sábado, 23 de septiembre de 2023

Cuestión teológica con interesantes resonancias: de si los bienaventurados del cielo verán a los condenados del infierno (3/3)

La sabiduría cristiana es la sabiduría de la cruz, y sabe aprovechar incluso aquello que, como el sufrimiento, de por sí produce sólo muerte y destrucción. Pero esto lo hace no porque ame neciamente el sufrimiento como tal, sino porque hace suyo el sufrimiento por amor vivido por un Dios que, como Dios, vence al sufrimiento. Nuestro camino o peregrinar hacia la salvación conlleva, por lo tanto, el sabio equilibrio y la alternancia de estos dos estados de ánimo: la plena confianza en la divina misericordia y la plena conciencia de nuestra condición de pecadores necesitados del divino perdón. Sólo obrando continuamente esta delicada y preciosa síntesis, que debe ser continuamente reconstruida porque siempre de nuevo tiende a romperse, podremos tener la serenidad que proviene de la conciencia de estar en camino hacia el reino de Dios. [En la imagen: fragmento de una miniatura representando una peregrinación en el medioevo].

Los estragos del relativismo
   
----------Un mal del espíritu frecuentemente denunciado por Benedicto XVI es el relativismo, que consiste en el relativizar lo que es absoluto. Este error se verifica en modo desastroso en el ámbito del conocer y de la moral. La verdad y el bien, que son valores absolutos, vienen relativizados por la variedad de los individuos en cuanto al respeto de estos valores. Ya no son los individuos quienes se relacionan con esos valores, sino que cada individuo deviene un absoluto respecto al cual esos valores devienen relativos. La verdad deviene relativa a los tiempos: lo que era verdadero ayer, hoy es falso, y lo que era falso ayer, hoy es verdadero.
----------Así, hoy, junto al ilusorio e imbécil pacifismo masónico-russeauniano, está muy difundido el principio de Auguste Comte [1798-1857], estrechamente relacionado con la dialéctica hegeliana: "Todo es relativo. Y éste es el único principio absoluto". Así como Hegel, desde su punto de vista idealista-cartesiano, construyendo sobre la contradicción más que sobre la identidad, destruye su sistema precisamente en el momento en el cual lo construye, así Comte, desde su punto de vista materialista, no se da cuenta de que destruye su principio en el mismo momento en el cual lo afirma, como les sucede a todos aquellos que, queriendo construir un pensar que niega la base del pensar, destruyen el pensar en el momento en el cual lo afirman y pretenden pensar. Por eso no es necesario refutarlos, porque se refutan ellos mismos.
----------En efecto, lo relativo siempre es relativo a un absoluto. Si no existe el absoluto, tampoco existe el relativo. En cambio, lo absoluto por sí solo es posible, porque absoluto, ab-solutus, significa libre, suelto, exento de, independiente. Lo que es tal evidentemente no es relativo a nada. El relativismo moral depende del relativismo gnoseológico. Ahora bien, la verdad doctrinal y moral no puede ser relativa a los individuos, que están ubicados en el espacio-tiempo. Sino que son los individuos quienes deben todos medirse con esta verdad objetiva, absoluta, universal e inmutable. Y es sobre ella que a su vez se fundan los valores morales absolutos, universales, objetivos e inmutables, tanto los racionales, como los de fe.
----------Ahora bien, como hemos dicho, no es necesario refutar el relativismo, porque el relativismo se refuta a sí mismo, así como tampoco es necesario matar al enemigo que se suicida con sus propias manos. Cuando los Aliados llegaron al búnker de Hitler no fue necesario arrestarlo para someterlo a juicio, porque él ya había pensado en juzgarse a sí mismo, aunque de manera tan bárbara. Así también ocurre en filosofía. Existen filosofías, como el escepticismo, el fenomenismo, el empirismo, el sensismo, el agnosticismo, el subjetivismo, el relativismo, el idealismo cartesiano-alemán, cuyos principios planteados con perentoria arrogancia y con injustificada seguridad se niegan a sí mismos en el mismo momento en el cual se plantean. Y es más, estas filosofías muchas veces niegan valor al mismo principio de identidad y de no-contradicción, creyendo escapar o estar por encima de él, cuando en realidad estos principios son necesariamente usados en el momento mismo del acto de pensar y de juzgar de cualquier cosa.
----------El relativismo carece de la percepción de la universalidad y de la objetividad de los valores. El relativista percibe la necesidad de un acuerdo social, pero así como por un excesivo apego a los datos del sentido, no llega a captar las verdades o leyes morales objetivas, universales e inmutables, se pone de acuerdo, según Hobbes, dentro de un grupo social de su elección, cuyos gustos son afines a los suyos por un reglamento convencional de conducta sólo para garantizar un mínimo de viabilidad de la vida.
----------El relativismo está estrechamente ligado al historicismo, para el cual no existe una verdad absoluta, inmutable, supratemporal e independiente del cambiar de los tiempos, sino que toda verdad es relativa a la evolución histórica. Su principio es: "Veritas filia temporis". Lo que fue falso ayer, es verdadero hoy y viceversa. Y lo que hoy es verdadero, mañana será falso y viceversa. Los historicistas, para sostener su error, quisieran valerse del hecho innegable, debido y necesario del progreso del saber. Sólo que olvidan el hecho de que cuando el objeto del saber son valores absolutos, el progreso sucede en la continuidad del idéntico significado, no en la ruptura, o sea, contradiciendo con lo que era creído antes.
----------Así, en tal clima relativista, como el que se vive hoy, cada uno se considera el fundamento, el centro y el vértice de la realidad, que debe girar en torno a él, partir desde él y estar ordenada a él. Cada uno ve no lo que es sino lo que le parece a él. "Quot capita, tot sententiae", como decían Terencio y Cicerón. No se debe condenar, sino comprender. Lo que es verdadero para mí puede ser falso para ti.
----------Para el relativista, todo aquel que cree conocer o poseer la verdad es un presuntuoso y un absolutista, alguien que se considera infalible, el hombre de verdad, que quiere imponer a los otros sus propias ideas. Para él, es inconcebible un hombre en posesión de la verdad absoluta, que pretenda que todos le obedezcan bajo pena de perdición eterna. Ahora bien, dado que el hecho es que este hombre es Jesucristo, no hace falta explicar en qué se convierte Jesucristo en las manos del relativista.
----------Además, para el relativista yo puedo decidir cómo comportarme en base a un criterio establecido por mí, es decir, en base a lo que está bien para mí, pero no puedo mandarte ni corregirte en base a este criterio, sino que debo hacerlo en base a tu criterio, diferente al mío, porque así como yo tengo derecho a decidir mi criterio, así tú tienes derecho a decidir el tuyo.
----------Para el relativista, lo que es bueno para mí puede ser malo para ti: depende del punto de vista. Así se puede decir que algo simultáneamente existe y no existe, es simultáneamente verdadero y falso, es bueno y malo según los diferentes puntos de vista. Una afirmación puede ser interpretada de dos maneras opuestas, entrambas verdaderas en cuanto reflejan puntos de vista opuestos.
----------En el relativismo no existe un criterio universal y objetivo para decidir aquello que es verdadero y aquello que es falso y, en consecuencia, no existen normas morales universales en base a las cuales todos deban ser juzgados. El grupo que se impone con la fuerza o con la astucia sobre los otros al estilo de Maquiavelo impone a los otros su propia concepción de la moral y de la sociedad.
----------Observamos que ciertamente existe una legítima variedad de gustos y de opiniones, allí donde la universalidad de lo verdadero y el bien común no se ven afectados; pero se entiende que si este relativismo debiera ser extendido a los fundamentos de la ciencia y de la moral, si debiera ser puesto en la base del saber, de la sociedad o de la convivencia civil, se produciría un conflicto de todos contra todos, y se produce el "homo homini lupus", un dicho de Plauto, retomado por Hobbes, quien añade el dicho "bellum omnium contra omnes". La única ley entonces pasa a ser la de la prepotencia y la violencia. Es interesante cómo el buenismo y el misericordismo, al carecer de un punto de equilibrio entre las dos opuesttas instancias de la ternura y de la fuerza, esconden un trasfondo de violencia, de prepotencia y de crueldad.
   
No matar
   
----------Respecto a nuestra relación con los demás, la Sagrada Escritura parece proponer dos directrices de acción en oposición entre ellas: por un lado, no existe en la literatura mundial una doctrina moral referente al amor al prójimo tan noble y tan promotora de la vida humana como la enseñada por la Biblia; no hay moral como la bíblica que inculque con tanta claridad el deber de respetar la dignidad del prójimo, el deber de la misericordia, de la justicia, de la solidaridad, del perdón, del sacrificio por los otros, y al mismo tiempo no existe en la historia de las culturas otra doctrina que mande rechazar el pecado, como la doctrina bíblica, que condena con tanta firmeza y severidad el homicidio, el aborto, el robo, la crueldad, la injusticia, la violencia, la denigración, la difamación, el engaño, el fraude, la opresión del prójimo, el daño material y espiritual al prójimo, tanto como para amenazar con una pena eterna a los asesinos, a los violentos, a los egoístas, a los engañadores y a los prepotentes; pero, por otro lado, la propia Biblia presenta como querida por Dios la coerción del malhechor, la pena de muerte, el asesinato del enemigo y el homicidio en defensa personal.
----------Es que la perfección moral conlleva la victoria sobre el enemigo y por tanto, en determinados casos, su muerte. De ahí que la realización de la virtud de la castidad implica en ciertos casos la mortificación del impulso sexual, que a la vez es impulso exaltado en el matrimonio. Y así, la salvación de la patria puede requerir el matar al enemigo o el sacrificar la propia vida. Y la libertad del pueblo puede requerir el derrocamiento del tirano, así como la tranquilidad pública puede requerir la represión del asesino.
----------Querer vencer al enemigo no es necesariamente voluntad de dominio. La voluntad de poder sólo por el gusto de prevalecer sobre los demás, como quería Nietzsche, es cosa absolutamente abominable, pero nosotros admiramos el poder de Cristo que vence al demonio y el poder del héroe y del soldado que derrotan al enemigo de la patria o defienden a los oprimidos de los opresores.
----------La vida cristiana tiene un aspecto agonístico, según el cual la salvación y la bienaventuranza sólo se alcanzan después de una larga guerra que se debe combatir según las reglas y con valentía durante toda la vida contra el pecado, contra el mundo y contra Satanás. Tal combate puede estar signado por derrotas, pero no debemos perder el ánimo. Es necesario cada vez entender por qué se ha perdido, a fin de que la derrota no tenga que repetirse, es necesario reforzar las defensas, mejorar el propio modo de combatir, conocer mejor las artes del enemigo, aumentar la propia fuerza porque normalmente los ataques del enemigo aumentan en fuerza. La batalla es sobre todo espiritual (Ef 6,10-17), pero también puede ser física o militar.
   
Es necesario saber alternar la justicia con la misericordia
   
----------Una dificultad que está presente en el actual discurso moral es el saber dar el lugar que le corresponde a la justicia, pero no tanto a la justicia humana, a la cual en cambio se es hoy muy sensible, sino a la justicia divina, ante cuya sola mención a veces parece que la emotividad de muchos entra como en fibrilación y desencadena una instintiva reacción de rechazo, por no decir de horror.
----------Para el hombre de hoy la justicia es el problema. Y para exorcizar la perturbadora palabra, se intenta entonces asimilarla y homologarla a la misericordia, pero una misericordia, por otra parte, que, examinada más de cerca, no es verdadera misericordia, sino una concesión hecha al otro para que se comporte siguiendo los impulsos emotivos o las fantasías del momento, que son confundidos por inspiraciones del Espíritu Santo o determinaciones del Yo trascendental o puesta en práctica de la Palabra de Dios.
----------Así, la misericordia, privada de referencias morales objetivas, se convierte en un exceso de indulgencia y se degrada a connivencia con el pecado ajeno. Pero la misericordia no es en absoluto aprobar los pecados de los demás. Misericordia no es perdonar a todos indiscriminadamente, sino sólo a aquellos que están arrepentidos. La misericordia es un deber en el horizonte de la justicia y de la caridad. De hecho, se la puede considerar una forma de justicia, que manda el dar a cada uno lo que le corresponde. Sin embargo, la justicia no es sólo esto; ella, en sentido pleno y específico, es distinta de la misericordia y le es complementaria como su presupuesto. La misericordia es dar al mísero. La misericordia es el perdonar: dar dos veces; la primera para dar y la segunda para dar a quien había perdido lo que habia tenido y lo pide.
----------No debemos creer que la misericordia requiera un abajamiento del nivel de la doctrina o la renuncia a ser firmes en la doctrina. Es cierto que la verdad doctrinal proviene de un acto de justicia, en cuanto que el intelecto, para ser verdadero, debe adaptarse al dato objetivo respetando en ese dato su derecho a ser reconocido. Esto quiere decir que en la educación moral y en la acción pastoral, el guía o educador debe presentar el ideal en toda su altura, pero con discreción, porque en ciertos casos el mensaje podría escandalizar. En este punto puede intervenir la misericordia, la cual toma nota de la debilidad y de los límites del sujeto y propone un camino gradual, sin por ello ocultar la elevada meta a alcanzar.
----------La misericordia es también justificación: hacer justos de injustos. En este sentido, la misericordia divina salvífica es una forma superior de justicia, como intuyó Lutero, así como la justicia en sentido estricto es la compensación por la actividad realizada: si buena, es el premio; si mala, es el castigo.
----------En el origen del misericordismo está la exclusiva insistencia, en nuestras relaciones con Dios, sobre la confianza, descuidando sistemáticamente el deber del temor. En la predicación se inculca continuamente que Dios nos es favorable, que nos asiste, que está junto a nosotros, a nuestro lado, que nos perdona, que no nos reprocha, no nos culpa, no nos castiga, no pide arrepentimiento, ni expiación ni penitencia, es cercano a nosotros con inmensa ternura y misericordia. Hoy no se concibe a un Dios bueno, un Dios que ama, y que al mismo tiempo acuse, amoneste, advierta, amenace, desapruebe, castigue.
----------Si Dios es bueno, para el misericordista entonces debe ser sólo ternura, dulzura, promesa de salvación, seguridad de que le somos gratos, que no tenemos ninguna culpa que quitar y descontar, ninguna deuda que pagar, que todo está bien. Sólo tenemos necesidad de acoger la gracia y confiar. Ahora bien, ciertamente todas estas seguridades son muy consoladoras, reconfortantes y alentadoras, necesarias para una serena y fructífera vida espiritual. Pero nosotros en esta vida, todavía orientados al pecado y seducidos por el pecado, no tenemos solamente necesidad de estas cosas, sino que también necesitamos ser iluminados acerca de la realidad de nuestros pecados, necesitados de saber discernir si estamos o no en culpa, reconocer nuestros pecados, recordar el permanente riesgo de perdernos, de ser guiados, mejorados, instruidos, corregidos, exhortados, amonestados, advertidos, recordados, convertidos, purificados, curados, liberados.
----------La misericordia levanta, la desgracia derriba. Si pensamos que Dios sólo envíe la misericordia y no la desgracia, estaremos ante una alternativa irresoluble: o diremos que la misericordia abate, pero esto es contrario a la misma definición de la misericordia; o bien diremos que la desgracia no la envía Dios, sino un Dios malo, su enemigo, que podría ser la Naturaleza. Absurdo también esto.
----------¿Cómo se sale de este dilema? Simplemente aceptando lo que nos enseña la fe, es decir, que Dios es bueno y amoroso, es más, es misericordioso incluso y sobre todo cuando es justo, severo y nos castiga con la desgracia, consecuencia del pecado original y a veces de nuestros propios pecados, desgracia que golpea también a los inocentes para que se unan al sufrimiento del Cordero inmolado.
----------La fe nos dice que la desgracia es en realidad enviada por Dios como advertencia o como llamado a la penitencia y a la conversión, como castigo correctivo a fin de que expiemos en Cristo y gracias a Cristo nuestros pecados, lo cual es posible uniéndonos a la cruz de Cristo, gracias al cual, por misericordia del Padre, obtenemos nuestra reconciliación con Él, el pago de nuestras deudas y el perdón de los pecados.
----------A fin de que a la llegada de una desgracia no dejemos de darle la sana interpretación, que le da la fe, no olvidemos aprovechar una preciosa ocasión -el kairós-, la oportunidad favorable (2 Cor 6,2) que Dios nos ofrece y que podría no repetirse, para sanar nuestros pecados. Desde la mirada de la fe y de la caridad nosotros sabemos que efectivamente la desgracia alivia, y que es signo de la misericordia divina, pero evidentemente no en cuanto desgracia, sino en cuanto sufrimiento hecho nuestro en Cristo y por amor de Cristo en expiación de nuestros pecados y de los pecados del mundo.
----------En fin, la sabiduría cristiana, que es la sabiduría de la cruz, sabe aprovechar incluso aquello que, como el sufrimiento, de por sí produce sólo muerte y destrucción. Pero la sabiduría cristiana aprovecha el sufrimiento no porque ame neciamente el sufrimiento como tal, sino porque hace suyo el sufrimiento por amor vivido por un Dios que, como Dios, vence al sufrimiento.
----------El camino hacia la salvación conlleva, por lo tanto, el sabio equilibrio y la alternancia de estos dos sentimientos o estados de ánimo: 1. por un lado, el advertir que Dios nos ama y que está cercano a nosotros, o mejor dicho, que está en nosotros, con nosotros, en nuestro corazón, que no nos abandona, no nos traiciona, no se desmiente, y el deber de la confianza, de la esperanza, del abandono, pensando que Él ha muerto por nosotros, nos quiere en el paraíso del cielo y nos da los medios para llegar allí.
----------Pero, por otra parte, 2. es necesario evitar la presunción y una vana confianza, es necesario templar estos sentimientos con el recuerdo de nuestras culpas, con el pensamiento de haber ofendido a Dios, de haberlo desobedecido, con el temor de que Él no esté contento con nosotros, con el temor de estar en culpa. De ahí la necesidad de llorar nuestros pecados, de hacer un continuo y diligente examen de nuestra conciencia, con la petición e imploración insistente y confiada de piedad, perdón y misericordia.
----------Sólo obrando continuamente esta delicada y preciosa síntesis de confianza en Dios y de temor de Dios, síntesis que debe ser continuamente reconstruida porque siempre de nuevo tiende a romperse, podremos tener la serenidad que proviene de la conciencia de estar en camino hacia el reino de Dios. Y esto es así precisamente porque, por sí sola la confianza sin el temor genera la soberbia; y por sí solo el temor sin la confianza genera la desesperación. Confianza y temor, juntos, sintetizados entre sí y alternados según las circunstancias y las necesidades de nuestro espíritu, son sentimientos que generan la santidad y la paz.

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