lunes, 12 de junio de 2023

La fiesta del Corpus Christi y sus resonancias (3/3)

En esta última puntada de la serie motivada en la Solemnidad del Corpus Christi, tratemos ahora de extraer resonancias que afectan a todo la liturgia, y que pueden sernos útiles para progresar en nuestros propósitos de que la liturgia sea en verdad "la fuente y la cumbre" para toda nuestra vida cristiana. [En la imagen: fragmento de "La procesión del Corpus en Sevilla", óleo sobre lienzo, de 1857, obra de Manuel Cabral y Aguado Bejarano, conservado y expuesto en el Museo del Prado, Madrid, España].

La liturgia como pantalla y la tentación de la simple administración
   
----------¿Qué entendemos por "clericalismo"? En último análisis, se trata de un fenómeno de sustitución. En el lugar de la Iglesia se ponen sus ministros, los cuales, en lugar de servir a Cristo y a la Iglesia, se ponen a sí mismos como Cristo y como Iglesia. ¡Y así la auto-referencialidad se convierte en la regla ineludible e incluso bendita! En efecto, para ser verdaderamente "cristológicos" y "eclesiológicos", en esta visión distorsionada pero bastante extendida, es necesario estar iniciados en el clericalismo. La iniciación en la Iglesia se reduce así al aprendizaje del lenguaje y la acción clerical. Una especie de inmunización de lo real o de vacunación contra la realidad, que protege o pone al reparo de la realidad.
----------Clericalismo viene a ser esta reducción de la vida cristiana al escritorio de una oficina y a la experiencia de un oficial de alzacuello, sin familia, pero con una hermosa casa o departamento, un gran aparato de televisión y un auto de lujo. Hay excelentes clérigos con alzacuello romano, pero también de traje y corbata. Sin embargo, una auténtica lucha contra la cultura clerical pasa necesariamente a través de una clara reconsideración o replanteamiento de la centralidad del culto, en su realidad más auténtica. Podría decirse, de modo programático, que no se puede derrotar radicalmente la cultura clerical si no se enfoca debidamente y si no se instaura una diferente y más profunda cultura cultual. A veces las cosas se confunden peligrosamente. ¡Incluso la liturgia se confunde con el clericalismo! ¡En la Iglesia tenemos necesidad de cultura litúrgica para no convertirnos todos en católicos de sacristía! Así, podemos incluso tratar de delinear en este artículo (modestamente claro, pero no por eso ineficazmente) de manera clarísima, un programa de reforma de la Iglesia. Tratemos de descubrirlo ante todo planteando una premisa, y luego siguiendo tres pasos consecutivos, desarrollo en el que, así lo espero, tenga la paciencia de seguirme el lector.
   
Premisa: la liturgia como pantalla
   
----------Comencemos entonces por la liturgia. Acabamos de vivir tres años, sobre todo el primer año más dramático, en un tiempo en el cual la pandemia pudo haber reducido toda la acción de la Iglesia al acto de culto. Así, el culto se nos aparecía como una formidable "pantalla", en los dos principales significados que ese término asume en nuestro idioma español: 1) por un lado la liturgia es pantalla porque con ella nos defendemos del mundo. Así, pantalla es casi sinónimo de "escudo", de "defensa", de "separación". La liturgia nos escuda del mundo, de la realidad, de la vida y nos permite librarnos de las cuestiones del mundo; 2) sin embargo, por otro lado, la liturgia es también pantalla en un segundo sentido: es aquello sobre lo que se proyectan, como sobre la "pantalla" del cine y de la TV, todas las características de la Iglesia y de la oración, de la mente y de la conciencia. Dime cómo celebras y te diré quién eres.
----------Esta "pantalla", por lo tanto, se convierte en el lugar privilegiado sobre el cual proyectamos nuestros ideales, defendiéndonos de la realidad. Pero también es la proyección de nuestros prejuicios, de nuestras idiosincrasias, de nuestras ingenuidades y de nuestras incomprensiones y malentendidos.
----------La liturgia como "pantalla" nos ha mostrado, sobre todo durante la pandemia, y especialmente en aquellos primeros dramáticos meses, junto a una Iglesia que se arremangaba y se ponía en liza y al servicio de los más necesitados y sufrientes, al mismo tiempo, una Iglesia que sin embargo retornaba a manifestaciones por lo menos sospechosas. Dado que se encontraba oficialmente en dificultades, debido a las normativas sanitarias en todos los países en los que la Iglesia desarrolla su acción evangelizadora y santificadora, trataba de recurrir a dos instrumentos clásicos del pensamiento litúrgico-sacramental: 1) la autosuficiencia del mínimo necesario, y 2) la primacía del formalismo válido por sobre la relación fructuosa.
----------Esta "pantalla" litúrgica que hemos vivido durante la pandemia en mayor o medida (según los países, las diócesis y las parroquias) estos recientes años, merece ser adecuadamente considerada, también a nivel teológico y pastoral, como una manifestación, casi como una epifanía. Podríamos decir que las mascarillas que la pandemia nos ha impuesto estos años (y no me refiero sólo al barbijo) han sido también una ocasión preciosa para descubrir realidades ocultas, que se manifiestan precisamente "in obscuris". Y sin embargo, "si fractus illabatur orbis / impavidum ferient ruinae" (como dice Horacio, en su Odas, III, 3,7-8: "si el mundo entero se desplomara en pedazos, las ruinas le alcanzarán impávido"). También podemos superar esta dificultad dentro de la dificultad, este descubrimiento de que desde el Concilio Vaticano II hemos aprendido muy bien la retórica litúrgica, pero hemos aprendido poco acerca de la autoridad ritual, como redimensionamiento de una iglesia clerical. Echemos un vistazo más de cerca a este primer paso decisivo.
   
Primer paso: la autoridad del ministro consiste en su pérdida de poder
   
----------La tradición católica nos ha consignado un tesoro, pero en vasijas de barro. La Iglesia sabe bien que es precisamente en la acción ritual donde encuentra su propio "culmen" y su propia "fons" (SC n.10). Pero en lugar de pensar la autoridad administrativa mediante la analogía con esta acción litúrgica primordial y elemental, durante muchos siglos ha preferido pensar la autoridad litúrgica por analogía con la autoridad administrativa. No es casualidad que la liturgia haya sido pensada y estudiada durante más de un milenio (desde Isidoro de Sevilla a Amalario de Metz, de Ruperto de Deutz a Guillermo Durando, hasta el Concilio de Trento) como deber del eclesiástico. Esta es, sin lugar a dudas, una de las raíces más profundas del clericalismo.
----------La idea de que la acción ritual sea deber del sacerdote proyecta sobre el acto del culto, sobre la oración común, sobre la Iglesia y sobre la vida cristiana, una luz transversal, distorsionada y retorcida, que transforma la realidad misma del Evangelio. Desde el momento en el cual la Misa, la Oración de las Horas, el año litúrgico y los sacramentos son "cosas de los sacerdotes", la estructura misma de la Iglesia se ve comprometida. Por eso no es en absoluto casual que el Concilio Vaticano II haya querido mostrar su "índole pastoral", es decir, la posibilidad de que la sustancia de la antigua doctrina del depositum fidei pudiera encontrar nuevas formulaciones, sobre todo con una antigua y a la vez novísima concepción de la acción ritual.
----------En el momento en el cual se reconoce que el sujeto auténtico de la acción litúrgica es Cristo y la Iglesia, y que el servicio a esta acción viene prestado no sólo por uno, sino por muchos ministros, cambia la imagen de la tradición ritual. Cuando la Iglesia celebra, toma la iniciativa para perder la iniciativa. Devuelve la autoridad a su Señor. Se dispone a escuchar su palabra y a repetir las acciones de alabanza, de acción de gracias y de bendición. En la Iglesia es ministro todo bautizado que se pone al servicio del Señor y de su Iglesia. Puede tener autoridad si deja caer todo poder propio. De aquí desciende un cambio en el léxico cuya centralidad no nos cansaremos de subrayar. Incluso el Catecismo de la Iglesia Católica ha recibido de manera clarísima la diferencia decisiva entre "celebrar", que es acción común, y "presidir", que es acción reservada.
   
Segundo paso: la naturaleza de la liturgia es acción común de toda la Iglesia, que exige participación común
   
----------En pocas líneas, el Catecismo de la Iglesia Católica, que ahora citaré, expresa de modo concentrado toda la novedad: "Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra" (n.1140); "La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados" (n.1141).
----------El Concilio Vaticano II, en el texto de la constitución Sacrosanctum Concilium (de la que en diciembre celebraremos su 60° aniversario), define de modo icástico, vale decir, de modo natural, sin disfraz ni adorno, la participación en la Eucaristía con estas palabras: "id bene intelligentes per ritus et preces" (SC n.48), es decir, "comprender bien el misterio eucarístico a través de los ritos y las oraciones". Esto significa que la inteligencia de la liturgia exige a todos entrar en los ritos y en las oraciones como lenguajes de la intimidad de la relación con Cristo y con la Iglesia. La Reforma litúrgica que el Concilio ha prospectado indica esta forma (nueva) de participación como objetivo. Todos los bautizados, discípulos de Cristo, encuentran en la liturgia en su integralidad (eucaristía, sacramentos, liturgia de las horas, año litúrgico, música, arte, espacio) una mediación fontal, que no puede ser "delegada a otros", sino que debe ser asumida como lenguaje de la Iglesia, entendida por tanto como "comunidad sacerdotal" (constitución Lumen gentium n.11).
----------La participación no es sólo un derecho o un deber del individuo, sino que es un arte, un saber hacer de la persona y de la comunidad. En el momento en el cual la liturgia se convierte no sólo en tarea común, y no sólo en un derecho de cada sujeto, sino en un don compartido y personalmente precioso, cambia radicalmente la investidura de toda la asamblea en la secuencia ritual. Ya se trate de la celebración eucarística dominical, o de una celebración del matrimonio, o de un rito de exequias o de las laudes de la mañana, la secuencia de palabra y de sacramento es integralmente actuada por todos. Así, es inevitable que una larga tradición ritual, que refería la liturgia sólo al "deber del clérigo" y que por tanto había desarrollado un "arte de celebrar" que tenía sólo al sacerdote como objeto y sujeto, sea reemplazada lentamente por una nueva y más compleja competencia comunitaria sobre los diferentes lenguajes de la acción ritual.
----------Los lenguajes verbales (que no son sólo de la palabra escuchada, sino también de la palabra que es plegaria, pregunta, pedido de perdón, palabra que se hace alabanza, acción de gracias y bendición) se dejan enriquecer ahora por la gran catedral simbólica de los lenguajes no verbales (táctiles, olfativos, gustativos, icónicos, vocales, musicales, espaciales, temporales, etc.) cuya lógica corpórea y sensible es tanto menos clara y distinta cuanto más potente y eficaz. Los individuales códigos de este que podríamos llamar "bosque de símbolos" no son solamente posibilidades expresivas del individuo y de la comunidad, sino formas de la experiencia en la relación con el Dios uno y trino, con Cristo, con la filiación divina y con la fraternidad eclesial. Y precisamente los códigos no verbales saben decir e instituir esta experiencia con una profundidad y una inmediatez más fuerte que todas nuestras más palabras más elevadas.
   
Tercer paso: el corazón eucarístico de la Iglesia y el temor litúrgico
   
----------La apertura de la Iglesia al mundo y a la dimensión comunitaria, tal como fue pensada y realizada por el Concilio Vaticano II, ha encontrado en la liturgia su primera expresión completa. Podríamos decir que este destino está escrito en el ADN de las expresiones conciliares. De hecho, no debería sorprender que la constitución litúrgica tenga un título tan genérico como Sacrosanctum Concilium. En efecto, contiene un "proemio" que es inaugural no sólo para el discurso sobre la liturgia, sino para todo el acontecimiento conciliar y los otros textos del Concilio. Recordemos, pues, el texto de SC n.1, que es el "prólogo" para todo el Concilio:
----------"Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia" (Sacrosanctum Concilium n.1).
----------Aquí es evidente que la reforma (como crecimiento de vida cristiana, su actualización y adaptación, diálogo hacia la unidad de las confesiones y del género humano) es el horizonte general en cual se sitúa, de forma inaugural, la acción litúrgica de la Iglesia.
----------Ahora bien, no se trata simplemente de iniciar por la liturgia, sino de considerar el rito cristiano como el punto delicadísimo de mediación de la tradición. Recuperando una noción más profunda de liturgia y de participación, proponiendo una cuidadosa reforma de la liturgia eucarística y de todos los sacramentos, renovando la dimensión temporal del año litúrgico y del oficio de las horas, como experiencia común para todo el cuerpo eclesial, vienen puestas las bases para una recomprensión de la Iglesia y de la Palabra, de las otras confesiones y de las otras religiones. El nuevo paradigma está todo implícito en el nuevo rito.
----------Como la Reforma de la Iglesia se activa en el plano litúrgico, así la misma reforma se bloquea en el mismo plano. Precisamente durante el tiempo de pandemia que hemos vivido en años recientes, a partir de los dramáticos días de marzo de 2020 en los cuales comenzamos a tomar conciencia de la gravedad y del poder del fenómeno, hemos visto aparecer una serie de fenómenos cultuales que revelan, más allá de todo, una forma grave de incomprensión de la reforma litúrgica y de su misma razón de ser. Intentemos hacer al final una breve lista, que resuma y relance la reflexión que he tratado de proponerles.
   
Un sufrimiento litúrgico
   
----------Las categorías con las que se trató de hacer frente a la pandemia, a nivel litúrgico, no raramente han sido rudimentarias, atrasadas, a veces abiertamente no conciliares. El miedo al contagio ha reactivado, de modo singularmente explícito, el miedo a la liturgia: 1) Algunos obispos han escrito breves documentos, o largas cartas, en cuyo centro estaba el sacerdote que celebra por sí solo. 2) Las normativas sobre las celebraciones pascuales (tanto en el centro como en la periferia) no raramente han tenido como interlocutores sólo a los sacerdotes, no al pueblo de Dios, dejado en el fondo, como categoría residual. 3) La lectura del ministerio ordenado en relación con la liturgia ha sido entendida frecuentemente como "privilegio" o incluso como "exclusiva" en la acción ritual. 4) El modo mismo de afrontar las singulares normas sanitarias (además de la tentación de leerlas como una "limitación indebida de la libertad de culto") ha luchado por asumir la fuerza interna de las categorías introducidas por SC y por la reforma litúrgica.
   
El caso particular del Corpus Christi en pandemia
   
----------Del todo singular, pero también muy instructiva, ha sido la traducción de la fiesta del Corpus Domini en la condición de "presidio sanitario". Este pasaje ha sido revelador. Como era imposible realizar la procesión fuera de la Iglesia, ha debido ser adaptada la "fiesta" a la situación, introduciendo una especie de momento de adoración al final del rito de comunión, renunciando a la despedida de la asamblea. Esta solución es fruto de un malentendido. La fiesta es fiesta de comunión. En el acto institutivo de la fiesta, en 1264, el papa Urbano IV dice explícitamente que ese día "todos comulgan". Y lo piensa como remedio para la "dispersión del jueves santo". Es muy instructivo que este contenido originario, a lo largo de los siglos, se haya transformado en un primado de la adoración sobre la comunión. Desde este punto de vista, la pandemia ha favorecido, incluso más de lo habitual y por motivos prácticos, este primado de la estasis sobre la dinámica, que sin embargo no está ni en los hilos originarios de la fiesta, ni en la relectura de la experiencia eucarística promovida por la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. La fiesta ha nacido para que todos comulgaran. Y nosotros la hemos transformado en un momento de adoración y no somos capaces ya de descubrir cómo la comunión sea, de por sí, plenitud de adoración y de acción de gracias.
   
La relación entre reforma litúrgica y reforma de la Iglesia
   
----------Es completamente evidente, por otra parte, la correlación entre el replanteamiento de las formas rituales, y las formas eclesiales y ministeriales a renovar. Una interpretación "tridentina" de la Eucaristía siempre vuelve a ser cómoda cuando no se quiere cambiar ni un ápice la estructura del ministerio ordenado y de las formas disciplinarias de la vida eclesial (como, por ejemplo, la parroquia). Basta desvincular el valor originariamente comunitario de la Eucaristía, y degradarla a "acción del sacerdote", para obtener, de un solo golpe, un doble resultado. Nada cambia en el ministerio del sacerdote y nada cambia en la organización de la parroquia. Pero el presupuesto de esta inmovilidad es la sordera hacia el Concilio y hacia la Reforma litúrgica. Estos acontecimientos, cuyo legado corresponde a todos valorizar, han cambiado profundamente las cosas, pues han releído y reinterpretado la figura del sacerdote, ayudándonos a comprender la diferencia entre aquel que celebra y aquel que preside. Esta diferencia es todavía bastante desconocida.
   
Celebrar y presidir
   
----------Alguien me ha dicho: "pero al decir esto, tú niegas que la Misa sea válida aunque sólo la celebre el sacerdote". Y yo respondo: No. No niego en absoluto que sea válida la Misa celebrada por un sacerdote solo. Pero sé dos cosas. Que su validez no impide que sea "ilícita", porque la normativa sobre la Misa dispone o prevé imperativamente que haya al menos un ministrante además del sacerdote. Y esto es ya una señal importante.
----------Pero luego hay un segundo punto, aún más importante. La misa celebrada por un sacerdote solo es ciertamente válida, pero es "sólo válida". Si su valor viene pensado como el conjunto de todas las palabras y de todos los lenguajes, en una comunidad rica y articulada, una Misa válida es sólo válida. Le falta toda aquella gratuidad de la cual tiene necesidad de modo vital, para ser plenamente ella misma.
----------Por eso es justo hablar del sacerdote como aquel que preside un acto en el cual es toda la Iglesia la que celebra. Y es toda la Iglesia la que está llamada, en relación con el pan y el vino como cuerpo y sangre de Cristo, a convertirse ella misma en ese cuerpo y esa sangre. El acto nunca se cierra en el círculo estrecho y vicioso entre sacerdote y la materia, mediado por la "fórmula", sino en el círculo amplio y virtuoso que se instituye entre comunidad, ministros, presidencia, liturgia de la palabra y liturgia eucarística.
   
El malentendido sobre la liturgia y el bloqueo de la reforma de la Iglesia
   
----------Es evidente que, si todo esto no está claro, si todavía hay sacerdotes, e incluso algunos Obispos y Cardenales, que tienen temor al Concilio Vaticano II y a la Reforma litúrgica, y siguen hablando de modo unilateral del "poder del sacerdote de hacer presente al Señor bajo las especies del pan y del vino" (como si se tratara de un acto solitario y de una peculiaridad personal y no eclesial y comunitaria), entonces no hay razones ni para promover la reforma litúrgica, ni para encontrar una respuesta a ella en la reforma de la Iglesia. Una ministerialidad bloqueada y estéril depende de una visión de la omnipotencia del sacerdote, que hace todo lo esencial por sí mismo, diríamos "de por sí". Y la parroquia (o la diócesis) viene pensada a imagen y semejanza de este modelo de sacramento y de sacerdote.
----------Por otra parte, todos saben bien que, si de verdad se asume plenamente la Iglesia eucarística que el Concilio Vaticano II y la Reforma litúrgica han diseñado también para siempre, entonces es necesario emprender un gran replanteamiento de las formas ministeriales y de las instituciones en las cuales estas formas se expresan. El equívoco o malentendido que pesa sobre toda esta materia es, al fin de cuentas, un malentendido litúrgico, el cual, providencialmente, ha sido inicialmente solucionado con la disposición de disciplina litúrgica imperada por el motu proprio Traditionis custodes. Sin embargo, sabemos que aún llevará tiempo para vencer obstinadas resistencias y apegos incluso a los más evidentes malentendidos.
----------Mientras se mantenía, aunque bajo ciertas condiciones, una forma dual del Rito romano, siempre existía la posibilidad de pensar que la Reforma de la Liturgia, como la Reforma de la Iglesia, era sólo un optional. Y así, entre 2007 y 2021, existía la posibilidad de pensar que la vida eclesial podía garantizarse con una sustancial continuidad sin ningún esfuerzo, por pura administración, sin verdaderas discontinuidades.
----------Y durante catorce años hasta podíamos engañarnos a nosotros mismos de anunciar la "conversión misionera de la parroquia" citando sólo artículos del Código de Derecho Canónico. Y engañarnos de que el discurso sobre los ministros se podía limitar a "aquel que preside". Pero lo cierto es que tenemos necesidad de presidencias que ayuden a comprender que la Iglesia tiene necesidad de una ministerialidad articulada, masculina y femenina, ministerialidad articulada de la cual ya no podemos privarnos, no solo en los bosques de la Amazonía, ¡sino también en las calles de Los Ángeles, Madrid, Nápoles, Buenos Aires o Mendoza!
----------Sin embargo, si escuchamos de veras las palabras del Concilio Vaticano II, así como el papa Francisco ha sabido traducirlas en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, encontramos una advertencia que es una especie de síntesis a la que recurrimos para ir poniendo punto final al tema: "Ya no nos sirve una simple administración" (EG n.25) dice el Santo Padre.
----------Para garantizarnos un futuro de "simple administración" -y vencer así el miedo a una liturgia que tiene a la Iglesia entera como sujeto- es suficiente promover -incluso inconscientemente- una definición tridentina de la Eucaristía. Que sólo el sacerdote -y el sacerdote solo- puede "celebrar" y "administrar" la liturgia. En ese imaginario -tan fácil, cómodo y casi descontado, obvio- radica el defecto a superar, desde hace ya sesenta años. La pandemia que hemos vivido años atrás lo ha puesto en relieve con letras destacadas, casi nos lo ha refregado en la cara. Ahora lo conocemos mejor y podemos superarlo con una determinación más clara. ¡Para poder decir todavía "creo" de modo auténtico, es necesario convertir al clericalismo en un objeto sobre el cual no sólo decir, sino gritar, "renuncio"! No es fácil. Pero no hay alternativas.

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