viernes, 22 de enero de 2021

La pastoral del Concilio Vaticano II: progresos y retrocesos

Creo que un adecuado complemento a la nota publicada ayer es la de hoy, en la que me referiré brevemente (pero espero que claramente) a las enseñanzas y directrices pastorales del Concilio Vaticano II.

----------Por todos es sabido que el Concilio Vaticano II ha introducido en la Iglesia una profunda renovación de la pastoral, es decir, del método de guiar al pueblo santo de Dios y, más en general, del modo de anunciar y difundir el Evangelio en el mundo de hoy. Es de tal manera evidente y omnipresente esta impostación pastoral en los documentos conciliares, que algunos estudiosos, exagerando y cayendo en una visión parcial, han llegado incluso a sostener que el Vaticano II ha sido un Concilio puramente pastoral, absolutamente desprovisto de novedades doctrinales, por lo cual la doctrina infalible del Concilio vendría a ser solamente la simple repetición o confirmación de dogmas precedentemente definidos.
----------Por el contrario, las doctrinas nuevas son vistas con desconfianza, porque no se las considera en continuidad con el Magisterio precedente. Pero ahora no quiero detenerme sobre esta cuestión, que ya he tratado en otras ocasiones (en la nota de ayer también), habiéndome sumado en cambio al parecer de aquellos eruditos, por lo demás apoyados sobre las mismas declaraciones y enseñanzas de los Papas del postconcilio, según los cuales el Vaticano II no ha sido sólo pastoral, sino también doctrinal y no solo eso, sino que ha hecho también avanzar la doctrina de la fe en la modalidad de la enseñanza "ordinaria", aunque esté ausente la forma "extraordinaria", o sea aquella propia de las definiciones dogmáticas explícitas y solemnes.
----------Pero aquí, en esta breve nota de hoy, quiero detenerme sólo en la cuestión de las novedades pastorales del Concilio. También aquí se han producido cambios, pero, a diferencia de los cambios doctrinales que se han producido -y no podía ser de otro modo- en continuidad con la Tradición, digan lo que digan los lefebvrianos, en cambio podemos tranquilamente decir que en la línea pastoral el Concilio en ciertos aspectos, ha roto con el pasado y que también lo ha hecho bien. Y, sin embargo, también podríamos preguntarnos: ¿no se ha roto también un poco demasiado? He aquí el tema de esta nota.
----------En efecto, en este ámbito de la enseñanza (el ámbito pastoral) el Magisterio de la Iglesia no es infalible, a diferencia de las enseñanzas doctrinales-dogmáticas ordinarias o extraordinarias, declaradas o no declaradas, definidas o no definidas, siempre que se trate de materia de fe o próxima a la fe, donde la Iglesia es, en cambio, infalible, es decir, no puede equivocarse, como ya bien sabemos.
----------Como he dicho, a nadie se le escapa la novedad de la impostación pastoral del Concilio Vaticano II, tanto es así que algunos estudiosos, exagerando en su retórica, han hablado incluso de "revolución" o de "subversión", parangonando la historia del Concilio con la historia de la Revolución Francesa. Algunos, evidentemente incapaces de apreciar el significado y la necesidad del progreso en la Iglesia, y apegados de modo poco iluminado a la Tradición (por ende, mal comprendida), se han escandalizado creyendo ver en las enseñanzas del Concilio una especie de criptomodernismo, de ahí su rechazo a las novedades conciliares. Otros, influenciados por una concepción modernista del progreso, leyendo siempre en el Concilio una ruptura con el pasado, se han complacido con él, como si la Iglesia en el Concilio, después de dos mil años de malentendidos, se hubiera dejado finalmente iluminar por la luz del Evangelio y, por lo tanto, la Iglesia no hubiera nacido con Nuestro Señor Jesucristo, sino solo recién en 1962.
----------Por el contrario, es necesario decir claramente que la acción pastoral de la Iglesia, en su esencia fundamental, no cambia a lo largo de los siglos, porque toma su inspiración del ejemplo divino y permanente de Cristo, Buen Pastor. Sin embargo, es cierto que en el transcurso de la historia el conocimiento del modelo ofrecido por Cristo progresa continuamente tanto gracias al desarrollo dogmático como a través de ciertos errores que vienen involuntariamente cometidos, como sería la aplicación de métodos pastorales que, por la prueba de los hechos o tras largo andar, se revelan inadecuados o incluso equivocados y contrarios al verdadero espíritu del Evangelio. Se aplica aquí en cierto modo el proverbio "cometiendo errores se aprende". Basta pensar en la famosísima historia de la Inquisición o en la historia del poder temporal de los Papas o en la historia de las Cruzadas, aunque quizás existan hoy quien deseara una nueva batalla de Lepanto.
----------Ahora bien, el Concilio Vaticano II, como es sabido, bajo la inspiración de aquel famoso discurso de apertura del papa san Juan XXIII, ha promovido una renovación de la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia, improntada o perfilada por dos principios fundamentales: 1) En primer lugar, la comunicación del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo con un lenguaje y modos expresivos adaptados y comprensibles, mediante la utilización de las diferentes culturas a las cuales viene dirigido el mensaje (inculturación). 2) En segundo lugar, una modalidad pastoral y evangelizadora dirigida sobre todo a la puesta en relieve de los valores y de las verdades que la Iglesia tiene en común con el mundo moderno, haciendo prevalecer una actitud de diálogo y de misericordia respecto a la de la severidad y de la condena.
----------Pues bien, estas dos direcciones fundamentales han impregnado e inspirado todos los documentos del Concilio, generando un cambio profundo en la actitud de la Iglesia hacia el mundo moderno, y haciendo del Vaticano II verdaderamente un unicum, algo único, del todo original respecto a la historia precedente de los Concilios, que siempre se concluían con aquel famoso anathema sit.
----------Estas direcciones o planteamientos, como ha sido señalado varias veces en estos últimos decenios, han remediado una cierta costumbre moral farisaica, uniformista y rigorista, una actitud de la Iglesia de excesiva separación de los acontecimientos de la historia moderna, de ignorancia frente a los problemas y a los valores de nuestro tiempo y de excesivas y no siempre calibradas polémicas contra los errores modernos, así como de un estancamiento escolástico de la investigación y de la libertad en el campo de la teología.
----------Esta grandiosa y providencial renovación pastoral ha aportado indudablemente copiosos frutos en todo el mundo; sin embargo, tratándose de enseñanzas y disposiciones acerca de las cuales la Iglesia no es infalible, no debería sorprendernos si, a razón vista y pruebas al canto, debiéramos notar algún defecto o alguna directiva menos oportuna o no del todo pastoralmente prudente. Y de hecho, después de más de cincuenta años de aplicación de las directivas conciliares, los observadores más serios y equilibrados de la situación eclesial contemporánea no pueden sino estar obligados a reconocer por los resultados obtenidos que no todo en aquellas directivas era completamente sabio y pastoralmente eficaz.
----------Se trata del hecho de que el Concilio, reaccionando oportunamente (como dijo el mismo papa Juan en el mencionado discurso) a un largo pasado en el cual la Iglesia había practicado una excesiva severidad contra sus hijos y una exagerada oposición al mundo moderno, pretendía ahora corregir esta tendencia moviéndose decididamente al lado opuesto de la misericordia, del diálogo, de la comprensión y de la asunción de los valores presentes en las culturas, en las religiones y en general en los hombres de buena voluntad del mundo de hoy, en la esperanza de volverse más atrayente y de poder difundir mejor el mensaje de la salvación. Naturalmente, no hace falta explicar que no se trata de asumir la modernidad como un todo, como pretenden los modernistas, sino de cribar aquello que es valioso en la modernidad, descartando lo demás.
----------Ciertamente, el Concilio no olvidaba la condena de los errores, ni la necesidad de aquella "buena batalla" que nos lleva a oponernos siempre a las fuerzas del mal, y tampoco olvidaba las exigencias del ascetismo y del rigor moral. Sin embargo -y de esto nos hemos dado cuenta precisamente en los decenios siguientes- la impostación pastoral del Concilio estuvo teñida aquí y allá por actitudes un poco ingenuas, un poco demasiado indulgentes, optimistas y, a veces, incluso demasiado genéricas y superficiales en el evidenciar los errores surgidos de la modernidad, y en la puesta en guardia contra males, vicios y errores que siempre están presentes también en los hombres y en las sociedades de nuestro tiempo.
----------Se agrega además el hecho de que desde el inmediato postconcilio va paulatinamente haciendo pie y afianzándose con una fuerza impresionante, toda una corriente autodenominada y así llamada "progresista" (por supuesto, pseudo-progresista, que sería mejor llamar "modernista") la cual, presentándose como intérprete del "espíritu" del Concilio, acentuó aún más, en lugar de -como se debería haber hecho- corregir este defecto, provocando en la costumbre eclesial un debilitamiento de las defensas inmunitarias, formas de sincretismo y relativismo y una tendencia moral al laxismo, al subjetivismo, al secularismo y al hedonismo, -pensemos en la famosa "protesta" de los años '70- cuyos frutos amargos hoy estamos experimentando cada vez más en todos los ambientes de la vida eclesial, en el clero y en el laicado, desde la teología a la cultura, desde la familia a la sociedad, desde las comunidades religiosas a las asociaciones laicales.
----------Por desgracia, un grave fenómeno que se ha sumado ha sido aquel nefasto equívoco, lamentablemente promovido por teólogos que habían trabajado como peritos en el Concilio, como por ejemplo Karl Rahner, Edward Schillebeeckx y Hans Küng, equívoco por el cual, con el pretexto de cambiar el lenguaje y los modos expresivos, se ha terminado por cambiar en los ámbitos teológicos (seminarios, universidades, institutos educativos, etc.) los conceptos y las doctrinas dogmáticas, que por el contrario se habrían debido preservar religiosamente y, más bien defender y ulteriormente explicar o explicitar más, como por lo demás lo había hecho el propio Concilio, cuando en cambio el papa san Juan XXIII (siempre refiriéndome al mencionado discurso de apertura) había dicho clarísimamente que el Concilio habría simplemente debido explicar y expresar en modo nuevo ese mismo patrimonio de verdades de fe inmutables e inviolables que se deberían transmitir inalteradas a las generaciones del presente y del futuro, como siempre debe hacer la Iglesia.
----------Por consiguiente, y ya para finalizar, una tarea eclesial que hoy parece cada vez más urgente y necesaria, es la de corregir esta tendencia no sólo improductiva sino dañina, no ciertamente retornando sic et simpliciter a los métodos del preconcilio, como quisiera un nostálgico tradicionalismo miope y atrasado, sino recuperando sin embargo con moderación algunos elementos esenciales y tradicionales hoy olvidados de la acción pastoral en sabia conjunción con las nuevas directrices conciliares, para así configurar un programa y un método de evangelización y de formación cristiana en continuidad con los grandes maestros y pastores del pasado que han sabido, con la ayuda del Espíritu Santo, hacer crecer, difundir, defender y robustecer el cuerpo eclesial, convirtiéndolo en verdadero signo de Nuestro Señor Jesucristo en el corazón del mundo.

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