jueves, 29 de septiembre de 2022

De asinis theologicis (1/2)

No puede haber acuerdo entre lo verdadero y lo falso, o entre lo bueno y lo malo. De hecho, se excluyen entre sí. Acuerdo y concordia pueden existir sólo entre este verdadero y aquel otro verdadero, entre este bien y aquel otro bien. Claro que, si los límites entre los verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo, no están claramente, firmemente y eternamente constituidos, sino que se pasa del uno al otro en virtud del devenir histórico, se entiende entonces fácilmente cómo para muchos hoy, el concebir un Dios inmutable o un Dios que cambia no ponga en juego la verdad, sino sólo la diversidad entre una mentalidad medieval y la teología moderna.

El modernismo historicista
   
----------En ocasión del reciente consistorio reunido por el papa Francisco, no fueron fueron pocos los artículos periodísticos que repitieron frase de Alberto Melloni: "Los cardenales debieron enfrentarse [...] con una tesis que llega al corazón del Concilio Vaticano II y que es un punto de inflexión para el futuro de la Iglesia. [...] Esta vez no hay escapatoria: se habla de magisterio y de 'salto adelante', como dijo el Papa Juan, que el Concilio quiso hacer e hizo [...] Servirá para entender si la Iglesia sabe que la vela del Vaticano II sigue siendo la que puede orientar a decisiones que no se pueden posponer y a un futuro Concilio que las enfrentará". Incluso Melloni ha hablado -sin ocultar su complacencia- de "giro anticonciliar del papa Francisco".
----------Los medios católicos han repetido en las recientes semanas éstas y otras frases del historiador italiano, haciéndolo a gusto o a disgusto, según fuera la identificación de tales medios con las dos corrientes que hoy laceran a la Iglesia desde su interior: los medios periodísticos modernistas citaron las frases de Melloni con inocultable placer, los medios pasadistas, con igualmente inocultable desagrado.
----------Alberto Melloni [n.1959] es el más conocido e importante historiador modernista contemporáneo. Es el continuador de la Escuela de Bologna de historia del cristianismo y de la Iglesia, línea fundada por Giuseppe Alberigo [1926-2007], cuyo enfoque hermenéutico no contempla la evolución homogénea del dogma (Francisco Marin-Sola, La evoluciόn homogenea del dogma catόlico, BAC, Madrid 1953), sino, conforme al historicismo de Wilhelm Dilthey [1833-1911], heredero de Hegel, para el cual no existe una verdad absoluta, eterna y supra-temporal e independiente de los acontecimientos de la historia, la verdad es relativa al mutar de los tiempos y de las circunstancias históricas o, como suele decirse, veritas filia temporis.
----------Para el historicismo, en efecto, no existe una realidad inmutable y universal meta-histórica o supra-histórica o metafísica, es decir, supra-temporal, sino que todo es historia, todo es devenir histórico, todo está en movimiento, todo debe ser continuamente modernizado y renovado, todo envejece, deviene, pasa y transcurre, para ser entonces sustituido por lo nuevo, que a su vez envejece y viene sustituido por otra novedad y así hasta el infinito, sin que jamás se pueda llegar a una verdad o a una quietud definitiva e insuperable. No existe nada que no cambie, tanto en la naturaleza como en el espíritu y por consiguiente también en las doctrinas, en el pensamiento y en la moral. Dios mismo cambia y deviene en el tiempo.
----------El historicismo admite un progreso histórico. Sin embargo, este progreso no está dado por una contínua mejora del conocimiento y de la práctica de valores absolutos, sino por el puro y simple cambio de los valores anteriores, los cuales se consideran superados no porque se tenga un mejor conocimiento de la verdad, sino por el simple hecho de que son anteriores y se han desgastado, sin importar que fueran verdaderos o falsos. A cada paso de la historia todo viene radicalmente cambiado y revolucionado.
----------Por lo tanto, el criterio para juzgar de lo verdadero y de lo falso no está dado por la referencia a ideales o a principios inmutables, sino por la verificación de si esos valores dados han agotado o no su función histórica y por lo tanto si siguen o no siendo de utilidad, por lo cual, habiendo envejecido, deben ser abandonados para no obstaculizar el progreso histórico y para dar espacio a valores siempre nuevos que, mirando al horizonte de la historia, pujan por entrar hoy y cumplir su función histórica.
----------Por lo tanto, en la visión historicista no existe nunca nada a conservar para siempre, porque todo, tarde o temprano, cumple su tiempo, se agota, y ya no sirve más. Conservarlo es como si, en lugar de tirar la basura, se la guardara en casa. O como si, ante la aparición de una cura médica más eficaz o de un mejor medio de comunicación, se obstinara en conservar lo que se hacía antes y se ha hecho siempre.
----------Como ya había entendido Gian Battista Vico [1668-1744], el fundador del historicismo, para el historicista no existe un verdadero absoluto que trascienda al hombre y que sea independiente del hombre, sino que lo verdadero es aquello que el hombre hace, lo verdadero son los hechos del hombre, por lo tanto los hechos de la historia, la obra del hombre: verum ipsum factum, en la implícita presuposición de que el hombre no pueda alcanzar una verdad absoluta y no pueda cumplir obras que superen el deterioro del tiempo. Lo verdadero, por lo tanto, es siempre y sólo lo concreto, el esto, el acontecimiento, el dato medible y verificable. En cambio, la pretensión de abstraer un universal inmutable y trascendente a partir de lo singular, es un perder los contactos con la realidad y un vagar por el mundo de las quimeras.
----------Se comprende a qué conduce una concepción semejante. Así como no existe una verdad universal, absoluta y eterna, los modernistas historicistas consideran que no existen verdades racionales y filosóficas absolutas y perennes y, en consecuencia, las enseñanzas de Cristo, los dogmas de la fe católica y los artículos del Credo no expresan conceptos siempre válidos, no valen para todos los hombres y todas las culturas, en todo tiempo y circunstancia, no marcan puntos firmes e irrenunciables, no son valores absolutos, por los cuales dar también la vida, sino que, si no son reinterpretados por ellos, se reducen a ser fórmulas mecánicas y rancias, esquemas rígidos y abstractos, letra muerta, expresiones superadas, palabras incomprensibles, frases hechas, clichés, aburridos estribillos que se repiten una y otra vez inútilmente.
----------Además, dado que para los historicistas la naturaleza humana y los valores morales no son universales e inmutables, sino que cambian con el evolucionar de los tiempos y en la variedad de los individuos; y dado que ellos admiten, sí, una vaga existencia de Dios, pero no un Dios creador del hombre y de la historia, que trasciende por eso mismo al hombre y a la historia, concluyen que la relación del hombre con Dios no se puede definir de una vez y para siempre en una verdad dogmática e inmutable, sino que está sujeta a la variedad, mutabilidad y relatividad de las interpretaciones, incluida la de la Iglesia o de las Iglesias.
----------Y dado que para ellos Dios, sí, ciertamente, se ha encarnado en la historia, pero como todo es historia, se sigue que la Encarnación del Verbo no es el hecho histórico de que la divina Persona del Verbo, permaneciendo inmutable, ha asumido una carne humana, sino que la Persona misma del Verbo, mutable también Ella, se ha mutado en esa carne. De ahí la sustitución que hacen de la expresión dogmática "Cristo Persona divina en dos naturalezas", por un no mejor definido "acontecimiento-Cristo" o "evento-Cristo".
----------Y dado que en cuanto creador y causa primera, Dios no puede no ser inmutable y trascendente al mundo, al tiempo y a la historia, viene por consecuencia la destrucción de la naturaleza humana y de los valores morales y la negación de la existencia de Dios o al menos del verdadero concepto de Dios.
   
El catolicismo modernista
   
----------Pero lo asombroso es la pretensión del modernismo, fundándose sobre esos principios, si es que de principios se pueda hablar o no más bien de delirios, de pretender interpretar el Evangelio, de interpretar el cristianismo y de interpretar la Iglesia, mejor de cuanto lo hacen el mismo Magisterio de la Iglesia y el dogma, y ​​por tanto la pretensión de poder vivir, enseñar, pontificar, parlotear, fabular, demoler, engañar e intrigar en lo interno de la Iglesia, como un verdadero cáncer dentro dentro de un organismo humano.
----------El capo reconocido de los modernistas, quienes naturalmente no se reconocen como tales, sino que se adornan del codiciado título de "progresistas", y como tales son reconocidos por muchos ingenuos, es Karl Rahner [1904-1984], como vengo demostrando en muchos artículos de este blog.
----------Ahora bien, Alberto Melloni, cuando salta temerariamente el cerco de su profesión de historiador, y se hace pasar por teólogo, no pierde ocasión de referirse a Rahner, un "gigante de la teología", como ha escrito en un artículo de hace poco más de un mes en el diario La Reppublica, sin vacilar un segundo en calificar de "asnos" a los "teologuchos" que ni siquieran llegan a entender a Rahner.
----------Lo cual me recuerda un artículo, también de Melloni, de hace dos años atrás, en el periódico Domani, columna Communio Ecclesiarum, del 5 de octubre de 2020, titulado "Así Francisco libera a la Iglesia de clichés", artículo que pretende ser un comentario a la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, donde entre otras cosas el historiador modernista, devenido por un momento teólogo, afirma: "Francisco muestra que el problema no es de formularidad o de artilugios pseudoteológicos, sino que es un problema topográfico: es necesario saber el lugar en el cual la vida de fe produce lecturas del Evangelio de la época".
----------En estas palabras se trasluce la concepción melloniana de la fe, de la autoridad del Papa y de la función de la Iglesia: el problema vivo de hoy según Melloni no es el de recordar que la interpretación del Evangelio compete supremamente al Papa con la clara exposición de las fórmulas dogmáticas, porque esto sería un devenir esclavos de "clichés", "frases hechas", de las cuales en cambio nos libera el Papa.
----------Exigir eso sería un perder tiempo en la "formularidad y en los artilugios de una pseudo-teología", como por ejemplo la de ciertos teólogos doctísimos y fidelísimos al Magisterio, a los cuales algunas veces Melloni ha llamado hace años "teologuchos" en sus artículos del diario Corriere della Sera, e insultados por él cuando estos "teologuchos" en el 2016 no hicieron más que repetir la enseñanza de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, al referirse a los sismos en Italia como eventual prueba o castigo de Dios.
----------En cambio, la teología y la interpretación del Evangelio, según el gran "teólogo" Melloni, no surgen de la interpretación dogmática que el Romano Pontífice da del Evangelio, sino que nacen de la... ¡geografía!, es decir, de los diferentes lugares en los cuales emergen las opiniones de las individuales Iglesias locales, se trate de Iglesicas católicas, protestantes u ortodoxas. De hecho, para Melloni, que en el fondo es un nominalista de la más rancia raigambre inglesa, no existe la Iglesia, sino que existen sólo las Iglesias.
----------El nominalista no llega a abstraer lo universal, lo unum in multis, de lo singular concreto y a considerarlo por sí mismo. Por lo tanto para él, la unidad no es un uno abstraido de los muchos, sino que es solo la unión de los muchos. Se sigue que para él es imposible la existencia de una sola verdad una y única para todos. Sino que la verdad es un conjunto de verdades diferentes, cada una perteneciente a cada uno de los individuos del conjunto. Por eso al nominalista, que luego se traduce en el historicista, le repugna hablar de una sola fe, una para todos, sino que existen muchas "fes", la una diferente de la otra. Por eso le repugna hablar de fe verdadera y de fe falsa, de verdad y de herejía. Le parece un modo de pensar y de juzgar contrario al ecumenismo.
   
El ecumenismo de Alberto Melloni
   
----------Melloni pasa por ser y se considera él mismo un gran experto en el ecumenismo, sobre todo con los Ortodoxos orientales, probablemente heredero del enfoque espiritual del padre Giuseppe Dossetti [1913-1996], admirador de la espiritualidad oriental, fundador de una Familia monástica y monje él mismo, además de cofundador junto con el cardenal Giacomo Lercaro [1891-1976] del prestigioso Centro de Documentación para las Ciencias Religiosas de Bologna, del cual Melloni proviene.
----------Sin embargo, Melloni no sigue exactamente lo que el Concilio Vaticano II enseña sobre el ecumenismo, por lo cual, en el ámbito ecuménico, el "ecumenólogo" italiano no ha dejado de meter la pata, como cuando, al inicio de este pontificado, entusiasta del ecumenismo del papa Francisco, yendo Melloni más allá de lo razonable, afirmó que después de 1000 años Francisco había hecho las paces entre la Iglesia Romana y la de Constantinopla, por lo cual se lanzó a vaticinar que dentro de unos meses el papa Francisco, en un histórico encuentro con el Patriarca de Constantinopla, habría de renunciar al Primado de Obispo de Roma y habría declarado solemnemente su paridad de Hermandad cristiana con el Patriarca. Naturalmente que no ocurrió nada de esto. Pero desconozco si Melloni ha aprendido algo de aquella desventura.
----------Dado su enfoque gnoseológico nominalista, mucho me temo que Melloni, del documento conciliar sobre el ecumenismo, vale decir, el decreto Unitatis redintegratio, haya acogido sólo la parte inicial (n.2), en la cual se destacan los elementos de diversidad y de verdad contenidos en las convicciones de los hermanos separados, pero haya ignorado o rechazado el discurso conclusivo (n.3), en el cual el Concilio dice claramente que el diálogo ecuménico debe esforzarse por conducir a los hermanos separados, liberados de los "impedimentos" y de las "carencias", que todavía hacen de obstáculo, a la "plena incorporación con la católica Iglesia de Cristo, la cual es la única que contiene toda la plenitud de los medios de la salvación".
----------Hago la observación de que un diverso que deviene falso con respecto a lo verdadero o malo con respecto a lo bueno, ya no es un diverso unificante y fautor de paz, sino que es un diverso hostil, conflictivo, divisivo y destructivo. El verdadero pluralismo de la concordia y de la paz se da sólo dentro de lo verdadero y de lo bueno. El creer que también lo falso y lo malo contribuyan a promover el pluralismo y la diversidad, conduce en realidad al agravamiento de la conflictualidad y al final hace el diálogo imposible.
----------El decreto Unitatis redintegratio, por el contrario, nos hace comprender muy bien que el ecumenismo no se agota en el respeto por la diversidad, en el reconocimiento y en la puesta en común de valores comunes, sino que requiere una obra tendiente a eliminar los impedimentos y colmar las carencias. Es necesario, entonces, que aquellas comunidades que en el pasado se han separado de esa plenitud que se encuentra solamente en la Iglesia católica, provocando con ello mismo la pérdida de algunos valores, recuperen esos valores volviento a orientarse hacia esa plena comunión con la Iglesia católica, la cual garantiza precisamente la posesión de esos valores, de los cuales se han privado precisamente con la separación.
----------Agreguemos que lo diverso como tal es un valor, es una riqueza que debe ser respetada. No se trata, por tanto, entre los diversos, de establecer un único modelo para obligar a todos los otros a conformarse a aquél, como si, por ejemplo, se escogieran los dominicos y se obligaran, por caso, a los franciscanos y a los jesuitas a conformarse a los dominicos. Es sólo la presencia de lo falso y de lo malo lo que suscita conflictos y divisiones. Por tanto, para crear paz y concordia, es necesario eliminar lo falso y lo malo, pero no lo diverso, que en cambio, como principio de reciprocidad, es fuente de unión y de amor recíproco entre los diversos.
----------Ahora bien, es diferente el caso de las relaciones de los católicos con los protestantes y con los ortodoxos orientales. Aquí no existe la innocua oposición entre diverso y diverso, sino entre verdadero y falso. No debemos confundir ambos conceptos, porque el confundir lo diverso con lo falso supone y genera una pluralidad desunida, desordenada, conflictiva, que para encontrar paz y unidad, debe ser liberada de los factores de división, para crear la pluralidad pacífica y concorde. ¿Y cómo? Lo dice el decreto Unitatis redintegratio: es necesario que las comunidades separadas eliminen carencias e impedimentos y converjan hacia la plena comunión con la Iglesia católica, que posee la plenitud de la verdad.
----------Por lo tanto, una cosa es entre los cristianos la diversidad concorde y otra cosa es la diversidad discorde. El ecumenismo respeta la primera e intenta quitar la segunda. Diversidad concorde es, por ejemplo, la diversidad entre dominicos, franciscanos y jesuitas. Esta es una sinfonía. Diversidad discorde en cambio es por ejemplo esa entre católicos, anglicanos, ortodoxos y protestantes. Esta es una cacofonía.
----------Es necesario, por lo tanto, según el decreto Unitatis redintegratio, que las comunidades frenadas por carencias e impedimentos acerca de la plenitud de los medios de la salvación, converjan allí donde encuentran la plenitud de estos medios, es decir, converjan en la Iglesia católica. Naturalmente el discurso del Concilio se refiere a las comunidades; no afecta a los singulares individuos, porque nada impide que un protestante o un ortodoxo fervoroso sea más agradable a los ojos de Dios que un católico sin fervor.
----------En cambio, es indudable que Alberto Melloni confunde el pluralismo con la discordia, lo falso con lo diverso. En tal modo Melloni deja subsistir la discordia confundiéndola con pluralismo y deja subsistir lo falso confundiéndolo con lo diverso. ¿De qué depende este error de Melloni? Del hecho de que no se da cuenta de que no puede haber acuerdo entre lo verdadero y lo falso, o entre lo bueno y lo malo y que, de hecho, se excluyen entre sí. Acuerdo y concordia pueden existir sólo entre este y aquel otro verdadero, entre este y aquel otro bien. Ahora bien, si los límites entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo, no están claramente, firmemente y eternamente constituidos, sino que se pasa del uno al otro en virtud del devenir histórico, se entiende entonces fácilmente cómo, para Alberto Melloni y los historicistas y relativistas que piensan como él, el concebir un Dios inmutable o un Dios que cambia no ponga en juego la verdad, sino sólo la diversidad entre una, según ellos, obsoleta mentalidad medieval y la teología moderna.

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