viernes, 27 de mayo de 2022

El Espíritu Santo y sus obras (3/5)

Desde los presupuestos filosóficos, pasamos ahora a tratar de alcanzar alguna inteligencia del dato de fe (o dato revelado) acerca de la Santísima Trinidad. Reflexionaremos hoy, entonces, acerca de los siguientes temas: 1) Cristo nos revela la existencia y la obra de la Santísima Trinidad; 2) la persona divina actúa como naturaleza divina y no como persona, 3) la obra de la Santísima Trinidad en la historia, para terminar refiriéndonos a, 4) los conceptos rahnerianos de Trinidad inmanente y Trinidad económica.

Cristo nos revela la existencia y la obra de la Santísima Trinidad
   
----------Nuestro Señor Jesucristo presenta al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como personas divinas, si por persona entendemos un ente que piensa, quiere y habla, personas en colaboración entre sí para la salvación del hombre, desplegando operaciones en parte diferentes y en parte idénticas. El Hijo y el Espíritu proceden del Padre; el Espíritu del Padre y del Hijo y son enviados al mundo.
----------Que Jesús haga referencia a personas divinas, cada una de ellas igual a Dios, no es siempre fácil de entender a la simple lectura de las palabras del Señor. La personalidad más fácil de entender es la del Padre, porque el atributo de la paternidad es conocido también en las religiones paganas, como por ejemplo la antigua religión romana, para la cual Júpiter es el padre de los hombres y de los dioses. Está claro que un padre no puede sino ser una persona. Y así también el Hijo, aunque acerca de la figura de Jesús es necesario demostrar su divinidad, la cual ha sido enseñada por el Concilio de Nicea, del año 325.
----------Ahora bien, Jesús introduce un nuevo concepto de persona divina, de modo tal que en Dios aparecen tres personas. Que Dios sea un Dios personal, es decir, persona en el sentido de ente subsistente inteligente y libre, se lo sabía también antes; pues lo sabe ya la simple razón natural, también lo sabe ya el simple monoteísmo, que define la naturaleza divina como la definirá el Concilio Vaticano I: "una singularis simplex omnino et incommutabilis substantia spiritualis" (Denz.3001).
----------Jesús, suponiendo adquirido el concepto de persona divina singular y única, entendida como sustancia espiritual, revela y añade, al definir la esencia de Dios, que Dios es persona en el sentido de una relación subsistente, como será comprendido por san Agustín de Hipona antes, y después por santo Tomás de Aquino, y finalmente definido por el Concilio de Florencia en 1442 (Denz.1330).
----------Más difícil es, sin embargo, reconocer, comprender y definir la divinidad de la persona del Espíritu Santo. El Magisterio de la Iglesia lo ha entendido y enseñado gradual y progresivamente, a partir del hecho de que Jesús habla de él como se habla de una persona, que actúa intelectualmente y voluntariamente y expresando pensamientos y cumpliendo acciones que sólo Dios puede cumplir.
----------En efecto, ya en el Antiguo Testamento es conocido el espíritu (rúach) de Dios, pero aparece y actúa como simple emanación, efusión, efluvio, soplo o inspiración transitoria, que inviste de modo ocasional y temporalmente a los profetas y a los hombres de Dios. Por eso el espíritu no tiene aquí una subsistencia y acción propias y permanentes, una presencia estable. No se trata nunca de un sujeto, es decir, de una persona, sino de la acción o del influjo de esa única persona que es Dios, eventualmente considerado como Padre.
----------En aquello que dice Jesús sobre el Espíritu Santo, resulta claro que el Espíritu viene del Padre; así también Jesús se expresa con claridad acerca de su propio proceder del Padre ("yo he salido de Dios y vengo de él", Jn 8,42); pero no está tan claro que el Espíritu también proceda del Hijo. Es verdad que  nuestro Señor promete "enviarlo" (Jn 16,7). Pero esto hace referencia a una misión; lo cual presupone la distinción del Espíritu del Hijo; pero no da todavía la clara idea de una procesión del Espíritu desde el Hijo.
----------Ello ha sido aclarado sólo con el Símbolo Niceno-Constantinopolitano del siglo IV, en el cual encontramos la fórmula del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Santo Tomás (Sum.Theol., I, q.36, a.2) da la justificación teológica de este artículo de fe haciendo presente que si no se precisara que el Espíritu Santo procede también del Hijo, no tendríamos manera de distinguir al Hijo del Espíritu Santo.
----------Tomás de Aquino explica que una persona divina se distingue de otra persona divina no por algo absoluto, porque así surgirían tres dioses, dado que sólo Dios es el Absoluto. Sino que las divinas personas se distinguen desde el punto de vista del origen: el Padre no es originado, sino que origina al Hijo y al Espíritu Santo, que tienen en el Padre el mismo origen. Por tanto, es necesario encontrar un motivo por el cual el Hijo se distinga del Espíritu. Ahora bien, como es evidente que el Hijo no tiene origen del Espíritu, no queda más que admitir que es el Espíritu el que tiene origen, es decir, tiene su proceder del Hijo.
----------Ahora bien, el usar como criterio de distinción las diferentes propiedades de las divinas personas no es suficiente, si bien es cierto que mientras el Hijo es engendrado, el Espíritu es espirado, pero queda siempre el hecho de que su origen es el mismo, el Padre. Incluso si bien se trata de dos modos diferentes de hacer proceder, esto no incide sobre la diversidad de las personas, que son caracterizadas por una relación de origen. Es decir, las divinas personas son relaciones y no sustancias. Dos sustancias son bastante diferenciadas en sus propiedades. Pero dos relaciones de origen como las personas divinas sólo se pueden diferenciar por una diferente relación de origen: en este caso el origen del Espíritu Santo del Hijo. Así, mientras el Hijo se origina del Padre, el Espíritu también se origina del Hijo, así como del Padre.
   
La persona divina actúa como naturaleza divina y no como persona
   
----------La Escritura nos habla de un múltiple y variado actuar de las Personas divinas, diferentes el uno del otro, y de una especie de dialogar o de integrarse o influenciarse entre sí en el obrar conjunto o por propia cuenta. Por ejemplo, nos habla del Padre que manda, del Hijo que obedece, del Espíritu Santo que completa la obra del Hijo, como si cada Persona tuviera una propia visión o voluntad distinta de la de las demás y realizara diferentes obras recíprocamente complementarias, cada una con un rol diferente al de la otra, como sucede en nuestros asuntos, intercambios, quehaceres y relaciones interpersonales: un grupo de amigos que discuten acerca de qué hacer para realizar un plan común, en cuya ejecución cada uno tiene su parte.
----------Por eso la concepción agustiniano-tomista de las Personas divinas como relaciones subsistentes, que se dividen entre el ser (el Padre), el pensar (el Hijo) y el querer (el Espíritu) les parece a algunos extremadamente abstracta, rígida, esquemática, en compartimentos estancos, privada de vida y de dinamismo, no conforme a lo que la Escritura narra de las obras de las tres Personas en la historia y en las relaciones entre ellas. ¿Será acaso que el Padre no entiende y no quiere? ¿Que el Hijo no ama? ¿Que el Espíritu no entiende?
----------Ahora bien, los objetores confunden dos cosas: la propiedad con la apropiación y la naturaleza con la persona. La propiedad o nombre propio es lo que pertenece como propio a las individuales personas y las distingue entre sí: el Principio o Ser, el Padre; el Verbo, que es el Hijo, y el Amor, que es el Espíritu. Y luego, dado que cada una es Dios y Dios es, conoce y ama, está claro que cada una, en cuanto es Dios y no en cuanto Persona, posee la naturaleza divina, es decir, es, conoce y ama.
----------La apropiación, en cambio, es la atribución que la Sagrada Escritura hace a una determinada Persona de una cualidad divina de por sí no perteneciente a esa Persona, sino a la naturaleza divina, cualidad que, sin embargo, la Escritura hace propia de esa Persona más que de otra.
----------Por tanto, si el Hijo obedece al Padre, lo hace como hombre, porque como Dios Hijo, la suya es la mismísima voluntad de Dios Padre; si ama, no ama en cuanto Persona, sino en cuanto Dios. Si el Espíritu conoce, no lo hace en cuanto Persona, sino en cuanto Dios. Por tanto, el amar en el Verbo no es propiedad suya, sino apropiación suya. El conocer en el Espíritu no es su propiedad, sino su apropiación.
----------Por tanto, el enfatizar antropomórficamente el hecho de que cada Persona existe, conoce y ama, acaba por degradar el ser relacional propio de cada Persona al ser sustancial propio de la persona creada y por transformar por consiguiente a las tres Personas en tres Dioses o tres personajes de teatro.
----------Es necesario, por el contrario, al definir la esencia y la propiedad de las Personas divinas, atenerse escrupulosamente a la austera pero exacta doctrina agustiniano-tomista, verdaderamente conforme tanto a la Sagrada Escritura como a la sana razón, y por lo demás confirmada por el dogma, que parece efectivamente un insípido maná para nuestro paladar ávido de manjares, pero es el precio a pagar para comprender y gustar verdaderamente el Misterio.
   
La obra de la Santísima Trinidad en la historia
   
----------La Santísima Trinidad concibe el plan de salvación del hombre y lo actúa en el curso de la historia mediante la encarnación de la Segunda Persona, el Hijo. Queriendo ser precisos, debemos decir que cada una de las tres Personas desarrolla un rol específico en colaboración con las otras.
----------Por cuanto respecta a la ideación y proyectación del plan de la salvación y su actuación, se debe decir que son obra de la misericordia del Padre, el cual precisamente, según el relato bíblico, movido a compasión por la miserable suerte del hombre como fruto del pecado original, concibe y proyecta el plan y lo presenta al Hijo, ordenándole actuarlo, llevarlo a cabo; el Hijo lo acoge y obedece con voluntad humana, dado que la voluntad divina del Hijo es idéntica a la del Padre, siendo la común voluntad divina.
----------El Hijo inicia la actuación o realización del plan del Padre: sale del seno del Padre que está en los cielos, aunque permaneciendo sin embargo siempre como Dios junto al Padre; el Hijo desciende al mundo, se encarna, llama al hombre pecador a la conversión predicando el Evangelio y anunciando la venida del reino de Dios; en Jesús permanece constantemente y sin cesar la presencia operante del Espíritu Santo, y por tanto no sólo ocasionalmente como había ocurrido antes en el caso de los profetas.
----------Cristo, por tanto, con el poder del Espíritu, da el ejemplo de la recta conducta humana, agradable al Padre; realiza grandes actos de caridad y obra milagros a fin de que los hombres crean que es enviado por el Padre para la salvación del mundo y que tiene poderes divinos salvíficos, de hecho que Él es el Hijo de Dios, Mesías Salvador anunciado por los profetas; combate victoriosamente contra el demonio, liberando al hombre de su esclavitud y restituyéndolo al Padre, su legítimo propietario y Señor; funda la Iglesia como comunidad de salvación de los hijos de Dios, animada por el Espíritu Santo, instituyendo la jerarquía apostólica y los siete sacramentos; antes de retornar al Padre, promete el envío del Espíritu Santo con la tarea de llevar a cumplimiento la obra salvífica; ofrece en la cruz su vida al Padre en el poder del Espíritu Santo para dar en lugar nuestro satisfacción al Padre por la ofensa del pecado, obteniendo para todos misericordia y perdón.
----------Jesús, al término de su misión terrena, anuncia su futuro retorno a la tierra para poner fin al dominio del príncipe de este mundo, hacer resucitar a los muertos, juzgar a los vivos y a los muertos e inaugurar la plenitud final del reino de Dios, edificado por la Iglesia, reino celestial y terrestre, que acogerá a todos los elegidos desde Adán y Eva hasta la última generación que aún viva en la Parusía.
----------El Espíritu Santo inaugura la misión de la Iglesia en Pentecostés. A lo largo de toda la historia la guía, gracias al magisterio apostólico presidido por el Romano Pontífice, en un gradual, progresivo, y siempre mejor conocimiento y práctica del depósito revelado consignado por Cristo a los apóstoles.
----------A través de todo el curso de la historia, el Espíritu Santo, con la riqueza inagotable de sus dones y entregándose Él mismo, hace progresar a la Iglesia en la santidad y, sirviéndose de la predicación de los apóstoles, impulsa progresivamente a los pueblos a convertirse a Cristo. Sin embargo, nuestro Señor Jesucristo también prevé que en la inminencia de su Parusía, ocurrirá un declive de la fe y de la caridad, mientras que san Pablo anuncia una general apostasía y la venida del Anticristo.
----------Pero también en esa prueba suprema no faltará la asistencia iluminadora, consoladora y fortalecedora del Espíritu Santo, que permitirá a los elegidos vencer definitivamente a Satanás bajo la guía de Cristo e instaurar la Jerusalén celestial prevista por el libro del Apocalipsis.
----------La actividad salvífica de la Trinidad en la historia se desarrolla según un movimiento que tiene dos modalidades: una modalidad descendente, que se aplica directamente al hombre, pero a fin de que él ascienda a Dios en la vida de gracia. Por lo tanto, es una modalidad teodireccional: guía al hombre hacia Dios.
----------Para ello, el elegido se eleva a la cumbre de su perfección como si subiera tres escalones: y por ello tenemos un inicio, un medio y un final. El alma inicia su camino llamada por el Padre en el bautismo, madura su virtud en la imitación de Cristo, completa su santificación movida por el Espíritu Santo. Son aquellas que el padre Reginald Garrigou-Lagrange [1877-1964] llamaba las "tres edades de la vida interior", retomando la doctrina de Dionisio el Areopagita a través de santo Tomás de Aquino.
----------Respecto a los mencionados tres escalones, o "tres edades" como decía Garrigou, tal movimiento se asemeja al de la teología de Proclo [412-485]. Implica una salida (exodos) del mundo desde Dios, una detención del mundo en sí mismo (monè), una oposición del mundo a Dios y la acción divina por la cual el mundo retorna a Dios (epistrofè). Este proceso se expresa en Orígenes [185-253] con tres fases: 1) unidad originaria divina; 2) la división de la unidad en la dualidad Dios-mundo y la oposición bien-mal; 3) anulación del mal en la reconciliación de las dos partes; 4) reconstitución de la unidad divina originaria. En Georg Hegel [1770-1831], como es sabido, tenemos la tríada dialéctica, correspondiente a las tres personas de la Trinidad: 1) Tesis (Dios Padre); 2) Oposición del Logos; 3) Reconciliación en el Espíritu. Pero todas estas ciclicidades no pueden representar adecuadamente la real ciclicidad bíblica por el motivo fundamental común a las tres de que carecen de una adecuada distinción entre Dios y el mundo, por lo cual o Dios necesita del mundo para realizarse a sí mismo (Proclo y Hegel) o el mundo se disuelve en Dios (Orígenes).
----------Tenemos aquí, entonces, todas aquellas espiritualidades que conciben el camino de la perfección como el ascender por peldaños, por ejemplo los 33 escalones de la escalera de san Juan Clímaco [575-649], los "cuatro escalones" de santa Catalina da Siena [1347-1380], el paso de las purificaciones activas a las pasivas de san Juan de la Cruz [1542-1591], las "siete moradas" de santa Teresa de Ávila [1515-1582]. Los módulos bíblicos fundamentales son muy simples: es el módulo paulino del pasaje del hombre carnal al hombre espiritual o el módulo de Cristo mismo: de adultos devenir niños, ideal retomado por santa Teresa de Lisieux [1873-1897], que evidentemente no debe ser entendido como una apología del infantilismo, sino como exaltación de esa simplicidad espiritual, que evita esa duplicidad lamentablemente tan frecuente en los adultos y en los sabios de este mundo. Para comprender bien el dicho de Cristo, es necesario por tanto hacerle corresponder el de san Pablo, aparentemente contradictorio, pero en realidad complementario: "no seáis como niños para juzgar; sed como niños para la malicia, pero juzgad como personas maduras" (1 Cor 14,20).
----------El otro movimiento es circular, aunque también teodireccional, pero en lugar de terminar en el hombre finalizado en Dios, comienza y termina en el Padre: el Padre hace salir de sí al Hijo que desciende al mundo y salva al hombre pecador reconciliándolo con el Padre por medio de Cristo. Salvado el hombre en el Espíritu Santo, el hombre en el Espíritu y en Cristo asciende al Padre. En otras palabras: el Padre envía al Hijo al mundo para redimir al hombre del pecado, liberarlo de la seducción y de la tiranía de Satanás y para hacerlo hijo de Dios, templo de la Santísima Trinidad. Así, habitado por Ella en la fe, que ve la Trinidad "como en un enigma" (1 Cor 13,12), el hombre se prepara para verla "cara a cara" en el cielo.
----------Cuestión no fácil es la de aclarar las relaciones de la Santísima Trinidad con Satanás y con el infierno. En el siglo XVII, el místico luterano Jakob Böhme [1575-1624] abordó este arduo problema. La cuestión fue retomada por Friedrich Schelling [1775-1854] y, más recientemente, por Hans Urs von Balthasar [1905-1988]. En todos encontramos la preocupación en sí misma justa, de insertar de algún modo estas fuerzas adversas a Dios en lo interno del misterio trinitario, como para dar alguna inteligibilidad o justificación al mal. Pero la tentativa de asignar al diablo una parte en la obra de la salvación acaba por dar la impresión de que se quiera entender el pecado como factor de salvación, lo que recuerda el famoso principio luterano justus et peccator. El infierno deviene un ingrediente de la vida trinitaria y la bondad divina parece estar de acuerdo con el pecado.
   
Trinidad inmanente y Trinidad económica
   
----------En este punto, es útil detenerse brevemente, por su notoriedad, en un examen crítico de dos puntos de la triadología rahneriana. En el primero, Karl Rahner [1904-1984] afirma que "la Trinidad inmanente es la Trinidad económica y viceversa". El segundo se refiere a la definición rahneriana de la persona divina.
----------Veamos el primer punto: "la Trinidad inmanente es la Trinidad económica y viceversa". Observamos que Rahner usa la expresión "inmanente" en un sentido impropio, ya que inmanente quiere decir propiamente "permanecer en", lo que implica un sujeto en el cual lo inmanente permanece. En cambio, con esa expresión Rahner pretende referirse a la Trinidad en sí misma, independientemente del mundo. En cuanto a "económica" se referiría a la acción salvífica de la Trinidad hacia el hombre.
----------En este punto sería necesario distinguir en la proposición el dato de hecho de la cuestión de derecho, y precisar que la actividad salvífica de la Trinidad es ciertamente un hecho, pero no es en absoluto un derecho, es decir, el salvar al mundo no es para nada un acto necesario constitutivo de la esencia de la Trinidad. Ella bien podría existir sin el mundo y existía ab aeterno antes de decidir el crear el mundo.
----------Segundo punto de la triadología rahneriana: la definición de la persona divina. Ella es para Rahner "un modo de subsistencia de la naturaleza divina". Ahora bien, esta tesis es claramente errada. La persona divina, precisamente en cuanto persona, no es un modo de subsistencia, sino que es una subsistencia o bien subsistente. Se puede decir, por tanto, que las tres personas son tres subsistencias. El modo de subsistencia es una propiedad de la persona, no constituye su esencia.
----------Lo que subsiste no es la naturaleza divina, sino la persona divina. Si, en cambio, se dice que la naturaleza subsiste y la persona es una modalidad de subsistencia, entonces se viene a confundir la persona con la naturaleza, que son nocionalmente distintas, aunque en la realidad la una y la otra son un único Dios. La naturaleza divina ciertamente subsiste, pero su subsistencia tiene modos de subsistir. que no son las personas, sino los atributos de la naturaleza: la simplicidad, la bondad, la infinidad, la sabiduría, la omnipotencia, la eternidad, etc., que son comunes a las tres personas.
----------Si la persona divina fuera un simple modo de subsistencia de la naturaleza, la naturaleza sería lo único subsistente y por tanto la única persona y las personas perderían su subsistencia, es decir su personalidad, para reducirse a tres modos de subsistir de la única persona, esto es la naturaleza divina, y esto no sería otra cosa más que ese modalismo ya condenado por la Iglesia desde los primeros siglos del cristianismo.
----------El Espíritu Santo subsiste según diferentes modos de subsistencia, por ejemplo el amor, la vida, la verdad, la sabiduría. Pero no se debe confundir el Espíritu Santo con los modos de su subsistir. Ciertamente se puede decir que el Espíritu Santo sea amor, vida, verdad y sabiduría subsistentes. Pero entonces, desde este punto de vista, estos atributos ya no son modalidades de subsistencia de la naturaleza divina, sino que se identifican con la misma subsistencia del Espíritu Santo.

12 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón,
    al agradecerle este valioso excursus sobre la Tercera persona de la Santísima Trinidad, quisiera llamar su atención sobre algunas ideas para ulteriores profundizaciones.
    Muy acertadamente Ud. ha subrayado los límites de la famosa expresión de Rahner sobre la identidad de la Trinidad en Sí misma y la Trinidad en la economía de la Revelación. Y esto se debe al uso incorrecto del adjetivo "inmanente" para referirse a la vida íntima (si así se puede decir) de la Trinidad en sí misma, pero sobre todo al hecho de que la creación y la salvación del hombre no pueden reconducirse a actos necesarios intrínsecos a la naturaleza misma de Dios, sino que se configuran como libres y gratuitos gestos del amor divino.
    Sin embargo, se debe reconocer que la citada fórmula rahneriana ha encontrado no poca fortuna en el ámbito de la teología contemporánea, si por ejemplo Piero Coda, ha llegado a afirmar que ya estaba, in nuce, presente en los Padres, y será, alrededor de los años 80 del siglo pasado, asumida por la Comisión Teológica Internacional.
    Dice P. Coda, en "Dio Uno e Trino" (ed. San Paolo, 1993, p. 154): "La historia de la salvación es el punto de partida imprescindible de la teología como conocimiento del misterio de Dios tal como es en sí mismo […] es éste un principio teológico que era bien conocido por los Padres de la Iglesia y estaba formulado en estos términos: la 'teología', como contemplación del misterio de Dios en sí, debe partir de la 'oikonomia', es decir, del diseño o plan de salvación actuado por Dios en la historia, a través de la encarnación del Hijo y el don del Espíritu Santo. Este mismo axioma es expresado por la teología contemporánea en estos términos, retomando una formulación de K. Rahner: 'La Trinidad económica es la Trinidad inmanente'. Esta fórmula ha sido hecha propia, como axioma fundamental de la teología católica, por la Comisión Teológica Internacional […]".
    ¿Cómo podemos explicar tal éxito? ¿Es siempre reconducible a esa habilidad mimética del teólogo alemán, que durante el Concilio supo ocultar sus verdaderas intenciones, ganándose estima y atención, como ha denunciado Ud. repetidamente, incluso en este blog?

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    1. Estimado amigo Berengario,
      como ya he dicho en mi artículo, la expresión "la Trinidad económica es la Trinidad inmanente" y viceversa, aparte del uso impropio del término "inmanente", puede tener un significado aceptabilísimo, en cuanto esa expresión se refiere a un dato de hecho que es la existencia de la obra de Cristo, obra que, sin embargo, no deriva necesariamente de la Santísima Trinidad y, por tanto, no la caracteriza en su esencia, porque Ella bien habría podido existir perfectamente incluso sin la existencia del mundo.
      Por lo tanto, entiendo muy bien que la Comisión Teológica Internacional haya hecho propia esa expresión en cuanto referida al dato histórico o dato de hecho, pero, aunque haya sido inventada por Rahner, la Comisión no la acepta en cuanto Rahner vincula esencialmente a Dios con el mundo siguiendo las huellas de Hegel.
      Por cuanto respecta a la triadología de los Padres, es más que comprensible y lógico que ellos lleguen al conocimiento de la Trinidad en Sí -aquella que Rahner llama "inmanente"- partiendo del conocimiento de las enseñanzas de Cristo. Pero esto no implica en absoluto en los Padres la idea de un Dios que no pueda existir sin el mundo, cosa que podemos llamar francamente herética.

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  2. Estimado padre Filemón:
    Algo más. Usted ha escrito: "[...] en Jesús permanece constantemente y sin cesar la presencia operante del Espíritu Santo, y por tanto no sólo ocasionalmente como había ocurrido antes en el caso de los profetas".
    En el momento más dramático de la pasión, la naturaleza humana de Jesús crucificado experimenta el sufrimiento indecible del abandono por parte del Padre: "A las tres, Jesús gritó a gran voz: 'Eloì, Eloì, lemà sabactàni?', que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34).
    ¿Podemos afirmar con seguridad, que incluso en ese momento el Espíritu Santo estuviera presente en Jesús, al menos a nivel ontológico, aunque en una suerte de ocultamiento a la conciencia del Crucificado? ¿O bien es posible aventurar la hipótesis teológica de un momento de verdadero y total abandono, por parte del Espíritu, a fin de que nuestro Señor bebiera hasta el fondo el amargo cáliz?
    Piero Coda, y no solo él, parece sugerir esta posibilidad: "si la presencia del Espíritu Santo es tan evidente en la resurrección de Jesús […] misteriosa permanece la presencia y la acción del Espíritu Santo en el suceso de la pasión, del abandono y de la muerte. Si el Padre calla y no interviene en favor del Hijo, si el Hijo no advierte la cercanía y el sostén del Padre, significa que el Espíritu está como 'ausente' en el momento supremo del abandono. Este misterio […] también parece estar atestiguado por aquella petición del crucifijo moribundo narrada en el cuarto Evangelio: '¡Tengo sed!' (Jn 19,28) [...] la petición de Jesús, que se había autoproclamado el dispensador del "agua viva" (Jn 4,10-13; 7, 37) para todo el que tuviese sed, deviene símbolo de una sed más profunda, espiritual, que Jesús siente en la cumbre de la experiencia de la cruz: la sed de esa agua viva, precisamente -el Espíritu- que brotaba en él del Padre y alimentaba su existencia filial".
    "Por tanto, si Marcos y Mateo nos hacen entrever -a través del grito del abandono- que el evento de la cruz toca [...] la relación espiritual y existencial -de comunión- entre Jesús y el Padre, el Evangelio de Juan parece subrayar que en la experiencia de la muerte de cruz Jesús prueba la misteriosa ausencia de aquel Espíritu que, viniéndole del Padre, ha llenado toda su vida e iluminado su ministerio. Y he aquí por ello la paradoja de amor que une el acontecimiento de la cruz (el abandono) al don del Espíritu: es experimentando, en el abismo del abandono, la ausencia de la cercanía del Padre, que es como el secarse, en lo íntimo de su ser filial, de la fuente que brota de su Espíritu, que Jesús puede dar, desde el Padre, el agua viva a los hombres. Una vez más, se aplica la ley evangélica del 'perder para encontrar': Jesús 'pierde' el Espíritu en sí -en cuanto se identifica con la humanidad alejada del Padre- y así lo recibe de nuevo en plenitud desde el Padre y lo da a los hombres" (P. Coda, Dio Uno e Trino, ed. san Paolo, 1993, pp.117-118).

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    1. Estimado Berengario,
      la hipótesis de que Jesús en la cruz haya sido abandonado tanto por el Padre como por el Espíritu Santo es una hipótesis que no tiene ningún fundamento en el dogma trinitario.
      En efecto, una propiedad del dogma trinitario es la así llamada pericoresis, que es la presencia de una Persona en la otra en lo interno de la Trinidad en virtud de la esencia misma de la Trinidad, por lo que no puede no existir, no puede faltar.
      Además, hay que considerar que una característica propia de Cristo es la de estar inhabitado permanentemente por el Espíritu Santo, a diferencia de los profetas del Antiguo Testamento, en los cuales el Espíritu actuaba en modo intermitente, sólo en algunos momentos.
      Por eso cabe preguntarse qué sentido dar a las palabras de Jesús, cuando le pregunta al Padre por qué lo ha abandonado. Al respecto, debemos tener presente, según la enseñanza de Pío XII en la encíclica de 1956 Haurietis aquas, que Jesús tenía la visión beatífica también en la cruz.
      Por lo tanto debemos deducir que las palabras de Jesús, aunque él como hombre estuviera angustiado, no son tanto para él, sino para nosotros, en cuanto nosotros en ciertas situaciones extremas podemos tener la impresión de que Dios nos haya abandonado. Lo cual, sin embargo, como insiste en decir el Papa Francisco, no sucede nunca.
      Un discurso similar debe ser hecho para la relación de Jesús con el Espíritu Santo. Al respecto debemos decir que si pudiera haber alguna (aparente) referencia bíblica al abandono del Padre hacia Jesús, por cuanto respecta a su relación con el Espíritu Santo sobre la cruz, no tenemos en absoluto ninguna palabra del Señor que pueda hacernos pensar que Él se sintiera abandonado por el Espíritu Santo.
      Por otra parte, debemos agregar que el Espíritu Santo procede tanto del Hijo como del Padre. Por consiguiente, desde este punto de vista, sentar la hipótesis de un Hijo abandonado por el Espíritu Santo es una afirmación totalmente contraria a la verdad dogmática.
      En conclusión, y aún con todo lo dicho, podemos admitir que Jesús, como hombre, haya sentido sobre la cruz una terrible aridez, que puede dar la impresión (pero sólo la impresión) de estar abandonado por el Espíritu Santo.

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    2. Le agradezco la clara e intachable referencia a la verdad dogmática.
      Tengo la sensación de que, lamentablemente, a veces algunos teólogos, llevados por la ambición de querer penetrar cada vez mejor en los misterios de la fe, de querer decir algo más y original, con respecto a lo ya dicho y adquirido, como que se impulsan a sí mismos, no sé en qué medida conscientemente, a quedar en contraste con el dogma, confundiendo una visión o hipótesis, tal vez incluso superficialmente sugestiva, por una renovada y más profunda comprensión de un dato de la Revelación.
      Usted ha citado varias veces a Antonio Livi, y su libro: "Verdadera y falsa teología. Como distinguir la auténtica ciencia de la fe de una equívoca filosofía religiosa". No lo he leído, pero según su opinión, ¿podría ser este libro un buen recurso para identificar si una teología es fiel al magisterio, o no (además, por supuesto, de su blog)?

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    3. Estimado Berengario,
      tus observaciones acerca de algunos teólogos que quieren mostrarse demasiado originales, quizás incluso en detrimento del dogma, son perfectamente compartibles.
      En cuanto al libro de mons. Livi, lo conozco muy bien y sin duda es recomendable para aquellos que quieren conocer el método de hacer teología, distinguiéndolo de otras formas de literatura religiosa.

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  3. Estimado Filemón:
    Usted ha escrito: "En efecto, ya en el Antiguo Testamento es conocido el espíritu (rúach) de Dios, pero aparece y actúa como simple emanación, efusión, efluvio, soplo o inspiración transitoria, que inviste de modo ocasional y temporalmente a los profetas y a los hombres de Dios. Por eso el espíritu no tiene aquí una subsistencia y acción propias y permanentes, una presencia estable. No se trata nunca de un sujeto, es decir, de una persona, sino de la acción o del influjo de esa única persona que es Dios, eventualmente considerado como Padre".
    En lo que sé, esta posición es ampliamente compartida entre los estudiosos, con alguna atenuación que he encontrado y que paso a informar.
    Hans Urs von Balthasar piensa que, en general, en el Antiguo Testamento, el Espíritu "se manifiesta como una fuerza de Dios casi impersonal; es una dynamis, una potencia con la cual el Padre dota al Hijo en vista de su acción terrena" (Teología III, El Espíritu de la Verdad, 1987, p.91). Sin embargo, también menciona una "casi personificación del Espíritu en el Antiguo Testamento tardío y en el seno del judaísmo" (idem., p.202).
    Walter Kasper sostiene que la literatura sapiencial "concibe las hipóstasis, que son relativamente independientes de Dios. Este es el caso sobre todo de la sabiduría y del pneuma, que es en gran medida idéntico a ella (Sab 1,6s; 7,7.22.25)" (Le Dieu des chretiens, Cerf, 1985, p.307).
    Piero Coda también está de acuerdo en que en la literatura sapiencial se encontraría, para el Espíritu, el pasaje progresivo de lo impersonal a lo personal:
    "A partir de los Libros Sapienciales [...] se asiste a una cierta personificación del Espíritu de Jhwh (que, además, en el Salmo 51, comienza a ser llamado 'Espíritu Santo'), puesto en estrecha relación con la Ley. En su mayor parte, se trata de un artificio literario: pero indicativo de una comprensión progresiva del rol esencial del Espíritu, junto con la palabra, en la obra salvífica de Jhwh. En efecto, el libro de la Sabiduría escribe: '¿Quién hubiera conocido tu voluntad, si no le hubieras dado sabiduria y no le hubieras enviado tu Espíritu Santo desde lo alto? (Sab 9,17)".

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    1. Estimado Berengario,
      te agradezco estas aportaciones provenientes de ilustres teólogos. La idea que expresan, de que en el Antiguo Testamento hay una gradual evolución teorética, que prepara la revelación neotestamentaria, me parece bastante plausible, aunque la exégesis del Antiguo Testamento no es de mi particular competencia.
      El único punto sobre el cual discrepo es la tesis del card. Kasper, según la cual la revelación de la Santísima Trinidad estaría preparada por la afirmación de la existencia de no mejor definidas "hipóstasis". No está claro qué quiere decir Kasper con esta palabra, porque hipóstasis propiamente significa sustancia, por lo cual, si se puede hablar para el Antiguo Testamento de hipóstasis espirituales, estos son los ángeles, que evidentemente difieren infinitamente de las Personas trinitarias.

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  4. Bruno Forte, por su parte, se detiene en la separación del Espíritu que ha padecido Jesús, no durante su abandono, sino desde el momento de su muerte hasta el momento de su Resurrección:
    "El cuarto Evangelio dice que Jesús 'inclinando la cabeza, entregó el Espíritu' (Jn 19,30). Lo que significa esta entrega del Espíritu en el silencio del Viernes Santo puede entenderse a la luz del trasfondo veterotestamentario del Nuevo Testamento. En los textos de la espera hay una ecuación clara: cuando Israel va al exilio, Dios retira Su Espíritu del pueblo elegido; el exilio equivale a la ausencia del Espíritu. Cuando Israel retornará a la tierra de la promesa de Dios, que es su patria, Dios derramará Su Espíritu sobre toda carne y todos profetizarán. Es el anuncio de las profecías del Espíritu, que vienen a cumplirse el día de Pentecostés. Si el exilio es la ausencia dolorosa del Espíritu, la Patria es la nueva efusión de Él, es la alegría de la vida del Consolador que entra en el corazón de nuestro corazón y, quitando el corazón de piedra, nos da el corazón de carne. Cuando Jesús entrega el Espíritu, Él, el Hijo de Dios, entra en el exilio de los 'sin Dios', de los 'malditos de Dios'. Pablo dice: 'Dios lo trató como pecado en nuestro favor' (2 Cor 5, 21); 'Cristo se ha hecho maldición por nosotros' (Gal 3,13). [...] el Espíritu entregado por Jesús en la hora de la Cruz y restituido a Él en la Pascua" (B.Forte, Trinidad para ateos, 1996, páginas 58-60).
    También en este caso, ¿es correcto reiterar que la separación del Espíritu no concierne al Verbo divino, sino al Jesús hombre?

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    1. Estimado Berengario,
      las consideraciones de Bruno Forte acerca de la relación de Cristo con el Espíritu Santo en la cruz me parecen desprovistas de toda base escriturística.
      La traducción adoptada por la CEA en Mt 27,50 traduce simplemente con la palabra "expiró". Es cierto que el texto griego dice que "emitió el espíritu" y el padre Levoratti traduce "entregó su espíritu"; sin embargo, no parece apropiado interpretar que "emitió el espíritu" como lo hace Forte, también porque Forte no especifica a quién Cristo habría entregado el Espíritu.
      Además, también las otras consideraciones de Forte, según las cuales Jesús compartía la situación espiritual de los ateos, me parecen un discurso completamente descabellado.
      Sé que algunos Santos Padres han querido ver en esas palabras una especie de misión del Espíritu, pero también en este caso, sin precisar a quién es enviado, por lo cual nos encontramos ante una expresión que no se sostiene. Esto hay que decirlo con todo respeto a los Padres, quienes, sin embargo, no siempre nos ofrecen interpretaciones fiables.

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  5. Estimado padre Filemón:
    Otro "error" teológico, supongo que usted coincidirá conmigo, es el de confundir, o mezclar de algún modo, la esfera de lo trascendente con la dimensión fenoménica objeto de la ciencia.
    ¿Es este el caso del teólogo protestante (pero muy citado también en ámbito católico) Wolfhart Pannenberg?
    Al respecto, cito, precisamente sobre el tema del Espíritu en la Trinidad, un pasaje tomado del reciente ensayo de Etienne Veto (teólogo de la Gregoriana) "Il Soffio di Dio. Un saggio sullo Spirito Santo nella Trinità" (Libreria Editrice Vaticana, 2020, p.41-42):
    "[...] Pannenberg expone en modo detallado la confrontación entre el Espíritu y la idea de los campos de fuerza tal como la entiende la física moderna: '[El Espíritu] es el campo de tensión de la poderosa presencia de Dios' (W.Pannenberg, Teología Sistemática, I, 430). Algunos Padres de la Iglesia, como Ignacio de Antioquía, Teófilo de Antioquía o Ireneo, fueron influenciados en su pneumatología por la noción estoica de un pneuma operando en el cosmos, pero la idea fue finalmente rechazada causa de su materialidad cercana al estoicismo. La física moderna ha retomado la idea, con una referencia a las fuentes estoicas, pero con una concepción del campo totalmente inmaterial: el cambio no debe ser atribuido a los cuerpos, sino a la fuerza o a la energía. Pannenberg cree que estas raíces filosóficas y teológicas comunes nos invitan a comprender el Espíritu en la línea de un campo de fuerza. Él considera a la Trinidad como un campo y a la Tercera persona como una singularidad de tal campo, es decir, la vida y la esencia divina. En este sentido, la obra del Espíritu es más dinámica que la de las otras dos personas (W.Pannenberg, Teología Sistemática, I, 102)".

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    1. Estimado amigo Berengario,
      estas consideraciones sobre Pannenberg me parecen muy interesantes.
      Comparar la potencia difusiva del Espíritu Santo a un campo de fuerza del mundo físico, me parece un parangón significativo y, hasta donde yo sé, original. Lo importante es mantener el concepto del Espíritu Santo como Persona, evitando transformarlo en una pura energía, idea que, casualmente, es el concepto del Antiguo Testamento.
      También aprecio la idea de considerar al Espíritu Santo como la más dinámica de las Tres Personas. Esta idea encaja muy bien con la del Espíritu como amor.

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