Contrariamente a lo que se expresa en una reciente publicación, debe afirmarse: 1) el magisterio pontificio, además de su función conservadora del depósito de la divina Revelación, tiene una particularísimo función en la evolución del dogma, superior su rol, bajo este aspecto, al de todos los demás miembros de la Iglesia; y 2) la proposición de los avances o progresos doctrinales en la Iglesia, no es sólo competencia de los teólogos, sino que puede ser la de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, incluyendo naturalmente a los laicos.
La sucesión apostólica petrina
----------Un lector me indicó días atrás una publicación del padre José Antonio Fortea. El lector me manifestó sus dudas sobre el escrito y me hizo algunas preguntas. Me parece que el padre Fortea no necesita presentación: sus libros, sus artículos, sus videos, sus notas cotidianas en su muy visitado blog, creo que son bien conocidos, incluso supongo que muy populares. Al respecto de su blog, el modo llano, suelto, improvisado, repentino, con el cual escribe allí de cualquier cosa (absolutamente de cualquier cosa que se le ocurra), me hacen suponer que ese estilo informal (supongo por él elegido para un blog que escribe como descanso y diversión de sus otros trabajos literarios más serios y empeñosos), no sea el más adecuado para plantear graves cuestiones teológicas y, mucho menos aún, para pretender allí resolverlas o, por lo menos, ofrecer alguna pista para su resolución. Sin embargo, es precisamente lo que ha intentado hacer en dicho artículo, donde se expresa acerca de lo que puede y no puede hacer un Romano Pontífice a nivel de su enseñanza de Fe.
----------Me permitiré en esta, muy breve, nota comentar de ese artículo algunos pasajes que parecen expresar conceptos que deberían ser aclarados por su propio autor, para no dar lugar a equívocos que podrían llevar a sus lectores a ideas no conformes a la doctrina católica. No tengo duda alguna de la buena fe del padre Fortea, y su formación teológica (aún cuando enfocada al ámbito de la historia) me hace suponer que él cuenta con todos los medios necesarios para llegar a advertir por sí mismo las expresiones de su artículo que acaso pueden resultar ambiguas y necesiten ser esclarecidas en su preciso significado católico.
----------El padre Fortea comienza su artículo con una enfática declaración: "El sucesor de Pedro no es Deus in terra" y, por cierto, todos estamos de acuerdo con ello. Y de inmediato prosigue: "Es cierto que la comprensión de esa función se entiende mejor como una sucesión en esa función primigenia del apóstol Simón, llamado Piedra. Es decir, aunque la función papal la podemos definir en relación a Dios, nos ayudará a comprender esta función eclesial si la entendemos también desde la sucesión de un hombre con una determinada relación con Jesús, la relación de ese hombre dentro de los Doce. Y así, entendido en ese contexto más familiar, más humilde, se puede hacer algo de luz sobre una facultad tan misteriosa. Comprender es importante, y así lo que pudo Pedro lo puede Lino o Clemente o León o Pablo VI o Juan Pablo II".
----------El Autor intenta explicar, de modo sencillo y entendible para todos, el lugar y oficio de Pedro y de sus sucesores en la Iglesia (lo que Fortea llama "la función papal"). Puesto a la tarea de definir esa función, Fortea ve al Papa en el entrecruce de dos relaciones, una vertical ("relación con Dios") y otra horizontal ("relación dentro de los Doce"). No parece haber nada objetable hasta aquí, a menos que se esté olvidando que esa "función papal" es, ante todo, "relación con Dios", al ser de institución divina, y, por consiguiente, tratar de explicar el rol del Papa en la Iglesia a través de una mera "sucesión" humana (en los límites de un "contexto más familiar, más humilde", según las palabras de Fortea), podría llevar a confusiones y equívocos. En otros términos: si se viene a reducir la "función papal" sólo a la categoría de una "sucesión" humana, entonces efectivamente estaríamos reduciendo la sucesión petrina a una sucesión de nivel meramente humano. Naturalmente, no tengo motivos para pensar que ésta sea la intención de Fortea, y por eso he subrayado de sus palabras el término "también", que nos indica que para él la dimensión horizontal de la función papal supone y depende de la vertical.
----------En la sucesión apostólica petrina es el mismo Espíritu Santo el que hace que un Papa siga a otro Papa. Por lo tanto, siempre está presente la relación vertical: no es mera sucesión humana. Precisamente éste es uno de los aspectos de la Iglesia católica que no debe dejar de sorprendernos y que contribuyen a hacernos entender que la Iglesia no es una simple sociedad humana guiada por hombres, sino que está guiada por Dios. Quienes de hecho han olvidado esto son las comunidades que a lo largo de la historia se han ido separando de la comunión católica, que es comunión con la Sede Apostólica, la Sede de Pedro y, de tal modo, se han ido apartando de la comunión con Cristo, con su Verdad y con su Vida, comunión con Cristo místicamente ligada a la comunión con el Vicario de Cristo. En efecto, la prerrogativa insustituible del oficio petrino es precisamente la de custodiar fielmente el depósito de la fe en su integridad y de mantener la comunidad eclesial con todas las características y componentes esenciales queridos por Cristo, para cumplir lo cual el Romano Pontífice tiene dones peculiares del Espíritu Santo, que ningún otro fiel posee.
----------En efecto: el Papa es el único miembro de la humanidad pecadora que es infalible en la doctrina de la fe y pecable o pecabilísimo en su conducta moral y en el gobierno de la Iglesia. Es, ésta, una enorme paradoja, y se trata de otra maravilla casi increíble, privilegio único del Sumo Pontífice. En la historia de los Pontífices no hay un solo pecado capital que algún Papa no haya cometido. Pecados contra todos los diez divinos Mandamientos. Pecados contra todas las virtudes naturales y sobrenaturales, a excepción de una sola: la fe.
----------En efecto, en toda la historia de la Iglesia no existe ningún Papa que haya perdido la fe ni haya caído en la herejía. Ningún Papa, en su oficio de maestro de la fe, no sólo en su enseñanza extraordinaria, lo que se denomina su magisterio ex cathedra, sino también en su enseñanza ordinaria de la Palabra de Jesús, jamás se ha engañado a sí mismo o ha engañado a otros en la doctrina de la fe. En tal sentido, no parece tener ninguna relevancia particular la preocupación del padre Fortea acerca del "magisterio extraordinario" (o, tal como él titula su artículo, la cuestión del "modo ordinario en que se gesta el magisterio extraordinario"), pues, como bien sabemos, no debemos darle una importancia excesiva al llamado "magisterio extraordinario" frente al llamado "magisterior ordinario", porque tanto la enseñanza ordinaria como la enseñanza extraordinaria del Papa como maestro de la fe, no pueden errar, es decir, ambas son infalibles.
----------Es cierto que ningún Papa ha definido ex cathedra una herejía. Pero más importante que no haya sucedido eso en el ámbito del magisterio extraordinario del Papa, es el hecho de que, incluso en el ámbito de su magisterio ordinario, ningún Papa ha cambiado la doctrina dogmática o la doctrina de la tradición; ningún Papa ha prohibido la difusión del Evangelio; ningún Papa ha prohibido la condena de la herejía; ningún Papa ha hecho Santo a un hereje. Este es un dato sorprendente, pero históricamente demostrable. Los poquísimos casos que a veces suelen citar historiadores tendenciosos e ideologizados (ya sea Hans Küng, o Roberto de Mattei, o los que siguen su estela) se pueden resolver con facilidad.
----------Por otra parte, es necesario hacer presente, a fin de aclarar debidamente este tema, que a la muerte de un Romano Pontífice (o tras su renuncia, permitida hoy por la ley canónica) el Espíritu Santo desciende sobre el cónclave para garantizar la inevitable sucesión. Los hombres podrán estar agitados, tramar, complotar, maquinar, conjurar, intrigar (o cuanto se nos ocurra sospechar, a nivel de la humana dimensión horizontal de la sucesión apostólica petrina), pero el Papa estará allí, permitido o querido por el Espíritu Santo (a causa de lo que hemos indicado como dimensión vertical y divina de la sucesión apostólica petrina).
----------En conclusión entonces, y supongo que esto mismo es lo que quiso expresar el padre Fortea al hablar de la sucesión papal: la sucesión apostólica petrina es el sucederse de los Papas en la historia, cada uno de los cuales goza de una asistencia divina, que hace, claro que sí, que el depósito de la fe sea por cada uno de los Papas recibido, custodiado, infaliblemente interpretado y enseñado a todo el mundo y transmitido íntegro y cada vez siempre mejor explicitado gracias al progreso dogmático hasta el fin de los tiempos.
El avance o progreso doctrinal en la Iglesia
----------Ahora bien, dicho lo anterior, sin embargo, debo decir que no me siento inclinado a compartir lo que el padre Fortea expresa acerca del avance o progreso doctrinal en la Iglesia, al menos en los términos con los que lo expresa. En concreto me refiero al pasaje donde Fortea dice que: "El obispo de Roma es vicarius Christi; por lo tanto, no es Jesucristo" (naturalmente, nada hay objetable en esto), pero Fortea continúa: "El mismo concepto del ser vicario lo excluye. El administrador apostólico de una diócesis con sede vacante debe mantener, no puede innovar, no puede cambiar el estado general de la diócesis que recibe para su administración". Me parece que, puesto a la tarea de explicar "el modo como se gesta el magisterio del Papa", no es nada feliz la comparación que Fortea elige con un administrador diocesano, o incluso hubiera podido decir un administrador parroquial, donde el administrador no puede innovar, no puede cambiar nada. ¿Acaso puede valer esta comparación, cuando se está tratando aquí acerca de la función magisterial del Papa, y ahora se la viene a parangonar con la función pastoral de un vicario diocesano o parroquial?
----------El desviarse del correcto sentido del magisterio pontificio, me parece evidente desde el momento en que el padre Fortea trata de explicarlo reduciendo la función docente del Papa a mera conservación, sin posibilidad de innovación, cuando dice claramente: "El teólogo puede innovar dentro de los límites propios de la teología. La teología puede innovar, el papa no. Su labor magisterial es la de supervisor de maestros. [...] Como supervisor su labor es la de administración, no la de innovación. La teología sí que tiene su influencia en el magisterio ordinario, también en el magisterio pontificio más extraordinario. Pero la teología sí que puede innovar, crear, abrir nuevos horizontes; el magisterio no. Su labor es conservacionista".
----------Francamente hablando, no veo el modo de poder entender católicamente lo que Fortea expresa con esas palabras; porque resulta indudable que, al afirmar con palabras tan claras como las de "la teología puede innovar, el papa no", "su labor no es la de innovación", "la teología puede innovar, el magisterio no", "su labor es conservacionista", todo eso significa reducir el magisterio del Papa a la sola función de conservación, que sí, es una función esencial del magisterio de Pedro en la Iglesia, pero se está olvidando con ello su también esencial función de progreso, es decir, el progresar en el conocimiento de la divina Revelación, progreso en el conocimiento que ha sido prometido y garantizado por Cristo.
----------Las consecuencias problemática de la tesis del padre Fortea son evidentes, pues brotan de inmediato interrogantes que son obvios: ¿Cómo explica entonces Fortea el progreso y la evolución del dogma que se ha producido a lo largo de la bimilenaria historia de la doctrina católica? ¿Cómo explica aquello que Marín Solá llamó justamente la "evolución homogénea del dogma católico", que implica el cambio y la innovación, no por cierto en los contenidos de la misma Verdad revelada por Cristo, que es inmutable, y cuya extensión ha quedado cerrada a la muerte del último Apóstol, sino en el conocimiento siempre mejor y más profundo que la Iglesia adquiere de esa Verdad? ¿No conduce esto al rechazo de las "novedades", o de las "nuevas doctrinas", por ejemplo las que pueden encontrarse en los Concilios Ecuménicos y también en el Concilio Vaticano II, reunidos con Pedro y bajo Pedro? ¿Acaso no "innovó" el Concilio Vaticano II? ¿Acaso el papa Benedicto XVI, actual papa emérito, no habló de las "doctrinas nuevas" del Concilio Vaticano II, y les aclaró a los lefebvrianos que si no las aceptaban, permanecerían en su condición cismática? ¿Acaso no "innovó" el papa san Juan Pablo II, por ejemplo en su catequesis sobre la teología del cuerpo?
----------¿Acaso no ha promulgado el Papa las innovaciones en la doctrina católica producidas en el Concilio Vaticano II? Por ejemplo: el concepto de liturgia, el concepto de Revelación, la relación entre Escritura y Tradición, el concepto de Tradición, el concepto de conocimiento implícito de Dios, el concepto de santidad, de sacramento, de Iglesia, de historia de la salvación, de laicidad, de vida religiosa, del primado petrino, de colegialidad episcopal, de ecumenismo, el concepto del monoteísmo común al cristianismo, al judaísmo y al islamismo, de libertad religiosa, el concepto de escatología, de mariología. Todas verdades divinas mejor conocidas, doctrinas teológicas confirmadas, datos de fe mejor iluminados y enriquecidos.
La teología y la evolución del dogma
----------A continuación, en los siguientes pasajes del artículo sub examine, el padre Fortea nos propone una tesis muy curiosa, nada original, pero causa sorpresa el modo como la plantea: lo que Fortea le niega al Papa, se lo concede a los teólogos y, curiosamente nada más que a los teólogos. Sobre esto se deben hacer, al menos dos observaciones: 1) contrariamente a lo expresado por Fortea, el magisterio pontificio, además de su función conservadora del depósito de la divina Revelación, tiene un particularísimo rol en la evolución del dogma, superior su rol, bajo este aspecto, al de todos los demás miembros de la Iglesia; y 2) la proposición de los avances o progresos doctrinales en la Iglesia, no es sólo competencia de los teólogos, sino que puede ser la de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia. Lo explicaremos.
----------Comienza el padre Fortea con un pasaje en donde, en aparente contradicción con lo que él mismo había indicado unas líneas antes, se refiere a la evolución del dogma, vale decir, a los innovadores y siempre mejores conocimientos que la Iglesia recaba a través del curso del tiempo, de la única e inmutable Verdad del Evangelio, gracias a la asistencia del Espíritu Santo que conduce a la Iglesia hacia la Verdad plena. Dice Fortea correctamente: "A veces, solo a veces, se podrá profundizar en una verdad. No se profundiza cuando se quiere, sino cuando se puede. El dogma no se hace evolucionar (homogéneamente) cuando se quiere, sino cuando se puede". Pero inmediatamente da un tropiezo en el momento que agrega: "Y normalmente eso se puede cuando la labor de la teología ha hecho madurar la comprensión de ese tesoro de conocimiento de fe. Normalmente, la verdad magisterial cae (es decir, se derrama sobre la Iglesia) por su propio peso (esto es, peso de la verdad) cuando ha completado su proceso de maduración (me refiero a la maduración teológica)".
----------Fortea se ha metido en este lío a partir de atribuir "innovación" (progreso) sólo al trabajo teológico, y haber negado esa misma facultad de "innovación" a la enseñanza del Papa. Las tesis de Fortea parecen implicar una dependencia causal del Magisterio Papal respecto de la teología, como si el Papa tuviera que hacer depender absoluta e inevitablemente su particularísimo rol magisterial en la Iglesia (tanto de conservación como de progreso en el conocimiento de la divina Revelación) de la labor de los teólogos. Esto es atribuir demasiado a la teología como productora del dogma, y acaba por convertir al Papa en un simple notario o un mero escriba que registra ("supervisa" dice Fortea) la labor de los teólogos.
----------Claro que el padre Fortea, quizás advirtiendo las equívocas consecuencias de sus tesis, va y viene, poniendo cortapisas a sus afirmaciones, y contradiciéndose de pasaje en pasaje de su artículo. Así, sigue diciendo que "la intervención de Dios existe en la historia de la Iglesia; y excepcionalmente Dios puede iluminar en medio de la tormenta para mostrar el camino de la recta producción teológica. Sí, Dios puede iluminar a un papa para que ese pontífice ilumine a una Iglesia perfectamente dividida entre distintas opiniones. Pero aunque la intervención directa de Dios a través del papa no se puede excluir, lo cierto es que prácticamente siempre el papa ha expresado en su magisterio lo que ya era patrimonio de la inmensa mayoría de los teólogos" [...] "lo normal es que esa maduración [teológica] se produzca ex tota Ecclesia. Menos frecuentemente esa 'salvación teológica' ha venido per concilium; aunque ha ocurrido y podríamos discutir en qué casos históricos. Y todavía con menos frecuencia a lo largo de los siglos esa iluminación ha venido per personam; es decir, por una sola persona, la del sucesor del Pedro". Ahora bien, ¿en qué quedamos, entonces? ¿No había dicho antes el padre Fortea que es sólo la teología la que puede innovar, y el Papa no, y que su labor es sólo conservacionista? ¿No había dicho que la función del Papa no es la innovación, sino sólo la conservación?
----------Pero, el problema con el que se enfrenta Fortea, no es sólo el haber reducido al Papa a un rol de conservación, negándole su función de supremo agente de progreso dogmático, sino el de atribuir ese rol a los teólogos exclusivamente. Con lo cual tenemos otro reduccionismo. Porque en la Iglesia los avances o progresos doctrinales pueden ser propuestos, ciertamente, por los teólogos, claro que sí, pero también por los profetas, por los místicos y también por simples laicos. El Romano Pontífice tiene también la tarea de evaluar estas iniciativas y hacer un discernimiento aprobando a su discreción las novedades que vienen propuestas y rechazando falsas doctrinas o falsas profecías o falsas místicas.
----------Ciertamente, las verdades contenidas en la Tradición apostólica son siempre las mismas; y es cierto que el Magisterio de la Iglesia, en el transcurso de los siglos, con su enseñanza dogmática que se expresa sobre todo en los Concilios ecuménicos, no añade nada, no quita nada, no cambia nada, no practica ninguna ruptura, porque operaciones de tal género significarían decir automáticamente negación o falsificación del depósito revelado, cosa que no puede suceder porque Cristo ha prometido a la Iglesia el asistirla siempre junto con su Espíritu en la fidelidad a la Verdad. Es cierto: el depósito revelado, por lo tanto, no puede cambiar. Sin embargo, no es menos cierto que cambia en el sentido del progresar el conocimiento que de él la Iglesia adquiere en el curso de los siglos sobre la base de la investigación teológica, pero no solo en base a esa labor de los teólogos, sino también sobre la base de la experiencia misma del Pueblo de Dios.
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