En estos días, ya inmersos en las noticias que nos llegan desde el epicentro del conflicto bélico en Kiev, tratemos de reflexionar con franqueza, con la mayor objetividad posible, y guiados por la voz del Padre común, el Romano Pontífice, acerca de la guerra y su maldad, pero también acerca de las condiciones que hacen que una guerra sea justa. Reflexionemos también acerca de ese paradigma que es la guerra escatológica, y rechacemos de plano el pacifismo que nace del ingenuo e ilusorio buenismo y utópico optimismo.
No toda guerra es injusta
----------En lo que va del año, el Papa no se ha detenido en sus alocuciones a hablar sobre la guerra, y menos particularmente sobre las causas de la guerra. En las vísperas del conflicto bélico que hoy tiene su epicentro en la ciudad de Kiev, el Santo Padre sólo ha hecho afirmaciones de paso, casuales, incluso coloquiales en sus saludos al final de sus catequesis, como por ejemplo: "la guerra es una locura", "nunca la guerra", "el mal de la guerra", todas ellas expresiones en sí vagas, ambiguas, pero que, al salir de los labios del Romano Pontífice en estas semanas previas, es inevitable suponer que se estaba refiriendo a la guerra hoy en acto en Ucrania. Por lo tanto, expresiones no genéricas, sino aplicables a ese caso concreto.
----------En su más reciente Mensaje para la 55° Jornada de la Paz, su alusión a la guerra no ha sido tan marcada, quizás para no invocar a este aterrador "jinete del Apocalipsis" en días en que ya se preveían los actuales: "A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica...". Mientras que un año atrás, en su Mensaje para la 54° Jornada de la Paz, había expresado: "En este tiempo en que los conflictos y las guerras se suceden sin interrupción, lamentablemente, muchas regiones y comunidades ya no recuerdan una época en la que vivían en paz y seguridad... Las causas del conflicto son muchas, pero el resultado es siempre el mismo: destrucción y crisis humanitaria. Debemos detenernos y preguntarnos: ¿qué ha llevado a la normalización de los conflictos en el mundo?". El Papa ha dicho aquí que las causas de la guerra son muchas.
----------Debemos remontarnos hasta dos años atrás, cuando el Santo Padre, en el Mensaje para la 53° Jornada de la Paz del 1° de enero de 2020, dijo entre otras cosas: "Sabemos que la guerra a menudo comienza por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Nace en el corazón del hombre por el egoísmo y la soberbia, por el odio que instiga a destruir, a encerrar al otro en una imagen negativa, a excluirlo y eliminarlo. La guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto". Es preciso que nos detengamos un momento en estas palabras.
----------Tiene razón el papa Francisco al afirmar que las guerras a menudo comienzan de esta manera. Pero eso quiere decir, por consiguiente, que no siempre esas son las causas. Hay guerras que están motivadas por causas justas. El uso de la fuerza contra un agresor o para liberar a un pueblo oprimido por una tiranía o para reconquistar un territorio patrio, del cual el pueblo ha sido expulsado o del cual ha sido despojado o privado o para expulsar o repeler a un invasor no surge necesariamente "del egoísmo, de la soberbia, del odio y del miedo". No es necesariamente violencia. No es injusticia, sino que puede nacer de una necesidad de justicia y del apego a grandes valores, puede ser un preciso deber moral, incluso ante Dios o incluso querido por Dios, un deber, que justifica la existencia de virtudes militares, que pueden llegar hasta el heroísmo y el sacrificio de la propia vida por la defensa del bien común o de la patria puesta en peligro por el enemigo.
----------El Santo Padre tiene razón (me refiero siempre a sus palabras del 2020) cuando dice que ciertas guerras nacen del odio por lo diferente. Pero la confusión entre lo diferente y lo malo va en los dos sentidos: no sólo hay quienes reducen lo diferente al mal, sino que también hay quienes reducen el mal a lo diferente, por lo cual la herejía es solo diferente de la ortodoxia, el pecado es simplemente una elección diferente, la sodomía es una elección diferente a la castidad, el adulterio es otro modo de amar, el ateísmo refleja otra forma de razonar, el protestante es simplemente diferente del católico y así sucesivamente.
----------Ahora bien, hay que decir que la guerra justa no es una guerra contra el diferente, sino contra el mal, contra quienes nos oprimen, contra los que nos invaden, contra los que nos agreden, contra los que nos han despojado de nuestra tierra o contra los que nos han expulsado de ella. El diferente, en cuanto persona, debe ser respetado en sus elecciones; pero la acción del diferente, la acción del enemigo o del malvado, no puede ser admitida y tolerada por nosotros sin que nos hagamos cómplices del mal que él hace.
----------Ahora bien, estos principios y valores, como todos sabemos, aparecen claramente inculcados no sólo por la historia de la civilización, sino por la misma Sagrada Escritura, por cuanto se refiere en particular al pueblo de Israel, el cual es presentado por otra parte como modelo para los otros pueblos, aunque ciertamente hoy veamos en algunos episodios de la historia veterotestamentaria de Israel no propiamente la voluntad de Dios, sino aquella que, aunque de buena fe, el hagiógrafo creía que era la voluntad de Dios y como tal aparece en el texto sagrado, el cual texto, sin embargo, debe ser interpretado a la luz del Evangelio, que nos hace comprender mejor y de manera decisiva cuál es la verdadera relación de la guerra con la voluntad de Dios, que es un problema difícil y delicado, que en los siglos siguientes al nacimiento del Cristianismo y hasta hoy, habría de ser afrontado y resuelto por el Magisterio de la Iglesia, por los moralistas y por los canonistas, que nos han dado valiosas indicaciones, a las cuales me referiré brevemente en este artículo.
----------Muy delicada, ante todo, y que exige perspicacia de juicio, atentos análisis de la situación histórica, suma circunspección y prudencia política, cálculo de las fuerzas disponibles, ideales elevados, es la cuestión concreta, que es de competencia de la pública autoridad, responsable del bien común, así como lo es de la salud y de la libertad del pueblo o de la nación, de evaluar y decidir, en determinadas graves circunstancias, si, cuándo, cómo, dónde, por qué medios, contra quién y con qué esperanzas o perspectivas emprender guerra o recurrir a las armas, constatada con certeza la inutilidad e ineficacia de los medios pacíficos.
Aclaración de conceptos y expresiones implicadas en la cuestión
----------El deber militar de derrotar al enemigo les ha parecido a algunos en contraste con el evangélico amor por el enemigo. Ahora bien, es necesario tener presente que una guerra justa no implica ningún odio por el enemigo, sino que lo prohíbe absolutamente, como se desprende claramente del código militar, que castiga rigurosamente cualquier acto de guerra ajeno a las obligaciones morales del soldado. Por otra parte, el amor evangélico al enemigo no dice en absoluto amor por la acción hostil o delictuosa del enemigo, sino que por el contrario la condena decididamente, exhortando al enemigo al arrepentimiento.
----------Ahora bien, el fin o propósito de la guerra justa no es otro que la neutralización de la acción enemiga, neutralización que no está de por sí dirigida a dañar al enemigo. La muerte del enemigo se vuelve necesaria solo en el caso que no sea posible neutralizar la acción sin suprimir al autor. Pero toda desobediencia a las órdenes supuestamente justas, todo medio desleal, cruel y desproporcionado para vencer, cualquier tortura o maltrato o crueldad o injusticia (por no hablar del asesinato) perpetrados contra el prisionero de guerra o contra el enemigo derrotado, son severamente castigados por el código militar.
----------Está claro, por otra parte, que el derecho y el deber de las autoridades civiles y eclesiales al uso de la coerción no justifica en el Estado ningún tipo de militarismo, y en las autoridades eclesiásticas ninguna forma de autoritarismo y prepotenca. En cuanto a la Iglesia, como recita el Código de Derecho Canónico, "tiene derecho originario y propio a castigar (coērcere) con sanciones penales a los fieles que cometen delitos. Las sanciones penales en la Iglesia son: 1. penas medicinales o censuras, que se indican en los cc.1331-1333; 2. penas expiatorias, de las que se trata en el c.1336" (cc. 1311 y 1312, §1). Tal derecho parece evidente considerando el comportamiento de los apóstoles narrado en los Hechos de los Apóstoles.
----------Por otro lado, como es bien sabido, el Reino de Cristo no es de este mundo, y siendo un mundo celestial ultraterreno, para conquistarlo es necesario una batalla no con las armas de este mundo, sino que se necesita un combate espiritual. Por eso en el curso de la historia, se ha mostrado sabia la exención del servicio militar para los clérigos, por ejemplo contemplada por las leyes en Argentina, en los tiempos en que en este país existía el servicio militar, o exención contemplada por el Concordato de la Santa Sede con la república de Italia; mientras que aparece insensible y hostilmente liberal la obligación que ha estado vigente en Francia del servicio militar a los clérigos, efecto de una evidente hostilidad del Estado contra la Iglesia.
La guerra escatológica
----------La Biblia nos ofrece un paradigma escatológico de la justa guerra. El Apocalipsis nos dice que la historia de este mundo concluirá dramáticamente en la Parusía de Cristo con una guerra de los impíos guiada por Satanás contra los justos guiados por Cristo (Ap 19,19 y 20,9) y la victoria de Cristo y de los justos contra los impíos. Es el llamado "Juicio universal". Por tanto, la idea de que la humanidad pueda progresar pacíficamente, en las condiciones de este mundo, signado por las consecuencias del pecado original, hasta la total extinción de las guerras, es una idea equivocada e ilusoria, propia de la masonería y no del Evangelio.
----------Por eso no debemos hacernos vanas ilusiones, sino que debemos estar prontos y dispuestos para el combate escatológico, al cual no podremos sustraernos, pero en el cual resultaremos vencedores solo si nos ponemos de parte de Cristo. El momento preciso de este combate final, por otra parte, como bien sabemos, permanece ignoto para nosotros, aún cuando Cristo nos da alguna señal de su Venida. Podemos pensar que en aquella coyuntura, suprema y decisiva para la historia de la humanidad, el Sumo Pontífice en el cargo en ese momento nos ayudará, como Vicario de Cristo, en esta obra de difícil discernimiento, para que podamos orientarnos en el sentido justo, en la buena dirección, y triunfar con Cristo.
----------Por el contrario, Cristo nos promete y nos obtiene una humanidad futura pacífica y concorde, pero ella es la de los elegidos y de los bienaventurados del paraíso del cielo, no es la humanidad de este mundo, en la cual, a causa de las consecuencias del pecado original, los conflictos aparecen inevitablemente, y entonces bien vale que hagamos buen uso de la razón y los abordemos dignamente y convenientemente, usando la misericordia, sí, pero en la ocasión oportuna, cuando corresponda, también el rigor de la justicia.
----------Lo cual, naturalmente, no excluye en absoluto el deber, justamente inculcado sobre todo por los Romanos Pontífices del postconcilio hasta el papa Francisco, de poner todo el esfuerzo en la solución pacífica de los conflictos, promoviendo la justicia, desaprobando toda forma de violencia, interponiéndonos como mediadores de paz, favoreciendo la tolerancia recíproca, sugiriendo el desarme atómico y pidiendo la ayuda al Espíritu Santo, que es el Espíritu de la Paz, de la Unidad y del Amor.
El equívoco del pacifismo buenista
----------Por otra parte, el principio del pacifismo no puede ser promovido con ingenuo e ilusorio buenismo y utópico optimismo hasta sus extremas consecuencias de una abolición total de toda forma de coerción y de uso de la fuerza, sin ir en contra de la justicia y del bien común, de los preceptos del Evangelio y de los principios del derecho civil y eclesiástico, provocando efectos corruptores desastrosos y contraproducentes, como ha sido históricamente demostrado por los rasgos bien conocidos de las sociedades liberales y permisivas, donde la idea de que todos son buenos y la ausencia de un sabio y prudente uso de la fuerza por parte de la competente autoridad permite a los astutos y los malhechores incrementar los delitos, y da libertad a los prepotentes, seguros de su impunidad, para oprimir y explotar aún más a los débiles e indefensos.
----------Por último, hay que recordar que no siempre es posible para un pueblo liberarse, por medio de la fuerza, de los enemigos o de una tiranía o de un opresor o de un invasor o retornar a la propia tierra ocupada por extranjeros. Por lo tanto, cuidémonos nosotros mismos de convertirnos en opresores de los demás, respetemos su diversidad, sí, pero también opongámonos con franqueza y abiertamente a sus fechorías. ¿No estamos todos nosotros oprimidos por tantas fuerzas adversas en esta vida terrenal? Hagamos todo lo posible por nuestra propia liberación y por la de los demás, soportemos y esperemos la liberación que nos viene de Dios.
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