lunes, 19 de junio de 2023

¿Pero qué "paz litúrgica"? (4/5)

La verdadera paz litúrgica sólo se comprende y se vive, si se comprende y se vive la reconciliación litúrgica que ha venido buscando desde hace dos siglos el Movimiento litúrgico, y que el Concilio Vaticano II ha propuesto y ha instituido en el cuerpo de la Iglesia mediante la Reforma litúrgica. [En la imagen: fragmento de "La Cena de Emmaus", óleo sobre lienzo de alrededor de 1601, obra de Caravaggio, pintura conservada y expuesta en la National Gallery, Westminster, London, Inglaterra].

La "paz litúrgica" luego de superar el estado de excepción
   
----------Como bien lo sabemos, de una crisis, por grave que pueda llegar a ser, se pueden sacar cosas buenas, si la crisis es vivida con sabiduría: éste es el sentido más auténtico de lo que llamamos tradición litúrgica o ritual. También la ocasión de una gravísima crisis pandémica, como la que vivimos durante tres años recientemente, crisis que abrió una reflexión común y colectiva sobre el llamado "estado de excepción civil", nos ha permitido leer con mayor lucidez ese diferente "estado de excepción" que vivía la Iglesia católica de rito romano durante catorce años, desde 2007 a 2021, sufriendo no pocas penurias internas y externas.
----------Para comprender la cuestión que venimos tratando en esta serie de notas, aprovechando la condición excepcional de la que hemos sido contemporáneos hasta el año pasado, es necesario partir desde lejos. Es decir, de la reconciliación litúrgica que el Movimiento litúrgico y el Concilio Vaticano II han propuesto y han instituido ("irreversiblemente" dice el papa Francisco) en el cuerpo de la Iglesia católica. Un agudo y certero repensamiento y replanteamiento del acto de reconciliación iniciado formalmente hace sesenta años, con la promulgación en 1963 de la constitución Sacrosanctum Concilium, es la condición para no soslayar esa paz que aún hoy se nos pide, con una nueva urgencia que se impone.
   
Dos siglos de reconciliación litúrgica
   
----------Bajo el impulso del trabajo de casi dos siglos, iniciado en la primera mitad del siglo XIX por Antonio Rosmini [1797-1855] y Prosper Guéranger [1805-1875], trabajo nutrido por el pensamiento de profetas, como Maurice Festugière [1870-1950], Lambert Beauduin [1873-1960], Romano Guardini [1885-1968], y Odo Casel [1886-1948], y de experimentaciones pastorales (como las de Klosterneuburg, Leipzig, Montcésar, Rothenfels) la cuestión litúrgica alcanza con el Concilio Vaticano II un punto de inflexión decisivo e irreversible. La tarea de una reconciliación litúrgica está en el corazón del Concilio Vaticano II y constituye uno de sus logros decisivos, una de sus adquisiciones radicales y orientadoras para toda la labor conciliar y postconciliar.
----------Para que podamos entendernos con seguridad, podríamos expresarlo con las siguientes palabras: al haber constatado la incapacidad litúrgica o minusvalía ritual de la Iglesia católica, esclarecida por el camino de reflexión realizado por el Movimiento litúrgico, que había identificado la "crisis litúrgica" de la tradición ritual como una cuestión ineludible, el Concilio Vaticano II se propone "remediar" esta crisis, la cual es por lo menos un siglo y medio anterior al Concilio Vaticano II, y se propone remediarla a través de una adecuada reforma de la tradición ritual y de la formación en la tradición ritual.
----------Lo que los católicos de nuestro tiempo hemos recibido del Concilio Vaticano II, es decir, una "reforma del rito romano", no es el surgimiento del problema (como nos quieren hacer creer los actuales supervivientes grupúsculos pasadistas), no es un problema al que se pueda responder con la "rehabilitación del rito preconciliar" (como intentaban hacernos creer los que instrumentalizaban durante catorce años el motu proprio Summorum pontificum para sus proyectos anti-conciliares), sino que lo que hemos recibido en la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II es precisamente la reconciliación de la cual la tradición litúrgica tenía necesidad desde hacía siglo y medio antes del Concilio, y de la cual continúa teniendo necesidad. Por eso, la aparente "solución" intentada por el papa Benedicto XVI a través del motu proprio Summorum pontificum resultaba en sí misma contradictoria (teológicamente y jurídicamente) y debía ser cuanto antes dejada de lado, porque partía de un análisis distorsionado de la historia de los últimos 200 años.
----------Los actuales pasadistas (sean o no sean herederos de los viejos errores del obispo Marcel Lefebvre, tan obvios que hoy se destruyen por su propio peso), pasadistas que hoy piden una "paz litúrgica" que nazca de un alardeado "derecho" a poder celebrar un rito que ya no está vigente pues ellos consideran "protestántico" al rito hoy vigente en la Iglesia romana, pasadistas que piden una "paz litúrgica" que tenga misericordia de ellos y se les reconzca el "derecho" de rechazar como heréticos el Concilio Vaticano II y el magisterio de los Papas del Concilio y del post-concilio, son aquellos mismos que no se dan cuenta que la verdadera paz litúrgica nace de esa reconciliación litúrgica buscada desde hace dos siglos, reconciliación cuyas firmes raíces han sido puestas hace ya sesenta años por la constitución Sacrosanctum Concilium.
   
De la dialéctica entre "dos formas" a la polaridad entre "verbal-no verbal"
   
----------Una vez que hemos recuperado ese concepto originario de reconciliación litúrgica (cuya necesidad ha sido bien identificada desde hace dos siglos) y superada la ilusión de una solución mediante "formas rituales paralelas", debemos preguntarnos: ¿qué representa por tanto la reconciliación litúrgica operada por el motu proprio Traditionis custodes, si no puede ni debe ser una "reforma de la reforma", ni un "nuevo movimiento litúrgico"? Para responder a esta pregunta habrá seguramente especialistas en teología litúrgica y pastoral litúrgica que lo puedan hacer mejor que yo, pero para intentar satisfacer al requerimiento del lector que ha tenido la amabilidad de seguir mis textos hasta aquí, me animo a sugerir, a modo de opinión, lo que considero razonable. Creo que las características fundamentales de la reconciliación litúrgica obrada por Traditionis custodes pueden ser presentadas sintéticamente de la siguiente manera:
----------1. La reconciliación litúrgica, si no quiere desmentir y negar al Concilio Vaticano II, implica un trabajo común sobre una sola mesa: el rito romano tiene una única forma vigente, la que ha surgido de la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II. No puede haber ninguna reconciliación litúrgica sin escuchar fielmente la voz del Vaticano II: no se puede hacer la paz ni contra Concilium ni praeter Concilium.
----------2. La reunificación de la forma, con la superación de cualquier paralelismo generalizado de usos entre sí no coherentes, permite trabajar sobre la misma forma pero a diferentes niveles: en efecto, se debe valorizar la reforma litúrgica no sólo a nivel verbal, sino también a nivel no verbal. Activar todos los lenguajes de la celebración es, en efecto, una nueva definición del ars celebrandi según la definición de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, de Benedicto XVI, que en el n.40 lo determina así: "atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos". Y es en este punto que el Novus Ordo Missae puede ser reconciliado con la tradición litúrgica que ha recibido y que ahora transmite fielmente y creativamente.
----------3. El vetus ordo (cuya última manifestación ha sido el Misal de 1962, obra de san Juan XXIII), en el plano del lenguaje verbal, había dejado de entenderse desde hacía ya siglos: por eso ha sabido dar mayor valor, diríamos casi por necesidad, al registro no verbal. Esta condición debe convertirse en una luz para trabajar sobre el Novus Ordo Missae (y en realidad, no sólo sobre el rito de la Misa, sino también sobre el ritual de los sacramentos y la liturgia de las horas). Es el uso del Novus Ordo Missae lo que se convierte en el terreno de trabajo sobre el cual la Iglesia puede verdaderamente recibir e incorporar, integralmente y plenariamente, toda la tradición litúrgica del rito romano (la tradición sana, no la enferma) en una única forma vinculante para todos, pero valorizada en los diferentes niveles de su expresión multimedial: palabra y canto, espacio y tiempo, silencio y movimiento, tacto y olfato, son "órganos" y "códigos" de experiencia y de expresión del rito romano, en una forma única, pero no unívoca ni monotona.
   
Algunas perspectivas
   
----------En conclusión, las tareas que, a mi parecer, se abren ante la Iglesia católica en un futuro próximo, en vista de un progreso en la reconciliación litúrgica inaugurada por el Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium y restablecida en su normalidad u ordinariedad por la carta apostólica Traditionis custodes, pueden ser identificadas en los tres diferentes pasos siguientes:
----------1. El primer paso es institucional y sistemático. La experiencia de la doble forma paralela del mismo rito romano ha demostrado ser frágil y abstracta desde el punto de vista teórico, peligrosa e inmanejable desde el punto de vista práctico. Por lo cual ha quedado oficialmente superada, saliendo del "estado de excepción" que ella había determinado durante catorce años (2007-2021) tanto en las competencias sobre la liturgia (que ahora han sido restablecidas integralmente a los Obispos y al Dicasterio para el Culto Divino), como en la unificación de la forma ritual para todo el cuerpo eclesial de rito romano, que no podía ni puede soportar un paralelismo generalizado de usos entre sí contradictorios.
----------2. El segundo paso es eclesial y pastoral. Sigue siendo fuerte la exigencia o necesidad de una reconciliación litúrgica, que retome el proyecto del Concilio Vaticano II y lo realice de modo pleno, equilibrado y profético, para "acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana" (Sacrosanctum Concilium n.1). Tal crecimiento debe reflexionar críticamente sobre la forma con la cual la Reforma ha sido realizada, recibida y pensada, para llevar a la práctica más radicalmente sus implicaciones verbales y no verbales, corporales y simbólicas, dinámicas y eclesiales. Restituir al rito la palabra implica una conversión que da paz.
----------3. El tercer paso es simbólico-litúrgico. La competencia entre "formas paralelas", que no generaba paz sino discordia, debe ser sustituida por una lúcida correlación entre "forma verbal" y "forma ritual", en cuya integración la sabiduría eclesial debe ser capaz de predisponer instrumentos teóricos nuevos y buenas prácticas comunes, para que la única forma del rito romano, en sí misma indivisa y concorde o armónica, pueda brillar con noble simplicidad "per ritus et preces" (SC n.48), mediante la participación activa de todo fiel bautizado en la única acción del culto común, que edifica el cuerpo eclesial.
----------La feliz convergencia entre las prioridades planteadas hoy con nueva claridad por las directivas pastorales del Santo Padre y las atenciones suscitadas por el magisterio de los Papas desde mediados del siglo pasado, confirma la maduración de la conciencia eclesial, que ahora puede abrirse a una fase nueva en la recepción del Concilio Vaticano II en su diseño de traducción de la tradición. Porque los ritos y las oraciones aseguran al cuerpo eclesial una eficaz inteligencia litúrgica del misterio.

9 comentarios:

  1. Muy interesante la serie de artículos.
    Sin embargo hay un hecho que me parece que fue pasado por alto.
    La reforma litúrgica fue un fracaso. Y no solamente por los abusos, sino porque fue llevada adelante por personas que no amaban la liturgia. Una creación ex novo que no respetó ni siquiera el canon romano e incorporó al rito romano plegarias totalmente ajenas a él.
    Por eso surgen los grupos de jóvenes que prefieren la Misa tradicional. O sea, lo que sucede es que no son viejos sacerdotes o fieles los interesados sino jóvenes.
    El número no es significativo, será el 1% de los católicos. Pero es un número que hace ruido. En países como Francia no se animan a dejarlos de lado. Por eso muchos obispos que no tienen un interés personal en la materia, lo tienen porque vieron la peregrinación a Chartres. Ellos no son capaces de convocar a una iniciativa similar.
    En Argentina discutimos si García Cuerva es peronista y estamos contentos con la Misas villeras en Luján y discutiendo si viene de visita o no el Papa Francisco después de las elecciones.

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    1. Estimado Anselmo,
      usted menciona una serie de supuestos "hechos".
      Su parecer es que la reforma litúrgica ha sido un fracaso; da su opinión acerca de quienes trabajaron en los nuevos textos, repite los mismos argumentos que esgrimían los extremos conservadores de hace sesenta años, mil veces refutados (por los Papas); sigue hablando de misa "tradicional" de modo incorrecto refiriendo ese apelativo exclusivamente a un rito que ya no está en vigor; habla de jóvenes y de viejos, ambos grupos (arriesgo a suponer, nostálgicos del pasado); habla de su "ruido"; de lo que sucede según usted en Francia (desconozco); habla de grupos en peregrinaciones (también desconozco); de Obispos argentinos y de peronistas (sobre los que desconozco, pero que usted dice que se opina sobre ellos), en fin... Se trata de supuestos "hechos", sobre los que usted opina a su gusto y placer. Se trata de los que "usted ve" como "hechos": todo un caldo confuso de cosas que realmente no comprendo ni es de mi competencia comprender, porque me parece que están en su mente, y mi tarea aquí no es ni la de director espiritual, ni la de psicólogo.
      En definitiva, los hechos que usted enumera podrían muy bien formar parte de una historia de espionaje. Eso hasta lo puede hacer un periodista de nuestros días (acaso con poco sentido de la responsabilidad profesional).
      Pero mi intención en este blog no es hacer periodismo, y menos periodismo de burbuja, vale decir, sesgado, ideológico. No hago periodismo. Trato de hacer teología.
      Hay que distinguir claramente entre la profesión de periodista y la de teólogo. El periodista puede revelar cosas secretas, puede denunciar injusticias, puede construir conspiraciones. Pero tiene que aceptar que la realidad existe. El teólogo se ocupa de ella, o al menos trata de ocuparse de la realidad.
      Me refiero a la realidad del misterio de la Iglesia, realidad humana y divina, la cual tiene su "fons et culmen" en la Liturgia. O como lo decía san Juan Pablo II: "Ecclesia de Eucharistia".
      Para decirlo en otros términos: la cuestión seria y grave, que hoy también está siendo abordada por el Dicasterio del Culto es hacer posible la "traducción" en la Iglesia. La Reforma de la Iglesia, de la cual forma parte la Reforma Litúrgica que ha sido autoritativamente propuesta por el Concilio Vaticano II y por los Papas del Concilio y post-concilio es un "giro pastoral" para "traducir" la Iglesia y hacerla inteligible a nuestro tiempo.
      En mi trabajo, ahora en este blog, pero también desde hace cuatro décadas en ámbitos académicos, he planteado abiertamente una cuestión que puede y debe ser discutida al aire libre, en las aulas, en las cátedras, en las revistas y libros católicos. Siempre he hecho así. Nunca he aprendido y nunca aprenderé el oficio de "pez en un barril". Desde el inicio de este siglo (yo diría desde la V instrucción sobre liturgia, Liturgiam authenticam) se han venido proponiendo documentos litúrgicos que son teológica y pastoralmente incorrectos e insostenibles. Summorum pontificum es uno de ellos.
      Si usted quiere confrontar ideas sobre teología o sobre fundamentos teológicos de la liturgia, o sobre los fundamentos teológicos de la actual disciplina litúrgica, me encontrará siempre dispuesto, al pie del cañón.

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    2. Sus intenciones son claras y manifiestas.
      Puede no estar de acuerdo con lo que digo y puede también desconocerlo. Por supuesto que puede no darle ninguna relevancia.
      Sin embargo los hechos que narro no están en mi mente. Basta un poco de youtube para conocerlos. Que luego yo haga una lectura mía, es otro tema.

      En liturgia hay diversas cuestiones. Por ejemplo, no hay mucha teología para hacer sobre si recitar un versículo del salmo 50 o algunos del salmo 25 al lavarse las manos. Son elecciones rituales.
      Incluso tampoco la hay sobre la comunión en la boca o en la mano. El problema de una u otra -con toda la simbología que se le quiera poner a ambas formas- es modal. Tiene más que ver en cómo se da ese hecho que en el hecho en sí.

      Sobre otros aspectos ciertamente que sí la hay.
      Pero en liturgia, visto que estamos hablando del culto público de la Iglesia, se trata de acentuar más uno u otro aspecto teológico.
      Por ese motivo durante el Concilio se celebraron los distintos ritos de la Iglesia. Y en los últimos años incluso Juan Pablo II celebró ritos distintos al romano en la basílica de San Pedro.
      Ese acentuar uno u otro aspecto tiene ciertamente un fundamento teológico. Pero tiene un aspecto litúrgico que debe expresar ese fundamento teológico y eso es lo que generalmente se discute. Si refleja de mejor modo o no el fundamento teológico que lo impulsa.

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    3. Estimado Anselmo,
      usted insiste en los presupuestos de su primer comentario. Pues bien, entonces, se ve claro que el problema es su subjetividad y lo que usted considera "hechos".
      Afirma haber entendido que mis intenciones en el blog son claras y manifiestas. Sin embargo no es así, porque de inmediato opone a su postura lo que usted considera que es mi subjetividad, y afirma que yo desconozco sus "hechos" o que no les doy importancia, y me sugiere que... ¡vaya a youtube para conocer la realidad! ¿Advierte usted el valor de lo que está diciendo?
      El problema es que está encerrado en su subjetividad: ¿qué relación e impacto puede tener en la Fe de la Iglesia el "hecho" de que algún grupo de nostálgicos sigan obstinados en querer celebrar según ritos hoy no vigentes? Es más o menos lo mismo que preguntarse qué impacto puede tener en la Fe de la Iglesia que 30 ó 40 mil personas se reúnan para ver correr a 22 hombres tras una pelota, o llevando banderas con alegorías medievales hacia Chartres nostalgiosos de un un pasado que no volverá. En ambos casos, se trata de eventos motivados por razones humanas (más allá de la subjetividad de sus protagonistas), que podrá tener un sentido humano o que ellos en su subjetividad piensan estar movidos por fuerzas sobrehumanas o sobrenaturales (en Argentina endiosaron a Maradona o a Messi). Los peregrinos están movidos por su nostalgia, y los fanáticos del fútbol por su pasión deportiva.
      Alguna vez, es bueno decirlo, alguien deberá reflexionar seriamente sobre el tema de la nostalgia y sus desbordes patológicos.
      Le reitero entonces: el teólogo se refiere a la realidad del Misterio de Fe tal y como lo ha trasmitido (traditio) la Iglesia en su Magisterio, y sobre ese Misterio trata de desarrollar una inteligencia o comprensión, aplicando su razón iluminada por la gracia. La realidad (el hecho) recibida por el teólogo no es realidad mental o subjetiva, viene recibida de la Iglesia, a través de su Magisterio.
      Ahora bien, esa teología de la Fe que va haciendo la Iglesia en su conjunto (sobre todo a nivel de teólogos) puede llegar un momento en que es formulada autoritativamente por el Magisterio de la Iglesia, con lo cual pasa a tener el carácter de doctrina magisterial (ya no es teología, sino doctrina), o incluso puede alcanzar el grado de dogma definido, pero siempre con carácter de inequivocabilidad y definitividad, cuando es formulada por el Magisterio (aunque no se trate de dogma).
      Por eso usted también se equivoca en la segunda parte de su comentario, cuando dice que la liturgia expresa un fundamento "teológico".

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    4. Dejo constancia que jamás me refería a su subjetividad y menos aún como si fuera un problema.
      No soy yo quien afirmé que usted no conociera esos hechos, es usted quien lo afirmó diciendo que los desconoce. Menos aún lo mandé a youtube. Le dije, vista su negación, dónde (entre otros medios) podría corroborarlos.
      El hecho que La Croix haya dado lugar a hablar sobre esa peregrinación es todo un signo, aunque usted lo considere insignificante. Ahí sí lo invito a la lectura.
      Los juicios que usted emite sobre esos peregrinos corren por cuenta suya. De todos modos, aunque fueran locos de atar, conviene recordar que la locura no está reñida con la santidad. Es más, el loco también está llamado a la santidad.
      No es mi intención perturbar su nostalgia pasadista que añora los años '60 y '70 como tiempos de oro. Es cierto que en eso usted coincide plenamente en las convicciones personales y los condicionamientos generacionales del Santo Padre. En la fe coincidimos todos los católicos.
      La Iglesia del tercer milenio fue por otro lado. Para mejor y para peor también. Por más que quiera borrar a Benedicto XVI como una pesadilla, existió. Gobernó. Legisló. Como por más que los tradicionalistas pretendan que Francisco es una pesadilla para olvidar, Francisco existe y dejará su huella. Y en eso consiste el gobierno providente de Dios.
      No hay en mí la más mínima intención de "restauración pacelliana". Dios nos libre.

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    5. Estimado Anselmo,
      bien, tratemos de ir, entonces, paso a paso, si es de su interés.
      Ante todo, tenga por favor en cuenta que la subjetividad en ámbito vinculante para el católico, sí, es un problema (al contrario de lo que usted acaba de decir). La subjetividad de un católico en ámbito vinculante, es el subjetivismo, al que ha hecho tanta referencia san Juan Pablo II, y Benedicto, hablando del relativismo. La subjetiva opinión vale en el ámbito de lo opinable, pero no en el ámbito de lo vinculante para un católico. Y este ámbito no es sólo el doctrinal, sino también el disciplinar.
      Ahora bien, tratando de abrirme paso entre toda la madeja de "hechos" y "opiniones" que usted puso en la cacerola de su sopa en estos tres comentarios, empiezo por tomar por base el inicio, donde usted ha dicho primeramente: "hay un hecho que me parece que fue pasado por alto: la reforma litúrgica fue un fracaso. Y no solamente por los abusos, sino porque fue llevada adelante por personas que no amaban la liturgia. Una creación ex novo que no respetó ni siquiera el canon romano e incorporó al rito romano plegarias totalmente ajenas a él".
      Tal pasaje, con el que inicia su comentario, implica varios puntos débiles o erróneos.
      Ante todo, no se trata de un "hecho", sino de su "opinión". Pues bien, la Reforma litúrgica no "fue", no ha pasado, sigue actuándose. ¿En qué sentido dice que ha sido pasado? La Reforma no es sólo el texto del Misal de 1969, ni los nuevos rituales, ni el nuevo Oficio de Horas. Eso son solo los textos. Y además ¡sólo han pasado sesenta años! Actualmente estamos en la tercera fase, en la que los propios ritos deben tomar la palabra, sobre todo en los lenguajes no verbales, como decía Benedicto en Sacramentum Caritatis.
      Por tanto, la Reforma litúrgica no "fue", sino que sigue siendo, y en algunos ámbitos aún recién empieza a aplicarse.
      ¿Qué diríamos entonces de la Reforma instituída por Trento? Por citar sólo un ejemplo, en Francia (en la supuesta "cristiana Francia", una leyenda de siete vidas) habían pasado cien años de la culminación del Concilio, y los textos conciliares aún ni siquiera habían ternido permiso de publicación en el reino! ¿Y usted, luego de sesenta años ya pretende que la Reforma del Vaticano II "fue"?.
      Por lo demás, ¿bajo qué criterio la juzga un fracaso? ¿Qué otra cosa puede ser sino su criterio subjetivo el que lo lleve a afirmar que sus creadores "no amaban la liturgia"? ¿Acaso San Paulo VI no amaba la liturgia como "fuente y cumbre" de su vida? ¿Cómo puede no haber amado la liturgia y sernos propuesto como modelo de santidad?
      Ciertamente, los años '60 y '70 no han sido "tiempos de oro" para la Iglesia. ¿Acaso se olvida de la rebelión del '68? ¿Acaso se olvida que ya en las primeras tres Instrucciones Generales (vamos por la quinta), se denunciaban los abusos de uno y otro polo en la aplicación de la Reforma litúrgica? Créame, yo los he vivido en carne propia, y le aseguro que, sobre todo en ámbito litúrgico, nos costaba muchísimo conservar la serenidad, el respeto mutuo, la comprensión, la tolerancia y la contención entre sacerdotes. Algunos no podían digerir la reforma, y otros no podían con su impaciencia, y querían adelantarse a Roma. No, ciertamente, créame que de esos tiempos no tengo la mínima nostalgia.
      Y hay una nostalgia buena y una nostalgia mala. Pero de ningún modo puede ser buena la nostalgia que, ante el desconcierto que nos produce el presente, nos lleva a creer que el pasado fue mejor, y por considerar que tenemos derecho a volver a vivir ese pasado, reclamamos el derecho a estar en contra del Concilio Vaticano II y del Magisterio del postconcilio, y de la Nueva Misa, como hacen los pasadistas. Recuerdo bien sus comentarios anteriores en este blog, algunos publicados y otros no publicados, como usted bien sabe, y en ellos no fueron pocas las veces en que usted manifestó esta misma nostalgia pasadista.

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    6. Que la reforma litúrgica fue un fracaso se nota en que se suponía que iba a atraer a todos a la liturgia en la lengua hablada y que los gestos iban a ser comprendidos por el hombre moderno. Y no fue así. Todo lo contrario. Hace años que estamos en una enorme crisis. Las causas son variadísimas, pero la reforma litúrgica no trajo los resultados esperados.

      Esto ya fue analizado por Bouyer en su momento.

      Intentar borrar de la faz de la tierra la antigua liturgia no va a solucionar nada. Ya se intentó y no anduvo. Es mejor seguir el consejo de Gamaliel.

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  2. Estimado Anselmo,
    comprendo que no le sea fácil mantener en este diálogo una verdadera y propia dialéctica aristotélico-tomista, paciente, receptora de cada punto, analizadora de cada punto, aceptando o rechazando, pero indagando a fondo, no necesariamente para llegar a la verdad (la dialéctica a la que me refiero no es ciencia, sino propedéutica a la ciencia, al contrario de la dialéctica hegeliana), pero al menos para reconocernos cada uno en qué lugar estamos, y hasta qué punto somos capaces de reconocer verdades comunes, que reconocemos tanto usted como yo.
    Pero, bueno, paciencia si no se puede hacer así.
    Pues bien, usted se mantiene en su opinión: "la reforma litúrgica fue un fracaso".
    Lamento que ni siquiera haga el esfuerzo por comprender que no "fue", sino que "sigue siendo". Eso por lo pronto. Que la reforma no es cosa del pasado, sino del presente y del futuro. Luego, en segundo lugar, se discriminarán fracasos y logros.
    Pero comprenda que su posición es imposible de desarrollar en diálogo.
    En todo caso, de mi parte, y 1. presuponiendo que usted es católico, y 2. haciendo un esfuerzo por comprender su situación, entonces puedo suponer que pueden darse dos casos: que usted sea sacerdote o religioso, o bien que sea laico.
    Pues bien, en entrambos casos, dado el primer presupuesto, es decir, que usted es católico y se esfuerza por serlo, su afirmación de que "la reforma litúrgica fue un fracaso" la sostiene a nivel de disenso teórico, lo cual no quita que usted viva en actitud de fidelidad al Papa y a su Obispo, celebrando, como católico, la Misa del nuevo rito romano o bien, con permiso especial de su Obispo, pueda de alguna manera celebrar, si usted es sacerdote, con el Misal de 1962, o pueda "asistir" a una Misa con ese rito que ya no está en vigor.
    (sigo)

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  3. Ahora bien, su disenso teórico puede manifestarlo, si es sacerdote, a nivel de su presbiterio diocesano, o en los encuentros que usted pueda tener con su Obispo, o en las reuniones que pueda tener en el presbiterio diocesano, o en los capítulos o reuniones de religiosos. Y si es laico, con muchas oportunidades, como de hecho las hay hoy, afortunadamente, puede discutir de estos temas en las reuniones parroquiales y diocesanas (de hecho ha habido muchas de este tipo en la preparación del próximo Sínodo -por supuesto también en nuestras parroquias mendocinas- reuniones en las cuales no han faltado los debates sobre la liturgia). Si es éste su caso, entonces, estoy seguro que podrá comprender la preocupación que existe en los laicos más cultos y comprometidos, que afortunadamente hoy son muchos, sobre estos temas litúrgicos y pastorales, lo cual es una bendición para la Iglesia actual, a pesar de todos los problemas que existen.
    Por lo tanto, respecto a su afirmación ("la reforma litúrgica fue un fracaso"), me quedo pensando que usted pueda compartir éste, su disenso teórico, a nivel, o de reuniones de presbiterio, o reuniones de religiosos en su comunidad, o reuniones de laicos a nivel parroquial o diocesano.
    Sin embargo, no puedo dejar de decirle que su afirmación ("la reforma litúrgica fue un fracaso") me recuerda a los años 70s u 80s, cuando todavía yo escuchaba frases similares, aunque cada vez menos. Me parece extraño escucharla hoy de un católico. Por supuesto, se la escucha en los círculos cismáticos, pero no en ambientes católicos.
    Es raro que usted repita lo mismo que se decía hace cuarenta o cincuenta años, y que ya ha sido tantas veces refutado. ¡Ha corrido mucha agua bajo los puentes! Acaso puede ser que usted haya quedado apegado a tales puntos de vista, y por eso se me hace difícil comprenderlo.
    Por ultimo, respecto a lo último que usted afirma en su último comentario, lo entiendo como una distracción de su parte, pues ningún católico culto y sensato, conocedor de la historia de los dos últimos siglos, puede decir que la crisis de la Iglesia y de la liturgia ha surgido con posterioridad al Vaticano II. Sobre esto he venido diciendo algo en mis últimos artículos.
    Si tiene alguna duda al respecto podemos seguir dialogando, aunque no me hago muchas ilusiones, dado sus dificultades para abordar una verdadera dialéctica, punto por punto, serena y franca, abierta a la comprensión mutua, para discernir errores y aciertos, y ponernos (ambos) en busca de la verdad.

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