domingo, 2 de octubre de 2022

¿Qué aprendimos de la pandemia? (1/3)

No obstante todas las advertencias de la Sagrada Escritura, confirmadas por la Sagrada Tradición de la Iglesia, ambas interpretadas por el Magisterio, advertencias que algunos exegetas modernos creen erróneamente que son signo de una religiosidad primitiva y superada o fuente de fundamentalismo, se desearía, sin embargo, un Dios que siempre nos excusara, un Dios que no cierra un solo ojo, sino los dos, cualquiera que sea el pecado que cometamos, aunque no hagamos penitencia y no tratemos de corregirnos.

¿Se terminó o no se terminó la pandemia del Covid-19?
   
----------Hay quienes hacen esta pregunta a uno como si uno pudiera saberlo (no hace falta aclarar que los curas no sabemos de todo). Otros no lo preguntan, y dan por hecho que la pandemia ha terminado. La impresión es que sólo un muy reducido número de gente alberga el temor de que el Covid llegó para quedarse. Yo me encojo de hombros ante la pregunta, como ante cualquier pregunta que excede mi saber y mis posibilidades de saber; pero sigo poniendo en el regazo de María Santísima los muertos por el Covid, las 10.000 personas por día que sigue matando este enemigo contra el que venimos luchando desde hace tres años.
----------A decir verdad, las autoridades gubernamentales y sanitarias no manifiestan certezas definitivas. Por un lado, el presidente Joe Biden, aseguró hace dos semanas en una entrevista de la cadena CBS, que "la pandemia ha terminado... estamos trabajando mucho con los problemas derivados del covid, pero la pandemia se acabó". Por otro lado, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, decía hace una semana que "el fin de la pandemia de Covid-19 está a la vista, pero todavía lejos", matizando las declaraciones que había hecho la semana anterior, que eran mucho más alentadoras. Sus diferentes expresiones en solo siete días no lo muestran muy seguro de las prospectivas. "Hemos pasado dos años y medio en un largo y oscuro túnel -ha dicho-, y apenas empezamos a entrever la luz al final del túnel".
----------Según afirma Tedros, el número de fallecidos registrados cada semana en el mundo sigue bajando y no representa más que el 10% de lo que fue el momento álgido en enero de 2021. En la mayoría de países, se acabaron las restricciones y dos tercios de la población mundial están vacunados. "Pero 10.000 muertos cada semana, son 10.000 más", advirtió. La agenda de la Organización Mundial de la Salud tiene programada para este mes de octubre la tarea de definir si la Covid-19 sigue siendo una emergencia sanitaria internacional. Mientras tanto, los especialistas mostraron días atrás consenso en recomendar continuar con las medidas de prevención y aplicarse las dosis de refuerzo. Ello en un mundo donde el coronavirus ya casi no es noticia, pero también donde hay países que no llegan al 20% de la población vacunada.
----------Pero en este artículo no es mi intención resumir la información que el lector puede encontrar, y mejor y más detallada, en cualquier buen portal de noticias en la red, sino que mi propósito es volvernos a hacer la pregunta que considero que un creyente debe hacerse ante cualquier acontecimiento que pone nuestra vida patas para arriba, más o menos en crisis, como efectivamente ha ocurrido con la pandemia del Covid.
----------No es la primera vez que nos preguntamos por el sentido de una calamidad como esta pandemia. Los lectores habituales de este blog recordarán no pocos artículos que le hemos dedicado a este tema. La respuesta que hemos dado a esa pregunta, basada en la Escritura y la Tradición, leídas a la luz del Magisterio de la Iglesia, ciertamente no ha sido estos tres años la respuesta que ha brillado por su presencia en la predicación mayoritaria en la Iglesia, ni siquiera en la del Santo Padre, aunque, providencialmente, el papa Francisco, más allá de su condición de Maestro de la Fe (la cual bien sabemos que no puede venir a menos por divina promesa de nuestro Señor Jesucristo), también ha dado muestras de prudencia y sabiduría pastoral, al no silenciar el indudable aspecto de divina prueba que la tragedia del Covid tiene para el hombre de fe.
----------Volvamos, entonces, una vez más (¿la última vez quizás?) a tratar sobre esta cuestión, y preguntemos si hemos o no aprendido la lección cristiana que brota de la pandemia que hemos vivido.
   
¿Por qué Dios permite el mal?
   
----------Al hombre de hoy se le hace difícil comprender cómo pueda castigar un Dios que es Amor. Se cree que el castigo sea contrario al amor. Se piensa que un Dios que ama no puede castigar, no puede condenar; de ahí la imagen de un "Dios bonachón". Sin embargo, hay infinitos pasajes de la Escritura donde se habla de la ira divina, de las condenas, de los castigos, de las puniciones divinas.
----------Pero comencemos por una noción básica: ¿qué significa "condenar"? El texto griego del Nuevo Testamento contiene principalmente el término krinein, que significa "juzgar" en el sentido judicial. La condena en el sentido judicial es la sentencia del juez, con la cual, sobre la base de la prueba o evidencia de la imputabilidad del reo, el juez irroga a un malhechor la pena o castigo por su delito.
----------El castigo es, por lo tanto, la justa consecuencia de la condena. Objeto de la condena, por lo demás, no es tanto el autor del delito, el criminal, sino ante todo el delito o crimen mismo. Sin embargo, la pena o castigo afecta al criminal, a fin de que él, aunque, como es de suponer, contra su voluntad, sea reconducido o devuelto al orden de la justicia que precisamente ha sido violado por el delito.
----------La Escritura distingue la condena (krisis) del castigo (kòlasis), aunque a veces los toma como sinónimos. Ambos conceptos implican la irrogación de una pena o la punición por el pecado. El castigo, sin embargo, es una advertencia o amonestación por parte de Dios en la vida presente, con el propósito de corregirnos de nuestros vicios o pecados. Tiene un valor educativo y medicinal.
----------La condena, en cambio, se refiere a la pena eterna del infierno y tiene por tanto sólo un valor aflictivo, aunque ni siquiera en el infierno la misericordia divina esté ausente. La condena es un castigo; pero no todo castigo es una condena, a no ser que se refiera al poder judicial civil o eclesiástico.
----------Ya en base al derecho natural, la justicia requiere que el delito sea punido y que el malhechor sufra una justa pena. Así, en la Escritura, el paradigma del castigo divino es el del pecado original, que aflige con sus consecuencias a toda la humanidad. Todos los sucesivos castigos divinos no son más que las resonancias o ecos de este trueno primordial que fue la punición de nuestros primeros progenitores.
----------Por consiguiente, borrando la existencia de los castigos divinos, como hoy quieren algunos, ¿queremos dejar de lado una tercera parte de la Sagrada Escritura, con el pretexto de que Dios es bueno y misericordioso? Quien no aprecia la justicia, no sabe ni siquiera qué es la misericordia, porque la una está indisolublemente vinculada a la otra, como repite varias veces la Escritura (Ex 34,6-9; Tob 13,2; Sal 99,8; Sal 103.8; Sir 5,6; 16,12). Quien admite en Dios sólo la misericordia y no también la justicia, concibe un falso Dios, adecuado a sus deseos, para no renunciar a sus pecados y salirse con la suya de cualquier modo.
----------Pero también hay que decir, por supuesto, que al mismo tiempo, ningún texto sagrado de ninguna otra religión exalta tanto la bondad y la misericordia de Dios, como exalta estos dos atributos divinos la Sagrada Biblia, la cual nos revela que "Dios ha amado tanto al mundo para dar a su Hijo único, para que el que cree en él no muera, sino que tenga la vida eterna. Dios no ha enviado el Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de él" (Jn 3,16-17).
----------Y sin embargo, inmediatamente después, Cristo señala una posible condena: "Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios" (v.18). El Dios bíblico "perdona la culpa, la transgresión y el pecado, pero no deja sin punición" (Ex 34,7). Cuando Cristo dice que se salva quien cree, está claro que entiende decir quien pone en práctica aquello que cree, porque de otro modo no se salva, sino que es condenado como quien no cree.
----------El mensaje o anuncio de la salvación, vale decir, el contenido de la fe, no está en el modo indicativo: "Somos todos perdonados, hagamos lo que hagamos, bien o mal, a tal punto Dios es bueno, nos ama y no nos abandona", sino que está en el modo condicional: "somos perdonados por su misericordia si nos arrepentimos y observamos los mandamientos". Como diciendo que si no observamos los mandamientos, no nos salvamos en absoluto, sino que somos condenados, aunque sea cierto que la gracia sea necesaria precisamente para arrepentirse y para la plena observancia de la ley.
----------La partícula "si" en la moral cristiana es importantísima, porque refleja la dignidad del libre albedrío del hombre, aunque esté debilitado por el pecado y aunque estuviera también en conflicto con Dios. No es digno querer salirse con la de uno de cualquier modo, dejando a nuestro Señor Jesucristo solo en la cruz, mientras nosotros seguimos disfrutando de la vida, cuando disponemos de la maravillosa fuerza del libre albedrío, con el cual, bajo la influencia sanadora, liberadora, elevante y santificante de la gracia y de la divina misericordia, merecemos la eterna bienaventuranza.
   
Hoy se cree que todos se salvan
   
----------No obstante todas las advertencias de la Sagrada Escritura, confirmadas por la Sagrada Tradición de la Iglesia, advertencias que algunos exegetas modernos creen erróneamente que son signo de una religiosidad primitiva y superada o fuente de fundamentalismo, se desearía, sin embargo, un Dios que siempre nos excusara, un Dios que no cierra un solo ojo, sino los dos, cualquiera que sea el pecado que cometamos, aunque no hagamos penitencia y no tratemos de corregirnos. En sustancia, un Dios que nos da el permiso para pecar y no nos atormenta con sentimientos de culpa.
----------Se pretende, como pretendía Lutero, tener la certeza absoluta de que nos salvaremos, como si fuera una verdad de fe. De hecho, se reducen todos nuestros deberes para con Dios a esta única convicción. Se cree que, de lo contrario, pecaríamos contra su misericordia.
----------Se cree que el único verdadero pecado es el temer podernos condenar. Se cita incorrectamente a san Juan: "En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1 Jn 4,18).
----------Respecto a ese texto, debe decirse que san Juan no pretende en absoluto despreciar el temor de Dios, que es una virtud religiosa fundamental enseñada por la Escritura en una infinidad de pasajes. En efecto, el temor de Dios es precisamente el secreto para obtener misericordia, como bien sabemos proclama María en el Magníficat: "Su misericordia se extiende a aquellos que le temen" (Lc 1,50).
----------Ciertamente, la virtud del temor de Dios no es, como creía Lutero, el terror y la angustia que nos inspira un juez injusto y demasiado exigente, un déspota despiadado, que nos culpabiliza cuando en cambio somos inocentes o nos acusa duramente de culpas que en realidad no tenemos, impidiéndonos alcanzar esa paz y esa felicidad, de las cuales tenemos necesidad y a la cuales tenemos derecho si somos inocentes. Un Dios que nos amarga la vida, en lugar de ser fuente de alegría.
----------Sin embargo, el verdadero temor de Dios, inculcado por la Biblia, dictado por el sano interés por nuestra salvación, es cosa sublime y fuente de verdadera alegría, estando indisolublemente asociado con el amor de Dios, y más aún fundado sobre él, en el respeto religioso y piadoso por su infinita majestad, benevolencia, bondad y justicia, de las cuales sabemos que depende nuestra eterna bienaventuranza. Se trata del temor delicado y premuroso de ofender a Dios, porque se Lo ama.
----------El verdadero temor de Dios es ese respeto por Dios, que no quiere aprovecharse astutamente de su bondad, como si Dios fuera un simplón, sino que aprecia que Dios sea exigente y nos pide mucho. Es un temor que sabe que Dios es también justo. He aquí, entonces, la advertencia del Sirácida: "No digáis: 'su misericordia es grande; él perdonará la multitud de mis pecados', porque en él está la misericordia, pero también la ira, y su indignación recae sobre los pecadores" (Sir 5,6).
----------San Juan, por tanto, no está hablando de un amor cualquiera, sino del amor perfecto, el cual ama a Dios por Sí mismo más que por el propio interés, el cual está ligado al temor, que en todo caso sigue siendo amor verdadero y suficiente para la propia salvación.
----------Por el contrario, Lutero olvida las condiciones para recibir de Dios misericordia (el arrepentimiento y la reparación) y, más allá de eso, Dios le interesa sólo como fuente de su salvación. Contemplar a Dios y amarLo por Sí mismo no le interesa a Lutero en absoluto.
----------Dado que Cristo ya ha pagado por nuestro rescate, por eso Lutero se considera exonerado de pagar nada. Después de todo, el ascetismo para Lutero es inútil, porque la concupiscencia es invencible. Lo importante para el "reformador" alemán es ser espontáneo, poner el corazón en paz, gozar de la vida y que los impulsos sigan su curso, como luego enseñará Freud cuatro siglos después.
----------Es mejor, más aún, es suficiente entonces para Lutero, ponerse con confianza en las manos de Cristo, que piensa en todo y nos ama siempre, en cualquier caso y de cualquier modo. El proverbio popular: "Ayúdate, que Dios te ayuda", Lutero lo cambiaría así: "Dios te ayuda aunque tú no te ayudes". Excepto que, sin embargo, y debemos decirlo con entera franqueza, esta no es en absoluto la verdadera misericordia divina. Esto es tomarle el pelo al Señor y, por lo tanto, tomarnos el pelo a nosotros mismos.
----------Pero en la severidad de Dios hay una perfecta lógica, en cuanto que, si Dios es Bien infinito, fuente de vida eterna y de bienaventuranza para siempre, es lógico que perder este bien, signifique la condena a una muerte eterna y a una eterna infelicidad. Excepto que hoy se tiende a poner en un mismo plano el bien y el mal, como si éste último se tratara de un bien "diferente". Por lo cual va bien santo Tomás de Aquino, y va bien también Hegel o Heidegger; va bien el heterosexual, pero es normal también el homosexual; va bien la muerte natural, pero va bien también la eutanasia; va bien el matrimonio, pero va bien también el adulterio; va bien el católico, pero va bien también el protestante, y así sucesivamente.
----------Este falso aperturismo, sin embargo, es precisamente lo que crea los contrastes más trágicos, porque la distinción entre bien y mal, al menos en abstracto, es insuprimible. Y faltando un criterio objetivo y seguro para establecer esa distinción entre el bien y el mal en el plano de lo concreto, he aquí que aparecen en la actualidad los criterios más absurdos, más subjetivos y más irracionales.
----------Hoy muchos, habiéndose dejado influir por un muelle y edulcorado buenismo, no llegan a comprender cómo el castigo del pecado constituya debida justicia; y así como la justicia es voluntad de aquello que es justo y por tanto bueno, y el querer el bien es amor, no alcanzan a comprender cómo el castigo, al fin de cuentas, es dictado precisamente por el amor hacia el mismo pecador.
----------Claro que, en general, el hombre de hoy reconoce de alguna manera la existencia del pecado. El pecado existe, pero no debe ser punido, porque es invencible, es inevitable, por lo cual sería injusto y cruel un Dios que castigara por un pecado que los hombres no somos capaces de evitar. Al fin y al cabo, el pecado es cosa normal, como me dicen en el confesionario ciertos "penitentes": "padre, he cometido pecados normales". Efectivamente: el mal deviene bien e incluso se intenta justificarlo.

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