martes, 7 de abril de 2020

Apuntes sobre el antropocentrismo en Kant (1/2)

Como es sabido por la historia de la filosofía, la crítica kantiana de la razón deriva hacia el rechazo de esa metafísica y teología realistas y ontológicas, que hasta su época habían sido patrimonio de la cultura católica (pensemos en la escuela aristotélica-tomista), sustituidas por aquella que Kant considera una metafísica verdaderamente rigurosa y fundada, la cual parte de ese cogito cartesiano que en Kant asume el rostro de "yo pienso" (Ich denke), o sea la autoconciencia como principio primero del conocimiento y de la certeza, "condición de posibilidad de la experiencia".

----------Sin embargo, la crítica que Kant dirige al realismo ontológico no se ubica solo en el plano especulativo, sino también, podríamos decir, en el plano moral. De hecho, Kant considera que puede acusar de "orgullo" y "presunción" a ese razonar que, por cierto acreditado por la revelación cristiana (cf. Rm 1,20 y Sab 13,5), partiendo de la consideración de los datos de la experiencia, se eleva per viam causalitatis et analogiae entis a la afirmación de la existencia de Dios y, por tanto, a una ética fundada en este conocimiento de Dios.
----------¿Pero, qué quiere decir Kant con esta acusación de "orgullo"? En realidad él opera una gran confusión, a la que deseo referirme incluso en el breve espacio de esta nota (y la siguiente), confusión que todavía pesa mucho sobre la cultura moderna, católica y no católica.
----------En realidad, Kant entiende por orgullo lo que es humildad y entiende por humildad lo que es orgullo. Admite, como es bien sabido, la existencia de una "cosa en sí" externa a la razón e independiente de la razón, pero luego considera orgullo la idea de que la razón especulativa pueda superar los fenómenos para captar la esencia de la cosa en sí y, a partir de ella, demostrar la existencia de Dios aplicando el principio de causalidad.
----------Según él, la humildad, la modestia y la sobriedad de la razón especulativa exigen que ésta renuncie a la pretensión de superar el conocimiento de lo que cae bajo los sentidos, para aventurarse en un mundo suprasensible, o sea más allá de los sentidos, mundo el cual, si existe o puede existir, no obstante permanece completamente desconocido, porque carece de la referencia a la experiencia y por tanto de la condición para poder conocer (los famosos "juicios sintéticos a priori").
----------Kant no comprende que la verdadera humildad es precisamente aquella por la cual la razón especulativa reconoce la existencia de una realidad externa, dotada de una propia esencia por nosotros inteligible (se trate del mundo o de las otras personas) que la razón debe tomar en consideración y debe respetar, a la cual la razón debe adecuarse y debe obedecer, que la razón debe reflejar y representar fielmente y objetivamente para conocer verdaderamente y estar en la verdad.
----------No comprende que la verdadera humildad es reconocer las cosas como son, es decir, como efecto de la causalidad divina y de su poder creador. La verdadera humildad, por lo tanto, es reconocer que Dios existe y que, por tanto, el hombre y su razón dependen de él como de su creador y Señor.
----------Limitar el conocimiento al ámbito de los fenómenos, apariencias que no permiten alcanzar la cosa en sí, no es humildad o modestia, sino que es pusilanimidad y mezquindad, es envilecer la razón, llamada a trascender lo visible para abrirse a lo invisible, es restringir vergonzosamente el conocimiento humano casi hasta el ámbito de la animalidad, exclusivamente limitada a las realidades del sentido.
----------Por otra parte, la razón es grande precisamente cuando partiendo del dato del sentido, se eleva, por inducción y per viam causalitatis (per ea quae facta sunt, Rm 1,20) al conocimiento del espíritu y de las realidades divinas. Concebir la razón sobre el modelo de la autoconciencia cartesiana (aquel "yo pienso" kantiano que deriva del cogito cartesiano) no es la verdadera grandeza de la razón, sino que es el orgullo de una razón autorreferencial, antropocéntrica, que no quiere depender de lo real, sino que quiere ser el principio y el ideador, el creador, de lo real, a la par del pensamiento divino, como después sucesivamente se revelará plenamente en Hegel, continuador de Descartes.

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