Si es buena y amable la obra de la misericordia que salva, es buena y es amable también la obra de la justicia que castiga al pecador impenitente. Y como el castigo es un mal de pena, en este sentido es bueno y motivo de complacencia para nosotros que hemos querido ser buenos obedeciendo a Dios, que exista el mal de pena no en nosotros mismos, porque no lo merecemos, sino en aquellos que Le han desobedecido y por tanto se lo han merecido. [En la imagen: fragmento de "Adán y Eva en el paraíso terrenal", óleo sobre lienzo, de 1550, obra de Tiziano, conservado y expuesto en el Museo Nacional del Prado, Madrid, España].
Las decisiones divinas son insondables
----------Reflexionando acerca de la bondad divina, tal vez estaríamos llevados a creer que Dios en su omnipotencia un día eliminará todo mal, y que, por lo tanto, no existirán para nadie las penas eternas. Esta era precisamente la opinión de Orígenes, pero fue condenada por la Iglesia. Ella no corresponde a cuanto Cristo nos dice, cosa que, sin embargo, no debe poner en crisis nuestro concepto de un Dios bueno, omnipotente, justo y misericordioso. Dios es realmente así. El problema es aclarar cómo es así.
----------Dios, si hubiera querido, hubiera podido crear desde el inicio un mundo feliz conforme a las mismas condiciones finales del plan divino de la providencia revelado por Cristo, es decir una humanidad plenamente perfecta que gozara de la beatífica visión de Dios. De esa manera, Dios nos habría ahorrado la continuación ininterrumpida, desgarradora, espantosa, interminable, de tantas injusticias, tantos delitos, pecados, maldades, miserias, dolores, calamidades y desgracias que han signado y signan la historia infeliz de nuestra vida en la tierra, ni ninguna creatura humana o angélica acabaría en el infierno.
----------¿Por qué Dios no lo ha hecho así? No lo sabemos. Sin embargo, nosotros debemos creer firmemente que también esta decisión divina ha dependido de su infinita bondad, vale decir, es manifestación de su infinita bondad. Si, considerando este dato de la revelación cristiana, nosotros sentimos un movimiento de repulsión o de rechazo, o nos vienen ganas de borrar o ignorar las palabras de Cristo al respecto, eso es signo de que no tenemos un concepto de la bondad divina tal como nos es revelado por la Sagrada Escritura y confirmado por la enseñanza constante de la Iglesia. Quiere decir que debemos reformar nuestro concepto de la bondad divina para hacerlo conforme a como nos la revela la divina Revelación.
----------Preguntémonos ante todo: ¿qué son el bien y el mal? El bien es el mismo ente, es el ser, objeto de la voluntad divina que lo crea. El bien es por su esencia atrayente, amable y agradable.
----------El mal es privación de bien en el bien. Mientras que el bien subsiste en sí mismo y puede estar libre del mal, el mal existe solo sujetado en el bien. Existe por consiguiente un bien sano y un bien enfermo. El bien sano está libre del mal; el enfermo está disminuido por el mal.
----------Es necesario señalar también que mientras puede existir un bien infinito, como por ejemplo Dios, no puede existir un mal infinito porque el mal siempre supone un sujeto. Por eso el mal termina cuando ha destruído al sujeto. Un enfermo de cáncer está afligido por un mal que tiene un término: y éste es el hecho de que el cáncer lo mata. En este punto el mal termina, pero solo porque el enfermo está muerto.
----------Otra consideración importante es que mientras el bien cuando es infinito es invencible, el mal puede ser vencido y al mismo tiempo no existe un mal de tal potencia que pueda vencer a un bien infinito. El mal puede vencer a un bien finito. Sin embargo, el poder del mal siempre es finito, como hemos visto en el ejemplo del enfermo, donde el mal termina porque destruye a su sujeto.
----------Podemos observar también que mientras el justo vence con las obras de la justicia al mal de culpa quizás sufriendo un mal, el pecador impenitente es vencido por el mal de culpa, además de estar sujeto a la pena, que se ha echado encima con su culpa.
----------Ahora bien, ¿de qué modo Dios vence al mal? Lo vence no anulando el mal de pena, sino permitiendo a su Cristo, crucificado y resucitado, someter a sus enemigos. De esta manera, la victoria sobre el pecado, también implica la liberación del sufrimiento.
----------La creatura espiritual, ángel u hombre, está como todos los entes creados, inclinada por Dios su creador al bien, a amarlo, a hacerlo, a poseerlo, a disfrutarlo, mientras que naturalmente el mal le repugna, es llevada a odiarlo y a huir de él. Pero la creatura intelectual está dotada de libre albedrío, por el cual ella misma puede considerar y hacer como su bien lo que no es para ella verdaderamente bueno.
----------Eso es precisamente lo que llamamos pecado. El pecado es un acto que, siendo por su naturaleza contrario al verdadero bien del agente, causa en él un mal de pena, vale decir, el sufrimiento y el castigo. Se llama sufrimiento el mal sufrido como consecuencia del pecado. Se llama castigo la pena inferida por el juez y por la misma naturaleza al pecador por justicia como sanción del pecado.
----------Gran obra de la divina misericordia es la transformación del sufrimiento y del castigo en principio y causa de redención y de salvación mediante la cruz de Cristo. Así el sufrimiento deviene amable no ciertamente en sí mismo, sino porque es asumido por Cristo por amor a nosotros para liberarnos del pecado y del sufrimiento. Es este un hecho aparentemente paradojal propio del cristianismo: ¡el sufrimiento que libera del sufrimiento!
----------Recordemos también que Dios, como consecuencia del pecado original, hubiera podido dejar a la humanidad en la miseria en la cual por su culpa había caído. Sin embargo, ha tenido piedad de nosotros y mediante nuestro Señor Jesucristo nos ha puesto en una condición de vida superior, la de los hijos de Dios, que no estaba contemplada en el estado edénico.
----------Cosa importante a considerar es que Dios no quiere el mal de culpa, el pecado, pero puede querer el mal de pena, el castigo, porque el justo castigo es acto de justicia. Y notamos que esta voluntad es cosa buena. En tal sentido podemos decir que es bueno que exista el mal, o sea el mal de pena. En cambio el mal en el sentido absoluto, el pecado o cuanto menos el aumento del pecado, Dios un día lo cancelará totalmente. Los hombres y demonios condenados permanecerán eternamente en un estado de culpa consecuente a sus pecados. Pero no cometerán más pecados. En este sentido, Dios borrará el pecado como acto, aunque no como culpa.
----------Sin embargo, Dios no ha querido impedir el pecado, cuando, como he dicho, si hubiera querido, lo habría podido hacer. Pero debemos repetir que el motivo por el cual Dios ha querido esto es para nosotros totalmente impenetrable, y por eso nuestro Señor Jesucristo no nos lo ha revelado. Cristo nos ha revelado muchas cosas sobre el mal: cuál es su naturaleza, sus orígenes, sus causas y sus remedios. Pero el porqué último del mal está escondido en la impenetrable voluntad de Dios.
----------Sabemos que el Padre ha permitido el ingreso del mal en el mundo porque quería reservarnos un destino, el de los hijos de Dios, superior al estado edénico, y que no habría existido si el pecado no hubiera existido. Por tanto, Él ha recabado del mal un bien mayor. Y sin embargo, incluso sin permitir el pecado, si hubiera querido, nos habría podido constituir inmediatamente hijos de Dios en la beatitud.
----------Lo que también es digno de señalar es que Dios permite que en la vida presente algunos inocentes sufran o sean injustamente castigados, mientras que ciertos astutos malhechores hacen fortuna y quedan impunes. Pero la fe nos dice que habrá para todos en la conclusión de la historia terrena un día fijado por Dios en el cual será la rendición de cuentas: quien sea inocente y haya sufrido pacientemente injusticia será resarcido y premiado con la vida eterna; y quien haya escapado de la justicia humana sin renunciar al pecado será alcanzado por la justicia divina y enviado al infierno.
----------La fe nos dice también que en el juicio universal cesarán las acciones meritorias, es decir, ya no será posible adquirir nuevos méritos ni en el bien ni en el mal. Por lo tanto, las culpas cometidas permanecerán, pero Dios impedirá todo nuevo mal de culpa, porque nadie podrá ya cometer nuevos pecados, ni siquiera los condenados del infierno.
----------Y sin embargo, ellos sufrirán una pena eterna. He aquí, entonces, el problema que hoy perturba a muchos y que resuelven de manera equivocada negando simplemente la existencia de los condenados del infierno. ¿En qué sentido también el infierno manifiesta la bondad divina? ¿Por qué es bueno que exista el mal de pena? ¿Por qué es bueno que haya condenados? ¿Qué placer puede procurarnos saber que existen condenados? ¿Estar contentos por el sufrimiento de otros? ¿No deberíamos tener compasión también por ellos? ¿Qué ventaja nos procura? ¿No sería mejor que no hubiera condenados en el infierno? ¿Dios podría haber sido más bueno de cuanto efectivamente es realizando el plan revelado por Cristo? Las preguntas se suman, tal vez agobiantes. Pero podemos responder a ellas yendo a lo esencial.
¿No era mejor si Dios salvaba a todos?
----------Pueden venirnos sustancialmente a la mente estos pensamientos: ¿por qué Dios más bien no salva a todos? ¿No habría sido mejor? Surge entonces esta tentación: ¿debemos reprobar a Dios por no haber sido más bueno o lo suficientemente bueno? Nos viene este pensamiento, que en realidad es inspirado por el diablo: si hubiera dependido de nosotros, nosotros, movidos por compasión, habríamos salvado a todos. Admitamos también un castigo, pero hacerlo eterno ¿no es un poco demasiado? ¿Podemos estar contentos de ver a nuestros hermanos, tal vez amigos y familiares, sufriendo terriblemente por toda la eternidad? ¿Podríamos ser igualmente felices en el paraíso del cielo en estas condiciones psicológicas?
----------Es necesario, sin embargo, notar que si nos vienen en mente estos pensamientos, debemos darnos cuenta de que algo no va, algo no está bien. ¿Podemos reprender o reprobar a Dios por no haber sido lo suficientemente bueno? ¿Podemos decirLe que nosotros lo habríamos hecho mejor? ¿Que hubiéramos sido más misericordiosos que Él? Evidentemente no.
----------Santo Tomás hace notar que el placer de ver a los condenados del infierno no está dictado por el placer de ver sufrir a los otros: esto sería sadismo y crueldad, sino que es el placer de ver realizada la justicia divina. ¿Y si se trata de nuestros parientes? ¿Pero la visión beatífica no basta para hacernos felices? ¿Es pensable algo que pueda quebrar la alegría del paraíso del cielo? Dios mismo proveerá a resolver el problema. Pero no podemos pensar de ser más buenos que Dios.
----------Entonces, ¿cómo debemos razonar para no caer en semejantes blasfemias? Debemos considerar que es bueno que exista el mal, se entiende el mal de pena, el castigo. En efecto, que exista el pecado no es bueno en ningún sentido, y por eso Dios en la Parusía lo eliminará para siempre, en el sentido de que no serán ya cometidos nuevos pecados ni por los réprobos ni por los demonios. Ciertamente ellos están en estado de culpa, pero ésta no puede ya aumentar con nuevos pecados.
----------Dios no ha querido quitar todo mal, y en particular no ha querido quitar todo mal de pena, sino que ha querido mostrar su poder contra el mal, su victoria sobre el mal transformando en Cristo el castigo en redención, cancelando los pecados con el perdón, disipando las tramas de los malvados y derrotándolos en la batalla final descrita por el Apocalipsis. Dios no quita todo mal, sino que lo vence echando a los malvados al infierno.
----------Naturalmente, llegados a este punto de nuestra reflexión, es necesario recordar que son ellos mismos los que quieren ir al infierno, aunque no por supuesto en el sentido de que desearan la pena eterna, porque ésta repugna a todos, sino en cuanto el infierno es el lugar donde están los que odian a Dios, y precisamente el merecedor del infierno es el odiador de Dios que se niega a someterse a su ley y rechaza el amor salvífico con el cual Dios lo ha amado, y está dispuesto a sufrir una pena eterna por no estar con Dios en el paraíso del cielo. El paraíso como lugar de delicias atrae a todos. Y el mismo malvado iría gustosamente al cielo. Pero lo que le mantiene alejado es el hecho de que allí está Dios, que él no quiere ver en absoluto.
----------Aquellos que creen que todos se salvan, y lo dicen a diestra y siniestra sin mayor reflexión, no se dan cuenta de que para algunos la visión de Dios (en la que precisamente está la salvación) no les interesa absolutamente para nada, y les es incluso repugnante. La repugnancia por la metafísica, la antipatía y el disgusto por las cosas del espíritu, la desenfrenada sensualidad, el anhelo de los bienes materiales, el individualismo, el egoísmo, el solipsismo y el egocentrismo exasperados, hoy desgraciadamente difundidos, son los signos que no interesan el ente supremo, la causa primera, el motor inmóvil, el fin último y el supremo bien. Por eso es más cristiano el Dios de Aristóteles que el de ciertos teologastros que quisieran interpretar al Dios bíblico no como ipsum Esse, sino según la categoría del Dasein de Heidegger.
A algunos Dios no les interesa
----------Lenin habla con repugnancia del "flirteo con el buen Dios". El ateo y el impío aceptarían el paraíso del cielo solo si allí no estuviera Dios; pero, si la pena infernal es el precio que hay que pagar para estar lejos de Dios, pues bien, dice el impío, bendito sea el fuego del infierno, siempre que yo pueda estar lejos de Dios. ¿Acaso Nietzsche no decía que hay que bailar en el infierno?
----------Por lo demás, al leer los desvaríos heideggerianos o hegelianos de ciertos teólogos de hoy, textos sin pies ni cabeza, escritos atormentados y atormentadores, en medio entre el sí y el no, en contradicción consigo mismos, frustrados y frustrantes, andando a tientas en la oscuridad, ¿no tenemos la sensación precisa de que nos hacen sentir como en el infierno?
----------Por eso, en el plan divino revelado por Cristo, el futuro nos reserva la coexistencia eterna de dos mundos opuestos entre sí, pero que no están en contradicción entre ellos: el paraíso y el infierno, entrambos objeto del gobierno de la Providencia. Y no solo los bienaventurados, sino también los condenados son objeto del amor divino. En efecto, Dios se ocupa de mantenerlos en existencia y, aunque los haya sometido a una pena severa, mitiga esta pena con su misericordia. El objeto de nuestra esperanza, si quiere ser realista y conforme al plan que Cristo nos ha revelado, no es, como creen algunos, que todos se salven, sino que se realice el plan divino.
----------Padecer el mal es odioso para todos. Hacer el mal en cambio les place solo a los malvados. Padecer el mal puede ser hermoso para descontar por nuestros pecados y por amor a Cristo. Pero para una persona buena, cometer pecado es un mal absoluto que debe ser evitado absolutamente a toda costa y al precio de cualquier sufrimiento. Por el contrario, al malvado sólo le interesa absolutamente evitar el sufrimiento y lo hace incluso a costa de pecar. De ahí, por ejemplo, la práctica de la eutanasia.
----------En conclusión, debemos afirmar que, según la revelación cristiana, la bondad divina no se muestra solo con la misericordia que perdona a aquellos que se arrepienten, a quienes quita culpas y penas, sino que también se manifiesta con la justicia que castiga a otros con la pena eterna del infierno, es decir, aquellos que no quieren ver a Dios, lo odian y desobedecen su ley.
----------Ahora bien, si es buena y amable la obra de la misericordia que salva, es buena y es amable también la obra de la justicia que castiga al pecador impenitente. Ahora bien, el castigo es un mal de pena. Por consiguiente, en este sentido es bueno y motivo de complacencia para nosotros que hemos querido ser buenos obedeciendo a Dios, que exista el mal de pena no en nosotros mismos, porque no lo merecemos, sino en aquellos que Le han desobedecido y por tanto se lo han merecido.
Gracias por recordarnos todo esto.
ResponderEliminarQuerida Herminia,
Eliminarcomo siempre, me complace tu presencia entre nosotros, y me alegra que mi reflexión te haya sido de utilidad.
Creo que la naturaleza infinita de Dios, y nuestro ser creados a su imagen y semejanza, requiera lamentablemente tal infinitud de recompensa o pena. Buenas y justas ambas. Pero que espantan porque son infinitas.
ResponderEliminarEstimado Roberto,
Eliminarcomprendo esta consternación suya, considerando nuestra pequeñez.
Sin embargo, tenga presente que nosotros estamos hechos para lo eterno, para el infinito y para lo absoluto. Se trate del paraíso del cielo o se trata del infierno, nosotros de todos modos elegimos lo eterno.
Si tuviéramos la clara sensación de nuestra concupiscencia, de nuestra tendencia al mal, entonces tendríamos mucho más temor del pecado, tendríamos el terror de ofender a Dios, no por miedo al castigo, sino más bien por fallar a Aquel que nos ama desde la noche de los tiempos y que ha muerto y resucitado por nosotros.
ResponderEliminarEstimada Rosa Luisa,
Eliminarcomparto plenamente estas observaciones suyas.
El hombre con el pecado original ha demostrado que puede usar su libertad de una manera pésima, hay quien incluso elige el infierno con su libertad mal usada.
ResponderEliminarVerdad... verdaderísimo.... pero cuando la criatura se somete a Dios reconociendo su propia naturaleza limitada y pecadora es precisamente entonces que adquiere la verdadera libertad.... mejor ser esclavos en el Cielo que señores (por así decir...) en el infierno.... tanto para parafrasear a Milton....
EliminarClaro, señora Rosa, el discurso sobre el Paraíso es una paradoja en el sentido de esclavos pero he entendido el sentido. Gracias por su intervención.
EliminarRoberto: precisamente es una paradoja... como el camello que pasa por el ojo de la aguja.... eEs mucho más probable eso, a la posibilidad de que los ricos vayan al cielo... Ergo es mucho mejor ser 'siervos de Dios' que seguir las falsas libertades ofrecidas por el pecado disfrazado de bien....
EliminarEstimado padre Filemón: Quisiera saber en qué año preciso y en qué documento o concilio la Iglesia ha definido el dogma del infierno. He biscado mucho, pero no he podido encontrar lo datos. Gracias
ResponderEliminarEstimado Mario,
Eliminarla existencia de condenados en el infierno ha sido definida por el Concilio de Quierzy del 853, Denz. 623, cap. 3: "Dios omnipotente quiere salvar a todos sin excepción, aunque no todos se salvan. Que algunos se salven, esto es don del Salvador; que, por el contrario, algunos perezcan, esto es mérito de los que perecen".
El Concilio de Trento, en el Decreto sobre la Justificación, cap. 3, dice: "Aunque Cristo haya muerto por todos, no todos reciben el beneficio de su muerte, sino solo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión".
Además, el Concilio de Trento habla de los elegidos y de los predestinados, conceptos que evidentemente suponen que no todos se salvan.
Además el Catecismo de la Iglesia Católica, en el n. 1034, dice: "Jesús habla repetidamente de la «geena», del «fuego inextinguible», que está reservado a quien hasta el final de la vida se niega a creer y convertirse, y donde pueden perecer tanto el alma como el cuerpo. Jesús anuncia con palabras severas: «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, los cuales recogerán [...] a todos los que obran iniquidad y los arrojarán en la fosa ardiente» (Mt 13,41-42), y él pronunciará la condena: «¡Lejos de mí, malditos, al fuego eterno!» (Mt 25,41)".
Mario: Jesús habla del infierno en 4 páginas sobre 10 del Evangelio. Antes que dogma, es Palabra de Dios.
EliminarCarlos Principi: Quien cree en Dios y en su Palabra ama a la Iglesia, Esposa y Cuerpo de Cristo..... ergo, su Fe se basa también en los dogmas de la Iglesia que, analizándolos bien, se basan en las Sagradas Escrituras... en el Catolicismo todo está conectado... y como sucede en las estructuras arquitectónicas de las catedrales góticas, basta no creer un solo elemento para hacer caer toda la fe... shalom...
EliminarDe hecho, señor Carlos Principi, el infierno es la fe revelada que luego la Iglesia desarrolla en su predicación mientras los dogmas son verdades de fe expresadas por la Iglesia que se contienen en la Biblia pero no claramente reveladas.
EliminarEstimado Carlos,
Eliminarefectivamente la palabra de Cristo está por encima del dogma, porque el dogma no es otra cosa que la explicación de la palabra de Cristo.
Por lo tanto, usted tiene razón al subrayar que no es tanto la Iglesia con sus dogmas la que habla del infierno, sino ante todo Cristo.
Entonces, ¿por qué los dogmas?
Porque, como bien sabemos, la herejía buenista no es de ayer, sino que es de vieja data. Apareció ya con Orígenes en el siglo III.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminarusted ha comprendido muy bien el significado de los dogmas. En efecto, ellos son como las piezas de un mosaico. Conectados entre sí, vienen a mostrar la estupenda belleza de la voluntad de Dios y la maravillosa armonía del plan de la salvación. Esta obra, llevada adelante por la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, nos muestra los nexos y la maravillosa armonía que existe entre las verdades de fe, que son enseñadas por la Sagrada Escritura no de modo sistemático, sino en forma narrativa, y por tanto están desconectadas entre sí. La Iglesia, con sus dogmas, nos muestra su conformación unitaria, ya sea deduciéndolos los unos de los otros o bien mostrando su reciprocidad o bien dirigiéndolos todos al fin último, que es la visión de Dios.
Estimado Roberto,
Eliminarestoy de acuerdo con sus observaciones muy útiles para comprender la Escritura, para entender cuál es la función de la Iglesia en el interpretarla y por tanto para comprender cómo se configura nuestra fe católica.