domingo, 11 de junio de 2023

La fiesta del Corpus Christi y sus resonancias (2/3)

Si bien lo pensamos, la liturgia que hemos tenido que vivir hace tres años, en el momento más duro del "confinamiento" en pandemia, revela cosas curiosas. Resultaba ciertamente paradójico que un gran número de luces y sombras aparecieran con mayor claridad gracias al "presidio sanitario", que revelaba los pensamientos secretos de nuestro corazón. ¡Gracias a las mascarillas sanitarias estábamos más desnudos! Pero aquella desnudez de los barbijos no nos hacía mal, sino que tenía la posibilidad de hacernos crecer, incluso llevándonos a redescubrir las verdaderas intenciones con las que la tradición litúrgica de la Iglesia nos dirige y nos conduce. Pero a condición de que escucháramos en verdad su palabra sorprendente y su necesidad de calarse en la acción ritual común, sin dar crédito solamente a nuestros hábitos más arraigados, del "porque siempre se hizo así", sin dar gratuito crédito incluso a los que nos parecen los hábitos más devotos. [En la imagen: fragmento de "Procesión del Santísimo Sacramento", óleo sobre lienzo, de 1628, obra de Guido Cagnacci, conservada y expuesta en el Museo de Saludecio y del Beato Amato, Rimini, Italia].

Corpus Christi y celebración eucarística: los dos registros a recalibrar
   
----------Así como en la primera parte de este ensayo sobre la fiesta del Corpus Christi comenzaba haciendo pie en aquella desafortunada homilia del diácono permanente, que había que tenido que sufrir un amigo mío, hoy quiero partir desde otra base tomada de la realidad: la celebración del Corpus Domini de 2020, durante la pandemia. La celebración del Corpus aquel año, en condición de confinamiento o "presidio sanitario", creo que nos sorprendió a todos los católicos, y nos dió que pensar, más que de lo acostumbrado.
----------Quizá precisamente porque fuimos "confinados" a un régimen de acciones y de renuncias, supervisado por el Estado, hemos visto con singular evidencia los pliegues y las luces, las sombras y las consolaciones de la tradición litúrgica. En particular, la condición excepcional de aquel año hizo emerger, en la trama profunda de la fiesta del Corpus, una serie de equívocos y de "bloqueos" sobre los cuales debemos detenernos a reflexionar si es que todavía no lo hemos hecho, y hacerlo con la suficiente serena atención y previsión. Conviene pensar en esta temática teniendo en mano el texto de la bula Transiturus de hoc mundo, que hace ocho siglos, instituyó esta fiesta en el tejido litúrgico de las celebraciones eclesiales.
   
El Triduo pascual a la antigua
   
----------En la bula Transiturus con la que el papa Urbano IV en 1264 instituyó la fiesta del Corpus Domini, situándola en el primer jueves después de la octava de Pentecostés, una de sus motivaciones, que ciertamente puede sorprender si se relee hoy, es que el día en que la Iglesia celebra la institución de la Sacratísima Eucaristía, es decir, el comienzo del Triduo Pascual con la misa "in coena Domini", se debía por entonces (¡pleno siglo XIII!) constatar una distracción de la Eucaristía a causa de los ritos pascuales. El texto antiguo dice palabras que nos golpean mucho, y nos despiertan: "En efecto, el día de la misa in Coena Domini, el Jueves Santo, día en que Cristo instituyó este Sacramento, la Iglesia universal, ocupada en la confesión de los fieles, en la bendición del crisma, en el cumplimiento del mandato del lavatorio de los pies y en otras muchas sagradas ceremonias, no puede atender de lleno a la celebración de este gran sacramento".
----------Curiosa observación, que nos viene de un pasado muy cargado de fe y de devoción, donde, sin embargo, las "ceremonias" pascuales marginaban, con su urgencia y su articulación, la centralidad de la Eucaristía. La recuperación de esta centralidad, tras las reformas iniciadas con el papa Pío XII, debe conducirnos a una interpretación menos exclusiva del Corpus Christi en el ámbito de la experiencia eucarística. Dado que tanto la misa cotidiana como la misa in Coena Domini han cambiado, también la fiesta del Corpus Domini adquiere un significado diferente, diría que menos exclusivo. Sabido es que la tradición litúrgica reelabora sus contenidos, a través de una delicada recalibración de los equilibrios entre sus partes.
   
La lógica de la "misa válida" no basta
   
----------Un segundo punto calificativo de la fiesta del Corpus Christi es precisamente su contenido eucarístico. El hacerse cuerpo del Señor en medio de los suyos indica una sobreabundancia del don. El don se identifica con su dador, como dice la bula Transiturus: "¡Singular y admirable liberalidad, en la que el donador viene a nuestra casa, y el don y el que da son la misma cosa!".
----------Esto debe hacernos pensar en las categorías minimalistas con las cuales muchas veces nos referimos a la Eucaristía y a su insuficiencia. La fiesta del Corpus Christi también puede ayudarnos a comprender mejor el malestar que vivimos durante la fase más dura de la pandemia, el 2020, cuando, debido al "confinamiento civil", ha sido repetida la idea de que la Misa podía prescindir del pueblo que celebra. Y una vez más se utilizaron las categorías minimalistas de la "misa válida" y la "misa sin pueblo".
----------Curiosamente, también la misa "in coena Domini" del Jueves Santo, ha sufrido esta relectura o reinterpretación minimalista. Precisamente en la celebración de la fiesta del Corpus Christi queda claro que no se trata en absoluto de impugnar estas categorías, sino de reconocerlas como categorías residuales. Dicho con otras palabras, reconocer la Misa "válida" significa captarla en una lógica mínima, completamente excepcional, que no alcanza a decirnos toda la verdad. Una misa, si sólo es "válida", entonces no es plenamente ella misma. Una Misa es misa si es más que válida. Esto es evidentísimo en el corazón de la fiesta del Corpus Christi. En efecto, la fiesta del Corpus Domini es una solemne superación ante litteram de la categoría de "misa válida", porque en la misa válida puede hacer la comunión sólo el sacerdote, mientras que en la misa del Corpus Domini está en su centro la comunión de todo el pueblo.
----------Aquí pueden venir en nuestra ayuda categorías clásicas y preciosas, como aquellas que identifican las llamadas "acciones supererogatorias", acciones que no están mandadas, no están prescriptas, ni prohibidas, ni permitidas, pero que cualifican a quien las realiza en términos de plenitud y de cumplimiento. La fiesta del Corpus Christi, en su originalidad, y depurada del contenido apologético que también la ha caracterizado en su origen, nos habla de esta gratuidad del don de sí, que el Hijo de Dios ha abierto a la experiencia de todo hombre y de toda mujer, en Su cuerpo y en el cuerpo de ellos.
   
La relación entre celebración y adoración
   
----------Un tercer aspecto, estrechamente relacionado con los dos primeros, se refiere en modo particular a la relación entre celebración y adoración: "Dedit igitur se nobis Salvator in pabulum" dice la bula, es decir, "Se ha dado, pues, el Salvador como alimento", y así orienta la fiesta hacia una solemne comunión de todo el pueblo. Se trata de recibir el sacramento, de entrar en la lógica del cuerpo del Señor, de hacer cuerpo con Él. La recepción de la Bula, a lo largo de los siglos, ha desplazado en parte el acento de la comunión a la adoración, hasta el punto de que, si la lectura litúrgica de la fiesta procede con las categorías minimalistas de las cuales he hablado antes, es inevitable que se busque el surplus o excedente o significado extra, de la Eucaristía en una adoración estática más que en la dinámica de la acción.
----------Si la comunión es una ceremonia externa, que es "ad validitatem" sólo para el sacerdote, pero no para el pueblo, sólo la adoración es verdaderamente espiritual. Y este desagradable malestar persiste también hoy, hasta el punto de que en la fiesta del Corpus Christi de aquel 2020, tal como podía ser vista en miles de transmisiones por Youtube, en condición de "confinamiento civil", asistíamos a una sorprendente superposición del rito de comunión y devoción de adoración, como si fueran cosas diferentes, hasta el punto de que, apenas terminado el rito de comunión, que es precisamente el punto más alto de la adoración eucarística, y tal vez a causa de la imposibilidad de una procesión en razón del "presidio sanitario", se procedió a un momento de adoración, que muchas veces reemplazó al rito de despedida de la misa. En efecto, parece que las "normas" preveían precisamente un rito de comunión que se concluía con una devoción de adoración. Aquí es evidente que se superponen dos registros muy diferentes y no del todo armónicos.
   
Dos registros a recalibrar
   
----------Intentemos poner orden entre los dos registros. Donde tiene lugar el rito de comunión, eso es el acto de más alta adoración, acción de gracias, alabanza y bendición. Una bendición eucarística y una acción de gracias adorante añadidas al rito de comunión son simplemente una interferencia entre registros diferentes. Esto no ocurre solo el día del Corpus Christi. También suele ocurrir el 31 de diciembre, cuando la bendición eucarística con el Te Deum sigue a la Misa de vigilia. Lo que es justificable como "conclusión de las Vísperas", no es plausible al final de la celebración eucarística. No se trata de ceremonias fungibles a las que "enganchar", a cualquier precio, el elemento cualificante de la bendición eucarística.
----------La histórica tradición litúrgica y devocional de procesión externa a la Iglesia se refiere a una experiencia diferente de la celebración eucaristía eclesial. Más bien tiene que ver con el mundo, con la lógica eucarística de lo secular, con la apologética, con la relación "extra moenia", vale decir, extra muros. Pero lo que puede estar justificado "ad extra" no es inmediatamente traducible "ad intra".
----------Eventualmente después de la despedida se puede dar una, digámoslo así, "prolongación adorante", pero esto no debería suceder dentro de la secuencia ritual. Aquí, en mi opinión, las normativas que muchas diócesis a veces han adoptado parecen poco claras. Cito una, a modo de ejemplo, que retoma el canon común, como se ha seguido en muchas diócesis y parroquias: 
----------"Después de la distribución de la comunión, se repone la Eucaristía en el tabernáculo y se expone la hostia consagrada en la custodia, mientras se interpreta un canto eucarístico; o bien, si no se usa la custodia, se deja sobre el altar la píxide cerrada con la tapa. Si se usa el incienso, se infunde el incienso en el incensario y se inciensa la Eucaristía. Luego el que preside va a la sede y reza la oración después de la comunión. Luego se puede proseguir con un tiempo de adoración eucarística".
----------Una praxis así articulada pierde una evidencia central también para la bula Transiturus: el centro de la relación con Cristo es "suscipere sacramentum". En normativas así concebidas continúan teniendo influencia aquellas teorías y prácticas del uso del sacramento que equiparan visión y manducación, convirtiendo a la primera en una versión alternativa de la segunda, a menudo pensada como "más espiritual".
----------Ahora bien, la Misa se realiza y se cumple acabadamente con la comunión, que es la forma más alta de la adoración. Subsecuentemente a ella, una vez concluida la celebración eucarística y disuelta la asamblea, es muy posible hacer procesiones o detenerse en adoración. Pero si este gesto se realiza dentro de la celebración, se alteran los equilibrios internos de la secuencia ritual y se corre el riesgo de reducir la comunión a una ceremonia externa menos intensa que la adoración.
----------Cuando sucedían precisamente estas cosas el día del Corpus Christi en el momento más duro de la pandemia de aquel 2020, para mí era inevitable preguntarme: ¿cómo iban a hacer aquellos sacerdotes, que cometían esas superposiciones y confusiones, para poder volver a celebrar las misas dominicales y cotidianas, con toda la riqueza de las que son generosos custodios?
----------Resultaba ciertamente paradójico que todas esas luces y sombras aparecieran con mayor claridad gracias al "confinamiento" o "presidio sanitario" debido a la pandemia, que revelaba los pensamientos secretos de nuestro corazón. ¡Gracias a las mascarillas sanitarias estábamos más desnudos! Pero aquella desnudez de los barbijos no nos hacía mal, sino que tenía la posibilidad de hacernos crecer, incluso llevándonos a redescubrir las verdaderas intenciones con las que la tradición litúrgica de la Iglesia nos dirige y nos conduce. Pero... a condición que escucháramos en verdad su palabra sorprendente y su necesidad de calarse en la acción ritual común, sin dar crédito solamente a nuestros hábitos más arraigados, del "porque siempre se hizo así", sin dar gratuito crédito incluso a los que nos parecen los hábitos más devotos.

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