martes, 30 de julio de 2024

Concilio Vaticano II: defectos pastorales

Continuando con nuestra serie de publicaciones acerca de la recta interpretación de los documentos finales del Concilio Vaticano II, de acuerdo al principio hermenéutico de la continuidad en la reforma, o del progreso en la continuidad, y habiendo tratado en la nota anterior acerca de las directivas pastorales del Concilio, en la nota de hoy trataremos de los defectos pastorales que pueden ser advertidos; a lo cual sigue una breve consideración de los remedios a tales defectos. [En la imagen: una fotografía de los Padres conciliares ya en el interior de la Basílica de San Pedro, tras la procesión de entrada, tomando sus lugares para dar inicio a la sesión inaugural, del Concilio Vaticano II, el 13 de octubre de 1962].

----------Si bien no es lícito y, en su límite, es claro signo de heterodoxia, el negar la infalibilidad de las doctrinas dogmáticas del Concilio Vaticano II, sin embargo no está prohibido, al menos en línea de principio, albergar dudas, reservas, o también criticar, con la debida prudencia, ciertas doctrinas pastorales o praxis pastorales de la Iglesia, aunque fueran establecidas por un Concilio Ecuménico. Cristo, en este campo, no ha asegurado la infalibilidad. Y de hecho, si es imposible encontrar errores o contradicciones en el sucederse de los decretos dogmáticos de los Concilios Ecuménicos, no es demasiado difícil constatar errores pastorales o rupturas con el pasado justificadas por la toma de conciencia de praxis injustas o no conformes al Evangelio o convertidas en insostenibles a causa del evolucionar de los tiempos o del cambiar de las circunstancias históricas. Los ejemplos podrían abundar, pero son tan evidentes, que no es necesario reportar ninguno de ellos. Detengámonos en los documentos conciliares poniéndolos en confrontación con disposiciones precedentes o con las consecuencias de tales decisiones después de más de cincuenta años de su aplicación.
----------Esta clarísima distinción entre enseñanza dogmática infalible e inmutable, y directivas pastorales mutables y falibles, está indicada muy bien por el discurso del papa Benedicto XVI a la Curia Romana, del 22 de diciembre de 2005, allí donde el papa Ratzinger dice que si bien en campo dogmático no se puede admitir una ruptura de la enseñanza del Concilio Vaticano II con respecto al pasado, en cambio, en temas de carácter pastoral, como por ejemplo la impostación de la relación de la Iglesia con el Estado, no es para sorprenderse si la actitud moderna de la Iglesia se encuentra en discontinuidad con la del pasado.
----------Véanse las declaraciones del mismo Benedicto: "El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica  y  apostólica en camino a través de los tiempos".
----------Sobre estas palabras del papa Benedicto XVI, en aquellos años apareció un buen comentario publicado por el prof. Martin Rhonheimer, de la Facultad Teológica Regina Apostolorum de Roma, en el sitio web de Sandro Magister. El Papa, explicaba Rhonheimer, hablando de "aparente discontinuidad", se ha referido al aspecto doctrinal, el cual en realidad está en continuidad, mientras que la discontinuidad, legítima y justificada por condiciones históricas que han cambiado, ha estado en las decisiones pastorales. Sin embargo, repito, en este campo la Iglesia puede cometer errores y de hecho en la historia también los ha cometido.
----------Se pueden hacer algunas consideraciones generales, que se han ido haciendo cada vez más evidentes a medida que se ha procedido en el curso de estas últimas décadas a la aplicación de las normas o líneas pastorales antes mencionadas. Hagamos una breve lista de los defectos o de los inconvenientes, para cada uno de los cuales se podría dar una documentación de la cual aquí me abstengo, dado que el intento de este ensayo es sobre todo el de poner en luz la continuidad doctrinal con el Magisterio precedente.
----------El Concilio de nuestro tiempo ha querido instituir una nueva pastoral más eficaz y corregir los defectos de la pastoral precedente. En la pasada pastoral, el pastor, el apóstol, el evangelizador, el misionero, eran vistos con una mirada que acentuaba la sacralidad de su persona y la sobrenaturalidad de su poder, de su autoridad y de su mensaje, de un modo que frecuentemente venía olvidado ese aspecto humano del ministro o anunciador de la Palabra, por el cual él se presenta hombre entre los hombres y acaso también más débil y necesitado, se pone a la par de todos, "se hace todo para todos", como dice san Pablo, llorando con quien llora y alegrándose con quien se alegra, con modestia, humidad, discreción, espíritu de servicio.
----------En el pasado, la sobrenaturalidad de la vida cristiana, el primado del cristianismo sobre las otras religiones, el hecho de que la plenitud de la verdad esté sólo en la Iglesia católica, el hecho de que el cristiano sea "luz del mundo", que la Iglesia tenga un fin superior al fin del Estado, que ella done al mundo una salvación que el mundo por sí mismo no llega a alcanzar, la necesidad de la Iglesia para la salvación del hombre, todos estos valores indiscutibles y constitutivos de la misión de la Iglesia, venían puestos en luz.
----------De modo que frecuentemente en la praxis se tenía ese fenómeno que en la época del Concilio se comenzó a designar como "triunfalismo" y que ya desde hace tiempo, aunque fuera del ambiente católico, venía siendo llamado "clericalismo", que en algunos ambientes reducidos se traducía en un cierto estilo sacerdotal: el sacerdote tiene siempre razón, debe sentenciar sobre todo, el sacerdote hace descender siempre desde lo alto lo que dice, el párroco debe mandar sobre todo cuanto concierne a la parroquia, debe controlar todo, siempre con la actitud de enseñante y corrector, no aceptaba fácilmente críticas y correcciones. Esta conducta de algún modo tocaba también a los ambientes más elevados de la Iglesia, sus vértices, incluso a la Santa Sede. Consciente o inconscientemente se tendía a pensar (tanto entre los laicos como en el clero) que la Iglesia y el Papa no se equivocan nunca, en cualquier cosa que hagan o hayan hecho.
----------El Concilio, teniendo presentes las dos naturalezas de Cristo y el ejemplo mismo del divino Pastor, sin olvidar en absoluto el deber del apóstol de anunciar un mensaje divino y de transmitir una vida sobrenatural que él primeramente debe practicar y experimentar, sin embargo ha querido remediar esa falta de humildad y esa arrogancia, para presentar una figura de pastor que verdaderamente aplicara el ejemplo y las enseñanzas de Nuestro Señor, con particular referencia a los pasajes de san Pablo que he citado antes.
----------El Concilio ha subrayado el hecho que el pastor debe presentarse en actitud de atención a las sanas exigencias naturales de los hombres, apreciando sus valores humanos y haciéndose disponible en cuanto a lo que a él le sea posible y sea de su competencia, para servirlos en sus legítimas necesidades, ciertamente sobre todo espirituales y religiosas, pero también sin excluir las humanas y materiales.
----------Al mismo tiempo el pastor debe indudablemente dejar transparentar con discreción, caridad y humildad, el Misterio divino del cual él es partícipe, anunciador, ministro, transmisor y embajador, ciertamente para hacerlo atrayente e interesante precisamente mediante su testimonio de caridad y solidaridad fraternas, sin afectación ni altanería, sin nada para hacer pesar o caer desde lo alto, sino indicando, en la ocasión oportuna y en los modos debidos, la belleza del superior ideal de la vida cristiana, en la esperanza y con el fin de que todos se sientan atraídos por Cristo para entrar en la Iglesia.
----------Nos podríamos oportunamente preguntar si el Concilio Vaticano II tal vez no hubiera insistido demasiado sobre este aspecto humano de la pastoral, en una excesiva reacción al precedente estilo, que había sido demasiado sobrenaturalista y al fin de cuentas autoritario e impositivo o, como se comenzó a decir en los tiempos del Concilio, "integrista", y hoy se dice "fundamentalista".
----------En cualquier caso, es un hecho evidente que en el período del postconcilio -y actualmente estas son constataciones de común dominio- se ha difundido una pastoral que gradualmente ha hecho olvidar al pastor y al sacerdote la sacralidad de su persona y del ministerio confiado a él por nuestro Señor Jesucristo, ha impulsado a reducir o a minimizar la novedad y la sobrenaturalidad del mensaje evangélico y su oposición al mundo del pecado -aquello que desde hace décadas los Papas denuncian como "secularismo", que encuentra una teorización en el "giro antropológico" (anthropologische Wende) de Karl Rahner. Por lo cual se ha comenzado a conformarse con un "diálogo" a la par con todos, frecuentemente inconcluyente, un diálogo que no sólo renuncia a obrar la corrección fraterna y la refutación de los errores, sino que da su consentimiento al error del errante, más que mostrar explícitamente a los hombres, con una debida argumentación la superioridad de la vida cristiana y la necesidad, para salvarse, de entrar en la Iglesia católica.
----------Por cuanto respecta a la concepción rahneriana del sacerdocio y de la misión sacerdotal, ya me he referido en otros artículos de este blog, de modo que sólo diré aquí que, según Rahner, con el pretexto de la "humanidad" del sacerdote, se llega no tanto a una justa estima de lo profano, cuanto sobre todo a una verdadera y propia profanación de lo sacro, donde por otra parte lo profano viene sacralizado.
----------Hay que tener presente que el Concilio Vaticano II presenta a la Iglesia como fuertemente interesada por los valores y por los problemas del hombre moderno. Este es un objetivo ciertamente perteneciente a la Iglesia, pero nos podríamos preguntar con franqueza y objetividad si el Concilio ha anunciado con suficiente claridad y persuasión el fin último de la Iglesia, que es el de conducir a la humanidad a la vida eterna y a la visión beatífica en la tierra de los resucitados, más allá de los límites y de las miserias de la vida presente.
----------Se equivoca el filósofo italiano Paolo Pasqualucci al acusar al Concilio, bajo la inspiración del papa san Juan XXIII, de haber dado a la Iglesia una tarea meramente humanista; sin embargo me parece que alguna perplejidad pueda surgir. El período post-conciliar, realizándose por lo demás sin suficiente control por parte del episcopado, no hará más que acentuar mastodónticamente estos defectos pastorales del Concilio que, bien mirados, el Concilio mismo corrige con oportunos contrapesos.
----------Otra frase del Concilio que deja perplejos por su susceptibilidad para ser equivocada, es ese principio, citado por muchos, según el cual "con la Encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre" (Gaudium et Spes, n.22). El Concilio entiende referirse al hecho de que Cristo ofrece su salvación a todo hombre; pero la expresión, aunque atenuada por el inciso "en cierto modo", permanece siendo imprecisa y equivocable, necesitada de una clara precisión para impedir la deriva de la interpretación buenista rahneriana, según la cual de hecho Cristo está unido a todo hombre, como para decir que todo hombre está en gracia, por lo cual el pecado no plantea ninguna preocupación dado que es siempre y en cualquier caso perdonado.
----------Siempre en esta visión aperturista y optimista, el Concilio evidencia correctamente la posibilidad de salvación asegurada por Dios a todos, también a aquellos que que no pertenecen visiblemente a la Iglesia católica e incluso para aquellos que por su propia culpa "no han llegado a un conocimiento explícito de Dios" (Lumen gentium, n.16), por lo cual puede suceder que el anuncio evangélico no sea más que la explicitación de una luz divina -el Logos- ya presente con su gracia en el evangelizando (aquí está la parte de verdad de la doctrina rahneriana de los "cristianos anónimos"); pero no se dice en absoluto que este sea siempre el caso (y aquí está el error de Rahner), por lo cual sigue siendo siempre cierto que el misionero o el evangelizador debe considerarse, con toda humildad pero también franqueza, portador de un Misterio que lo trasciende y que debe comunicar con caridad, prudencia y espíritu de servicio a esa humanidad que al menos visiblemente no da muestra de conocer el Evangelio o de estar en gracia de Dios.
----------Y de aquello que expresa el Concilio se entiende bien que esto no vale sólo para los paganos, sino que vale para todos, comenzando por los cristianos no católicos, para luego pasar a los judíos, a los musulmanes, a los hinduistas, a los taoistas, a los sintoistas, a los confucianos, a los budistas, a los espiritistas, a los idólatras, a los animistas, a los chamanistas, a todas las religiones, a los masones, a los comunistas, a los propios ateos o agnósticos, en definitiva, a todos los hombres.
----------Cuánto es lo que habría que decir aquí sobre un cierto ecumenismo y diálogo interreligioso o con los no-creyentes que es todo una charlatanería y pérdida de tiempo, un irse por las ramas, un girar en el vacío y en el equívoco y en la hipocresía en actitud repugnantemente pacifista, condimentando todo con oraciones inútiles al Espíritu Santo e invocando una "unidad" que, por lo demás, ya existe en la Iglesia católica por su propia esencia, en lugar de pedir la unión de los cristianos -que es otra cosa- y el ingreso de los no católicos en la Iglesia católica, como es lo esperado por el mismo documento conciliar sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio.
----------En los coloquios ecuménicos se tiene a menudo la impresión de que los representantes de la Iglesia católica y los de las confesiones protestantes no se sitúen en un verdadero plano de fe que implique, por la parte católica, con toda caridad el ofrecimiento a los hermanos separados de aquello que a ellos les falta para una plena comunión con la Iglesia y, por parte de los hermanos separados, con actitud de escucha, la disposición o el interés para adquirir esos valores católicos de los cuales al momento no están en posesión, sino que parece asistirse a tratativas totalmente humanas, de carácter político o comercial, en las cuales, en un pie de igualdad y sin demasiados costes, las dos partes contratan en vista de un intercambio de bienes con ventajas recíprocas sobre la base del do ut des o por alcanzar un compromiso que constituya un punto medio entre ambas partes.
----------O bien en estas relaciones ecuménicas parece que se parta del presupuesto, ya en su momento condenado por el beato papa Pío IX, que el ser católico o protestante no se diferencia como se diferencian respectivamente la ortodoxia y la heterodoxia, sino como dos maneras diferentes e igualmente legítimas -y por tanto dejadas a la libre elección como dos optional- de ser cristianos, como sería, por ejemplo, la diferencia entre Dominicos y Franciscanos o entre Jesuitas y Benedictinos.
----------En relación a ello, con todo el respeto hacia la Santa Sede, me pregunto qué es lo que ha concluido el cardenal Kasper en la treintena de años durante los cuales ha estado a la cabeza de las actividades ecuménicas oficiales de la Santa Sede, con su ecumenismo irenista y adulatorio. Mi impresión -que se me corrija si me equivoco o si estoy mal informado, pero he estado siguiendo lo sucedido durante esos treinta años- es que el resultado consiste en que los protestantes, sobre todo alemanes, se sienten cada vez más fieles a su Lutero, muchos católicos son desorientados, escandalizados, confundidos y seducidos, engañándose de estar en la vanguardia del ecumenismo, mientras que todos, católicos y no-católicos, no reciben más que daño, lo cual sea dicho sin desconocer los resultados positivos obtenidos por el mismo Kasper. Pero también aquí el discurso es siempre el mismo: no se trata de criticar los documentos conciliares en sí mismos, sino de reconocer que, lamentablemente, también por la debilidad pastoral de la Santa Sede, han sido aplicados mal.
----------A la cabeza de un organismo tan delicado como el de la promoción para la unión de los cristianos sería necesario que estuviera un teólogo perfectamente ortodoxo, y no un Kasper, cuya cristología muestra signos evidentes de modernismo y claudicación hacia los protestantes, como ha sido ya bien demostrado. Un ejemplo de la concepción kasperiana del ecumenismo lo tenemos en su libro Ecumenismo espiritual, una guía práctica (Editorial Clie, Madrid 2013), donde el Cardenal presenta un cuadro idílico y delicioso de las relaciones entre católicos y no-católicos, sin señalar nunca ni siquiera mínimamente la prospectiva, aunque enseñada por el Concilio, de que los hermanos separados, reconociendo sus errores, quieran un día, en la escucha de los impulsos del Espíritu Santo, entrar en la Iglesia católica, solamente en la cual reside la plenitud de la verdad. Esperemos que el actual guía de dicho organismo, el cardenal Kurt Koch, que tiene una bonita madeja para desenredar, pueda, con la ayuda del Espíritu Santo, remediar y conducir el ecumenismo al camino correcto. El Concilio ha remediado la excesiva polémica precedente. Pero ahora, no por culpa del Concilio, sino de una mala interpretación del Concilio, los católicos se dejan influenciar por los errores de los protestantes. Observaciones análogas se deben hacer acerca del diálogo interreligioso.
----------También sobre este punto es bueno poner en luz la continuidad de la actitud de la Iglesia católica hacia los no-católicos, dado que las posiciones del pasado, como por ejemplo las del papa Pío XI, hacen de contrapeso a las posturas del presente, por lo que las primeras y las segundas se equilibran mutuamente con directivas de verdadera sabiduría, precisamente esa sabiduría divina que distingue a la Iglesia, aunque por cierto en la normal evolución histórica de las indicaciones pastorales adecuadas a las distintas épocas. Y al mismo tiempo son impedidos las malentendidos que surgen, siempre en una cierta praxis también oficial de la Iglesia, cuando no se opera una síntesis con el pasado, sino que se plantea un presente en ruptura con el pasado y por eso mismo contrario a la verdadera perenne sabiduría pastoral de la Iglesia.
----------Otro indudable defecto pastoral del Concilio Vaticano II, no sin conexión con el defecto antes indicado, está ligado a su impostación de fondo tendencialmente "buenista" (hay que recordar aquí la mitología del "Papa bueno" acerca de san Juan XXIII), y el hecho de haber olvidado completamente de tratar el problema pastoral de la herejía. Aquí es necesario decir que con el Vaticano II la Iglesia ha pasado de un exceso al otro: en el pasado ciertamente se ha excedido en el tratar de las herejías, con los dramas, por no decir las tragedias, que todos conocemos. Pero con el Concilio, y sobre todo el post-concilio, la cuestión de la herejía es ignorada de una manera absolutamente injustificable y dañosísima, ya que nunca en toda la historia de la Iglesia han pululado y pululan como hoy las herejías, y no tanto herejías culpables ("herejías formales"), como sobre todo aquellas inconscientes e involuntarias ("herejías materiales"), pero que de todos modos causan daño y se ocultan por la enorme confusión e ignorancia religiosa y por la falta de vigilancia de los Obispos.
----------El Concilio distingue oportunamente, según el uso tradicional, el error del errante (Gaudium et Spes, n.28), pero luego, al considerar la situación moral del errante, parece sostener la imposibilidad de que cualquier juez humano -civil o eclesiástico- pueda juzgar sobre la culpabilidad del reo o del pecador o del adversario. Dice el Concilio: "Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás".
----------Entonces uno podría preguntarse qué pasa con la posibilidad de reconocer la presencia del pecado y de la culpa, sobre todo por parte de aquellos que en la Iglesia tienen el poder y el deber de quitarlos, como el sacerdote mediante el sacramento de la penitencia y la celebración eucarística, que es precisamente sacrificio para la remisión de los pecados.
----------También aquí vemos la posibilidad de interpretar esta declaración ambigua del Concilio en el sentido del irresponsable buenismo hoy extensamente difundido, el cual, como resultado práctico ha llevado, como bien sabemos, a una enorme caída en la frecuentación del sacramento de la penitencia y de la Santa Misa.
----------Indudablemente el Concilio no quiere negar la posibilidad y la legitimidad de reconocer en el prójimo la existencia del pecado, sino que se refiere al exclusivo poder que Dios tiene de juzgar definitivamente al pecador. Es verdad que reconocer en los otros sus culpas no es fácil, por lo cual se entiende que no se llegue a comprender si el mal que han hecho ha sido consciente o inconsciente, voluntario o involuntario, pero entre el hacer esta observación de buen sentido común y el escepticismo total que parece haberse insinuado en el texto conciliar, hay mucha distancia, de hecho demasiada.
----------Y también aquí, lamentablemente, las consecuencias en la pastoral corriente han sido desastrosas, con la actitud de ciertos pastores por dejarlo correr todo, con el pretexto de una supuesta buena fe en todos, que en realidad no siempre corresponde a la verdad de los hechos. Salvo luego para mostrar una injustificada severidad con aquellos pocos tradicionalistas que han osado recordar la secular sabiduría pastoral de la Iglesia, bien consciente de la malicia del corazón humano, aunque siempre esté abierto a la posibilidad del arrepentimiento, al cual corresponde el ofrecimiento del perdón y de la misericordia por parte de la Iglesia.
----------Otro defecto pastoral del Concilio, como ya he mencionado en otros artículos de esta serie, es la ausencia de la forma jurídica del lenguaje y el tono más exhortativo que imperativo de sus disposiciones. Se nutre una confianza excesiva e ingenua de que todo fiel con sentido de responsabilidad no dejará de cumplir con diligencia las directivas conciliares, movido exclusivamente por el sentido del deber sin necesidad de ningún estímulo o advertencia que haga referencia al Derecho Canónico. De hecho, el resultado ha sido el de un enorme arbitrio, casi nunca perseguido por norma de ley a causa de la falta de cánones, por parte de muchísimos en el distanciarse del Concilio o en el despreciarlo o en el transgredirlo o en el interpretarlo mal o en el ignorarlo.
----------Por otra parte, la elección de los peritos no siempre ha sido sabia. No se ha tenido en cuenta a óptimos teólogos, como Maritain, y se han admitido algunos, como Rahner, precedentemente censurados por el Santo Oficio. Ciertamente estos segundos no han dejado de poner por obra sus cualidades positivas, pero, si no han logrado hacer pasar sus errores en los documentos finales, alguna ambigua expresión en esos textos podría ser interpretada en su sentido, y de todos modos a partir del inmediato post-concilio han logrado en gran medida hacer pasar su modernismo por doctrina del Concilio.
----------Por otra parte, se debe notar que, dada la enorme cantidad de documentos emanados por el Concilio, los cuales ya en una primera lectura muestran estar ubicados sobre diversos planos de autoridad, aparece difícil la tarea de distinguir tales grados para cada uno de ellos.
   
Remedios
   
----------Se debe ante todo recuperar la estima por la verdad y rencontrar sagacidad y energía en la refutación del error, venciendo todo sofisma, que nos hace despreciar la verdad, y toda ceguera, que impide ver los errores. Esta exigencia, ligada a la recuperación de la metafísica y de la gnoseología realista, es hoy advertida por las mentes más inteligentes y sensibles a los deberes de la justicia y de la honestidad intelectuales.
----------El cardenal Pietro Parente, por ejemplo, pone el dedo en la llaga cuando intitula su famoso libro "La crisis de la verdad...". Un poderoso reclamo por la importancia de la metafísica, que para Tomás de Aquino es la "ciencia de la verdad", se encuentra en la obra magistral del Siervo de Dios padre Tomas Tyn "Metafísica de la sustancia. Participación y analogía". En el panorama actual de la cultura laica y católica, el más fuerte y autorizado reclamo por la importancia de la verdad y por tanto de la metafísica, viene de la Santa Sede, comprendidos los discursos del Romano Pontífice.
----------Otros hablan de una recuperación de la razón; otros, vinculando la cuestión de la verdad a la del ser, señalan el surgir del nihilismo como consecuencia del desprecio de la verdad, la cual se eleva al pensamiento del ser. La verdad desaparece cuando el ser se identifica con la nada. O viceversa, el desprecio de la verdad lleva al nihilismo y con ello desaparece también el pensamiento, el cual, si piensa, piensa el ser. Si falta su objeto, falta también el pensamiento. Por tanto es necesario también recuperar la dignidad del pensamiento.
----------Pero la verdad se capta en el concepto; quien desprecia el valor de verdad del concepto, desprecia la verdad. Pero no se puede tampoco hablar de ciencia si no se cree en la verdad. Así también la consciencia, que hoy es tan exaltada, no es nada si no es consciencia de la verdad.
----------El Dicasterio para la Doctrina de la Fe o el Papa mismo deberían producir un documento con el cual se esclarezca en forma de cánones cuáles son las doctrinas que deben ser mantenidas por fe o próximas a la fe (De fide tenenda, doctrinas definitivas), haciendo referencia a las proposiciones correspondientes en el texto conciliar.
----------El Papa debería aclarar de manera argumentada y teológica, la relación entre tradición y progreso en la Iglesia. El Papa debería pronunciar una condena clara y motivada de los errores neo-moderistas, sobre todo de Karl Rahner y de Edward Schillebeeckx, aunque reconociendo sus méritos. El Papa debería cortar de raíz y universalmente en toda la Iglesia la mínima posibilidad de que existan comunidades católicas que tengan en menos, desprecien o rechacen el Rito reformado de la Misa ("fuente y culmen de toda la vida cristiana"), vistos los sofismas implicados en la coexistencia del Novus Ordo Missae y el antiguo rito que el Concilio ha querido reformar, y las nefastas consecuencias sufridas por pretender tal imposible coexistencia, al pervivir comunidades de fieles que han instrumentalizado el vetus ordo como estandarte de lucha y rechazo contra el Novus Ordo, el Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Papas del postconcilio.
----------El Papa debería apartar de la enseñanza a los docentes más comprometidos con el neo-modernismo. Debería impedir el acceso a los indignos, promover a los merecedores, sin temer presiones, sin criterios de fama o éxito, sino basándose sólo en la pureza de la doctrina. Debería corregir la práctica del ecumenismo según la verdadera enseñanza del Concilio, condenando los errores de un ecumenismo equivocado, sin olvidar el deber, impuesto por el Concilio mismo, de proponer con toda caridad a los hermanos separados el entrar en la Iglesia Católica. Debería alentar los centros o las instituciones o las personas de todo tipo, aunque sean de mínimo relieve o de oscura fama, plenamente fieles al Magisterio. Debería impulsar la reforma de la Curia Romana y de los organismos de la Santa Sede desde el punto de vista doctrinal.
----------Y si todo esto no llevara a resultados apreciables, el Papa debería convocar un nuevo Concilio.

8 comentarios:

  1. "El Papa debería cortar de raíz y universalmente en toda la Iglesia la mínima posibilidad de que existan comunidades católicas que tengan en menos, desprecien o rechacen el Rito reformado de la Misa ("fuente y culmen de toda la vida cristiana"), vistos los sofismas implicados en la coexistencia del Novus Ordo Missae y el antiguo rito que el Concilio ha querido reformar, y las nefastas consecuencias sufridas por pretender tal imposible coexistencia, al pervivir comunidades de fieles que han instrumentalizado el vetus ordo como estandarte de lucha y rechazo contra el Novus Ordo, el Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Papas del postconcilio."

    Padre, ¿usted está sugiriendo que el Papa debería eliminar toda posibilidad de celebrar la misa tradicional?

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    1. Estimado Anónimo,
      si por "misa tradicional" usted se refiere al Rito romano anterior al actual, sí, efectivamente.
      Ahora bien, tu modo de expresarte no es el correcto en cuanto a los términos "misa tradicional". La Misa instituida por N.S. Jesucristo es única y siempre la misma, que tradicionalmente ha perdurado desde la última cena, asumiendo diversos ritos adecuados a los tiempos históricos. Por ende, siempre la Misa de Cristo ha sido la "misa tradicional".
      En todo caso, el rito romano inmediatamente anterior al actual, es un rito en cierto modo "moderno", mientras que el rito actual puede decirse con toda propiedad más "antiguo", por haberse restaurado ceremonias y signos anteriores a la modernidad, más antiguos.

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  2. Veo que algunos de mis mensajes no han sido publicados. Esta clase de actitudes no le honran, padre Filemón.

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    1. Estimado don Benja,
      sus recientes mensajes han sido eliminados por dos motivos:
      Primero, porque su modo de expresarse no cumple con el debido respeto a la Iglesia, al Papa y a las personas. Como ya he dicho en otras ocasiones, se pueden tener ideas diferentes y ciertamente es lícito expresarlas, pero siempre con respeto y caridad hacia las personas.
      Segundo, porque mi respuesta sobre cuestiones litúrgicas al Anónimo anterior, solamente resume datos de hecho que son bien conocidos y suficientemente explicados en otros artículos de este blog. De modo que si Ud. cree necesario informarse de esos temas, a esos artículos lo remito.

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  3. Padre perdone, pero ¿cómo se puede definir herejes a los que defienden la doctrina y justificar a quien con cada salida mediática justifica cualquier acto herético? Por último, pero no menos importante, ¿hasta rechazando el sexto mandamiento? Entiendo que cada uno defiende su propia empresa para salvaguardar los intereses de su propia panza, pero aquí estamos en el punto de ciegos guiados por otros ciegos.

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    1. Estimado Ricardo,
      por mi parte, me cuido bien de tachar de hereje a nadie. En cualquier caso, hablo de "herejías" o de "sospecha de herejías" en tales o cuales expresiones, y nunca hablo de "herejes" calificando de ese modo a católicos individualizados. Y mucho menos hago lo que usted dice, porque me abstengo de "definir como herejes a los que defienden la doctrina".
      Luego, ¿a quién se refiere en su comentario? ¿Quién sería "el que con cada salida mediática justifica cualquier acto herético? Por último, pero no menos importante, ¿hasta rechazando el sexto mandamiento?".
      Explíquese mejor y justifique lo que dice. Si no, cállese.

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    2. Punto primero: yo no me callo, tengo derecho a expresar lo que pienso y usted puede hacer lo mismo. Segundo, usted define a quien ha planteado alguna objeción hacia el santo padre "algunos que se autodenominan católicos", por lo tanto aquellos que defienden la doctrina son definidos por usted como herejes. Sobre el sexto mandamiento, el papa Francisco ha menospreciado el sentido de pecado al definirlo "de poca importancia" respecto a otros. Puertos abiertos, puentes, acogida, instrumentalizando la palabra de Dios para uso y consumo, pero siempre con dos pesos y dos medidas. Hipócritas.

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    3. Estimado Ricardo:
      yo defino heréticos (en línea de principio, no acusando a tal o cual) a aquellos que acusan al Papa de herejía. Precisamente porque es doctrina dogmática que el Papa no puede ser hereje. De modo que quien acusa al Papa de hereje es ipso facto hereje.
      Pero existe un campo o ámbito en el que se puede criticar al Papa sin dejar de ser católicos. Al respecto, siga o tenga en cuanto el modo como yo hablo del Papa, sin ahorrarme críticas hacia él, pero siempre en el ámbito que corresponde (no en lo doctrinal), y del modo debido. Además, sobre este tema, es decir, el modo de criticar al Papa, ya he escrito varios artículos en mi blog. A ellos lo remito.
      En cuanto a los pecados de lujuria, el Papa no dijo que son "de poca importancia" o "de poca monta", sino que son menos graves que los pecados espirituales. Y el Papa tiene razón (como no podía ser de otra manera, cuando explica la Palabra de Cristo), como he explicado en artículos de mi blog.

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