martes, 27 de junio de 2023

¿Acaso no es ya hora de una VI Instrucción para la Reforma? (2/9) Los puntos ciegos de la instrucción Liturgiam authenticam

La tradición litúrgica tiene necesidad de traducciones verdaderas y fieles, inevitablemente arriesgadas: no puede vivir de calcos imposibles y auto-referenciales de una lengua que ya no es la base de la experiencia de los pueblos cristianos. Hace veintidos años, la instrucción Liturgiam authenticam, asumiendo la autoridad sólo del pasado, ha hecho imposibles tanto el presente como el futuro. Una Iglesia "en salida" debe cuanto antes poner remedio a este cerrojo que tranca la puerta hacia el futuro. [En la imagen: una celebración litúrgica en la Basílica Nuestra Señora del Rosario, a cargo de la Orden de Frailes Predicadores, de la ciudad de Mendoza].

Una traducción-tradición imposible
   
----------Fuera de los ambientes estrictamente litúrgicos, se les escapa a muchos un problema que ha surgido, dentro de la tradición ritual católica, precisamente al inicio del nuevo milenio, hace exactamente veintidos años. En efecto, el 28 de marzo de 2001 la Congregación (hoy Dicasterio) para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos emitió la V Instrucción para la implementación de la Reforma litúrgica, que lleva por título: Liturgiam authenticam. Esta instrucción trata esencialmente de una cuestión referente al dictado del número 36 de la constitución Sacrosanctum Concilium: a saber, establecer los criterios para una traducción desde el latín a las diversas lenguas habladas en la Iglesia católica.
----------Para comprender mejor lo que ocurría en ese preciso momento de la vida eclesial y del desarrollo del Movimiento litúrgico (hace casi una generación atrás), hagamos ante todo una breve historia del debate y de la práctica en torno a la tarea del traducir eclesial.
   
Una breve historia
   
----------Inmediatamente después de la aprobación de la constitución Sacrosanctum Concilium, el 4 de diciembre de 1963, para implementar los nn. 36 y siguientes de su texto, dedicados específicamente a la lengua litúrgica, se abrió una gran cantera, para permitir la gran obra que habría debido dar a toda la Iglesia de rito romano, en sus diversas expresiones lingüísticas, un gran número de nuevas traducciones, para usar en la celebración de todos los Sacramentos y de la Sagrada Liturgia en general.
----------Era entonces inmediatamente evidente que la comunión católica en la Iglesia de rito romano había que pensarla, a partir de entonces, como garantizada por la obra del traducir, y no ya por una lengua ilusoriamente común. Lo que es común no es el latín, sino la posibilidad de traducir de lengua a lengua. Esto es el "novum" sobre el cual, desde 1963, se comienza a reflexionar oficialmente.
----------El gran texto, que constituyó el primer punto de síntesis, fue Comme le prévoit (del 25 de enero 1969), resultado de la labor internacional de confrontación y de Congresos dedicados a crear una serie de criterios y de ejemplificaciones, útiles para el trabajo de diferenciación y de uniformación de las distintas traducciones. En 2001, la V Instrucción para la implementación de la Reforma litúrgica, Liturgiam authenticammás de treinta años después de aquel texto, volvía sobre el mismo tema, pero con una perspectiva bien diferente, a saber, con muy fuertes restricciones en el concebir la relación entre lengua latina y lenguas vernáculas.
----------Ahora bien, si analizamos brevemente el corazón de estos dos diferentes documentos, advertimos que ellos atestiguan no simplemente diferentes opciones teóricas en el ámbito de los criterios de traducción, sino una conciencia profundamente diferente del desafío que el traducir representa para la tradición ritual. De una inicial conciencia de la articulación y de la complejidad de la tarea, se ha retrocedido a la ilusión de poder controlar las traducciones con un modelo doctrinal, retórico e incluso gramatical, constituido por una lengua ya no viva. Este es el principio teórico de una parálisis que desde el año 2001 viene afectando progresivamente a todo el cuerpo eclesial en el plano del traducir. Analicemos mejor, con un vistazo más de cerca, los dos documentos, aunque por supuesto brevemente y a los solos fines de nuestro tema:
   
Instrucción Comme le prévoit (1969)
   
----------Es un documento muy articulado, que a la lectura de hoy parece fruto de un primer gran esfuerzo para poder dotar a la gran labor del traducir eclesial algunas coordenadas esenciales, algunos criterios básicos, pero irrenunciables. Ciertamente, a la luz de todo cuanto se ha descubierto a lo largo de estos más de cincuenta años siguientes, no se puede negar que este documento carece de toda una serie de tomas de conciencia que hoy hemos podido madurar, no sólo gracias a nuevos estudios, sino también gracias a la experiencia que hemos ganado en el traducir y en el emplear en el culto litúrgico nuestras traducciones.
----------Sin embargo, aquel texto de principios de 1969, elaborado por el Consilium para la Implementación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, en mi opinión, sigue siendo todavía hoy la buena base para una mayor profundización del traducir eclesial, y para un verdadero enriquecimiento de la tradición ritual en confrontación con las "nuevas culturas" que han sido vehiculizadas por las lenguas vernáculas.
   
Instrucción Liturgiam authenticam (2001)
   
----------Este texto de 2001 pretende, explícitamente, cambiar de dirección, invertir el curso de la labor iniciada en 1969. Este documento del Dicasterio del Culto parece desconfiar de las lenguas vernáculas y confiar solamente en la posibilidad de una transposición del latín a las lenguas de los "bárbaros". Para decir las cosas con toda franqueza, creo que nunca en la historia de la Iglesia se habían asumido posiciones tan autoritariamente drásticas y tan argumentativamente crudas y burdas, además sin ninguna motivación que les diera apoyo, sino sólo con justificaciones de carácter administrativo y burocrático. En cualquier caso, falta toda la articulación que ofrecía con gran riqueza aquella pre-instrucción de 1969, aun cuando tal documento sólo consistía en una provisoria actualización respecto al inmediato pre-concilio.
----------Por lo tanto, ¿qué debería haber hecho, en mi modesta opinción, la Santa Sede, en lugar de proponer unas directivas tan retrógradas como las de Liturgiam authenticam? Para remediar los abusos que la experiencia ha presentado en los años subsiguientes, el camino obligado hubiera sido el de rencauzar el uso mediante el proseguir integrando, más que el de revertir negando. Al problema real de los abusos litúrgicos no se puede responder negando el uso al cual ha impulsado el Concilio Vaticano II, uso bloqueado en 2001 por la V Instrucción, lo cual implicaba una falsa solución al problema, una solución tan drástica como para comprometer completamente cualquier posible traducción y de hecho bloqueando el sistema.
   
Una reducción de las lenguas a instrumentos de la doctrina
   
----------Tratemos de enfocar la cuestión central. En la instrucción Liturgiam authenticam aparece, de algún modo, la falsa certeza (que obviamente es una ingenua ilusión) de que las lenguas modernas, las lenguas vernáculas, puedan y deban ser simplemente el calco de la lengua latina, de la cual se asume la normatividad a nivel litúrgico. ¡Incluso existe la pretensión de bloquear las lenguas modernas mediante el glosario del Catecismo de la Iglesia Católica! Vale decir, lo que es glosario doctrinal, asumido por los esquemas catequísticos, pretendería ser normativo para la redacción de las traducciones de los textos litúrgicos.
----------Consideremos, por ejemplo, el modo con el cual Liturgiam authenticam indica la necesidad de que, en la traducción, "el género literario y retórico de los diversos textos de la liturgia romana debe ser conservado". Es muy curioso que lo que es típico de una modalidad expresivo-experiencial de un ámbito lingüístico (por ejemplo el latino-romano) sea asumido casi como un modelo expresivo que se debería imponer a las otras expresiones lingüísticas. Pero el caso es que las lenguas no responden a la autoridad eclesial. Lo real es que las lenguas tienen una autoridad que les es propia, que debe ser respetada y escuchada.
----------Esta pretensión de Liturgiam authenticam (pretensión a medio camino entre ingenuidad y arrogancia) revela una comprensión instrumental y, al mismo tiempo, monumental, de la lengua. En definitiva, lo que cuenta en esta primera forma de enfoque (que en el fondo encontramos expresado con esta superficialidad sólo desde 2001) es la correspondencia formal, verbal y sintáctica, que debe ser perseguida del modo más rígido posible. Ya san Jerónimo era consciente de que este enfoque, como tal, no es una solución. San Jerónimo decía que, en el traducir, "si sigo palabra por palabra, no tiene sentido; si me veo constreñido a no cambiar el orden del texto o de sus expresiones, me parece que estoy siendo infiel a mi tarea de traductor".
----------En realidad, el discurso que viene propuesto por Liturgiam authenticam encuentra su justificación como oposición a una teoría liberal de la obra del traducir, que viene expresada con mucha fuerza en el n.19 del documento: "Las palabras de la Sagrada Escritura, así como las demás que se pronuncian en las celebraciones litúrgicas […] no deben ser consideradas en primer lugar como si fueran casi el espejo de la disposición interior de los fieles; ellas expresan las verdades que superan los límites impuestos por el tiempo y por el espacio".
----------Es evidente, por tanto, que la ratio de Liturgiam authenticam radica en una reacción apologética respecto de una deriva post-conciliar, percibida como subjetivismo y relativismo liberal.
----------Por cuanto respecta a esta problemática, entiendo que se pueden hacer dos observaciones. Primera. No hay duda de que el riesgo de "traducciones demasiado libres" pudo haber marcado la producción de los textos litúrgicos posteriores a "Comme le prévoit" y que fuera necesario reclamar a cada una de las Conferencias Episcopales una mayor atención. Segunda. Por otra parte, una respuesta que pretenda restablecer orden en la liturgia romana reconduciendo la pluralidad de las lenguas a simples instrumentos para la comunicación de las res dichas y pensadas en latín, ello me parece, francamente, un remedio peor que la enfermedad, ya que conduce a una total parálisis de la tradición ritual.
----------El diagnóstico propuesto por Liturgiam authenticam, por más exasperado y casi apocalíptico que sea, puede tener su relevancia y ser pertinente de alguna manera. Pero la terapia propuesta está privada tanto de fundamento teórico, como de verdadera practicabilidad. El resultado es que los textos producidos según este criterio tranquilizador resultan de hecho inutilizables en las lenguas vivas. Y de aquí se sigue que las lenguas vivas, por eso mismo, reivindican a su vez, a causa de este enfoque, una autonomía todavía mayor. Lo cual, por otra parte, está incluido en la valoración originaria de la mediación lingüística de la fe, que no puede ser secuestrada por una única tradición lingüística, por antigua y autorizada que sea.
   
Perspectivas de solución
   
----------En una primera valoración del tema planteado (valoración sólo provisoria, sobre la que en próximas notas nos extenderemos) debemos reconocer inmediatamente que el pasaje entre los dos documentos (Comme le prévoit, de 1969, y Liturgiam authenticam, de 2001) es muy abrupto, bastante brusco, y se puede entender por un lado como un pasaje completamente fisiológico, pero por otro lado como la aparición de un proceso patológico, en el cual ha venido a deteriorarse la misma relación entre Iglesia y cultura, con la presunción de poder decidir auto-referencialmente el desarrollo de la tradición ritual.
----------Liturgiam authenticam, con la intención de querer superar algunos abusos objetivos y reales, termina por empeorar las cosas, negando el uso, o sea, negando el presupuesto de la necesidad de la relación con la cultura, que el giro pastoral del Concilio Vaticano II ha hecho irreversible en la historia de la Iglesia. Liturgiam authenticam es algo así como una especie de rebelión contra esta lógica dialógica que el Concilio ha hecho completamente irreversible. Por consiguiente, pdemos deducir que:
----------1. La respuesta del Concilio Vaticano II respecto a la problemática que examinamos es completamente normal, como experiencia de la complejidad de una comunión en la diferencia. La respuesta que daba el Concilio, evidentemente, también corría y corre sus riesgos. Es completamente natural que, después de Comme le prèvoit, debieran surgir nuevas instancias, problemáticas antes desconocidas, perspectivas integradoras y también revisiones de criterios para precisar y para profundizar. Pero todo esto sigue siendo una dinámica absolutamente fisiológica en un proceso de actualización o "aggiornamento" como decíamos siempre en italiano en la época del Concilio, un término que en italiano lo entendía todo el mundo católico.
----------2. Sin embargo, es muy anormal la respuesta "preter-conciliar", es decir, una respuesta a la cuestión de la lengua como si el Concilio Vaticano II no hubiera tenido lugar y como si su giro pastoral fuera puramente hipotético. Liturgiam authenticam parece olvidar por completo que, ya a lo largo de treinta años años (1969-2001), habían nacido numerosos textos originales en lengua vernácula, que constituyen el fruto de una nueva conciencia y de nuevas generaciones, de nuevas experiencias de nuevas narrativas: olvidar esto significa casi inmunizarse de la historia en la que se vive, refugiarse en la subjetiva burbuja de un pasado idealizado, y cultivar desesperadamente nostalgias, que devienen, inevitablemente, una forma de violencia sobre la historia debida a un exceso de auto-referencialidad.
   
Liturgiam authenticam contiene y anticipa Summorum Pontificum
   
----------Para concluir quisiera retomar el diseño auto-referencial que ha guiado a Liturgiam authenticam: es decir, el de volver a cuanto "prevé SC n.36", pero actuando como si el Concilio (es decir, como si el giro pastoral que lo justifica) no hubiera existido nunca. Hay, de hecho, más de un indicio o pista que puede hacernos inclinar por esta hipótesis. El indicio más sorprendente se encuentra precisamente en el número 2 del texto de Liturgiam authenticam, donde encontramos la curiosa frase: "Exinde, Summorum Pontificum cura, magnum opus instaurandi libros liturgicos Ritus romani coepit initium…" (De aquí comenzó la gran labor, dirigida por los Sumos Pontífices, de disponer los libros litúrgicos del Rito Romano...).
----------El famoso motu proprio de Benedicto XVI, promulgado seis años después, que habría de dar inicio al arriesgado paralelismo entre rito ordinario y rito extraordinario, está, de hecho, contenido, no sólo en el espíritu, sino incluso ¡en la letra! de Liturgiam authenticam, es decir, en lo interno de esta indirecta negación no ciertamente del Concilio, sino precisamente de su justificación pastoral.
----------Viene así enunciaba una de las ambiciones de Liturgiam authenticam: "la presente Instrucción provee y trata de preparar una nueva etapa de renovación..." (n.7 del documento). Esta afirmación es muy similar a aquellas (a ella contemporáneas e incluso posteriores) en torno a la necesidad de un "nuevo movimiento litúrgico", es decir, la esperanza de un movimiento litúrgico que pueda garantizar que la pequeña navecita de la Iglesia ¡pudiera responder a una única orden: "hacia atrás a toda máquina"! Es muy fácil leer este sentido en las repetidas acusaciones del Santo Padre contra el "indietrismo".
----------Hoy, a la distancia de veintidos años de publicarse Liturgiam authenticam (aunque, en el fondo, era fácil preverlo ya en 2001) es completamente evidente que la mencionada "nueva etapa de renovación" solo será posible superando las contradicciones y las ingenuidades nostálgicas de este acto de interrupción del giro pastoral iniciado con el Concilio Vaticano II. Los primeros pasos de esta "nueva etapa" ya han sido guiados por el Santo Padre en sus documentos litúrgicos de estos diez años y, en lo referente a la misma temática de la V Instrucción, por medio de la carta Magnum principium, del 9 de septiembre de 2017.
----------También en liturgia vale lo que decía aquel eximio escriturista que fue el padre Paul Beauchamp [1924-2001] acerca de las Sagradas Escrituras, a saber, que "su verdad no está detrás, sino delante de ellas". Una VI Instrucción debería ante todo tener clara esta bella imagen: en liturgia la verdad también está siempre adelante, no sólo detrás; está también en el destinatario, no sólo en la fuente; reside también en el don del Espíritu a la Iglesia y no sólo en la institución originaria del texto histórico.
----------La tradición litúrgica tiene necesidad de traducciones verdaderas y fieles, inevitablemente arriesgadas: no puede vivir de calcos imposibles y auto-referenciales de una lengua que ya no es la base de la experiencia de los pueblos cristianos. Hace veintidos años, la instrucción Liturgiam authenticam, asumiendo la autoridad sólo del pasado, ha hecho imposibles tanto el presente como el futuro. Una Iglesia "en salida" debe cuanto antes poner remedio a este cerrojo que tranca la puerta hacia el futuro.

6 comentarios:

  1. Disculpe, padre, pero entonces, el modelo de las actuales misas-guitarreadas, o batiendo palmas, o moviéndose de un lado a otro, o incluso danzando, me parece que han tenido un enorme éxito, y que todos estamos sumamente felices de ser católicos, puesto que: 1) las misas están rebosantes de multitudes entusiastas de fieles (y de hecho, se está hablando de que son multitudes a las que los obispos deben escuchar y hasta obedecer, en espíritu de sinodalidad), y 2) desde el trono pontificio la liturgia viene definida como preocupación de pelagianos.
    ¿Hace falta decir algo más?
    Por respeto y obediencia, los obispos siguen al Papa: cuando la liturgia ya no es una acción sagrada, entonces todo se vuelve opinable y secundario, incluso sus queridas traducciones, "Lithurgiam authenticam" y demás chorradas del género (porque ahora son consideradas así incluso por el trono petrino, no nos escondamos detrás de un dedo).
    El drama de nuestro tiempo, querido padre Filemón, radica en la constante negación de una trascendencia. La liturgia es el primer objetivo de la secularización, cuando ella ya no tiende a hacer memoria (¡Y usted sabe el significado de este término!) del misterio divino encarnado (palabras que ahora los teólogos aborrecen, por supuesto). Y, lamento decirlo, pero la crisis de la liturgia no se puede combatir con una traducción políticamente- correcta, sino que más bien con ella se está decretando su término. ¿Para cuándo tenemos la declaración de muerte presunta?

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    1. Estimado Carlos,
      debo decirle, con franqueza, que me parece evidente que su juicio está privado de equilibrio. Traducir es un asunto serio. Desde 2001, en cambio, la obra del traducir eclesial y litúrgico ha sido tratada como si la trascendencia estuviera garantizada sólo por la "letra" del texto. Esto bloquea la tradición litúrgica. Espero que, con una firme voluntad de su parte, y con la ayuda de la gracia, pueda usted desarrollar una mirada menos ideológica.

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    2. Me dice que debería desarrollar una mirada menos ideológica. Muy bien.
      Sólo una simple pregunta: ¿para qué sirve la liturgia?
      Porque este es el nudo de la cuestión. Si se trata de una autocelebración comunitaria, un encuentro de aldea (global), una ocasión para la manifestación de problemas sociales o grupales teñidas de ambientalismo y buenismo (apoyados por alguna encíclica), creo que toda la cuestión que usted plantea en su artículo es inútil.
      De hecho, basta con garantizar la libertad de las traducciones vernáculas, la flexibilidad ritual, según el ocasional sensus fidelium, para crear una nueva traditio. ¡Y todos contentos!
      Preste atención, padre: ni siquiera una nueva instrucción litúrgica sería suficiente, porque tal texto sería autocontradictorio.
      Personalmente creo que muchos teólogos y pastores (incluso muy en los vértices) estarían contentos: se iría esfumando el dogma de la Eucaristía y se podrían crear "ceremonias" interreligiosas que tanto se buscan en este tiempo... Lo ridículo es que volvería a caerse en un nuevo ceremonialismo, donde, sin embargo, el caos sería el verdadero dominus de la situación.
      Pero si la liturgia es otra cosa, si es un don que no está en nuestro poder, si no es de nuestra propiedad, ciertas cuestiones que usted plantea son preocupantes precisamente por el hecho de que usted (¿en cuanto teólogo católico?) se plantea, porque indican claramente una deriva... y aquí me detengo.
      Entonces, ¿qué es la liturgia? Si estamos de acuerdo en que no es solo un conjunto de ceremonias o de textos a traducir, ¿entonces qué es? Creo que nuestra fe está en juego en la respuesta a esta pregunta.

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    3. Estimado Carlos,
      durante mucho tiempo (por lo menos unos 20 años, desde que tomé clara conciencia de la importancia de este tema) he estado tratando de escribir y de decir, en todo ámbito que me sea posible, la diferencia que a usted precisamente le preocupa. Y también precisamente por lo que usted afirma: porque la liturgia no está en nuestra posesión no se puede rigidizar sólo en la cultura latina.
      El absolutismo del latín sólo en apariencia garantiza la intocabilidad de la liturgia. En realidad esclaviza a la liturgia respecto a una cultura de funcionarios clericales.
      Siento, en lo profundo, una consonancia entre su legítima aspiración (que es también la mía) de garantizar la "naturaleza de don" de la liturgia, y la necesidad de hacer entrar en la liturgia las culturas de los diversos pueblos cristianos y católicos.
      Me da la impresión que usted constantemente (en éste y en otros comentarios que me ha hecho en este foro) se pregunta si todavía yo sigo siendo católico.
      Le respondo que es precisamente mi catolicismo el que me pide fidelidad a la cultura, a la experiencia de los hombres y de las mujeres, para poder honrar plenamente el Evangelio.
      Incluso el dogma eucarístico presupone la evidencia de la experiencia del "pan" y del "vino". Ciertamente, se trata sólo de las especies, no de la sustancia, pero esas especies eucarísticas son las delicadas mediaciones de la sustancia. Si no hay cultura del pan y del vino, no hay Eucaristía.
      Así decía santo Tomás de Aquino, comentando los "milagros eucarísticos", y deduciendo que la "carne" o la "sangre" que aparecían en esos milagros pudieran ser "sólo" apariencias del pan y del vino. ¡Solo así podría seguir siendo Eucaristía!
      Entonces, ¡ánimo! Es mi deseo animarle: no debe usted tener miedo de la cultura y de las lenguas modernas. Nuestra tarea de servicio a la tradición es una mediación delicada y no rígida. Cualquier rigidez es síntoma de miedo.

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  2. Estimado padre Filemón de la Trinidad:
    Le agradezco por la respuesta y por el franco disenso.
    Señalo un punto de acuerdo entre nosotros: la liturgia no es un simple conjunto de ceremonias, en su mayoría reducidas a etiquetas del Renacimiento tardío. Por eso, créame, no soy ni quiero ser un cismático lefebvriano, sino un verdadero católico.
    Con igual fuerza, sin embargo, quiero subrayar que existe ese quid en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, que no puede ser objeto de continuas transformaciones, dependiendo de la onda emotiva de la armonía con el mundo contemporáneo. Creo que el drama del catolicismo en nuestro tiempo es, en el fondo fondo, el mal disimulado intento de eliminar de nuestra vida lo trascendente (que por su naturaleza nos supera inconmensurablemente) y la ilusión de la auto-salvación, es decir, de la salvación por nuestras solas fuerzas.
    En este sentido, permítame decirle con franqueza, la liturgia creativa que a usted le agrada (pero ¿cuántos son sus practicantes efectivos? Pocos diría yo...) es, en mi opinión, mucho más auto-referencial que otras liturgias que se podrían definir como más "enyesadas" o "rígidas".
    Un último punto (y quizás podríamos continuar la discusión en otros artículos): ¿Se sigue o no hablando del "Santo Sacrificio de la Misa"? A estas alturas, los mismos sacerdotes rehúyen estas definiciones... a las cuales parecen aborrecer (salvo unos pocos). Lo cual, en mi opinión, lo dice todo…
    Gracias y saludos.

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    1. Estimado Carlos,
      por supuesto, como usted dice, "existe ese quid en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, que no puede ser objeto de continuas transformaciones, dependiendo de la onda emotiva de la armonía con el mundo contemporáneo". Tiene usted razón.
      Ya el Concilio Vaticano II se ha planteado la cuestión de distinguir en la Liturgia aquello que se puede modificar y lo que no se puede modificar. Se trata precisamente de lo que en teología litúrgica y sacramental se distingue entre lex orandi de institución divina (inmutable), y lex orandi de institución eclesial (ley positiva, mutable, contingente, modificable, abrogable, superable).
      Por un lado, se puede decir que existen en la liturgia "partes modificables" y, por otro lado, partes "no modificables". Sin embargo, formulada de esta manera la distinción, a decir verdad, no convence a todos.
      Por eso la teología ha tratado de formular la distinción con una mayor precisión. Así, decimos que existe una "sustancia" que debe permanecer, aunque los "accidentes" puedan cambiar. Esta es una mejor presentación doctrinal teológica de lo que sucede en la evolución de la Liturgia a través del tiempo. Pues bien, lo dicho: la "sustancia" es la lex orandi divina, mientras que los "accidentes" constituyen la lex orandi eclesial.
      Con usted comparto la necesidad de continuidad. Pero para asegurar esta continuidad se necesita también coraje, para renunciar a los accidentes que hoy ya no tienen ningún sentido (son revestimientos in-sensatos) y constituyen un obstáculo para comunicarnos con la sustancia de la liturgia. Este es precisamente el arte del "traducir" litúrgico y eclesial. La tradición implica traducción.
      Por cuanto respecta a lo último que usted plantea: hablar del "Santo Sacrificio de la Misa" es perfectamente correcto, verdadero y comprensible a nivel doctrinal catequético. Lo cual no quita que, según las circunstancias pastorales y sus exigencias, el hecho de que hoy los sacerdotes suelan alejarse de la terminología del "santo sacrificio eucarístico" quizás no sea solo algo del todo malo.
      Podríamos decirlo así: para garantizar el recto sentido de la "muerte por", aceptada por Jesús, a la cual se vincula la Iglesia y renueva en la Misa de modo incruento, ¿cuál lenguaje es mejor usar? ¿Por qué deberíamos sentir la necesidad de traducir "pro vobis tradetur" como "ofrecido en sacrificio por vosotros"? Por supuesto, la respuesta es: porque la Iglesia en su magisterio ha formulado el dogma de la muerte de Cristo en términos de sacrificio o expiación vicaria. Y debe mantenerse, por supuesto. Pero esto no quita que el anuncio evangélico pueda formularse en otros términos, y aquí tenemos un ejemplo de una "traducción libre" legítima, que no me escandaliza, pero que agrega intencionalmente lo que no está allí.
      También un cordial saludo para usted.

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