domingo, 23 de octubre de 2022

Los fariseos de hoy (2/2)

La encíclica Pascendi Dominici gregis supo individuar y condenar correctamente los errores modernistas. Sin embargo, es necesario decir, para hacer honor a la verdad, que los modernistas de la época del papa san Pío X no plantearon una instancia o demanda equivocada, ni mucho menos. Es lo que supo discernir el papa san Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II, providencial y necesario complemento a la Pascendi. [En la imagen: fragmento de "Expulsión de los mercaderes del Templo", óleo sobre tela de alrededor del 1750, obra de Giovanni Paolo Panini, actualmente en el Museo del Prado, Madrid, España].

El Concilio Vaticano II continúa la encíclica Pascendi
   
----------Algunos han pensado que las doctrinas del Concilio Vaticano II, promoviendo un encuentro con la modernidad, habían desfasado o vuelto inactual a la encíclica Pascendi Dominici gregis. En cambio, es necesario decir a letras claras que la Pascendi no contrasta en absoluto con el Concilio Vaticano II. De hecho, se completan o complementan entre sí: la Pascendi está preocupada por poner en guardia contra los errores modernos. El Concilio quiere acoger los valores del pensamiento de hoy.
----------Con la expresión "pensamiento moderno" se pueden entender dos cosas: o bien el puro y simple hecho del pensamiento de hoy, es decir, lo que se piensa generalmente hoy; o bien el pensamiento nacido de Descartes y de Lutero y desarrollándose a través de Kant hasta Hegel y Marx: la así llamada "modernidad". Ahora bien, cabe observar que, si por pensamiento moderno entendemos el simple hecho de lo que los intelectuales piensan hoy, entonces podemos hacer entrar en la categoría del pensamiento moderno también a pensadores que beben del pensamiento antiguo, como por ejemplo Heidegger y Severino, que beben de Parménides; Nietzsche, que se inspira en el mito de Dionisio o de Prometeo; Raimundo Panikkar, que se inspira en la antigua sabiduría india; los gnósticos como Marción; los cabalistas como Isaac Luria; los panteístas como Escoto Eriúgena; los evolucionistas como Darwin, Bergson o Teilhard de Chardin, que se remiten a Heráclito; o los dudosos místicos como Eckhart y el Cusano, o los fenomenistas como Husserl y Schillebeeckx, que retoman el sensismo de los presocráticos, o los sofistas como John Bertrand Russell, que retoman la antigua sofística griega o la de Ockham, o los ontologistas como Bontadini, que retoman el idealismo de Platón; o como la masonería, que se inspira en el hermetismo, en la teúrgia y en el antiguo gnosticismo.
----------Sin embargo, es interesante constatar cómo todos estos pensadores, de un modo o de otro, ya sea implícitamente o explícitamente, hacen referencia a Descartes y a Lutero, por ellos mismos designados como iniciadores del pensamiento moderno, que ellos consideran contrapuesto a la escolástica medieval. Es evidente, detrás de este desprecio por la filosofía y teología escolástica, en particular detras del desprecio por santo Tomás de Aquino, el desprecio por el pensamiento católico.
----------Sin embargo, también en esta masa imponente de pensadores es posible encontrar, junto a sus muchos errores, también importantes valores, que han hecho avanzar el pensamiento hasta nuestros días, como señaló sobre todo el gran filósofo y teólogo tomista Jacques Maritain, dando él mismo el ejemplo de la obra a realizar, con sus riquísimas y cualificadísimas producciones que se prolongaron durante cincuenta años, desde los años 1920 hasta años 1970. El ejemplo de Maritaín fue el de cómo se podía y se debía conjugar la sublime sabiduría del Aquinate con el pensamiento moderno. Y esto es precisamente la tarea que el Concilio Vaticano II se ha prefijado en el campo de la cultura y que ha asignado a los pensadores, intelectuales, artistas, poetas, literatos, escritores, filósofos y teólogos católicos de hoy.
----------En cuanto a los modernistas, son aquellos que han malinterpretado este grandioso proyecto del Concilio de nuestro tiempo, un proyecto tal como para iniciar un giro epocal del pensamiento y de las costumbres católicas, que los modernistas malinterpretaron como si el Concilio exhortara a asumir acríticamente, sin discernimiento, toda la modernidad en modo supino e idolátrico, tomando del Evangelio lo que agrada y rechazando lo que no agrada, cuando en cambio se debe hacer lo contrario, es decir, examinar la modernidad tomando de ella lo que se concilia con el Evangelio y rechazando el resto. Los pasadistas han aceptado como verdadera la misma interpretación del Concilio Vaticano II que hacen los modernistas, claro que los pasadistas para rechazar al Concilio y los modernistas para aclamar a los cuatro vientos que lo aceptan y le son fieles, aunque hipócritamente lo están adulterando. Y ambos, pasadistas y modernistas, rechazando la auténtica interpretación del Concilio Vaticano II hecha por el Magisterio pontificio.
----------Sin embargo, es necesario decir, para hacer honor a la verdad, que los modernistas de la época del papa san Pío X no plantearon una instancia o demanda equivocada, ni mucho menos: quizás también durante algunos siglos los espíritus más clarividentes del catolicismo, como un san Francisco de Sales, un san Felipe Neri, un san Francisco Saverio o un Matteo Ricci o un cardenal de Bérulle, protector de Descartes, y el mismo Galileo Galilei advirtieron la necesidad de que la Iglesia, sin dejar de corregir los errores, estuviera más atenta a las novedades y a las intancias positivas de la insurgente modernidad.
   
El estilo de los modernistas
   
----------Los modernistas se consideran la vanguardia católica, la punta de lanza de la Iglesia, siempre guiados por el Espíritu Santo, los protagonistas proféticos de un "giro epocal", realizadores, de hecho superadores, del Concilio Vaticano II, porque están convencidos de proponer ideas aún más avanzadas. Cómo los fariseos del tiempo de Jesús, con sus mentiras y con sus intrigas, manipulando a Superiores corruptos y complacientes y adaptándose a la moda, han logrado ahora, al parecer, realizar su sueño tenazmente cultivado durante cincuenta años, de conquistarse numerosos puestos-clave en la Iglesia y de formarse en ella una claque entusiasta, una numerosísima escuadra de fanáticos discípulos, algunos, ingenuos; otros, astutos; todos sin discernimiento como los habitantes de Nínive y deseosos de servir a Dios y a mammón.
----------Los modernistas son generalmente personas de corazón endurecido e impenitente, por su presunción, por su orgullo y, como ya denunciaba la encíclica Pascendi, por su "soberbia" (nn. 83 y 90). No hay manera de que escuchen los buenos consejos y los repetidos llamados al arrepentimiento, por más que les sean dirigidos por verdaderos profetas, por buenos pastores, teólogos y fieles.
----------Son irremovibles y perseverantísimos en sus errores, precisamente ellos que no hacen más que hablar de cambio, de mutación, de devenir y de movimiento, poniendo el devenir incluso en Dios. Pero a ellos no los mueve nadie. Con altivez y arrogancia, siguen derecho impertérritos por su camino hacia el precipicio, evitando responder a las críticas que demuelen sus posiciones, y lo hacen tanto porque tales críticas les han hecho cerrar la boca, dado que no tienen modo de justificarse, como por el desprecio hacia sus adversarios, bastándoles el apoyo de sus fuertes asociados y numerosos admiradores y seguidores.
----------Los modernistas no pueden estar todos en buena fe y ser víctimas de errores invencibles, sino que saben muy bien lo que piensan y lo que quieren: reducir la Iglesia a una realidad puramente terrestre y someterla al mundo moderno, en particular al rahnerismo, al luteranismo, a la masonería, al sionismo, al Islam y, como no, al comunismo. Ahora bien, es imposible que un graduado de la Gregoriana o del Angélico o de la Lateranense no sepa distinguir los artículos de fe de las herejías. Por lo tanto, si sostiene una herejía, no es porque lo haga preterintencionalmente o involuntariamente, sino precisamente porque está convencido, como un Lutero o un Arrio o un Nestorio, que esa sea la verdad evangélica contra las mentiras del Papa y del Magisterio de la Iglesia. Del Catecismo de la Iglesia Católica y del Derecho Canónico, es absolutamente indiferente.
   
El verdadero progreso no tiene nada que ver con el modernismo
   
----------No se debe confundir el progresismo con el modernismo. Es cierto que no debemos prestar excesiva atención a las palabras que se usan corrientemente, sino más bien a los conceptos que se expresan con las palabras. Sin embargo, es lamentable como hoy existen publicistas católicos (obispos, sacerdotes y laicos) que siguen haciendo mal uso de las palabras. Combaten el progresismo confundiéndolo con el modernismo, y al declararse "anti-progre" se niegan a reconocer lo evidente: que no puede haber verdadera obra de conservación del depósito de la fe sin progresar en su conocimiento, dejándose ayudar para esta tarea también con los valores y avances positivos del mundo moderno. En la Iglesia son necesarios tanto la conservación como el progreso, porque ambas tareas se interrelacionan y complementan entre sí.
----------Pero tampoco se debe confundir el tradicionalismo con el pasadismo. No se debe confundir el tradicionalismo católico, como por ejemplo el de un Reginald Garrigou-Lagrange, el de los cardenales Alfredo Ottaviani, Pietro Parente y Giuseppe Siri o el de un padre Leonardo Castellani o el de un padre Julio Meinvielle, o el de un padre Tomas Tyn, todos respetuosos de las doctrinas del Concilio Vaticano II (sin por eso callar sus críticas en el ámbito de lo pastoral), con el tradicionalismo farisaico de aquellos que están opuestos a las doctrinas del Concilio creyéndolas modernistas. Este es el equívoco típico de los lefebvrianos, obstinadamente apegados a un pasado idolatrado, y a una tradición que se han inventado para sí mismos confundiéndola con la verdadera Tradición. Ya lo dijo Castellani: "no todo lo pasado es tradición. Un padre le deja de herencia a su hijo una casa y una tuberculosis; la casa es tradición, la tuberculosis no es tradición".
----------En cambio, el progresismo, como por ejemplo el de Maritain, Gilson, Congar, Fabro, Daniélou, Journet, Spiazzi y tantos otros, por no hablar del Magisterio de los Papas del postconcilio, es la sabia, debida e inteligente actitud, inspirada en el Concilio, de aquellos que saben ver la continuidad entre la fe de la Iglesia medieval y la de la Iglesia del Concilio, sin oponer la escolástica medieval a la escolástica moderna, y son capaces de entender el sentido salvífico del desarrollo histórico, así como el deber de todo cristiano y de la Iglesia misma de progresar día a día en el conocimiento de la verdad y en la práctica del bien.
----------El correcto progreso debe realizarse en el ámbito de la verdad y del bien. Debe ser un pasaje de la potencia al acto, de lo imperfecto a lo perfecto, de lo bueno a lo mejor; en la vida: desde el nacimiento hasta el crecimiento; de lo inferior a lo superior; de lo defectuoso a lo íntegro; de lo poco a lo mucho; de lo viejo a lo nuevo. En el conocimiento: de lo implícito a lo explícito; de lo inconsciente a lo consciente; de las premisas a las consecuencias. En la moral: de las tendencias a su actuación; de los hábitos a las virtudes; de la virtud imperfecta a la virtud perfecta; de la razón a la fe; del pecado a la justicia; de la justicia a la caridad; de la virtud a la mística; del hombre viejo al hombre nuevo; de la tierra al cielo.
   
La honestidad intelectual en la teología medieval
   
----------Es necesario señalar en este punto que el principio y la regla primera del pensar y del razonar propios de la teología escolástica medieval son la honestidad intelectual y la aceptación leal, dócil, simple y humilde de las cosas como son y de la evidencia objetiva tanto del sentido como del intelecto.
----------De lo cual se sigue un refinado arte de la disputa, que es arte del diálogo y de la discusión, una capacidad de persuadir y de convencer basada en la razonabilidad y la caridad, cosas de las cuales nosotros, que nos declaramos a propósito y a despropósito de ser los maestros del diálogo y del ecumenismo y los enemigos del dogmatismo, mientras somos interminables charlatanes, no tenemos ni la más mínima idea, denigrando y ridiculizando necia e ignorantemente las largas y complejas disputas medievales, cuyos preciosos frutos hoy son precisamente los que estamos despreciando, para retornar al arte de Protágoras y de Gorgias y la falsa sabiduría de Sexto Empírico, de Aristófanes, de Lucrecio y de Epicuro.
----------El teólogo medieval ciertamente admite que puede cometer error en buena fe, pero cuando se da cuenta del error, está pronto y dispuesto a corregirse. Sabe que es posible dentro de ciertos límites conquistar y poseer la verdad, pero que al mismo tiempo no se es dueño y creador de la verdad. No existe obstinación en sus ideas, porque sabe que la verdad está dada por la adecuación de nuestro juicio a la realidad tal como es y que ella no está puesta por nuestro pensamiento, sino que es creada por Dios independientemente de nosotros.
----------Es el famoso "realismo medieval", tan neciamente tomado a burla por los idealistas alemanes, así como por los escépticos y los subjetivistas de todo tipo, cuyas ideologías hoy se han extendido como aceite. Es esa preciosa virtud intelectual, que Cristo llama "sencillez de la paloma", sin que por ello sea excluida la "prudencia de la serpiente", es decir, la reflexión y la sabiduría del juicio crítico.
----------El método del pensar y del razonar medieval, y la correspondiente regla del lenguaje, están largamente influenciados por el famoso "sí, sí; no, no" de evangélica memoria (Mt 5,37): limpidez, honestidad, coherencia, objetividad, sinceridad. La atmósfera intelectual está dominada por la lógica de Aristóteles, con particular atención a los Elencos sofísticos, el libro VI del Organon, dedicados a la exposición y a la puesta en guardia contra los razonamientos falsos, incorrectos, engañosos, capciosos y sofísticos. Y el Aquinate mismo no dejará de escribir el opúsculo De fallaciis ad quosdam nobiles artistas, que trata del mismo tema.
----------Sin embargo, para perturbar esta atmósfera de serenidad especulativa y de leales disputas teológicas, en una Europa cristiana, donde la teología, aunque fundada en razón, es a menudo expresión sapiencial de la piedad, de la santidad, por no decir de la mística, se produjo la influencia de los filósofos islámicos, que dieron origen a la doctrina de la "doble verdad", una legitimación de la duplicidad autorizada por el mismo Corán, cuyo Dios despótico y no confiable se reserva a su libre arbitrio y para sus incuestionables conveniencias, cuando y como quiera, el mentir porque así le complace, mientras autoriza a los fieles al engaño y a la mentira, si esto es lo que sirviera para la difusión del Islam.
----------Este modo de pensar de escolástica memoria, este filosofar, este razonar, este dialogar, este disputar en un clima de fe, de comunión fraterna, de valores vitales compartidos, de honestidad intelectual, de gracia, de caridad y de respeto por la verdad, es lo que constituye la incomparable fascinación y el "espíritu de la filosofía medieval", para retomar el título de una obra magistral de Etienne Gilson.
----------El hombre medieval conoce la misma pecaminosidad que tenemos nosotros hoy; pero sabía reconocerla, sabía arrepentirse y enmendarse ante Dios y ante los hombres. Y tenía notoriamente una piedad religiosa más extendida, más sincera y más intensa que la nuestra.
----------El hombre medieval podía ser un disoluto y cometer delitos horribles hacia el prójimo, incluso peores que los que cometemos nosotros hoy. Pero tenía notoriamente un sentido de la trascendencia divina y un temor de Dios mucho mayores que el nuestro; y esto lo salvaba. En cambio, nosotros hoy estamos ciertamente más adelantados en muchas cosas materiales, técnicas, médicas, científicas, económicas, civiles y humanas, pero el ateísmo, la impiedad, el indiferentismo, la irreligión, la blasfemia, la presuntuosidad, el gnosticismo, el panteísmo, la arrogancia y la altivez prometeicas, la autoincensación vanidosa y la autorreferencialidad narcisista están a la orden del día y no prometen nada bueno, si no nos convertimos cuanto antes.
   
Guillermo de Ockham y sus epígonos
   
----------Sólo con el inglés Ockham, en el siglo XIV, tras la desaparición de la antigua sofística con el advenimiento del cristianismo, reaparece el escepticismo, el espíritu hipercrítico y demoledor que es propio de los sofistas pre-socráticos, que en los siglos siguientes acabará por caracterizar gran parte del espíritu moderno.
----------Animado por tal espíritu, Guillermo de Ockham proyecta la duda precisamente sobre aquellas certezas que la escolástica medieval había durante siglos fundado y establecido diligentemente y laboriosamente en razón, como el valor objetivo del principio de no-contradicción y el valor de los universales, el valor de la metafísica, la demostración de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma, el valor de la omnipotencia y de libertad divinas, la absolutez de la ley moral. De Ockham derivan los peligros doctrinales y morales inherentes a la modernidad y por tanto los errores del modernismo.
----------He aquí algunos ejemplos de la hipocresía o bien del fariseísmo de aquellos cristianos, que en su razonar, sustituyen la lealtad por la astucia: Lutero, Descartes y Hegel. Ellos son los modelos y los padres del actual modernismo, de la hipocresía y de la duplicidad modernas. Se dicen y se presentan cristianos, ¿pero lo son verdaderamente? ¿Tienen una verdadera fe? Hablan de la Biblia y de los dogmas cristianos, de la fe cristiana: ¿pero cómo la entienden? ¿En conformidad con la doctrina de la Iglesia? Para nada, en absoluto, a diferencia de los teólogos medievales, fieles al Magisterio de la Iglesia.
----------Los tres mencionados admiten ciertamente la existencia de Dios y el valor de la religión. ¿Pero cómo? ¿De qué manera? ¿Bajo que condiciones? Pero entonces, indaguemos más profundamente: ¿cuál Dios? Un Dios que está a la par de mi yo: aquella "mi conciencia" de Lutero, el cogito de Descartes, la autoconciencia de Hegel. Por consiguiente, dos señores, dos amos: el yo y Dios, con la pretensión de servirlos a entrambos: finjo servir a Dios, pero en realidad me sirvo a mí mismo. He aquí la hipocresía.
----------Martín Lutero, en un principio, con su violenta polémica contra la razón, que él entiende totalmente corrompida por el pecado, orgullosa y sofista, a la que llama la "ramera del diablo", parecería querer hacerla humildemente sumisa a la fe. Lutero parece querer combatir la hipocresía farisaica de quien pretende gloriarse de los propios méritos y jactarse de ellos delante de Dios.
----------Pero luego, como es bien sabido, Lutero exagera en la polémica contra la razón y contra las obras, no reconociendo a la voluntad la capacidad de hacer el bien y a la razón la capacidad de captar la verdad, no reconociendo a la razón su función de ser preámbulo de la fe y de ser instrumento de la teología, como si la mente humana debiera y pudiera ser iluminada directamente por la divina revelación, y la voluntad movida a actuar siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, sin la mediación de la razón y del prójimo (la Iglesia), lo cual sólo es posible a la mente divina, que se ilumina a Sí misma.
----------En tal modo, Lutero, en nombre de la obediencia libre e interior al Espíritu y al Padre celestial y en nombre de la fe en Cristo, desencadena la famosa polémica contra el supuesto fariseísmo y contra el legalismo de los monjes. Tal polémica puede a primera vista parecerse a la de nuestro Señor Jesucristo contra los fariseos. Pero ocurre que en un cierto momento en Lutero aparece un yo apegado a sí mismo en la irremovible, presuntuosa e irrazonable convicción que Lutero se había hecho, contra la advertencia que le había hecho el Papa, de estar predestinado a la salvación, independientemente de las obras.
----------En ese punto, he aquí que aparecen en Lutero la hipocresía, la astucia, la deshonestidad y la doblez. Para defender el propio error, Lutero recurre a esos razonamientos capciosos y astutos, que había aprendido de Ockham y que, aunque al comienzo había condenado, sin embargo ahora ataca a sus adversarios leales al Papa y al Papa mismo haciendo uso precisamente de esa razón sofística a la que había llamado "la ramera del diablo". Si esto no es hipocresía, dime qué es la hipocresía.
----------Descartes, de modo similar, duda de lo indubitable, establece con su cogito una certeza forzada, fundada no en el dato objetivo, sino en la voluntad, le quita a la razón su simplicidad, la retuerce sobre sí misma y la arroja al precipicio con la pretensión de que los ángeles vengan a socorrerla. Dios tiene piedad de los humildes, no de los corruptos y de aquellos que Lo tientan. También en la raíz del cogito cartesiano no está el yo que se abre a Dios, sino el yo centrado sobre sí mismo bajo las apariencias de la piedad.
----------De la metafísica cartesiana no puede surgir una auténtica moral objetiva, porque Descartes, si bien reconoce la naturaleza humana compuesta por alma y cuerpo, adopta posiciones filosóficamente infundadas, sobre las cuales es imposible construir una auténtica moral. El factor que se salva es el libre querer, pero desde la visión cartesiana, fundada en el cogito y no en la experiencia, es imposible derivar leyes y fines, que son material indispensable para construir una moral. Indudablemente, sigue presente la instancia de la libertad, que funda la dignidad del actuar humano. Descartes también reconoce que la libertad nace del actuar según razón, así como el deber de dominar las pasiones. Pero sobre todo el actuar domina la sombra del cogito y no de un Dios como fin último del hombre; lo que parece sustraer el actuar humano al señorío divino y hacer depender todo del cogito y de la libertad, cosa que corre el riesgo de conducir al ateísmo, y de hecho los ateos y libertinos franceses del siglo XVIII se remitían precisamente a Descartes.
----------Pero he aquí la astucia de Descartes, quien, previendo el escándalo que habría suscitado una tal moral fundada sólo en el propio yo y en la libertad, como ya había hecho Lutero, y que precisamente habría de tener su reconocimiento por parte del luterano Hegel, por precaución se abstiene hipócritamente de aclarar cómo entendía su moral, y cubrió su explosiva tesis con el velo de lo que llamó "moral provisoria", prácticamente una adaptación astuta y sin sinceridad a la moral cristiana corriente, ya que ésta no correspondía a sus reales íntimas convicciones derivadas del cogito. Obró, por lo tanto, por conveniencia, es decir, para no incurrir en los rigores de la Inquisición que, de cualquier modo, condenó sus obras en 1663.
----------Con Hegel, la hipocresía farisaica alcanza su punto culminante. Si con Lutero y con Descartes el yo sirve a dos señores, es decir, a Dios y a sí mismo, con Hegel el yo se sirve sólo a sí mismo, porque se considera como la manifestación del Espíritu Absoluto, sustituyéndose a Dios o elevándose hasta Dios. Una vez más el fariseísmo: la apariencia de espiritualidad esconde el más total egocentrismo.
----------Si en Lutero y Descartes existe un dualismo o una separación entre el pensamiento y la acción, si el pensamiento no sirve a la acción y la acción no sirve al pensamiento, y por tanto no hay coherencia entre pensamiento y acción, las obras en Lutero no ponen en práctica la fe y el actuar en Descartes no es la praxis de la razón, en Hegel la incoherencia se agrava en la legitimación de lo contradictorio: el pensamiento se identifica con la acción, el ser con el no-ser, lo verdadero con lo falso, el bien con el mal. No sólo el no pasa al sí y el sí al no, sino que el sí coincide con el no y el no coincide con el sí. Dios existe y no existe. Todo ente existe y no existe; toda proposición es verdadera y falsa; toda acción es buena y mala.
----------Es interesante notar el modo como posan estos personajes, vale decir, es interesante la actitud de estos personajes ante la razón. Los tres son enemigos de la teología escolástica, de Aristóteles y de santo Tomás de Aquino. ¿Por qué motivo? ¿En nombre de qué? ¿Cómo se consideran a sí mismos? ¿Hay modestia? ¿Hay humildad? ¿Hay rigor, honestidad, coherencia y limpidez o claridad en el razonar? ¿Saben demostrar aquello que dicen o nos toman por tontos? ¿Aportan pruebas convincentes? ¿Sobre qué se apoyan? ¿Sobre la fuerza de la razón y de la fe o sobre la debilidad de nuestra razón y de nuestra fe?
----------¿Acaso reconocen las primeras evidencias inmediatas de la razón y de la experiencia sensible? ¿Hay en estos personajes objetividad e imparcialidad en el pensar? ¿Se muestran ellos libres de prejuicios, de partidismos tomados o de intereses personales o del deseo de éxito o de la sujeción a la opinión de los demás o del deseo de dominar a los demás o de pasar por genios?
----------Si fueran examinados en una prueba de honestidad, teniendo que responder a todas estas preguntas, ciertamente no pasarían el examen. Pero es tanta su astucia y, a la inversa, tanta la ingenuidad, por no decir la credulidad buenista (frecuentemente interesada) de muchos de nuestros contemporáneos que se creen juiciosos críticos, que el caso es que aquellos eximios impostores, aun después de siglos, logran engañar también a mentes nobles y elevadas, las cuales nada aprenden de los desastres morales producidos por sus ideas.
----------Ha llegado entonces el momento de reconocer que, a partir de Ockham, el "venerabilis Inceptor" de la filosofía inglesa, luego extendida por toda Europa, franciscano en el hábito pero no en el espíritu, la cristiandad europea ha tomado un camino equivocado, que nos ha llevado siempre cada vez más lejos de Dios, de la verdad, de las buenas costumbres morales y de la felicidad, lo que no significa en absoluto desconocer los progresos realizados desde entonces por la ciencia, por la técnica, por la filosofía, por la teología, por la civilización y por la misma Iglesia con sus sabios y sus santos, hasta el Concilio Vaticano II y hasta la Iglesia actual del postconcilio. Sin embargo, es necesario salvar estos valores y estas conquistas, y liberarnos de una vez por todas de una razón malsana y deshonesta, para recuperar cuanto en la sabiduría del Medioevo existe de ese Logos de la fe en Cristo, Quien es "siempre el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).

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