de Aquino guiará nuestros pasos en esta reflexión, que tiene connotaciones de gnoseología teológica, pues de algún modo planteamos la pregunta acerca de la relación entre la verdad de la divina Revelación, encarnada en el Verbo divino, con la definición de verdad elaborada por el Aquinate: "veritas est adæquatio rei et intellectus", según la cual la verdad establece una conformidad entre lo que el hombre piensa y la realidad tal como es.
----------En otras palabras, la cuestión que planteamos es la siguiente: ¿puede ser aplicado el principio tomista de la adaequatio intellectus et rei a la relación de nuestro intelecto con el dato revelado? En principio, parece posible afirmar que nuestro intelecto de fe se adecua al dato de la divina Revelación.
----------Ahora bien, es necesario tener presente que en el principio tomista, citado anteriormente, existe una relación biunívoca en el sentido de que el intellectus depende de la res en el conocimiento especulativo, mientras que la res depende del intellectus en el conocimiento práctico.
----------Para entenderlo, demos un ejemplo: si alguien quiere conocer qué es la luna, debe adecuar su intelecto a la realidad de la luna, pero si alguien quiere socorrer a un pobre, debe anticipadamente concebir la acción que pretende hacer. En este segundo caso es la res la que depende del intellectus, es decir, la realización de su acción, o sea, el pobre que será beneficiado es una realidad posible en cuanto en precedencia alguien ha ideado o proyectado lo que se proponía hacer, es decir, la caridad ofrecida al pobre.
----------En el caso de la relación entre nuestro intelecto y la divina Revelación, ¿se puede hablar de una adecuación a nuestro intelecto? Si la adecuación implica el hecho de que aquello a lo cual nos adecuamos nos hace de regla para nuestro adecuarnos, entonces, dado que no es la divina Revelación la que se debe adecuar a nosotros, sino que somos nosotros los que debemos adecuarnos a la divina Revelación, no se puede hablar del hecho de que la Revelación se adecue a nuestro intelecto.
----------Lo que más bien podemos decir es que la Palabra de Dios de alguna manera desciende hacia nosotros. Esto es precisamente lo que ha hecho el mismo Verbo de Dios, descendiendo del cielo. Este acto divino, san Juan Crisóstomo [347-407] lo llama condescendencia (synkatábasis).
----------También se puede hablar de que en la divina Revelación la Palabra de Dios, de algún modo, se proporciona a nosotros, para dar otro ejemplo, un poco como un padre se inclina sobre su pequeño hijo usando palabras adaptadas a él, a fin de que su pequeño hijo pueda entender. En tal modo nosotros podemos participar, con nuestro intelecto finito, de la verdad del Verbo divino.
----------Hay quienes tratan de explicar el acontecimiento de la Encarnación del Verbo de Dios como la "auto-comunicación de Dios", vale decir, una cierta modalidad con la cual Dios entra, al modo humano, y representa una "adecuación", según dicen, "de lo divino al ser humano, que ha sido creado a Su imagen y semejanza, con el cual comparte, en forma de participación, la inteligencia, la voluntad y la libertad".
----------Ahora bien, a propósito de ese modo de explicar la Encarnación del Verbo, hay que decir que, sin duda, en el misterio de la Encarnación podemos aplicar la definición tomista de la verdad, dado que ella tiene un carácter trascendental y por lo tanto viene aplicada también en la teología cristiana.
----------Al respecto, debe decirse que siempre es válido que nuestro intelecto se adecua a la realidad del misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Ahora bien, en cuanto respecta al intelecto humano de Jesús, también para él vale este principio, es decir, cuando Jesús estaba entre nosotros, adecuaba su intelecto humano a la realidad. También por cuanto respecta al intelecto práctico de Jesús, evidentemente funcionaba como el nuestro, es decir, se producía la adecuación de lo real a su pensamiento.
----------Sin embargo, por cuanto respecta al intelecto divino de Jesús, es decir, el Verbo o Logos, vale solamente la adecuación de lo real al intelecto divino, y de ninguna manera a la inversa. Sin embargo el divino Verbo, en su misericordia, en nombre del Padre, condesciende a la limitación de nuestro intelecto expresándose en conceptos y palabras tales que, por los cuales, nosotros tenemos la posibilidad de comprender de algún modo los misterios revelados, aunque ellos trascienden infinitamente nuestro intelecto.
----------Por eso es mejor no usar el término "adecuación", porque ese término significa dependencia de lo real, mientras que el divino Verbo no se adecua a las cosas, sino que son las cosas las que se adecuan a Él, porque Él es su Creador. Por eso, más que hablar de adecuación, es mejor hablar de "proporción" o de "abajamiento", presupuestos los cuales nuestro intelecto participa de la Verdad del Logos divino.
----------No han faltado quienes, al describir el proceso de la divina Revelación, por ejemplo en la Encarnación, lo han explicado como una "adaequatio Revelationis et intellectus en el cual la Revelación divina se hace objeto de nuestro conocimiento, a fin de que nuestro intelecto y nuestra voluntad a su vez, con un acto libre, acojan y se adecuen a la Revelación: adaequatio intellectus et Revelationis".
----------Sin embargo, considero que debemos objetar ese modo de explicar las cosas, pues en base a cuanto he dicho, nosotros no podemos aplicar integralmente el principio tomista de la adaequatio intellectus et rei a la relación entre nuestro intelecto y la divina Revelación. Lo podemos aplicar respecto a nuestro intelecto, en cuanto nuestro intelecto se adecua al dato revelado. Sin embargo, es evidente que no es la Revelación la que se adecua a nuestro intelecto, finito como nuestro intelecto es, sino que ella propiamente se adecua a sí misma, así como Dios es, por esencia, conciencia de Sí Mismo, algo que había intuido vagamente Aristóteles cuando hablaba de Dios como Pensamiento del Pensamiento (Noesis Noeseos).
----------Finalmente, cito ahora otro modo de expresarse (siempre sin mencionar a sus autores) sobre el que debería matizarse: "La Revelación divina llega a nosotros como otra realidad, extramental y haciéndose cognoscible, adaptándose así a nuestro intelecto, el Verbo se hace carne, se hace visible, audible, palpable, cae bajo nuestros sentidos. Siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino, el objeto no debe ser entendido como algo absolutamente independiente del sujeto, sino que lo juzga, precisamente, en relación con el sujeto, es decir, en relación con la conciencia con la que dicho objeto es aprendido y juzgado".
----------Por cuanto respecta al párrafo anterior, la primera frase, es decir, aquello que se afirma sobre la Revelación divina, es ciertamente verdadero. Pero por cuanto respecta a la segunda frase, vale decir, la cuestión del objeto, es necesario antes que nada ver qué es lo que entendemos con esa palabra: "objeto". Si por objeto entendemos la cosa extramental, es claro que nuestro intelecto se debe adecuar a esa cosa.
----------Pero si por objeto entendemos los entes mentales, el concepto, el juicio y el razonamiento, ciertamente en este caso el objeto depende de nosotros, porque lo construimos nosotros, en base a eso que de lo real, fuera creado o fuera increado, o sea la divina Revelación, hemos entendido.
----------Finalmente, cito esta otra tesis que anda circulando: "Por tanto, la Verdad de la Revelación divina, aunque permaneciendo tal, se conforma a la realidad de las cosas, se hace presente para ser captada por nuestra inteligencia y por nuestra voluntad con un acto de libre asentimiento, el acto de fe".
----------Al respecto, podemos decir que la mente humana de Jesús, cuando nos explicaba las parábolas, se basaba en conceptos que Él mismo, como hombre, se había formado observando la realidad, por lo tanto adecuando su intelecto a las cosas, gradualmente como hacía experiencia mediante los sentidos, recibía una instrucción de su Madre y de José, y hacía deducciones y razonamientos sobre lo que había aprendido.
----------En este punto, sin embargo, intervenía la mente divina de Jesús, es decir, el Logos o Verbo de Dios. ¿Pero en qué sentido intervenía el divino Verbo? En el sentido de que, partiendo de la comparación que es objeto de la parábola, Jesús, con su mente divina, eleva nuestra mente, desde la percepción de las cosas humanas y terrenas, a las celestiales, que son el objeto de la divina Revelación.
----------Esta operación de la mente divina de Jesús supone que en este caso no sea la mente la que se adecua a lo real, sino que es lo real, es decir, el contenido de los divinos misterios revelados, lo que es adecuado a la mente divina, la cual los ha ideado o proyectado o determinado o en todo caso los ha querido.
----------Por cuanto respecta a la actividad de nuestra mente frente a las parábolas evangélicas, nosotros comenzamos por percibir la inteligibilidad natural del contenido de la parábola y luego, si tenemos fe, nuestra mente se eleva a la comprensión del contenido de fe, que es el dato revelado.

4 comentarios:

  1. Gracias padre. Me hizo más claro lo que intuía y es que al Hombre-Jesús subentra entonces Jesús-Dios. La encarnación es un misterio que creo no entenderemos nunca hasta el fondo y es justo que así sea. Hay cosas fuera de nuestro alcance en referencia a la esencia de Dios y por tanto en referencia a la Trinidad. Por lo demás, he leído que santo Tomás de Aquino dejó de escribir después de contemplar a Dios un año antes de su muerte...

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    1. Estimado Ignacio,
      cuando Jesús estuvo en esta tierra, alternaba las manifestaciones propias de su humanidad con las propias de su divinidad.
      En algunas circunstancias manifiesta la sola humanidad, mientras que en otras une las dos manifestaciones en una única acción.
      En este caso Jesús une la acción divina con la acción humana, como por ejemplo cuando hace el milagro narrado en Jn 9,4-7.
      Jesús unta barro humedecido con su saliva en el ojo del ciego de nacimiento y le ordena que vea. En este caso es evidente la conjunción de la acción humana con la acción divina.

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  2. Es interesante la comparación que se plantea aquí: entre la "adaequatio intellectus et rei" de la filosofía tomista en cuanto definición de la verdad, y la adecuación del intelecto humano a la divina Revelación, como propia de la verdad católica como acto (hábito) del fiel católico (la virtud de la fe).
    En tal sentido, pregunto: ¿podría formularse la actitud de todo cismático o hereje (cualquiera sea) como una "inadecuación" del intelecto a la verdad divina propuesta por el Magisterio de la Iglesia? Pienso, como caso típico, en el luteranismo, pero mi pregunta puede valer para todo tipo de hereje y cismático.

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    1. Estimado Anónimo,
      efectivamente, al luteranismo (como, en general, a todo cisma y herejía en ámbito cristiano) puede aplicarse la calificación por usted indicada.
      El motivo es debido a que el luteranismo está animado de un falso interiorismo y una desmesurada necesidad de libertad, que en realidad es un replegamiento de la conciencia sobre sí misma que ya no implica una "adaequatio intellectus ad Deum et Ecclesiam", sino, como extrema consecuencia, una arrogante absolutización del propio yo confundido con Dios, por lo que se verifica el famoso "amor sui usque ad contemptum Dei", del cual habla san Agustín, en lugar del "amor Dei usque ad contemptum sui", que caracteriza la verdadera religiosidad cristiana.
      Esta calificación puede aplicarse a cualquier cisma y herejía que pueda advertirse incluso hoy en el seno de la Iglesia católica.

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