lunes, 14 de noviembre de 2022

La más alta forma de vida cristiana

La vida eremítica, según lo enseña santo Tomás de Aquino, es la más elevada de las formas de vida religiosa cristiana, debido al hecho de que, más que ninguna otra forma de vivir la gracia y la ley de Cristo, ella expresa la aspiración del fiel cristiano a la unión con Dios y a la realización de tal unión en la medida de lo posible en la vida presente. [En la imagen: fragmento de "San Pablo el primer Ermitaño", óleo sobre lienzo del 1640, obra de José de Ribera, actualmente en el Museo del Prado, Madrid, España].

----------"Sólo hay una cosa por la que merezca la pena vivir: el amor de Dios. Y sólo hay una infelicidad: no amar a Dios". Lo dice Thomas Merton [1915-1968] en El Signo de Jonás (Cumbre, México 1954, p.42). ¿Y a qué viene Merton? A que estos días he terminado de leer de a ratos ese diario del famoso monje trapense de la abadía Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, motivado yo por encontrar algunas respuestas a algunos viejos interrogantes muy míos acerca de la vida contemplativa en su parangón con la vida activa, y la perfección de la vida religiosa, y el silencio, y la soledad. Merton no tiene todas las respuestas que buscaba. Tiene algunas, ciertamente, en sus dudas y en los impulsos que de tiempo en tiempo le asaltaban por querer abandonar la trapa y convertirse en cartujo. Del considerar estas dos formas de vida religiosa, había sólo un paso a considerar los valores de la vida eremítica, y en esa cuestión me detuve, y surgieron algunos pensamientos. Y aquí los ofrezco al lector, reunidos en un breve artículo, que espero sea de alguna utilidad.
----------La vida eremítica es la vida de algunos cristianos, los cuales, por un don extraordinario de la gracia divina, son llamados y se sienten llamados a vivir en soledad con Dios en Cristo en una pregustación o anticipo excelente de la visión beatífica, con frutos abundantísimos de bien para el prójimo, frutos casi todos escondidos y que aparecerán sólo en el paraíso del cielo, frutos que los eremitas esparcen a manos llenas no por medio de obras exteriores, sino con la ofrenda de la propia vida en la soledad, en el silencio, en la oración, en el trabajo, en la ascesis y en la penitencia, por el bien de los hermanos.
----------Su vida está "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Tal vida escondida es el signo externo del hecho de que ellos practican y gustan secretamente en lo íntimo del alma y en la soledad de la celda o del coro, una "sabiduría escondida, que Dios ha preordenado antes de los siglos para nuestra gloria" (1 Cor 2,7). Imitan la vida oculta de Cristo. Están inmersos en el Misterio y hacen traslucir el Misterio.
----------Los ermitaños viven en el ocultamiento para estar así al reparo de la tentación del exhibicionismo y de la tentación de desear la estima por parte del mundo. En efecto, el ocultamiento es una forma específica del ejercicio de la virtud de la humildad, contra la ambición que nos empujaría a ponernos en muestra, a lucirnos, a dominar y a prevalecer sobre los otros. Los eremitas saben, como dice san Juan de la Cruz, que para encontrar lo que está escondido, es necesario a su vez esconderse.
----------Los eremitas viven una excelente comunión invisible con la Iglesia invisible bajo la guía del Obispo diocesano del lugar, el cual, tal como enseña santo Tomás de Aquino, es el "perfector", mientras que el religioso es "perfectus ab Episcopo", el cual, en cuanto Obispo, no tiene necesidad él mismo de ser monje, porque el oficio del perfeccionador le viene del propio carisma episcopal.
----------Realmente encomiable es, por consiguiente, la bien conocida costumbre oriental de seleccionar a los candidatos a la plenitud del Orden Sagrado entre los monjes. Y de esta íntima comunión en el Espíritu Santo extraen los eremitas una luz y una fuerza extraordinarias para subvenir a las necesidades espirituales, para ofrecer una palabra sapiencial, para aliviar el sufrimiento, para corregir los defectos, para resolver los contrastes, para incrementar la santidad, para extender las fronteras de la Iglesia visible.
----------El ermitaño nos recuerda que la acción decisiva no es en absoluto la acción exterior, sino la interior. El eremita nos hace presente, como dice san Agustín de Hipona, que la verdad está en la conciencia y no en la exterioridad, la cual es ocasión de vanagloria y de hipocresía. El ermitaño nos recuerda que el saber, como dice santo Tomás, no es un acto palpable al sentido, sino una operación íntima e invisible del intelecto. El eremita nos recuerda que el amor, antes de expresarse a lo externo con las obras, es un movimiento interior de la voluntad, conocido solamente por Dios. El eremita es el hombre de lo invisible, es por excelencia ese "hombre espiritual", del cual habla el apóstol san Pablo (1 Cor 2).
----------El ermitaño, como dice con hermosas imágenes y metáforas santa Teresa del Niño Jesús, está escondido en el corazón de la Iglesia, así como el corazón está escondido a los ojos de quien mira el perfil o forma externa del cuerpo, y a semejanza del corazón promueve la vida del organismo, estimula los sentimientos del sujeto, anima las pasiones, dirige las intenciones, impulsa a la voluntad, excita el entusiasmo, suscita el amor. Del mismo modo, el eremita, oculto en el propio corazón de la Iglesia, desarrolla todas estas funciones vitales del corazón para la Iglesia y para la humanidad.
----------La vida eremítica, según santo Tomás, es la más elevada de las formas de vida religiosa (Summa Theologiae, II-II, q.188, a.8) por el hecho de que más que ninguna otra expresa la aspiración a la unión con Dios y la realización de tal unión en la medida de lo posible en la vida presente. Y cita a san Agustín: "son más santos aquellos que, sustraidos a la vista de los hombres, no ofrecen a nadie el acceso a su condición de vida (nulli praebent ad se accessum), viviendo una vida de intensa oración (viventes in magna intentione orationum)" (ibid.). Agustín no quiere decir que el ermitaño impida acercarse a quienes quisieran contactar con él, porque, al contrario, nadie es más acogedor que él, sumergido como está en ese Dios al que a todos acoge.
----------Más bien, Agustín quiso decir que el estado de vida del eremita es tan elevado, que no permite a otros elevarse a ese mismo nivel. Pero es claro que el ermitaño, desde lo alto de su experiencia celestial, hace descender palabras celestiales que iluminan, confortan, corroboran, consuelan a las almas y las estimulan, las guían, las fortalecen en la búsqueda de Dios y las inflaman de su amor.
----------Por otra parte, el Aquinate, siguiendo la enseñanza de san Jerónimo (ibid.), precisa que es necesario que la vida solitaria sea precedida y preparada por la vida cenobítica, la cual educa en la vida social, de la cual el monje sólo puede estar exento si ha alcanzado una alta perfección, que le permite arreglárselas por sí mismo y valerse por sí solo, lo que exige un alto equilibrio psíquico y una gran fortaleza de carácter.
----------Sin embargo, es claro que, incluso en la soledad más austera, hasta el eremita estará condicionado por la común naturaleza humana, que le pedirá un mínimo de sociabilidad, un mínimo de relaciones humanas para la práctica litúrgica o para los sacramentos, para el cuidado de la salud o para el cumplimiento de algún modesto trabajo, que también le puede dar un sustento, por no hablar de la atención debida a los peregrinos y a los visitantes. En efecto, él es un centro de atracción para las almas, un renombrado restaurante del espíritu, donde todos saben que se come bien y se ofrecen platos especiales.
----------En efecto, no se debe confundir el retiro en la soledad eremítica con aquel aislarse de los demás que es debido a que no se sabe mantener relaciones sociales, porque se pretende prescindir de los otros o se rechaza el interesarse por los demás. En cambio, nadie más que el ermitaño tiene la humildad de reconocer cuánto dependemos del prójimo, sobre todo en el momento de la enfermedad y de la vejez. Nadie más que el eremita conoce las más profundas necesidades del prójimo, que son la necesidad de encontrar a Dios y de ser salvados, mientras que nadie le impide ocasionalmente salir de la ermita para hacer frente a las necesidades materiales, incluso urgentes, según la medida de sus fuerzas.
----------La palabra eremita proviene del griego eremos, que significa calmo, tranquilo, sereno, apacible, pacífico. En las agitaciones del mundo y de la Iglesia, el eremita es el hombre de la paz y de la concordia. Es excelente signo precursor, la primicia de la futura paz mesiánica y escatológica. Su Palabra sabia y la ofrenda de su vida indican los caminos de la paz y la superación de las guerras.
----------La vida eremítica no fue del todo ignorada por los antiguos griegos. Tenemos algún atisbo de esta vida en el ideal de los cínicos. Recordemos el famoso profundo dicho: "lathe biosas", que significa vive escondido. Salvo que los cínicos entendían la vida solitaria como una forma de asociatividad anárquica y egoísta, que es lo más opuesto que se puede pensar a la vida monástica.
----------La acusación de individualismo o de asocialidad hecha ya por los antiguos, por los materialistas y por los hedonistas, a la vida monástica, la acusación de ser un aislarse de la vida social, será una constante de la polémica occidental materialista y comunista, frente al camino monástico, hasta nuestros días.
----------Una acusación seria, en cambio, es la objeción que proviene de la necesidad humanista y cristiana de tener estima por el cuerpo, por la mujer y por el sexo. En efecto, en los primeros siglos del cristianismo, la vida monástica estuvo marcada o impostada en base a la perspectiva platónica de la desconfianza por los sentidos y por la liberación del alma de la esclavitud de las pasiones, como si su violencia fuera intrínseca y no accidental a la sexualidad y a la corporeidad, como si la rebelión de la carne al espíritu no fuera una simple consecuencia del pecado original. En aquella época se olvidaba que la voluntad originaria de Dios era la de la armonía entre sexo y espíritu y la de la unión entre hombre y mujer. Se trata de errores rastreables en varios escritores de aquellos siglos, como por ejemplo Orígenes y Evagrio Póntico, que vuelven desaconsejable la lectura de sus textos para quienes no están debidamente formados en la integral doctrina católica.
----------No cabe duda de que las palabras del Génesis, "No es bueno que el hombre esté solo. El hombre se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne", se presentaban desde los primeros tiempos del cristianismo como una seria objeción a la vida monástica. Ya en el Antiguo Testamento el rabino o el sacerdote no hablaban directamente a las mujeres, las cuales debían ser instruidas en la Palabra de Dios únicamente por su marido. Los discípulos del Señor, viendo que Jesús estaba hablando con una mujer, se asombraron (Jn 4,27).
----------Todavía hoy en el Monte Athos los monjes no hablan con mujeres, porque, como es sabido, su presencia no está permitida. Tal usanza es sin duda demasiado rigorista y denota al menos una visión obsoleta o retrógrada de la mujer. Orígenes y Evagrio serán los herederos platonizantes de esta mentalidad rabínica, cuyos rastros también se encuentran en Pablo, el cual prohíbe a las mujeres hablar en público en la iglesia.
----------Es que faltaba en la Iglesia todavía una seria reflexión acerca de lo que implicaba el dogma cristiano de la resurrección del cuerpo y por tanto del sexo masculino y femenino. Fue así que surgió Orígenes para sostener que nosotros resucitaremos, sí, con el cuerpo, pero con un cuerpo de tal manera espiritualizado como para perder las connotaciones de la reciprocidad sexual.
----------La palabra monje proviene del latín monachus y del griego monos, que significa uno, y por tanto solo. El ideal monástico se resume en el dicho de Pablo: "quien se adhiere al Señor, forma con él un solo espíritu" (1 Cor 6,16). Pablo contrapone tal unión a aquella con una prostituta y cita al Génesis: "los dos serán una sola carne". Ahora bien, es claro que si la unión de la cual habla Pablo es incompatible con la unión con Dios; en cambio las palabras del Génesis se combinan muy bien con la unión con Dios. Sin embargo, queda el problema de cómo esas palabras se pueden combinar en el caso del ermitaño. Debemos responder diciendo que la soledad del eremita no debe ser entendida en modo tan riguroso como para excluir la unión hombre-mujer genesíaca, naturalmente entendida en el caso del monje no en sentido sexual sino en sentido espiritual.
----------Aristóteles ya había advertido sabiamente que quien vive solo, o bien es un dios o bien es una bestia. O es un superhombre o es un asocial. El hombre, dice Aristóteles, está hecho para dar a los otros y para recibir de los otros. Solo Dios es completamente autosuficiente y no tiene necesidad de nadie.
----------La vida monástica no tiene su origen en Occidente, sino que llegó a Occidente desde el Oriente indio y tibetano alrededor del siglo III. Tuvo una versión cristiana en los Padres del desierto y una versión pagana en los seguidores de Plotino: memorable es su dicho del "uno que huye hacia el Uno". En efecto, el Antiguo Testamento no conoce el ideal monástico. El retiro en el desierto (véase por ejemplo el profeta Oseas) es sólo un momento privilegiado de encuentro con Dios, pero no constituye un estado permanente de vida.
----------Sólo con el Nuevo Testamento, con san Juan Bautista y con la Comunidad de Qumran, verá su aparición una verdadera y propia vida monástica, ciertamente no inspirada en la Biblia; por lo cual, aunque no tengamos pruebas directas, nos inclinamos a suponer que no haya surgido de manera autóctona, lo cual no es de por sí imposible, sino que podrían haberse tratado de los primeros atisbos de la influencia extremo-oriental sobre la cultura hebrea. Esta influencia oriental, este prestigio del monaquismo oriental frente al de Occidente estará luego destinado a prolongarse hasta nuestros días.
----------De la enseñanza de nustro Señor Jesucristo, considerando la radicalidad con la cual Él exige que lo sigamos, se puede ciertamente recabar el ideal eremítico, pero Cristo no habla de ese ideal explícitamente, aunque en su vida haya dado ejemplos de momentos de soledad con Dios, sobre todo en la oración sacerdotal de Jn 17. San Gregorio Magno considera que el "único necesario" del cual habla Cristo en referencia a María, la hermana de Marta, sea una referencia a la vida contemplativa.
----------La enseñanza del apóstol san Pablo sobre la experiencia mística, que es don de la sabiduría y efecto de la contemplación (1 Cor 2), armoniza ciertamente con la vida monástica, vida esencialmente contemplativa, aunque Pablo no habla expresamente de ella, y se limita a recordar un largo período de soledad pasado en preparación para el cumplimiento de su misión apostólica.

14 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón:
    Es muy hermoso e inspirador, este artículo sobre la vida eremítica.
    No sé si lo que comentaré ahora, será de alguna utilidad, pero al menos tómelo como una anécdota curiosa.
    El hecho de que ud. haya citado a Thomas Merton, y también haya recordado lo que dice San Agustín, interpretándolo en el sentido de que "Agustín no quiere decir que el ermitaño impida acercarse a quienes quisieran contactar con él, porque, al contrario, nadie es más acogedor que él, sumergido como está en ese Dios al que a todos acoge”, me recordó una anécdota contada por Merton en su diario, "El signo de Jonas", que ud. dice haber leído recientemente.
    Merton preguntó a su abad del monasterio de Getsemaní si algún monje cisterciense, en aquel tiempo, había recibido permiso para convertirse en eremita y, para sorpresa de Merton, el abad dijo que sí. Precisamente uno de los monjes de Getsemaní, fallecido hacía ya tiempo, había sido ermitaño en las montañas durante muchos años. Merton escribe: "A su ermita acudían muchas personas, desde miles de kilómetros a la redonda, para consultarle sobre sus problemas espirituales. Y esto... lo impulsó a regresar a Getsemaní, en cuyo monasterio no había encontrado antes lo suficientemente tranquilo". (!)

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    1. Estimado Abel,
      la acogida de la cual habla san Agustín, no debe ser entendida tanto en sentido físico, como podría ser la del encargado de un restaurante, sino que se trata de una obra interior del espíritu del eremita, el cual, iluminado por la Señor, tiene la capacidad de comprender a fondo los problemas espirituales de los demás, sin que éstos necesariamente lleguen físicamente a su ermita, y sin embargo los acoge en su mente elaborando palabras de sabiduría, que eventualmente o transmite a los interesados o bien las comunica directamente a Dios en la plegaria.

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  2. Entiendo que esas mismas huellas de la mentalidad rabínica contra la participación de la mujer en la vida de la comunidad religiosa en condiciones de paridad con la participación de los hombres, cuyas huellas se encuentran en San Pablo, y cuyos herederos platonizantes han sido Orígenes y Evagrio Pontico, podrían vincularse también a la actual oposición de cierto tradicionalismo católico a la participación de las mujeres en los ministerios de la liturgia (lectorado, acolitado, etc.). Significa no distinguir en San Pablo lo que es la Palabra de Dios y lo que son las ideas del hagiógrafo, es decir, no distinguir lo que es Tradición (divina Revelación) y tradiciones humanas o contexto cultural.

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  3. Probablemente lo que estoy por decir no tenga absolutamente nada que ver con el tema del artículo. Pero el "necesario" de las palabras de Jesús "la única cosa necesaria", en el episodio de Marta y María, con todo el sentido de lo que es "necesario", y la gravedad y la seriedad de aquello que es "necesario", me dan hoy un significado profundo de lo que el anciano Papa Benedicto XVI ha escrito hace pocos días atrás acerca del Concilio Vaticano II, que "se ha revelado no sólo significativo, sino necesario", dijo el Papa emérito.

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    1. Estimado Marino,
      el "necesario" del cual habla Jesús tiene un carácter de absolutidad, porque rechazándolo ponemos en juego nuestra salvación, mientras que el necesario del cual habla el papa Benedicto en la carta que Ud. cita se lo puede considerar más bien relativo, en el sentido de que, si el Concilio no hubiera existido, no creo que la Iglesia hubiera sufrido grave daño.
      Sin embargo, reconozco que, bajo el pontificado de Pío XII, existían grandes peligros que el Papa había denunciado en la encíclica Humani Generis y existían diversos defectos en la Iglesia a los cuales el Concilio habría luego de remediar, como por ejemplo una excesiva clausura o cerrazón hacia el pensamiento moderno, una liturgia demasiado clerical, un excesivo distanciamiento de los hermanos separados, una excesiva severidad en la condena de los errores.
      Por estos motivos, la convocatoria del Concilio ha sido algo providencial y si no precisamente una cosa absolutamente necesaria, al menos oportuna y muy útil para una reforma de la Iglesia. En efecto, el Concilio ha dado indicaciones que efectivamente han corregido los mencionados defectos y ha dado un impulso renovador a la vida de la Iglesia.

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  4. Estimado Padre,
    le señalo la publicación de la reciente instrucción de la ex Congregación (hoy Dicasterio) para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica titulada "La forma de vida eremítica en la Iglesia particular 'Ponam in deserto viam' (Is 43,19). Orientaciones". La Sede Apostólica, en efecto, ha decidido legislar, o más bien ofrecer orientaciones, en un ámbito que claramente necesitaba de algunas líneas guías, dada la amplitud (¿providencial?) del fenómeno eremítico en la actualidad, y dada su riqueza interna.

    Cordialmente,
    Pedro

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    1. Estimado Pedro,
      le agradezco vivamente por esta señalización, que hace referencia a una intervención más que oportuna de la Santa Sede acerca de una cuestión como la de la vida eremítica, que es de gran importancia para la vida de la Iglesia y el bien mismo de la sociedad.

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  5. Estimado Padre,
    Tal vez pueda ayudarme a comprender. En el documento citado (La forma de vida eremítica en la Iglesia particular "Ponam un deserto viam". Orientaciones) se dice que los ermitaños de votos públicos y solemnes son reconocidos en el estado consagrado. Tengo la impresión de que en los diversos actos del magisterio no siempre queda claro si existe una distinción sustancial y jurídica entre el término "consagrado" y el término "religioso". Aquí se usa el primero, y está bien. Pero por ejemplo, las vírgenes consagradas son consagradas sin ser religiosas, pero en ese caso se acostumbra explicar que ellas no son religiosas porque no profesan votos públicos y solemnes. Pero en presencia de votos públicos y solemnes, ¿es por tanto posible hablar siempre y en cualquier caso de "religiosos" en sentido propio? Otro caso es el de los miembros de sociedades de vida apostólica, que no profesan jurídicamente votos religiosos y sin embargo son comúnmente llamados religiosos, aunque se les distinga estos ad normam iuris. Por lo tanto, para concluir, ¿puede un ermitaño de votos solemnes (que no pertenece a un instituto) considerarse también "religioso" además de "consagrado"? ¿Podría iluminarme sobre en esta materia?

    Suyo en Cristo,
    Pedro

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    1. Estimado Pedro,
      la cuestión que usted me plantea tiene un aspecto teológico y un aspecto jurídico: un aspecto que concierne a la teología moral, en base a la cual tenemos el estado religioso, del cual habla Cristo en el Evangelio. Implica la observancia de una regla, aprobada por la Iglesia, y la práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
      En base a la teología moral, ciertamente se puede decir que un religioso es un consagrado, en el sentido de que se consagra totalmente a Dios renunciando al mundo, en vista de un mejor servicio al prójimo en una más estrecha unión con Dios.
      Sin embargo, la vida religiosa o consagrada tiene también un aspecto jurídico, porque los religiosos obedecen a la Iglesia según una particular regla de perfección, que es aprobada por la autoridad eclesiástica, que puede ser diocesana o pontificia.
      Hablando aquí de consagración, uso un concepto referido a la vida religiosa, que es más estricto que ese amplio con el cual se suele hablar de consagración bautismal.
      Por cuanto se refiere al estado del eremita, tal estado no prevé votos solemnes, porque la vocación eremítica históricamente ha surgido mucho antes de la institución de los votos solemnes. Ella más bien está caracterizada por el hecho de que una persona consagrada de vida cenobítica, por ejemplo perteneciente a una comunidad monástica, advierte esta vocación y con el permiso del superior se compromete a llevarla a cabo. El superior normalmente puede ser o bien el obispo o bien el superior de la comunidad de origen.
      Como observa santo Tomás, según una antiquísima tradición tanto en Oriente como en Occidente, se hace presente que la vida eremítica es dificilísima, por lo cual ya Aristóteles decía que quien vive solo o es un dios o es una "bestia", es decir, un individuo asocial. Esto quiere decir que una vida eremítica sólo puede ser auténtica si emerge de una precedente práctica ejemplar de vida común.
      Ahora bien, por cuanto respecta a las distinciones relativas a las diversas clases de votos religiosos, este es un campo propio de los canonistas, un campo que no es el mío, porque soy teólogo.
      Por ello, si desea aclaraciones sobre esta materia, es necesario que usted contacte con algún canonista de la vida religiosa.

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  6. Estimado Padre:
    Gracias por la respuesta y la referencia, pero sobre todo gracias por su tiempo. Usted dice que la vida eremítica "está caracterizada por el hecho de que una persona consagrada de vida cenobítica, por ejemplo perteneciente a una comunidad monástica, advierte esta vocación y con el permiso del superior se compromete a llevarla a cabo". Esto es verdad para los religiosos pertenecientes a institutos de vida religiosa o monásticos que deciden emprender este camino. Sin embargo, el canon 603 del CIC y la instrucción del Dicasterio antes citado prevén también la existencia de personas no dependientes de institutos religiosos, que se ligan con voto u otro vínculo sagrado al Obispo diocesano, quien aprueba la regla y vela para que su cumplimiento sea observado. La instrucción especifica que tal vínculo puede (aunque no necesariamente debe) tomar la forma jurídica de un voto público y solemne, y que en tal caso (y solo en esto, me parece poder inferir) el eremita debe ser considerado a pleno título un consagrado. Mi pregunta se refería a esta segunda categoría de eremitas, no religiosos en cuanto no pertenecen a un instituto pero aún así consagrados, que caen, me parece, en una especie de tierra de nadie. ¡Gracias de nuevo por su tiempo y su disponibilidad!

    En Cristo,
    Pedro

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    1. Estimado Pedro,
      no conocía esta posibilidad de vida eremítica accesible a personas no insertas en institutos religiosos. Por otra parte, no me sorprende esta novedad, que testimonia la maternidad de la Iglesia, la cual en el curso de la historia extiende sus brazos a categorías cada vez más amplias de personas.
      En efecto, como he dicho antes, hasta esta nueva disposición de la Iglesia, el acceso a la vida eremítica sólo era posible para personas provenientes de la vida religiosa cenobítica o monástica.
      En todo caso, es necesario confirmar el principio de que para poder acceder a la vida eremítica es necesario primero haber ejercitado de manera excelente la vida común o social, se trate o no se trate de un instituto religioso.
      Por cuanto respecta al aspecto jurídico, reitero el consejo de contactar a un canonista.

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  7. Estimado padre Filemón,
    sumamente interesante sus sólidos argumentos acerca de que nadie tendría que poder acceder a la vida eremítica sin haber dado pruebas de capacidad para la vida cenobítica o al menos dado pruebas para la vida social normal. De lo contrario podrían acceder peligrosamente a la vida eremítica personalidades con características patológicas (el "dios" y el "bestia" de Aristóteles, que usted menciona).
    Ahora bien, me permito agregar un vínculo de ese razonamiento suyo con el tema candente de la posibilidad del ingreso a los Seminarios y Casas de Formación religiosa a personas con tendencias homosexuales (llevando una vida de empeño santificador, se entiende, de ascesis y control de sus tendencias anormales o patológicas).
    Bien sabemos que el papa Francisco ha pedido no dar ingreso a esta clase de personas al Seminario.
    Al respecto, un buen argumento, en paralelo con el suyo respecto a la vida eremítica, podría formularse así: no puede darse acceso a la vida sacerdotal celibataria a aquella persona que no da fehaciente prueba de estar renunciando al amor sexual con una mujer.
    ¿Cómo valora Ud. el argumento que propongo?

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    1. Estimado Silvano,
      el paralelo que usted traza entre el eventual aspirante a la vida eremítica y un aspirante al sacerdocio, es ciertamente válido, aunque los contextos sean diferentes.
      La propuesta que usted hace de que los encargados de la formación de los seminaristas lleven a cabo una atenta verificación de la aptitud o disponibilidad del candidato para comprometerse en la práctica del celibato es, sin duda, plenamente sensata.
      En todo caso, se tratará de aclarar cómo hacer esta verificación.
      En el pasado, el joven se mantenía demasiado alejado del contacto con mujeres. El Concilio Vaticano II, subrayando la reciprocidad espiritual y psicológica entre hombre y mujer, ha corregido una visión de la mujer insuficientemente respetuosa de su dignidad, por lo cual considero que el educador debe saber formar para el celibato habituando al joven a un moderado contacto con el sexo femenino, que sepa dosificar y alternar con prudencia el momento de la separación y el momento del encuentro.
      Esta orientación promovida por el Concilio está creando una situación social y eclesial que ve la presencia del elemento femenino también dentro de los organismos de la Santa Sede, para lo cual es necesario que el joven, futuro sacerdote, esté habituado a tratar con la mujeres de una manera más apropiada, de acuerdo con el rol más importante desarrollado hoy por la mujer, siempre manteniendo, obviamente, aquellas precauciones que se hacen necesarias por el estado actual de naturaleza caída.

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