lunes, 20 de febrero de 2023

Catástrofes naturales, pecado, castigo, y amor de Dios

El espíritu con el cual invito a vivir la Cuaresma que iniciará este Miércoles de Ceniza: abiertos a acoger la gracia y el perdón de Dios, que nos son concedidos a condición de nuestra conversión y del repudio de nuestros pecados, sinceramente dedicados a las obras de la justicia y de la misericordia, velando por nuestra salvación "con temor y temblor", pero también con gran confianza en la misericordia divina. "¡He aquí el momento favorable! ¡He aquí la hora de la salvación!" (2 Cor 6,2). [En la imagen: una escena del reciente terremoto en Turquía y Siria, tan sólo una pequeña muestra de los daños producidos, con casi cincuenta mil muertos].

----------Cuando ocurren catástrofes naturales como el terremoto reciente en Turquía y Siria, es usual que la predicación católica recuerde la precaria condición en que se halla la vida humana y la acción de Dios en la historia. Y no hay nada más lógico que el predicador de la Palabra del Señor ilumine tan dramáticos sucesos interpretándolos como prueba o castigo divino. Sin embargo, no faltan quienes hoy resulten escandalizados ante esta predicación. En nuestros tiempos infectados de buenismo misericordista, no faltan tampoco incluso entre los fieles católicos (clero y laicado) quienes rechazan siquiera la posibilidad de que Dios nos castigue mediante los eventos naturales, y precisamente como manifestación de su misericordia hacia nosotros.
----------Por mi parte no puedo menos que estar de acuerdo con todos aquellos predicadores que exponen que, según la razón y la fe cristiana, nada existe en el mundo y en la historia que no esté sujeto a la divina Providencia. Desde siempre la doctrina cristiana ha reconocido la mano providente de Dios en las desventuras y catástrofes naturales, como los terremotos, los tsunamis, las pandemias, interpretándolos a todos ellos como manifestaciones de su castigo o de la prueba a la cual Dios quiere misericordiosamente someter al hombre para que rinda frutos para la salvación. Y lo que digo no es ni mi mera opinión personal, ni mi postura teológica particular, sino pura doctrina católica. En el ámbito de ciertos debates es posible polemizar cuando se trata de opiniones teológicas, aportando argumentos a favor o entra de tal o cual postura. Pero existen otros temas, como el aquí tratado, en que no juegan opiniones, sino que juega la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, sobre lo cual ningún católico puede transigir, ni siquiera en el más profundo respeto hacia su interlocutor.
----------El hecho de los debates que hoy se plantean respecto a las catástrofes naturales, incluso los debates entre los propios católicos, confirma lo difícil que es hoy hablar un "lenguaje" católico. Ya he tenido oportunidad anteriormente de insistir acerca de la "pérdida del lenguaje", vale decir, respecto al drama derivado de hablar un lenguaje que no solo el mundo laicizado, sino también frecuentemente un cierto mundo católico impregnado de modernismo y de sociologismo, ya no está dispuesto a implementar y a comprender.
----------Es imposible no tener en cuenta las innumerables referencias bíblicas acerca del castigo divino al pecado humano (basta recordar por ejemplo el famoso episodio de Sodoma y Gomorra). Una sociedad como la nuestra, cada vez más condescendiente, por no decir favorable, a comportamientos contrarios a la ley divina, como puede ser precisamente la sodomía, efectivamente corre el riesgo de sufrir un severo castigo divino. En efecto, si Dios, como suele decir el papa Francisco, está siempre dispuesto a acoger a los que se arrepienten, no por ello olvida las exigencias de la justicia, las cuales quieren el castigo del pecador arrogante, descarado y obstinado. Si no mantuviéramos este concepto de justicia común a todas las religiones y fundado en la conciencia moral natural, colapsaría todo el orden jurídico de la Iglesia y del Estado. Homo homini lupus. Los delincuentes aplastarían a los honestos, los prepotentes esclavizarían a los justos.
----------Es necesario tener en cuenta la importante distinción contenida en la Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre el cuidado pastoral de las personas homosexuales de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1986, en su n.3. Es la distinción entre condición o tendencia homosexual y actos homosexuales. La inclinación, explica el documento, "si bien no es en sí pecado", porque es instintiva o espontánea, y a veces innata, "constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral", en cuanto los actos a los cuales impulsa o solicita "están privados de su finalidad esencial e indispensable", que no es otra que la procreación.
----------Por lo tanto, aquello que constituye pecado o culpa no es la simple presencia del estímulo homosexual, sino el condescender voluntariamente a esta inclinación. Condescender voluntariamente a una mala inclinación, por involuntaria que sea, no puede sino ser una mala acción. Esto deja a la pastoral eclesial y a la ley civil un justo y amplio espacio para intervenciones específicas y calibradas, según los casos, para actuar con prudencia, caridad y respeto a las personas, pues siempre es necesario realizar ese discernimiento en el cual el Santo Padre tanto insiste, que ante todo consiste en recordar la distinción fundamental entre la cualificación moral objetiva de un pecado o delito en relación con la ley moral o civil y la entidad de la responsabilidad concreta, si existe y cuánto existe, en las circunstancias concretas, de la persona qute los comete. Juzgar el acto en línea de principio no es lo mismo que juzgar la conciencia del individuo en esas determinadas circunstancias. Es en relación a este segundo aspecto, no al primero, que debemos entender la famosa y articulada frase del Santo Padre resumida por los periódicos en: "¿Quién soy yo para juzgar?".
----------Para sustentar la doctrina del castigo o la del Infierno y explicar su respectiva teología, bastaría referirse a las numerosas veces en las cuales Jesús hace referencia al castigo en los Evangelios, indicándolo de diversos modos como "horno ardiente" y como lugar "donde existirá el llanto y el crujir de dientes" (Mt 13,42). También en el Antiguo Testamento se hacen frecuentes referencias al juicio de Dios y a su castigo hacia los pecadores. En la literatura bíblica, la ira de Dios viene puesta junto con el amor, por ejemplo por el Salmista que canta las alabanzas de Dios celebrándolo como "lento para la ira y grande en el amor" (Sal 102,8), y nuevamente "paciente y misericordioso es el Señor, lento para la ira y rico en gracia" (Sal 144,8).
----------El castigo divino no es siempre y necesariamente un acto positivo de Dios hacia el pecador, sino una consecuencia necesaria del mismo pecado, que él comete, así como es lógico que muera el que bebe un veneno. Sin embargo, según inescrutables planes de justicia y de misericordia, Dios en la vida presente castiga en ciertos casos, y en otros no, dejando el castigo para la vida futura. Mejor sufrir el castigo ahora, porque uno se puede redimir, antes que sufrirlo en el más allá, donde ya no hay remedio. Por eso, es bueno aprovechar inmediatamente de la misericordia divina, haciendo penitencia por los pecados, porque si no lo hacemos ahora, en el más allá, en lugar de misericordia, existirá justicia, cuyo rigor no se lo deseo a nadie.
----------Las penas o sufrimientos de esta vida pueden afectar también, como bien sabemos, a los inocentes, mientras que, por otro lado, ciertos malhechores parecen salirse con la suya. A primera vista parecería que hubiera en Dios una falta de justicia, porque no castiga a los malhechores y no defiende a los oprimidos; y parecería que hubiera también en Dios una falta de misericordia, pues ¿por qué deja sufrir a los inocentes? La respuesta nos viene de la fe, la cual nos dice que los inocentes vienen unidos por el Padre a la cruz de nuestro Señor Jesucristo, el Inocente por excelencia, y se convierten en Cristo en instrumentos de salvación del mundo. Con respecto a estos inocentes, debemos decir que la justicia coincide con la misericordia, según la enseñanza del apóstol san Pablo (Rm 3,21), en cuanto se trata de Dios que justifica por misericordia. En cuanto a los malhechores, existe la misericordia también para ellos, pero con la condición de que se conviertan. Y Dios también es justo hacia ellos, porque también les ofrece los medios para salvarse.
----------La ira divina en el sentido bíblico no significa entonces ceder en arrebatos, ni mucho menos significa crueldad. Es simplemente la voluntad divina de hacer justicia, y por lo tanto el justo castigo. Ser lento para la ira no quiere decir, por consiguiente, estar desprovisto de ira, porque en la inmensa gracia del amor de Dios reside también la justicia de aquella misericordia a través de la cual el Divino Juez concederá el premio de la bienaventuranza del Paraíso, asignará el destino del alma a la purgación, es decir, a la purificación en el Purgatorio, e irrogará la pena eterna en el Infierno para aquellos que en modo obstinado y pertinaz hubieran rechazado su amor, sus dones de gracia y por tanto su misericordia y su perdón.
----------Como sacerdotes y teólogos nos damos cuenta de que cada vez resulta más urgente partir desde una certera y precisa catequesis al Pueblo de Dios, eliminando las imposturas y engaños de un falso buenismo y de un falso perdonismo, y al mismo tiempo dando una correcta formación a los mismos sacerdotes, pues ocurre que muchos fieles, aunque también lamentablemente ciertos pastores con cura de almas, tienen una idea equivocada de la misericordia de Dios, la cual, como he dicho, no excluye la justicia punitiva, así como la existencia del bien no excluye la existencia del mal; y la buena acción no excluye el pecado. La misericordia no es sólo don, sino también premio. Y es claro que no se premia lo malo, sino lo bueno.
----------La misericordia divina supone el castigo o pena del pecado. La misericordia es la voluntad divina de liberar, en Cristo, al hombre del pecado, y aliviarlo de sus miserias, que son consecuencias del pecado original y, a veces, también de pecados personales. La misericordia divina remite el pecado, pero no necesariamente quita o alivia la pena, por lo cual la pena, por tanto, unida por amor a la cruz de Cristo, asume un valor reparador y expiatorio. La remisión del pecado mortal libera de la pena del infierno, mientras que la pena por el pecado venial es temporal, descontable o aquí abajo con la penitencia y el uso de las indulgencias, o en el Purgatorio, donde incluso las almas de los difuntos pueden disfrutar de las indulgencias.
----------Dios quiere hacer a todos misericordia. Si por tanto de hecho (y esta es verdad de fe) algunos son premiados y objeto de misericordia, mientras que otros son condenados y castigados, tal diferencia no depende de Dios, sino de la oscilación típica del libre albedrío humano, capaz de obrar a veces el bien y a veces el mal. Por eso es justo que los buenos sean premiados y los malos sean castigados. De hecho, sería injusto que Dios premiara a los malos. Sería como autorizarlos a realizar el mal. ¿Podría Dios permitir una cosa semejante? Por otra parte, si el hombre quiere evitar el castigo, no tiene más que cumplir el bien, para lo cual Dios lo socorre infaliblemente y sobreabundantemente con su gracia y su misericordia.
----------El castigo no contradice ni niega la misericordia, la cual se actúa sin límites, así como la existencia de los malos no excluye la de los buenos. Si alguien es castigado y rechaza la misericordia, no es porque Dios haga acepción de personas, sino que es solo culpa del pecador. Somos sólo nosotros, con nuestro pecado, los que ponemos freno a la misericordia divina, la cual, de por sí, como torrente inagotable, fluiría sin cesar.
----------La divina misericordia quita el castigo o lo transfigura. Nuestros primeros progenitores ​​han recibido un castigo que ha repercutido en toda la humanidad. Pero Dios ha tenido piedad de nosotros al darnos a su Hijo, para que mediante la cruz seamos perdonados de nuestros pecados y transformemos el castigo en expiación. Y no sólo eso, sino que también somos hechos hijos de Dios. Si alguien, en cambio, no recibe misericordia, no es porque Dios no quiera dársela, sino porque él es el que no se arrepiente de sus culpas, de modo que el castigo, en lugar de ser expiación, permanece como castigo en toda su severidad.
----------Tanto la misericordia como el castigo son dictados por el amor. De hecho, ¿qué es lo que pide el amor? El amor pide querer el bien del otro. Por tanto, si es bueno que el malhechor, si merece el castigo, sea castigado, y eventualmente obligado a reparar el mal hecho o a resarcir los daños, para al mismo tiempo eventualmente hacerle reflexionar, se sigue que el castigar, por parte de la autoridad competente (Dios, Papa, obispo, juez, superior, padre, educador, etc.) es un acto de amor, por más extraño que esto pueda parecer a quienes tienen sólo un concepto emotivo-sentimental del amor. En efecto, podemos llegar a decir que los mismos condenados del Infierno siguen siendo amados por Dios, que los mantiene en vida en el orden de la ciudad infernal y (como cree santo Tomás de Aquino) no los castiga tanto como merecerían sus actos en su vida terrena. Por eso la misericordia divina se hace sentir incluso en el Infierno.
----------Es erróneo creer que alguien que castiga odia al castigado. Por el contrario, quien castiga debe dar un juicio lúcido, prudente, objetivo, desapasionado e imparcial, en la aplicación de la ley, como el juez de un tribunal, para la reeducación si fuere posible del propio castigado, para la salvaguardia del bien común, así como para la defensa y la satisfacción de quienes han recibido agravios, sin dejarse llevar por intereses privados o por la pasión, pues de lo contrario no aplicarían la justicia.
----------Este es el espíritu con el cual invito al lector a vivir la Cuaresma que iniciará este Miércoles de Ceniza, abiertos a acoger la gracia y el perdón de Dios, que nos son concedidos a condición de nuestra conversión y del repudio de nuestros pecados, sinceramente dedicados a las obras de la justicia y de la misericordia, velando por nuestra salvación "con temor y temblor", pero también con gran confianza en la misericordia divina. "¡He aquí el momento favorable!" -diría san Pablo-. "¡He aquí la hora de la salvación!" (2 Cor 6,2).
----------Si Dios permite desastres naturales es sólo para amonestarnos en esta tierra, no para desatar sobre nosotros su venganza, sino para donar a los hombres su misericordia, tanto desea nuestra conversión para arrancarnos del castigo eterno. Pero para rescatarnos del "horno" donde "será el llanto y el rechinar de dientes", Dios tiene necesidad de nuestro consentimiento, porque libres nos ha creado, libres nos quiere.
----------El problema es que hoy hemos llegado a ser incapaces de leer las cada vez más numerosas señales que aparecen a nuestro alrededor, no sólo la actual atroz guerra en Ucrania o la catástrofe del terremoto en Turquía y Siria, sino tantos fenómenos tan frecuentes: alteraciones climáticas insólitas, sequías, epidemias que nunca terminan, maremotos... y si alguien en todo esto nos invita a leer aunque sea las advertencias o admoniciones divinas, acaba bajo el fuego cruzado de quienes han desalojado a Dios de la historia y de la experiencia humana. Y precisamente ellos, que en todos los modos posibles quieren despojar a la humanidad de Dios, si es necesario incluso a golpes de leyes injustas, acaban luego por acusarnos de falta de humanidad, cosa esta que también le sucede a todos los que predican el castigo divino por los pecados, y son agobiados por insultos, o le sucede también a todos aquellos que, cuando predican ciertas páginas del Evangelio o recuerdan a los fieles ciertas advertencias de Nuestro Señor, escuchan responder, incluso por parte de ciertos hermanos sacerdotes, que "el infierno es una contradicción en términos de la Misericordia de Dios que es amor" y que como tal "jamás permitiría la condena del hombre a la eterna perdición". Pero lo que hay que decir es que todo esto, para decirlo en el lenguaje doctrinal de la Iglesia, se llama sencillamente: herejía; solo y nada más que herejía.

2 comentarios:

  1. Este post me ha dejado conmocionada y, como cristiana que soy, he quedado escandalizada por la falta de piedad y de caridad humana que manifiesta su autor, ¡que gracias a Dios es teólogo y sacerdote!
    Trabajo en un departamento de obstetricia y ginecología. Si el autor de este artículo visitara mi departamento, aprendería algo sobre lo que es humanidad y lo que es la vida.
    ¿Conoce el Padre Filemón de la Trinidad cuál es el drama de un aborto para una mujer? Explicarlo me llevaría mucho tiempo y no habría aquí espacio. Sin embargo, mis colegas "abortistas", como usted los llama, tienen (al menos los que conozco) más humanidad que la suya. Ellos se lo podrían explicar.

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    1. Estimada Paola,
      en primer lugar, usted me pregunta si conozco el drama de un aborto para una mujer.
      Pues sí, lo conozco: es el drama de un inocente que es asesinado en el vientre de su madre y que, en cuanto inocente, no puede defenderse de ninguna manera.
      En segundo lugar, si le debo ser franco, que usted le diga a un sacerdote, quien no puede más que defender la vida, que esos médicos colegas suyos que reprimen la vida, "tienen más humanidad", no es la mejor forma de comenzar un diálogo, porque entonces está claro que usted no conoce lo que es y lo que hace un sacerdote.
      Y no estoy hablando solo de mí, sino de todos los sacerdotes, quienes saben muy bien "cuál es el drama de un aborto para una mujer".
      En el aborto, el elemento del drama, reside en el hecho de que existe sólo una y trágica víctima: el niño asesinado por la voluntad de su madre, una voluntad ante la cual, objetivamente, no hay justificación, considerado el hecho en sí mismo. Aunque es cierto que cada mujer puede haber sufrido situaciones particulares que de algún modo atenúen su responsabilidad ante la sociedad y ante Dios (pero tal situación particular de conciencia solamente puede ser juzgada en última instancia por Dios).
      Puede existir y existe el perdón y por tanto la readmisión a la gracia de Dios después de un profundo y sincero arrepentimiento, pero no existen justificaciones que cambien de malo a bueno el crimen que la madre ha cometido.
      Como confesor, consciente de tener facultad para hacerlo, siempre he absuelto a todas las mujeres que me han confesado este gravísimo pecado contra Dios y contra la vida, pero nunca lo he hecho inmediatamente, sino siempre después de repetidos coloquios que he tratado de llevar a cabo con la mayor delicadeza, porque la mujer que toma real conciencia del acto cometido, es cierto que -como usted dice- vive un drama: el drama del pecador que conoce la irremediabilidad del pecado cometido. Por eso, en tales coloquios el sacerdote debe hacer todo lo posible por conducir a esta pobre mujer al sincero arrepentimiento, pues no bastan vagos sentimientos de culpa.
      Afortunadamente he encontrado en mi tarea como confesor mujeres que llegan a ser conscientes del pecado cometido, y logran un sincero arrepentimiento, que las abre a la gracia liberadora del perdón, y las mueve a llevar una vida de penitencia, sobre todo a través de la caridad hacia el prójimo.
      No son fáciles ni simples estas confesiones, pues sólo cuando el sacerdote comprende que la penitente está verdaderamente arrepentida (y no sintiéndose simplemente culpable) se la absuelve, precisamente porque Dios quiere nuestro arrepentimiento y no nuestros sentimientos de culpa.
      Sin embargo, cuanto más grave y terrible el pecado, más sobreabunda, ante el arrepentimiento sincero, la misericordia, el perdón y la gracia de Dios.
      Por eso, Paola, aprovecho la ocasión, ya que ayer, miércoles de ceniza, los católicos hemos iniciado el camino de la Cuaresma, para invitarla a que Usted tampoco cierre su corazón a esta divina misericordia, este perdón y esta gracia, porque aunque usted no se de cuenta, del modo como ha escrito su comentario, está en un gravísimo error, aunque repito: puede no darse cuenta. Y en este sentido le recuerdo que no se peca sólo en las "obras" y en las "omisiones", sino sobre todo en aquellos "pensamientos" y "palabras" que muchas veces dan vida a las peores "obras" y las peores "omisiones".

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