jueves, 16 de abril de 2020

La teología, en el centro de los problemas de la Iglesia

La teología, de modo similar a la filosofía, es una disciplina que tiene sus requisitos, sus condiciones, sus exigencias, sus prolegómenos, su tiempo de preparación, su período de instrucción, el cual, ni aún cursado en toda su currícula y aprobado con excelentes calificaciones, asegura por ello que a su término el discípulo pueda estar capacitado para ser de veras teólogo, del mismo modo que nadie puede asegurar que el mejor alumno que haya cursado una facultad de filosofía llegue a ser de veras filósofo.

----------Por eso, la problemática teológica que hoy atraviesa la Iglesia, en el actual tiempo de dramática crisis, no es entendida por todos, lo que es normal, pero ni siquiera es valorada por todos, lo que es anormal. Despectivamente se habla de "cosas de teólogos", como de asuntos inútiles y sin incidencia en la vida de la Iglesia; cuando en realidad es todo lo contrario, pues la experiencia demuestra que, a todos los niveles y en todos los aspectos, son las ideas las que mueven la historia.
----------Hoy la teología vive una trama de problemas que parecen nuevos pero que en realidad son muy viejos problemas. La teología actualmente está estancada en un vano enfrentamiento, una oposición estéril y feroz, que no excluye golpes de todo tipo, entre lefebvrianos, impropiamente llamados "tradicionalistas", modernistas, a menudo falsamente llamados "progresistas". Este desafortunado conflicto se está prolongando demasiado en el tiempo, y actualmente se ha vuelto gangrenoso, con enorme daño para las almas de los fieles y del clero. Se ha iniciado desde el mismo final del Concilio Vaticano II, y atañe fundamentalmente al problema de la correcta interpretación del Concilio y de sus documentos.
----------En una disputa interminable, uno parece estar asistiendo a las exasperantes e interminables contraposiciones de trincheras sobre el Karst, durante la Primera Guerra Mundial. Ninguno de los dos bandos cede, pero ninguno de los dos bandos avanza. Cada uno de los dos partidos pretende representar él solo la teología católica, acusando al otro partido de herejía (como hacen los lefebvrianos) o de anacronismo y obsolescencia (como hacen los modernistas). O litigan entre sí o se ignoran el uno al otro.
----------Naturalmente, el bando de los modernistas es mucho más numeroso que el de los lefebvrianos. Estos segundos están llevando a cabo una polémica que está realmente desviada, descaminada, pero la desarrollan sin tregua. Mientras que los primeros, sintiéndose los dueños de la Iglesia, muestran indiferencia y desprecio. Para graficarlo con una imagen que puede ser más expresiva que muchas palabras, parece asistirse al choque entre un chucho cachorro gruñón y un perro de pura raza. El primero ladra desgañitándose para hacerse notar; y el segundo lo mira irónicamente con aires de indiferencia y superioridad.
----------Está claro cómo todo este alboroto, lleno de violentos estallidos de rabia, divulgados por un sinfín de publicaciones impresas, en miles de revistas, conferencias, congresos, manifestaciones populares, debates por TV, sitios web, blogs, artículos periodísticos y clases en seminarios y facultades, lo que en realidad hace es perturbar y distraer de una labor teológica verdaderamente seria, eclesial, provechosa, constructiva, científica y serena. De hecho, este espíritu de partido, espíritu sectario, ha penetrado en todos los ambientes teológicos, incluso en los académicos de las propias facultades pontificias.
----------En la Iglesia de hoy, que se llama a sí misma la Iglesia "del diálogo" y agitando las banderas de ser la Iglesia "de la diversidad", sin embargo, no hay modo de que en el actual enfrentamiento entre los ultra-tradicionalistas lefebvrianos y los modernistas, los unos acepten la diversidad de los otros, no hay forma de poner en contacto y de hacer dialogar entre sí a los contendientes, llevándolos al humilde reconocimiento de sus defectos, así como a la puesta en común y al intercambio de sus buenas cualidades, que obviamente no les faltan, y que, si fueran vinculadas e integradas recíprocamente, serían una bendición para la Iglesia. Ambos, el lefebvrismo y el modernismo, se resienten de errores y pecados contra la Fe (herejías) y contra la Unidad de la Iglesia (cismas), pero ambos también tienen sus aspectos positivos. Repito: si ambos bandos abandonaran la contienda, si aceptaran sus errores y se arrepintieran de sus pecados, si se vincularan y pusieran en común sus cualidades, ello sería una real bendición para la Iglesia.
----------Se trata -y el lector inteligente ya lo habrá comprendido- de la conjunción entre ellos de valores esenciales: de una parte la tradición, de otra parte el progreso; de una parte la fidelidad, de la otra la renovación y la reforma; de una parte la unidad, inmutabilidad y objetividad de la fe, de la otra el pluralismo, el sentido de la historia y la libertad de opinión y de investigación; de una parte la Iglesia de ayer y de la otra parte la Iglesia de hoy, que es siempre la misma Iglesia, y esto es precisamente lo que ninguno de los dos bandos logra comprender. Hay quienes hablan de una Iglesia "volcada" que hay que enderezar, una Iglesia que se ha desmadrado, que se ha salido del camino, y a la que hay que volver a la buena vía; y hay otros que fantasiosa e ilusoriamente afirman que a la Iglesia nunca le ha ido tan bien como ahora.
----------Los teólogos verdaderamente católicos, como por ejemplo los tomistas, los ratzingerianos y los maritainianos, siempre fieles al Magisterio de la Iglesia y al Romano Pontífice, desde san Pedro al papa Francisco, que comparten sin reservas la doctrina católica en su integralidad, son desafortunadamente una minoría, a menudo sin medios, insidiosamente cortejados por los lefebvrianos, y ferozmente oprimidos por los modernistas, ignorados y ofendidos por ambos, tentados a inclinarse hacia uno u otro de los dos partidos, cada uno de los cuales se opone al partido opuesto como la verdad al error, y el bien  al mal.
----------Por ello, ninguno de los dos partidos, ni el de los lefebvrianos ni el de los modernistas, admite la licitud y la necesidad de una tercera posiciónsuper partes, intermedia, mediadora y equilibradora. La consideran imposible o un doble juego, una contradicción o una medida a medias. De modo similar a como ocurre en política, en la cual para los comunistas, quien no es comunista es fascista y para los fascistas, quien no es fascista es comunista. Entonces, de igual modo, para los lefebvrianos, todos los que no están con ellos, son modernistas y para los modernistas, todos los demás son lefebvrianos.
----------Está claro que en este doloroso y escandaloso conflicto, perjudicial para las almas y para la expansión de la Iglesia, indudablemente una suprema responsabilidad clarificadora, conciliadora y pacificadora recae en el Sumo Pontífice, supremo custodio de la fe, de la sana teología y de la unidad de la Iglesia.
----------El papa Francisco no parece ser, si se consideran sus características meramente humanas, el instrumento ideal para solucionar este conflicto, sobre todo porque se manifiesta insidiosamente sesgado y tentado hacia el bando de los modernistas, que creen contar en él con un instrumento útil para sus fines y, de hecho, así lo creyeron los confabulados de San Galo. Sin embargo, está prodigándose, haciendo todo lo que le es posible, en esta dificilísima obra, que supera las simples fuerza humanas. Colaboremos con él, apoyémoslo, sobre todo con la oración, como él frecuentemente nos pide, y estemos ciertos de que las almas hoy exacerbadas por un conflicto fratricida, encontrarán los caminos de la paz en la verdad.

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