domingo, 25 de septiembre de 2022

Pecar contra la fraternidad: In odium fidei (1/4)

El odio entre hermanos es una de las heridas principales de la Iglesia y de la sociedad de hoy, un pecado que afecta directamente al deber de la justicia y de la caridad. En sus formas más graves, el odio aparece como un aborrecimiento implacable, un odio que es sentido entre los más fanáticos como un sagrado deber, tanto más feroz, despiadado, obstinado e inexorable, cuanto más el fanático cree estar motivado por valores y deberes sagrados e inmutables. [En la imagen: fragmento de "Combate de Roberto, duque de Normandía, con un guerrero sarraceno, 1098", pintura de Jean Joseph Dassy, de 1850].

El odio es moralmente un pecado contra el amor, pero de por sí es una simple pasión
   
----------El papa Francisco se refiere a menudo al tema del odio entre hermanos. Por citar una de sus frases más significativas, entre tantas: "Si Dios es el Dios del amor -y lo es-, no nos es lícito odiar a nuestros hermanos", dijo en Mosul, el 7 de marzo de 2021. El odio entre hermanos es una de las heridas principales de la Iglesia y de la sociedad de hoy, un pecado que afecta directamente al deber de la justicia y de la caridad. Pasión a menudo desatada e incontrolada, que va desde las formas más groseras a las más sutiles, desde las más bestiales a las más diabólicas, el odio está en el origen de las lacerantes y exasperantes divisiones y venganzas recíprocas, internas a la Iglesia misma, Iglesia que debería ser por el contrario, ejemplo de recíproco amor fraterno y maestra de reconciliación y de paz para todo el mundo.
----------En sus formas más graves, por ejemplo el aborrecimiento entre los fieles de diversas religiones, aparece un odio implacable, que se prolonga a todo lo largo de los siglos, un odio que es sentido entre los más fanáticos como un sagrado deber, tanto más feroz, despiadado, obstinado e inexorable, cuanto más el fanático cree estar motivado por valores y deberes sagrados e inmutables.
----------Si profundizamos un poco más las cosas, río arriba, un poco más al monte de este odio religioso, está la concepción de un Dios partidista, sectario, localista, capillista, un Dios de campanario, vale decir, es el Dios que no es el Dios de todos, no es el Dios que nos hermana, creador de todos, sino nuestro Dios en exclusiva, el Dios que no es el falso dios en el cual creen los otros. Del mismo modo, los comerciantes compiten por el mercado presentando sus productos como mejores que los de los otros.
----------Como se sabe, el papa Francisco se ha propuesto como uno de los principales objetivos o tareas de su pontificado el de dedicarse, podríamos decir franciscanamente, a la extinción de estos odios y estas divisiones apoyándose en el hecho de que somos, como dice frecuentemente, todos "hijos de Dios", hijos aquí se entiende no en el sentido sobrenatural de bautizados, de lo contrario sería un sentido discriminatorio, aunque todos están llamados al bautismo cristiano, es decir a esta fraternidad y filiación salvífica y santificante, sino en el sentido menos alto, pero no menos debido y obligante de fraternidad humana universal, accesible y apreciable por todos los hombres razonables, cualquiera que sea la religión a la que pertenezcan.
----------Y además, el Santo Padre también recuerda a menudo a los mártires, quienes son, como sabemos, las víctimas del odio hacia Dios y hacia la fe en Él, odio que es el más grave de todos los pecados, porque es el odio hacia esa suprema Verdad y hacia el supremo Bien, que máximamente se debería amar, Bien que debería estar en la cumbre y vértice de todos nuestros intereses y de todas nuestras aspiraciones, Bien que debería ser razón última de nuestro vivir, sufrir y gozar; odio hacia Dios, que es principio y causa del odio hacia el hermano, en cuanto creado a imagen y semejanza de Dios.
----------El Romano Pontífice también nos recuerda a menudo que el cristiano odiado por los fieles de otra religión en nombre de Dios demuestra que quien lo odia, por muy piadoso que pretenda ser, en realidad no está sujeto al verdadero Dios, sino al diablo, que es el príncipe del odio y de la muerte. El Santo Padre también nos recuerda a menudo que "no se puede matar en nombre de Dios", en el sentido de que no se puede odiar en nombre de Dios, aunque se trate de un simple matar con la mentira y la calumnia.
----------Otra cosa son las bien conocidas antiguas guerras de Israel queridas por Dios contra los enemigos de Dios, de las cuales habla el Antiguo Testamento, porque ellas deben ser interpretadas como defensa de la justicia querida por Dios. Por eso también hoy cualquiera que lucha por la justicia y cualquiera que odia las fuerzas que se oponen a la justicia, se puede decir que lucha en nombre de Dios.
----------El pecador odia la fe del mártir porque su fe conduce al mártir a practicar una conducta de vida contraria a la vida del pecador, porque el mártir conduce su vida en obediencia a los mandamientos divinos, y porque por eso el mártir exhorta al pecador a la conversión y a la verdadera fe, que el perseguidor no quiere, porque el mártir le reprocha de sus pecados y le amenaza con el castigo divino.
----------El ser odiado a causa de Cristo ("seréis odiados de todos por causa de mi nombre", Mt 10,22), es decir, en odio a la fe, es para el cristiano, como Cristo mismo dice, incluso una bienaventuranza (Lc 6,22). Por eso los Santos desearon el martirio como bien preciosísimo para ellos y para la Iglesia. Sin embargo, ellos se guardan de actitudes precipitadas o provocativas, tratan de apaciguar a los enemigos de la fe, y no de ofrecerles pretextos. No se exponen al enemigo por bravuconería y en tono desafiante, sino sólo por el bien de las almas y de la Iglesia. Saben también, en ciertas circunstancias, esconderse, no por cobardía, sino porque por el momento ven que su presencia entre los hermanos sea útil para confortarlos o para guiarlos.
----------Para que el odium fidei sea razón por la cual la Iglesia proclama el martirio del candidato a ser llamado beato o santo, es necesario naturalmente que sea odio consciente de la verdadera fe católica y no odio a aquella que erróneamente el perseguidor considera ser la fe católica. Por lo tanto, debe tratarse de un verdadero pecado mortal y odio hacia Dios, y no debe tratarse de un equívoco o de un malentendido.
----------En efecto, si el perseguidor mata en buena fe creyendo cumplir un acto de justicia o de defensa de la propia fe religiosa, no se tiene un martirio formal, sino un qui pro quo, como ha sucedido con los asesinos de Jesús, que creían ajusticiar a un criminal, no sabiendo que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios. Por eso Jesús los excusa: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
----------Con tal frase, nuestro Señor Jesucristo enuncia el principio de la libertad religiosa sancionado por el Concilio Vaticano II en la declaración Dignitatis humanae, texto que por tanto no tiene nada que ver con el liberalismo o con el relativismo o con el indiferentismo religioso, sino que se trata del principio bien conocido ya por santo Tomás de Aquino (cf. Sum.Theol., I-II, q.19, aa.5-6) de la inocencia de quien cree en una falsedad o realiza un acto objetivamente malo, sin saberlo y sin darse cuenta, sino creyendo en buena fe o, como se suele decir, "por ignorancia invencible", hacer el bien.
----------Sin embargo, Jesús precisa claramente que no todos aquellos que matan en la convicción de rendir culto a Dios están excusados. Sino que entre ellos también están los culpables. Y estos son precisamente aquellos que matan in odium fidei: "los mismos que os den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y os tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí" (Jn 16,2-3).
----------Por consiguiente, en la muerte de Jesús tenemos un concurso de inocentes (Lc 23,34) y de culpables, tal como resulta de lo que dice Jesús ante Poncio Pilatos: "el que me ha entregado a ti ha cometido una culpa más grande" (Jn 19,11). Y notamos bien que aquí Nuestro Señor, hablando de "culpa más grande", es como si dijera: también tú eres culpable, aunque lo eres menos.
----------Agreguemos, por otra parte, que el pecador también persigue y mata al mártir porque su fe vivida le recuerda a ese Dios que él odia, ese Dios que desaprueba su conducta, ese Dios que le envía desventuras, enfermedades, desgracias y calamidades, para que se convierta, ese Dios que lo amenaza con la condenación eterna si no se arrepiente, si no repara sus culpas y si no invoca su misericordia.
----------Importante decirlo en tiempos de obstinado buenismo: quien odia al Dios que castiga es llevado a construirse un Dios que le conviene, un Dios que le viene cómodo, pero que no existe; un Dios que le permite pecar libremente, asegurándole en cualquier caso perdón, misericordia y salvación. La actitud de estos tales, por tanto, viene a ser la misma que la del ateo, que niega la existencia de Dios.
----------Pero en realidad el ateo no está convencido de su idea, porque sabe que no puede demostrar que Dios no existe y en cambio sabe que se puede demostrar su existencia, tanto es verdad que, como ser razonable, sabe muy bien que Dios existe, aunque sea de modo implícito, indirecto o irreflexivo, y que, como dice Cristo (Mt 24), un día le tendrá que rendir cuenta de lo que ha obrado.
----------Por tanto, nadie ignora en buena fe y sin culpa que Dios existe como yo puedo ignorar cuantas islas hay en el archipiélago de las Filipinas, por lo cual debería ser excusado si me comporto de manera contraria a los preceptos de Dios. No es que el creer o el no creer en Dios sea indiferente y no tenga incidencia o o sea cosa facultativa u opcional a fin de obtener la felicidad.
----------No es en absoluto así. Por el contrario, van al infierno también los ateos, incluso si no creen ni en Dios ni creen en el infierno. Su incredulidad en el infierno, no preserva a los ateos de terminar inevitablemente allí si no se convierten. No es que los ateos estén dispensados de ir al infierno porque no crean. Por el contrario, ellos, les guste o no, queriendo o no queriendo, se precipitan en aquellas profundidades.
   
El odio de por sí es cosa buena
   
----------Ahora bien, sin embargo, hay que decir inmediatamente que el odio de por sí -nadie se escandalice- es una pasión o un instinto vital y providencial, que Dios mismo creador ha puesto en la psique de los hombres y de los animales, a fin de que sepan agredir a las fuerzas adversas y peligrosas, neutralizando sus asaltos o a fin de que sepan defenderse de ellas y tener salva su vida en los casos extremos.
----------Sin embargo, en el hombre el odio, que es en sí mismo una fuerza contra el mal, es también un impulso o un acto de la voluntad. En este punto, entonces, el odio no es un simple impulso psicológico, desprovisto de cualidad moral, sino que, en cuanto querido, se convierte en acto moral, acto que es bueno si el odio es justificado y razonable, vale decir, si es fruyente de una ira moderada.
----------Por el contrario, el odio se convierte en un acto malo, es decir, un acto pecaminoso, si se trata de un odio deliberadamente fomentado por una mala voluntad, que desata en exceso la pasión de la ira en la cual el odio voluntario se expresa, a fin de hacer el mal a la persona odiada.
----------En cuyo caso no se trata de rechazar o contrastar sólo un mal sensible como en el odio-pasión, sino también un mal inteligible, que puede ser mal de pena (por ejemplo una ofensa o una injusticia recibida), sino también el pecado, es decir, el mal de la culpa, al cual podemos ser tentados nosotros mismos o nuestro prójimo, pecado contra nosotros o contra otros, pecado que el prójimo podría también haber cometido.
----------También puede ocurrir que cometamos un acto de odio con las palabras o las obras (por ejemplo una invectiva o un ataque de ira o un gesto de indignación) frente a algún mal de pena o de culpa, mal del cual podemos ser respectivamente afectados o que podamos haber cometido nosotros mismos o los otros. Y puede suceder que en esa nuestra reacción, no obstante nuestra buena voluntad y recta intención, nos veamos momentáneamente vencidos o arrastrados por la ira, de modo tal que se nos escapen sin querer palabras o gestos incontrolados. En tal caso es claro que el impulso de odio expresado en la ira no es culpable o al menos la culpa es venial, sino que es sólo signo de nuestra fragilidad consecuente al pecado original.
----------Por otra parte, debe tenerse presente que tanto el odio como el amor son movimientos entre sí opuestos del apetito sensitivo, o sea la pasión, y del apetito intelectivo, o sea la voluntad. Ellos surgen del aprehender respectivamente aquello que conviene o es cónsono o está en armonía, y ello es el bien, y del aprehender aquello que repugna, es disonante o es contrastante, es decir, el mal.
----------El apetito fundamental es el amor que tiene por objeto el bien. Entra en función el odio cuando el sujeto se encuentra con algo que se opone a su tensión hacia el bien, algo que obstaculiza o impide al sujeto conseguir el bien que desea o que quiere. Este obstáculo suscita en el sujeto el movimiento del odio contra eso, con el fin de neutralizar la fuerza enemiga, para que el sujeto pueda posesionarse tranquilamente del bien amado. El amor por el bien y el odio por el mal son, pues, los dos movimientos fundamentales del viviente animal o espiritual.
   
Es necesario distinguir el odio como pasión del odio como acto de la voluntad
   
----------Hemos ya afirmado que el odio como pasión es un impulso natural psicológico que le sirve al viviente cognoscente, animal u hombre, para agredir y neutralizar acciones nocivas o enemigas o para defenderse de ellas, y hemos dicho que existe un odio como acto y efecto de la voluntad.
----------Ahora bien, en este ámbito del espíritu, que es precisamente donde juega la oposición entre la buena y la mala voluntad, se debe decir que el odio puede ser justo o pecaminoso. Es odio justo si su objeto es el mal, mal de pena, es decir, el sufrimiento, y el mal de culpa, es decir, el pecado. Así dice la Escritura que "es justo odiar la palabra falsa" (Pr 13,5). Dios odia la iniquidad (Heb 1,9). Dios recompensa a aquellos que practican el amor, castiga a los odiadores (Ex 2,5; Dt 7,10).
----------La voluntad tiende por su naturaleza a un fin último, a un bien absoluto, que no puede sino ser uno precisamente por ser absoluto. Lo que está en poder del libre albedrío es elegir entre los bienes posibles a su disposición: Dios y la creatura. Debe necesariamente elegir el bien que prefiere, descartando los otros o subordinando los otros a aquél: o la creatura (el propio yo o los otros), bien finito, o el Creador, sumo Bien.
----------Lógicamente, si la libre voluntad elige como bien absoluto a Dios, estará obligada a ser fiel a este Bien. En cambio, nuestra tendencia al pecado nos empuja a la doblez, vale decir, a servir a la par a Dios y al mundo, como si fuera posible y honesto amar dos Absolutos simultáneamente, y pelotearnos y rebuscárnosla entre uno y otro. En efecto, el Absoluto es uno solo, y si no fuera tal, no sería el Absoluto. Por eso el Señor advierte: "Nadie puede servir a dos señores; o aborrecerá a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro: no podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mt 6,24).
----------Pero  es muy fácil caer en la doblez y en la estupidez o necedad de pasárnosla haciendo malabarismos en medio entre el uno y el otro, de quedarnos bien entre ambos, como diciéndonos a nosotros mismos: ¡si uno no va bien, me vuelvo hacia el otro! Sabemos que Dios es Dios; ¡pero tampoco queremos renunciar al mundo! Queremos de aquí abajo el país de Bengodi y de allá arriba el paraíso del cielo.
----------Además, la predicación evangélica nos sorprende en dos sentidos: parece que nuestro Señor Jesucristo por un lado nos manda amar aquello que es detestable, y por otro lado nos manda odiar aquello que es amable. Se trata respectivamente de los dos famosísimos mandamientos del amor al enemigo (Mt 5,38-48) y del deber de odiarse a sí mismos y al prójimo para poder amarlo a Él (Lc 24,26).
----------Parece también que exhortándonos a tomar la cruz nos exhorte a amar ese sufrimiento que, en cambio, nosotros espontáneamente odiamos. A la inversa, con su propuesta de los consejos evangélicos, parece prohibirnos aquellos placeres y aquellos bienes que el mundo nos ofrece.
----------Sin embargo, si reflexionamos con más atención, resulta claro que estas famosísimas e importantísimas enseñanzas deben ser interpretadas en el debido modo.
----------Respecto al amor al enemigo y al odio de sí y del prójimo, Jesús entiende por "odio" la renuncia, el sacrificio y el subordinar el bien inferior (uno mismo y el prójimo) al Bien supremo (Él mismo). Es aquello que san Pablo llamará la "mortificación del hombre viejo", es decir, todas las prácticas ascéticas de la ética cristiana, como por ejemplo la práctica de los consejos evangélicos, de las penitencias y de las expiaciones.
----------En cambio, en el mandamiento del amor al enemigo, nuestro Señor Jesucristo no excluye para nada el principio veterotestamentario de la retribución (Ex 21,24), que no es en absoluto expresión de odio, sino que es un principio fundamental de justicia penal aplicado por Dios mismo cuando castiga.
----------Por otra parte, respecto al mandato de llevar la cruz y a los consejos evangélicos, es claro que Jesús no hace ninguna apología del sufrimiento o del dolorismo, ni prohíbe los honestos placeres y el recto y sobrio uso de los bienes de este mundo, sino simplemente, como se sabe desde siempre, por una parte indica a todos que sin la cruz no hay salvación y por otra parte habla de algunos elegidos por Él, los cuales buscan un camino superior de perfección mediante la práctica de los consejos evangélicos.
----------Por lo tanto, se debe que decir que Jesús supone la aplicación correcta, no rencorosa, de la ley mosaica, mientras que con sus famosos "pero yo os digo" (Mt 5,22 etc.), no pretende en absoluto contradecir, desmentir, negar, cambiar o contraponerse, sino superar la ley mosaica, confirmándola, enriqueciéndola y ennobleciéndola con una justicia superior y más exigente, que es la ley de la caridad y de la misericordia, la "nueva ley" por Él enseñada en nombre del Padre. Por eso dice: "No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17). Lo mejor no suprime el bien, sino que lo presupone y lo confirma.
----------Repasemos lo que llevamos dicho hasta aquí, y seguramente advertiremos que ya contamos con algunas conclusiones parciales, que dejo al lector la tarea de subrayar y resumir. Estas cosas las han entendido y practicado siempre los Santos, sin alarmismos hipócritas, sin escándalos farisaicos y sin reproches calumniosos, sin arrebatos furiosos de odio y de falso sentido de justicia como ha hecho Nietzsche.

2 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón,
    usted ha escrito:
    "En efecto, si el perseguidor mata en buena fe creyendo cumplir un acto de justicia o de defensa de la propia fe religiosa, no se tiene un martirio formal, sino un qui pro quo, como ha sucedido con los asesinos de Jesús, que creían ajusticiar a un criminal, no sabiendo que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios. Por eso Jesús los excusa: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)".
    Entonces, en su opinión, ¿debe considerarse teológicamente imprecisa o impropia la expresión "martirio de Jesús en la cruz"?

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    Respuestas
    1. Estimado Sergio,
      no todos los que han querido la muerte de Jesús estaban en buena fe, sino sólo aquellos por los cuales Jesús pide al Padre que los perdone.
      En cambio, lamentablemente, debemos pensar que los verdaderos responsables de la muerte de Jesús, como los Fariseos, los Escribas y los Sacerdotes, hayan estado en mala fe.
      Y por esto se debe hablar absolutamente del martirio de Jesús, manteniendo salva la reserva que debemos tener respecto a su destino final, que dejamos al juicio de Dios.

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