miércoles, 28 de septiembre de 2022

Pecar contra la fraternidad: In odium fidei (4/4)

Se necesita en la Iglesia recuperar el odio por el error practicando el amor hacia el errante. ¿Podríamos imaginar hoy un Papa como Lucio III que, en 1184, decidió hacer aplicar la tortura en los juicios por herejía? ¿Podríamos hoy imaginar a un Inocencio III, que, en 1215, ordena una cruzada para el exterminio de los Albigenses? ¿Podríamos hoy imaginar a un san Pío V regocijándose por la masacre de los Hugonotes o excomulgando a la Reina de Inglaterra? [En la imagen: fragmento de "La masacre de san Bartolomé", óleo sobre tablas de François Dubois, de alrededor de 1580, actualmente en el Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana].

La pastoral del Concilio Vaticano II es demasiado indulgente
   
----------Después de sesenta años de implementación de la reforma conciliar, parece ahora haber llegado el tiempo de hacer un balance sereno y objetivo de la situación y de los frutos que el Concilio Vaticano II ha producido en relación con la finalidad fundamental que se había propuesto, a saber, la de un nuevo enfoque del mundo moderno, a fin de presentar el Evangelio en un lenguaje más adecuado a la manera de expresarse hoy, según un estilo pastoral tal como para superar al iniciado por el Concilio de Trento, que era un estilo combativo e intransigente, fácil para la condena, cerrado a lo nuevo y demasiado preocupado por conservar una tradición inmóvil, rígidamente detenida en el desarrollo ya alcanzado.
----------Había sido, éste, el defecto pastoral de la era iniciada por el gran Concilio de Trento, que tuvo también excelentes frutos en la reafirmación de las inmutables verdades de la fe, en la defensa contra la herejía, en el repristinar el verdadero rostro de la Iglesia, deformado por la reforma luterana, al haber iniciado un nuevo y poderoso relanzamiento de la vitalidad de la Iglesia y de su expansión en el mundo.
----------En la obra de decantación, de autoexamen y de verificación, que la Iglesia ha cumplido en estos sesenta años, ha emergido un hecho fundamental ya claramente establecido: por una parte, el progreso teológico y espiritual causado por la aplicación de las doctrinas del Concilio, consistente en la asunción crítica de los valores del mundo moderno, sin perjuicio de la condena de los errores modernos, que ya había sido hecha por los Sumos Pontífices, sobre todo a partir del beato Pío IX.
----------Pero, por otra parte, otra grave tarea que hoy sin duda se impone a la Iglesia es la de eliminar el nefasto fenómeno parasitario, que, cual planta maligna, desde el inmediato postconcilio y durante todo el desarrollo de la reforma conciliar hasta hoy, se ha adherido en torno al árbol del Concilio Vaticano II, succionando su savia y destruyendo sus frutos o impidiendo que fueran producidos.
----------Me refiero al arrogante y audaz retorno del modernismo, mucho peor que el de la época de san Pío X, el cual ha logrado fraudulentamente, forzando la mano de los Papas, presentarse como intérprete del Concilio, desafiando la interpretación auténtica, hecha por el Magisterio de la Iglesia hasta hoy.
----------Este desastroso fenómeno del neo-modernismo, que fascina a tantos, no sólo ha acentuado los defectos pastorales del Concilio, sino que también ha falsificado sus doctrinas, malinterpretando su sentido auténtico, impidiendo su influencia saludable y difundiendo en la Iglesia sus herejías.
----------El defecto fundamental de la pastoral del Concilio Vaticano II ha sido el de reaccionar de modo exagerado, cayendo en un buenismo demasiado indulgente y en un optimismo utópico, como reacción a la excesiva severidad pastoral y clausura doctrinal a la modernidad vigentes en la época post-tridentina. No cabe duda de la buena fe de muchos de nuestros contemporáneos, descarriados por errores, de los cuales no se dan cuenta, educados en un clima de ignorancia y de prejuicio.
----------Pero si bien hacía sólo quince años que Pío XII había señalado la presencia de graves errores en la teología católica, los Padres conciliares han tenido demasiada confianza en que esos errores hubieran sido ya superados, cuando en cambio esos mismos errores volvían a surgir, descaradamente presentados como conquistas del Concilio, como hicieron por ejemplo Rahner, Schillebeeckx y Küng.
----------Este tono pastoral demasiado conciliador del Concilio hacia la modernidad y en particular hacia los protestantes fue señalado con tono demasiado alarmado por mons. Lefebvre, quien, dejándose convencer de que el Concilio hubiera traicionado la Tradición (cosa teológicamente imposible), rechazó sus doctrinas. En cambio, sabias fueron las advertencias que vinieron de parte de teólogos de real valía, como Maritain, Fabro, Spiazzi, mons. Piolanti, el padre Perini, el cardenal Ottaviani, el cardenal Parente y el cardenal Siri, los cuales, sin embargo, no lograron hacerse escuchar en el fragor de los modernistas.
----------La tarea que se impone hoy es, por lo tanto, la de recuperar el odio por el error practicando el amor hacia el errante, mientras que el Concilio de Trento, en nombre del odio por el error, había sido demasiado severo con el errante. Es necesario que la corrección del error se verifique no tanto con el tono del juez que condena, sino con la premura propia del médico que brinda la cura o tratamiento.
----------Vale tener presente que un defecto pastoral que no nace del Concilio, sino de una falsa interpretación buenista y relativista de los textos conciliares, es la reducción de la evangelización al ecumenismo y al diálogo interreligioso. Es verdad que la promoción humana debe preceder a la evangelización. Ya los antiguos sabiamente decían a propósito de la educación en filosofía: primum ditari, deinde philosophari.
----------No se puede lanzar en la cara ex abrupto a los no-cristianos o incluso a los no-creyentes el anuncio del Evangelio o del Crucificado como se hace la publicidad de un dentífrico o de un detergente, sin haber preparado primero, quizás con años de trabajo, al oyente, o verificado que esté dispuesto para escuchar.
----------Sin embargo, es también cierto que tampoco se puede admitir el derecho a la libertad religiosa como apología del subjetivismo o del individualismo y no se puede practicar un diálogo ecuménico o interreligioso improntado por el relativismo o por el indiferentismo, que gira continuamente sobre sí mismo similar a una interminable charlatanería con un grupo de amigos sentados en el café.
  
Alternar la severidad con la misericordia es difícil incluso para los Papas
   
----------Todos los padres, los educadores, los maestros y los pastores, saben que en la obra educativa o formativa humana y cristiana es necesario saber dosificar sabiamente y prudentemente según las circunstancias, los tiempos, los lugares y las personas, a veces una labor promotora amorosa, paciente, gradual, tolerante, delicada y piadosa de persuasión y convencimiento, y a veces prohibiciones o intervenciones limitantes, represivas, punitivas, amonestadoras, amenazantes, expresión del odio contra el pecado, pero precisamente por esto, de amor al hijo, al educando, al discípulo, al fiel.
----------En la Iglesia, ¿quién tiene más que el Sumo Pontífice esta responsabilidad educativa y formativa de la fe y de las costumbres cristianas? Ciertamente Dios le concede al Papa un especialísimo don de discernimiento y de guía en el camino del Evangelio y hacia el reino de Dios, pero al mismo tiempo los Pontífices, incluso los más santos, son también ellos frágiles hijos de Adán y, si en la enseñanza del Evangelio son infalibles, no son sin embargo impecables en la conducta moral, en la guía pastoral y en el gobierno de la Iglesia.
----------¿Podríamos imaginar hoy un Papa como Lucio III que, en 1184, decidió hacer aplicar la tortura en los juicios por herejía? ¿Podríamos hoy imaginar a un Inocencio III, que, en 1215, ordena una cruzada para el exterminio de los Albigenses? ¿Podríamos hoy imaginar a un san Pío V regocijándose por la masacre de los Hugonotes o excomulgando a la Reina de Inglaterra?
----------Ciertamente, es necesario que el Papado actual recupere una cierta severidad. En tal sentido es necesario corregir el buenismo del Concilio Vaticano II, pero sin retornar a la severidad y a la clausura culturales del preconcilio. En efecto, de las conquistas del ecumenismo, del diálogo interreligioso y de la libertad religiosa, documentos pastorales, sí, pero fundados en la divina Revelación, no hay vuelta atrás.
   
Cómo sanar del odio
   
----------La curación del odio conlleva una profunda conversión de la voluntad desde la sujeción a Satanás a la obediencia a Dios. Se trata de un pasaje del estado de pecado mortal al estado de gracia. La acción humana, en efecto, se realiza siempre bajo la influencia o los estímulos de fuerzas superiores: o la gracia de Dios o las sugestiones del demonio. Todos son solicitados por la gracia; pero todos también son tentados por el demonio. Y no todos responden a las solicitudes de la gracia.
----------Por otra parte, cada uno de nosotros, al inicio del ejercicio de su razón y de su voluntad, en la infancia, consciente de poder dar una orientación a la propia vida e instintivamente necesitado de felicidad, puesto por Dios ante la prospectiva de elegir o por Él o contra Él, de hacer o la propia voluntad o la de Dios, o el camino del amor o el del odio, hace su elección de vida y frecuentemente la mantiene durante toda su vida; salvo sin embargo los casos de cambio de decisión, que suelen darse en la juventud, pero que pueden suceder en cualquier momento de la vida y sobre todo en la inminencia de la muerte, momento en el cual el sujeto, pensando seriamente en el más allá, es llevado a poner orden en sus cuentas con Dios.
----------Pero en los años juveniles, atraído por las seducciones del mundo y ensoberbecido por la conciencia de las propias fuerzas físicas e intelectuales, sucede fácilmente que el joven, educado en la fe, apostate de la fe; mientras que sucede que en los años de la vejez, constatando la propia fragilidad y las consecuencias negativas de la propia conducta pecaminosa, el pecador se arrepienta y retorne a Dios.
----------Por otra parte, cada uno de nosotros, en cuanto está dotado de libre albedrío, tiene siempre la posibilidad, al menos en línea de principio, en cualquier momento de la vida presente, de cambiar la elección de vida hecha, y de pasar del servicio de Dios a la sujeción al demonio, o viceversa. Una vez que el hombre ha hecho la propia elección de vida, se trate de la conquista de la fe o de la pérdida de la fe, del renacimiento bautismal en Cristo o de la apostasía de la fe, por lo general mantiene la elección hecha a menudo a lo largo de toda la vida, superando y rechazando todas las solicitaciones en contrario.
----------Precisamente, las deserciones de la vida religiosa y sacerdotal y la infidelidad conyugal, suelen ser un signo externo de este paso desde Dios a Satanás, a menos que se trate de tomar conciencia de haber cometido un error. Pero la diferencia entre los que han traicionado y los que se equivocaron se puede ver en su vida posterior: el traidor empeora su conducta moral, mientras que el que se había equivocado a menudo logra encontrar un mejor camino personal hacia el reino de Dios.
----------Otro presupuesto a tener presente en este problema de la curación del odio es que mientras el creyente permanece continuamente abierto a las solicitudes de la gracia, de su propia conciencia y del prójimo, cultivando diligentemente y a veces heroicamente el amor, en cambio el impío y el ateo, que ha rechazado a Cristo por amor al mundo y a sí mismo, también él suele permanecer indefinidamente en la elección hecha, con la diferencia de que mientras en su caso hablamos de obstinación en el pecado, y en el caso del justo hablamos de perseverancia en el cumplimiento de la justicia y de las buenas obras.
----------Mientras el impío está permanentemente fijado en el odio, sostenido por el demonio, el justo persevera en el amor sostenido por la gracia. Sobre la base de este hecho, queda claro lo esencial que es vencer al demonio, arrebatándole su presa. Y a tal  el fin el apóstol liberador deberá reforzar al máximo la vida de la gracia, porque en definitiva es el Espíritu Santo quien expulsa al espíritu impuro.
----------Además, una cosa importante a tener presente, objeto por otra parte de común experiencia, es que cada uno de nosotros cumple en la vida, sobre todo en la juventud o en la infancia, solicitado por la gracia o rebelde a la gracia, una opción fundamental ya sea por Dios o contra Dios, una elección de amor o de odio, poniendo en acto esa energía fundamental de nuestra voluntad, que es el amor. Si elegimos a Dios, amaremos todo aquello que proviene de Dios, todo lo que se concilia con Dios, todo lo que nos favorece o nos ayuda a amar a Dios, y odiaremos todo aquello que se opone a Dios o que nos aleja de Dios.
----------Si nos elegimos a nosotros mismos, si nos centramos en nuestro yo, si nos absolutizamos a nosotros mismos, entonces odiaremos todo lo que se opone a nuestra voluntad. Debiendo elegir entre nuestra voluntad y la voluntad de Dios, elegiremos la nuestra y odiaremos la voluntad divina. Amor sui usque ad contemptum Dei, amor Dei usque ad contemptum sui, como dice san Agustín de Hipona.
----------Por consiguiente, no hay más que dos caminos para liberarse del odio y sustraerse del dominio de Satanás y retornar a Dios: o es el mismo pecador, el cual, obedeciendo a las solicitaciones de la gracia, de la propia conciencia y del prójimo, considerando las consecuencias negativas de su propia conducta, se arrepiente y convierte su voluntad desde el odio hacia el amor, desde el amor de sí mismo hacia el amor de Dios. Paradigma de este comportamiento es la parábola del hijo pródigo.
----------O bien es el justo el que puede hacer mucho a fin de que el impío se convierta. Y aquí tenemos la parábola del buen samaritano. En la historia de los santos se dice comúnmente que el determinado santo "ha convertido al tal" con la palabra y con el ejemplo. Pero, para ser precisos, como suele señalar el papa Francisco, no es precisamente el justo el que convierte al impío, porque no es la voluntad del justo la que cambia la voluntad del impío, sino que este acto es de exclusiva facultad de la omnipotencia divina: es Dios que convierte el corazón del impío y mueve su voluntad desde el odio hacia el amor.
----------Indudablemente, sin embargo, Dios puede servirse del justo para solicitar al impío a convertirse y sacudirlo de su letargo, o para derribar los muros de Jericó. Por tanto, la conversión a Dios es conjuntamente obra de la gracia y del libre albedrío del hombre. Se puede decir que el impío es al mismo tiempo convertido por Dios y que se convierte a sí mismo a Dios.
----------Por tanto, a fin de cambiar el corazón del odiador desde el odio al amor, hay cosas que el justo puede hacer, y éstas, sin embargo, si son útiles, no siempre son necesarias. Y hay cosas que absolutamente el odiador debe hacer para salvarse: considerar la miseria en la cual se ha encontrado, recordar que todo bien le viene de Dios, arrepentirse del mal hecho, hacer penitencia y retornar a Dios.
----------Para sanar del odio, por consiguiente, es absolutamente necesario que tanto el justo como el impío actúen concertadamente sobre la misma raíz del problema, sobre el movimiento primario de la voluntad, con el cual el odiador ha orientado todo el camino de la propia vida. Y esta operación debe ser hecha con tanta mayor fuerza y ​​decisión, cuanto más se haya llegado a endurecer el corazón del impío, a lo largo del prolongado hábito de odiar, y cuanto más ha perdido su capacidad de ablandarse y de conmoverse.
----------Es necesario, por lo tanto, una operación de la más ardentísima caridad, a fin de que derrita el hielo y la dureza del corazón, calentándolo y ablandándolo, para que recupere su normal vitalidad y vuelva a mover, con una poderosa inyección de la Palabra de Dios, en la dirección del amor y de la contrición, una voluntad que estaba rígidamente bloqueada, paralizada y petrificada por el odio.
----------Es necesario convertir el movimiento del querer a este nivel radical, cambiar la orientación de fondo desde el odio a Dios hacia el amor por Dios. ¿Es posible inducir a nuestro prójimo a esta conversión de la voluntad, a este cambio en su dirección fundamental? En línea de principio es posible.
----------Sin embargo, como ya he dicho antes, la obra del apóstol liberador no puede llegar a causar el mismo cambio de voluntad en el odiador sino que puede y debe proponerle convertirse dándole pruebas de quererle bien, esforzándose por encontrar motivos y argumentos para convencerlo y persuadirlo a abandonar el odio para abrazar el amor, reconociendo y alabando siempre sus buenas cualidades, haciendo palanca apoyándose en esa luz que todavía permanece en el pecador, advirtiéndole de los peligros que amenazan su alma, soportándolo sin perder la esperanza y orando y ofreciendo sacrificios por él.
----------Se trata sustancialmente de la así llamada corrección fraterna, acerca de la cual Cristo mismo nos ha dado instrucciones detalladamente precisas: una acción delicada y difícil, al término de la cual, si el hermano nos escucha, podemos "ganar al hermano". Pero ella puede también no tener ningún éxito, por lo cual se debe incluso renunciar a tener relaciones con él, considerándolo como un "pagano o un publicano" (Mt 18,15-17). De todos modos, siempre sigue siendo para nosotros un hermano, aunque él no quiera ser nuestro hermano. Similar procedimiento Nuestro Señor lo ordena cuando manda a "sacudirnos el polvo de los pies" alejándonos de aquellos a quienes hemos anunciado el Evangelio, ofreciéndoles pruebas de credibilidad, los cuales, sin embargo, no han querido convertirse (Mt 10,14).
----------Todo esto quiere decir que el evangelizador y el apóstol liberador no pueden limitarse a una mera exposición de la doctrina, como si fueran simples maestros de escuela, los cuales, finalizado el horario escolar, se vuelven a casa y "si te he visto no me acuerdo". Por el contrario, el evangelizador y el apóstol es también un padre, un educador, un amigo, un médico, que sabe tratar caso por caso y ofrecer a cada uno el tratamiento adecuado y la medicina justa y adaptada para cada uno.
----------Esto no significa que la evangelización se reduzca a una mera relación existencial afectivo-atemática, sin un mensaje verbal o doctrinal, porque en tal caso la relación con el evangelizando corre el riesgo de caer en un sentimentalismo equívoco, que puede rayar en la más abyecta lujuria, como lamentablemente en estos últimos tiempos lo hemos visto en los numerosos casos de clérigos pedófilos, sodomitas y concubinarios.
----------El apóstol difunde el amor y cura del odio, conduce a Cristo y libera de Satanás, sí, ciertamente, con la Palabra de Dios, pero siempre acompañando la predicación con el ejemplo de una vida irreprensible, y una sincera caridad como imitación del ejemplo de Aquel que ha dicho y hecho: "nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por los propios amigos" (Jn 15,13).

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