lunes, 25 de septiembre de 2023

Misericordia y justicia, su esencia y su ejercicio (1/2)

Misericordia y justicia son dos expresiones fundamentales del amor de Dios por nosotros. Ellas presuponen el pecado original, por el cual el hombre ha perdido la perfección y la gracia edénicas, y se ha precipitado en una infinidad de miserias de todo tipo: rebelión a Dios, ofuscamiento de la razón, debilitamiento de la voluntad, concupiscencia, sufrimiento, muerte, sujeción a Satanás y a una naturaleza hostil. [En la imagen: fragmento de "Las Siete Obras de Misericordia", obra de 1605, debida a Frans Francken el Joven, pintura conservada y expuesta en el Museo Histórico Alemán, Berlín Alemania].

La conciencia del bien y del mal
   
----------Recita el Libro sapiencial del Eclesiástico: "en Él está la misericordia, pero también la ira" (Eclo 5,6). Si queremos ir a la raíz del problema y captar el sentido último de la relación entre justicia y misericordia, es necesario que descendamos en profundidad, a las primeras nociones, orígenes o fuentes de la conciencia moral, en ese acto o intuición iniciales y espontáneos de la razón práctica y de la voluntad, con los cuales apetecemos, buscamos o amamos el bien en absoluto, y rechazamos, evitamos u odiamos absolutamente el mal.
----------Esta dinámica del espíritu tiene en nosotros, que somos animales racionales, una contrapartida en las dos orientaciones fundamentales de la emotividad: el concupiscible o afectividad y el irascible o agresividad. Si luego, en el actuar moral cotidiano de hecho sucede -en el pecado- desear un falso bien, que en realidad es mal, o evitar un falso mal, que en realidad es bien, esto efectivamente sucede; pero sólo en cuanto seamos incoherentes con el impulso originario natural de nuestro actuar.
----------Esta conciencia del bien y del mal se encuentra también en el origen de la religión. En efecto, el hombre, que percibe a Dios como fuente del bien y protector contra el mal, es también consciente del hecho de su estado de pecador, que necesita de la gracia divina, por lo cual se ve llevado a rendirle culto y a ofrecerle sacrificios reparadores, expiatorios o de impetración (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q.81). El acto de culto o acto de religión, por tanto, es un acto debido, acto de justicia, mientras que la gracia recibida de Dios es efecto de la divina misericordia.
   
Virtudes humanas y divinas
   
----------Parece difícil conciliar entre sí misericordia y justicia, porque la misericordia dice don, gratuidad, cercanía, mansedumbre, ternura y dulzura; y la justicia, en cambio, dice exigencia, recompensa, compensación, contraste, oposición, ira, severidad y dureza. La primera acoge; la segunda rechaza. Está claro que no pueden ser ejercitadas simultáneamente. Quiere decir que ellas tienen que turnarse.
----------La justicia no dice necesariamente dureza y exclusión, sino cuando hay que castigar el delito u oponerse al mal. Aquí la justicia puede parecer contraria al amor o a la bondad. Sin embargo, hay que preguntarse: ¿puede haber verdadero amor por el bien, sin odio por el mal contrario? ¿No es acaso bueno regañar o castigar al malhechor? ¿Acaso es que cuando nuestro Señor Jesucristo lanzaba invectivas contra los fariseos no estaba ejerciendo la caridad? Sería una blasfemia siquiera el solo pensar eso. Excepto que la caridad, cuando es necesaria, puede y debe asumir la forma de la severidad.
----------Cada una de estas dos virtudes, la misericordia y la justicia, tiene su precisa razón de ser, su función y su característica propia. Por muy opuestas que sean, la una no puede existir sin la otra, sin distorsionar su esencia. Misericordia y justicia, por lo demás, están sujetas en nosotros al gobierno supremo de la caridad, que es la reina de las virtudes, y que consiste en el amor a Dios y al prójimo con el mismo corazón de Cristo ("Amaos los unos a los otros como yo os he amado", Jn 15,12).
----------La justicia consiste en dar o en exigir una compensación. La misericordia, en cambio, consiste en dar y obtener gratuitamente, sin compensación. La justicia retribuye según las obras o los méritos: el premio a los buenos, el castigo a los malos. El paraíso del cielo es el premio de los buenos; el infierno es el castigo de los malvados. La misericordia es benéfica tanto para los buenos como para los malos: los primeros para que devengan más buenos; los malos para que se conviertan.
----------La misericordia, en sentido estricto, debe ser ejercitada solamente hacia el prójimo necesitado. Pero ella dona también más allá de los méritos. Ahora bien, en cambio, por cuanto respecta a nuestra relación con Dios, debe ser notado que Dios no tiene miserias o carencias. Él no tiene necesidad de nada. Y tampoco se le puede dar más allá de sus méritos. Dios no merece entre nosotros, para que podamos castigarlo si no se comporta bien. Somos nosotros los que debemos merecer para con Él.
----------Debemos amar y hacer el bien no sólo a los míseros, sino también a los que ya están bien, para que sean aún mejores. Sin embargo, esto no es propiamente misericordia, sino generosidad, liberalidad, celo, solicitud, premura. El amor hacia el enemigo puede ser justicia y misericordia.
----------La misericordia y la justicia tienen una relación con las pasiones. La justicia utiliza una justa ira en el momento de la lucha contra el enemigo, para sacudir la conciencia dormida en el mal, para asustar al arrogante y al prepotente. Jesús está ciertamente airado al azotar a los mercaderes del templo. La misericordia modera la pasión de la tristeza, en el sentir dolor por la infelicidad de los demás. El misericordioso sufre con los que sufren. Jesús lloró sobre Jerusalén. El buen samaritano se mueve a compasión por el pobre herido (Lc 10,33).
----------Está claro, sin embargo, que ni la misericordia, ni la justicia, pueden dejarse guiar por la emotividad. El acto de estas virtudes, en efecto, debe ser regulado solamente por un lúcido y objetivo juicio de la razón práctica, sine ira et studio. La pasión debe ser ajena al juez que forma y dicta una sentencia, al docente que evalúa al alumno, al médico que debe formular un diagnóstico. Asimismo, el acto del misericordioso no es otra cosa que el juicio justo y objetivo que debe hacerse para satisfacer las verdaderas necesidades de los demás.
----------Para el cristiano es un deber tanto la justicia como la misericordia. "Sed misericordiosos" (Lc 6,36). Así como el trabajador tiene derecho al salario, así también el necesitado tiene derecho a ser ayudado, incluso si no puede dar ninguna compensación.
----------Pedagógicamente, la misericordia debe ser alternada con la severidad, según los casos. Esta verdad la conocen todos los educadores, que saben cómo se necesita saber ir a veces "por las buenas", como suele decirse, y a veces "por las malas". El amor se expresa de una como de otra manera.
----------Y Dios se comporta de manera similar hacia nosotros. Por eso, es sabiduría saber reconocer su presencia de amor no sólo en los momentos felices de nuestra vida, sino también en las desgracias. Cuando sintamos pesar sobre nosotros su mano, no nos asustemos ni nos irritemos, porque Dios, junto con la prueba, nos da también la fuerza para soportar la prueba.
----------Ahora bien, Dios no debe ser compasionado (a excepción de cuando pensamos o meditamos en la pasión de nustro Señor Jesucristo), sino que debe ser amado "con temor y temblor" (Flp 2,12), sobre todo con inmensa confianza en su misericordia (claro que sin estar demasiado seguros de salvarnos), con la escucha de su Palabra, con la adoración, el ofrecimiento del sacrificio de Cristo, es decir, la sagrada liturgia, con la plegaria y la contemplación. El temor de Dios, por el cual sabemos que si Le desobedecemos, iremos al infierno, es el inicio de la sabiduría. Es necesario temerle más a Él que a los hombres.
----------La misericordia no puede ser un pretexto para dispensarse o eximirse de la observancia de la ley natural y divina. Se puede sobreseer a la ley positiva humana, pero no a la ley natural ni a la divina. La misericordia no dispensa del deber de hacer penitencia y de reparar los errores cometidos.
----------Cualquiera que crea poder aprovechar la bondad de Dios para hacer sus propios gustos y salirse con la suya, deberá "pagar hasta el último centavo" (Mt 5,26). Si Dios perdonara a aquellos que no son perdonables, porque son descarados, endurecidos y obstinados en el pecado e impenitentes, se convertiría en cómplice y connivente con el pecado. Acoger al pecador no quiere decir acoger el pecado.
----------Debemos esperar en esa misericordia divina que puede conducirnos a la salvación, debemos esperar en la perseverancia final y pedirla a Dios con insistencia, pero, como advierte el Concilio de Trento, debemos hacerlo sin presunción, sin altivez ni arrogancia. De modo especial, el Catecismo de San Pío X enumera entre los "pecados contra el Espíritu Santo", la "presunción de salvarse sin mérito", expresión que es un evidente rechazo de la herejía de Lutero, que niega la necesidad del mérito para salvarse.
----------Y aquí el Catecismo no hace más que retomar la enseñanza del Concilio de Trento, el cual, a este propósito, habla de "inanis haereticorum fiducia", que consiste en creer vanamente que se nos salvará por el simple hecho de creer ser salvados -sola fides- independientemente de las obras, que continúan siendo pecados, y por tanto independientemente de los méritos.
----------Pero el Concilio condena también el pecado de desesperación en la divina misericordia, es decir, aquel pecado que consiste en la falta o en el rechazo de la esperanza de salvarse gracias al "mérito de Cristo y a la virtud y eficacia de los sacramentos". Al mismo tiempo, el Concilio recomienda el santo temor de Dios, considerando nuestra tendencia a pecar, es decir, nuestras debilidades y enfermedades. Sin embargo, es evidente que la desesperación depende del concepto de un Dios inexorable y privado de misericordia, como un vengador mafioso, como ese concepto de Dios que se había hecho Judas.
----------Por otra parte, castigar con justicia al pecador no va contra la misericordia, porque en tal caso ella no debe ser ejercitada, sino que se debe ejercer la justicia penal, para el bien del propio pecador. Si ciertos pecadores no son severamente amonestados, si no son castigados o no son corregidos, ellos devienen peores.
----------Nuestro ejercicio de la misericordia y de la justicia se funda en la obra salvífica de Cristo, consistente en el hecho de que Cristo, por amor a nosotros, y en obediencia al Padre, se ha ofrecido víctima de expiación subiendo a la cruz, y ha dado satisfacción por nosotros a la divina justicia (como dice el Concilio de Trento: "satisfecit pro nobis", Denz.1529), ofendida por el pecado, ha pagado con su sangre la deuda del pecado, ha aplacado la ira divina, reconciliándonos con el Padre, e intercediendo ante Él, nos ha obtenido Su misericordia, consistente en los bienes preciosísimos de la salvación: el don del Espíritu Santo, la remisión de los pecados, la adquisición de la gracia, de la filiación divina y de la vida eterna
----------Cristo obviamente no desprecia la justicia como virtud cardinal, unicuique suum, pero nos advierte que la justicia suprema, decisiva y salvífica ante Dios y ante los hombres, es la misericordia hacia el prójimo con el corazón de Cristo y el abrirnos al don de la gracia, que nos asimila a Él, y que no es otra cosa que una preciosa expresión de la virtud teologal de la caridad.
----------La relación justicia-misericordia tiene su justificación y explicación originarias en la oposición radical entre el bien y el mal ("¿Qué entendimiento puede haber entre Cristo y Belial?", 2 Cor 6,15). Si todos fueran buenos, inocentes y perdonados, no habría necesidad de castigo o coerción, actos que evidentemente están relacionados con el mal de pena como castigo por un mal de culpa no expiado.
----------Ciertamente, también la misericordia supone un mal de pena en el mísero, por lo cual, con su misericordia, el misericordioso libera al miserable. Pero, mientras la misericordia elimina culpa y pena, la justicia, en cambio, deja la pena y puede permanecer también la culpa. Por lo tanto, el mal como pena continúa existiendo, hasta que eventualmente se agrava en la pena eterna del infierno. Y los condenados en el infierno siguen estando eternamente en culpa, aunque ya no puedan dañar a los elegidos.
   
El Dios bíblico
   
----------El Dios bíblico es justo y misericordioso. "Dios castiga y tiene misericordia" (Tob 13,2). "En Él está la misericordia, pero también la ira" (Eclo 16,11). En efecto, el Dios bíblico es un Dios omnipotente, tanto por su misericordia infinita, que perdona todo pecado, da todo bien y quita todo mal, como por la fuerza y la justicia con las cuales vence y somete a sus enemigos, libera a los oprimidos, derrota al mal, al pecado, al sufrimiento, a la muerte y a Satanás, y castiga con un castigo eterno a aquellos que lo odian. Con la misericordia, Dios nos levanta de nuestras miserias y nos libera del pecado; con la justicia, Él retribuye a cada uno según sus obras: el premio a los buenos, el castigo a los malos.
----------En el Dios bíblico, la acción misericordiosa se entrelaza con los castigos. Por ejemplo, Israel alaba a Dios por su misericordia. ¿Pero por qué? Porque Dios ha castigado a Egipto y ha liberado a Israel de las manos de los egipcios: "Al que hirió a los primogénitos de Egipto, ¡porque es eterno su amor!" (Sal 136,10).
----------Dios ha sido misericordioso precisamente porque ha hecho justicia: justicia contra los opresores, misericordia para los oprimidos. Desde siempre el Santo Padre, pero de modo particular cuando vivimos el año jubilar de la misericordia, ha hablado continuamente de misericordia para los oprimidos y para los "heridos". De acuerdo. Pero, ¿y para los opresores? ¿Y para los heridores? ¿Misericordia también para ellos?
----------Para la Biblia, sería tan inconcebible un Dios que fuera justo, pero no misericordioso, como un Dios que fuera misericordioso, pero no fuera justo. De hecho, en el primer caso Dios quedaría reducido a un simple juez o gobernante o retribuidor humano, de poder y de bondad limitados, hasta el punto de no poder o no querer dar nada gratuitamente, más allá del mérito, y no poder remitir los pecados y restituir al pecador la gracia perdida. En el segundo caso, un Dios solamente misericordioso, que no fuera justo, y no castigara el pecado, acabaría por cohonestarlo, hasta el punto de llamar bien al mal, lo cual es impensable en Dios.
----------Dios alterna en nosotros de muchas maneras su misericordia y su justicia según su sapientísima y misteriosa pedagogía, que nosotros debemos saber reconocer, y de la cual debemos sacar ventaja. A veces Él nos hace sentir su misericordia para consolarnos y animarnos; a veces hace pesar sobre nosotros su mano, para que paguemos por nuestros pecados o para llamarnos e inducirnos a penitencia; a veces, aunque inocentes, nos manda el sufrimiento y la desgracia, a fin de que, a imitación de Cristo, ofrezcamos por los demás; a veces nos hace experimentar angustiosamente nuestra debilidad, para que nos recuperemos y confiemos en Él.
----------Este alternarse de la misericordia y de la justicia divinas hacia nosotros supone en nosotros la existencia de un libre albedrío inclinado al pecado, que a veces elige el bien y a veces elige el mal, de modo que, cuando pecamos, Dios nos castiga con el remordimiento de nuestra conciencia o con las dificultades que nos acarreamos, mientras que, cuando actuamos bien, Él nos premia con la alegría y la satisfacción de haber cumplido el bien o de ver los efectos benéficos de lo que hemos obrado.
----------Dios ejerce a la vez misericordia y justicia en la historia, hasta el final de los tiempos, es decir, hasta el juicio universal. La acción divina en ambos casos implica dos tiempos o dos fases. Hay una fase inicial de misericordia y justicia. En esta vida, la gracia santificante nos permite experimentar el inicio de la acción de la misericordia de Dios hacia nosotros al concedernos el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Pero seguimos viviendo entre las injusticias que cometemos y las que padecemos. Sólo a los bienaventurados en el cielo Dios manifiesta la plenitud final de su misericordia.
----------De manera similar, la justicia comienza a realizarse en una vida cristiana vívida. Pero ya sabemos que muchas veces ella es insuficiente o defectuosa, porque no siempre ocurre que hay justicia para los opresores o porque no siempre hay castigo para los malhechores. La desgracia les sobreviene a los buenos y los malos son afortunados. Por tanto, debemos esperar el "Día del Señor", que hará justicia a todos los escándalos y establecerá una humanidad perfectamente justa.
----------La misericordia y la justicia son dos expresiones fundamentales del amor de Dios hacia nosotros. Ellas presuponen el pecado original, por el cual el hombre ha perdido la perfección y la gracia edénicas, y ha precipitado en una infinidad de miserias de todo tipo: rebelión a Dios, ofuscamiento de la razón, debilitamiento de la voluntad, concupiscencia, sufrimiento, muerte, sujeción a Satanás y a una naturaleza hostil.
----------Debemos saber distinguir el castigo del pecado original respecto del castigo del pecado actual. Las consecuencias del pecado original afectan a todos: tanto a justos como a impíos. Así sucede que los justos a veces son castigados y sufren desgracias, mientras que los impíos a veces se mantienen impunes y son afortunados. De tal modo, los inocentes que son castigados o son golpeados por la suerte, están llamados a ofrecerse con Cristo para la salvación de los pecadores impunes y afortunados. En cambio, Dios castiga con perfecta justicia los pecados actuales en el juicio particular al momento de la muerte.
----------Ahora bien, no existe nadie tan inocente como para no tener ningún pecado que pagar, ni como para no ver en una desgracia que le cae encima, por ejemplo un terremoto, un llamado de Dios a hacer penitencia y a ofrecerse por la conversión de los pecadores. Si entonces, le parece que la pena o castigo es desproporcionado a los pecados cometidos, entonces recuérdese que es el castigo merecido por los grandes pecadores, y que él está llamado por el Padre a unirse al sacrificio redentor de Cristo, quien, inocente, se ha hecho cargo ("Él soportaba nuestros sufrimientos. […] El Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros", Is 53,4-5) de nuestros pecados para procurarnos una eterna salvación.
----------Las dos direcciones que claramente advertimos en la acción divina, la justicia y la misericordia, están bien descritas en el cántico del Magnificat de la Virgen María: "Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1,51-53).
----------Como explica Santo Tomás (Summa Theologiae, III, q,46, a.1), el hecho de que el Padre nos permita, en Cristo, expiar y reparar según justicia por nuestros pecados y dar satisfacción al Padre por la ofensa que Le hemos causado, es efecto de la misericordia del Padre hacia nosotros. De hecho, en rigor de justicia, el Padre, después del pecado, habiendo advertido a nuestros primeros progenitores, hubiera podido dejar para siempre a la humanidad en el estado de miseria justamente merecido. Pero el Padre, en su bondad, no ha tenido el corazón para dejarnos sin remedio en aquellas penosísimas condiciones, por lo cual por misericordia nos ha dado en Cristo, la posibilidad de redimirnos e incluso de obtener el estado de hijos de Dios.
----------Pero el entrelazamiento entre misericordia y justicia aparece también evidente en la relación de la gracia, fruto de la misericordia, con el mérito de las buenas obras, que son efecto de la justicia. De hecho, como enseña el Concilio de Trento (Denz.1548), así como la primera gracia no puede ser merecida, el alma en gracia puede merecer la vida eterna, de modo que el mismo mérito viene a ser don de la divina misericordia.
----------Pero el colmo del amor del Padre por nosotros nos ha sido dado por la benevolencia con la cual Él, en su Hijo, quiere volvernos partícipes de la misma gloria del Hijo como hijos de Dios. La redención tiene como fin la glorificación. La gracia sanante está ordena a la gracia elevante. La salvación está ordenada a la visión beatífica de Dios. El hombre natural tiene por fin el hombre espiritual (1 Cor 2).
----------Para la Escritura, la actividad misericordiosa de Dios se extiende hasta abarcar la obra misma de la creación. El crear es visto como una obra de misericordia. El Salmo 136 ilustra este obrar misericordioso: "al que hizo los cielos sabiamente, ¡porque es eterno su amor!; al que afirmó la tierra sobre las aguas, ¡porque es eterno su amor!" (Sal 136,5-6). Dios no sólo levanta al mísero, sino que levanta de la nada a la misma creatura.
----------El Dios bíblico gobierna el destino del hombre con sabiduría. Es este el principio intelectual de la justicia y de la misericordia. El bien está en la luz de lo verdadero. Estamos aquí en las antípodas de una visión fatalista del destino humano, que conlleva un Dios insipiente y despótico, donde la voluntad está en el puesto de la inteligencia, un Dios que no manda algo porque es bueno, sino que algo es bueno porque él lo manda. Por tanto, un Dios cruel, sin justicia y sin misericordia, que condena al inocente y absuelve al malvado, porque quien está predestinado a ser condenado se condena no obstante todas sus obras buenas, mientras que el predestinado a salvarse, se salva no obstante sus pecados.

2 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón:
    Usted ha escrito en este post: "Desde siempre el Santo Padre, pero de modo particular cuando vivimos el año jubilar de la misericordia, ha hablado continuamente de misericordia para los oprimidos y para los "heridos". De acuerdo. Pero, ¿y para los opresores? ¿Y para los heridores? ¿Misericordia también para ellos?".

    No entiendo bien. ¿Se trata de una crítica al papa Francisco? ¿Es que su predicación sobre la misericordia es errónea y no corresponde al dogma católico y a la doctrina católica?

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    1. Querida Herminia,
      comprendo que tal pasaje de mi artículo pudiera haberte sorprendido.
      Efectivamente, se trata de un llamado de atención para los lectores acerca de un modo de expresarse del papa Francisco respecto a la divina misericordia, que no es habitualmente muy felíz.
      Ahora bien, en primer lugar, respecto a tus preguntas, nunca debes dudar siquiera de la posibilidad de error cuando el Romano Pontífice se refiere a materia de fe y de moral. En ese ámbito doctrinal el Sucesor de Pedro goza del carisma de la infalibilidad garantizado por la promesa de Nuestro Señor a Pedro. Pedro y sus sucesores no se equivocan cuando nos transmiten la Palabra de Cristo. Tampoco, entonces, se equivoca el papa Francisco cuando nos habla de la divina misericordia tal cual ella se ha manifestado en las palabras y en la vida de Cristo.
      Sin embargo, como bien sabemos, el Papa es falible, puede cometer errores y caer en pecado, particularmente contra las virtudes de la prudencia y la justicia, en el ámbito pastoral y de gobierno de la Iglesia. Por tal motivo, en el modo o métodos o maneras pastorales de transmitir su enseñanza puede cometer, precisamente en esos modos pastorales, errores y hasta pecados. Por ejemplo, el Papa, sin cometer errores doctrinales, sin embargo puede no transmitirnos de modo completo la Verdad, omitiendo predicar aspectos de ella, optando por predicar de algunos aspectos, y callando otros. En tales casos, es posible que peque de imprudencia pastoral.
      En tal sentido, es bueno recordar que en muchos casos las verdades evangélicas nos llegan de a pares: el mérito y la gracia, la fe y las obras, la misericordia y la justicia, etc.
      En conclusión, lo que he querido hacer notar en el pasaje de mi artículo, al que te refieres, es que el papa Francisco, al insistir, con toda razón, en predicar acerca de la misericordia divina, no predica, como debería por prudencia, de lo que va a la par de la misericordia divina, es decir, la divina justicia.

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