viernes, 2 de junio de 2023

Vaticano II: el Concilio de la Liturgia

La intención principal del Concilio Vaticano II no ha sido solamente pastoral, no ha sido solamente doctrinal, sino que ha sido ante todo intención litúrgica, entendiendo sin embargo la liturgia no tanto como acto jurídico, rito o ceremonia, sino ante todo como experiencia del Misterio divino y acción mistérica o sea sacramental introductoria al Misterio, conocido en la fe y místicamente experimentado, amado y gustado, del cual aprender el impulso interior a la acción y a la santificación propia y de los demás. [En la imagen: el papa san Juan XXIII, durante la Misa de inauguración del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962].

Al comienzo del Concilio, la liturgia
   
----------Cuando los Padres Conciliares votaron hace sesenta años el primer documento del Concilio Vaticano II, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia -que luego tomó el nombre genérico pero profético de Sacrosanctum Concilium- quizás no imaginaban que, en su mayor parte, el Concilio se identificaría con la nueva liturgia y que la nueva liturgia anunciaría e implementaría inmediatamente el Concilio.
----------Ciertamente, en todo esto hubo alguna pequeña exageración, en cierto modo era como una profecía que se pensaba que sería realizable y también realizada de inmediato, lo cual sin duda era algo demasiado directo e inmediato, a veces incluso simplista; pero una cosa apareció inmediatamente muy clara: el Concilio Vaticano II, en su diseño pastoral, quería ser un servicio a la tradición de la Iglesia para asegurar continuidad a la vida cristiana, mediante su incremento, su actualización (aggiornamento), su alimento. Y la Reforma litúrgica fue, efectivamente, el primer gran fruto de este Concilio.
----------Como no es mi intención de ningún modo hacer de este artículo mero relato histórico y nostálgico de lo acontecido hace seis décadas, todo esto hoy puede y debe ser considerado desde el ángulo visual de algo muy cercano en el tiempo a nosotros, e incluso algo que está todavía muy vivo en el presente de la Iglesia. Me refiero a esa transición eclesial e institucional, iniciada en octubre de 2012, con el inicio de aquel que fue el Año de la Fe, y dentro de la cual, precisamente contra algunas intenciones normalizadoras, que habrían pretendido someter la hermenéutica del Concilio Vaticano II a la del Catecismo de la Iglesia Católica!, vivimos hace una década, en secuencia, varios hechos que pueden considerarse proféticos.
----------¿A qué hechos de hace diez años me estoy refiriendo? Ante todo, a la evidente dificultad con la que el papa Benedicto XVI no lograba situarse a sí mismo en el clima festivo del aniversario conciliar, lo cual se advierte desde el 11 de octubre de 2012, a partir de los discursos de la mañana (la homilía) y aún más de la tarde de ese día (¡la réplica del "discurso de la luna"!); luego la renuncia al ministerio petrino, exactamente cuatro meses después, el 11 de febrero de 2013; a la distancia de otro mes, la elección del papa Francisco (¡Francisco!), el 13 de marzo de 2013; y así, el inicio de algo que podemos denominar una sorprendente práctica conciliar por parte del entonces nuevo Papa, con el énfasis continuo en la colegialidad (traducido hoy en sinodalidad), en el primado de las periferias, en la Iglesia pobre, y con la concelebración y la predicación cotidiana en Santa Marta, lugar donde sorpresivamente el nuevo Papa decidió trasladar su residencia.
----------Esta novedad inesperada se ha convertido hoy en un criterio hermenéutico para comprender la constitución Sacrosanctum Concilium, frente a cualquier tentación literalista. Y ya en 2013 había sido capaz de liberar al texto de la Constitución litúrgica de esa capa de inútiles vacilaciones que se habían acumulado en esos últimos años, desde el final del pontificado de san Juan Pablo II y sobre todo entre los años 2007 y 2012, por absurdo exceso de indecisiones y de repensamientos o vacilaciones, por carencia de discernimiento o de determinación, con una mezcla de nostalgia y de desesperación, de amnesia y de presunción. La declaración sobre la "irreversibilidad" de las adquisiciones conciliares en materia de liturgia, que había sido pronunciada por el papa Francisco durante una entrevista con la revista Civiltà Cattolica en esos primeros meses de su pontificado, había puesto inmediatamente en segundo plano aquella diatriba sobre la continuidad y la discontinuidad que durante mucho tiempo venía prejuzgando y socavando, y a menudo paralizando por completo, cualquier eficaz hermenéutica de la liturgia según el Concilio Vaticano II.
   
Sacrosanctum Concilium y el estilo conciliar
   
----------En efecto, en el cambio de las formas rituales, el Concilio Vaticano II había prefigurado, quizás de la manera más lineal y coherente, una cristología y una eclesiología más fieles al "depositum" de la Tradición. Ahora bien, al configurar una Iglesia muy distinta a un mero museo para conservar, y más parecida a un jardín para cultivar, entonces el culto era precisamente la primera forma de esta nueva tarea de "cultivo" y de "cultura". Lo que estaba en juego era el pasaje del ritus servandus al ritus celebrandus.
----------Pero este gran diseño, que resulta claramente del texto de la Sacrosanctum Concilium, tenía diversas condiciones comprometedoras y desafiantes. En primer lugar, podría provenir de un Concilio que san Juan XXIII había entendido como "pastoral" (aunque no todos entendieron, y ni siquiera lo entienden hoy, el verdadero alcance de ese calificativo). Paralelamente a la resistencia sobre la Reforma liturgia, las últimas dos décadas anteriores a la llegada al trono de Pedro del papa Francisco habían experimentado una progresiva dificultad para entrar en la "mens" de esta idea del Concilio. También su nota "pastoral" (complementada por su nota "doctrinal", sobre todo por el énfasis que le dió al Concilio el papa san Paulo VI), ha pasado del indicar el primado de lo que nutre e incrementa la tradición, a identificar, con mayor tranquilidad pero también con profecía escasa o nula incluso, una disciplina que garantiza la tradición: de algún modo, hemos asistido a la tentativa de retornar al Concilio no como acontecimiento, sino como acto de gobierno.
----------Esto ha tenido, de inmediato, y especialmente en el ámbito de la liturgia, una repercusión muy evidente: mientras el Concilio se apasionaba por restituirnos el primado del uso de los ritos (de sus lenguajes, de su pluralidad, de su capacidad evocadora y formativa, de su fuerza institucional y de identidad) los últimos diez años del pontificado de san Juan Pablo II y los años del pontificado de Benedicto XVI habían visto crecer la tentación de considerar primario el tema de los abusos. Como si, combatiendo resueltamente los abusos, se pudiera garantizar el uso de los ritos cristianos. La profecía conciliar, por eso plenamente pastoral, en cambio había identificado claramente la imposibilidad de recuperar la verdad del uso del rito cristiano por vía disciplinar, simplemente combatiendo los abusos: esta elección, por otra parte, había sido coherente con el primado atribuido al magisterio positivo (de la constitución Sacrosanctum Concilium) respecto al magisterio negativo (de los cánones de condena, que estaban siempre presentes en los concilios precedentes).
   
El corazón de la Constitución litúrgica
   
----------Si, por tanto, en el centro de la Sacrosanctum Concilium se sitúa este gran y ambicioso giro pastoral, tratemos de comprender de nuevo (una vez más) su fuerza y ​​su objetivo. Para ello, primero debemos despejar el campo de un equívoco: es fácil considerar (y asumir) que Sacrosanctum Concilium se identifica como el texto de la Reforma Litúrgica. Sin embargo, cuando pensamos así, tendemos a confundir el medio con el fin. El fin de Sacrosanctum Concilium no era y no es la Reforma Litúrgica. El fin es la superación de un modo inadecuado de participación en el misterio celebrado, que altera su naturaleza. Del misterio celebrado forma parte la asamblea que lo celebra. Esta verdad sobre la Pascua de Cristo, que atraviesa e impregna toda la liturgia, tiene necesidad de una participación de todos los sujetos bautizados, los cuales, "per ritus et preces" (SC n.48), mediante los ritos y las oraciones, toman parte y se reconocen parte del misterio que celebran.
----------La "actuosa participatio" es el nuevo paradigma participativo, en el cual en la misma acción ritual, una para todos, por diverso título toman parte todos los miembros de la asamblea: quien preside, los diversos ministros y el pueblo reunido. Para conseguir este objetivo (que no es sólo ni ante todo litúrgico, sino que es cristológico y eclesiológico, pastoral y espiritual) era necesario remover una serie de obstáculos textuales y contextuales (plegarias y ritos), mediante un muy cuidado trabajo de Reforma, que aparece, así, como el medio o instrumento articulado y complejo para predisponer a la Iglesia a restituir la palabra a su tradición ritual. La Reforma litúrgica es, así, el medio para retornar a una forma de participación que los siglos habían visto declinar y casi desaparecer de la experiencia eclesial. La sana tradición sólo puede ser garantizada mediante un legítimo progreso. Lo cual implica necesariamente, una serie de grandes discontinuidades.
   
La recepción de la Reforma y la tentación de resistirla
   
----------La primera discontinuidad en la tradición ritual, la más flagrante, está representada por los nuevos ordines, los nuevos rituales, que han sido compuestos en los primeros veinte años subsecuentes al Concilio. Una nueva ministerialidad, una más grande riqueza bíblica, una accesibilidad directa en la lengua vernácula, una estructuración de las secuencias más límpida y clara, y una reducción puntual de todas las incrustaciones de molde estrictamente clerical, han garantizado a la Iglesia una serie de rituales adecuados al nuevo paradigma eclesial y litúrgico que deriva de la Sacrosanctum Concilium.
----------Sin embargo, la segunda discontinuidad, que es la decisiva: la puesta en acto del nuevo paradigma participativo, ha quedado como oscurecida por la primera: los nuevos ordines, nuevos libros litúrgicos. Las espléndidas novedades de los libros litúrgicos, con las nuevas prácticas que las acompañaban (y los altares girados, por ejemplo) han como sofocado la otra discontinuidad, casi bloqueándole su difusión. Se trata, como es obvio, de la activación concreta del nuevo paradigma participativo, que encuentra en los nuevos ritos una condición de posibilidad, pero no su propia realidad. A estas dos discontinuidades corresponden los desafíos que hoy aguardan al texto de la Sacrosanctum Concilium.
----------El primer desafío es el de quienes cuestionan la necesidad de la Reforma. El segundo desafío es el de quienes, por el contrario, afirman la suficiencia de la Reforma. Se trata de dos desafíos que ya he venido explicando en artículos anteriores, pero que, dada su importancia y dada las dificultades vividas en estas seis décadas para poderlos superar, es necesario insistir en ellos. Se trata de la renovada exigencia de implementar acabadamente la Reforma litúrgica, una necesidad que nos es impuesta, por un lado, por el desafío de aquellos pasadistas que (apegados, en su desesperación, al pasado) consideran que la Reforma no es necesaria, y por otro lado, por el desafío de aquellos modernistas que (instalados con arrogancia en un futuro que presumen dominar) consideran que la Reforma es suficiente.
   
Los dos desafíos: la necesidad y la no suficiencia
   
----------Ninguno de los dos desafíos debe abandonarse hoy, sino que es necesario reconvertirlos y recalibrarlos recíprocamente: al desafío de quienes proclaman la no necesidad de la Reforma puede responder plenamente sólo la respuesta al desafío de quienes proclaman la suficiencia de la Reforma. En otros términos, las carencias o lagunas del Novus Ordo Missae y los nuevos Rituales de los Sacramentos no pueden ser respondidas en otra mesa, introduciendo un peligroso e ilusorio paralelismo ritual, sino reabriendo el debate serio sobre el rito "irreversible", que debe redescubrir su propia forma y su ars celebrandi.
----------La forma ritual por redescubrir y el ars celebrandi por activar (en toda la asamblea que celebra) son hoy la única respuesta posible y deseable a los dos desafíos, saliendo así del estéril conflicto entre continuidad y discontinuidad, y aceptando la perspectiva de la irreversibilidad.
   
La liturgia y el "sollicitudo" por las periferias
   
----------En esta coyuntura nuestra, aparece bajo una nueva luz cómo el texto de la Sacrosanctum Concilium, enfocando e instaurando un nuevo paradigma de participación en la liturgia (en vista del cual ha sido realizada la Reforma litúrgica) ha delineado una diferente experiencia eclesial y espiritual, un modo diferente de estar en la Iglesia y en el mundo. Tal cambio, sin embargo, renuncia a los modos simplistas, o a la simplificación, de los "caminos breves", precisamente mediante el gesto profético con el cual se anuncia que la inteligencia o "comprensión de los ritos" (SC n.48) es decisiva para "toda la acción de la Iglesia", y que, de hecho, constituye su "culmen et fons" (SC n.10). Esta comprensión tiene lugar precisamente "per ritus et preces" (SC n.48). Estas citas son, precisamente, el nudo de Sacrosanctum Concilium.
----------Podríamos entonces decir que el "sollicitudo" de la Iglesia por la "res socialis", que había resonado a finales del siglo XIX con el redoble de tambores de la encíclica Rerum novarum, adquiere a partir de la constitución Sacrosanctum Concilium un horizonte más maduro: deviene consciente de que las "res novae" pasan, inevitablemente, a través de una modalidad de participación en la "cumbre" y en la "fuente" del actuar eclesial, en el cual todos los bautizados, en lo interno de la asamblea que celebra, hacen la experiencia de gracia según la cual, en la lucha entre los derechos y los deberes, que concierne a cada generación en el camino de la historia, la fuerza de la tradición hace experiencia de un don, que la palabra y el sacramento re-presentan del modo más originario y más rico, sin reducciones y sin funcionalizaciones. A la ambición "pastoral" del Concilio Vaticano II corresponde una Iglesia que, para vivir la plenitud de la propia vocación social hacia las periferias, sabe siempre comenzar y terminar en el nivel simbólico de la acción ritual, interpretando así proféticamente y sacerdotalmente la condición histórica de la propia realeza.
   
El papa Francisco y la liberación de la liturgia del conflicto de interpretaciones
   
----------Al comenzar esta reflexión, he dicho que la constitución Sacrosanctum Concilium había encontrado, en aquellos meses de la historia de la Iglesia en 2013 (los primeros meses del papado de Francisco) un nuevo criterio hermenéutico. La primera señal fue el "concilio litúrgico" implementado en la práctica cotidiana del papa Francisco, desde su primera aparición en la plaza. Si, luego, cada mañana el papa Francisco, en Santa Marta, concelebraba y daba la homilía, estaba demostrando con esa práctica suya, que él es (plenamente e irreversiblemente) hijo del Concilio: ¡es el primer Papa hijo (y no padre) del Concilio!
----------La segunda señal ha sido, y por cierto de modo muy claro, la liberación de la liturgia de un conflicto de interpretación sistemáticamente alimentado desde arriba. Desde alrededor de 1997 a 2012 los fieles habían asistido a un goteo de posiciones, documentos, opiniones, comisiones, susurros, gritos e inferencias, que habían ido alimentando desconfianza e inducían a la estasis, al estancamiento. A partir del 2013, en cambio, se va más allá: no sólo más allá de Pío V, sino también más allá de las dialécticas  infinitas (y agotadas)  entre continuidad y discontinuidad, más allá de las formas de liturgia auto-referencial. Y aparece, al final, otra palabra, que había caído en el olvido: irreversibilidad.
----------Y eso fue dicho sincera y francamente, sin rodeos, genuinamente, sin posibilidad de equívocos, por el Papa, en la entrevista concedida a Civiltà Cattolica: "El Vaticano II ha sido una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Ha producido un movimiento de renovación que simplemente viene del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta con recordar la liturgia. La obra de la reforma litúrgica ha sido un servicio al pueblo como relectura del Evangelio a partir de una situación histórica concreta. Sí, hay líneas hermenéuticas de continuidad y de discontinuidad, sin embargo una cosa está clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizado para el hoy que ha sido propia del Concilio es absolutamente irreversible".
----------Para la hermenéutica del Concilio litúrgico, precisamente en el aniversario de sus sesenta años, se trata de algo así como una declaración de amor de este Papa, el primer Papa hijo del Concilio, que no es exagerado considerar de trascendencia histórica.
----------No podrá insistirse lo suficiente en que para entender plenamente el Concilio Vaticano II es necesario comprender la Sacrosanctum Concilium: hoy es más que nunca necesaria una especial interpretación de las intenciones del Concilio Vaticano II, más profunda incluso que la de san Juan XXIII y la de san Paulo VI, los cuales se habían detenido, el primero en asignar al Concilio una intención simplemente pastoral de moderna presentación del mensaje evangélico, mientras que san Paulo VI había agregado una intención doctrinal, a saber, la de clarificar la naturaleza y la misión de la Iglesia en el mundo de hoy.
----------Esta nueva interpretación se la debemos ante todo a los dos predecesores del papa Francisco. Tanto el papa san Juan Pablo II como el papa Benedicto XVI, muy sensibles ambos al valor teológico, formativo y espiritual de la Liturgia (lex orandi, lex credendi), habiendo reflexionado sobre el hecho que el Concilio comenzó su Reforma eclesial trabajando sobre la Reforma litúrgica, y en particular sobre el valor de la Misa, se dieron cuenta de que la intención principal del Concilio no ha sido solamente pastoral, no ha sido solamente doctrinal, sino que ha sido ante todo intención litúrgica, entendiendo sin embargo la liturgia no tanto como acto jurídico, rito o ceremonia, sino ante todo como experiencia (per ritus et preces) del Misterio divino y acción mistérica o sea sacramental introductoria al Misterio, conocido en la fe y místicamente experimentado, amado y gustado, del cual aprender el impulso interior a la acción y a la santificación propia y de los demás.

3 comentarios:

  1. El padre Filemón ha repetido en este artículo media docena de veces el término "irreversible" o "irreversibilidad". Mi pregunta es: ¿cómo se puede hablar de "irreversibilidad" en el campo de la disciplina litúrgica y de la pastoral litúrgica, donde, de por sí, todo es contingente y mutable (salvado siempre lo inmutable del dogma de los sacramentos que son el corazón de los ritos)?

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    1. No hay nada irreversible en la ley litúrgica: un próximo Papa puede permitir lo que Francisco ha prohibido.

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    2. Estimados M.Argerami y anónimo lector,
      es cierto que en el ámbito de la disciplina litúrgica y de la pastoral litúrgica estamos en el campo de las decisiones positivas de la Iglesia, es decir, de la ley eclesiástica.
      Es por eso que en la liturgia podemos distingir la "lex orandi divina" (instituida por nuestro Señor Jesucristo) y la "lex orandi eclesiástica" (instituida por la Iglesia). Así, por ejemplo, tanto un Misal redactado en el siglo III como en el siglo XIII, como en el siglo XVI, como en el siglo XX, son todos ellos disposiciones o leyes litúrgicas, las cuales, respetando lo instituido por Cristo (lex orandi divina), lo concretizan en determinados textos y ritos, rúbricas, que conforman la lex orandi eclesial o eclesiástica que la autoridad eclesial impone en determinado tiempo y lugar como ley obligatoria para la Iglesia.
      Por lo tanto en la liturgia hay algo inmutable, la lex orandi divina, y algo mutable, la lex orandi eclesial, siempre contingente, mejorable, corregible, desarrollable, perfectible, evolucionable, adaptable a las condiciones de la cultura en un determinado espacio-tiempo.
      En tal sentido, en línea de principio, podemos decir que no hay en liturgia ninguna ley eclesial que sea "irreversible".
      Sin embargo, teniendo en cuenta las concretas condiciones de las culturas humanas, de su psicología, de su sociología, de sus modos históricos de ser y de evolucionar, y teniendo en cuenta que la historia de la liturgia ha seguido un desarrollo progresivo, podemos decir que la Reforma litúrgica implementada a partir de las directivas del Concilio Vaticano II no dará nunca un paso atrás hacia el estado de la liturgia romana, por ejemplo, en 1962 o hacia estados históricos anteriores, sino que siempre tenderá a progresar hacia una perfección, que sólo será alcanzada en el cielo.
      Sin embargo, se puede admitir que, en base a la vida y experiencia litúrgica de la Iglesia, se puedan corregir aspectos (textos, gestos, actos, ritos) y retomar aspectos anteriores, y en tal sentido pueden retomarse textos y ritos anteriores, como de hecho ha ocurrido con el Misal de 1969 y actualizaciones posteriores, en que se han retomado textos y ritos antiguos, y en tal sentido, se puede con certeza decir que el Misal de 1969 es en muchos aspectos de tradición más antigua que el Misal de 1962, el cual, siendo la VII edición de un Misal del siglo XVI, es de tradición moderna, menos antigua.
      Es en este sentido, histórico, que se debe entender correctamente la expresión del papa Francisco acerca de que la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II es "irreversible".

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