A fin de completar la introducción al tema que iremos desarrollando en esta serie de notas (véase la nota anterior), es necesario decir, ante todo, a propósito de la sociología teológica, que ella forma parte de la teología de la historia y está al servicio de las máximas síntesis de esta última, del mismo modo que la sociología filosófica sirve a la filosofía de la historia.
----------En efecto, mientras que, por un lado, la sociología limita el propio interés exclusivamente a las leyes que regulan hechos sociales espacio-temporalmente determinados, ya se traten ellos de hechos empírico-estadísticos, hechos humano-racionales o hechos espirituales-religiosos, según que se trate respectivamente de sociología experimental, sociología filosófica o sociología teológica, por otro lado, la filosofía y la teología de la historia se proponen ofrecer una visual según las leyes del entero curso de la historia universal. Al respecto, el lector que desee profundizar sobre el problema de la relación de la filosofía de la historia y la teología de la historia, recomiendo calurosamente una obra de Jacques Maritain: On the philosophy of history, ed. J.W. Evans, New York 1957; de la cual conozco edición italiana: Per una filosofia della storia, ed. Morcelliana, Brescia 1979; aunque desconozco si existe versión española.
----------Con lo hasta aquí dicho ya podríamos encarar el primero de los temas que nos hemos propuesto: ¿Quién es el intelectual? Pero antes de abordar este asunto en la próxima nota (que no puedo prometer cuando publicaré), creo que conviene decir una última palabra, en esta introducción, acerca del método que he seguido para la preparación de estos apuntes y sobre cual creo que es su valor epistemológico.
----------Me apresuro a aclarar que personalmente no tengo una competencia específica y profunda del hecho de la sociología experimental; pero, por lo demás, está claro no es esto lo que se requiere para una tarea como la que aquí emprendo, que intenta tener un carácter filosófico-teológico.
----------Con esto no excluyo que mi carencia de experiencia científica pueda empobrecer el valor filosófico y teológico de las que llegarán a ser mis conclusiones, y soy consciente, además del hecho de que la experiencia sensorial -como he dicho antes- es absolutamente indispensable (aunque sea solo dispositivamente) para la concepción de cualquier pensamiento, incluido el filosófico y teológico, también del hecho -que es una consecuencia del primero- que cuanto mayor y precisa es la información científica, tanto mejor podrá ser el pensamiento filosófico y teológico que de ella se derivará.
----------Sin embargo, es notorio que la filosofía y la teología pueden nacer también de una experiencia científica involuntariamente pobre y simple (pensemos, por ejemplo, en un san Francisco de Asís), quiero decir, una experiencia en sociología científica involuntariamente pobre y simple como es precisamente la mía, y si nos dejamos iluminar por la luz del Rostro divino, que, como dice la Escritura, está en cada uno de nosotros, el pensamiento que nacerá será para el espíritu de cualquiera un alimento gustoso e incorruptible.
----------He puesto de mi parte lo mejor para recibir en mí aquella mencionada luz, y el lector que quisiera dejarse iluminar también por esa luz, podrá verificar la verdad de cuanto iré diciendo. Se trata (como dice un querido amigo mío) más de escuchar que de hablar (de hecho, tenemos dos orejas y una sola boca); nosotros debemos estar dispuestos, como suele decirse, a ser elegidos, más que a elegir. Se trata, como dice santo Tomás de Aquino, de "adecuar el intelecto a la cosa", donde la cosa es, en este caso, precisamente la luz divina que nos ilumina, siempre que sepamos y queramos adecuarnos a ella, elevarnos al nivel de conciencia que ella requiere, y que la Sagrada Escritura designa como "pureza de corazón".
----------Por lo tanto, algún lector podría acaso preguntarse: ¿cuál es, por consiguiente, el valor epistemológico de estos apuntes cuya publicación recién apenas he iniciado? Francamente, no lo sé con certeza absoluta. Sin embargo, sé que he buscado ser fiel al Maestro interior, del cual habla san Agustín de Hipona. Por lo tanto, a todos los discípulos de tal Maestro interior (y espero que mis lectores se cuenten entre ellos) les compete la tarea de verificar, en mis palabras, la presencia de Su enseñanza.
----------Para expresarme más en particular, debo decir que he retomado sobre todo algunos análisis acerca de la situación del intelectual realizados por el papa san Juan XXIII, por el Concilio Vaticano II, por el papa san Pablo VI, y particularmente por los Papas posteriores hasta el presente; pero también por ciertos análisis sobre el intelectual realizados por Jacques Maritain, especialmente en dos de sus obras: Humanismo integral y El Campesino del Garona. En la mayoría de los casos, mis reflexiones confirman los análisis indicados, y en mucho menor medida, los modifican, con datos más recientes o que sin embargo no he encontrado en el pensamiento de los mencionados autores. He buscado juzgar esos datos a la luz de la fe católica, mediada por el pensamiento de los Santos Padres y Doctores, especialmente de santo Tomás de Aquino; y remito por consiguiente este mi trabajo, en última instancia, al juicio de la Iglesia católica.
----------Considero lo dicho en esta nota y en la anterior, suficiente a modo de introducción.
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