martes, 4 de octubre de 2022

¿Qué aprendimos de la pandemia? (3/3)

Es de desear que la pandemia que hemos vivido nos haya permitido reconocer el verdadero sentido de la misericordia unida a la justicia: se trata del "no apagar la mecha humeante y no quebrar la caña cascada" (Mt 12,20), es el recuperar lo recuperable, incluso en las situaciones más desastrosas, es el encontrar elementos de verdad incluso en las ideologías más erróneas, es el reconocer los lados positivos incluso en los criminales, es el hallar recursos de vida en los moribundos, es el encontrar momentos de lucidez en los enfermos mentales, es hallar un denario perdido en un montón de inmundicia. [En la imagen: fragmento de "El nuevo enemigo público no es humano. La pandemia como falla de la inteligencia", ilustración de Juan Soto, en medios argentinos].

La misericordia prevalece sobre la justicia
   
----------La misericordia y la justicia en Dios, Dios que premia y Dios que castiga, Dios que absuelve y Dios que condena, Dios que perdona y Dios que no perdona, Dios airado y Dios clemente, por más que todo esto pueda repugnar al moderno buenismo, son atributos o funciones divinas indisolublemente unidas.
----------Pero lo son, sin embargo, no como atributos absolutos de la divinidad, independientemente del hombre, como lo son, por ejemplo, la bondad, la eternidad, la infinidad, la inmutabilidad, la omnipotencia, o la providencia, sino sólo existente el actual plan de la salvación, que implica la existencia del pecado. Si no existiera el pecado, no tendríamos ni la remisión, ni la punición de los pecados.
----------La justicia como virtud cardinal conlleva la voluntad de dar a cada uno lo que le corresponda, según sus derechos, sus méritos y sus necesidades, premiando a los buenos y castigando a los malos, reparando la injusticia. Por consiguiente, sería contrario a la justicia premiar a los malos y castigar a los buenos, como dice la Escritura: "Condenar a quien no merece castigo lo consideras incompatible con tu poder" (Sab 12,15).
----------La misericordia (hebreo: hèsed), es la miseri-cordia, la piedad, la atención, la ternura, la compasión y el interesarse por el mísero y el necesitado en el cuerpo y en el espíritu, socorriéndolo y aliviándolo de su miseria, es la prontitud para perdonarlo, el soportar sus defectos, la aceptación de sus disculpas, es el empeño en tratar de consolar y aliviar del sufrimiento, es la oración por las almas del purgatorio.
----------Es el "no apagar la mecha humeante y no quebrar la caña cascada" (Mt 12,20), es el no apagar el "linum fumigans" (ideario de este blog), es el recuperar lo recuperable, incluso en las situaciones más desastrosas, es el encontrar elementos de verdad incluso en las ideologías más erróneas, es el reconocer los lados positivos incluso en los criminales, es el hallar recursos de vida en los moribundos, es el encontrar momentos de lucidez en los enfermos mentales, es hallar un denario perdido en un montón de inmundicia.
----------La misericordia divina es la voluntad poderosa y eficaz de salvar al hombre del pecado y de las consecuencias del pecado, mediante el don de la gracia, que "levanta del polvo al indigente, vuelve a alzar de la inmundicia al pobre, para hacerlo sentar entre los príncipes" (Sal 113,7-8). Es la poderosa acción que lo libera del mal y de las tentaciones contra el bien. Es la inmensa fuerza del amor divino que "levanta sobre alas de águila y hace llegar hasta Dios" (Ex 19,4).
----------Es la fuerza que reconduce desde la muerte a la vida, desde las tinieblas a la luz, desde el odio al amor, desde la desesperación a la esperanza, desde la soberbia a la humildad, desde la impiedad a la devoción, desde la rebelión a la obediencia, desde la esclavitud a la libertad.
----------La misericordia divina sale a nuestro encuentro en dos casos: cuando no tenemos fuerzas para cumplir el bien y cuando estamos arrepentimos de nuestros pecados. Pero si pecamos voluntariamente por malicia, y sobre todo obstinada y arrogantemente, no existe ninguna misericordia, sino sólo la condena.
----------La obra más grande de la divina misericordia es la Encarnación y la Redención, con la cual Dios Padre ha tenido piedad de la miseria, en la cual había caído la humanidad a causa de la culpa original y, en Cristo, nos da la posibilidad de participar en la obra de expiación, reparación y satisfacción cumplida por Él ante el Padre.
----------Ahora bien, como nos lo ha querido manifestar en la pandemia que hemos vivido, Dios alterna el castigo con la misericordia, porque a veces el hombre peca y a veces actúa bien. Dios es inmutable en su amor y a todos ofrece su amor. Como dice san Agustín, Dios no abandona a nadie, sino que somos nosotros quienes lo abandonamos al pecar. Si Él castiga, es porque nosotros nos atraemos sus castigados con nuestros pecados. Si Él usa misericordia, es porque Él quiere hacer misericordia (Ex 33,19; Rom 9,15).
----------A veces, el mismo castigo infligido por Dios a los enemigos y a los opresores es también el signo de la misericordia hacia los oprimidos y los perseguidos, como repite veintiseis veces el Salmo 135: "Eterna es su misericordia". De tal modo Dios ha tenido misericordia de Israel precisamente porque ha castigado a los egipcios. Por tanto: una misericordia que no hace justicia son solo palabras.
----------El papa san Juan Pablo II perdonó a Alı̀ Agkà; pero esto no impidió que el criminal debiera cumplir su pena en prisión. A veces una gran misericordia puede ahorrarle la pena al pecador arrepentido, como hace el padre en la parábola del hijo pródigo. Pero el hijo pródigo se comporta con mucha lealtad y dignidad invitando a su padre a castigarlo. Cuando hemos pecado, no debemos estar demasiado dispuestos a pedirle a Dios que nos libre de la pena, sino que debemos estar dispuestos a sufrirla. Le corresponderá luego a Dios, si así lo cree, ahorrárnosla. Este es el ejemplo de los santos.
----------Claro que, ciertamente, la misericordia prevalece sobre la justicia. Como dice la Sagrada Escritura, Dios es "lento para enojarse y de gran misericordia" (Sal 103,8), es "lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad" (Ex 34,6-9). Dios siempre está dispuesto a ser paciente, a esperar, a tolerar, a conceder gracia y perdón. Pero si ve la obstinación, la desobediencia, la deslealtad, la sordera, la impenitencia, la arrogancia y la soberbia, cambia de estilo y pasa a la severidad y al castigo.
----------Dios está más inclinado a dar que a exigir, porque conoce nuestra fragilidad. De esta misma manera nos pide que nos comportemos hacia nuestro prójimo. Sabiendo que, a causa de nuestra tendencia al pecado, no seríamos capaces ni siquiera de practicar la justicia, nos da su gracia, que no sólo nos vuelve justos, sino también hijos de Dios, capaces de practicar la ley de la caridad.
----------Del mismo modo, la Iglesia entiende (y entenderlo le ha llevado siglos) que debe preferir la misericordia a la severidad, sin embargo sin excluir del todo la severidad, cuando es verdaderamente necesaria. A diferencia de la conducta divina hacia nosotros, que siempre está marcada por infinita sabiduría, la Iglesia, hecha de seres humanos, puede implementar una falsa misericordia, que deja espacio para los malhechores, o a la inversa, puede excederse en la severidad, que es falta de caridad.
   
Se salva quien cree y pone en práctica los mandamientos
   
----------No es cierto, como cree Rahner, que Dios no condena a nadie. Como dice clarísimamente Cristo, Dios condena a quien no cree. Y, como dice san Pablo, "no todos tienen fe" (2 Tes 3,2). Lutero, siguiendo aquí a san Pablo, tenía razón al sostener que para salvarse es necesaria la fe. Se equivocaba, sin embargo, al determinar el contenido de la fe, que no es, como él creía, la propia salvación.
----------Contenido de la fe no es el hecho de la salvación, sino el poderse salvar. Depende de nosotros decir sí o no a la oferta divina de la salvación. El mensaje o anuncio de la salvación, o sea el contenido de la fe, no está en el modo indicativo: "todos somos perdonados, hagamos lo que hagamos, bien o mal, a tal punto Dios es bueno, nos ama y no nos abandona", sino que está en el modo condicional: "somos perdonados por su misericordia, si nos arrepentimos y observamos los mandamientos". Como diciendo que si no los observamos, no nos salvamos en absoluto, sino que estamos condenados.
----------Repito lo dicho antes: el "si" en la moral cristiana es importantísimo, porque refleja la dignidad del libre albedrío, aún cuando nuestro libre albedrío esté ciertamente debilitado por el pecado y aunque estuviera en conflicto con Dios. No es digno querer salirse con la de uno como sea, de cualquier modo, dejando a Cristo solo en la cruz, mientras nosotros seguimos disfrutando de la vida, cuando disponemos de la maravillosa fuerza del libre albedrío, con el cual, bajo la influencia sanadora, liberadora, elevante y santificante de la gracia y de la divina misericordia, merecemos la eterna bienaventuranza.
----------El hecho de la propia salvación como contenido de la fe, el Concilio de Trento lo ha excluido netamente (Sess.VI, Decretum de iustificatione, cap.9, Denz. 1533-1534.). Y con mayor razón tal contenido ni siquiera es, como cree Rahner, la salvación de la entera humanidad. Sino que, aunque Dios ofrezca la salvación a todos y todos puedan salvarse, de hecho no todos se salvan, sino sólo los predestinados, sin que sepamos por lo demás quiénes son ni cuántos son aquellos que no se salvan.
----------Así ocurre también con el objeto de la esperanza, revelado por la fe, que no es, como cree Rahner, que toda la humanidad sea salva, porque Cristo ya nos ha dicho que no todos se salvan. Sino que es para cada uno la esperanza de la propia salvación.
----------De hecho, yo puedo responder por mí mismo, pero no puedo responder por los demás, dado que cada uno toma sus propias decisiones. Esto no es, como pudiera parecer, egoísmo, porque el esperar en la propia salvación está justificado por el hecho de obrar para la gloria de Dios y para la salvación del prójimo. Yo puedo y debo anunciar a todos el Evangelio, advirtiendo de las consecuencias que encuentra quien lo rechaza, pero no puedo obligar a nadie a aceptarlo.
----------Además de esto, hay que decir que en verdad el contenido de la fe, en su máxima extensión, no es ni siquiera la salvación de la humanidad, sino la esperanza de cada uno de llegar a ver algún día el rostro de Dios en la gloria de los bienaventurados en el paraíso del cielo. Como solía decir santa Catalina de Siena, debemos amar a Dios no por nosotros mismos, sino por Él mismo, porque Él, que es el Bien infinito, es mucho más amable que nosotros mismos, que somos tan sólo bienes finitos.
----------Es necesario entonces distinguir al incrédulo del no-creyente. Entrambos no tienen la fe explícita en Cristo. Sin embargo, el incrédulo no quiere creer, no obstante los signos de credibilidad ofrecidos por Cristo. Y por eso peca y es amenazado por Cristo de sufrir la pena eterna.
----------En cambio, el no-creyente es aquel que en buena fe no conoce el deber de creer en Cristo, no ha llegado todavía a la fe explícita, pero puede poseerla ya al menos in dispositione animi o incoativamente, gracias a su apertura a la verdad. Con los no-creyentes, que también pueden ser pecadores, Cristo inicia un diálogo, esforzándose por persuadirlos a creer en Él, ofreciéndoles signos de credibilidad, y a arrepentirse de sus pecados, advirtiéndoles que, si no creen, serán condenados.
----------A partir del Concilio Vaticano II, el Magisterio pontificio ha devenido muy sobrio al hablar de la pena del infierno, aunque el Evangelio sea clarísimo sobre este punto, junto con toda la milenaria tradición cristiana de los mismos Pontífices, de los Padres, de los Doctores y de los Santos.
   
Todos pueden salvarse, pero no todon se salvan
   
----------Algunos, como Rahner, han pensado y han convencido a muchos que la exégesis moderna haya dejado en claro que la existencia de condenados en el infierno es una creencia obsoleta, ya superada, y que una fe cristiana moderna sabe que todos se salvan.
----------Pero esta tesis no ha sido en absoluto aceptada por la Iglesia, la cual -no es de extrañar- sigue enseñando, fiel a su mandato de maestra de la verdad evangélica, la doctrina tradicional, como por ejemplo en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1033-1037). Para rebatir esta falsedad, bastaría citar el Concilio de Trento, donde el texto habla de los "predestinados a la salvación" (Sess.VI, Decretum de iustificatione, cap.12, Denz.1540-1541.), haciendo claramente entender que no todos se encuentran en este estado.
----------Por lo demás, el Concilio de Trento advierte que "aunque Cristo 'haya muerto por todos' (2 Cor 5,15), no todos reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a los cuales es comunicado el mérito de su pasión" (Sess.VI , Decretum de iustificatione, cap.3, Denz.1523.).
----------Esta convicción de que todos se salvan es consecuencia, en Rahner, de su tesis según la cual todos, siempre y necesariamente, están en gracia. Para Rahner, la gracia no se adquiere y no se pierde, porque es constitutiva de la existencia humana. Por lo tanto, para Rahner, la gracia no anula el pecado. Y, siempre según Rahner, el pecado no anula la gracia, sino que el pecado coexiste con la gracia. No hay duda, es el luterano "iustus et peccator", que Rahner retoma explícitamente de Lutero.
----------La idea de que en el infierno no hay nadie es una idea fuertemente de-responsabilizante y no hace otra cosa más que quitar un freno a los pecados. Por el contrario, ese sano temor al castigo, sano temor que es dictado por el amor a Dios como a nuestro sumo Bien, lo encontramos también en los Santos, aunque es cierto que el temor no sea todavía ese amor perfecto que ama a Dios por Sí mismo.
----------La tesis de algunos, según los cuales los divorciados vueltos a casar están siempre en un estado de pecado, no impresionaría mucho a Rahner, porque eso para él vale para todo cristiano, el cual, sin embargo, gracias a la rahneriana "opción fundamental", está simultáneamente también en estado de gracia, cosa que vale naturalmente también para los divorciados vueltos a casar.
----------La gracia, para Rahner, en efecto, es "una orientación necesaria hacia la realidad de la verdad absoluta" (Nuevos Ensayos, Tomo III, Ediciones Paulinas, Roma 1969, pp.58-59); es la "ordenación inevitable y obligatoria del hombre al fin sobrenatural" (Ensayos de antropología sobrenatural, Ediciones Paulinas, Roma 1969, p.68); "es una determinación de la trascendentalidad del conocimiento y de la libertad del hombre como tal" (Sacramentum mundi, volumen VIII, en la voz "Teologia trascendental"); es "la constitución trascendental del hombre, a la que se le da cima existencial permanente a través de aquello que llamamos gracia divinizante en virtud de la autocomunicación de Dios" (Anotaciones sobre el concepto de Revelación, en Joseph Ratzinger & Karl Rahner, Revelación y Tradición, Morcelliana, Brescia 1970, p.14).
----------La gracia "es siempre inherente a la naturaleza y a la historia del hombre, como su dinámica y su finalización. Es un objeto espiritual a priori" dice Rahner (Nuevos Ensayos, Tomo V, Ediciones Paulinas, Roma 1975, p.689); "el don de la gracia está inserto inevitablemente y siempre en todo espíritu" (Anotaciones, op.cit, ibid.); "la comunicación de la gracia es un carácter esencial, permanente e inseparable de la creatura espiritual" (Curso Fundamental, op.cit., p.174).
----------El Evangelio y la tradición del Magisterio de la Iglesia no presentan en absoluto la gracia en estos términos con los cuales presenta Rahner la gracia. Por el contrario, para la Iglesia la gracia es una cualidad accidental sobrenatural del alma, una vida divina, sí, necesaria para la salvación, pero no en el sentido de que exista constitutivamente, necesariamente e inevitablemente en nuestro espíritu, como si fuera un dato de naturaleza, intrínseco a la naturaleza, como si la naturaleza estuviera incompleta sin ese dato. La gracia no se confunde con la naturaleza del animal racional, sino que la libera del pecado, cura su conducta moral (gratia sanans) y eleva la naturaleza a la filiación divina (gratia elevans).
----------La gracia es la vida divina en lo íntimo del hombre, pero infinitamente por encima del hombre. Rahner la llama de hecho "sobrenatural", pero en Rahner ésa es una mera palabra. En realidad, él confunde la gracia con la naturaleza, diciendo que no se añade a la naturaleza (Teología de la experiencia del Espíritu, Ediciones Paulinas, Roma 1978, p.719), sino que sería intrínseca a la naturaleza, es una "radicalización" (Sacramentum Mundi, volumen VIII, en la voz "Teologia trascendental") de la naturaleza.
----------Rahner llama "gratuita" a la gracia, salvo para decir luego que es debida y necesaria para el cumplimiento o realización del hombre. Ahora bien, por el contrario, para la Iglesia, la gracia está en armonía con las aspiraciones del hombre, pero las trasciende infinitamente. La gracia es, ciertamente, una posesión del hombre, pero recibida como don de Dios y don confiado al libre albedrío de su poseedor.
----------La Iglesia nos enseña cómo y con cuáles medios podemos adquirir la gracia, cómo podemos conservarla, cómo podemos custodiarla, cómo podemos hacerla crecer, cómo podemos administrarla, cómo difundirla, cómo hacerla fructificar, cómo defenderla de los peligros, cómo se puede perder por nuestra culpa, cómo recuperarla, si fuera perdida. Nada de todo esto se halla en la teología de Rahner, dado que la gracia es un "a priori" constitutivo, fijo y estructural, que no se adquiere y no se pierde.
----------La Iglesia, en cambio, partiendo de la enseñanza de su divino Maestro y Esposo, enseñanza custodiada y garantizada por su Vicario en la tierra, siempre nos ha dicho que para obtener la gracia y lograr su aumento, don sublime de la divina misericordia, debemos hacer penitencia por nuestros pecados, orar, darnos a las obras de la justicia, de la caridad y de la misericordia, corregirnos de nuestros vicios y ejercitarnos en las virtudes, combatir contra el pecado, contra Satanás y contra las tentaciones.
----------No debemos creer, por consiguiente, que la misericordia divina nos alivie y nos perdone de cualquier manera y siempre, del modo que a nosotros se nos ocurra, aunque permanezcamos perezosa y cómodamente apegados al pecado y decidamos renunciar a la lucha y al sacrificio. Ciertamente, la misericordia divina siempre nos espera y está siempre dispuesta a venir hacia nosotros, pero a condición de que nosotros respondamos y hagamos lo que está de nuestra parte, por débiles que seamos.
----------No sería de personas sinceras, no sería de personas serias y leales, sino que sería comportamiento mezquino, de parásitos y de inconscientes, confiar en la divina misericordia a la ciega o negligentemente, ​​como sostiene neciamente Rahner, sin saber con certeza cuáles son nuestros pecados y sin una diligente indagación de los mismos, a fin de hacer de ellos una enmienda adecuada.
----------Para nada, en absoluto. Por el contrario, debemos tener sólidas, meditadas y fundadas razones para tener confianza en la misericordia, siguiendo el ejemplo de los Santos, dándonos a una diligente, premurosa y continua enmienda de nuestras culpas. Confiar en Dios, sin estas condiciones no nos atrae sus bendiciones, sino que sólo suscita su ira, como contra siervos hipócritas y perezosos.
----------Es aquí donde Lutero se ha equivocado y se equivoca Rahner al seguir a Lutero. Es verdad que el arrepentimiento y las buenas obras son efectos de la gracia y de la misericordia, pero sigue siendo siempre verdad que, si no obedecemos la ley divina, no nos salvamos y no obtenemos ninguna misericordia. Debemos hacer nuestra parte y eso depende de nuestras elecciones.
----------En nuestra vida moral puede ocurrir en ciertos casos, sobre todo para los sucesos que hemos vivido en un lejano pasado, que no sepamos si hemos hecho bien o hecho mal, si tenemos o no tenemos culpa. En estos casos, suponiendo que se haya realizado una indagación, un sincero examen de conciencia, que sin embargo nos deja en la incertidumbre, entonces sería nocivo insistir atormentando inútilmente la conciencia. En este caso es cosa sabia volver a ponernos en las manos de la misericordia divina.
----------Pero sería una gravisima impostura, peligrosísima para la salvación, creer con Rahner y al fin de cuentas con Lutero, que tal sea siempre el caso y que no podamos nunca tener la certeza del valor moral de nuestras acciones realizadas, hayan sido buenas o malas. Todo por un astuto y desleal recurso a la divina misericordia. De tal modo no podremos nunca acusarnos de nada, pero ni siquiera tendremos el consuelo de haberlo hecho bien. Una vida a la vez de presuntuosos y de desesperados. Viene a la mente la inanis fiducia haereticorum, de la cual habla el Concilio de Trento (Sess. VI, Decretum de iustificatione, cap.9, Denz.1533-1534).
----------Ojalá que la pandemia vivida nos haya servido para prestar renovada atención a nuestra correcta relación con Dios. Tratemos de mantener una posición de sabio equilibrio entre dos dañinos extremos: una actitud rigorista de excesivo escrúpulo, que estaba más difundida en los tiempos del preconcilio, y una actitud de irresponsable ligereza buenista y laxista, más característica de los tiempos actuales.
----------El hecho de que hayamos sabido reconocer, también por los acontecimiento de nuestra vida, que Dios sea en última instancia nuestro Juez y de que a Él debamos encomendarnos con confianza, no nos exime del deber y de la responsabilidad de reconocer y confesar nuestros pecados y de hacer penitencia, como nos advierte una vez más el Concilio de Trento (Sess.VI, Decretum de iustificatione, cap.16, Denz.1549).
----------Quiera el Señor en estos tiempos nada fáciles para vivir auténticamente nuestra fe, que confesores y penitentes mejoren la práctica del sacramento de la penitencia, en obediencia al Magisterio de la Iglesia y siguiendo el ejemplo de los Santos, rechazando absolutamente los errores de Rahner.
----------No es verdad lo que dicen los actuales misericordistas, que todos seamos buenos y que Dios no castiga a nadie. Es necesario cultivar el santo temor de Dios, vigilar por nosotros mismos, tener los ojos abiertos, defendernos de los malvados y defender a los demás, y hacer respetar la justicia. Pero no por esto estamos autorizados a renunciar a las conquistas de la espiritualidad del Concilio Vaticano II, inspirada en aquella áurea máxima "probadlo todo; quedaos con lo que es bueno" (1 Tes 5,21).

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