martes, 8 de febrero de 2022

Reflexiones pandémicas: nuestra imagen de Dios (1)

Aunque no dispongamos de encuestas, no es irrazonable suponer que, cursando ya el tercer año de la incierta lucha que libra el género humano contra el Covid-19, muchos hasta ahora incrédulos o indiferentes o viviendo en la banalidad del día a día sin aspiraciones espirituales, hayan vuelto a plantearse (con menor o mayor claridad) preguntas que son fundamentales para la vida humana, particularmente la pregunta sobre Dios. También es lo que se ha advertido el pasado domingo, en una entrevista televisiva al papa Francisco.

Los hombres han vuelto a plantearse la pregunta sobre Dios
   
----------La pandemia, y su prolongación en el tiempo, ha vuelto a plantear aquellas preguntas que son las más fundamentales para el hombre, sobre todo la pregunta sobre Dios. Las recientes palabras del director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus: "el 2022 debe ser el año en el que acabemos con la pandemia", debemos entenderlas más bien como una expresión de deseos, porque es de suponer que cursando ya el tercer año de lucha de incierto resultado contra el Covid-19, ya quedarán muy pocos de aquellos exponentes del super-homismo que en las cúspides del poder internacional alardeaban de tener todo controlado en la marcha del planeta y que nada ni nadie podía interrumpir la agenda humana, minuciosamente programada hacia las más altas cumbres, imposibles ni de soñar hasta hace poco.
----------Se habían olvidado de Dios. Por consiguiente, también se supone que ya nadie habrá escuchado esas palabras del director de la OMS, repito: "el 2022 debe ser el año en el que acabemos con la pandemia", cual si fueran el infalible decreto de un gobernante cuya voluntad tuviera en sí misma la potestad del inexorable cumplimiento, pues ya va siendo hora para haberse dado cuenta que el hombre no gobierna este mundo y las espirales en que se sumerje su historia. De modo que la pregunta sobre Dios es la que no han tenido más remedio que volver a plantearse en estos años aquellos que se habían olvidado de Él.
----------Por ejemplo, eso ocurrió también el domingo, cuando el papa Francisco fue entrevistado durante una hora en uno de los programas más populares de la televisión italiana, donde después de un prolongado repaso de temas profundamente humanos, que todos en el público sintieron y compartieron con amplio consenso de aplausos, aunque fueran temas en los cuales la molesta referencia al sufrimiento era insistente, el entrevistador no podía dejar de hacer la pregunta clave: "¿Por qué sufren los niños?". Pregunta que suscita otras: ¿pero qué hace Dios ante ese sufrimiento? ¿Por qué no interviene? ¿No es misericordioso? ¿Qué culpas tienen los niños? Y la cadena de preguntas podría seguir: ¿de dónde viene el sufrimiento? ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Quién ha dado origen al sufrimiento? ¿Por qué motivo o razón sufre también el inocente? ¿Por qué algunos criminales y malvados se salen con la suya? ¿Cuál es el remedio para el sufrimiento? ¿Para qué sirve el sufrimiento? ¿No sería mejor si no existiera? ¿Podemos liberarnos del sufrimiento?...
----------Desde hace tiempo, como bien saben mis lectores, he seguido al economista italiano Luigino Bruni, metido a improvisado teólogo en una serie de artículos publicados en el diario Avvenire desde los meses iniciales de la epidemia del Covid-19 en Italia. Así, comentando varios artículos suyos, hemos visto como, a partir de su relación con Dios, Bruni demolía algún valor cristiano con el tono de quien, por no haber sido fiel a su "primer pacto de la infancia" (como repite Bruni), primero siente pesar y nostalgia, pero luego, en lugar de formar un serio propósito de rehacer ese pacto ante Dios, primero trata de corregir o "convertir" a Dios para apaciguarlo intimándolo a que cese con esa severidad con la cual lo ha castigado, pero luego se da cuenta de que Dios es fiel, mientras que el infiel es él. Entonces, en este punto, Bruni, en lugar de volverse sinceramente a Dios, comienza a idear una serie de pretextos para alejarse de Dios y poder prescindir de Él.
----------Naturalmente, el punto no es el derrotero espiritual de Bruni, sino las pistas que sus artículos puedan darnos para entender el derrotero que ha venido llevando este alocado mundo nuestro en las últimas décadas para alejarse de Dios o bien (lo que es lo mismo) para inventarse una falsa imagen o concepción de Dios que pueda satisfacer sus deseos, aunque al precio de olvidarse del verdadero Dios.
----------Hemos visto cómo a tal fin, Bruni derriba sistemáticamente, uno por uno, con cada nuevo artículo, todos los valores y los medios del plan divino de la salvación, comenzando por negar el valor expiativo del sacrificio de Cristo, interpretado como expediente ideado por los capitalistas para mantener a raya las reivindicaciones de los trabajadores: "sufrid ahora con Cristo, porque el cielo os espera en el más allá".
----------¿El remordimiento por el pecado? Bruni nos quiere convencer de que es solo un fastidio o un trastorno de la emotividad para ser tratado con el psicoanálisis. ¿La búsqueda de la perfección? Bruni nos dice que somos imperfectos por naturaleza. Por lo tanto el ideal no es el de la perfección, sino el de la imperfección. Pero como la perfección está ligada a la santidad y a la sabiduría, Bruni, en consecuencia, las aparta a ambas, para sustituirlas por la "profecía", con la cual acomoda los Salmos a su nueva línea de conducta.
----------Por eso, según Bruni, es necesario valorizar la utopía, es decir, acercarse indefinidamente a una idea que nunca se puede realizar completamente. ¿Tenemos una sed de Dios que aspira a ser saciada? Pero la condición del sediento es típica de la naturaleza humana. Por eso Bruni la convierte en su grandeza. No se está nunca saciado de beber. La sed siempre vuelve cada vez que uno ha bebido. Es normal. Por eso Bruni nos dice que debemos hacer el elogio de la sed y no de la saciedad. Por lo tanto, Bruni se ha mostrado cada vez más escéptico acerca de la perspectiva de una vida eterna después de la muerte.
----------Hemos visto cómo Dios desaparece gradualmente de su horizonte y por eso Bruni llega a la conclusión de que toda la felicidad que podemos alcanzar está en esta tierra, está en el hoy, está en el trabajo cotidiano, en la vida de un día, como la mariposa. Sin embargo, hemos podido notar que, a partir del antepenúltimo artículo suyo que hemos comentado, existe en Bruni una pequeña recuperación. Bruni probablemente ha reflexionado, como el hijo pródigo. Ha comprendido que no le bastan las algarrobas de los cerdos. Se acuerda del "primer pacto" como él lo llama. Vuelve sobre sus pasos y se dirige hacia el Padre.
----------Entonces, el economista-"teólogo", comienza de nuevo a hablar de nuestro deber de ser agradecidos con Dios por los dones que nos ha dado, sin embargo, a la manera de Lutero, no reconoce la necesidad del mérito para obtener la salvación, pasando por alto el hecho de que el don más grande de la misericordia divina es precisamente la posibilidad de hacernos de los méritos en Cristo para alcanzar el paraíso del cielo. Y entonces, en el penúltimo artículo suyo que hemos examinado en este blog, Bruni, comentando el Salmo 109, contra el imperante buenismo de la actualidad, reconoce que Dios, implorado por el Salmista, venga las ofensas sufridas por los hombres, y Bruni vuelve a hablar de la divina misericordia.
----------Pero hay un paso muy importante que hace Bruni en el artículo al que hoy (y en días siguientes) nos vamos a referir, titulado No a imagen de un ídolo, publicado en Avvenire el 13 de septiembre de 2020, aunque el sobretítulo que niega que el ser humano sea un "simulacro" de Dios no es muy feliz que digamos. En cualquier caso, en el desarrollo del artículo, Bruni se explica claramente recordando la doctrina bíblica del hombre creado a imagen de Dios. "Simulacro" tiene un significado evidentemente negativo y se refiere, como explica el autor, a imágenes erróneas e idolátricas, mezquinamente antropomórficas, de la divinidad.
   
La cuestión de la imagen de Dios
   
----------Bruni aborda en primer lugar la famosa prohibición bíblica de hacerse imágenes de Dios (Ex 20,4). Ella va de la mano con la prohibición de construir ídolos. Esto quiere decir que con el término "imagen" (hebreo: tzelem) el Autor sagrado no entiende como a menudo nosotros entendemos hoy, "representación mental", sino "objeto plasmado, esculpido, manufacturado", como por ejemplo una estatua (hebreo: temunà).
----------Es necesario advertir, llegados a este punto, que por medio de las imágenes sensibles y de las cosas materiales y partiendo de ese mismo conocimiento o experiencia sensible, nosotros sin embargo descubrimos el mundo inmaterial del espíritu: el mundo del pensamiento, los valores morales, nuestra alma, nuestra conciencia, el valor espiritual de la persona. Todo esto trasciende el mundo de las imágenes sensibles.
----------Ahora bien, surge una pregunta inevitable. ¿Dado que nuestro conocimiento depende así de lo sensible, cómo hacemos para concebir el mundo del espíritu? Hay que advertir que en ese mundo del espíritu no podemos abstraer la esencia universal de lo concreto individual y sensible, porque el mundo del espíritu ya es de por sí abstracto, ab-solutum, suelto, libre e independiente de la materia y del espacio-tiempo. El mundo del espíritu es el mundo de lo eterno, de lo absoluto, de lo inmortal, de lo incorruptible, de lo inmutable. Son los "cielos" donde habita Dios, donde habitan los ángeles y las almas del paraíso del cielo.
----------Por ende, para poder concebir el mundo del espíritu, debemos entonces servirnos de los conceptos más amplios, elevados y comprensivos de los cuales somos capaces, que son las nociones metafísicas y trascendentales, que van más allá de las categoriales, que se refieren al ámbito de lo finito, de los géneros y de las especies y cubren toda la extensión o el horizonte del ser, todos los planos del ser, desde el mínimo hasta el máximo, una noción del ser, por lo tanto, que no debe ser unívoca, sino analógica (cf. Sab 13,5), es decir, de modalidades y significados diferentes, de modo que la razón pueda transitar (ana-logos) de lo finito a lo infinito, permaneciendo siempre proporcionalmente una en el ámbito del ser y de lo real.
----------De lo contrario, si la noción del ser permanece unívoca, limitada a significar los géneros y las especies de la física y de la matemática o el mundo de la imaginación, nuestra mente se detiene en lo creado y no logra captar al ser divino como real y como creador del mundo. Ya no podrá ser el Ser supremo, sin medida, ilimitado, el Altísimo, sino que permanecerá plano, conmensurado y a la par del ser del mundo. Dios no puede ser imaginado, sino sólo pensado. Kant lo había entendido, y antes que él santo Tomás de Aquino.
----------Si, por el contrario, la noción de ser fuera equívoca, fracasaría entonces la comunicación entre el hombre y Dios, Dios parecería contrario a la razón, vendría a justificar lo contradictorio, vendría a aprobar la duplicidad, sería un Dios no confiable, infiel, engañador, mentiroso, violento y deshonesto.
----------He aquí, entonces, que la Biblia, en cambio, nos exhorta a ampliar los confines de nuestra razón, porque Dios quiere ser hospedado en nuestra razón como en un templo: "Levantad, puertas, vuestros dinteles, para que entre el rey de la gloria" (Sal 24,7). Nuestra razón es, en efecto, como un templo en el cual Dios desea habitar. Salomón permanece asombrado de que Dios se digne habitar en un templo construido por la mano del hombre, o ser acogido por conceptos construidos por el hombre (1 Re 8,27). Siempre corremos el riesgo de encerrarlo en nuestros conceptos y por lo tanto de convertirlo en un ídolo. Esto es lo que nos advierte Bruni, y en esto, hay que darle a él toda la razón. Estamos aquí totalmente de acuerdo con él.
----------Bruni recuerda luego, oportuna y justamente, como Israel durante su dramático exilio fue privado de su templo, y que esta experiencia fue para Israel una purificación, en cuanto que, dice Bruni, recordando un principio repetidamente expresado por el papa Francisco, "el tiempo es superior al espacio": pensar a Dios en el tiempo quiere decir comprender el misterio de la Encarnación sucedido en el tiempo.
----------Siempre queda, de todos modos, que para acoger a Dios en nuestra mente y en nuestro corazón, de la manera menos indigna posible, es necesario potenciar al máximo la fuerza de nuestra razón, como decía también el papa Benedicto XVI, purificándola de todos los errores e impurezas, y para ello es necesario también que extendamos al máximo el espacio de nuestro corazón. Sin embargo, sigue siendo siempre un misterio cómo el Dios infinito e inmenso pueda venir a habitar en el espacio finito de nuestra pobre razón. Sin embargo, como ya observa san Agustín de Hipona, la nuestra es una mens capax Dei.
----------Ciertamente no podemos devenir infinitos como Dios, como sueñan los idealistas, pero podemos pensar y amar el Infinito y por lo tanto intencionalmente o representativamente, si no ontológicamente, podemos de algún modo, sobre todo si iluminados por la fe y socorridos por la gracia, devenir Dios. El error de los idealistas, como por ejemplo Hegel y Rahner, que confunden el ser con el conocer, está en el creer que esta identificación intencional sea una identificación real, por lo cual se convencen, pobres ilusos, de ser Dios.
----------Si, por lo contrario, por imagen entendemos una representación mental de la imaginación, entonces nadie ni nada nos prohibe usar nuestra imaginación para pensar o conocer a Dios. La imaginación, a decir verdad, es una facultad cognoscitiva sensible que tenemos en común con los animales, y en nuestro pensar no podemos prescindir nunca de la imaginación, por mucho que ampliemos nuestro pensamiento a las verdades más espirituales y abstractas, cuales son, por ejemplo, ciertas verdades de fe, teológicas y dogmáticas. De la imagen de una cosa material individual nosotros recabamos el concepto universal de esa cosa, abstrayendo del caso particular o del individuo concreto. Del contacto concreto con Fido y Pluto, nosotros recabamos el concepto universal de perro, que no es sólo Fido o Pluto, sino cualquier perro.
----------Pero, como sabemos, y como también reconoce Bruni, el hombre no es el simulacro de un ídolo construido por él, no es y no debe ser la mala copia de un Dios antropomórfico, mezcolanza de defectos atribuidos a Dios y de cualidades divinas atribuidas al hombre, sino que el hombre es creado a imagen (tzelem) y semejanza (hebreo: kidmunetu) de Dios. Aquí, la "imagen" de Dios es legítima y permitida, de hecho incluso dogmatizada como verdad de fe. La imagen de Dios en el hombre está precisamente en su espíritu, ya que Dios es Espíritu. Y esto conlleva la posibilidad de un diálogo entre Dios y el hombre.
----------Ahora bien, las nociones de imagen y semejanza son nociones que se iluminan mutuamente: mientras la imagen es la semejanza del espíritu humano con el Espíritu divino, la semejanza es la similitud de la imagen creatural con el modelo divino. Por consiguiente, el hombre se asemeja a Dios porque ha sido creado a su imagen, así como la imagen se asemeja e imita al modelo. Platón ya lo había intuido.
----------De ello se sigue que el hecho de que el hombre sea creado a imagen y semejanza de Dios, significa que el hombre y Dios son dos personas, aptas para ser interlocutores, para comunicarse, para hablarse y, por tanto, para amarse. Es ciertamente bella la imagen de Bruni del alma como "chispa del misterio divino". A tal respecto, la Sagrada Escritura pone en juego cinco valores, cinco palabras-clave comunes al hombre y a Dios en cuanto personas; el espíritu (ruach), la palabra (dabar), el nombre (sem), la vida (hayyim). La vida es el existir propio del espíritu, que habla y obra mediante la palabra como acto del espíritu, que conoce la verdad (emet) acerca del nombre, es decir, la esencia de la realidad, para generar la vida.

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