jueves, 7 de septiembre de 2023

La etapa del postconcilio y los conflictos en la Iglesia (1/2)

La Iglesia había vivido ya veinte Concilios ecuménicos, y sabía muy bien cuáles iban a ser las características usuales que tendría la etapa o temporada inmediatamente posterior a su XXI Sínodo ecuménico, el Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965. Los Concilios en la Iglesia y en la historia han demostrado tener sus típicas vivencias, propiedades, elementos positivos y negativos, de modo similar a como a nivel natural los tienen las estaciones del año. Sin embargo, en este postconcilio, que lleva ya sesenta años de desarrollo, ha habido elementos imprevistos, que han significado y significan nuevos desafíos para la Iglesia. [En la imagen: fragmento de "Concilio Vaticano II", óleo sobre tela de 1995, obra de Ernani Constantini, conservado y expuesto en la Iglesia dei Santi Quirico e Giulitta, Campoverardo di Camponogara, Venecia, Italia].

¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!
   
----------La Iglesia es una, pero pueden existir divisiones entre los fieles. Vemos que en su Carta a los Gálatas, el santo Apóstol Pablo escribe: "Si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, ¡tengan cuidado porque terminarán destruyendose los unos a los otros!" (Gal 5,15).
----------La Iglesia católica es la familia de los discípulos de nuestro Señor Jesucristo, mantenida en la unidad de la verdad y de la caridad por obra del Espíritu Santo. Como ya ocurría en los primeros tiempos de la Iglesia, también hoy quienes no pertenecen a ella, se sienten impresionados, atraídos y admirados, al ver y constatar el ejemplar amor mutuo que existe entre los miembros de la Iglesia, en las comunidades, en las familias religiosas, en las familias laicales, en los grupos de amigos, en las asociaciones, más allá de grandes diferencias de todo tipo existentes entre los unos y los otros, en cumplimiento de cuanto ha dicho el Señor: "En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,35). Y por eso se ve llevado a exclamar con el Salmista: "¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos! ¡Allí el Señor da su bendición, la vida para siempre!" (Sal 133,1.3).
----------En la sana vida eclesial se nota la cohesión interna y la unidad de pensamiento, aunque en la variedad de las opiniones y en la libertad de las elecciones u opciones, la armonía y la complementariedad recíprocas, la unidad de acción y de intenciones, la estima, el respeto, la ayuda, la solidaridad y la tolerancia recíprocos, el gozar y el sufrir juntos por los mismos ideales y los mismos valores.
----------Aún sí, Dios, en su divina Providencia, siempre ha permitido que en la Iglesia, desde sus mismos inicios, existieran disensiones, divisiones, contrastes, litigios, fracturas, cismas, escándalos, herejías, y otras tantas heridas y laceraciones. La Iglesia es una y santa, indivisible e impecable. Pero en ella, en la tierra, hay algunos pecadores, o que oprimen a los justos o que están en contraste entre sí.
----------Ellos no dividen a la Iglesia en sí misma, porque la Iglesia está unida por el Espíritu Santo; sin embargo, crean divisiones entre los hermanos, confundidos por las inspiraciones del demonio, el "divisor" (diabolos) por excelencia. Sucede entonces que allí donde debería reinar el amor, la armonía, la escucha, la aceptación y el perdón recíprocos, nacen la dureza de corazón, la cerrazón, la hostilidad orgullosa, el celo amargo, la posición rígida y unilateral, la contienda, la arrogancia, la voluntad de sobresalir, la revancha, la venganza, hasta el odio y el rencor. En la medida en que los contendientes están divididos entre sí, se dividen o alejan de la Iglesia, aun cuando dentro de ciertos límites permanezcan en ella.
----------Existen pecados de católicos que no van contra la Iglesia, que no los dividen ni separan de la Iglesia y que no atentan a su unidad. Son pecados por los cuales el pecador sigue siendo miembro de la Iglesia, tal vez incluso miembro muerto, privado de la gracia. Son los pecados que lesionan intereses personales o privados o de formaciones colectivas particulares o intra-eclesiales, entre o contra individuos o grupos.
----------Si un fraile defecciona de su Orden o un marido traiciona a su mujer o riñe con su colega de trabajo, no por ello atenta ni daña la unidad de la Iglesia, aunque indudablemente ellos no dan un buen ejemplo a los católicos y no atraen a la Iglesia a los que están lejos de ella.
----------Pero si un Obispo o un teólogo se rebela contra el Papa, ya sea en la disciplina o en la doctrina o, peor aún, si ellos inspiran, suscitan, promueven, apoyan, guían o siguen a un partido cismático de facto, falsamente reformador o falsamente tradicional, aún cuando no esté oficialmente condenado o excomulgado por la Iglesia, indudablemente atentan y socavan a la unidad de la Iglesia, no ciertamente en el sentido de que rompan en pedazos esta unidad, que es inquebrantable, sino en el sentido de que son sarmientos que se separan y caen de la vid, y dan a los que están lejos un escándalo mucho mayor.
   
Las divisiones más graves
   
----------Las peores y más nocivas divisiones intra-eclesiales para los fieles y escandalosas para los alejados son aquellas que atañen a la doctrina de la fe, con particular referencia a la eclesiología, porque falsifican o niegan o destruyen, en la medida de sus posibilidades, aquellas verdades de fe, sobre las cuales, directa o indirectamente, se funda y sostiene la unidad, la esencia y la existencia misma de la Iglesia.
----------Y dado que la caridad es la práctica de la verdad, de eso se sigue lógica y necesariamente que estos errores sobre la Iglesia y sobre la fe en general, provocan, en el mismo interior de la Iglesia, perturbación, escándalo, maldades, disputas, rivalidades, conflictos, odios y divisiones. En este sentido, se pueden dar dos tipos de inconvenientes: hay casos en que se forma un grupo de malos contra buenos, o bien, otras veces, algo todavía peor, se forman dos partidos adversos, "el uno armado contra el otro", ambos equivocados, tal vez por motivos opuestos, y que se odian mutuamnte.
----------Cuando ocurre la primera de las mencionadas desgracias, el grupo cismático o herético, ciertamente persigue a la parte buena de la Iglesia, trae sufrimiento a toda la Iglesia que permanece en la unidad, en la verdad y en la caridad. Algo de este tipo ocurrió con la "reforma" luterana: una parte de la Iglesia se separó abierta y declaradamente de Roma y se puso en oposición a ella, saliendo de la Iglesia para fundar otra distinta. Los que permanecieron con Roma continuaron viviendo en la unidad, en la verdad y en la concordia, aunque ciertamente con muchísimo sufrimiento a causa de la traición de muchos hermanos.
----------Pero cuando hay dos partidos que están equivocadas y se oponen entre sí, entonces el sufrimiento de la Iglesia es aún más grande, porque esos partidos, desde el momento en que están en conflicto, tiran a la Iglesia en dos sentidos opuestos, de modo que casi se siente desgarrar en dos secciones: un partido tira por el lado de la conservación y de la tradición; el otro tira por el lado de la modernidad y del progreso.
----------Digámoslo francamente, sin vacilaciones, sin falsos pudores ni insinuaciones o sobreentendidos, digámoslo en la caridad y en la verdad, sin querer ocultar ni encubrir ambiguamente o disimuladamente o astutamente lo que ha estado a la luz del sol durante décadas: los primeros son los pasadistas (hipócritamente sedicentes "tradicionalistas", inicialmente los lefebvrianos, y hoy también los filo-lefebvrianos junto a otras corrientes "indietristas" como dice el Papa); los segundos son los modernistas (hipócritamente sedicentes "progresistas", inicialmente los rahnerianos, los schillebeeckxianos, los küngianos, y hoy un variado complejo de tendencias que podemos agrupar bajo el nombre general de neo-modernismo).
----------Es cierto que el término "modernista" es usado sobre todo por los lefebvrianos para indicar a los progresistas o incluso al Papa mismo. Pero el hecho es que los modernistas existen verdaderamente, en línea con el sentido del término como lo ha usado san Pío X, aunque naturalmente con algunas diferencias, dado que la historia no se repite sino que avanza y evoluciona.
----------Por esta razón, si los lefebvrianos y pasadistas en general usan mal el término "modernista", no hay motivo para no usarlo en el sentido correcto. Son los propios modernistas quienes evitan el término. Y el motivo es evidente: porque los pone al desnudo.
----------Obviamente, sigue viva la gran estructura eclesial compuesta por los verdaderos católicos fieles al Papa. Ella conjuga la fidelidad a los valores perennes con la renovación promovida por el Concilio Vaticano II.
----------Antes de diagnosticar una grave enfermedad, es necesario ir despacio y ser prudentes y meticulosos. Pero después que se ha seguido un estudio cuidadoso y un atento análisis, la enfermedad se hace sin embargo evidente, de modo que ignorarla, malinterpretarla o fingir que no es nada, minimizarla o magnificarla, es grave necedad, tontería, y delito en aquellos que deberían y podrían intervenir.
   
¿Cómo se ha llegado a este punto?
   
----------Todo comenzó ya en el curso de las labores del Concilio Vaticano II, cuando se formaron en los Padres conciliares dos tendencias, una conservadora y la otra progresista. La primera, por temor a que se dañaran valores tradicionales y esenciales, era reacia al cambio; la segunda, por el contrario, deseosa de que la Iglesia asumiera los valores de la modernidad, para una mejor predicación del Evangelio, era promotora de aquellas reformas e innovaciones, que luego fueron aprobadas y promulgadas por el Concilio.
----------Este enfrentamiento entre conservadores e innovadores era de por sí normal y fecundo, porque en toda sociedad su recíproca integración es necesaria para el mantenimiento de su identidad y para su progreso en la continuidad. Y de hecho, como era de esperarse contra los excesivos temores de ciertos Padres conciliares de tendencia conservadora, la providencial presencia del Espíritu Santo se hizo sentir fuertemente, haciendo que los Padres reafirmaran en los documentos finales las verdades esenciales del Evangelio y de la Tradición. Al mismo tiempo, sin embargo, el Concilio presentaba algunos importantes desarrollos doctrinales y ordenaba algunas reformas pastorales, disciplinarias y canónicas.
----------Ahora bien, hay que recordar que si la Iglesia en su magisterio doctrinal no se equivoca, es siempre infalible ("confirma fratres tuos", cf. Lc 22,31-34), y por tanto su docencia es inmutable, aún cuando no proclame nuevos dogmas (como ha sido el caso del Concilio Vaticano II), en cambio, en el campo pastoral, del gobierno y de las disposiciones disciplinarias y canónicas puede cambiar e incluso errar.
----------Por esto, si bien no podía ser admitido lo que comenzaron a sostener los lefebvrianos, o sea, que el Concilio Vaticano II en sus documentos doctrinales se hubiera equivocado o hubiera emitido decretos revisables (como sostiene el historiador italiano Roberto de Mattei), a nadie estaba ni le está prohibido considerar que algunas directrices pastorales o reformas jurídicas o disciplinarias fueran discutibles o incluso erróneas, como luego se ha revelado o parece revelarse a la vista de estos sesenta años.
----------Excepto por el hecho de que, sin embargo, sobre todo entre los peritos del Concilio y en ciertos ambientes teológicos sedicentes "progresistas", pero de hecho clandestinamente modernistas, como por ejemplo los rahnerianos (seguidores de Karl Rahner), los schillebeeckxianos (seguidores de Edward Schillebeeckx) y los küngianos (seguidores de Hans Küng), inmediatamente después del Concilio, emergió prepotentemente a la superficie, e imprevistamente en el foco de atención, preparada en las sombras y ciertamente sin el conocimiento del papa san Paulo VI, una fuerte corriente teológica, ligada al protestantismo de Europa del Norte y probablemente también a la masonería y al comunismo, la cual, ciertamente con la connivencia oculta de una parte del episcopado, utilizando poderosos medios financieros y medios de comunicación, lograron divulgar una interpretación y un desarrollo del Concilio en la clave de un modernismo mucho peor que aquel condenado por el papa san Pío X, como denunció junto a otros Jacques Maritain desde 1966 (en su famoso libro Le paysan de la Garonne, Desclée de Brouwer, París 1966).
----------Desgraciadamente, en aquellos años, se había creado en el episcopado un clima de ilusoria euforia, como si ya toda la Iglesia y la humanidad, casi superadas las consecuencias del pecado original, estuvieran frente a una nueva era de diálogo integral a 360°, de progreso y pacífica confrontación entre las ideas y las opiniones incluso más opuestas, sin que la Iglesia tuviera ya necesidad de pronunciar condenas de herejías, sin choques con el mundo, como por el contrario siempre lo había hecho desde sus inicios.
----------Un ejemplo de este enfoque ingenuamente optimista, típico del Concilio, es el juicio que hace sobre la religión islámica en la declaración Nostra aetate: se señalan los aspectos positivos, pero no se mencionan los errores contenidos en el Corán y su espíritu anti-cristiano. Hoy nos damos cuenta, frente a la arrogancia y la violencia islámicas, de que el Concilio no habría hecho mal en recordarnos los defectos del Corán, aunque hubiera necesidad siempre de buscar el diálogo y orar por la conversión de los musulmanes.
----------Y, de hecho, en los textos conciliares la palabra "herejía" está totalmente ausente. Para los documentos del Concilio el mundo ya no parecía un enemigo, sino una contraparte, un simple interlocutor con el cual tratar. De hecho, se ha extendido la convicción, puesta en circulación por Rahner, de que todos los hombres, comprendidos también los ateos, están orientados hacia Dios al menos "atemáticamente", están en buena fe y en gracia de Dios, y por lo tanto se salvan. En materia de fe, por consiguiente, nunca deben ser tratados con severidad, sino siempre y sólo con misericordia.
----------Ahora bien, el Concilio Vaticano II ha sido un Concilio de reforma a todos los niveles y en todos los campos de la vida cristiana, con notables avances en el plano doctrinal. Sin embargo, en su seno operaba secretamente una corriente modernista, ligada al protestantismo del norte de Europa, que sin embargo permanecía bien oculta. Tal corriente, sin embargo, planteó buenas propuestas de renovación pastoral y de profundización doctrinal, que fueron aceptadas por el Concilio.
----------Al mismo tiempo, sin embargo, operaba una tendencia excesivamente conservadora (la así llamada "escuela romana"), demasiado preocupada por salvaguardar el dato revelado. Sin embargo, esta corriente también tuvo el mérito de frenar los intentos modernistas de falsa renovación. Sin embargo, una vez ya clausurado el Concilio, la tendencia modernista, autoproclamándose eufemísticamente "progresista", salió al descubierto, segura de su impunidad, fuerte por el hecho de haber dado al Concilio las contribuciones más importantes y más innovadoras. Se presentó como intérprete de los textos conciliares, anticipándose al pensamiento del Magisterio autorizado, y presentándose también como intérprete del mismísimo Magisterio, el cual, tomado por sorpresa, guardó silencio por el momento y dejó que se hiciera. Pero esto resultó ser una calamidad, porque los modernistas, al ver el campo libre, inmediatamente lo aprovecharon para aumentar su audacia y cosechar éxitos. Cuando el Magisterio intentó intervenir, ya fue demasiado tarde: es inútil -dice el proverbio- cerrar el establo cuando los bueyes se han escapado. Y ahora tenemos que lidiar con ello.
----------¿Pero hasta cuándo?
   
El golpe modernista y la reacción lefebvriana
   
----------Para el ala modernista, el cristianismo no es más que la expresión, en conceptos mutables y siempre relativos a las diversas culturas, de la fe "atemática trascendental e inconsciente", poseída aprioricamente y necesariamente por todos los hombres, porque es constitutiva de su ser.
----------Se trataba de la falsa pero famosa teoría rahneriana de los "cristianos anónimos", destinada a un enorme éxito. Según esa teoría, el misionero que anuncia el Evangelio no enseña nada nuevo, sino que no hace más que explicitar lo que "ya desde siempre" ha estado contenido en la "experiencia trascendental" de cada hombre. La predicación hace explícita esta experiencia apriórica de Dios; pero esta experiencia, de por sí, ya es suficiente para la salvación. Por consiguiente, ¿quién le obliga al misionero el tener que afrontar penurias y riesgos en un país lejano y difícil, si sea como sea, todos se salvan?
----------Según esta visión, en materia de religión y de moral no existen errores, sino sólo ideas que son "diferentes", y que deben ser respetadas. Lo que a mí o a la Iglesia nos parece un "error" es simplemente una idea diferente. El error, en todo caso, está en el pasado, pero lo moderno siempre es verdadero. Al fin de cuentas, esto no es más que el concepto hegeliano, o historicista, de la verdad.
----------Por consiguiente, como podemos ver fácilmente, ya había nacido lo que más tarde se llamaría la doctrina del buenismo. Todos, en el fondo (muy en el fondo), son buenos. Hoy se habla no sólo en términos de buenismo sino también de misericordismo.
----------Pero he aquí que, paralelamente al resurgimiento del modernismo (el neo-modernismo), desde el inmediato post-concilio, ha surgido un movimiento opuesto, fundado por el arzobispo francés Marcel Lefebvre, un ex padre del Concilio, con la obstinada intención de contrarrestar las innovaciones del Concilio, consideradas por Lefebvre heréticas y modernistas, en defensa de las tradiciones pre-conciliares.
----------Lamentablemente el obispo Lefebvre no entendió que las novedades doctrinales del Concilio Vaticano II -en particular la libertad religiosa, el diálogo interreligioso, el diálogo con los ateos, el ecumenismo, la colegialidad episcopal, los derechos humanos, la reforma litúrgica- no contradecían la Sagrada Tradición, sino que la desarrollaban mediante la utilizacion crítica de la valores del pensamiento moderno. Lefebvre, por tanto, no entendió que el Concilio no tenía nada que ver con el modernismo, sino que, precisamente, era una óptima refutación del mismo, en cuanto que, sin negar en absoluto la condena infligida al modernismo por san Pío X, recuperaba las instancias válidas del modernismo, quitándole las armas que lo hacían peligroso.
----------Claro que Lefebvre, por otra parte, tenía razón al combatir los errores de los resurgidos modernistas. Sin embargo, se equivocaba neciamente al creer que el Concilio Vaticano II hubiera estado inspirado por ellos. Ha nacido así este conflicto entre pasadistas lefebvrianos y modernistas, que con el paso de los años se ha vuelto cada vez más áspero y amargo, porque ninguno de los dos partidos quiere reconocer sus errores, ni comprende que debe aceptar lo positivo del adversario.

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