sábado, 11 de abril de 2020

Apuntes acerca del purgatorio (1/3)

Inicio aquí una serie de tres notas a modo de apuntes acerca de la doctrina teológica del purgatorio como descuento de la pena por el pecado. Y comenzamos planteándonos una pregunta de gran actualidad en estos tiempos de pandemia: ¿De dónde viene la actual incapacidad de interpretar con fe las penas de la vida?

----------Hablando de las religiones en general, la convicción de que la divinidad castiga las transgresiones a su voluntad y de que estas transgresiones deben ser remediadas con oportunos sacrificios expiatorios o reparadores a fin de que la paz pueda retornar entre la divinidad y el hombre pecador, es una convicción insuprimible de la conciencia religiosa natural y, por lo tanto, es propia de todas religiones tradicionales racionalmente fundadas, y además está confirmada por la Sagrada Escritura.
----------De tal manera, el concepto de "castigo de Dios", correctamente entendido, utilizado en función penitencial, es la consecuente posibilidad que se nos ofrece de convertir en beneficio de nuestra alma las desgracias de la vida, es una de las enseñanzas fundamentales de la sabiduría bíblica, enseñanza que no podría ser nunca jamás ignorada o malinterpretada sin hacer colapsar toda la enseñanza bíblica sobre la penitencia, el sacrificio cultual incluyendo el sacrificio satisfactorio de Nuestro Señor Jesucristo, con la consecuente obtención de la gracia divina, de la misericordia divina, de la reconciliación con Dios, del perdón, de la recuperación de la inocencia perdida por el pecado, de la expiación, de la práctica de las buenas obras, de la filiación divina, de la salvación, de la santidad y de la bienaventuranza celestial.
----------He aquí, entonces, que santo Tomás de Aquino [1225-1274] dedica uno de los artículos de la Suma Teológica para demostrar la tesis según la cual "los flagelos con los cuales en esta vida somos castigados por Dios pueden tener una función satisfactoria". Es, precisamente, el artículo 2 de la cuestión XV del Suplemento de la Suma Teológica, dedicado a los medios con los cuales, en el ámbito de la Confesión sacramental, damos satisfacción a Dios por nuestros pecados.
----------Si Martín Lutero [1483-1546] hubiera puesto en práctica este aspecto saludable del sacramento de la Confesión, en lugar de atormentarse con escrúpulos inútiles y fundados sobre pretextos, habría encontrado en la Confesión ese consuelo, ese aliento y esa paz, que toda alma cristiana sincera encuentra.
----------Por lo tanto, aquellos predicadores que en la actualidad se obstinan en negar que Dios castiga y que los hombres, siendo pecadores, debemos realizar obras satisfactorias, deben darse cuenta de que están predicando en estridente contraste con la clarísima e importantísima enseñanza de la Sagrada Escritura, que responde, como he dicho, al concepto natural y racional, así como de fe, de la justicia divina.
----------Un Dios que no castigara el pecado, para esta conciencia honesta universal, no sería un Dios bueno y misericordioso, sino que sería un Dios que peca contra la justicia. Y el simple acto de punir, si se trata de una justa punición, no es signo de malicia ni crueldad en Dios, sino que es un acto de exquisita justicia, convenientísimo a Dios, que es justísimo Juez. Por lo demás, negar la existencia de los castigos divinos nos impide sacar de ellos el medio para expiar nuestros pecados y para salvarnos.
----------Indudablemente, el castigo divino no es exactamente lo mismo que el castigo del pecado. Este último es el tormento interior inmediata, inevitable y necesariamente consecuente al acto del pecado, suponiendo un pecado cometido con malicia. Porque si en cambio el pecador ha pecado sin saber que pecaba, tal vez provoca un daño externo a sí y a los otros, pero permanece inocente y en la paz y no puede ser inculpado de nada, aún cuando desde un punto de vista civil deberá responder por las consecuencias.
----------En cambio, en cuanto respecta al castigo divino, según el lenguaje bíblico, se trata sobre todo de la pena temporal, ya sea pena en esta vida, ya sea pena en el purgatorio, o bien sea aquella pena eterna infernal, que es debida al pecado no expiado. Al respecto es necesario decir que, según la Escritura, si bien Dios no puede mitigar o hacer terminar la pena infernal, porque ella depende de la voluntad del pecador de separarse definitivamente de Dios, en cambio Dios puede mitigar o quitar o acortar la pena temporal, sea la terrena, sea la del purgatorio, porque esta es regulada por Él según justicia y misericordia.
----------Y esto se debe a que, como observa santo Tomás de Aquino, Dios castiga al pecador menos de cuanto el pecador merecería y recompensa al justo más de lo que el justo merecería. Por tanto, Él siempre sazona la justicia con la misericordia. En la práctica de la justicia siempre agrega un toque de misericordia, aunque también se trate la pena infernal. En cambio, puede practicar la misericordia sola sin justicia, no porque Él sea injusto, sino porque en tal caso la justicia ya ha sido satisfecha.
----------El error de quienes niegan los castigos divinos tiene hoy una raíz profunda que afecta el sentido mismo de la obra salvífica de Cristo, a la cual se niega el carácter satisfactorio al Padre por nuestros pecados. Se niega que nosotros debamos dar satisfacción por nuestros pecados porque se niega que Cristo haya satisfecho por nosotros y se limita la obra de Cristo al simple testimonio del mártir.
----------Pero la verdad no es ésta. Como enseña el Concilio de Trento (Denz.1529), Cristo nos ha obtenido la misericordia y el perdón del Padre precisamente porque Él satisfizo por nosotros y la misericordia del Padre para nosotros consiste precisamente en la posibilidad que Él nos ha dado de satisfacer en Cristo por nuestros pecados. Si nosotros negamos nuestra participación en la obra de Cristo, venimos a quitar la razón del perdón del Padre, frustramos la obra de Cristo y permanecemos en nuestros pecados.
----------Es el Padre quien ha querido que Nuestro Señor Jesucristo satisficiera por nosotros, por lo cual Nuestro Señor, subiendo a la cruz, no ha hecho otra cosa más que obedecer a la voluntad del Padre. Desde aquí vemos las terribles consecuencias a las que conduce la negación de los castigos divinos: se viene a negar de raíz el sentido de la obra divina de nuestra salvación.

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