El latín, al ser una lengua que ya no tiene vida ni historia, produce la tentación de considerarlo un instrumento ideal para marcar la diferencia entre la experiencia de Dios con respecto a la experiencia humana. Vale decir, se tiende a pensar que la experiencia de Dios necesitara de una lengua muerta como el latín (hace siglos cerrada en su pasado) para mantenerse esencialmente experiencia de Dios, en un todo diferente a la experiencia humana. En esta visión ciertamente idolátrica de la lengua latina, se está inclinado a pensar, aunque de modo usualmente inconsciente, que la liturgia necesita del latín más o menos como el mago necesita su varita o como la bruja necesita sus pócimas y conjuros. [En la imagen: una concelebración eucarística en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, en la Arquidiócesis de Mendoza, ciudad de Mendoza, Argentina].
El latín litúrgico: ¿un instrumento perfecto para la auto-referencialidad?
----------La cuestión de la traducción es interna a la cuestión de la tradición litúrgica (aunque no sólo en el ámbito de la tradición litúrgica, que es el aquí considerado, sino de toda "tradición"). Aquello que constituye en sí el acto del "transmitir" puede ser comprendido también (y de manera particularmente intensa) en el acto del "traducir", aunque por supuesto no sólo en ese acto. Traducir es hacer experiencia de la tradición, la cual, precisamente en el acto de la traducción, se pone a prueba y al mismo tiempo se renueva. Traducir es lugar de comunicación, puesta en común, compartir, experiencia de identidad y de diferencia. En otras palabras: la comunión se hace posible gracias a esta compleja relación entre tradición y traducción.
----------Pero cuando una tradición litúrgica se hace conciente de sí, y se dispone a tomar en sus manos su propio destino, y lo hace a razón vista y sopesada, con toda la cautela pero también con toda la fuerza y la decisión necesarias, porque advierte que no es autosuficiente, entonces entran en escena razones, motivaciones, argumentaciones, estructuras, que ayudan a motivar el cambio. Es necesario cambiar para seguir siendo los mismos. Es necesario traducirnos para no traicionarnos.
----------Ahora bien, aquello que tenga que decirnos el texto escrito (tanto el texto de la Sagrada Escritura como el texto de la Sagrada Liturgia), y aquello que tenga que decirnos el texto escrito de la tradición (tanto de la Sagrada Tradición escrita y no escrita, como de la tradición ritual), no puede ser, simplemente, una cuestión secundaria, sino prioritaria. Aun cuando, y debemos admitirlo con toda franqueza, la obra teológica de los filólogos no es la única en ser llamada a la tarea, debido a la creciente conciencia de la peculiaridad litúrgica en lo interno mismo de la mediación de la tradición cristiana.
----------Ya el padre Yves Congar, en su célebre volumen La Tradición y las tradiciones, recordaba que este valor de mediación debe ser atribuido a la liturgia "no como arsenal dialéctico, sino de la sagrada liturgia como expresión de la Iglesia en acto de vivir, en alabanza de Dios y en realización de una comunión santa con Él" (La Tradición y las tradiciones, Ediciones Dinor, San Sebastián 1964, p.339).
----------La polarización o extremización de la atención sobre el contenido casi con exclusividad (vale decir, sobre cómo la acción de traducir un texto sea mediación ante todo de la continuidad de un determinado contenido) es ya el signo de una particular reducción de la cuestión tardo-moderna, que se refiere a la relación entre la tradición y la liturgia. Ilusionarnos o engañarnos de que una traducción literal resuelva las cuestiones de la tradición de los últimos doscientos años significa, precisamente, ignorar que la cuestión de la traducción puede asumir un sentido solamente en lo interno de la cuestión de la tradición y sobre todo de la cuestión litúrgica, como aspecto no secundario, sino primario, de ella.
----------Dicho en otros términos, el modo con el cual formulamos la pregunta en torno al traducir implica ya, de una manera para nada secundaria, un cierto modo (más o menos dotado de amplitud de visión y de aliento) de entender la divina Revelación y la Fe. Podríamos decir que, en un cierto sentido, los criterios de traducción implican e ilustran, de manera casi infalible, la maduración con la cual la Iglesia ha ido caminando en su auto-conciencia acerca de su propia relación con aquelllo que es su propia identidad católica y aquello que, en esta identidad, salvaguarda la diferencia, en sí misma católica.
----------Por consiguiente, en la actualidad se hace necesario volver a mostrar de qué modo la discusión acerca de la tarea del "traducir", reclamada por el Concilio Vaticano II, se enmarca en la discusión sobre qué es traditio y sobre el modo con el cual, a esta traditio le podemos asegurar una continuidad, aceptando que ella pase a través de necesarias discontinuidades, incluso en el modo de traducir los textos.
----------En tal sentido, hay dos modos de percibir el papel de las nuevas lenguas con respecto al latín: las nuevas lenguas vernáculas pueden ser entendidas: 1. ya sea como ocasiones para encontrar la gracia en su inagotabilidad multimedial y multilingüística, o bien, 2. como amenazas dsde el pecado original de hacernos perder la relación con una gracia sustancialmente monomedial y monolingüística. Algunas características de estas diferentes perspectivas pueden ser interesantes. Veamos:
----------1. La traducción siempre implica un cierto riesgo. De otra manera, cuando no se quiere arriesgar nada, entonces o bien no se traduce nada en absoluto, o bien se hace una traducción que no es en verdad una traducción, sino una mera transposición formal, literal, palabra por palabra, del original en lengua latina, una traducción que siempre requiere el conocimiento del original para ser entendida. La verdadera traducción deviene autónoma respecto del original latino: ésta es su razón de ser y su límite.
----------2. Cuando no se quieren correr los riesgos de la traducción, entonces la verdadera traducción es producida siempre en otro lugar distinto a la celebración litúrgica: una catequesis o bien una homilía sustituyen al texto por un "didascalia" que lo hace inteligible. Por ejemplo, si al celebrar la Misa hay que decir "por muchos", entonces luego se hace necesario explicar (tarde o temprano) que significa "por todos" y en qué sentido es "por todos", como si el idioma español o el italiano o el portugués no fueran idiomas suficientes para comunicar adecuadamente la experiencia del misterio pascual.
----------3. Mientras que con la traducción se debe hacer apelación no sólo a la intención del autor, sino también a la experiencia de los sujetos destinatarios, con la sola transliteración la garantía de la tradición prescinde de la celebración de los sujetos e incluso de su experiencia, que viene percibida como "peligrosa" para el primado de Dios. La tradición es considerada literalmente auto-referencial, es decir, se basta a sí misma y puede establecer con las nuevas generaciones una relación solamente activa, sin ninguna expectativa hacia ellas. En cierto modo, el Espíritu Santo está congelado en la tradición.
----------El latín, como todas las lenguas, puede ser al mismo tiempo, tanto un ámbito de comunicación con los demás, como un lugar de autoafirmación de sí mismo. Ahora bien, hoy no existe ya ninguna sociedad en que la experiencia común utilice la lengua latina como forma expresiva ordinaria: ya no es "lengua madre" para nadie, desde hace muchos siglos. En toda mi vida yo he conocido una sola persona sobre la cual yo podría asegurar que (aunque sólo en un cierto modo) el latín constituía algo así como una "segunda lengua madre". Conocí a ese hombre hace ya muchas décadas: era un sacerdote mendocino que había ingresado al seminario a los siete años. En cierta ocasión le escuché decir: "yo pienso en latín".
----------Creo que lo decía con toda franqueza: había aprendido a leer y hablar correctamente en latín, llegó al uso de su razón asistiendo a clases en latín y dando en latín sus exámenes. Pero este sacerdote era la excepción. Efectivamente, el latín era su "segunda lengua madre", después del español, y él pensaba no sólo en español, sino también en latín. Nunca más he conocido a nadie así, y estoy llegando al final de mi vida.
----------El hecho de que ya no existan sociedades humanas que "piensen y hablen en latín", el hecho de que el latín sea una lengua muerta, constituye un hecho objetivo que conduce fácilmente a un uso del latín como diferencia entre la experiencia de Dios con respecto a la experiencia del hombre. Vale decir, se tiende a pensar que la experiencia de Dios necesitara de una lengua muerta como el latín para mantenerse esencialmente experiencia de Dios, en un todo diferente a la experiencia humana. En esta visión casi idolátrica de la lengua latina, se tiende e pensar, aunque de modo usualmente inconsciente, que la liturgia necesita del latín más o menos como el mago necesita su varita o como la bruja necesita sus pócimas y conjuros.
----------Pero, a partir del Concilio Vaticano II, nosotros podemos "permanecer en la tradición" si caminamos "a la luz del Evangelio y de la experiencia humana" (Gaudium et Spes n.46): de esta doble luz, el latín está en capacidad de restituirnos sólo una parte de la realidad. Sin reconocer en las lenguas vernáculas no sólo un instrumento de expresión-traducción, sino una fuente de experiencia y de tradición, perdemos tanto el ímpetu de la profecía conciliar como la experiencia de los hombres contemporáneos. Y así terminamos creyendo que podemos "custodiar la tradición" sin tener que aprender nada de nuevo. En latín tendríamos todo: hic manebimus optime. ¡Y esto induciría a la Iglesia a considerar que su propia auto-referencialidad le sea suficiente!
----------La teoría contenida en el texto de la instrucción Liturgiam authenticam secunda de un modo del todo incontrolable esta peligrosa tendencia, no sólo para la liturgia, sino para toda la acción de la Iglesia. Al hacer el texto litúrgico indiferente respecto a la experiencia (y a la lengua) de los destinatarios, lo inmuniza respecto de la tradición, lo aísla de la historia y lo conduce, precisamente por eso mismo, a resultar completamente irrelevante e ineficaz. En lugar de servir al texto autorizado, la obsesión por la traducción literal lo aleja de y lo vuelve extraño a la experiencia eclesial, y lo condena a la marginación. Porque una tradición sin sujetos es sólo un museo; no es la Iglesia. Es a esto a lo que hoy debe ponerse remedio: en nombre de la tradición, que merece el coraje de verdaderas traducciones, y no el miedo a las traducciones ficticias.
¿Qué tipo de lengua es el latín litúrgico?
----------El debate nacido en torno a la traducción de los textos litúrgicos a las principales lenguas modernas parece vivir y nutrirse principalmente de malentendidos, nacidos de cierta confusión entre lenguas vehiculares y lenguas vernáculas, y de una escasa consideración del latín litúrgico como particular lengua desarrollada a partir del latín cristiano. Sobre esta temática ha reflexionado mucho y muy bien en años recientes el monje camaldulense Claudio Ubaldo Cortoni, cuyas ideas en gran medida seguiré ahora.
----------Curiosamente, la misma traducción de la V Instrucción, Liturgiam authenticam (2001), De usu linguarum popularium, acerca del uso de las lenguas vernáculas, sugiere una utilización bastante poco consciente del adjetivo "vernáculo", que es entendido en el sentido común de doméstico y familiar, lo cual abriría una serie de reflexiones en torno a la búsqueda de una semántica y de un estilo a encontrar por ejemplo interpelando a la madre en casa, a los niños en la calle, a la gente en el mercado.
----------Ahora bien, en la V Instrucción, Liturgiam authenticam, una de las primeras preocupaciones es la de establecer las lenguas idóneas para la traducción de los textos litúrgicos, distinguiendo entre lenguas y dialectos, dando a entender que son preferibles lenguas vehiculares, partiendo, tal vez, del supuesto de que el latín litúrgico pueda ser adscripto a este particular y característico grupo lingüístico.
----------Tal como se la considera actualmente en lingüística, la lengua vehicular es aquella usada como medio de comunicación entre hablantes que pertenecen a comunidades lingüísticas diferentes, lo que haría pensar que el latín litúrgico fue elegido en razón de la lengua en uso en la parte occidental del Imperio, incluso después que cayera el Imperio Romano de Occidente, dando paso a los Reinos romanos barbáricos. En realidad, esto es sólo parcialmente cierto, pues el latín litúrgico es lengua de traducción que construye su propio léxico, si no incluso parte de su sintaxis, primero a partir de las numerosas traducciones latinas de la Sagrada Biblia (cf. Gregorio Magno, Carta a Leandro de Sevilla), y luego a partir de la Vulgata de san Jerónimo.
----------Se puede afirmar que el latín litúrgico es en cierta medida bastante diferente de una lengua vehicular, pues es en sí mismo una lengua de arribo o destino en la traducción, respecto por ejemplo a la tradición griega. En este sentido, o más bien en el espíritu de la V Instrucción, se puede afirmar que el latín litúrgico es una lengua vernácula. Pero, ¿qué se entiende entonces por lengua vernácula?
----------La expresión lengua vernácula o vulgar, se opone a lengua culta, y se trata de ua lengua distinta del dialecto, con respecto al cual es un lenguaje mucho más popular y local. Si bien el término vernáculo (del latín: vernacŭlus) significa nacido en la casa de uno, nativo (por ejemplo el esclavo nacido en la casa del amo y por lo tanto más familiar y afectuoso con él que el esclavo comprado), lo que sugeriría el desarrollo de una lengua familiar, y así, el latín litúrgico, pertenece a un desarrollo más complejo del cristianismo. Por consiguiente, el latín litúrgico, puede considerarse una lengua sectorial o especial, en el sentido de una variante estándar o dialecto estandarizado para uso de una especial franja social, con respecto al latín clásico.
----------El problema, por tanto, no es entender qué lengua vehicular pueda ser mejor o más adecuada para la labor de traducción del latín litúrgico, sino entender ante todo que el latín litúrgico, en cuanto tal, se enmarca en una variante estándar del idioma latín, una variante que tiene sus propias características fijas, que deben ser conocidas incluso antes de pasar a traducir el texto litúrgico a otras lenguas modernas.
El latín litúrgico: una lengua vehicular impropia
----------Se puede entonces hablar, con suficientes razones, de latín litúrgico en el más amplio horizonte del latín cristiano, o mejor, de una lengua connotada por sus propias características, que la distinguen en parte del uso clásico de la lengua latina en su evolución tardo-antigua y alto-medieval.
----------En primer lugar, lo que constituye la base del latín litúrgico son precisamente las traducciones latinas de la Sagrada Escritura, que aportan imágenes, semánticas y modelos para los textos litúrgicos, que a finales de la Antigüedad tardía empiezan a encontrar su propia estabilidad en la liturgia. El período final de la Antigüedad tardía sigue siendo para la lengua litúrgica el punto de partida y el modelo principal al cual se refieren todos los demás ulteriores desarrollos de la lengua ritual durante muchos siglos: de ahí la peculiaridad de esta lengua y también la dificultad de traducirla a las lenguas actuales.
----------Una segunda peculiaridad del latín litúrgico, que debemos tener muy en cuenta, es su pertenencia al ámbito de la medio-oralidad, vale decir, se caracteriza por textos compuestos para publicación o proclamación oral, es decir, para ser leídos en una asamblea.
----------Una correcta interpretación del texto litúrgico, ya sea tomado de un sacramental o de un himnario, siendo uno a menudo modelo del otro, debe tener en cuenta la composición del texto. Veamos:
----------1. Ante todo se debe rastrear el modelo bíblico, en la correspondiente fuente latina de las Sagradas Escrituras, para reconstruir el trasfondo escriturístico que sustenta el plano teológico de la específica oración litúrgica, para luego llevarlo a la ratio celebratoria, para hacer lo que podríamos llamar la eficacia de la oración, el propósito para el cual fue compuesta.
----------2. Cuando se hace necesario, y sea posible, se deben rastrear también las fuentes patrísticas del texto, que se han ido añadiendo gradualmente al patrimonio de la lengua bíblica ya en el Alto Medioevo, para entrar aún mejor en la especificidad de un lenguaje organizado para celebrar un determinado acontecimiento.
----------3. Con respecto al estudio del léxico, nunca debe olvidarse la necesaria diferencia entre la búsqueda de una precisión filológica y la naturaleza del texto litúrgico, que responde a sus exigencias propias: un ejemplo es la disputa sobre la traducción del verbo bautizar, en los Evangelios y en los textos litúrgicos, entre Erasmo de Rotterdam, defensor de la investigación lexicográfica ante litteram, y Lutero, que invitaba al humanista agustino a no anular el sentido teológico de este término sacrificándolo a la corrección filológica. La fórmula yo te baño en lugar de yo te bautizo obviamente terminaba debilitando la eficacia ritual de la fórmula.
----------4. Al adquirir tal información sobre el texto, se debe tener siempre presente la modalidad tardo-antigua y alto-medieval con la cual se citan pasajes de la Escritura y de los Padres, modalidad distante de la sensibilidad moderna formada sobre la exégesis positiva de las fuentes; y cuando se afronta la traducción de textos litúrgicos modernos, siempre debe primero compararse la estructura con lo que parece ser el modelo de referencia, para luego comprender diferencias y progresos en la composición literaria del específico texto.
----------5. En el momento de la traducción, las informaciones adquiridas acerca del texto deben ser referidad a la contemporaneidad, en el sentido de buscar los textos de las fuentes en la propia lengua de arribo, es decir, de la traducción, para conferir a la oración, o al himno traducido, esa eficacia que lo distingue en la lengua de partida, conscientes de que traducir es decir casi lo mismo.
----------6. Por último, la pertenencia del latín litúrgico al ámbito lingüístico de la medio-oralidad, hoy menos difundida que en el pasado, exige al traductor el cuidar de adaptar el cursus del texto a una asamblea que debería escuchar y no leer. Y por tanto el léxico debe ser reconocible al oído del fiel, para una eficaz referencia cruzada entre trasfondo bíblico, que lo inspira, y experiencia actual del rito.
Del texto litúrgico al latín litúrgico
----------El problema de la traducción de los textos litúrgicos, ya muy diversificados unos de otros, surge de la carga excesiva que se le da al texto, incluso antes que a la lengua, el latín litúrgico, que aparece ya como lengua de arribo, es decir, de destinación, y no de partida. Si luego consideramos que la lengua, que aporta léxico y morfología al latín litúrgico, es la de la traducción latina de la Escritura y de los Padres, que a su vez es lengua de arribo en la traducción, el círculo hermenéutico deviene infinito.
----------Una verdadera posibilidad para dar sentido al texto litúrgico en otra lengua, podría ser la de volver a comprender las fuentes del texto en la lengua de arribo o de destino, después de haber comprendido, sin embargo, el sentido con el cual la terminología bíblica y la terminología patrística han sido usadas en el latín litúrgico, es decir, la lengua de partida.
----------Los textos, siendo compuestos para ser recitados y por tanto recibidos por una asamblea litúrgica, según las leyes que regulan la medio-oralidad, deben responder, en la traducción, a la memoria efectiva del léxico y de las referencias escriturísticas, según la actual traducción conocida por la asamblea. En definitiva, la lengua de arribo de la traducción debe respetar la memoria de las fuentes de una determinada asamblea celebrante, dando por descontado que las fuentes del texto litúrgico siguen siendo las bíblicas.
Conclusiones
----------De lo que aquí llevamos dicho, podemos entonces concluir que el enfoque puramente filológico de la interpretación del texto litúrgico pierde una parte fundamental tanto de su intención como de la atención por el destinatario, que en el texto resulta originaria.
----------Por ende, para superar las dificultades surgidas de la V Instrucción litúrgica, es necesario reflexionar no sólo sobre los criterios de traducción del latín a las lenguas modernas, sino también sobre las características peculiares de la relación que se establece entre el latín litúrgico y tales lenguas.
----------Sobre esta delicada relación, las primeras conclusiones que parecen surgir de lo que hemos reflexionado, pueden ser resumidas en tres puntos fundamentales:
----------1. El latín litúrgico se ha formado a través de una historia secular en la cual ha asumido el rol de lengua vernácula, con características de lengua de uso dependientes de las traducciones de la Escritura.
----------2. A esto se suma la característica de que el latín litúrgico se ha concebido y se ha utilizado como lengua de proclamación antes que como lengua de lectura.
----------3. La lengua de arribo de la traducción a una lengua moderna debe por consiguiente respetar hoy la memoria de las fuentes de una asamblea celebrante.
Estimado Padre Filemón. Permítame expresar dos puntos de disidencia y una nota a cuanto usted ha escrito.
ResponderEliminar1) "La verdadera traducción deviene autónoma respecto del original..."
Una traducción se encuentra en constante tensión dialéctica con el texto madre, en cuanto toda traducción es necesariamente una interpretación que también se ve afectada por el clima cultural en el cual ha sido producida y este clima trae límites y méritos. Por consecuencia, la traducción es un trabajo en constante desarrollo y progreso, que nunca puede ser separado de su fuente.
2) "El hecho de que ya no existan sociedades humanas que "piensen y hablen en latín", el hecho de que el latín sea una lengua muerta, constituye un hecho objetivo que conduce fácilmente a un uso del latín como diferencia entre la experiencia de Dios con respecto a la experiencia del hombre".
En realidad, las lenguas “muertas” son siempre portadoras de la experiencia de las generaciones pasadas. Puede no gustar, pero también debemos confrontarnos con la experiencia de los padres para captar la experiencia humana en toda su complejidad.
Finalmente, debe tenerse en cuenta que una verdadera traducción literal no es posible ya que no existe una correspondencia perfecta entre las palabras de dos lenguas diferentes, ni en cuanto a la amplitud de significado ni en cuanto a la intensidad de significado. Por consecuencia, también una traducción llamada "literal" es siempre una interpretación (la literalidad es una ilusión). En el caso concreto de la instrucción Liturgiam Authenticam es posible que en la prisa por corregir una libertad de traducción que podría caer en la arbitrariedad (basta fijarse en la así llamada "traducción correctiva" del texto litúrgico que en algunos casos se ha promovido), los redactores hayan forzado la mano al identificar fidelidad y literalidad. En este sentido, sería deseable una corrección de la V Instrucción.
Estimado Pius Otto,
Eliminarestoy substancialmente de acuerdo con su comentario, y me parece que sus consideraciones pueden integrarse a las mías y se complementan.
Soy muy consciente de que la tradición litúrgica tiene necesidad de conservar cuidadosamente cada etapa. Sin embargo, disiento acerca de que la fuente sea solo el pasado. Acerca de esto la instrucción Liturgiam Authenticam no es solo un documento que necesita correcciones, sino que, tal como están establecidos sus presupuestos y dictados, y dados los problemas que ha suscitado en la pastoral litúrgica, es un documento que ya es hora que debería ser superado por otro nuevo.
Por lo demás, estoy substancialmente de acuerdo con sus explicaciones, siempre que una calidad fontal también les sea reconocida a las lenguas vernáculas.