sábado, 27 de agosto de 2022

El papa Francisco: su infalibilidad y su falibilidad

Cuando la fe del creyente católico no ha madurado lo suficiente, los ingredientes se suman para volver oscuro el horizonte: un Romano Pontífice anciano y con notorios problemas de salud, la aplicación aún pendiente de las enseñanzas doctrinales y pastorales del Concilio Vaticano II, la lucha feroz entre los partidos modernistas y pasadistas ante la atónita mirada de la masa sana de los fieles, el permanente asedio del mundo anti-cristiano, todo se conjuga para atentar contra la unidad de la Iglesia fundada en la comunión con Pedro. Así las cosas, es muy importante saber con claridad dónde el Papa puede ser criticado y dónde debe ser obedecido. Esta claridad es indispensable para un continuo y fructuoso avance en el camino de la salvación.

----------La cuestión de la infalibilidad o no del Romano Pontífice coincide de algún modo con la cuestión de la infalibilidad o no del Magisterio de la Iglesia. ¿Qué se entiende, de hecho, con esta expresión? El poder que el colegio episcopal tiene, bajo la guía del Papa, para enseñar, interpretar y difundir el Evangelio. Ciertamente existe un poder magisterial propio y personal del Papa: aquello que él enseña por sí de su iniciativa propia, prescindiendo del consenso o no del cuerpo episcopal. Por ejemplo, las catequesis sobre la "teología del cuerpo" desarrolladas por san Juan Pablo II desde 1979 a 1983. Tenemos aquí entonces el magisterio pontificio. Pero estamos de nuevo al principio: el colegio de los obispos tiene el deber de hacer suyo este magisterio, en cuanto aplicación del mandato de Cristo a Pedro: "confirma fratres tuos" (cf. Lc 22,31-34). Y, por otra parte, es inconcebible un magisterio de los obispos que no esté presidido y aprobado por el Papa.
----------El hablar de infalibilidad o no infalibilidad del Papa, es como si se hablara por tanto de infalibilidad o no infalibilidad de la Iglesia misma, en cuanto guiada por el cuerpo episcopal unido al Papa, la así llamada "Iglesia docente", aunque luego al final, como dice el Concilio Vaticano II, toda la Iglesia y por tanto todo fiel, sea infalible en el creer y en el proclamar la Palabra de Dios, se entiende siempre bajo la guía de los obispos y del Papa. Por citar ejemplos: la lectora de las Lecturas de la Misa, cuando las proclama, es infalible; el niño del catecismo, si responde bien a las preguntas de la maestra, es infalible.
----------Sin embargo, en la Iglesia el Papa es el único miembro que goza de un carisma personal de infalibilidad. Todos los demás obispos y cardenales, por más doctos y santos que sean, no poseen ningún carisma personal de infalibilidad y pueden caer en la herejía, como es demostrado por la historia. O bien se puede decir que son infalibles, individualmente o en grupo, incluso si se tratara de una asamblea conciliar, sólo en cuanto están unidos a Pedro y sometidos a Pedro. El conciliarismo, que ha aparecido varias veces en la historia, es una herejía, no corresponde a la voluntad de Cristo. Asimismo, el simple "primado de honor" sin poder magisterial y jurisdiccional sostenido por las Iglesias cismáticas orientales es una herejía contraria a aquello que Cristo ha querido y mandado a Pedro y a sus sucesores.
----------El Romano Pontífice es infaliblemente asistido por el Espíritu Santo cuando lleva a cabo su tarea propia y específica de anunciar e interpretar el Evangelio y de confirmar a los hermanos en la fe. Naturalmente el Papa, en cuanto hombre pecador, hijo de Adán, sería también falible en las cosas de la fe y de la moral cristianas, si no gozara de esta asistencia, y es efectivamente falible, cuando, por diversos motivos, no goza de esta asistencia. Y falible quiere decir que puede cometer un error, que puede pasar por alto un error. O bien que puede tomar por cierto lo que no lo es, o viceversa, puede tomar por opinable aquello que es cierto. La mayor certeza de que el Papa es nuestro Maestro en la fe y de que nos está enseñando infaliblemente la Palabra de Dios, la tenemos los fieles católicos cuando él mismo declara hablar en nombre de Cristo y pretende definir un dogma de la fe, tal como es enseñado en los documentos del Concilio Vaticano I.
----------Pero para que exista infalibilidad no son necesarias estas declaraciones explícitas y solemnes, que, ante todo es preciso decirlo, son bastante raras, por no decir rarísimas, sino que es suficiente que el Santo Padre nos proponga enseñanzas que en todo caso se refieran al dogma o a la Tradición o los desarrollen y esclarezcan o enseñen alguna doctrina necesariamente conectada al dogma o que toque de algún modo las verdades de fe enseñadas por Nuestro Señor Jesucristo. Asimismo, las doctrinas de los Concilios ecuménicos, que explican o profundizan o interpretan las verdades de la Escritura y de la Tradición, aunque no sean definidas, son en todo caso definitivas, es decir, absolutamente y perennemente verdaderas e infalibles; y repiten su autoridad de aquella del mismo Sumo Pontífice que las ha aprobado. En efecto, como resulta de la Carta Ad tuendam fidem de san Juan Pablo II de 1998, existen tres grados de infalibilidad de las doctrinas del Magisterio de la Iglesia. El primero, que requiere en el fiel la fe divina o teologal, es aquella propia de las verdades de fe definida, comúnmente llamadas "dogmas". Rechazar esta doctrina es herejía.
----------En el segundo grado están las doctrinas no definidas y sin embargo definitivas, o sea absolutamente y perennemente verdaderas, objeto por parte del fiel de fe en la autoridad de la Iglesia, la llamada "fe eclesiástica". Pueden tocar el dato revelado, o bien verdades históricas o especulativas necesariamente conectadas con el dato revelado, como la existencia del alma humana, de Dios, de la verdad o de la libertad o la legitimidad de un Papa o de un Concilio; cosas que, si no fueran verdaderas, harían derrumbarse o volverían imposible la verdad de la fe. Rechazar esta doctrina es error próximo a la herejía.
----------Las doctrinas del tercer grado se refieren todavía a temas de la fe o a temas conectados con la fe, por lo tanto se trata siempre de doctrinas verdaderas y ciertas, pero a las cuales el fiel no debe dar un asentimiento de fe, sino más bien solo prestar el respecto u "obsequio de su inteligencia". No se trata aquí de la Iglesia, que propone, sin definirla dogmáticamente, una doctrina de fe, sino de una doctrina de la Iglesia, que tiene conexión con la doctrina de la fe. Doctrina de este tipo es, por ejemplo, el principio de la libertad religiosa o el principio del ecumenismo o del diálogo interreligioso proclamados por el Concilio Vaticano II. Rechazar esta doctrina es error contra la doctrina de la Iglesia. En suma, en el primer grado tenemos la doctrina definida, en el segundo la doctrina definitiva, en el tercero la doctrina vinculante.
----------Ahora bien, puede el lector preguntarse: ¿por qué estos tres grados? Estos tres grados no se refieren a la cuestión de la verdad, como si, por ejemplo, fueran verdaderas sólo las doctrinas de primer grado. Estos tres grados, en cambio, responden a una razón pastoral y a la manera de adherir a lo verdadero propia de la mente humana. En otras palabras, estos tres grados responden a un propósito didáctico y a la naturaleza misma de la mente humana de acoger la verdad.
----------La Iglesia ha recibido de Cristo el depósito de la Revelación en su totalidad desde el principio. Pero la Iglesia no ha aprendido desde el inicio con igual claridad y certeza todas las verdades de la fe. Algunas verdades de la fe, aquellas sobre las cuales nuestro Señor Jesucristo había mayormente insistido o que mayormente aparecían en continuidad con el Antiguo Testamento, o que aparecían más acordes con la razón, han emergido inmediatamente desde los primeros Símbolos de la fe. Otras verdades, que se podían deducir de las primeras o que estaban latentes o implícitas bajo las primeras, quizás de menor importancia o quizás incluso más difíciles de comprender, más difíciles "de cargar con su peso", al principio permanecieron veladas o no tan seguras como las primeras. De ahí este proceso de diferenciación de varios grados de certeza.
----------El progreso de la Iglesia en el conocimiento del dato revelado no conlleva el hecho de que Dios en el curso de la historia añada nuevas verdades, sino que implica el hecho de que la Iglesia conoce mejor y con mayor claridad todas aquellas verdades, que Cristo ha enseñado a los apóstoles antes de retornar al cielo. Ahora bien, Cristo desde el cielo, ahora y hasta el fin del mundo, no añade nada a aquello que consignó en su momento a los apóstoles, sino que por medio de su Espíritu asiste a la Iglesia bajo la infalible guía de Pedro a comprender y explicar siempre cada vez mejor el patrimonio de la verdad revelada.
----------La Iglesia no tiene sólo que esclarecer para sí misma la cualidad y el número de las verdades reveladas, sino que una vez que ella, bajo la guía del Papa, las ha esclarecido, es su deber enseñarlas al mundo. E incluso en este punto se impone la necesidad de una gradualidad: gradualidad en el proponer en modo sucesivo los contenidos doctrinales, comenzando por los más fáciles o por los más importantes o por los más urgentes. Y gradualidad en el énfasis o en el vigor o en la acentuación o en la severidad con los cuales proponer las mismas doctrinas, según las necesidades o los requerimientos de los fieles.
----------La infalibilidad del Papa está históricamente demostrada: nunca ha sucedido que un Papa haya negado a su predecesor en materia de fe. La tesis de Küng es por lo tanto falsa. Puede suceder, en cambio, que un Papa caiga accidentalmente en la herejía, ya sea porque no está en plena posesión de sus facultades mentales o porque está amenazado. Las enseñanzas del Sumo Pontífice o sus tomas de posición en campo doctrinal deben ser tomadas en consideración por el fiel siempre con benevolencia, confianza y respeto, pero también con sabio discernimiento, para evaluar las modalidades, el nivel de autoridad y el género de sus intervenciones o pronunciamientos o de sus disposiciones prácticas o de sus actos de gobierno.
----------El fiel católico responsable, luego de haberse asegurado con certeza, a partir de fuentes fidedignas, objetivas y autorizadas, del verdadero contenido de cuanto el Papa dice o ha dicho, lo primero que debe hacer es catalogar el tipo y el nivel de pronunciamiento. Los Papas del postconcilio, sobre todo a partir de san Juan Pablo II, han acrecentado y ulteriormente diversificado aún más los géneros de sus intervenciones públicas. No es infrecuente el hecho de que ellos pretendan manifestar simples opiniones personales, por ejemplo en variadas publicaciones, discursos o entrevistas, tal vez siguiendo ciertas tendencias teológicas o exegéticas. Es evidente que aquí no son infalibles. Son, éstas, intervenciones que se suman al ejercicio tradicional de su magisterio doctrinal y moral, que se expresa en los documentos a varios niveles, desde las encíclicas a los discursos, las audiencias generales o las homilías en las visitas apostólicas; estas intervenciones conservan la expresión de su poder jurisdiccional, pastoral, disciplinario, de gobierno, diplomático, legislativo.
----------En su enseñanza moral, es necesario prestar atención, en las expresiones del Romano Pontífice, a cuanto es reconducible a verdades de fe, distinguiéndolas de las directivas pastorales o de gobierno, que pueden ser objeto de discusión. En tal sentido, digna de todo respeto, incluso de obediencia de fe, es la enseñanza moral pontificia que hace referencia a la ley moral natural, como por ejemplo las normas de la ética sexual o social, la pastoral para las personas homosexuales, la prohibición de los anticonceptivos, la prohibición de la fecundación artificial, o la defensa de los derechos de los pobres y de los oprimidos.
----------Asimismo, con sumo respeto deben ser tomadas en consideración la disciplina de los sacramentos y las normas litúrgicas, aunque aquí, sin embargo, distinguiendo aquello que se refiere a los valores esenciales de fe de aquello que puede tener un simple valor pastoral revisable o mutable. También al indicarnos los caminos de la salvación en aquellos hermanos y hermanas que ejemplarmente los han seguido -los santos- el magisterio pontificio no puede sino ser infalible.
----------Diferente es el caso de sentencias judiciales en causas de excomunión o de cisma o en cualquier caso de delitos en campo canónico, mientras que el Papa no se puede equivocar al juzgar herética una doctrina. En cuanto a pronunciamientos relativos a fenómenos carismáticos, como por ejemplo las apariciones marianas, aquí el juicio no es infalible, aunque de todos modos se debe suponer que está marcado por la prudencia.
----------El Magisterio pontificio y en general el Magisterio de la Iglesia pueden y deben ser evaluados, sí, a la luz de la Tradición y de la Escritura, pero no con la actitud hostilmente cautelosa, desconfiadamente presuntuosa, podríamos decir farisaica, de quien está dispuesto con un fusil apuntando para descubrir al Papa en falta, tal vez para acusarlo de modernismo, sino que el Magisterio debe ser valorado con la confianza de que tenemos de él la correcta interpretación de la Tradición y de la Escritura. Es cosa sabia y acertada interpretar del Papa en bien ciertas expresiones suyas que en un principio pueden sorprender. Así, de modo similar, antes de negar la infalibilidad de las doctrinas del Concilio Vaticano II, como hacen algunos, debe reflexionarse bien sobre el hecho de que ellas, aunque no contengan nuevos dogmas definidos, presentan sin embargo nuevos desarrollos de la Tradición y nuevas explicaciones de la Escritura, que no pueden no comprometer, quizás en el tercer grado de autoridad, el obsequio sincero del verdadero fiel católico.
----------Pero es igualmente deber de lealtad y de honestidad hacia el Sumo Pontífice no ponerlo de nuestro lado, no manipular sus expresiones, como hacen los modernistas, sólo porque el Papa se muestra abierto a los valores de la modernidad, olvidando sin embargo el durísimo ataque que el Papa hace en la encíclica Laudato si' contra aquello que ha sido el peor veneno de la modernidad: el antropocentrismo.
----------El Romano Pontífice, aunque dotado del carisma de la infalibilidad como maestro de la fe, sigue siendo siempre un ser humano falible y pecador, en aquellos campos donde no juega este carisma. Si en el campo de la doctrina de la fe es infalible, en el campo de su acción pastoral y de gobierno, así como en la conducta privada puede pecar de diversas maneras, como por ejemplo en la prudencia, en la justicia y en la caridad. Por ello el Papa tiene necesidad de nuestra ayuda, ante todo de la oración, pero también, para quien pueda, de constructivas propuestas en el campo doctrinal, moral y pastoral, dejándole siempre a él la última palabra. Por tanto es muy importante saber con claridad dónde el Papa puede ser criticado y dónde debe ser obedecido. Esta claridad es indispensable para un continuo y fructuoso avance en el camino de la salvación.

4 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón.
    Leyendo su artículo sobre la infalibilidad pontificia necesaria para la unidad de fe de la Iglesia, me preguntaba por qué las diversas Iglesias ortodoxas orientales, desde hace más de un milenio carentes de un Magisterio infalible único, han mantenido íntegra la fe del primer milenio a diferencia de las comunidades protestantes, donde desde el principio, al rechazar el ministerio de Pedro, comenzaron las desviaciones en la doctrina. Entre los ortodoxos orientales, los enfrentamientos entre los diferentes Patriarcas se deben a motivos de competencia territorial, etc. pero incluso sin Pedro mantienen unida la doctrina y la misma fe. Quisiera una aclaración al respecto. Gracias

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    1. Estimado M.Argerami,
      mientras que con Miguel Cerulario fue rechazado el primado de jurisdicción del Papa, pero no su episcopado, Lutero destruía el concepto mismo de episcopado. Ahora bien, es cierto que el Sumo Pontífice es el supremo custodio y garante de la verdad de fe, pero ésta ya está custodiada por la sucesión apostólica, que se ha mantenido en la ortodoxia oriental, por lo cual, si su episcopado es válido, quiere decir que deriva de Pedro y está fundado sobre Pedro, aunque en la actualidad Constantinopla no quiera someterse a Roma desde el punto de vista jurisdiccional y por tanto no reconozca el primado de Roma. Por lo tanto, falta ciertamente la infalibilidad pontificia, pero queda una cierta infalibilidad garantizada por la permanencia del episcopado, aunque no esté sometido al Papa.
      Mucho más grave es el desastre provocado por Lutero, quien, al rechazar el Sacramento del Orden, con ello mismo ha socavado las bases de la doctrina de la fe, que, como dice el profeta Malaquías, deben ser custodiadas por el sacerdote. Por eso, mientras en la ortodoxia oriental continúa haciéndose sentir el Espíritu Santo en el mantenimiento de la sana doctrina, en el luteranismo se puede dudar de una verdadera presencia del Espíritu Santo y pensar más bien en el demonio.

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  2. Por lo tanto, usted verdaderamente sostiene que "en el luteranismo se puede dudar de una verdadera presencia del Espíritu Santo y pensar más bien en el demonio"...
    Y en cuanto al "principio de libertad religiosa", proclamado por el Concilio Vaticano II, es algo a lo que un fiel debe (pero en definitiva, no es propiamente un deber) prestar obsequio, pero también podría el fiel permanecer firme en lo que fue proclamada por Pío IX en el Syllabus, donde se sostiene que en cambio es erróneo sostener que "hoy ya no conviene que la religión católica sea considerada como la única religión del Estado, excluyendo todos los demás cultos, cualquiera que ellos seaa"...
    Sustancialmente, estos son un poco los puntos claves de su artículo...

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    1. Estimado Fernando,
      Primer punto. La Escritura dice con claridad que las herejías son inspiradas por el demonio. Esto no quiere decir que no tenga valor el diálogo con los luteranos. Sin embargo, deben ser advertidos de este hecho.
      Segundo punto. El principio de la libertad religiosa está ya enseñado por Cristo en el Evangelio cuando Él inculca el respeto a la buena fe de los demás: "Quien no está contra vosotros, está a favor de vosotros".
      La doctrina del Concilio al respecto, por tanto, no es facultativa, sino que es vinculante, como explicitación de la enseñanza de Cristo. En cuanto a la doctrina del Beato Pío IX en el Syllabus, ella contiene un elemento dogmático y otro elemento pastoral-jurídico.
      El primero recuerda la superioridad del cristianismo sobre todas las demás religiones, cosa para nada en contraste con el principio de la libertad religiosa, entendido no en sentido liberal o indiferentista, sino en sentido evangélico.
      En cuanto a la cuestión del catolicismo como religión de Estado, no se trata de un principio de derecho divino, sino de un principio simplemente pastoral-jurídico, por tanto históricamente condicionado y abrogable, hoy superado, porque ya no existen las condiciones histórico-políticas que permitan implementarlo.
      Por eso el Concilio, asumiendo las constituciones de los modernos Estados democráticos, como por ejemplo USA, ha decidido sustituirlo con el principio de la libertad religiosa, el cual, en las actuales condiciones históricas, es aquel que mejor salvaguarda los derechos de la Iglesia, la expansión del catolicismo y la paz civil.

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