jueves, 18 de agosto de 2022

Sobre el profeta Oseas y la idolatría (2/2)

Hoy debemos recuperar una serie de valores filosóficos, metafísicos, espirituales, morales y religiosos perdidos a causa de la actual invasión del modernismo y secularismo, falsa y engañosa interpretación del mensaje del Concilio Vaticano II, el cual por el contrario promueve un aumento de espiritualidad y de santidad, aunque en su bien conocido enfoque comunitario, encarnado, humanista, ecuménico y escatológico. Con el pretexto de la renovación, los modernistas han tirado a la basura inmensos tesoros de tradicional sabiduría y santidad y han llevado a cabo una barbárica obra de destrucción. La dirección de la verdadera renovación ya ha sido señalada por el Concilio de nuestro tiempo. Ahora se necesita reconstruir, dejando en el pasado lo que es pasado. [En la imagen: fragmento de "El Profeta Oseas", pintura de Alessando Buonvicino, il Moretto, en la Iglesia de San Juan Evangelista, en Brescia, obra del siglo XVI].

La corrupción del conocimiento
   
----------Escribe Luigino Bruni en su artículo del diario Avvenire al que estamos haciendo referencia: "Oseas nos dice que al principio de esta traición están los sacerdotes y que es una traición al conocimiento de Dios: '¡un pueblo que no comprende va a la ruina!' (v.4,14). Los sacerdotes comienzan a profesar falsas doctrinas y lo hacen de mala fe, porque mienten a su pueblo sabiendo que mienten. Mi pueblo perece por falta de conocimiento (v.6): es el mismo grito pronunciado por Paulo VI en la Populorum progressio (n.85), una de las claves de lectura más poderosas de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Una religión sin correcto conocimiento de Dios es una de las trampas antropológicas más perfectas. Aquí no se trata de conocimiento teológico o intelectual. El conocimiento bíblico es ante todo carne, vida, sangre. Este siempre ha sido un conocimiento popular verdadero, si bien mezclado con uno falso. […] No era un conocimiento teológico, sino que era un conocimiento verdadero de Dios, porque su experiencia de Dios era verdadera".
----------Este discurso de Bruni nos deja medio satisfechos y medio decepcionados. Da exactamente en el blanco cuando pone en evidencia la importancia del conocimiento de Dios y advierte vigorosamente que "una religión sin correcto conocimiento de Dios es una de las trampas antropológicas más perfectas". Pero el caso es que luego, inmediatamente, nuestros brazos caen al leer que "aquí no se trata de conocimiento teológico o intelectual. El conocimiento bíblico es ante todo carne, vida, sangre".
----------¿Dónde ha aprendido Bruni semejante tontería? ¿Se ha olvidado que a Pedro no ha sido "la carne y la sangre, sino el Padre celestial" quien le reveló que Jesús es el Hijo de Dios? (cf. Mt 16,17). ¿Nunca jamás ha leído la advertencia de Pablo de que "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1 Cor 15,50)? ¿Nunca jamás ha leído lo que dice Pablo sobre el hombre espiritual? (1 Co 2,12-15). ¿O Bruni al usar el término bíblico "carne" quiere confundir la experiencia de Dios con la experiencia sexual?
----------No hay duda de que el conocimiento de Dios más perfecto no es un saber simplemente intelectual, porque debe estar animado por la caridad, motivado e iluminado por la caridad y dirigido o finalizado a la caridad. No hay duda de que para hacerse santos no es necesario conocer la teología escolástica o académica. En efecto, que la teología docta puede ser ocasión de soberbia para el teólogo es igualmente cierto: scientia inflat, caritas vero aedficat nos dice el apóstol san Pablo (1 Cor 8,1).
----------Pero es completamente falso que la Escritura excluya el intelecto y el pensamiento abstractivo en el ejercicio del conocimiento de Dios, porque el hombre privado del intelecto no se alza al nivel de los ángeles, sino que se rebaja al nivel de las bestias. Y el creer, como hace Rahner, que pueda existir una experiencia "atemática" y "preconceptual" de Dios es una gravísima ilusión, porque la verdadera mística católica no es otra cosa que el modo más alto de experimentar en la caridad aquella presencia de Dios en lo íntimo del alma, que en esta vida sólo podemos tener en las verdades de fe, o sea en los dogmas enseñados por la Iglesia.
----------Es cierto que la espiritualidad humana es una espiritualidad encarnada, distinta de la pura espiritualidad de los ángeles, pero para afirmar la espiritualidad humana y evitar el idealismo o nocivos dualismos o frustrantes rigorismos, no es necesario llegar al punto de confundir el espíritu con la carne.
   
El sacrificio de expiación y el sacramento de la penitencia no sirven para ganar dinero
   
----------Así como Luigino Bruni acierta felízmente al denunciar la avaricia, la soberbia y la lujuria de los sacerdotes, entretando está infelízmente equivocado al cuestionar, a la manera de Lutero y de Rahner, el significado del sacrificio de expiación para la remisión de los pecados que caracteriza la esencia del sacrificio eucarístico (como se sabe, el Concilio de Trento, hablando del sacrificio de Cristo, dice que Cristo "satisfecit pro nobis": Denz.1529) y también se equivoca Bruni en el sarcasmo de sabor freudiano con el cual habla de la cancelación de las culpas en el sacramento de la penitencia.
----------Bruni malinterpreta la polémica de Oseas contra los sacerdotes, controversia que él interpreta como si de ella se pudiera derivar la condena luterana de la Misa como sacrificio expiatorio y como si la práctica del confesionario fuera una tortura para las conciencias y una manipulación de las conciencias, ocasión para el sacerdote de avaricia y de manipulación utilitaria de las conciencias, por lo cual sería mejor abolirlas.
----------De estas palabras de Bruni aparece la malicia o al menos la incomprensión típicamente luterana con la cual él parece acusar a la fatigosa y delicada práctica sacerdotal del confesionario y a la conexa gravosa catequesis sobre el pecado y sobre los deberes cristianos de ser un hipócrita expediente para mantener sujeta la conciencia de los pobres ingenuos fieles y exprimirles sus dineros para satisfacer su codicia de riquezas y de placeres. Leamos sus propias palabras, entre las que intercalo mis breves anotaciones:
----------"Poderosa es la frase del versículo 8: se alimentan del pecado de mi pueblo. Es una de las más bellas definiciones de la degeneración a la cual están sujetas las religiones basadas en el mecanismo culpa-expiación" -nótese la expresión despectiva-. "Si el centro de la vida religiosa de las personas y de las comunidades pasa a ser la gestión de las culpas a través de los sacrificios de expiación, es casi inevitable que tarde o temprano en los administradores de esta empresa (los sacerdotes) surja una tentación casi invencible: imponer primero una 'tasa' sobre los sacrificios de expiación y después hacer aumentar las culpas/pecados a expiar" -si hay un defecto en los sacerdotes hoy es precisamente el perdonismo- "a través, sobre todo, de la teología de lo puros/impuro" -quien habla sobre esto actualmente? "Pero lo que es cierto (y aquí no hace falta ni el 'casi') es que en las religiones de la culpa-expiación el peso y el poder del sacerdote es grande, tiende a crecer y a convertirse en el único poder. Esta es la primera raíz del clericalismo" -¿Quién sigue hablando hoy de pecados y de expiación? Hoy sólo se habla de errores y de debilidades. Solo los psicoanalistas hablan de ello, para liberar a los pacientes de los sentimientos de culpa. Pero hay más: "en las religiones de la culpa-expiación se expande la casuística de los pecados" -¿dónde?- "aumentan los manuales para los confesores" -¿qué mal hay aquí?- "y se termina por anunciar un Dios misericordioso a gente que se siente cada vez más pecadora y por tanto más necesitada de perdón" -todos se sienten inocentes y ya perdonados. Se ve que Bruni conoce poco sobre la situación.
----------En estas consideraciones, Bruni yerra completamente el blanco. En vez de ponerse a juzgar en el campo de nosotros los confesores, haría mejor en ocuparse de su campo específico. De hecho, las de Bruni son críticas que podrían haber estado bien hace 60 años o en los tiempos de Pío XII o en el actual pasadismo. Pero hoy los defectos de los sacerdotes y de los fieles en general son todo lo opuesto: laxismo, permisivismo, perdonismo, misericordismo, autojustificación, todos son buenos y todos se salvan. Hoy se necesita recuperar el concepto de la responsabilidad, de la culpa, del pecado, del deber, de la ley, de la expiación, de la reparación, de los castigos divinos, del temor de Dios, de la penitencia, de la ascética, del sacrificio, de la renuncia.
----------Entonces el verdadero problema no es el de abolir la Misa y la Confesión para no favorecer la avaricia, las neurosis y la explotación de la credulidad popular, porque la verdadera comprensión de la Misa y del sacramento de la penitencia supone y promueve la verdadera educación de las conciencias para el verdadero culto de Dios, querido por Nuestro Señor Jesucristo y, como bien atestigua la milenaria historia de los Santos sacerdotes y fieles, funda e incentivan las virtudes más altas y expulsan todos los vicios, incluidos los de la soberbia, la superstición, la impiedad, la lujuria y la avaricia.
----------Por lo tanto, también la conclusión de este artículo de Bruni es muy cuestionable. La buena impresión y la hermosa figura la dan los profetas, mientras que los sacerdotes son los que hacen el ridículo. ¿Y por qué esta discriminación? ¿Acaso no existen también los falsos profetas? ¿Y no existen también santos sacerdotes? Parecería que Bruni encuentre todo lo bueno de un lado y todo lo malo del otro, demostrando de nuevo el típico desprecio luterano por el sacerdocio. De hecho, dice Bruni: "la Biblia ha sido escrita por sacerdotes y profetas juntos, pero la han salvado los profetas, severos centinelas de las murallas de la ciudad y del templo, celosos guardianes de las puertas de nuestra ciudad".
----------Parece que leyendo a Bruni se escuchara hablar a un luterano: los sacerdotes han escrito la Biblia, pero los profetas la han corregido. En cambio, es verdadero precisamente lo inverso. Es necesario distinguir entre profecía y doctrina. En el Nuevo Testamento la doctrina es confiada al sacerdote ("tu es Petrus"). La misión profética es la exhortación moral sobre la base de la verdad de fe enseñada por el sacerdote, que discierne al verdadero del falso profeta (véase por ejemplo la cuestión de las revelaciones privadas). De lo contrario, ¿qué es lo que hace el Papa en su oficio? ¿Y los apóstoles? ¿Y la Tradición? ¿Y los Padres de la Iglesia? ¿Y quién ha hecho los Concilios? ¿Y quién nos da los sacramentos? ¿Quién enseña la recta doctrina? ¿Por qué motivo existe la Congregación romana o Dicasterio para la Doctrina de la Fe?
   
Pero también existen falsos profetas
   
----------Luigino Bruni retoma luego el mismo tema anterior en su artículo sobre el Avvenire titulado Pero la injusticia es idolatría, del 9 de enero de este año. La falsa profecía es aquella -dice Bruni- de quienes enmascaran los deseos de la carne bajo la apariencia del espíritu.
----------Selecciono los pasajes de Bruni que más nos interesan: "La manipulación más común y tremenda es aquella que nace del uso de palabras celestiales sobre Dios que no son precedidas y seguidas por palabras terrenas sobre los hombres. El profeta verdadero sabe que la primera señal de los falsos profetas es su incapacidad para defender a los hombres y a las mujeres porque están demasiado ocupados por defender a Dios". "El ídolo es la religión del solo culto, funciona solo en el propio terreno sagrado. [...] Los ídolos no dan mandamientos, no entran en la causa del huérfano y de la viuda, no se interesan del manto del deudor para la noche, no defienden la viña de Nabot. El ídolo se reduce sólo a liturgia, su lugar sagrado coincide con su recinto". "Confinan a Dios en el lugar sacro". "Pensamos que las crisis y el declive de nuestras comunidades son sólo cuestiones espirituales, que dependen de nuestra poca o insuficiente vida religiosa. […] Hacemos infinitos encuentros y retiros para volver a la radicalidad espiritual perdida y frecuentemente terminamos también por culpabilizar y culpabilizarnos porque ya no somos lo bastante radicales y espirituales".
----------También esta polémica de Bruni, como aquella de la que he hablado líneas arriba, es una vieja polémica, fuera de tiempo y superada, que estaba bien plantearla antes del Concilio Vaticano II (o bien acaso, a lo máximo, en alguna actual corriente pasadista hiperliturgista), mientras que hoy que hemos caído en el exceso opuesto al espiritualismo preconciliar, es necesario frenar el secularismo, el egocentrismo, el liberalismo, la desconfianza en la verdad, el relativismo moral y doctrinal, la auto-referencialidad, la espasmódica búsqueda del bienestar terreno, el ansia incontenible del placer carnal, el desprecio por la metafísica -vacía abstracción-, por el dogma -fanatismo y rigidez mental-, el desprecio por la ascética -autofrustración-, por el sacrificio -¿quién me obliga a hacerlo?-, por la religión -opio del pueblo- y por lo sobrenatural -vana superstición.
----------Es verdaderísimo, por tanto, que hoy debemos recuperar una serie de valores filosóficos, metafísicos, espirituales, morales y religiosos perdidos a causa de la actual invasión del modernismo y secularismo, falsa y engañosa interpretación del mensaje conciliar, el cual por el contrario promueve un aumento de espiritualidad y de santidad, aunque en su bien conocido enfoque comunitarista, encarnacionista, humanista, ecuménico y escatológico. Con el pretexto de la renovación, los modernistas han tirado a la basura inmensos tesoros de tradicional sabiduría y santidad y han llevado a cabo una barbárica obra de destrucción. La renovación ha sido hecha. Ahora se necesita reconstruir, dejando en el pasado lo que es pasado.
----------El clima que estamos viviendo, en efecto, no tiene nada que ver con la aspiración al cielo, sino sólo para disfrutar en esta tierra; ningún interés por lo eterno, sino sólo por lo efímero; ningún interés por la realidad, sino sólo por las propias ideas; ningún interés por lo invisible, sino sólo por aquello que se toca, se palpa y se siente; repugnancia por el pensamiento abstracto y obsesión por lo concreto; gusto por la carne y disgusto o repugnancia por el espíritu; el Dios buenista permite toda disolución moral; lo sagrado es burlado y profanado, no interesa ganar el cielo, sino sólo ganar dinero; las necesidades humanas son reducidas a las de la comida y del sexo; la Misa no es un sacrificio sino un banquete
----------Hoy quien se siente en culpa tiene necesidad de ser psicoanalizado; la expiación es masoquismo; la experiencia sexual es igualada a la visión beatífica y a la experiencia mística; la caridad y la santidad son homologadas a la asistencia social;  no se concibe una caridad que vaya más allá de los confines de la política y de la justicia; se sueña un pacifismo utópico que ignora las consecuencias del pecado original; se confunde la Iglesia con el mundo; todos los deberes no son más que deberes sociales; la misericordia concierne sólo a las necesidades económicas; los problemas de la salud son sólo los de la salud física, no los de la salud espiritual; ningún interés por la contemplación, sino sólo por la praxis.
----------En una situación tan evidente como la que actualmente vivimos, me pregunto ¿con qué cara Luigino Bruni puede estar hablando de un exceso de espiritualidad y de religiosidad? ¿Cómo hace para hablar de un "cerrarse en lo sagrado" y de un olvido de los valores sociales y terrenos, de un perderse en celestiales abstracciones? Sí, ciertamente, existe todavía hoy una falsa espiritualidad, como la de un Rahner o la de un Teilhard de Chardin, que enmascara la carne con el espíritu. Pero esa otra espiritualidad dualista, de tipo platónico, despreciativa de la carne en nombre de un abstracto ideal, ya no existe (salvo, como ya he dicho líneas arriba en ciertas minoritarias sectas descaminadas). Siempre está el problema de cómo poner de acuerdo el espíritu con la carne. Esto requiere siempre la práctica de la disciplina espiritual y de la ascesis; pero efectivamente el misterio de la Encarnación nos permite experimentar desde ahora el inicio de ese "hombre nuevo", nacido con el bautismo, que nos hace superar el intimista platónico replegamiento sobre nosotros mismos para abrirnos confiadamente y eficazmente al amor de Dios y del prójimo.
----------No hay duda de que el conocimiento de Dios deba conducir a la práctica del amor al prójimo. No cabe duda de que la práctica del amor al prójimo sea el signo y la prueba de que nosotros amamos a Dios. Es certísimo que viendo a aquellos que aman al prójimo nosotros somos estimulados a descubrir la bondad de Dios. Es igualmente cierto que en el momento en que amamos a los hermanos tenemos una experiencia de Dios.
----------Pero debemos tener cuidado y prestar atención a que lamentablemente también existe un falso amor al prójimo, que esconde un amor egoísta por nosotros mismos y que nos empuja a amarlo no como criatura de Dios, sino como si fuera Dios. Nos empuja a contentarlo en todos sus caprichos. Lo satisfacemos incluso si nos pide pecar. Lo excusamos cuando deberíamos corregirlo o regañarlo.
----------Y así confundimos a nuestro prójimo con Dios. Lo convertimos en un ídolo. Por lo tanto: idolatría. Se trate de una mujer, se trate de la humanidad, se trate de la clase obrera, se trate del partido, de la secta, de nuestra familia, de nuestra nación, de nuestra raza, del pueblo, del Estado. Tal es el error de la ética marxista. En cambio, es el conocimiento y el amor de Dios lo que constituye el criterio y la medida para amar verdaderamente a los otros como criaturas de Dios.
----------Por eso, si en el orden del conocimiento partimos de las cosas, de nosotros mismos y del prójimo para descubrir a Dios como su creador, en el orden del amor y de la praxis se parte del amor de Dios como fin último y bien supremo a alcanzar y a amar por sobre todas las cosas, y en nombre de este amor se puede amar correctamente al prójimo como merece y según sus verdaderas necesidades.
----------Si nos encerramos desde el comienzo en el amor al prójimo, haciéndolo un ídolo o un absoluto, como lo ha hecho Marx, no se siente necesidad de nada más, no se siente necesidad de Dios, porque se cree estar satisfechos con este falso amor.
----------Es cierto, como dice san Juan, que el verdadero y salvífico conocimiento de Dios está condicionado por el amor al prójimo. Pero entonces quiere decir que nosotros ya amamos al prójimo por amor de Dios, de lo contrario no podremos encontrar en la práctica del amor el modo de conocer a Dios.

2 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón,
    sólo para agradecerle este artículo, que he leído, y con mucho fruto espiritual para mí.
    Particularmente sugestivos han sido los párrafos finales, en los que usted distingue la dirección ascendente del verdadero conocimiento de Dios a través del conocimiento de las cosas creadas, y la dirección descendente del verdadero amor al prójimo a través del inicial amor a Dios. ¡Una formulación suya muy reveladora!

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    1. Estimado Raúl,
      me complace que usted haya apreciado esta distinción tan importante. Sin embargo, a decir verdad, no se trata de ninguna creación mía, sino que he tomado estas ideas de la enseñanza de santo Tomás de Aquino, quien ha sido mi maestro de teología durante cincuenta años.

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