lunes, 10 de octubre de 2022

Los que hacen la apología de la soberbia

En una situación en que una enorme porción de los seres humanos ha descendido a niveles inferiores a lo propiamente humano, resulta sintomático, y a la vez paradojal, que el vicio propio que se manifiesta a escala planetaria sea el vicio de la soberbia: cuanto más bajo ha caído el hombre es cuanto más intenta sobrepasar sus estrictos límites, pretendiendo sustituirse a Dios. Un vicio, ciertamente, del cual no escapan, a veces en sus formas más sutiles y engañosas, también los cristianos. [En la imagen: detalle de "Superbia", uno de los siete mosaicos de los Siete Pecados Capitales, en la Basílica de Notre Dame de Fourviere, en Lyon].

La cuestión de la soberbia
   
----------La soberbia es ya conocida por los sabios paganos, quienes la han representado con el mito de Narciso, de Ícaro, de Prometeo y de los Titanes. En la literatura griega hay muchos personajes soberbios, fanfarrones y jactanciosos, mirados con admiración, como ciertos héroes homéricos. La soberbia también se dice en griego yperefanìa, vocablo compuesto que implica la idea de mostrarse superior a lo que se es realmente. A esa idea corresponde el latín superbia. En uno y en otro caso el significado del término es ambiguo, con valor negativo y positivo: puede significar, sí, el vicio, pero también puede tener el sentido positivo de superarse a sí mismo, magnificencia, noble sentir, sentido del honor, lo cual nos hace comprender cómo el mundo pagano no tuviera las ideas claras sobre este punto tan importante del actuar humano.
----------Ha sido necesaria la sabiduría judeo-cristiana para dar a la soberbia un significado claramente negativo, ligado a la desobediencia a Dios, oponiéndola a la humildad y distinguiéndola de la justa aspiración del hombre a la superación de las propias límitaciones, a la grandeza y a la ascensión a Dios. No se trata de una tendencia del hombre a lo sobrenatural (que por eso mismo anularía lo sobrenatural en cuanto tal), sino simplemente de una necesidad de perfección. Jesús en el Evangelio de Marcos (Mc 7,22) condena sin medios términos la soberbia (yperefanìa). Con todo, Grecia, con Aristóteles y con Antígona, nos ha dejado también estupendos ejemplos de humildad, que es el remedio a la soberbia, recordándonos cómo nuestro pensamiento debe ser sometido a lo real (el famoso realismo aristotélico) y nuestra voluntad debe aceptar humildemente la ley moral natural no escrita, sino impresa en la conciencia.
----------La soberbia en la Grecia antigua es llamada también hybris, expresión que significa un pensar que va más allá de los límites de lo lícito, aquello que en sentido etimológico es arrogancia, desmesura, o sea el tras-cogitare, una conciencia de sí que va más allá de lo que es lícito pensar de sí mismo al ser humano. La soberbia tiene por tanto una sustancial y fundamental referencia al yo y precisamente a la autoconciencia, a la conciencia de la propia inteligencia y de la propia dignidad espiritual.
   
La esencia de la soberbia
   
----------La soberbia es sustancialmente y originariamente la negativa a someterse a la verdad, a la verdad sobre sí mismo y sobre Dios. Esto aparece claro en el relato bíblico del pecado original. Por extraño que pueda parecer para una criatura como el hombre, hecha para encontrar en la verdad su felicidad, siguen siendo verdaderas las amargas palabras de Cristo: "Los hombres han preferido las tinieblas a la luz" (Jn 3,19). Y la causa de esto no es sino la soberbia, triste herencia del pecado original. Por lo tanto, ella es un pecado del pensamiento sobre sí mismo; es una consideración de sí y de la propia dignidad o grandeza, que no está en los límites de lo verdadero y de lo correcto, no está regulada por lo real o por el ser, no reconoce los límites de la propia esencia creatural, sino que hace de hecho que el sujeto tenga de sí mismo una consideración y una estima superior a ello que él efectivamente es. Esto es lo que se llama presunción.
----------Difícilmente la cultura liberal contemporánea comprende y acepta que pueda haber un pensar culpable y censurable, que se pueda pecar en el pensamiento, convencida la actual cultura de que el pensar como tal pueda crear lo verdadero como le parece y le place, a su antojo, ebria como ella está de una falsa libertad de pensamiento, ignorando que el pensamiento es verdaderamente libre y sano, cuando se somete a la verdad objetiva y a la realidad externa, independiente del yo o del pensamiento, creado por Dios y no por el hombre. La soberbia es una forma de auto-engaño con la cual el soberbio trata luego de engañar y fascinar a los demás haciéndoles creer que él es lo que, en su delirio, él se imagina que es. La soberbia produce así arrogancia y jactancia, propias de quienes tienen siempre necesidad de tener a alguien a su alrededor a su servicio, ser el centro de la atención, hablar con pedantería a los otros aún sin ser interrogados, de sus dotes excepcionales y de sus grandes empresas, superiores a las de muchos otros.
----------Entre el panteísta que cree ser el Yo absoluto, y el demente que se cree Napoleón, la diferencia tan sólo radica en el hecho de que en ciertos ambientes académicos le creen al primero y lo consideran un genio, mientras que se compadecen del segundo considerándolo, correctamente, un sujeto necesitado de cuidados médicos. Pero no se dan cuenta de que el elemento propulsor fundamental de la actitud de entrambos es el mismo: en el primero, una soberbia sutil, inteligente y refinada, una soberbia alimentada por largos estudios filosófico-teológicos, en el teólogo o en el docente universitario, perfecto fariseo; y en el segundo, una soberbia burda, grosera y ridícula. Pero, a decir verdad, quizás el primero necesitaría más cuidados, remediando su soberbia con un sincero arrepentimiento y el ejercicio de la humildad, que hace alcanzar aquella verdadera grandeza, que la soberbia promete de modo falaz.
----------La soberbia es a menudo el vicio de los intelectuales y de las personas cultas, refinadas, controladas, corteses, intelectualmente dotadas, acaso tituladas en la Gregoriana o en el Angelicum. Pero precisamente aquí radica la insidia, el escollo, la trampa y el problema: que ellos, en último análisis y en modo especial, caen en esa abominable categoría de "ricos", de los cuales habla Cristo, egoístas y explotadores, ambiciosos y codiciosos y en el fondo impíos y candidatos a la condenación. Es grave no emplear las propias riquezas materiales para ayudar a los pobres; pero es aún más grave la apología de la soberbia, que hace derrochar las propias riquezas espirituales y empuja a las almas a rebelarse contra Dios y a ir al infierno.
   
El pecado de soberbia
   
----------Pero nos preguntamos: ¿cómo engaña el soberbio? ¿Como actúa? ¿De qué modo? ¿Por cuáles caminos? ¿Bajo cuáles pretextos? ¿Con cuáles sofismas y astucias? El soberbio se apoya sobre nuestra innata necesidad de grandeza y de autoafirmación, por ejemplo la certeza de la verdad y la seguridad de hacer el bien. Todas cosas honestas y dignas en si mismas y más que legitimas, dones y mandatos que nos vienen de Dios. El soberbio nos engaña dándonos a entender de diversos modos que nuestro yo o la humanidad vale y puede mucho más que lo que a primera vista empiricamente parece. Se esfuerza por demostrar que no estamos sometidos a nadie, sino que somos origen y regla de nosotros mismos.
----------No se trata de reconocer una realidad fuera de nosotros e independiente de nosotros, sino que somos nosotros quienes establecemos lo real, y nosotros mismos creamos lo real con nuestro pensamiento y nuestra voluntad, ya que lo real no es otro que nuestro pensar: el ser es el ser pensado, esse est percipi. No existe un principio o fundamento del saber y del actuar objetivo y cierto, uno para todos; sino que cada uno de nosotros es libre de establecer el principio que prefiera.
----------Para el soberbio el mundo no es un mundo en sí, que deba ser explicado por una causa distinta a nosotros mismos. El mundo es nuestro mundo, es lo que nosotros pensamos y queremos que sea mundo. El mundo es efecto de nuestro pensamiento y de nuestra acción. No se trata del simple hecho de que nosotros conozcamos lo que hacemos, según el célebre lema de Gian Battista Vico, verum est ipsum factum, sino de la pretensón impía de, precisamente, el propio mismo ser.
----------Indudablemente, las personas mezquinas, aquellas con objetivos limitados, incapaces de abstracciones intelectuales, que viven cada día en medio de tantos apuros o banalidades o inmersos en los vicios carnales, dotadas de un cierto crudo realismo, están en cierto modo al reparo de creer en las manías de grandeza y en los sueños locos de los soberbios, que prometen tomar conciencia de ser Dios o el Absoluto, en el cual tal vez ni siquiera creen, para alcanzar un saber absoluto o una libertad sin límites y una omnipotencia, que al hombre carnal no le interesan ni juzga posibles, contentándose, para usar una frase de Sartre, con nourritures terrestres. Estas personas indudablemente pecan, pero no de modo tan grave y responsable como los soberbios, tanto por la materia del pecado de los soberbios, que toca más de cerca la vida espiritual y el destino eterno del hombre, como por el hecho de que el pecado de soberbia implica una claridad de conciencia, un cálculo astuto y un libre arbitrio, que no existen tan perfectamente en los pecados carnales, los cuales, aunque puedan ser graves, son frecuentemente efecto más de debilidad o impulso pasional que de malicia, dado que a menudo tienen sus orígenes ocasionales en una mala educación recibida, en ambientes moralmente degradados, en situaciones de miseria o de abandono, o con antecedentes psíquicamente anómalos o deficitarios.
----------El vicio de la soberbia, que está más difundido en los ambientes cultos y en los grupos elevados, orgullosos de sus cualidades, prestigio social y riquezas, civiles y eclesiásticos, puede valerse de refinados envoltorios culturales y pretextos ideológicos, extraídos con gran habilidad de diversas filosofías y religiones, en particular de aquellas tradiciones gnóstico-idealista-panteístas, eventualmente ocultistas o esotéricas, que en Occidente inician con Parménides y en India con el Vedanta. El yo se engaña de ser el aparecer o avatar o "momento" sensible del Absoluto, de modo que al final no tiene que dar cuenta a nadie de sus actos, todo le está concedido y llegaría a la más absoluta perversión moral, si normalmente no fuera frenado por las comunes normas de la convivencia civil y eclesial, no ciertamente por íntima convicción, sino por pura conveniencia, que le permite obtener posiciones de primer plano y pasar por hombre sabio y muy respetable.
----------A la impiedad, al rechazo de lo trascendente y de honrar a Dios, a la auto-divinización, a la magia y a la rebelión a Dios, la religión cristiana sustituye la humilde confianza, la escucha fiel de la Palabra de Dios y de la comunidad eclesial, la devoción, la adoración, la alabanza y la contemplación. A la prepotencia hacia el prójimo, a la sed de dominio, al egoísmo, al egocentrismo, a la explotación de los demás, a la hipocresía, a la arrogancia, a la altivez, a la altanería, a la opresión del débil, al desprecio o escarnio ofensivo de los demás, al implacable orgullo que no perdona, a la susceptibilidad, a la impaciencia, a la terquedad, a la venganza, a la codicia, odiosas propiedades y consecuencias de la soberbia en las relaciones con los demás, la ética cristiana sustituye la humildad, la mansedumbre, la dulzura, la indulgencia, la misericordia, la cordialidad, la gratitud, el espíritu de sacrificio, la dedicación generosa, el espíritu de servicio, la disponibilidad, la docilidad, la sociabilidad, la solidaridad, la apertura y la sencillez de corazón, el amor desinteresado.
----------El soberbio concibe intencionalmente pensamientos que hacen aparecer plausible la soberbia o incitan a la soberbia bajo engañosos y seductores pretextos para cubrir o justificar las propias acciones, ocultando el mal que el soberbio piensa y que el soberbio hace. Pero no está dicho que cualquiera que conciba esos pensamientos, sobre todo si los aprende de otros, o fuera incluso el mismo autor, sea un soberbio y por lo tanto tenga culpa. De hecho, puede suceder que uno los conciba sin darse cuenta de la gravedad de lo que piensa o de sus consecuencias, o permanezca engañado creyendo haber hecho un gran descubrimiento para el bien de la humanidad. En tal caso sus pensamientos siguen siendo objetivamente dañinos y peligrosos, pero quien los formula o los acepta en buena fe permanece inocente.
----------Incluso en los Santos o en hombres dignos como por ejemplo san Anselmo, Duns Scoto, Eckhart, el Cusano, Suarez, Rosmini, existen principios o doctrinas que, sobre todo si son llevados a sus extremas consecuencias, son gravemente erróneos; pero esto no impide que estos eximios autores permanezcan moralmente irreprensibles. Pecarían aquellos que aceptaran estos pensamientos con malicia, para satisfacer su soberbia o sus pasiones. Por lo demás, no está dicho en absoluto que todos los errores sirvan para fomentar la soberbia, ya que también hay otros seis vicios capitales, que esperan tener sus apologistas.
   
Decadencia del ideal de la humildad y retorno de la soberbia
   
----------A lo largo de los siglos, el ideal cristiano de la grandeza humana fundada en la humildad no siempre ha sido rectamente comprendido. Después de las escaramuzas de la teología emanatista del irlandés Juan Escoto Erígena en el siglo IX, a comenzar por la mística alemana del siglo XIV, la asimilación a Cristo ha sido confundida en Meister Eckhart con una imposible identificación con Cristo, perdiendo de vista los límites de la naturaleza humana; y sobre todo luego, a partir del Renacimiento italiano, con su característico antropocentrismo inspirado en el hermetismo de Marsilio Ficino, una mala interpretación del cristocentrismo, ha hecho volver a hacer florecer el antiguo culto pagano del individuo dominador con Nicolás Maquiavelo y de la magia con Pico della Mirandola y más tarde con Giordano Bruno. Surge de esta manera un cristianismo que en lugar de incitar a la humildad, bajo pretexto de la dignidad del hombre redimido en Cristo, comienza, en la práctica, a exaltar la soberbia, haciendo su apología, incitando al hombre a la soberbia, naturalmente con todos sus posibles trucos, sutilizas y astucias, siendo bien notoria la clara oposición de este vicio a la virtud cristiana.
----------Esto sucedió al principio, con el Humanismo italiano, en ese primer momento tímidamente y con gran circunspección; pero subsecuentemente, en los siglos siguientes, de modo cada vez más abierto, hasta llegar, a partir del siglo XVIII, a considerar la doctrina cristiana de la humildad como enemiga del hombre. El culmen de este proceso será alcanzado por Nietzsche, a fines del siglo XIX, con su abierta exaltación de la "voluntad de poder", en feroz polémica con el cristianismo. Pero para abrir el desagüe a este torrente de impiedad, que se engrosará aún más, hasta llegar a nuestros días, estará, de modo paradojal, precisamente el luteranismo, que también quiere presentarse como cantor de la divina misericordia y enemigo del orgullo humano y de su pretensión de contar con méritos delante de Dios.
----------Pero el hecho bien conocido es que Martín Lutero enfocó esta predicación (no privada de aspectos positivos), sobre la base totalmente falsa y sobre las arenas movedizas de la rebelión contra el Magisterio de la Iglesia, con el pretexto de oponerse a la corrupción moral del papado, dando muestra evidente de que su exaltación de la humildad era un engaño, una simulación, que escondía la sustancial soberbia de rebelarse a la autoridad doctrinal del Vicario de Cristo y de erigirse en juez de su ortodoxia, rompiendo con eso mismo la comunión con la Iglesia, que él pretendía "reformar", cuando se suponía que primero debía haberse reformado a sí mismo. En tal modo los contenidos de la Revelación cristiana, ya no custodiados por el Magisterio, venían a encontrarse a merced del primer exaltado o filosofastro, el cual, sobre la base de sus idiosincrasias y de una cultura decadentemente sincretista, y considerándose inspirado por el Espíritu Santo, se sentía libre y autorizado para saquear el patrimonio de la divina Revelación, eligiendo o rechazando lo que le gustaba y mezclándolo eventualmente (en desafío al "puro Evangelio" de Lutero) con otras ideologías mendigadas: nueva manera de satisfacer su soberbia y su deseo de fama y notoriedad.
----------Ya durante su vida Lutero, como es sabido, tuvo que lidiar con personajes de este tipo, que le hacían llegar a todas las furias, sin que él se diera cuenta de que no hacían más que poner en práctica el enfoque de acercamiento a la Escritura que él mismo estaba practicando desde antes, en oposición a la interpretación del Magisterio de la Iglesia. No comprendió que la desvinculación de la supervisión -"episkopè"- y de la guía del Magisterio no es un fenómeno de libertad, sino que produce el caos y un bellum omnium contra omnes, posteriormente disfrazado por Hegel bajo el eufemismo de la "dialéctica". Y parece que aún hoy los protestantes no lo hayan entendido. ¿Servirá para ellos el diálogo ecuménico?
----------De tal modo la soberbia cristiana devino mucho más grave y dañina que la grosera soberbia pagana, ya que si ésta podía inflar los valores de la razón o la mera fuerza bruta, el hereje que se encuentra a disposición de los inmensos tesoros de la Revelación, podía adornarse con estas joyas, que el pagano ni siquiera conocía. Y es así que ha nacido el panteísmo cristiano, sobre todo con Hegel y sus seguidores hasta nuestros días. Pero las cosas se tornaron aún más peligrosas, cuando ya no sólo eran los exaltados, los visionarios y los falsos místicos los que se acercaban a las doctrinas de Lutero y utilizaban su método de interpretación, sino que era fácil prever la llegada de filósofos indudablemente geniales, con títulos académicos, tales como para adquirir crédito incluso en los ambientes cultos hasta hoy y para fundar la teología luterana y en todo caso una filosofía que fuera compatible con la doctrina de Lutero. Estos filósofos no tardaron en llegar.
----------El primero fue Descartes. Luego, quienes querían utilizar a Descartes para una fundamentación racional del protestantismo, y esos fueron Leibniz y Wolff. Y lo paradójico fue que Descartes fundó un enfoque racionalista de la Escritura, de modo que se empezó a elegir en la Biblia ya no lo que Lutero había elegido, que se daba por descontado, sino aquello que debía ser conforme a la "razón"; no ya sin embargo la sana y equilibrada razón aristotélico-tomista, ya recomendada por el Magisterio de la Iglesia, sino precisamente esa razón soberbia y orgullosa, que ya había constituído objeto del odio de Lutero. Fue así como su fideísmo generó exactamente su opuesto, o sea el racionalismo, precisamente lo que Lutero quería evitar.
----------Sin embargo, los protestantes pronto se dieron cuenta de la afinidad que tenía el cogito de Descartes con el yo luterano. El enfoque psicológico era el mismo: el mismo replegamiento del yo sobre sí mismo como fundamento de la certeza; y por eso adoptaron la filosofía cartesiana, aunque nacida en ambiente católico, como la filosofía del protestantismo, no obstante el desprecio luterano por la filosofía y por la razón. Pero la filosofía cartesiana, no obstante su racionalismo, parecía más cercana a Lutero que la filosofía escolástica, porque Descartes, como Lutero, daba una primacía a la conciencia respecto a la objetividad de la realidad como regla de la verdad, principio, éste, de la filosofía aristotélico-tomista sostenida desde Roma. Descartes, en el plano de la razón, rechazaba la objetividad de lo sensible; Lutero, en el plano de la fe, rechazaba la objetividad de la Iglesia Romana. Pero entrambos, pues, sobre la base del yo, rencontraban, Descartes la realidad de las cosas externas, y Lutero la objetividad de la comunidad luterana.
----------Tanto la autoconciencia cartesiana como la conciencia luterana se situaban a sí mismas en el inicio y en el fundamento del saber: saber de razón, el de Descartes; saber de fe, el de Lutero. Pero nada de afuera podía y debía contradecir esta conciencia o entrar en esta conciencia, fuente primera de la verdad y de la certeza. Signo manifiesto, también éste, de soberbia.
----------En Descartes el idealismo de las ideas innatas era explícito, velado por un realismo postizo y de conveniencia; en Lutero, sustancialmente realista a la manera de Ockham, el idealismo implícito saldrá a la luz en virtud del tratamiento cartesiano, que el luteranismo sufrirá por obra del idealismo trascendental del siglo XIX.
   
Los dos reformadores
   
----------He aquí, pues, estas dos figuras paradigmáticas, estrechamente asociadas entre sí, en este proceso de brutal decadencia del ideal de la humildad y de reviviscencia enmascarada de la diabólica insidia de la soberbia: Lutero y Descartes. Obviamente ellos, de palabra, en teoría, de labios hacia afuera, rechazan la soberbia, sabiendo bien, como cristianos, que se trata de un vicio capital. Pero el caso es que en la práctica, sin embargo, elaboran un tal pensamiento, por el cual objetivamente, quizás sin que ellos mismos se dieran cuenta, expresa una condición de espíritu y una intención que parecen claramente inspiradas en la soberbia y que, por lo tanto, de hecho, independientemente de sus intenciones y declaraciones, dan la apariencia de virtud a lo que es un vicio: la soberbia. Ambos pretenden fundar un pensar cristiano tal como para corregir su enfoque tal y como se configuraba en su tiempo. Lutero quiso corregir el Magisterio de la Iglesia en la interpretación del Evangelio y de la Escritura; Descartes creía que debía dar una base definitiva de certeza a la filosofía, hasta entonces, según su decir, asentada sobre bases inciertas, en el intento luego de proporcionar una sólida base racional a las verdades de fe y a la teología. ¿Acaso esto no es también soberbia?
----------Lutero insiste mucho en la humildad en polémica contra la soberbia, continuando en ello uno de los temas de fondo de la espiritualidad agustiniana y medieval en general; pero distorsiona gravemente el sentido de los conceptos, porque en su mente la humildad deviene la aceptación de la impotencia de la razón y de la voluntad, esclavas de la concupiscencia, e implica la fe en la gracia sin las obras; mientras que la soberbia sería la actitud de aquel que pretende colaborar con la razón y el libre albedrío en la obra de la gracia. La humildad, sin embargo, observo yo, no implica en absoluto la renuncia a las obras racionalmente y voluntariamente cumplidas bajo el influjo de la gracia en vista de nuestra salvación. En efecto, esto es precisamente fruto de la humildad, por la cual, confiando en Dios, aceptamos con humildad el plan de la salvación, que preve precisamente esta sinergia de lo humano con lo divino, ambos provenientes de Dios.
----------¿Pero qué humildad se puede encontrar en la rebelión contra el Magisterio de la Iglesia? Concedamos también la legitimidad de la protesta contra ciertos abusos administrativos de Roma y contra la corrupción del papado; pero la acritud frenética con la cual Lutero arremete contra el mismo sagrado ministerio del Romano Pontífice, le quita a Lutero cualquier credibilidad para hacerse ejemplo y predicador de humildad. Por lo demás, como hizo notar a Lutero el propio Emperador Carlos V en una dura pero justa requisitoria, ¿qué es lo que puede haber llevado a un simple monje agustino, aunque se trate de un doctor en teología, a considerarse, por sí solo, después de quince siglos de Cristianismo, contra todos los Papas, contra los Concilios, los Santos Padres, los Santos Doctores y los Santos que le han precedido, el descubridor del verdadero y puro Evangelio, hasta ahora sepultado en la magia, en las fábulas y en la superstición, sino precisamente una loca e inconmensurable soberbia? ¿Entonces, de qué humildad se trata?
----------En realidad, en el yo de Lutero, bajo las apariencias del amor por la Palabra de Dios, se esconde un principio de soberbia, que efectivamente, a una mirada superficial puede ser confundido por un celo ardiente por la Palabra de Dios y la reforma de la Iglesia, pero que no es difícil reconocer considerando el orgulloso y obstinado sentimiento que tiene Lutero de este yo suyo, que él dice sí, de someterse a la Palabra de Dios, pero que en realidad falsifica y rechaza esta misma Palabra en el momento en el cual se niega a escucharla en la interpretación de la Iglesia. Es una falsa humildad aquella que dice someterse a Cristo y a su Evangelio, pero rechaza, con un acto de soberbia, la obediencia a la Iglesia y al Papa.
----------Ahora bien, por su lado, Descartes no hace cuestión abiertamente de humildad o de soberbia; sin embargo, es evidente para quien lee atentamente sus escritos fundamentales, cómo él está movido por un estado de ánimo arrogante y presuntuoso, más allá de todas sus afirmaciones de buscar exclusivamente la verdad. De hecho, él muestra no ser sincero en estas declaraciones, atendida su insensata pretensión de presentarse como aquel que, después de milenios de incerteza de la razón humana, incluso en los más grandes sabios que le han precedido, incluyendo por tanto también la sabiduría judeo-cristiana, finalmente llega él para dar a la humanidad un fundamento cierto e inconcuso al saber para todos los siglos venideros. Cuesta entender cómo un fanfarrón de tal factura haya podido reunir en torno suyo tantos consensos hasta hoy y ser considerado el fundador de la "filosofía moderna". La filosofía de Descartes no ha traído en absoluto ese fundamento absoluta y definitivamente cierto del saber, que él había prometido, ni lo podía hacer, porque tal fundamento existía ya en el realismo aristotélico-tomista, recomendado desde hacía siglos por la Iglesia, mientras que las obras de Descartes fueron puestas en el Índice en 1663.
----------Incluso el famoso principio del cogito, responde a una actitud de la mente que carece de humildad. En efecto, el cogito se presenta como respuesta resolutiva a una duda absurda, que concierne a la certeza del conocimiento sensible, que es el inicio y la base del conocimiento humano, sobre el cual se edifica todo el edificio del saber; por lo cual, de no ser válido, sería imposible cualquier otro nivel superior del saber. El cogito cartesiano supone que la mente pueda intuir directamente la autoconciencia y el mundo espiritual sin pasar por la experiencia sensible, lo que no corresponde en absoluto al verdadero dinamismo del conocimiento humano, que se eleva a la intelección de lo puro inteligible partiendo de la experiencia de las cosas materiales.
----------La gnoseología cartesiana supone, por lo tanto, un desprecio presuntuoso y arrogante por la dimensión sensitiva de nuestro conocer, que tenemos en común con los animales, y la pretensión de concebir el yo o la persona como un puro espíritu, confundiendo al hombre con el ángel. En la gnoseología de Descartes juega sólo un papel la prudencia, y por otra parte exagerada e irrazonable, en cuanto disociada de aquella simplicidad de espíritu, que se rinde a la evidencia a la que humildemente se somete, según el mandato del Señor: "Simples como las palomas, prudentes como las serpientes" (Mt 10,16).
----------Es totalmente correcta aquella prudencia que quiere mantenerse al reparo del riesgo de engañarse, esa prudencia que quiere tener una mirada crítica sobre la realidad. Ciertamente es necesario evitar la ingenuidad que raya en la credulidad, y también es necesario adoptar todas las precauciones, resolver todas las posibles dudas,. Sin embargo, el llegar a dudar de la evidencia, el llegar a dudar de lo indubitable, es necedad, e indocilidad (apaideusìa, dice Aristóteles) contraria a esa simplicidad, que está mandada por Nuestro Señor y que es sabiduría y humildad. Oficio del filósofo es ciertamente el de abordar las cuestiones de fondo y de resolver dudas y problemas, que se arrastran desde hace mucho tiempo incluso entre los sabios, o de mostrar como duda lo que hasta entonces aparecía cierto; pero no puede permitirse establecer él la base del saber con principios de su propia concepción, porque esa base es un logos que ya existe en la mente de todo hombre, de una manera cierta e irrefutable, y esta base es la certeza de la existencia de las cosas.
----------En efecto, la base del saber (que une el sentido y el intelecto) funda con evidencia elemental lo que sobre ella se construye, pero ésta a su vez no tiene necesidad de ser fundada, precisamente porque es la base, ni ella puede ser puesta en duda, porque no admite otra certeza externa o superior, tal como para resolver la eventual duda, de modo que sea necesario que sea sustituida por una ulterior y mejor base, porque, siendo la única base, quien la pusiera en duda, lejos de dar certeza, fundamento y principio al pensamiento, lo haría derrumbarse desde sus cimientos, abriendo las puertas al nihilismo.
----------En cambio, santo Tomás de Aquino demuestra que el verdadero principio de la certeza basilar no es la certeza de dudar, sino la certeza de saber. Dudar acerca del principio objetivo del saber no es sabiduría, ni es prudencia, sino que delata el orgullo y la necedad de quien no acepta la realidad o se aparta ante ella con la pretensión de sustituirla por sus propios pensamientos y sus propias ideas. La duda, como observa el Aquinate basándose en Aristóteles, no es un verdadero pensar, sino al contrario, es un bloqueo y una parálisis del pensamiento, porque no tiene un objeto real, dado que oscila entre el sí y el no. Por tanto, el cogito cartesiano, bien lejos de abrir las puertas al pensamiento, las abre al nihilismo, con la presunción de haber encontrado finalmente la verdad primera en toda la historia de la humanidad. El verdadero principio no confunde el pensar con el dudar, sino que se expresa en esta fórmula: cogito vel scio aliquid, ergo sum.
----------Al filósofo no le está prohibido formular por hipótesis la duda acerca de la base del pensamiento, de hecho debe hacerlo; lo ha hecho el mismo santo Tomás con su famosa universalis dubitatio de veritate; pero para luego retirarse inmediatamente de esta duda o de este horrendo abismo infernal, juzgándolo absurdo. Descartes, en cambio, ha tomado en serio esa duda, por lo cual, como acertadamente ha observado Gilson, no obstante todos sus esfuerzos, Descartes nunca ha salido ya de ella, de modo que la certeza que él nos ofrece está al fin de cuentas fundada sobre arena y sobre la presunción. ¿Y qué, en efecto, puede empujar a un filósofo a querer sustituir con sus ideas el principio objetivo universal del saber, sino la soberbia?
   
Los epígonos de los reformadores
   
----------La historia del luteranismo sigue sustancialmente dos filones: existe un filón o vertiente tradicionalista, que capta al Lutero organizador, pastor y doctor, propio de las comunidades luteranas guiadas por sus respectivos pastores, como el propio símbolo de fe luterana y sus propios ritos y ministerios, como el Bautismo y la Cena; es el ambiente propio de las facultades teológicas protestantes; y existe el otro filón, el de un luteranismo gnóstico, individualista y liberal, en absoluto privado de valores religiosos y culturales, que en cambio recoge el espíritu profundo de Lutero, carismático y subjetivista, más difundido en los ambientes laicos y filosóficos, que no ha dejado de darnos grandes personalidades desde Leibnitz a Kant, a Fichte, a Schleiermacher, a Schelling, a Hegel hasta Kierkegaard, Von Harnack y Bultmann.
----------Mientras que el diálogo ecuménico con el primer filón es posible, fácil y constructivo, dadas las numerosas convergencias entre el Credo luterano y el católico, más difícil (y hasta imposible) aparece el encuentro con el segundo filón, tanto sea porque, mientras en el primer caso se trata siempre de una común visual de fe cristiana, en el segundo la visual es de tipo gnóstico-racionalista, como sea porque, estando el segundo filón privado de una doctrina eclesial común, no se puede confrontar a nivel de representantes oficiales, sino que es necesario hacerlo con los individuales filósofos, incluso si son líderes de escuelas o corrientes, los cuales a menudo han absorbido la teología y el dogma en su filosofía.
----------Si bien indudablemente existe una doctrina luterana oficial custodiada por la Federación Luterana Mundial, la confrontación con el segundo filón requiere necesariamente la elección del interlocutor en base a las grandes diferencias existentes entre los individuales pensadores. Aquí una cosa es tratar con el kantismo, otra cosa distinta es tratar con Fichte, otra cosa distinta es tratar con el hegelismo y así sucesivamente.
----------Es así que encontramos estudiosos especialistas para los individuales autores. En ellos, sin embargo, la aplicación del mismo método subjetivista y anárquico de Lutero, reacios a dejarse controlar por cualquier autoridad, que no fuese la propia conciencia presentada jactanciosamente como "Palabra de Dios", les lleva a diluir a su arbitrio la propia doctrina de Lutero creando sincretismos con otras tendencias filosóficas en su límite incluso del todo contrarias -esto para los hegelianos no crea dificultades-, contrariamente a cuanto sucede en el primer filón, ligado fielmente a la ortodoxia luterana.
----------Nuestro voto y anhelo es que un reflorecimiento de la fe cristiana, gracias también a los progresos del ecumenismo, vuelvan a difundir aquel espíritu de humildad, que es uno de los más bellos tesoros del Evangelio, el principio de la verdadera grandeza del hombre y aquello que ha hecho el esplendor cultural, moral y espiritual de la civilización europea en el mundo.

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