Como católicos, sabemos que el Magisterio de la Iglesia, sea ordinario o extraordinario, y sea del colegio de Obispos o incluso de Obispos individuales, cuando están en comunión con el Sucesor de Pedro, es siempre enseñanza infalible, es decir, enuncia doctrinas definitivas e irreformables, cuando se pronuncia sobre un dato de la revelación divina, se trate de verdades de fe o de verdades necesariamente conexas con la fe.
----------Así también, las doctrinas de los Concilios, incluido el Concilio Vaticano II, en materia de fe, no pueden estar equivocadas ni cambiar o negar doctrinas precedentemente definidas, es decir, son infalibles. En todo caso, pueden ser confirmadas, hacerlas conocer mejor, explicarlas, explicitarlas, desarrollarlas, pero siempre en continuidad con las precedentes doctrinas, sobre todo si se trata de dogmas solemnemente definidos. Es solo en el plano de la pastoral o de las directivas disciplinarias que la Iglesia puede ser falible y, por lo tanto, cambiar, abrogar o renegar de un determinado pasado que se revela dañino o superado.
----------Por el contrario, sabemos cómo, en la historia de la Iglesia, han sido los herejes y los cismáticos quienes negaron o pusieron en duda estos datos de fe o conexos con la fe, que en cambio para el católico son indiscutibles y proporcionan el criterio de discernimiento y valoración para reconocer y juzgar las posiciones de ciertos Obispos o incluso asambleas de Obispos que se pronuncian sobre cuestiones doctrinales apartándose de las enseñanzas del Magisterio antes mencionadas. Recordar esto es siempre necesario para todo católico, porque, de modo similar a lo ocurrido en el pasado histórico, hoy no faltan herejes y cismáticos que niegan los datos de fe, aunque la autoridad eclesial evite usar esos apelativos.
----------Aquel que, de modo especial y obstinado, en siglos pasados, ha negado la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia, en particular en la auténtica interpretación de la Sagrada Escritura, negando valor al mismo tiempo a la Sagrada Tradición apostólica como fuente, junto con la Escritura, de la divina Revelación, y reivindicando para todo simple fiel la posibilidad de conocer infaliblemente la verdad evangélica, como es bien sabido, fue Martín Lutero [1483-1546], cuya escuela de pensamiento está hoy todavía viva en sus discípulos, en algunos casos con tonos menos ásperos, y en otros en cambio con una actitud aún más demoledora, según las diversas corrientes protestantes, a menudo notoriamente en contraste entre sí.
----------El diálogo ecuménico con los protestantes (no considero aquí el diálogo con los ortodoxos disidentes orientales), iniciado por el Concilio Vaticano II desde hace cincuenta años, ciertamente ha dado buenos frutos, al menos en el sentido de mitigar las polémicas excesivas de ambas partes, favorecer un mejor conocimiento recíproco, eliminar viejos errores interpretativos o inveterados equívocos, incentivar una actitud de mutua caridad, tolerancia y comprensión, impulsar la realización de oraciones en común (por ejemplo los encuentros de Asís) y mutua colaboración en el campo de la justicia y de la paz.
----------Pero, al mismo tiempo, estudiosos serios y objetivos, verdaderamente amantes de la Iglesia y plenamente fieles a la sana doctrina, bien informados de los hechos, no movidos por espíritu partidista, han revelado que desde hace años se da la existencia de un modo incorrecto de practicar el ecumenismo, infiel a las directivas del Magisterio conciliar y postconciliar, un modo que muchas veces, en lugar de ayudar a los hermanos separados a acercarse a la Iglesia católica en el reconocimiento de sus errores, en cambio ha llevado y lleva a algunos católicos a caer en dichos errores, aunque conservando eventualmente el nombre de católicos, cuando no se da un explícito y consciente abandono de la fe católica y de la comunión eclesial.
----------Existen indudablemente quienes, a pesar de profesar ser "católicos", pero no habiendo sabido apreciar las novedades doctrinales del Vaticano II en su infalible continuidad con el Magisterio precedente, se han atrevido a acusar al Concilio nada menos que de "modernismo", término que resulta equivalente al de "herejía", sin abstenerse de acusar de abandono de la Tradición apostólica nada menos que a los Papas del postconcilio, a partir de san Juan XXIII, hasta el Papa actual, Francisco. Por ende, inútil es preguntarse cómo y con qué derecho todavía quieren seguir ostentando el título de "católicos". La confusión en el clero y laicado y el espíritu libertario es tal que, en nuestros tiempos de globalizada información, la red internet, en sus múltiples modalidades, ha permitido que se difundan como "católicas" posiciones que están muy lejos de ser tales, abundando los portales de noticias, páginas webs, blogs, y diversificada difusión en todas las expresiones de las redes sociales digitales, de actitudes y posturas que se autodenominan "católicas", pero que evidentemente no lo son, precisamente por su desobediencia o incluso repudio al Magisterio de la Iglesia.
----------Pero a la par de ese fenómeno nuevo, típico de nuestro tiempo, debe reconocerse francamente que se da también en la actualidad, tanto en el ambiente teológico, como en el prelaticio y el episcopal, y aquí los casos son mucho más numerosos y verdaderamente escandalosos, quienes, a pesar de estar revestidos de autoridad, pero abusando frecuentemente de ella, se han permitido o se permiten interpretar las doctrinas conciliares en modo descaradamente modernista, poniéndolas en ruptura con las de la Tradición y del precedente Magisterio de la Iglesia y, por lo tanto, en contraste con la interpretación oficial y legítima propuesta por la Santa Sede y por el propio Magisterio postconciliar. Lo que está sucediendo en los últimos tiempos con buena parte del Episcopado alemán y su "camino sinodal" es buen ejemplo de lo que estoy diciendo.
----------Desafortunadamente, un enfoque de tal género, representado por ejemplo por el pensamiento rahneriano, se ha difundido rápido en seminarios y en las instituciones académicas eclesiásticas desde el inmediato postconcilio, tanto como para influir en enteras generaciones de sacerdotes y por lo tanto de multitud de Obispos actualmente en funciones, incluso en importantes diócesis y arquidiócesis. Un dato de fe particularmente afectado por esta tendencia es precisamente la idea del sacerdocio y por lo tanto del Magisterio de la Iglesia, que ya no es fiel al dogma católico, sino modelada por la concepción del pastor protestante.
----------Ha surgido así un ambiente episcopal dudoso, incierto y no bien fundado sobre su propia legitimidad católica, por tanto incapaz de identificar en este campo errores y desviaciones, y de corregirlos con pastoral sagacidad y firmeza. "¿Por qué callan? -se preguntaba santa Catalina de Siena- ¡Porque cometen los mismos pecados que deberían corregir!". ¿Cómo pueden tales Obispos exigir obediencia a los fieles -y cómo la pretenden-, si son ellos los primeros en alejarse del Magisterio de la Iglesia y del Papa?
----------De hecho, se denuncia hoy a Obispos con mal comportamiento moral (sobre todo en lo sexual, o en lo administrativo) pero el problema es más grave: hay quienes se desvían de la misma recta fe y de eso no se habla. O bien los que hablan son lefebvrianos, pero lamentablemente no siempre a propósito, cuando deberían ser ellos los primeros en preguntarse qué tan obedientes son ellos mismos al Magisterio actual.
----------Está claro que el fiel común debe ser muy prudente al momento de juzgar la enseñanza de un Obispo. Pero hoy los errores son de tal manera evidentes, que frecuentemente no se necesita una especial preparación teológica para descubrirlos: basta con atenerse a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, como los últimos Papas han instado a hacer, enseñanzas que están al alcance de todos.
----------Por ahora (y pese a las graves desviaciones doctrinales que se advierten en el derrotero que va tomando por ejemplo el "camino sinodal" en Alemania, o en las posturas de otros obispos en Europa), la Santa Sede se abstiene de señalar públicamente nombre y apellido de los prelados disidentes o desviados; los soporta, probablemente los llama en secreto, reza y espera su arrepentimiento y conversión. Quizás en esta actitud esté implicado el temor de que, al intervenir, se produzcan desórdenes. O bien, dado que tales prelados tienen un cierto peso en los mismos ambientes vaticanos, la Santa Sede debe ser muy cautelosa al moverse. Sin embargo, si debo expresar mi modesta opinión, creo que la situación ha llegado a un punto de tal gravedad, que en suma quizás sería mejor, como suele decirse, "poner las cartas sobre la mesa", sin temor a chantajes o represalias. Francamente hablando, a veces son necesarias las intervenciones quirúrgicas.
----------En efecto, incluso fingir una concordia que no existe corre el riesgo de agravar la confusión y la hipocresía y de aumentar el desconcierto de los fieles. Aún a riesgo de dar la impresión de hacer retórica, quisiera decir que estamos viviendo tiempos heroicos, similares a los de los grandes debates cristológicos entre Obispos en los primeros siglos. De hecho, hoy han retornado, entre otras, todas las herejías cristológicas que habían sido refutadas por el Concilio de Calcedonia. Tengo la impresión de que la franqueza de estos debates podría servir para ahuyentar el error y alentar a quienes quieren ser fieles.
----------Entonces, podríamos hacernos la pregunta del título de esta nota, pero especificando al detalle: ¿existe hoy crisis del Magisterio, o bien crisis en el Magisterio? Para nosotros, los católicos, no existen dudas: el Magisterio episcopal bajo la guía del Papa, en las condiciones antes mencionadas, es infalible. La crisis está en determinados y particulares Obispos o episcopados, los cuales por lo demás, para arrepentirse, sólo tienen que reasumir vigorosamente sus propias responsabilidades, como exhorta a hacer san Juan al comienzo del libro del Apocalipsis en sus famosas exhortaciones "a las siete Iglesias".
----------La Iglesia, por mucho que pueda padecer las crisis, no las puede corregir desde fuera con expedientes meramente humanos, astutos o falsamente espirituales, como siempre han pretendido hacer presuntuosos, ambiciosos o desquiciados de todo tipo, cismáticos de ayer y de hoy, facciosos, fanáticos, exaltados, pseudo-profetas, pseudomísticos, rebeldes, revolucionarios, fundamentalistas, herejes y gnósticos, sino que ella misma, por divina e indefectible voluntad, tiene en sí misma, gracias a la sabiduría y a la fuerza del Espíritu Santo y a la práctica de la caridad y de la penitencia, el criterio y las energías necesarias y suficientes para purificarse, reformarse, progresar y resplandecer más bella que antes en el imparable, atormentado pero apasionante camino de la historia hacia el encuentro final con el Esposo.
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