martes, 22 de febrero de 2022

El fin no justifica los medios: ni en la política ni en la Iglesia

"El Príncipe", de Nicolás Maquiavelo, ha llegado a tener, si no siempre fama, ciertamente sí resonancias y consecuencias seguramente no imaginadas por Nicolás Maquiavelo, y las ha tenido y tiene en personas que no necesariamente han leído el libro de este secretario diplomático florentino del siglo XV, y no sólo en el ámbito de la política propiamente dicha, o sea secular, sino también en el seno de la Iglesia.

----------Todos conocemos el axioma que resume la doctrina de Nicolás Maquiavelo [1469-1527] sobre los deberes del príncipe: "el fin justifica los medios", aunque este principio no se encuentra en el texto maquiaveliano con esas precisas palabras (me permito usar el término más itálico "maquiaveliano", que pretende simplemente significar el pensamiento de Maquiavelo, y no "maquiavélico", con matices morales ya presupuestos). El axioma quiere significar que, si el fin es bueno, cualquier medio que sirve a la consecución del fin, es por eso mismo justo y bueno o, si es malo, deviene bueno. Sabemos también cómo esta máxima de Maquiavelo ha sido rechazada por muchos filósofos. Notable es el ensayo de Jacques Maritain "La fin du machiavelisme", en Raison et Raisons (1948). Aquí me gustaría profundizar de manera especial en su crítica. Citamos ante todo las palabras del Secretario florentino contenidas en el famoso Príncipe:
----------"Ciertamente es muy laudable en un príncipe la exactitud y fidelidad en el cumplimiento de sus promesas, y que no eche mano de sutilezas y artificios para eludirle. Sin embargo, la experiencia de estos tiempos nos demuestra que entre los más que se han distinguido por sus hazañas y prósperos sucesos, hay muy pocos que hayan hecho caso de la buena fe, o que escrupulizaran de engañar a otros cuando les tenía cuenta y podían hacerlo impunemente... Me atreveré a decir que a veces sería peligroso para un príncipe hacer uso de las buenas cualidades, siéndole útil siempre hacer alarde de su posesión. Debe procurar que le tengan por piadoso, clemente, bueno, fiel en sus tratos y amante de la justicia; debe también hacerse digno de esta reputación con la práctica de las virtudes necesarias; pero al mismo tiempo ser bastante señor de sí mismo para obrar de un modo contrario cuando sea conveniente... Un hombre que quiere hacer en todas partes profesión de bueno, más le vale arruinarse entre muchos que no son buenos. Por eso es necesario aprender a poder ser no bueno, y a usarlo y no usarlo según la necesidad, mitad hombre, mitad bestia, ahora zorro, ahora león... El que ha sabido usar mejor al zorro, es al que mejor le ha ido... Pero siempre le es necesario ser tan prudente que sepa escapar de la infamia de aquellos vicios que le derrumbarían de su estado... Ya me guardaría yo bien de dar tal precepto a los príncipes si todos los hombres fuesen buenos; pero como son malos, y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe el príncipe sólo ser exacto y celoso en el cumplimiento de la suya" (El Príncipe, capítulo XVIII en la traducción de EDAF, Barcelona, 2004).
----------El defecto de este razonamiento de Maquiavelo no reside, como pudiera parecer, en el admitir que, para alcanzar ciertos fines, puede ser útil valerse en casos especiales de medios que en general están prohibidos. Si Maquiavelo se detuviera ahí, tendría razón. Sin embargo, esto no significa cohonestar un acto en sí malo. Pero tampoco esto quiere decir que sea imposible revestir un acto genéricamente malo de circunstancias que en el caso específico lo vuelven bueno. En efecto, como se sabe, la misma moral tradicional, admite como legítima defensa el asesinato del injusto agresor. Asimismo también la mentira, que en su género es un mal, porque priva al oyente del derecho de saber la verdad, en ciertos casos, puede configurarse como legítima defensa contra quienes pudieran servirse de la noticia para hacer el mal, y por tanto puede devenir lícita, como resulta del comportamiento de Rahab, narrado en la Biblia (Jos 2,1-21), la cual mentira es premiada (Jos 6,22-25) y alabada en la Carta a los Hebreos (Heb 11,31) y por Santiago (Stg 2,25).
----------Existen, sin embargo, actos malos que nunca jamás pueden volverse buenos, ni siquiera bajo ciertas circunstancias. Y es aquí donde Maquiavelo se equivoca, porque para él no existe ningún acto que sea absolutamente malo, mientras que, por otra parte, el diplomático florentino no cree que el bien deba ser siempre y absolutamente buscado. Ciertamente, esto implica un completo trastorno o inversión de toda la moral; el pecado deviene mandamiento, mientras que la virtud es despreciada.
----------No se trata, como algunos suelen decir, de la independencia de la política respecto de la moral. La acción política, en cuanto acto humano, es simplemente un acto moral que tiene como propósito el cuidado del bien común. Moral y política no pueden ignorarse entre sí, sino que la política no es más que la aplicación del principio moral en el ámbito de las relaciones sociales. La política simplemente debe determinar en el campo social lo que la ley moral deja indeterminado; pero no puede en absoluto contrastar los principios morales. Nadie autoriza al político a ser un villano en nombre de la política. Sino que también el político, precisamente como político, está llamado, en el cristianismo, a hacerse santo. Maquiavelo, para aprender estas cosas, tenía ante sus ojos las espléndidas enseñanzas de Savonarola; pero no supo sacar provecho alguno.
----------Este relativismo y oportunismo moral, Maquiavelo lo revela también al confundir la prudencia con la astucia, como se deriva ya evidente y manifiesto del uso indiferente que Maquiavelo hace de esas dos palabras. Esto quiere decir que Maquiavelo recomienda el vicio en lugar de la virtud, ya que como enseña santo Tomás de Aquino la astucia es una falsa prudencia por la cual "aliquis, ad finem aliquem consequendum, vel bonum vel malum, utitur non veris viis, sed simulatis et apparentibus".
----------Y esto es precisamente lo que hace el príncipe astuto, o en general todo hombre astuto: para alcanzar su fin, que por otra parte no significa que sea necesariamente un fin bueno (lograr "hazañas y prósperos sucesos", como dice Maquiavelo, no quiere decir nada todavía) finge ser bueno, íntegro y honesto, pero en realidad no lo es. Por consiguiente, la astucia es compañera aliada de la hipocresía.
----------Como bien sabemos, un salmo de la Sagrada Escritura alaba la astucia frente al "perverso" (Sal 17,27). Pero como en el contexto del Salmo se trata de defenderse contra un malhechor, entonces es claro que debe entenderse en el sentido de la prudencia, de esa prudencia, en la cual Nuestro Señor Jesucristo dice que debemos imitar a las serpientes. Por el contrario, el príncipe de Maquiavelo no tiene escrúpulos en engañar, dañar o explotar incluso a los inocentes, para lograr sus objetivos de dominación y de poder.
----------Para Maquiavelo, la bondad no parece ser un fin absoluto, sino que el fin es precisamente ese hacer "hazañas" o "grandes cosas", lo que puede ser simplemente una voluntad de poder o de autoafirmación. Y si, al servicio de tal fin, sirve la bondad, bien, pero si se necesita la maldad, bien lo mismo. En un ambiente de malvados, el individuo, para Maquiavelo, si quiere hacer fortuna y afirmarse o al menos sobrevivir, debe a su vez ser malvado. Maquiavelo, para dar fuerza a su razonamiento sofístico, no concibe que el deber de ser bueno, sea, para decirlo con Kant, un imperativo categórico, aparte el hecho de que difícilmente encontraremos una sociedad de puros malvados, en la cual no brille alguna luz de bondad.
----------Una cosa es cierta: que Maquiavelo ha sido absolutamente incapaz de comprender el valor del martirio. Es evidente que Maquiavelo en sus consideraciones está movido por una simple perspectiva terrenal. El destino del hombre se resuelve en este mundo, perder en este mundo quiere decir perderlo todo. Ser derrotados aquí abajo por ser fieles a un ideal más allá de lo mundano, para Maquiavelo no tiene sentido. De donde podemos ver su radical impostación, no digo anti-cristiana, sino incluso materialista, porque incluso los sabios antiguos como Sócrates y Platón, supieron elevar la mirada más allá de los intereses y objetivos meramente terrenales para escuchar el imperativo absoluto e incondicionado del valor moral presente en la conciencia.
----------Con el formidable ejemplo de un Savonarola ante sus ojos, Maquiavelo se limitó a un modesto elogio, quizás sin advertir que el ejemplo del heroico fraile era una negación radical de su lógica de la prepotencia. Es necesario observar también que, si el medio no es absolutamente bueno, ninguna circunstancia puede hacerlo bueno, la bondad del fin no puede hacerlo bueno. Por lo tanto, el fin no puede justificar un medio malo, así como Dios justifica al pecador haciéndolo devenir bueno. Robar para dar a los pobres sigue siendo siempre un robo, incluso si dar a los pobres es encomiable. Para que el medio sea bueno no basta que alcance efectivamente el fin; debe ser bueno en sí mismo. Ciertamente, robar para dar a los pobres puede ser un medio eficaz para beneficiar a los pobres, pero el hurto sigue siendo siempre hurto.
----------Asimismo, si un medio es absolutamente malo, no puede volverse bueno. Esta impresión podría darla el homicidio y la mentira. Pero no son actos malos como tales, sino solo el homicidio de un inocente y la mentira al inocente. Caso contrario, como hemos visto, puede ser lícito asesinar o engañar al malhechor. Tenemos aquí por lo tanto una distorsión de valores, por lo cual la bondad está al servicio de la maldad. En todo caso, existe el amargo presupuesto de que el bien no puede vencer al mal, sobre todo en la relación social: bien podríamos tomar entonces a propósito el camino del mal en la falsa idea de podernos así defender y hacernos valer. Dado que los demás son malvados, si quieres sobrevivir y hacerte valer, también debemos ser malvados.
----------Maquiavelo parece por lo tanto desdoblar absurdamente la idea del bien, casi como si debiera o pudiera existir un superbien del hombre "más allá del bien y del mal", figuras relativas y funcionales al bien supremo, el cual es indiferente al bien y al mal, o bien es una síntesis de entrambos. Aquí Maquiavelo parece preceder a Nietzsche. El bien parece consistir precisamente en esta oscilación, en este jugar hábilmente entre el bien y el mal según las conveniencias. Es la duplicidad erigida como sistema, en las antípodas de la franqueza y de la linealidad evangélica del "Sí, sí, no, no". No existe un bien puro y absoluto separado del mal; sino un vínculo indisoluble entre ellos, que parece ya preceder a la dialéctica hegeliana.
----------Al príncipe maquiaveliano no le interesa el servicio al bien común, sino sólo al suyo propio: mantener rigurosamente el poder, sea cual sea, y dominar a los otros. Ciertamente debe ser generoso y altruista; pero sólo cuando le conviene. Pero, de modo general, debe fingir, si quiere tener éxito y conservar el poder. Lo importante no es ser honesto, sino hacer creer a los demás de serlo. De aquí se entiende lo que propone Maquiavelo a su príncipe: lo importante no es servir al pueblo, sino sólo darle la apariencia de servirlo.
----------Lo importante es mantenerse a flote en todo momento mediante la honestidad y la deshonestidad. La historia, por otra parte, demuestra que también aquellos que siguen estas ideas no siempre es el caso que hagan una fortuna y, de hecho, a menudo terminan bastante mal, mientras que líderes políticos, jefes de Estado, soberanos honestos y valientes, aunque no siempre todo vaya bien para ellos, sin embargo, también pueden tener un gran éxito, como lo demuestran los ejemplos en figuras nobilísimas, como la de un san Luis IX, un san Wenceslao, un Carlomagno, en el pasado, y en nuestros tiempos Gabriel García Moreno, Alcide De Gasperi, Giorgio La Pira, Aldo Moro, Benigno Zaccagnini, John Kennedy, Martin Luther King, Gandhi y tantos otros. Por no hablar de los grandes Romanos Pontífices de la historia.
----------El príncipe, según Maquiavelo, debe ser además un "artista", para decirlo como suele decirse popularmente, siempre para tener en su mano el poder de dominar a los otros. A tal respecto, suscitan toda la admiración del astuto diplomático Florentino aquellos que "han sabido con astucia engañar los cerebros de los hombres" o como antes hemos ofrecido más arriba la traducción del texto de Maquiavelo: "engañar a otros cuando les tenía cuenta y podían hacerlo impunemente".
----------Y aquí el discurso ciertamente puede extenderse a quienes aspiran a los primeros lugares también fuera de la política propiamente dicha, es decir, la política secular, en el campos de la cultura, de la ciencia, de la teología, de los cargos eclesiásticos. Y aquí tenemos la explosión del fariseísmo, triste deformación de la vida espiritual y de la vocación del teólogo y del pastor, plaga que no perdona a ningún siglo en la historia del cristianismo, escandalosa invasión y asfixia de lo espiritual por obra de intereses terrenales más o menos pecaminosos, sobre todo de poder, de dominio, de eficiencia, de prestigio, de éxito. Aquí se pone en obra la astucia más peligrosa y más cercana a la de la serpiente del Génesis (Gén 3,1), porque, si la astucia del político aprovechador daña o decepciona o engaña en los bienes económicos, la del mal pastor, la del falso profeta o la del pseudo-teólogo manda las almas al infierno.
----------Uno de los mayores problemas o males que afligen hoy a la Iglesia es precisamente la escandalosa multiplicación de esta clase de sujetos, titulados o no titulados, diletantes o profesionales, los cuales, como me decía uno de mis superiores hace mucho tiempo (y no sé si con estas palabras él se daba cuenta de que estaba repitiendo a Maquiavelo): "distorsionan la mente de los fieles".
----------Otro defecto de Maquiavelo es la excesiva importancia que él da al éxito terrenal. No hay duda de que el programa político del príncipe aspira al éxito y puede estar apegado al éxito más de cuanto un obispo o un teólogo debieran esperar éxito de su actividad. Sin embargo, también el príncipe cristiano no debe estar demasiado apegado al éxito y, para permanecer fiel a principios de honestidad, debe saber aceptar también el fracaso. Más vale un fracaso pero con la conciencia limpia que un gran éxito obtenido con engaños, corrupción y deshonestidad: "esa sutil astucia que tiende a inducir en el error" (Ef 4,14). Hoy, sobre todo detrás del formidable impulso que viene de la Iglesia a partir de León XIII hasta el actual Papa, muchas voces se han alzado para subrayar y exaltar la dignidad moral de la acción política al servicio del bien común y el estrecho nexo que una sana ética política debe tener con la ética del Evangelio.
----------Hoy más de una vez muchos, sobre todo jóvenes, comprenden y aprecian cuán noble y admirable es dedicar la propia vida al bien de los otros, quizás sólo por motivos humanitarios, a la rehabilitación y resanamiento de la política, a la instauración y promoción de la justicia social, a la defensa de los oprimidos a costa de sacrificios y del fracaso e incluso a riesgo de la propia vida. Quizás ello no sea tan evidente en sociedades culturalmente y moralmente muy degradadas por el egoísmo y la mezquindad (no daré ejemplos), pero tras la amarga experiencia de las dictaduras del siglo pasado, parece que se constata una extendida repugnancia, al menos en los países occidentales no islámicos y no comunistas o de derecha, hacia el modelo maquiaveliano del jefe de Estado o del soberano o del líder político.
----------Esto no quiere decir que el maquiavelismo haya sido definitiva y absolutamente derrotado tanto en la sociedad secular como en la Iglesia. El maquiavelismo es, por consiguiente, una de esas malas plantas sembradas por el pecado original, que perduran, y que siempre renacen si no estamos prontos y dispuestos a arrancarlas con el remedio de la honestidad, de la justicia y de la caridad.

21 comentarios:

  1. La mentira, como tal, es intrínsecamente mala.
    Punto final

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    1. Estimado anónimo,
      es un error muy difundido el que usted expresa. La mentira no es un intrinsece malum, sino un extrinsece malum.
      Puede usted consultar el Catecismo actual, el cual, siguiendo la misma doctrina que los anteriores, indica primero el carácter genérico malo de la mentira en los números 2482 a 2487, mientras que en los números 2488-2489 nos indica que "el derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional" y que "nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla", ubicándonos correctamente en el campo de la virtud cardinal de la justicia, como igualmente lo hacía el Catecismo Romano y el Mayor.
      Por tanto, la mentira es un extrinsece malum, que en casos concretos puede devenir bueno, por supuesto, siempre extrínsecamente.

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    2. Que el "derecho a la comunicación de la verdad no sea incondicional" y que "nadie esté obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla" no se sigue que aquellas personas que llevan a cabo tales acciones estén mintiendo.
      La mentira, como oposición ontológica a la verdad, siempre será mala. Así lo confirma el número 2485 al decir "La mentira es condenable por su misma naturaleza".

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    3. Estimado desconocido,
      usted está confundiendo el plano metafísico con el plano moral. ¿Qué quiere decir usted cuando afirma que "la mentira es oposición ontológica a la verdad"?
      "Ontológicamente", como usted dice, la mentira es un acto humano, y como tal, es un ente, que ontológicamente, en cuanto ente, es bueno.
      Eso en el plano ontológico.
      Mientras que en el plano moral, la mentira es un acto malo: genéricamente malo.
      La mentira es acto y vicio opuesto al acto de decir la verdad, y a la virtud de la veracidad. Es decir, estamos en el plano moral, no en el ontológico.
      Por lo tanto, confirmo lo que he dicho antes: no es exacto decir que la mentira es intrínsecamente mala, aunque es una expresión muy usual, que a veces es repetida en manualitos, pero nunca en los Catecismos, que, aunque no se trate de documentos dogmáticos del Magisterio, son la habitual guía de los fieles para estas cuestiones. Nunca en estos Catecismos, ni en el actual ni en los Catecismos que han sido oficiales en la Iglesia, se ha usado tal expresión.
      Al igual que el asesinato, la mentira puede darnos la impresión de ser un intrinsece malum, pero en realidad la mentira es un extrinsece malum. O, para decirlo, con el Catecismo de la Iglesia Católica, es genéricamente mala (por su naturaleza de desorden moral respecto a la veracidad, como norma general), pero pueden existir casos concretos en que no se tenga derecho a conocer la verdad y, correlativamente, no se tenga el deber moral de decir la verdad. Lo cual es juzgado por la prudencia.
      Esta doctrina ha sido siempre la doctrina católica. Como decía el Catecismo Romano para párrocos, el VIII Mandamiento, en su aspecto negativo, prohibe el falso testimonio, y en su aspecto positivo, prescribe la verdad. El Catecismo Romano, como otros, incluyendo el actual, primeramente nos indica la genérica maldad de la mentira, por ejemplo cuando nos dice: "siempre es inexcusable", sin embargo, luego modera su prescripción: "es lícito a veces callar la verdad".
      Igualmente sucede con el Catecismo Mayor de san Pío V, que primero señala lo genérico: "jamás es lícito mentir", sin embargo, luego indica: "no siempre es preciso decir todo lo que se piensa, especialmente cuando el que pregunta no tiene derecho a saber lo que pregunta". Al hablar de "derecho" nos da un indicativo del camino correcto para nuestra interpretación: la mentira, como vicio opuesto a la virtud de la veracidad, entra en la virtud cardinal de la justicia. Allí está el núcleo de la cuestión.
      Repito, pues, lo dicho en mi comentario anterior. Nuestra actual guía doctrinal como católicos es el Catecismo de san Juan Pablo II, el cual, siguiendo la misma doctrina que los anteriores, indica primero el carácter genérico malo de la mentira en los números 2482 a 2487, mientras que en los números 2488-2489 nos indica que "el derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional" y que "nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla", ubicándonos correctamente en el campo de la virtud cardinal de la justicia.
      En conclusión, la mentira es un extrinsece malum, que en casos concretos puede devenir bueno, por supuesto, siempre extrínsecamente.

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  2. Se le olvidó publicar el último comentario o no quiere quedar expuesto?

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    1. Desconozco el texto de su mensaje. Es posible que lo haya eliminado el administrador del blog. ¿Podría usted reiterar su mensaje?

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  3. Estimado padre Filemón,
    leo siempre sus artículos, todos los días, y en general estoy en gran medida de acuerdo con usted. Pero debo decirle que en esta ocasión tengo algunas dudas, y también en relación con la cuestión moral acerca de la mentira, planteada por el anterior lector anónimo.
    He consultado los tres catecismos por ustes mencionados, y es cierto lo que usted dice, que tras una afirmación general de la malicia de la mentira, sin embargo luego los Catecismos ponen cortapisas. Sin embargo, la expresión usada por el anterior Anónimo me da vueltas en la cabeza: la mentira como intrínsecamente mala.
    ¿No es acaso esto lo que parece sugerir santo Tomás de Aquino en la Suma?
    ¿Podría usted aclarar un poco más su postura?

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    1. M. Argerami, es como usted dice.
      Santo Tomas de Aquino en la cuestión 110, artículo 3, de la II Parte de la Summa dice en el "Respondo" lo siguiente:
      "Lo que es intrínseca y naturalmente malo no hay modo posible de que sea ni bueno ni lícito, porque para que una cosa sea buena se requiere que todo en ella lo sea; pues, como dice Dionisio en el capítulo 4 De Div. Nom., el bien requiere el concurso de todas sus causas, para el mal, en cambio, basta un defecto cualquiera. Ahora bien: la mentira es mala por naturaleza, por ser un acto que recae sobre materia indebida, pues siendo las palabras signos naturales de las ideas, es antinatural e indebido significar con palabras lo que no se piensa. Por lo cual dice el Filósofo en IV Ethic. que la mentira es por sí misma mala y vitanda; la verdad, en cambio, es buena y laudable. Por tanto, toda mentira es pecado, como afirma también San Agustín en su libro Contra mendacium."

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  4. Estimado anónimo,
    si en realidad le interesa la cuestión sobre la moralidad de la mentira, le sugiero volver a transmitir el mensaje que usted dice haberme enviado. No es la primera vez que quien colabora conmigo administrando el blog no me los pasa o se extravían. Reitéremelo. No tengo reparos en seguir el diálogo, pues estoy habituado a la falta de paciencia de mis interlocutores, e incluso ya estoy muy curtido a los modismos destemplados y faltas de respeto.
    Mientras tanto, le sugiero tener en cuenta lo que le responderé al señor M.Argerami, que ha planteado las mismas objeciones que las suyas.
    Si tras leer mis respuestas al sr. Argerami, usted tiene algo más que objetar, con gusto atenderé sus preguntas.

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  5. Estimado M. Argerami,
    sus objeciones, similares a las del comentarista anónimo anterior, son interesantes y muy habituales en aquellos que abordan seriamente la cuestión de la moralidad de la mentira, sin repetir literalmente lo que dicen los manuales de moral. Creo que el actual Catecismo de la Iglesia Católica aborda con seriedad la cuestión, aunque a nivel elemental, para instrucción de los fieles en general, que pueden advertir en su texto la gravedad y malicia de la mentira, pero a la vez el carácter no incondicional del deber de la veracidad, que siempre queda en el ámbito de la virtud de la justicia o, como dice el Catecismo, de la caridad.
    Lo enseñado por el actual Catecismo, ya está presente en líneas generales en los Catecismos anteriores, el de Trento y el de San Pío X.
    Le iré respondiendo por orden en mis siguientes comentarios, punto por punto.

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  6. Estimado M. Argerami,
    como le dije, le iré respondiendo por partes.
    1°) Respecto a un primer punto, que podría formularse con la pregunta acerca de si puede haber casos concretos y específicos en los cuales no exista un derecho-deber de comunicar la verdad, y si esto implica una mentira. Respondo:
    Ante todo, recordemos que la mentira es el decir una cosa falsa o no verdadera para engañar al otro. En línea de principio, es pecado, porque se le quita al otro el derecho de conocer la verdad. Pero puede suceder que alguien se sirva de la verdad para hacer el mal o a quien le dice esa verdad o a sí mismo o a los otros.
    Por ejemplo, si alguien, enemigo de una persona buena, queriendo hacerle mal o daño, me pregunta dónde se encuentra esa persona y yo lo sé, en este caso yo puedo mentir para defender a aquella persona. Es un procedimiento similar al que legitima el homicidio en la pena de muerte, en el conflicto bélico y en la defensa personal. Tiene derecho de vivir quien respeta la vida de los otros. Pero si no lo hace, pierde este derecho y puede ser asesinado.
    La Biblia ofrece un ejemplo famoso de cómo en casos graves sea lícito, e incluso loable, mentir a personas malintencionadas, el caso de la prostituta Rahab, la cual protege en su casa a los dos emisarios de Israel engañando a sus perseguidores, al desviarlos en su búsqueda (Jos 2,1-21). Su conducta es luego elogiada repetidamente por la misma Escritura (Heb 11,31 y Stg 2,25). Se trata de esa "astucia que se debe usar con el perverso" (Sal 18,27) para bloquearlo en sus planes perversos.
    Ciertamente, el mentir debe ser una "extrema ratio", si es posible sustraerse o escapar a preguntas indiscretas o maliciosas simplemente usando tonos evasivos o invocando el secreto. Pero si el enemigo nos arrincona, no debemos temer usar esta arma de defensa contra el mal, que también puede hacerse a sí mismo.

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  7. 2°) Un segundo punto a considerar es lo referente al intrinsece malum y al intrinsece bonum (por ejemplo enseñado en la encíclica Veritaris Splendor, del papa san Juan Pablo II), doctrina que también puede ser aplicada a la mentira. Suele así decirse que mentir es un extrinsece malum (es decir, genéricamente malo, pero con excepciones que lo hacen bueno o lícito). ¿Cómo podría entenderse rectamente esta aplicación a la mentira? Por lo pronto, chocaría con lo que suele enseñarse en tratados clásicos de teología moral (por citar un par muy conocidos y difundidos entre laicos en mi tiempo: Royo Marín, Tanquerey, etc.) y otros textos, que incluso llegan a afirmar que el mentir es "intrínsecamente malo".
    Pues bien, respondo:
    Intrinsece malum quiere decir que un cierto acto es siempre y de por sí mismo malo, suponiendo las condiciones por las cuales es malo. Se corresponde o es correlativo al bonum honestum, al intrinsece bonum.
    Sin embargo, es necesario prestar atención y tener cuidado. Por ejemplo, el mandamiento No matar, que implica el matar como intrinsece malum, no debe ser tomado en sentido absoluto e incondicionado, sino que debe ser interpretado así: no matar al inocente, sobreentendiendo que puede ser asesinado el malvado. Por lo tanto, el juez que condena a muerte o el soldado que asesina al enemigo no hacen excepción al Quinto Mandamiento, sino que lo aplican según su justa interpretación.
    Ahora bien, esto necesita mayores explicaciones. Las haré en el siguiente comentario...

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  8. Sin embargo, es necesario distinguir dos tipos de intrinsece malum: existe el intrinsece malum bajo condición y el intrinsece malum incondicionado. El primero, en ciertos casos deviene lícito cuando existe la adecuada condición, no en el sentido de que se haga excepción a su malicia, sino porque interviene un valor moral o fin superior, a fin de observar ese valor o lograr ese fin. Esta es la condición adecuada, a fin de que aquel acto, que aunque es intrínsecamente malo, le sea permitido sin embargo para salvar un valor o fin superior. Por ejemplo, el aborto es acto intrinsece malum, pero bajo condiciones, porque, si se trata de salvar a la madre, deviene lícito.
    Esto significa que en la moral existe una jerarquía de fines o una escala de valores que son todos obligatorios, todos intrinsece boni, por lo cual lo contrario es intrinsece malum. Pero si el valor inferior impide el superior, es necesario que el inferior se haga a un lado para dar espacio al superior. Ubi maior, minor cessat. El procrear es un deber para todos, por lo cual el no querer procrear es un intrinsece malum.
    Sin embargo, si algunos sienten la necesidad de una mayor espiritualidad, a la cual el matrimonio pone obstáculo, hacen bien en renunciar el matrimonio para realizar ese fin superior. La virtud que permite hacer estas difíciles y raras elecciones se llama epikeia o equidad, que es una forma de justicia y prudencia que consiente el dar un recto juicio en casos extraordinarios, en los cuales está en juego la confrontación entre grandes valores y se trata de ver cuál es el mayor.
    (sigo en el próximo comentario)

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  9. No se trata de admitir excepciones; se trata de interpretar bien el valor. Las excepciones las puede admitir la ley positiva. Por ejemplo: "aquí está prohibido estacionar excepto los domingos". La ley natural, en cambio, no admite excepciones, como tampoco las admite la naturaleza sobre la cual se basa: así como no puede existir excepcionalmente un hombre que no tenga el poder de razonar, así, desde el punto de vista moral no está nunca permitido o bien es intrinsece malum actuar contra razón. Aquí no se dan excepciones. Se puede hablar de valores absolutos o no-negociables, como solía enseñar el papa Benedicto XVI.
    Existen también actos intrínsecamente malos en modo incondicionado. ¿Cómo se establecen? Son valores o fines, por encima de los cuales no existen otros. Se trata de aquello que se refiere a Dios y a su imagen, hombre o ángel. Todos los valores pueden ser dejados de lado para respetar estos valores supremos, pero estos no pueden ser desatendidos sin que se falle en la consecución del fin último, que es Dios.
    Estos actos o vicios incondicionadamente e intrínsecamente malos son, a grandes rasgos, los siguientes: impiedad, incredulidad, sacrilegio, blasfemia, cisma, herejía, apostasía, culto al demonio, magia, superstición, idolatría, calumnia, impudicia en el hablar, difamación, escándalo, seducción, traición, infidelidad, hipocresía, duplicidad, maledicencia, odio del prójimo, envidia, escarnio, necedad, pereza, soberbia, gula, fraude, estafa, fornicación, sodomía, pedofilia, prostitución, concubinato, adulterio, robo.

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  10. 3°) Un último punto es el referido a lo que dice santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae, II-II, q.110, y si ello no sería afirmar que el mentir es "intrínsecamente malo". Respondo:
    Tomás aparece aquí, efectivamente, demasiado riguroso. Sin embargo, menciona el caso de Judith mintiendo a Holofernes; "a causa del amor que tenía a su pueblo" (ad 3m). Para otros casos, Tomás se exhibe en difíciles acrobacias, para no reconocer abiertamente que el sujeto ha mentido.
    Es extraño que no se le venga en mente a Tomás el llamativo caso de Rahab, alabada por la Sagrada Escritura. Pero es evidente que la autoridad de la Escritura vale más que la de santo Tomás, quien aparece aquí en cierto modo no suficientemente experto en la malicia humana, precisamente él, que como buen medioeval, no duda en admitir la pena de muerte para los herejes.

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    1. Filemón, usted en definitiva dice que SANTO Tomás en este punto se equivoca y es usted quién tiene la razón?

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    2. Estimado Anónimo,
      el deber de decir la verdad debe estar conectado con el deber de la justicia. La mentira verdadera y propia, en cuanto pecado, no es el puro y simple hecho de decir a alguien lo que no es verdad, sino que es causada por la voluntad de hacer daño, de hacer el mal, a esa persona que así viene engañada. Verdadera y propia mentira es, por ejemplo, el engaño con el cual el hereje confunde a una persona ingenua; o bien hacer una falsa propaganda de un producto, con el fin de obtener una ganancia ilícita.
      Por el contrario, la actitud de Rahab, que se asemeja a la de Judit, está dictada ante todo por la voluntad de proteger a los emisarios de Israel, los cuales seguramente habrían sido asesinados por los enemigos que los estaban buscando. En este caso, en el cual un malvado quiere servirse de la verdad para hacer el mal, pierde el derecho de conocer la verdad, y no le debe ser dicha la verdad, para impedir que haga daño, que haga el mal. Por ejemplo, ha sido lícito engañar a los nazis para proteger a los judíos.
      Ahora bien, Tomás está muy interesado en el valor de la virtud de la veracidad, porque efectivamente, en línea de principio, iluminar a los otros en la verdad es obra sumamente buena. Aquí, sin embargo se nota, en mi opinión, en el gran teólogo y Doctor Común de la Iglesia, una cierta inquietud psicológica, un cierto desagrado o malestar psicológicos, como si el Aquinate se debatiera o combatiera por un lado entre la exigencia de decir la verdad, y por otro lado los casos excepcionales, en los cuales en cambio la verdad debe ser ocultada, y que son casos que nos son presentados por la misma Sagrada Escritura.
      Es necesario además distinguir las verdades acerca de las cuales nunca está permitido mentir, y estas son las verdades que se refieren a Dios y la fe, y otras verdades particulares, acerca de las cuales está permitido por grave razón esconderlas a una persona que haría mal uso de esas verdades para hacer el mal. Por cuanto respecta a las primeras verdades, debemos confesarlas absolutamente, incluso a costa de nuestra vida. En cambio las otras pueden ser ocultadas en nombre de la justicia y de la misma verdad, entendida en un sentido superior como obediencia a la voluntad de Dios, que es la Verdad absoluta.

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    3. "el aborto es acto intrinsece malum, pero bajo condiciones, porque, si se trata de salvar a la madre, deviene lícito"
      Es decir que en ese caso la vida de la madre vale más que la de su hijo?
      Con qué criterio determina que vale más?
      Hay alguna diferencia en caso de que el niño ya haya nacido?
      O es que mientras está en el vientre su vida no vale tanto?

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    4. Estimada anónima,
      el dar muerte al feto se justifica en base al principio del voluntario indirecto, según el cual un acto deviene moralmente lícito, por no decir necesario, cuando salva una vida humana al precio de la vida de otro ser humano. Se dice entonces que esta muerte no es querida en modo directo, sino indirecto, es decir, no de por sí, sino accidentalmente.
      La pregunta es: ¿qué es lo que hace preferir una vida a la otra? En efecto, la observación que viene espontánea es que toda persona tenga derecho a la vida.
      Existen, en cambio, casos en los cuales una persona obstaculiza o impide la vida de otra. La persona que constituye este obstáculo puede actuar o voluntariamente o involuntariamente. Acción voluntaria puede ser la del criminal, que pone en peligro el bien común; o la del injusto agresor, que pone en peligro a una persona inocente; o bien la del enemigo de la Patria, que pone en peligro el bien de la Patria.
      El caso del aborto es el de un agente, que actúa involuntariamente, y sin embargo constituye un peligro mortal para la madre. En este caso juega el principio de la supresión de aquel que objetivamente es el "enemigo" (si vale la expresión). Indudablemente esta solución extrema nos llena de compasión por el pobre pequeño inocente, el cual indudablemente va al paraíso del cielo.
      Por otra parte, debemos recordar el ejemplo de las madres heroicas, las cuales, para hacer venir al mundo al hijo, renuncian voluntariamente a su propia vida. Sin embargo, se trata de actos virtuosos extraordinarios, que requieren una generosidad que Dios no concede a todas las mamás. Por eso una madre, que se encuentra frente a la necesidad de afrontar esa elección dramática, puede pacificar su propia conciencia sabiendo que la moral le permite hacer cuanto he dicho líneas antes.
      El mencionado principio del voluntario indirecto en caso de aborto, fue enunciado por el papa Pío XII en un discurso de 1951 dirigido a las asociaciones de las familias numerosas: "si la salvación de la vida de la futura madre requiriera urgentemente un acto quirúrgico, u otra aplicación terapéutica, que tuviese como consecuencia accesoria, de ninguna manera querida ni intencionada, pero sí inevitable, la muerte del feto, tal acto ya no podría ser calificado de ataque directo a la vida del inocente".

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    5. Se va al cielo sin haber sido bautizado? Eso sí que no lo había escuchado antes

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    6. Estimada anónima,
      mi personal opinión de que es indudable la salvación del embrión o del feto surge de lo expresado por el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y por lo que la Iglesia pide en el rito de exequias, confiándolos a la misericordia divina, que no puede sino tener por objeto su salvación. No hay doctrina católica aún establecida sobre el tema, y la Iglesia deja todavía este punto abierto a la libre discusión teológica, mientras no sea definida la cuestión.
      La otra opinión teológica es la teoría del limbo, por lo que me parece conveniente entonces referirme aquí de un modo muy sucinto a este tema, que usted puede encontrar más desarrollado y detallado en otros artículos que he publicado en este mismo blog.
      La doctrina del limbo en el pasado siempre ha sido recibida y aceptada por la Iglesia en la enseñanza común y corriente de los catequistas, pero sin embargo la Iglesia nunca la ha hecho propia, por lo cual esa doctrina no se puede considerar doctrina católica y mucho menos doctrina de fe (al usar aquí los términos "doctrina católica" y "doctrina de fe", hago referencia a precisas cualificaciones o notas teológicas).
      Este hecho de que la Iglesia nunca haya hecho propia la doctrina del limbo, está atestiguado por el dato de que en el CIC, n.1261, la Iglesia confía "en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo".
      Esto quiere decir que la gracia de la salvación llega a estos niños también si no han sido bautizados. Lo que naturalmente no quiere decir que bautizar al niño no sea un estricto deber de los padres.
      Este hecho, en cambio, testifica que Dios salva incluso sin los sacramentos. En este punto nos planteamos el problema de la salvación del feto o del embrión.
      La teología, que es la ciencia que tiene la facultad de deducir conclusiones a partir del dato revelado o de la doctrina de la Iglesia, nos autoriza en este punto a deducir que si se salva el niño ya nacido, se salva también el embrión y el feto, por el hecho de que Dios quiere salvar a todos los hombres y que, por sus caminos a menudo misteriosos, sólo conocidos por Él, hace llegar a todos la gracia de Cristo.
      Está claro que en el adulto, capaz de elegir, la gracia puede ser rechazada. En cambio, en los sujetos antes mencionados, que aún no están en la edad de la razón, la gracia produce su efecto salvífico sin que se requiera su libre consentimiento, dado que aún no lo pueden ejercer.
      Reproduzco aquí, a modo de nota anexa, el artículo del CIC, que toca el tema (n.1261):
      "En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: 'Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis' (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo".
      Querida anónima: usted sabe que puede contar conmigo para que le responda a sus dudas y objeciones; pero es mi más sincero y caritativo consejo, que no vacile usted en recurrir primero que nada a lo enseñado por el CIC.

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