viernes, 4 de septiembre de 2020

La Iglesia y la Masonería en tiempos del Vaticano II

Retomemos hoy el tema de las relaciones de la Iglesia con la Masonería, que iniciamos el pasado domingo 30 y el lunes 31 de agosto. Como prometí, ahora seguiremos nuestra reflexión, pero con una particular referencia a los cambios iniciados por el Concilio Vaticano II y por el postconcilio.

----------Para entender lo sucedido durante y después del Concilio Vaticano II en las relaciones de la Iglesia con la Masonería debemos describir un importante aspecto del contexto espiritual en el que se desarrollaba la vida de la Iglesia en las décadas anteriores, con particular referencia a la idea de los enemigos de la Iglesia. Y lo primero que hay que dejar bien claro es que los enemigos de la Iglesia son reales, son los mismos enemigos del cristiano: la carne, el mundo y el demonio. Sin embargo, en la vida espiritual nunca se insistirá lo suficiente en la necesidad de mantener siempre un sano equilibrio, evitando todo extremismo.
----------Pues bien, una de las importantes enseñanzas del Concilio Vaticano II ha sido la de remediar una actitud generalizada en la Iglesia, tanto entre el pueblo como entre los pastores y teólogos, que se había difundido sobre todo a partir del Concilio de Trento, que consistía en concebir a la Iglesia como una especie de bastión fortificado siempre asediado por enemigos, entendiéndose ella misma fundamentalmente como un ejército en lucha contra diversas escuadras de enemigos, que en un determinado momento histórico son los herejes, y en otro son los neopaganos del Renacimiento, o los musulmanes invasores, o los Turcos conquistadores, o el nunca jamás dormido judaísmo anticristiano. También el ascetismo personal insistía mucho en la lucha "contra la carne, el mundo y Satanás". Por supuesto, nadie niega los elementos verdaderos de la concepción de la llamada "militancia" de la Iglesia peregrina en esta tierra, la así llamada Iglesia militante, y nadie niega la importancia de la lucha personal del cristiano contra el mundo, el demonio y la carne, siempre presentes en la vía espiritual purgativa, y presentes también como enemigos en la vía mística, pero no hasta el punto de llevar esas verdades a los extremos de negar otras que también deben ser admitidas y vividas.
----------La exageración a la que aquí me estoy refiriendo es la que se producía al poner en primer plano la refutación del error, la victoria sobre el pecado, la necesidad de vigilar y de defenderse contra el enemigo, el deber de combatirlo y vencerlo, los peligros y las insidias diabólicas provenientes de la herejía y de la incredulidad, con acentuadas referencias a los temas neotestamentarios y apocalípticos del odio contra el mundo y sus seducciones, de ahí el deber de combatir y vencer el mundo. Se trata todos ellos de elementos verdaderos de la vida del cristiano en seguimiento del ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, según Su vida y Sus enseñanzas, testimoniadas por el Evangelio, pero sin negar otros elementos que complementan los mencionados, y que deben conformar la integral y equilibrada vida del cristiano
----------El Concilio Vaticano II ha intentado remediar las exageraciones de tal actitud, que insistía en la confrontación con el mundo entendida como enfrentamiento dialéctico violento, actitud de ningún modo privada de base bíblica y cristiana, vétero-testamentaria y neo-testamentaria, destacando la posibilidad y el deber de una confrontación entendida más bien como acción y resultado de examinar y comparar las realidades de la Iglesia y del mundo para apreciar sus semejanzas y diferencias; es decir, en el sentido de diálogo sereno y constructivo con el mundo moderno, con los no católicos, con los creyentes de las otras religiones y con los propios ateos, obviamente teniendo en cuenta los aspectos positivos, no los negativos. Se trata de entender que la Iglesia puede ayudar al mundo y que el mundo puede ayudar a la Iglesia. Por eso el Concilio insistió en que se deben establecer relaciones pacíficas entre Iglesia y Estado, entre religión y cultura, entre fe y ciencia, entre sacerdocio y laicado, entre cristianismo y humanismo.
----------Como se puede imaginar en un Concilio Ecuménico de la Iglesia, el mensaje conciliar sobre este tema es de un gran equilibrio: el Vaticano II no olvida el deber cristiano de la vigilancia y de la lucha contra el mal y los peligros del mundo, pero se dedica sobre todo a remediar aquella actitud de excesivo temor y de excesiva polémica contra el mundo, que he mencionado anteriormente. Repito: confrontar tiene dos sentidos, 1) de enfrentamiento violento (dialéctico, maniqueo si quieren) entre dos posturas; 2) de acción y resultado de examinar y comparar dos realidades para apreciar sus semejanzas y diferencias. Sin negar el primer sentido, cuando corresponde, el Concilio acentúa este segundo sentido.
----------Es cierto que quizás el tono del Concilio Vaticano II parece un poco sesgado o desbalanceado, hacia un exagerado optimismo y parece estar dictado por una cierta ingenuidad. Y de esto ya hemos hablado al mencionar en otras notas los defectos pastorales del Concilio en su optimista, ingenua, y hasta buenista concepción del mundo y de la condición humana. Pero esta impresión que puede nacer de la lectura de los textos conciliares puede ser corregida con una adecuada exégesis y hermenéutica, que conecte la enseñanza conciliar con los precedentes documentos magisteriales, los cuales, en su aspecto pastoral, sin duda debían y deben ser modificados y actualizados a la luz de la enseñanza del Vaticano II, pero no deben perder cuanto de perennemente válido ellos poseen sobre la base de la enseñanza revelada.
----------Ahora bien, esas fueron las intenciones, los propósitos, y los proyectos del Concilio, y así quedaron plasmados de hecho en sus documentos. Sin embargo, las ilusiones no se cumplieron, y en gran medida sobrevinieron desastres. Pues lamentablemente, después del Concilio, como es bien sabido, surgió en el mundo católico un poderoso movimiento de ideas que, disfrazándose con la autoridad del Concilio, y auto-denominándose auténtica interpretación de los documentos del Concilio, minimizó aún más la referencia conciliar a la hostilidad del mundo contra la Iglesia y, por consiguiente relativizó la necesidad de una lucha contra el mundo, acabando por olvidar completamente estos aspectos de la concepción cristiana del mundo y de la existencia, por lo cual se llegó a ver la relación Iglesia-mundo sólo en términos de diálogo y de confrontación constructiva y produjo la convicción en muchos católicos de que la Iglesia ya no tiene enemigos y que por consiguiente no debe combatir contra nadie. Es la visión buenista, misericordista, marcionista, y en definitiva modernista, que se quiso y se logró hacer pasar como la auténtica interpretación del Concilio Vaticano II, y que hoy se hace manifiesta, a nivel teórico, en la enseñanza de muchos teólogos, y a nivel popular, en la predicación de gran número de Obispos y sacerdotes.
----------En algunos casos extremos de esta falsa interpretación de las enseñanzas conciliares, se ha llegado incluso a identificar la Iglesia con el mundo. Se ha comenzado a creer que no existen fuerzas que quieran destruir la Iglesia o que al menos han desaparecido ya del mundo actual; y que querer encontrarlas y vencerlas sería un retorno al pasado, una lucha contra fantasmas y un combate quijotesco contra molinos de viento, y que de hecho, lo que es peor, suscitaría viejas, superadas y peligrosas polémicas.
----------Claro que hay que reconocer que un fenómeno histórico indudablemente comprobable del período conciliar y postconciliar ha sido el de una atenuación, por parte del mundo no cristiano, de la polémica atea contra la religión, el cristianismo y la Iglesia (que parecen revivir ahora, medio siglo después de celebrado el Concilio). Pero al mismo tiempo, como es bien sabido, en el período postconciliar surgieron tendencias disgregadoras en el interior de la propia Iglesia (el "magisterio paralelo" del que habló el papa san Pablo VI), que de modo ilegítimo aunque persuasivo se presentaron y se presentan como intérpretes y continuadoras del mensaje conciliar, e incluso contra la interpretación auténtica dada por el Magisterio.
----------Entre estas fuerzas históricas tradicional y abiertamente hostiles a la Iglesia, las cuales, en el tiempo del Concilio, parecían haber atenuado su actividad destructiva, apareció de alguna forma la Masonería que, como hemos visto en la primera nota de esta serie, no es ya citada en el nuevo Código de Derecho Canónico, aunque se haga referencia a sociedades secretas que "maquinan contra la Iglesia" (c.1374). Creo que tal atenuación de estas asociaciones se ha dado efectivamente y se da todavía, respecto a la Masonería de fines del siglo XIX, pero con razón la Iglesia continúa considerando a los católicos que se afilian a la Masonería fuera de la comunión eclesial, aunque no oficialmente excomulgados, aún cuando no se prohíbe la colaboración y diálogo con ella en objetivos honestos y limitados, concernientes sobre todo al progreso humano y el bien común. De hecho, la Masonería, aunque no desprecie la religión natural y el valor del principio del "libro sagrado" de las diversas religiones, no acepta en la Logia la discusión religiosa, ni la difusión del cristianismo, y sobre todo por principio considera cualquier forma de religión que se presenta como revelada y sobrenatural -por lo tanto también la religión católica- como impostura, oscurantismo, fanatismo y superstición.
----------En esta dirección, es indudable la vinculación de la Masonería con el materialismo y el ateísmo. El proyecto masónico, tal como es bien conocido, se fundamenta en la idea de que el hombre, ya sea considerado como individuo o como sociedad, aunque afligido por el mal y muy capaz de hacer el mal, es capaz también con sus propias fuerzas -según la Masonería-, mediante la educación y la cultura moral e intelectual, de liberarse progresivamente de toda forma de abyección y miseria, para elevarse a niveles siempre más altos de saber y de virtud en vista de la felicidad de todos y de cada uno.
----------El masón está convencido que la Masonería tiene los recursos materiales, intelectuales y morales para edificar una sociedad mundial justa, tolerante y pacífica, basada en la fraternidad, la igualdad y la libertad, respetuosa de todas las religiones, pero libre de toda forma de fanatismo y de superstición. Por consiguiente, la Masonería se siente investida del rol de árbitro supremo, en la sociedad humana, de los conflictos en curso entre las diversas formaciones humanas, incluidas las religiones, las cuales, debido a la pretensión de cada una de poseer la verdad absoluta, serían una fuente continua de conflictos entre los hombres.
----------La Masonería concibe al hombre dotado de razón y de voluntad y admite un Arquitecto del universo. Admite una ley moral universal y derechos universales. Pero sostiene que el hombre construye su propia felicidad con sus solas fuerzas. No ignora la existencia del mal; pero según ella, las solas fuerzas humanas son suficientes para vencerlo. Admite una divinidad; pero la concibe simplemente como un Ideal supremo de la razón, no por tanto como una entidad personal trascendente, distinta del hombre, capaz de comunicar al hombre verdades o fuerzas sobrehumanas o sobrenaturales. La divinidad, para la Masonería, un poco como para Kant, es inherente a la misma razón humana.
----------De ahí que según la Masonería, la razón humana, mediante la ciencia y la filosofía (vale decir, la "gnosis" iniciática y secreta, de ahí los diversos grados existentes en la escala jerárquica de las Logias) es gradualmente capaz de conocer verdades sublimes, incluso atinentes a lo divino, porque la razón es originariamente divina, y por eso el masón con su "gnosis" pueda juzgar y criticar cualquier sedicente "revelación divina" de las religiones positivas y conocer el Absoluto mejor que ellas. A lo sumo, estas dan, con su "fe", una figura o un símbolo de cuanto la razón iniciática del Masón puede captar con la gnosis.

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