lunes, 25 de enero de 2021

Modernismo en el poder, difamación y crítica teológica

Como bien sabemos, y hemos recordado varias veces, uno de los males del período postconciliar, denunciado muchas veces por estudiosos atentos a los asuntos de la Iglesia, es la debilidad de las autoridades para corregir los errores doctrinales, hoy muy extendidos precisamente a causa de este desistimiento de la autoridad eclesial, de acuerdo con el simpático lema popular "cuando el gato duerme los ratones bailan".

----------Pero lo realmente grave es que en estos últimos años se ha producido una escalada en esta actitud de incumplimiento de su deber por parte de las autoridades: no solo hoy la autoridad se muestra tolerante de la libre propagación de las herejías, privadas de vigilancia, temerosa e inoperante, sino incluso aquí y allá, asustada por el ruido de los modernistas que a menudo han alcanzado posiciones de poder, y cede a un vergonzoso respeto humano que la lleva no solo a ignorar a los pocos que todavía intentan corregir los errores y difundir y defender la sana doctrina católica, sino incluso a censurarlos o perseguirlos en nombre de vanos pretextos, que son pretextos privados de todo fundamento jurídico y de buen sentido pastoral.
----------Es un poco como si el médico jefe de un hospital, atemorizado por la presión de los médicos envidiosos hacia un colega celoso y activo, le prohibiera a éste tratar a los enfermos y dejara a los otros ir tranquilamente adelante con su corrupción en daño a los enfermos. Este ejemplo me hace recordar otro, del que puedo dar veraz testimonio. Una década atrás, un joven a quien yo mucho conocía y asistía espiritualmente, había logrado ingresar, mientras continuaba con sus estudios universitarios, como empleado público en una de las oficinas del registro civil en la ciudad de Buenos Aires, cumpliendo tareas referidas a los trámites de ciudadanos para obtener sus documentos de identidad. Celoso de sus deberes y responsable de su tiempo, se esforzaba todo lo que él podía para que su trabajo rindiera al máximo, llevado además por un claro sentido de caridad hacia la gente común y corriente, muchas veces agobiada por esas largas esperas burocráticas a las que los ciudadanos de este bendito país se ven sometidos cuando piden algo a las oficinas públicas.
----------Pues bien, el caso es que a las pocas semanas de su nuevo trabajo, este joven generoso fue llamado a la orden por su supervisor, simplemente porque su trabajo rendía notoriamente mucho más que el de todos sus numerosos colegas de oficina, que no hacían otra cosa que perder el tiempo charlando, tomando café o navegando a hurtadillas por internet, en lugar de cumplir con su trabajo. Por cierto, no se equivocaría quien afirme que en ciertas oficinas del Estado sólo sería necesaria una tercera parte (y acaso sea todavía demasiado) de la actual planta de empleados públicos, si estos cumplieran bien su trabajo.
----------Pues bien, si la comparación pudiera valer, obviamente salvando las distancias, de modo similar a aquellos empleados indolentes que acusaron al honesto en el ejemplo que acabo de dar, hoy en la Iglesia, los modernistas, habiendo alcanzado posiciones de poder, se han convertido en esclavos de una arrogancia y de una consecuente ceguera que les lleva a ignorar las críticas que les dirigen teólogos honestos y fieles a la sana doctrina, al Magisterio y al Papa en cuanto Papa. Y de hecho, reaccionan a estas críticas, acusando fácilmente al católico fiel de "difamación", mostrando con eso mismo abusar de las palabras e ignorar las prescripciones del derecho, de la justicia y de la verdad. Pero a ellos les importa poco, porque se sienten fuertes y piensan poder vencer no con la lealtad y la fuerza del derecho, sino con la prepotencia y la violencia.
----------Los modernistas, encumbrados en altas posiciones de poder, tanto en ámbitos de gobierno, como en ámbitos académicos y educativos o en sectores del poder de prensa, hábilmente enturbian las aguas llamando "difamación" a lo que puede ser una aguda y oportuna crítica teológica, la cual, por así decir, "descubre sus altares" y denuncia sus estafas. Esto obviamente les da un inmenso fastidio, pero como, naturalmente, estando en el lado equivocado, no tienen válidos argumentos para defenderse, cuando no se encierran en un despectivo silencio, reaccionan con insultos, falsas acusaciones y medidas represivas, precisamente ellos que de buen grado proclaman el "respeto a la diversidad", la "libertad de investigación" y el "pluralismo teológico" así como el "ecumenismo" y el "diálogo interreligioso", incluso con los "no creyentes".
----------Los actuales modernistas, por otra parte, con la excusa de la "complejidad" de las cuestiones, se valen de la lentitud, para no decir a veces de la insensibilidad, de las supremas autoridades romanas, donde también existen sus infiltrados y elementos a ellos complacientes (son un síntoma de ello los casos de corrupción y complicidad que han ido in crescendo desde aquel recordado hurto de documentos secretos en el anterior pontificado). La "limpieza" que el actual papa emérito Benedicto XVI invocó en su famosa homilía del Viernes Santo del 2005 necesitaría comenzar a hacerla la Curia Romana. O como dijo aquel tal en el Concilio de Trento: "Los eminentísimos cardenales tienen necesidad de una eminentísima reforma".
----------Pero lo trágico de hoy no es solo la necesidad de una reforma moral sino de corregir errores doctrinales presentes en el mismo colegio cardenalicio, cosa trágica, acaso jamás sucedida en toda la historia de la Iglesia, ya que, si en el pasado hemos conocido gravísimos cismas con antipapas y enemigos internos de variado género, nunca hasta ahora el error doctrinal (el "humo de Satanás", como decía el papa san Pablo VI) había penetrado tan profundamente sin una aparente saludable reacción donde debería brillar esa luz de verdad que ilumina al mundo entero, aún cuando naturalmente esté bien entendido que el supremo Pastor, circundado de buenos obispos, siempre seguirá siendo el infalible guía de los hermanos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Parece haber llegado el fatal momento de la "abominación de la desolación en el lugar santo" (Mt 24,15), predicho por Cristo como señal del fin del mundo. Sin embargo, creo (es tan solo mi simple y modesta opinión) que antes de este fin, deberá ser realizada en plenitud la renovación promovida por el Concilio Vaticano II, según el deseo de todos los Papas a partir del papa san Juan XXIII.
----------En tal sentido se debe decir a claras letras, contra incautos y acaso inconscientes defensores de la "Tradición", que también las doctrinas (no hablo de las disposiciones pastorales-disciplinarias) del Concilio Vaticano II son infalibles, según aquello que Benedicto XVI les dijo hace una década a los lefebvrianos: "no debéis decir que en las doctrinas del Vaticano II existan errores".
----------El caso es que, en la actual situación, bajo el yugo modernista, las cuestiones se prolongan por años e incluso por décadas, en medio de tergiversaciones, políticas de avestruz, reprobables demoras, subestimación del peligro, hipócritas tolerancias, falsos respetos humanos, falta de discernimiento y de energía pastoral. Y mientras tanto, el pueblo de Dios permanece confundido, escandalizado, dividido, engañado, desconcertado y tentado de seguir a los impostores con gravísimo daño de falsificar su fe o aún perderla. Los astutos y los hipócritas se aprovechan de ello como esas mismas autoridades que deberían intervenir y no hacen nada, pero esto naturalmente con daño de todos, de los que están arriba y de los que están abajo.
----------Además, obviamente, de la falta de credibilidad de esa Iglesia que hoy se quisiera animada por un nuevo impulso misionero. El papa Francisco ha hablado muchas veces de ese afán misionero: "Hoy también se necesitan evangelizadores apasionados y creativos, para que el Evangelio llegue a quienes todavía no lo conocen y pueda irrigar de nuevo las tierras donde las antiguas raíces cristianas se han secado" dijo, por ejemplo, en la catequesis del 8 de mayo de 2019. Pero, a decir verdad, si no se pone remedio a los males señalados, el hablar de "nueva evangelización" o de "recuperación de las raíces cristianas de Europa" como decían san Juan Pablo II y Benedicto XVI, se convierten en frases de pura retórica o que suenan a burla.
----------Reducir la crítica teológica a difamación es el expediente mezquino, desleal y jurídicamente inconsistente de los actuales modernistas, para hacer callar a sus críticos y hacerles pasar por personas incompetentes que no saben lo que dicen o que están animadas por la envidia y el rencor por las legítimas autoridades y los probati auctores del establishment modernista, que se considera la punta avanzada de la Iglesia de hoy, después de las prolongadas tinieblas (la "era Constantiniana" o la "era Piana" -de Pío V a Pío XII- como decía Rahner), que han precedido al Concilio Vaticano II, interpretado por ellos ad usum delphini como respaldo a sus errores.
----------Si de difamación se puede hablar, en todo caso, es aquella perpetrada contra esos pocos valientes que se levantan en defensa de la verdad, de la sana doctrina y del Magisterio de la Iglesia, renunciando a cualquier ambición humana y a posiciones de prestigio. Da la impresión que hoy, para hacer carrera prelaticia o tener éxito humano en la Iglesia (en los casos en que esto pueda darse como algo virtuoso), no habría que seguir fielmente a Santo Tomás de Aquino como lo han pedido siempre de modo insistente los Papas, sino que habría que unirse más bien al aquelarre circense rahneriano. Esto ciertamente no quiere decir que aún hoy no existan todavía en la cima de la Iglesia y en el campo teológico dignísimas autoridades. Serán precisamente ellos, apoyados por el pueblo de Dios, quienes harán esa "limpieza" a la que llamaba y en la que tenía puestas sus esperanzas el papa Benedicto XVI, una limpieza mucho más empeñosa, exigente, delicada e importante que la que se requiere para la eliminación de la basura en la ciudad de Buenos Aires y en sus oficinas públicas.
----------La difamación (deberíamos saberlo bien si hemos estudiado la Moral católica) se funda sobre la mentira y está impulsada por el odio o por la envidia. Por esto está justamente castigada por el derecho. La crítica teológica es "difamación" sólo para los teólogos que tienen cola de paja, primeras estrellas de cartel de teatro, que no soportan ninguna crítica, espíritus hinchados de sí mismos, resentidos y susceptibles, incapaces de oponer válidos argumentos porque no los tienen, sofistas que seducen o encantan a la gente con su show de bufones o de falsos profetas o genios de un frívolo romanticismo, hoy pasado de moda.
----------Ahora bien, la crítica teológica se distingue esencialmente de la difamación porque está basada en la verdad y está animada por el desinterés, la caridad y la justicia. Ciertamente ella luego detecta con prudencia, valentía y rigor científico, defectos y errores comprobados y puede inicialmente herir el orgullo o comprometer la fama del que se equivoca, también puede suscitar una cierta indignación o escándalo en los seguidores del equivocado, ya sea que lo sigan en buena o mala fe.
----------Pero en el fondo la intervención de la crítica teológica, por dolorosa y perturbadora que pueda llegar a ser inicialmente (a diferencia de la difamación que sólo es destructiva), es saludable, como la intervención de un médico bueno y experimentado que denuncia con franqueza un mal oculto, pero con la intención y la posibilidad de curarlo, si tan solo el enfermo se deja curar.
----------Desafortunadamente, los médicos saben muy bien que existen enfermos que no reconocen nunca sus propias enfermedades y, por tanto, no quieren ser curados ni podrán serlo. Lamentablemente, esto también sucede en el campo del espíritu, con la diferencia de que aquí los males, por graves que sean, como por ejemplo la herejía, si el enfermo es humilde, dócil, está arrepentido y quiere sanar, siempre se pueden curar, a diferencia del campo de la vida física, donde, como bien sabemos, si surge una enfermedad grave, no se cura ni siquiera con los mejores médicos y toda la buena voluntad de curar.
----------Es necesario meterse en la cabeza de una vez por todas, contra una cierta mentalidad catastrófica, intrigante y sombría del pasado, típica en cierto tradicionalismo abusivo, que de las herejías se puede curar. Y es con esta mentalidad que es necesario afrontarlas. De otro modo, ¿qué es la conversión? ¿Qué cosa es la metanoia de la que habla san Pablo y de la que habló ayer también el papa Francisco antes del Angelus? ¿Es abandonar las propias certezas para seguir las modas, como algunos estúpidamente han sostenido? ¿Es renunciar a conservar la verdad para abrazar las fábulas, con el pretexto de lo "nuevo" y de lo "avanzado"? ¿O no es ante todo reconocer humildemente haberse equivocado o haber quizás caído inconscientemente en la herejía, prontos para corregirse y para abrazar la verdad?
----------Así como existen progresos en la medicina, por los cuales hoy se curan enfermedades en otro tiempo incurables, otro tanto sucede hoy con una pastoral más evangélica que en el pasado, más misericorde y menos confrontativa, inspirada en el Concilio Vaticano II, que permite curar aquellas enfermedades del espíritu, hacia las cuales en otro tiempo se era demasiado intolerante y por lo cual con dureza y demasiada prisa se adoptaban métodos represivos en lugar de iniciar una paciente y caritativa obra pastoral de recuperación y de corrección, siguiendo el ejemplo de los grandes santos del pasado, comenzando por el ejemplo supremo de Nuestro Señor Jesucristo, con la enorme paciencia pero también firmeza que tuvo en la obra educativa y correctiva de sus apóstoles, que luego se convirtieron en luz del mundo y sal de la tierra.
----------Desde hace cincuenta años, y hoy más que nunca, se habla mucho de diálogo, pero a menudo los grandes maestros del "diálogo", víctimas de gruesos errores filosóficos y teológicos, no toleran la más mínima observación hecha por otra parte por teólogos doctos, caritativos y plenamente fieles a la buena doctrina y al Magisterio de la Iglesia. Ellos "dialogan" sólo con quienes comparten sus errores, así como con los exponentes de las doctrinas más estrafalarias y anticristianas, rechazando desdeñosamente las advertencias, los reclamos o las críticas de cualquier tipo, hechas por sus hermanos de fe.
----------Por último, si bien en esta nota me he referido al que es actualmente el problema doctrinal más grave en la Iglesia, el nuevo modernismo, mucho peor aún que el de los tiempos del papa san Pío X, no excluyo de esta obra de difamación de los buenos maestros y teólogos a los herejes del extremo polo opuesto, los pasadistas lefebvrianos, problema menor comparado con el modernismo, pero verdadero problema también y, por cierto, muy venenoso, porque además de ser difamadores también hacia la sana teología y hacia las honestas autoridades, que las hay, conllevan el peligro de ser considerados por los ingenuos fieles como refugio para librarse del modernismo, sin advertir que caen asimismo en la herejía y en el cisma explícitos.
----------Esperemos que este 2021, apenas iniciado, sea ocasión para todos -porque nadie es infalible- para una sincera revisión de nuestras ideas, para ver si son verdaderamente conformes a la sana razón, a la verdad del Evangelio y a la doctrina de la Iglesia cuya regla próxima es el Magisterio actual, en un renovado empeño de profundización de la verdad y de comunicación de la misma a toda la humanidad.

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