jueves, 6 de junio de 2024

La crisis del intelectual en nuestros tiempos (4/)

Invito al lector a retomar nuestra serie de temas de perfil sociológico-teológico acerca de la que hemos descripto como crisis del intelectual en nuestros tiempos. Había publicado tres notas hace un par de años, y ahora retomo las reflexiones. Ya había previsto que esta serie de notas sería algo larga, y con publicaciones esporádicas. De hecho, no me había puesto plazos para la tarea de repasar mis viejos borradores, corregirlos, actualizarlos y publicarlos; pero, a fin de que no nos olvidemos de esta tarea, he aquí la cuarta entrega (y cito aquí los enlaces de las dos anteriores: el de la primera, el de la segunda y el de la tercera). [En la imagen: detalle de "La Escuela de Atenas", pintura al fresco, realizada entre 1510-1512, obra de Rafael Sanzio, Palacio Apostólico, Vaticano].

El ser del intelectual
   
----------El intelectual es aquella persona que vive y actúa según el intelecto; es aquel que, entre todas las actividades de su ser, da preeminente importancia a la actividad intelectual. En el fondo, cada hombre (varón o mujer) tiene, en cuanto hombre, esta vocación intelectual, pero no todos la realizan al mismo nivel de empeño, con la misma consciencia, y con la misma constancia.
----------Ser intelectual significa, en el sentido pleno de la palabra, ser religioso, y aún más, de algún modo, ser sacerdote. El religioso, de hecho, vive según el intelecto a un nivel humano, mientras que el sacerdote vive según el intelecto a un nivel divino, en cuanto mediador entre el hombre y Dios, y por tanto partícipe en grado eminente de la vida y de los poderes divinos, que culminan, como enseña san Agustín ("Deo hoc est esse, quod sapientem esse", De Trin. VII, c.2, VI, c.4), y demuestra santo Tomás (Summa Theologiae, I, q.14, a.4), en el mismo Intelecto divino, que es la substancia misma y el ser de la divinidad.
----------El intelectual no debe ser concebido, como hacen algunos, a la manera spinoziana, según el lema: "non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere"; no hay necesidad de contraponer la afectividad al intelecto. Sin embargo, para evitar esto, no hay necesidad tampoco de indentificarlos, como hacen otros: solamente en Dios, y de ningún modo en absoluto en nosotros, el intelecto se identifica con el poder apetitivo, que en Dios, dado que está privado de apetitividad sensorial, virtualmente contenida en su espiritualidad, es pura voluntad (cf. santo Tomás, Summa Theologiae, I, q.19, a.1).
----------Intelecto y voluntad pueden y deben en nosotros conjugarse en beneficio recíproco, de modo tal que verdadero intelectual es aquel que goza de una afectividad equilibrada y que basa su propia vida sobre el amor. Examinaremos en el próximo apartado cómo el intelectual las relaciones entre intelecto y afectividad.
   
La vida intelectual
   
----------Antes que nada, considero de utilidad decir que, con referencia a la vida intelectual, recomiendo dos libros clásicos, que son, de Antonin Dalmace Sertillanges, La vida intelectual, publicado en 1944; y de Jean Guitton, El trabajo intelectual, obrita publicada en el año 1951.
----------El principio absoluto de la vida intelectual es Dios, como Él dice en la Escritura: "Yo te haré comprender, Yo te enseñaré el camino que debes recorrer" (Sal 31; cf. también Gn 1,7-8; Ecl 9,23; Prov 23,26). Este principio de la iluminación divina tiene una parte notable en la Escritura; nosotros vemos que tal iluminación dirige la acción de los sacerdotes y la de los conductores del pueblo de Dios; aclara la mente de los profetas; afianza la sabiduría al Hijo de Dios, y es transmitida por el Hijo de Dios a los Apóstoles y a sus sucesores que hablan en su nombre para difundir la verdad. La iluminación divina, como narran los Hechos de los Apóstoles, esclarece la mente del mártir Esteban y le da el coraje para el sacrificio supremo de su vida.
----------Este tema de la iluminación o inspiración divina es fundamental y tradicional en toda la espiritualidad cristiana. Presupone la conciencia y la actuación de una relación personal de diálogo amoroso entre el hombre y el único verdadero Dios, cosa ésta que ningún pueblo había nunca conocido, por fuera de los hijos carnales y espirituales de Israel, que forman la nueva Jerusalén, o sea la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. El intelectual encuentra por tanto el alimento para su vida de intelectual, y en consecuencia para toda su vida, en la unión con Dios, alcanzada mediante una íntima autotrascendencia: "Et si tuam naturam mutabilis inveneris, transcende et te ipsum. Sed memento cum te transcendis, rationabilem animam te transcendere. Illuc ergo tende, ubi ipsum lumen rationis accenditur" (san Agustín, De vera religione, c. XXXIX).
----------La iluminación divina no excluye, sino que de hecho fundamenta la dignidad y la actividad del intelecto y de la razón humanos. Será obra de santo Tomás de Aquino mostrar como, bajo el influjo fundante y criteriante de Dios, el intelecto se afirma a sí mismo en su libre actividad en los diversos momentos y en las diversas componentes de tal actividad. El pensamiento tomista a este propósito es sabiamente retomado por Jacques Maritain, quien responde a las objeciones hechas en contrario por los modernos (cf. Réflexions sur l'intelligence et sa vie propre, cap. II, Nouvelle Librairie Nationale, Paris 1926).
----------La íntima auto-trascendencia que condiciona el afirmarse de la vida intelectual, constituyendo de ella el inicio, no conlleva solamente la superación de la vida sensorial-animal y el alcanzar la racional-natural: existe en nuestra inteligencia el deseo de sobrepasarse a sí misma ("El hombre supera infinitamente al hombre", dice Pascal en los Pensées, edición Brunschvicg, sección VI, n.434), para desvelar el misterio de la causa primera, Dios, del cual sabe naturalmente la existencia "per ea quae facta sunt" (Rm 1,20), pero de la cual ignora, en esta vida mortal, la esencia. "Trascende et te ipsum", dice san Agustín de Hipona. ¿Pero cómo podremos superarnos a nosotros mismos, si no fuera la superior fuerza divina, a la cual tendemos en la deseada superación, para elevarnos con su gracia, más allá de lo humano, en lo sobrenatural?
----------Nuestra vida intelectual se instituye así a dos niveles: uno, natural, en el cual el intelecto es movido por Dios para entender aquello que es conforme a sus posibilidades naturales; esto es, que Dios es conocido como causa primera de todos los efectos de las creaturas y por analogía con ellas. Existe luego un segundo nivel infinitamente superior, porque mientras el primero está instituido en el plano del efecto (en este caso, el hombre que conoce), y por tanto encerrado en sus limitadas posibilidades, el segundo, que es divino, consiste en la participación del conocimiento que Dios tiene de sí, no en cuanto conocido por analogía a través de las creaturas y en cuanto tiene en común con ellas, sino en cuanto conocido tal como Dios se conoce como Dios, en su "ipseidad" e intimidad. Este segundo nivel de vida intelectual, llamado tradicionalmente sobrenatural o sobrehumano, viene por tanto en cierto modo a infinitizar nuestra vida intelectual, y dado que sobrepasa nuestras fuerzas humanas, a él se accede sólo a través de la gracia divina.
----------El primer nivel alcanza el máximo de sus posibilidades en la filosofía, y especialmente en la metafísica. Este primer nivel abarca una multiplicidad de modos y grados diferentes de actuación, que constituyen los principios, la estructura y los contenidos de todas las ciencias humanas. No me extiendo en este, ya sea porque ha sido ampliamente tratado ya por Maritain en obras como Les degrés du savoir, Quatre essais sur l'esprit dans sa condition charnelle y La philosophie de la nature, a las cuales remito, ya sea porque mi intención aquí es la sociología teológica, y por consiguiente prefiero detenerme más sobre el segundo nivel de la vida intelectual, consistente en la participación de la ciencia divina. El primer nivel de la vida intelectual corresponde al ámbito de la agustiniana "ratio inferior", "quae intendit temporalibus rebus" (De Trin. XII, 7); el segundo a la "ratio superior", "quae intendit aeternis conspiciendis et consulendis" (ibid.).
----------La vida intelectual comprende, en general, las actividades, a las cuales corresponden en el alma las disposiciones apropiadas más o menos estables. Cuando son estables, son llamadas, según la terminología escolástica, "habitus" (para la teoría de los habitus, cf. santo Tomás, Summa Theologiae, I-II, de la q.49 a la q.54), término éste que proviene del aristotélico héxis (ἕξις), y que se podría traducir con "hábitos" en el sentido de "vestidos", si bien este término es poco usado en tal sentido.
----------De tal modo, dado que, como he dicho, la actividad del segundo nivel es superior a la del primero, también los habitus correspondientes se resienten de tal diferencia de nivel, y por tanto en los dos niveles son específicamente diferentes. Así, al nivel de la actividad de la razón natural, los habitus correspondientes constituyen las virtudes intelectuales (ibid., I-II, qq.57-58): sabiduría, intelecto y ciencia; en cambio, en el nivel del conocimiento sobrenatural, el habitus correspondiente constituye la virtud teologal de la fe (ibid., I-II, q.62; II-II, de la q.1 a la q.7), perfeccionada por los dones del Espíritu Santo (ibid., I-II, q.68; Juan de Santo Tomás, Les dons du Saint Esprit, traducción de Raissa Maritain, ed. Téqui, Paris).
----------La vida intelectual sobrenatural comprende, además de estos mencionados habitus y actividades cognoscitivas propias de toda mente creyente, los dones o "carismas" especiales, reservados a algunos fieles preelegidos por el Espíritu; se trata de aquellas que santo Tomás llama "gratiae gratis datae". No son habitus, o sea disposiciones permanentes, cuyo uso dependa de la voluntad del posesor en cualquier momento; son solamente las experiencias transitorias, momentos particularmente felices y especialísimos; son, como dice santo Tomás, las "pasiones", según la terminología del Pseudo-Dionisio, que hablaba precisamente de un "pati divina". Y de hecho, como explica el mismo santo Tomás (Summa Theologiae, II-II, q.171, a.2), el motivo de esa no permanencia está precisamente dado por el hecho de que alcanzan esa intimidad divina, que no puede ser establemente e ininterrumpidamente contemplada, sino en la vida futura. Los dones especiales que conciernen a la vida intelectual son la profecía, el don de las lenguas (gratia linguarum) y el don de la palabra (gratia sermonum, ibid., II-II, de la q.171 a la q.177).
----------Dice santo Tomás de Aquino que la profecía "se extiende no sólo a los sucesos futuros de los hombres, sino también a las cosas divinas, tanto por parte de las cosas que se proponen a todos para que las crean, y que pertenecen a la fe, como de los misterios más altos para los más perfectos, que pertenecen a la sabiduría. Existe también la revelación profética de cosas pertenecientes a las sustancias espirituales que nos llevan al bien o al mal, y que pertenece a la discreción de espíritus. Y se extiende también a la dirección de los actos humanos" (Summa Theologiae, II-II, prólogo).
----------La vida intelectual está condicionada por el estado de vida del sujeto (para la teoría de los estados de vida, status, cf. santo Tomás, Summa Theologiae, II-II, q.183); tal estado puede ser más o menos favorable a la realización de la actividad intelectual. El más favorable es el estado sacerdotal -como ya he dicho-, porque se refiere a un nivel de vida sobrehumano, proveniente precisamente del carácter sacerdotal; siguen luego dos estados de vida simplemente humanos: el religioso, llamado también estado de perfección, y el estado secular. En próximas notas hablaré de estos estados.
----------La vida intelectual humana está influenciada también por sus condiciones físico-biológicas, por lo cual, si queremos hacernos una idea exacta, para comprender luego bien qué sea el intelectual, debemos examinar también esas condiciones, con lo cual cumpliremos una primera parte de nuestro propósito.
   
El sacerdocio
   
----------El carácter sacerdotal, mediante la participación en el sacerdocio de Cristo, confiere al alma una función indeleble de mediación entre Dios y el pueblo, que concierne ante todo -en orden de tiempo- a la vida intelectual, que viene sobrenaturalmente potenciada para entender y enseñar los misterios divinos y desarrollar así de modo conveniente la mencionada función mediadora. El carácter sacerdotal es un poder espiritual (cf. Summa Theologiae, III, q.63, a.2). Para que pase al acto, es necesario por tanto la acción de aquel que lo posee, por lo cual, si tal acción viene a faltar, ese poder no se manifiesta, incluso si en cuanto tal continúa subsistiendo.
----------Es claro que, por otra parte, el carácter sacerdotal no sustituye las cualidades intelectuales naturales del sujeto, sino que las potencia, por lo cual se afirma tanto más eficazmente y brillantemente, cuanto más la inteligencia está naturalmente dotada y empeñada.
----------El sacerdocio, como se sabe, no es un estado de vida exclusivo del Cristianismo, sino que, a nivel de exigencia, se lo encuentra en toda religión. El sacerdocio cristiano, en su unidad, catolicidad, santidad y apostolicidad, constituye la perfección misma de la idea y de la práctica del sacerdocio, y por tanto el perfeccionamiento de las exigencias naturales de toda otra religión: por su unidad, porque es la única participación, en la unidad de la caridad, en el único Mediador del único Dios, es decir, Jesucristo; por su catolicidad, porque no conoce discriminación de personas, como el Mediador, el Cristo, no conoce, en su amor por la humanidad, en el ejemplo de Dios Padre, discriminación de personas: "el Espíritu sopla donde quiere", más allá de las diferencias de sexo, de raza, de nación, de condiciones económicas, sociales y morales, y de mentalidades; por su santidad, porque es participación de la santidad de Cristo, santísimo Verbo de Dios encarnado; en fin, por su apostolicidad, porque, en el Apóstol de Dios, el Cristo, realiza perfectamente la idea de mediación entre el hombre y Dios, esencial al sacerdocio.
----------Si la vida intelectual encuentra sus condiciones espirituales mejores en el sacerdocio, éste último, dado que es un carácter posible en el hombre, no puede no estar, como lo está la naturaleza humana, biológicamente y materialmente condicionado. En otras palabras, no todos, por sus particulares condiciones materiales, biológicas o psíquicas, están en grado de recibir el sacramento del Orden. ¿Tal vez ésta es una negación de la universalidad del sacerdocio? No se lo puede decir. Se trata ante todo del hecho de que esa humanidad que constituye la base indispensable para la recepción de la gracia sacerdotal, en muchos falta o no es suficiente, permaneciendo a un nivel meramente potencial. Por tanto, sigue siendo cierto lo que he dicho antes, esto es, que el sacerdocio no hace discriminación de personas, con tal que, sin embargo, se trate de personas "en acto", y no sólo "en potencia", es decir, con tal que se trate de personas maduras y responsables, dotadas de los plenos y esenciales requisitos de la persona humana.
----------Por consiguiente, dado que están en juego factores mutables, como son aquellos económico-materiales-biológico-psíquicos, evolucionantes en lo interno de una misma persona o en el curso de la historia, de eso viene que los impedimentos al sacramento del Orden válidos para una determinada persona en un determinado período de su vida o para una determinada categoría de personas en un determinado proceso histórico, pueden en parte, en un el curso de un tiempo, perder su razón de ser. Aquellos impedimentos que conciernen a la condición humana en cuanto tal, no pueden obviamente venir a menos en ningún período histórico; aquellos en cambio que dependen de una particular situación temporal, pierden su razón de ser, una vez que esa situación ha transcurrido y ha sido superada.
----------No es siempre fácil distinguir lo que está ligado a la condición humana en cuanto tal, de lo que está ligado a una particular situación temporal o histórica. Es evidente, por ejemplo, que un sujeto que padece una grave disfunción mental, o cuya mente esté todavía inmadura, no está ciertamente en grado de recibir la gracia sacerdotal, en base al principio general de que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona, y por tanto no puede darse gracia sino en una naturaleza preexistente que posea un mínimo de dignidad. La gracia, en efecto, es la semilla que, según la parábola evangélica, el sembrador esparce: si esta semilla cae sobre piedras muere, y así, si la gracia es conferida a una naturaleza incapaz de recibirla (o porque no sabe o porque no quiere) esa gracia muere, sin alcanzar ningún fruto.
----------No es siempre fácil, sin embargo, establecer cuando es que un determinado sujeto, en concreto, está en posesión de la dignidad suficiente para recibir la gracia sacerdotal.
----------Por eso, si el principio de no conferir el sacerdocio a los mentalmente incapaces, será siempre válido, las condiciones que en un determinado tiempo se establecen para definir en concreto la incapacidad mental, gracias por ejemplo a los progresos de la pedagogía, que puede hacer más precoz el desarrollo psíquico de los niños, o de la psiquiatría, que puede encontrar la cura de enfermedades mentales precedentemente intratables, cambiarán en relación a los mencionados progresos.

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