martes, 5 de enero de 2021

La fe del Papa: "Cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos"

Para un católico en plena posesión de los fundamentos de su fe, no existe ninguna duda que tras los ataques al papa Francisco se esconde la acción de Satanás. Incluso las críticas al Papa, aún las que parecen estar más o menos argumentadas y justificadas, como las dirigidas a sus directivas pastorales y gubernamentales, cuando se trata de invectivas permanentes, sistemáticas, y nunca compensadas por expresiones de sobrenatural obediencia hacia su oficio de Maestro de la fe, también revelan la acción de Satanás, que instrumentaliza los motivos aparentemente más nobles, al servicio de propósitos divisivos y destructivos.

----------Una de las frases de Nuestro Señor Jesucristo que debe permanecer en nuestra conciencia al reflexionar sobre el lugar y el rol del Papa en la Iglesia, es aquella que Cristo dirigió a Pedro y dirige también a todos sus sucesores: "Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22,31-32).
----------"Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca". Es la omnipotente oración de Cristo por el Papa, y es, por ende, la indefectible fe del Papa. La fe que Dios, por mediación de su Hijo, da al Papa es un don del Espíritu Santo, que, entre todos los fieles, Dios sólo le concede a él, es decir, en la máxima medida, pureza y fortaleza realizables por un cristiano; es una fe de una luminosidad, solidez y fecundidad excelsas, por encima de la fe de todos los otros fieles; es una fe que se asemeja a la piedra angular de un edificio, la cual sostiene todas las otras piedras, es decir, la que sostiene la fe de todos los otros fieles.
----------En este sentido, Nuestro Señor Jesucristo asigna a Pedro la tarea de ser "roca", sobre la cual Él edifica su Iglesia. Por ende, la fe de Pedro es la suprema promotora y moderadora de la unidad y de la universalidad (catolicidad) de la fe de todo el pueblo de Dios, en la variedad y multiplicidad de los diferentes modos de pensar, de expresar y de comunicar la fe. Si desfalleciera la fe de Pedro, la Iglesia colapsaría. Por eso, todos los enemigos de la Iglesia, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, desde los ateos a los panteístas, desde los gnósticos a los agnósticos, desde los masones hasta los protestantes, lo primero que tienen en mira es el derrocamiento del papado o su reducción a figura simbólico-representativa, como actualmente lo es el Rey de España. o el Presidente de la República Italiana o la Reina de Inglaterra.
----------Para ello, el Anticristo emplea sus mejores fuerzas, focalizadas sobre todo contra el Vicario de Cristo. En toda la historia de la Iglesia, no ha habido herejía más dañina para la Iglesia y su unidad, que la de Martín Lutero [1483-1546], cuando, con implacable furor, identificó hasta el final de su vida al Papa con el Anticristo. Incluso los cismáticos griegos, que también rechazan el primado petrino, a diferencia de Lutero, siguen considerando siempre al obispo de Roma como "Papa de Roma" y "Primado de Occidente".
----------Todos los herejes, de todo tipo o color, hinchados de soberbia, engañados por el demonio y siervos del Anticristo, creen y dan a entender que poseen la verdadera fe en Cristo, sin el Papa o contra el Papa, pensando que pueden cazarlo en fallo de fe o corregirlo de hecho en materia de fe y, por lo tanto, de saber mejor que él cuál es la verdad del Evangelio. Pero son ilusos e impostores, que corrompen la fe y las costumbres cristianas y pueden impulsar también al cisma o a la misma apostasía de la fe.
----------La fe especial que el Papa recibe del Espíritu Santo le permite ver la verdad del Evangelio mejor, más alto y más profundamente que todos los demás; es una fe que sabe encontrar las mejores palabras para explicarla, para expresarla y para enseñarla; es una fe de tal modo fuerte y robusta como para sostener y corregir la fe de todos los otros fieles, los cuales se apoyan sobre esta fe y encuentran en ella luz y consuelo, así como certeza de estar en la verdad y de seguir la doctrina de Cristo; es una fe única en toda la Iglesia, no ya como virtud personal, porque en tal sentido el Papa es superado solo por Abraham en el Antiguo Testamento y por Nuestra Señora en el Nuevo (Lc 1,45), sino más bien en su fuerza generadora y confirmadora.
----------Nadie puede corregir al Papa en su fe, porque su fe no puede tener defectos ni lagunas, es íntegra y no puede caer en el error. Es una fe infalible e indefectible, desde san Pedro hasta el último Papa de la historia, siempre idéntica a sí misma y jamás cambiada, con el debido respeto a los modernistas (pero no a sus errores), porque es el espejo de la Palabra de Cristo, que no pasa. El Papa es el único fiel que tiene una fe de tal género. Todos los demás pueden errar en la fe. No él. Puede él descubrir los errores de todos, corregir a todos, pero nadie puede corregirlo a él en su fe. Es en modo especialísimo aquel "hombre espiritual", del cual habla san Pablo, "que todo lo juzga, sin poder ser juzgado por nadie" (1 Co 2,15).
----------Este es el privilegio único de la fe pontificia, debiendo ser fe que funda, genera, sostiene y difunde la fe en el mundo y que custodia, confirma y defiende la fe del Pueblo de Dios, confirmando la fe de sus co-hermanos Obispos, corrigiendo los errores, compadeciendo y tolerando a los débiles y a los ignorantes, amonestando a los que se equivocan y a los arrogantes, llamando a retornar a los cismáticos, a los herejes y a los apóstatas, perdonando a los que se corrigen de sus errores y vuelven a la verdad.
----------Naturalmente, incluso quien ha sido elegido Papa ha llegado a la fe como cualquier buen católico, a través de un camino a veces laborioso y accidentado, superando pruebas y dudas, y respondiendo a las solicitaciones de la gracia, en comunión con la Iglesia y los Papas precedentes. En precedencia, antes de ser elegido Papa, él pudo haber tenido defectos e incertezas en la fe; pero, una vez investido del carisma de Pedro, como su sucesor, deviene sólido e invencible en su fe. El Papa puede ser probado en la fe, puede ser sometido incluso a las más insidiosas tentaciones, pero está protegido por la fuerza del Espíritu. El Papa no puede pecar jamás voluntariamente contra la fe, al menos en detrimento de la Iglesia.
----------El Papa puede tener una fe en años precedentes cultivada en la teología, como ha sido el caso para Benedicto XVI, o cultivada en la práctica pastoral, como lo ha sido para el Papa actual y como lo fue para san Pío X. Puede haberla cultivado en la Secretaría de Estado, como fue el caso para san Pablo VI y Pío XII o en la diplomacia vaticana, como lo fue para san Juan XXIII o como Inquisidor de la fe, como lo fue para san Pío V, o en los estudios humanísticos, como fue el caso para Pío II, o en la enseñanza del derecho canónico, como lo fue para ciertos Papas del Medioevo, o en la vida monástica, como lo fue para san Gregorio Magno. En cualquier caso, para ser elegido Papa, este hombre debe distinguirse en la fe, porque la principal tarea del Papa es el confirmar a sus hermanos en la fe. De aquí desciende el apacentar el rebaño de Cristo y el defenderlo de los lobos, es decir, el poder pastoral y de gobierno (potestas clavium). Y no tanto una fe docta o culta, cuanto ante todo una fe pura, sólida, inteligente y comunicativa. Pura, es decir, libre de errores; sólida, es decir, bien fundada, cierta y certificante; inteligente, es decir, dotada de aquello que santa Catalina de Siena llamaba la "santa discreción", la capacidad crítica de discernir lo verdadero de lo falso; comunicativa, es decir expresada o mediada por un lenguaje claro, apropiado, adecuado a las diversas clases de fieles.
----------Este es probablemente el motivo por el cual el cardenal Carlo María Martini [1927-2012], durante cuarenta años, a cada muerte de Papa, fue regularmente preconizado por las usinas mediáticas como papable, pero asimismo siempre fue descartado por el colegio cardenalicio, porque lamentablemente Martini, más allá de su cultura, de su producción literaria y de sus cualidades humanas y pastorales, poseía una fe incierta, ambigua y oscilante, como la de quien sirve a dos señores, y que él mismo describiera como continua discusión, en la conciencia, entre un creyente y un ateo, sin tomar nunca una decisión ni por el uno ni por el otro. Lo mínimo que se puede decir de esta fe es que ella no produce ciertamente mártires, sino solo astutísimos veletas o renegados o traidores, como Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord [1754-1838], obispo de Autun, que pasó del Ancien Régime a la Revolución, de la Revolución al Directorio, del Directorio a Napoleón, de Napoleón a la Restauración, siempre honrado, abierto a todos y siempre permaneciendo a flote.
----------Ahora bien, si el desconcierto y el escándalo que crea en una diócesis un Obispo con tal género de fe, pueden de algún modo ser contenidos dentro de los límites de esa determinada diócesis, se comprende como Dios, en su Providencia, no puede tolerar, excepto dentro de estrechos límites y por breves períodos, que algo de tal género se produzca en la Iglesia universal, porque en breve tiempo conduciría al colapso, siendo en cambio que en la Iglesia entera, según la promesa de Cristo, portae inferi non praevalebunt.
----------Por eso se puede decir que entre la consistencia de la fe del obispo, aunque esté unido al Papa, y la del Papa, en cierto sentido existe un abismo, así como existe un abismo entre lo falible (la fe del obispo) y lo infalible (la fe del Papa), incluso si al Papa hoy más que nunca le gusta actuar colegialmente con los obispos y el colegio de obispos cum Petro y sub Petro. Pero el hecho es que el Papa es infalible ex sese, independientemente de los obispos, en cuanto es principio y garante de su infalibilidad. Y la historia lo demuestra. Recientemente ha resurgido vivamente la tesis según la cual habrían existido Papas heréticos: Liberio [352-366] en el siglo IV, Honorio [625-638] en el siglo VII, Pascual II [1099-1118] en el siglo XII, Juan XXII [1316-1334] en el siglo XIV, etc. Pero la apologética ha demostrado desde hace mucho tiempo que estas no han sido verdaderas herejías. Estos historiadores (por nombrar hoy a dos siempre muy ocupados en sonar sus trompetas en los medios: Piero Vassallo y Roberto de Mattei, cuyos errores lamentablemente ha repetido mons. Athanasius Schneider) vienen de hecho a llevar agua al molino de personajes no solo discutibles sino probadamente heréticos, muy diferentes entre sí, pero todos sustancialmente negadores de las prerrogativas de infalibilidad de la fe del Romano Pontífice, como por ejemplo Martín Lutero, Hans Küng y Marcel Lefebvre.
----------La virtud de la fe comporta o involucra tres elementos: primero, los enunciados de fe, o sea el objeto de la fe (fides quae), los contenidos conceptuales, lo que se cree, las verdades creídas, los artículos de fe; segundo, el acto del creer (fides qua) y, tercero, la profesión o expresión oral de la fe, el lenguaje de la fe (professio fidei). En el enseñar la doctrina de la fe, el Papa es infalible, es decir, no erra, no se equivoca, dice la verdad, no solo en las condiciones especialísimas fijadas por el Concilio Vaticano I, cuando el Papa define solemnemente un nuevo dogma (cosa rarísima) sino todas las veces que enseña oficialmente al Pueblo de Dios la doctrina de la fe. Precisamente porque la doctrina de la fe es aquel complejo de verdades o proposiciones dogmáticas y morales o para ser creídas por fe divina o por fe eclesiástica o con obsequio de la inteligencia, las cuales son enseñadas por Cristo en la Escritura y en la Tradición y nos son propuestas por la Iglesia en su Magisterio ordinario o extraordinario, simple o solemne, en forma definitoria como de fe o no definitoria, como próximas a la fe (como lo establece el apéndice o Nota Instructiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe a la Carta apostólica del papa san Juan Pablo II Ad tuendam fidem, del año 1998).
----------A fin de discernir el nivel de autoridad, la obligatoriedad y la cualidad de las enseñanzas pontificias, es necesario prestar atención a los diversos géneros, tipos, niveles y formas de intervenciones, hoy más numerosas y diversificadas que en el pasado. Más allá de la proclamación de un nuevo dogma, cosa por lo demás rarísima y condicionada por circunstancias previstas por el derecho (y fundadas por lo expresado en el Concilio Vaticano I), siguen siendo fundamentales las encíclicas; pero luego existe una serie de documentos de nivel inferior, como la constitución apostólica, la carta apostólica, la constitución pastoral, el motu proprio, el rescripto, la bula, las homilías en la Santa Misa, los mensajes para especiales manifestaciones periódicas, aniversarios o eventos, los discursos improvisados, circunstanciales o en las audiencias generales, las entrevistas con periodistas, etc., sin olvidar los documentos magisteriales emanados de las Congregaciones romanas, actuando como representantes del Pontífice, documentos algunos de los cuales poseen mayor autoridad magisterial que ciertas expresiones de nivel inferior emanados del propio Pontífice.

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