La reciente Jornada de Oración por los fallecidos a causa del Covid-19, en Argentina, ha sido otra de las grandes ocasiones perdidas a causa del buenismo. Por cierto, un buenismo creo que no del todo consciente, de nuestros pastores, obispos y sacerdotes, pues no veo que exista en ellos (y he revisado muchas homilías) un pensamiento lógico y coherente. Creo que si alcanzaran a ver lo ilógico y la incoherencia de lo que han predicado acerca de la actitud cristiana ante el sufrimiento y la muerte, honestamente no hubieran predicado lo que predicaron.
"Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo,
que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,
que prediques la palabra; que insistas a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina,
sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus propias concupiscencias,
y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Tim 4,1-4).
Obispos probablemente no conscientes de su buenismo
----------La fe católica está simbolizada en el Credo, con el que confesamos que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo y se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado, y padeció en lugar nuestro el castigo que merecemos por nuestros pecados. Excelente ocasión para recordar estas verdades de nuestra fe era la reciente Jornada de Oración, en la que reflexionamos y rezamos por todos los fallecidos por la gripe del covid-19.
----------El papa san Paulo VI, en 1968, cuando ya para él estaba claro que las potencias demoníacas habían concertado mortal combate contra la Iglesia, confesaba en el Credo del Pueblo de Dios: "...Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa... Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera... sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno. Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia...".
----------Sugiero a los lectores que se sientan quizás inclinados a pensar que este artículo está guiado por impresiones demasiado subjetivas de mi parte, a que repasen las homilías de los Obispos argentinos el pasado 23 de julio, durante la Jornada de Oración por los fallecidos a causa del Covid-19, a la que invitó la Conferencia Episcopal Argentina. Unas cuantas homilías pueden todavía encontrarse fácilmente en las redes telemáticas. Y una vez que las encuentren, apliquen el motor de búsqueda en el texto, y rastreen términos como, no digo ya "castigo", "condenación" o "infierno", lo cual sería demasiado pedir, sino al menos términos tan fundamentales para comprender la esperanza cristiana en el más allá, como: "pecado", "perdón", "gracia", "juicio", y términos relacionados. Y ya que de la pandemia se trata, intenten los lectores encontrar al menos el término "prueba", utilizado por el Santo Padre durante la pasada Semana Santa.
----------Por caso, en la Misa celebrada en la Basílica Nuestra Señora de Luján, curiosamente vacía de fieles, pero adornada con miles de velitas encendidas en el piso, a modo de símbolo de los fallecidos, mons. Jorge Scheinig comenzó la homilía diciendo que "frente al misterio de la muerte... sólo Dios puede revelarnos el sentido de lo que nos pasa y por qué nos pasa". En efecto, el Obispo tiene razón, porque sólo la Revelación cristiana ha dado la respuesta a ese interrogante, respuesta que por las solas fuerzas de su razón natural el hombre no alcanza a encontrar. Pero el caso es que Dios ha dado esa respuesta muchas veces, y siempre de clarísima manera. Para decirlo en una sola frase, por otra parte bien conocida, del apóstol san Pablo, la respuesta está en que "por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron" (Rom 5,12). De modo que el por qué de la muerte y de todo el sufrimiento de esta vida y de la futura (mal de pena) se explica por el pecado (mal de culpa), o sea, por aquel pecado de nuestros primeros progenitores y por nuestros pecados personales.
----------La referencia al pecado es esencial. ¿Cómo puedo explicar la muerte sin recurrir al pecado? ¿Cómo puede el cristiano explicar la muerte y el sufrimiento, sin tener que explicar que Adán ha pecado y que nosotros pecamos? No hay otro modo, sino el de aquella frase de san Pablo, que es una verdad clarísima en la Sagrada Escritura: el mal de pena (es decir, el mal físico, el sufrimiento y la muerte) es consecuencia punitiva (castigo) del mal de culpa (es decir, el mal moral, el pecado). Lo que el Obispo se preguntaba, el "por qué nos pasa" la muerte, tiene en la Palabra de Dios su respuesta: nos pasa como castigo del pecado. Sin embargo, esa pregunta que el mismo Obispo planteó, tuvo el silencio del Obispo como única respuesta.
----------¿Por qué razón o motivo había invitado el Episcopado Argentino a organizar esa Jornada Nacional de Oración por los muertos a causa de la gripe covid-19? Lo dice el Obispo enseguida: "para eso estamos aquí, para interceder, para rezar con fuerza por aquellos que partieron". Precisamente, para rezar por los fallecidos por la pandemia. ¿Pero rezar para qué? ¿Por qué rezar por ellos sino precisamente para que Dios perdone sus pecados y lleve sus almas a la beatitud eterna? ¿Por qué otra cosa se iba a rezar por ellos, sino para que pueda acortarse el tiempo de su purificación y alcancen la visión de Dios? Sin embargo, nada de esto se dice, como si hubiera un tácito pacto de silencio acerca de la palabra "pecado". Aclarémoslo de entrada: no es que mons. Scheinig nunca hable de pecado. Habla, sí, pero no precisamente en este tipo de contexto.
----------Sin embargo, aquellas preguntas tan fundamentales, que el mismo Obispo planteó, no pueden quedar sin respuesta, y el caso es que el prelado intenta dar esa respuesta, pero ofrece sólo generalidades, vaguedades, que no alcanzan a explicar nada: "Es fundamental ir a Jesús, escucharlo, contemplarlo, seguirlo. Él tiene la llave que abre la puerta de la muerte. Él ha sido el primero en pasarla y detrás de Él, vamos todos nosotros". En realidad, el primero en pasar por esa "puerta" ha sido al parecer Abel, el primero en padecer la muerte, una de las consecuencias del pecado de su padre, Adán, y del pecado de su hermano, Caín.
----------Es cierto que Nuestro Señor Jesucristo, al pasar por esa misma muerte por la que pasan todos los hombres desde Abel, ha transformado la muerte, la ha convertido, como dice el Obispo, en puerta hacia la vida, ha convertido el sufrimiento y la muerte en medios de redención, en medios de liberación del sufrimiento y de la muerte. El mal se ha transformado en bien. Pero el Obispo no dice por qué ha sucedido eso. Sin embargo, lo sabemos: Cristo ha transformado el sufrimiento y la muerte porque Él, el Inocente, ha cargado con el sufrimiento y la muerte, castigo del pecado, y los ha llevado a la cruz. Y a partir de Cristo, es el sufrimiento aceptado en Cristo el que vence al sufrimiento, es la muerte aceptada en Cristo la que vence a la muerte.
----------El Obispo luego habla, por supuesto, de la Pasión y Muerte de Jesús, pero, ¿en qué sentido? ¿A modo solamente de ejemplo? Y en todo caso, ¿Jesucristo paciente es ejemplo para el cristiano en qué sentido? Como hemos dicho, la única respuesta cristiana válida a las preguntas iniciales es que Jesús, el Inocente, el único que no había cometido pecado, asumió el sufrimiento y la muerte que son nuestro castigo, no suyo, lo cargó sobre sí en nuestro lugar, y los llevó a la cruz en sacrificio expiativo, que por eso mismo es sacrificio redentor, liberador; convirtiendo de ese modo el mal del sufrimiento y la muerte en un bien que el cristiano puede también convertir, asumiendo el mal del sufrimiento y de su propia muerte, también como sacrificio, co-redentor. Sin embargo, es claro que esto significaría decir que el cristiano puede entonces ver el sufrimiento, ver esta misma pandemia, y la muerte que ocasiona, también como un bien que la Misericordia divina nos regala, para hacer penitencia, para asumirlos en Cristo, como camino de redención. ¿Pero cuáles de nuestros Obispos y sacerdotes hoy recuerdan estas verdades salvíficas fundamentales de nuestra fe?
----------Es curioso que el propio Obispo introduce, ya promediando su homilía, el modo de proclamar estas verdades cuando expresa: "Queridos hermanos... todos nosotros estamos atravesados por el dolor y se hace imprescindible darle un sentido a lo que estamos viviendo y ayudarnos unos a otros a saber cargar esta pesada cruz...". Pero otra vez el silencio. ¿Qué es lo que le detiene para dar la respuesta que su rebaño está esperando? En lugar de eso, otra vez las vaguedades: "Estoy seguro que en esta Palabra que proclamamos hay un valioso mensaje para poder enfrentar el momento presente y por eso, quisiera poder trasmitirles tan siquiera un poco, de esa fuerza transformadora que tiene la muerte del Señor sobre toda muerte. Sí, su muerte y resurrección transforman todo, porque Jesús es una Luz inagotable y una Fuente eterna en la que podemos encontrar un sentido nuevo tanto de la vida, como de la muerte". Pues bien, señor Obispo, ¿cuál es ese sentido? ¿Por qué no lo ha dicho? ¿Qué le impide proclamar la verdad del Evangelio?
----------En lugar de proclamar la verdad salfívica central de nuestra fe, la homilia finalizó con el habitual fervorín que tantas veces solemos escuchar en las misas de difuntos o en las exequias de la actualidad, en las que en lugar de rezar intensa y largamente para que Dios tenga misericordia de nuestros difuntos, perdone sus pecados, los purifique pronto para hacerlos dignos de la bienaventuranza eterna, en vez de interceder por ellos, se prefiere lanzar frases que sólo buscan el consuelo sentimental de los familiares: "confiamos que viven en Dios, que descansan en paz, que llegaron a la plenitud soñada y buscada...", frases que pueden estar motivadas por las mejores intenciones, pero que no son más que mera humana expresión de deseos.
----------¿Por qué hablamos de "buenismo" para calificar esta forma de predicación? Trataré de explicarlo con lo que comenzaré a exponer a continuación, y en las próximas notas de esta serie.
Los presupuestos del buenismo
----------Está muy difundida hoy una cierta concepción y práctica de la misericordia y de la caridad, ligada a una cierta concepción de Dios y de la moral por la que todos son buenos. Dios es bueno, los hombres son buenos, yo soy bueno, la naturaleza es buena. El demonio no existe. El infierno está vacío.
----------Esto es lo que se ha convenido en llamar "buenismo". También se le ha llamado "misericordismo", porque el buenismo ve la bondad solamente en la misericordia, olvidando que también hay otras formas de bondad, como la benevolencia, el amor conyugal y familiar, la magnanimidad, la generosidad, la glorificación, la justicia, las penas jurídicas, la amistad, la corrección, la educación.
----------Ejemplo notable de esta reducción del amor evangélico a la sola misericordia es el texto del cardenal Walter Kasper, La misericordia: Clave del Evangelio y de la vida cristiana (Sal terrae 2012). No, esta reducción del amor evangélico a la misericordia no es católica, sino luterana. Cristo dice que el primer mandamiento no es la misericordia, que se refiere solo al amor al prójimo, sino que es la caridad divina.
----------Sin embargo, ante estas ideas muchas personas buenas y honestas sienten cierta desazón o desagrado, cierto malestar o incomodidad; por una parte experimentan una cierta atracción, pero también sienten que algo no va, que algo anda mal. Perciben un énfasis excesivo en la misericordia y una negligencia en el satisfacer a las exigencias y a los deberes de la justicia. Observan que son los deshonestos los que precisamente se encuentran cómodos en este clima de buenismo, haciendo por otra parte la figura de "misericordiosos". De hecho, sin embargo, lo que nos salta a los ojos con toda evidencia, si no queremos quedarnos ciegos y buscar vanas excusas, es la existencia del mal, del pecado y del sufrimiento.
----------Ahora bien, si Dios es misericordioso, ¿cómo es que permite el mal? Si todos somos buenos, ¿de dónde vienen los conflictos sociales? El hecho es que existe la maldad humana, yo me reconozco pecador, Dios permite el sufrimiento y el pecado, la naturaleza nos es hostil. Sí, ciertamente, hay muchas cosas buenas. ¿Pero no es evidente también la existencia del mal en muchas formas? Entonces, ¿puede haber un remedio o esas cosas que advertimos que son males son también bondad? ¿O ya no sabemos distinguir el bien del mal? ¿Está todo bien? ¿Todo es bueno? Sí, es cierto, estas son cuestiones o hipótesis radicales, que no todos de hecho plantean. Sin embargo, no es difícil notar un cierto buenismo sociológico, más fácil de criticar. Comencemos por aquí, entonces, y para aquellos que quieran llegar al fondo de las cosas, intentemos luego aclarar las causas profundas del buenismo y el modo de poderlas eliminar.
----------Comencemos entonces por decir que el buenismo es, según nuestra inmediata experiencia social, un comportamiento pastoral, moral o político de lo politically correct, escurridizo, evasivo y untuoso, doble y astuto, hipócrita y pérfido, aparentemente dulce y generoso pero íntimamente egoísta y cruel, comportamiento por el cual, a fin de mantenerse a flote y apañársela en todas las situaciones, siguiendo el modelo de un Taillerand o de un Maquiavelo, se finge creer que todos son buenos y se quieren bien y que todos son excusables, hagan lo que hagan, se aparenta sostener un diálogo universal y el total rechazo al uso de la fuerza, se apunta al éxito a cualquier precio, se evita oponerse a nadie, porque todos tienen razón, y sobre todo se evita en la medida de lo posible, gracias a un formidable camaleonismo, tirarse encima oposiciones o reproches de nadie, honesto o deshonesto, católico o hereje, santo o pecador, sin chocar jamás con quien está en el poder o con la cultura dominante, no importa si difunden el bien o el mal, si son impostores o veraces, liberales o no liberales, oscurantistas o iluministas, dictadores o democráticos.
----------Pero el buenismo tiene una orientación mucho más profunda que el mero nivel sociológico, que es esta visión pacifista, indolente y oportunista de la conducta humana, muy visible en la actualidad. El buenismo tiene en lo profundo raíces metafísicas y teológicas y una tradición antiquísima, porque siempre ha fascinado a personas falsas, narcisistas, ambiciosas y sedientas de autoafirmación, de éxito y de poder en todos los campos, desde la política a la cultura, desde la filosofía a la teología e incluso la religión.
----------Ahora bien, hay que decir que el buenismo supone un concepto de la bondad humana fundado en un concepto de la bondad divina, que no se corresponde en absoluto a la verdad. El buenismo supone una visión metafísica y, por consecuencia, una visión teológica, en la cual tenemos una concepción errónea tanto del bien como del mal y por consecuencia una concepción errónea de la relación de Dios con el mal. Para el buenismo el bien no vence al mal, mientras que el mal es necesario al bien.
----------¿Y esto por qué motivo? Porque en el origen de la existencia y por tanto en el origen de los valores morales, el yo no pone a Dios o finge poner a Dios, sino que en realidad se pone a sí mismo. Esto resulta claramente, por ejemplo, de la filosofía de Fichte o de Nietzsche o de Husserl o de Heidegger, que en sus sistemas han llevado a sus extremas consecuencias el cogito cartesiano.
----------Dios es ciertamente concebido por el buenista como bueno. Pero no llega a concebir cómo el sufrimiento puede ser bueno y utilizado por Dios para un bien mayor. El buenista ve el sufrimiento siempre y únicamente como malo. Y a la inversa, el pecado no es visto como querer el mal, sino solo como padecer un mal, como sufrimiento (vale decir, como mal de pena). El buenista admite que los hombres hacen el mal, pero solo de forma involuntaria. Todos quieren el bien y no quieren el mal, comenzando por Dios. No quiere ni el mal de culpa (que es el pecado), ni el mal de pena (que es el sufrimiento). Si hay un pecado, si hay una culpa, ello es querer o amar el sufrimiento. Pero un verdadero mal de culpa no existe.
----------Por otra parte, el buenista considera al mal como absolutamente inexplicable. El mal existe, también el mal de pena (es decir, el sufrimiento), pero existe independientemente de Dios. Dios no lo quiere porque Dios es bueno. Pero ni siquiera Dios lo puede quitar porque no tiene el dominio sobre el mal. Tampoco el sufrimiento depende de Él. Dios lo combate pero no puede vencerlo. De modo que en este punto se plantea el problema: ¿pero dónde tiene su raíz el mal? ¿La tiene en Dios o la tiene fuera de Dios? Si ponemos el mal en Dios, tenemos un Dios autor del bien y del mal, como el Dios de Böhme o el Dios de la doble predestinación, como el de Godescalco de Orbais [808-867] y el de Calvino. Si ponemos el mal fuera de Dios, entonces tenemos el maniqueísmo: un Dios malo opuesto al Dios bueno.
----------El buenismo tiene orígenes iluministas y masónicos. Después de las terribles guerras de religión entre católicos y protestantes desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, había surgido en toda Europa una crisis de desaliento, de descorazonamiento, de desánimo y de escepticismo. Y se planteó la gran pregunta: ¿quién tenía razón? ¿Los católicos o los protestantes? Lamentablemente no hubo en esa época un diálogo entre los teólogos y filósofos de una y de otra parte.
----------Las dos culturas prosiguieron cada una por su cuenta, enfadadas y resentidas, polemizando la una contra la otra e ignorándose mutuamente, con daño para entrambas. Hubo quien intentó iniciar un diálogo ecuménico, como el luterano Leibniz, pero fue en vano, porque él tenía un enfoque utópico y demasiado racionalista.
----------Descartes se dio cuenta del generalizado escepticismo de su época, e intentó remediarlo apelando a la razón, y la idea era buena. Salvo que, sin embargo, concibió la razón no como valor objetivo y universal, basado en la experiencia, como lo era en la tradición de la Iglesia, sino en su propio yo autoconsciente, lo que generó subjetivismo, el cual precisamente se verificó con el nacimiento del idealismo, donde la preocupación del filósofo no es una verdad universal que pudiera mancomunar y pacificar los espíritus, sino que es la libertad y la novedad de la propia iniciativa subjetiva, lo cual, a la inversa de lo pretendido, suscitó los contrastes y las polémicas.
----------En este clima inquieto, en el cual Descartes no había logrado en absoluto inspirar principios de bondad y fraternidad humana en la adhesión a los valores universales de la razón, habría habido una gran chance para los filósofos y teólogos tomistas, siendo Tomás un gran doctor humanitatis, que era el indicado para el caso. Pero lamentablemente ellos fueron incapaces de escuchar el grito de auxilio que llegaba desde una Europa lacerada en una crisis de certeza y deseosa de fraternidad. En lugar de limitarse a comentar las obras del Aquinate, por lo demás en modo excelente, también hubieran hecho bien en resaltar los valores humanos y morales universales de su doctrina, como por ejemplo lo hizo Francisco de Vitoria a finales del siglo XVI.
----------En este punto, entonces, surge en Inglaterra, a principios del siglo XVIII, una asociación humanitaria, que se proponía como objetivo la promoción de la hermandad humana sobre base racional, en la colaboración entre los fieles de las diferentes confesiones religiosas, siempre que fueran de carácter monoteísta. Era la masonería, que estaba animada por una confianza absoluta y, por lo tanto, exagerada en las fuerzas de la razón y de la voluntad en la edificación de una sociedad humana justa y fraterna, fundada en la libertad de la persona y en la observancia por parte de todos de los deberes morales universales del hombre, pero en el rechazo de una ética basada en una revelación divina, como pretende ser y concebirse la ética cristiana.
----------Por este motivo, la masonería siempre tuvo la oposición de los Sumos Pontífices desde las primeras décadas del siglo XVIII, hasta las renovadas condenas de la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo san Juan Pablo II, del 17 de febrero de 1981 y del 26 de noviembre de 1983. Lo cual, sin embargo, no quita que prescindiendo del rechazo de lo sobrenatural, sea posible rastrear puntos de contacto entre el humanismo masónico y el humanismo cristiano en el nivel de la razón natural y de los derechos del hombre.
----------La famosa tríada "liberté-égalité-fraternité" de la Revolución Francesa es de origen masónico. No es difícil ver en la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco una referencia a esta tríada, cuyo origen, por lo demás, los cristianos pueden muy bien reivindicar para sí mismos.
----------Existe también, sin embargo, una profunda diferencia entre la tríada masónica y la evangélica, ya que en la primera la libertad del yo, siguiendo las huellas de Descartes, puede tomar dominio sobre la fraternidad y la igualdad y destruirlas, llevando al individualismo, al gnosticismo y al panteísmo, mientras que en el cristianismo la libertad, fundada en una relación personal con Dios, autor de la ley moral, se sitúa siempre en el horizonte de la fraternidad, del bien común y de la justicia.
----------Una figura histórica importante para el nacimiento del buenismo es el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (puede consultarse el conocido libro de Jacques Maritain, Tres Reformadores), teórico de la bondad natural del hombre, la cual se vería empañada por la vida social. Rousseau reconoce el derecho del pueblo al autogobierno, pero considera que el pueblo no debe obedecer una ley moral establecida por Dios, sino que tiene el derecho-deber de "obedecer a sí mismo" según un libre "pacto social", que refleje la "voluntad general". Este también es un enfoque que, por una parte, pone demasiada confianza en la bondad del hombre y, por otra, lleva al hombre a confiar en sí mismo y en una falsa libertad, que emancipándolo de Dios, lo conduce en realidad a convertirse en esclavo de sí mismo.
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