En esta tercera y última parte de nuestra reflexión, examinaremos con cuidado y detenimiento, ahora sí, qué sentido tienen las penas del purgatorio.
----------También las penas del purgatorio no son más que un prolongamiento en el más allá de los castigos divinos por los pecados aún no del todo expiados. Solo que en este caso las almas purgantes, aunque ya virtualmente salvadas y seguras de ir al cielo, no pueden hacer nada para acortar o mitigar, si fuera posible, las penas que tienen que afrontar o descontar, a menos que algún alma buena en la tierra, venga a ayudarlas, lo cual es una espléndida obra de misericordia fraterna, celebrando Misas, adquiriendo indulgencias o con otras obras penitenciales, por ejemplo, sacando provecho de una epidemia.
----------En cambio, lamentablemente, nosotros hoy, incluso entre católicos, todavía estamos influenciados por el falso y cómodo misericordismo luterano, que, a pesar del proclamado amor por la Biblia, no refleja en absoluto la verdadera enseñanza bíblica, sino que es el signo del infantilismo espiritual y egocéntrico de un ego que se dirige a Dios con la petición de su misericordia sin antes haber satisfecho las exigencias de su justicia, un alma que no se da cuenta de que la pena es castigo del pecado, un alma que, con el pretexto de la gratuidad de la gracia, quisiera gustar la dulzura de la ternura divina sin haber antes pagado el débito de la justicia y morir con Cristo, un alma que quisiera que se le remitiera su débito sin remitir a los otros el suyo.
----------Es necesario entonces redescubrir el uso del lenguaje bíblico sobre la temática del castigo divino, recordando ante todo que para la Escritura el pecado provoca y al mismo tiempo merece una pena. Lo provoca en el acto mismo de pecar. Y esta pena es el castigo del pecado, que se da por el reproche o remordimiento de conciencia por la culpa cometida. El castigo del pecado es, por lo tanto, intrínseco al pecado mismo, de modo que no puede haber pecado sin castigo. Dios puede perdonar la culpa, pero queda por descontar la pena. Puede eventualmente acortar o mitigar la pena. He aquí la pena del purgatorio.
----------El pecado en el sentido grave es un acto que causa la muerte del pecador, he aquí el pecado mortal, y la consiguiente pena infernal, por lo que sería contradictorio plantear la hipótesis de un pecado que no sea causa de muerte, o sea castigable, punible. El pecado, en cambio, en general, merece una pena sucesiva al pecado, en cuanto es exigencia de justicia que el pecado sea castigado con justa pena. Aquí puede suceder que el pecado, a causa de la injusticia humana, permanece impune. En cambio, la justicia divina es infalible. Ella puede tardar, pero antes o después pide cuentas al pecador de lo obrado por él.
----------Es esta una pena sucesiva, o posterior, al pecado, pena que puede ser eterna o temporal, eterno para el pecado mortal, temporal para el pecado venial. La pena infernal es eterna, porque el hombre está hecho para lo eterno, por lo cual, rechazando un bien eterno como Dios, no puede sino ser castigado con una pena eterna. La pena eterna del pecado mortal se elimina con el sacramento de la Confesión, que restituye la gracia perdida, en modo tal que el hombre que muere en estado de gracia, es salvado.
----------Por otra parte, al pecado venial es debida solo una pena temporal, a descontar en esta vida mediante obras de penitencia. Si al momento de la muerte las obras no hubieran sido suficientes, el alma deberá terminar de descontar su pena en el purgatorio. La pena del pecado venial es temporánea, porque este pecado no rompe la relación de amor que el hombre tiene con Dios y no toca la sustancia de esta relación. En cambio, el pecado mortal rompe el vínculo con el Eterno y por ello merece una pena eterna.
----------Lo que quiere decir que quien peca venialmente permanece en gracia de Dios, al contrario de cuanto sucede con el pecado mortal, que hace perder la gracia, que garantiza la vida eterna, por lo cual el hombre merece una pena eterna después de la muerte. De todos modos, no hay duda que también en esta vida quien cae en el pecado mortal es inmediatamente castigado con el obnubilamiento de la mente, la pérdida de la paz, la rebelión de la carne, la propensión a los vicios, la esclavitud al pecado, la repugnancia por la virtud, el odio hacia los buenos, una profunda inquietud interior, el remordimiento de la conciencia y la sujeción a Satanás.
----------El alma purgante, en cambio, está sustancialmente en la paz, porque está en gracia de Dios y más allá de que está segura de ir al cielo. Tiene solo necesidad de alcanzar la plenitud de la paz. A pesar de la severa pena que padece, está más serena que las almas santas de aquí abajo, las cuales, aunque en gracia, deben sí esperar en la salvación, pero al mismo tiempo cuidar de su salvación "con temor y temblor" (Fil 2,12).
----------En cuanto a la duración de la pena del purgatorio, ella es más o menos larga dependiendo de la mayor o menor impureza restante en el alma como consecuencia de los pecados veniales cometidos en vida y no totalmente expiados. Esta pena puede ser acortada, mitigada o extinguida gracias a la aplicación de Santas Misas y de indulgencias. En efecto, las indulgencias son gracias purificadoras obtenidas por la Iglesia aprovechando el tesoro de los méritos de Cristo en virtud del poder de las llaves y aplicables a vivos y a difuntos en virtud del cumplimiento de algunas prácticas piadosas establecidas por la Iglesia.
----------La eficacia sobrenatural de estas prácticas depende de la intensidad de la devoción de los fieles (ex opere operantis), a diferencia de la eficacia de los sacramentos que depende de la gracia misma del sacramento (ex opere operato).
----------Dios ha permitido esta prueba de la epidemia para que nos acordemos de estas medicinas para nuestros pecados, remedios que son fuente de consolación y garantías de vida eterna, alimentos de vida, que nos preparan para la próxima Pascua, en la esperanza de que el descubrimiento de la vacuna contra el coronavirus pueda asegurarnos la salvación también de la vida temporal.
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