Nosotros, en cuanto fieles católicos, debemos firmemente creer que las relaciones de fuerza en todos los Concilios no deben ser nunca parangonadas a cuanto ocurre en el campo político. En efecto, también después de momentos dramáticos en los cuales todo parece estar en juego, cuando luego se trata de llegar a las decisiones finales, debemos recordar, como fieles creyentes, que las mencionadas relaciones están gobernadas y moderadas por la superior inspiración del Espíritu Santo. [En la imagen: una fotografía de los Padres conciliares en la Plaza de San Pedro, a la salida de una de las sesiones del Concilio Vaticano II].
El auténtico tradicionalismo y el cisma lefebvriano
----------Al mismo tiempo, en la segunda mitad de los años sesenta, había nacido el movimiento lefebvriano, el cual personalmente no me atraía, aunque yo, formado en la escuela de Tomás y de Maritain, estuviera dispuesto a ver lo positivo en cualquier formación humana y cultural, incluso en la más contraria a la razón y a la fe; tanto más en este movimiento en definitiva católico, aun cuando hubiera nacido a causa de la incapacidad de apreciar las novedades doctrinales y pastorales del Concilio Vaticano II, y del apego a un falso concepto de Tradición, que lo conducía a ver en esas novedades una negación de la Tradición. Tras sesenta años de vivir en un cisma cada vez más gravemente pronunciado, los lefebvrianos hoy han endurecido estas mismas ideas, obstinándose pertinazmente en ellas, por lo cual es obvio que, apartados de la guía de Pedro, un movimiento cristiano de tales características no puede evitar caer en sospechas de herejía
----------Ha sido durante los años setenta y ochenta que comencé a distinguir con suficiente claridad, por un lado, un auténtico progresismo, fiel a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia, y por otro lado, un falso progresismo, influenciado por el protestantismo y por varios errores filosóficos modernos, vale decir, un progresismo que cada vez con mayor claridad me parecía como una renacida forma de modernismo, en bastante peor modalidad que aquel modernismo de los tiempos del papa san Pío X.
----------Por lo tanto, tuve la certeza de que Jacques Maritain, como se deducía fácilmente de la admiración que han tenido por él los papas san Paulo VI y san Juan Paulo II, y por mi personal experiencia, es el mejor intérprete del Concilio Vaticano II y el adecuado maestro para el cristianismo de nuestro tiempo, aunque también Maritain obviamente, como todo maestro humano, no estuviera exento de defectos, por otra parte defectos fácilmente individualizables, como por ejemplo una cierta tendencia existencialista y bergsoniana.
----------Sólo en años recientes comencé a aclarar la otra orilla del mundo católico post-conciliar, la tradicionalista, que es una especie de galaxia compuesta y a veces tan contradictoria como la galaxia del progresismo. Y aquí descubrí la existencia de un tradicionalismo plenamente católico, claramente no lefebvriano, del cual por cierto se pueden ofrecer muchísimos ejemplos, pero por mi parte no dejo de mencionar siempre el ejemplo del gran teólogo dominico padre Tomas Tyn, sacerdote checoslovaco fallecido muy joven, a sus 40 años, en 1990, quien se profesaba abiertamente y orgullosamente "tradicionalista", aunque en la plena aceptación del Concilio Vaticano II y en la fidelidad al Magisterio del post-concilio.
----------Ahora bien, mi contacto con los demás así llamados "tradicionalistas", vinculados entre ellos por una cierta crítica al Concilio al cual ven como infiel a la Tradición, en años recientes (digamos que hace unos quince años) me ha llevado a aclarar la existencia (sobre la cual hasta ahora no había reflexionado) en los documentos finales del Concilio, de una doble serie de contenidos: unos de carácter pastoral-disciplinar y otros de tipo doctrinal, pero doctrinal no sólo en el sentido de la repetición de dogmas ya definidos, sino también en el sentido de la enseñanza de doctrinas nuevas, ellas también infalibles aunque no definidas.
----------Ha sido así que, análogamente a cuanto me había sucedido en el examen del mundo progresista, donde había notado una parte fiel al Magisterio y a la Tradición (Maritain, como abanderado de todos ellos) y una parte rebelde con el pretexto de la interpretación del Concilio (Rahner, el más nocivo), también en el mundo del tradicionalismo me di cuenta que no existían sólo los "lefebvrianos", sino también los -permítanme así llamarlos- "tynianos", es decir, los que comparten de modo general (incluso sin saberlo) las ideas del padre Tyn, o en cualquier caso católicos de su misma línea, que no tenían problemas en aceptar el Concilio Vaticano II, porque, lejos de verlo en ruptura con la Tradición (como por ejemplo la así llamada "escuela de Bologna" de Giuseppe Alberigo), lo veían como eminente testigo de la Tradición. Se trata, en definitiva, de un catolicismo de "derecha" que yo, hasta ese momento, como maritainiano, miraba con sospecha.
----------Me di cuenta que ciertos tradicionalistas tienen dificultades para reconocer en el Vaticano II la existencia de doctrinas nuevas infalibles también si no están definidas. Tienden a considerar vinculantes para la fe sólo aquellas ya definidas (los así llamados "dogmas" en sentido estricto). Pero en 1998 un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha precisado, retomando por otra parte una doctrina tradicional, que las doctrinas infalibles no son solamente los dogmas definidos, sino también las doctrinas que la Iglesia enseña en materia de fe o próximas a la fe, aún cuando el Magisterio no las defina explícitamente como verdades de fe o datos del depósito revelado. Esos tradicionalistas hacen en cambio el siguiente razonamiento: ellos dicen que el Vaticano II no tiene carácter doctrinal, sino sólo pastoral; ahora bien, dado que en la pastoral un Concilio puede equivocarse, entonces ellos se reservan el derecho de criticarlo.
Cómo actúa el auténtico "progresismo" en la Iglesia
----------En substancia, vale decir, en el fondo del problema que no llegan a solucionar, lo que sucede realmente con estos pseudo-tradicionalistas, los lefebvrianos, es que no logran darse cuenta del modo como se produce en la Iglesia el desarrollo dogmático bajo la inspiración del Espíritu Santo, el Cual, como ha prometido nuestro Señor Jesucristo, conducirá a la Iglesia a la plenitud de la verdad, o sea al pleno conocimiento de esa Palabra de Dios de la cual Cristo ha dicho: "Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
----------Una imagen significativa de cómo sucede el progreso en el conocimiento de la verdad, y por tanto de cómo actúa el verdadero "progresismo", nos es dada por el famoso parangón "biológico" expresado entre otros por san John Henry Newman, el cual asimila el crecimiento del conocimiento al desarrollo de una planta: ésta sigue siendo siempre la misma, y sin embargo crece y en primavera hace surgir nuevas hojas y flores. En tal caso se puede ciertamente decir que la planta ha cambiado, pero sólo en el sentido de que ella ha hecho nacer esas hojas y esas flores que virtualmente estaban ya contenidas en su potencia vital. Deberíamos decir más exactamente que ella ha confirmado y reforzado su identidad.
----------En tal sentido, en el ámbito de la tradición teológica, los teólogos suelen hablar de un "revelado virtual o implícito", distinto de un "revelado formal o explícito". Éste es la verdad de fe definida; aquél es también él dato revelado, y por tanto infalible, pero que, al menos por el momento, la Iglesia no entiende definir como doctrina revelada. Por ejemplo, la doctrina de la naturaleza del alma humana como forma corporis en un primer momento ha existido como una simple doctrina teológica elaborada por santo Tomás de Aquino, aunque ella pudiera ser recabada de la divina Revelación. Por eso ha sido que en el Concilio de Vienne, en 1312, la Iglesia ha definido dogmáticamente la doctrina tomista del alma humana como "forma sustancial del cuerpo". Se trataba por tanto de un revelado virtual, que la Iglesia luego ha explicitado dogmáticamente.
El aspecto que legítimamente es posible criticar al Concilio Vaticano II
----------Por otra parte, mi contacto con los tradicionalistas católicos -no hablo ahora de los cismáticos- me ha vuelto consciente, en estos ultimísimos años, del hecho que, si la parte doctrinal del Concilio Vaticano II no podría ser puesta en discusión sin desviar de la fe, la parte pastoral, por principio no infalible, presenta algunos aspectos discutibles y ambigüedades de carácter prudencial, jurídico y lingüístico.
----------Quisiera de inmediato comenzar por señalar el problema que más salta a los ojos para quien tiene conocimiento del lenguaje tradicional de los Concilios, y en particular de la cuestión del lenguaje. Personas inexpertas, sobre todo jóvenes, en el momento de la publicación de los documentos conciliares, no han tenido ninguna dificultad en aceptar el lenguaje moderno y cautivador del Vaticano II. Sin embargo, ha sucedido que precisamente su inexperiencia ha conducido a muchos de ellos -hoy frecuentemente reunidos entre las filas del grupo dirigente de la Iglesia- a dejarse transportar por la onda agradable y por la aparente claridad de este lenguaje, sin advertir la necesidad, que de vez en cuando existe, de hacer necesarias distinciones.
----------La ausencia, además, de maestros que les hubieran debido ayudar en esta delicada pero importante operación de discernimiento crítico, ha llegado a crear ya una o dos generaciones de eclesiásticos del hablar facilón y aproximativo, de ideas confusas y vacilantes, que ciertamente no han contribuido a resolver la cuestión hermenéutica, sino que han permitido que ella, aún desde el final del Concilio, hasta hoy, esté todavía abierta, a pesar de no pocas intervenciones clarificadoras del Magisterio.
----------Las antes mencionadas ambigüedades tienen alguna relación, aunque del todo preter-intencional, con la orientación que el papa san Juan XXIII quiso dar al Concilio Vaticano II en su famoso discurso inaugural, cuando dijo que el nuevo Concilio, si por una parte debía volver a proponer la doctrina tradicional, por otra parte, debía encontrar un lenguaje adecuado a la capacidad de comprensión del hombre moderno, intención indudablemente óptima y providencial. Sin embargo, es para preguntarse si el Concilio en la mole enorme de sus documentos, haya alcanzado siempre a realizar del modo más feliz esta directiva del Papa.
----------En realidad, eminentes estudiosos desde hace tiempo han puesto de relieve cómo algunas expresiones de los documentos finales del Concilio Vaticano II carecen de esa precisión, univocidad, claridad lingüística y me gustaría decir canónica, que se encuentra en los Concilios precedentes. En efecto, el Vaticano II ha querido usar un lenguaje de tipo bíblico, patrístico, discursivo y popular de entonación moderna, no sin alguna resonancia cercana a las filosofías de nuestro tiempo; y esto indudablemente ha sido en su conjunto una cosa que podemos valorar como buena. Sin embargo, hay que reconocer que el Vaticano II se ha extralimitado en el recurso a este método, descuidando la precisión tradicional del lenguaje de la Iglesia.
----------El hecho es que el Vaticano II ha querido evitar las definiciones solemnes, las intimaciones drásticas, los discursos perentorios, las advertencias amenazadoras, y las afirmaciones categóricas, que sin embargo se encuentran en los Concilios del pasado. El lenguaje del Vaticano II -si se me permite la comparación- es como un rey que en lugar de manifestar su voluntad sentado en su trono con la corona en su cabeza, el cetro en la mano y el manto de armiño, habla sentado en una simple silla a cabeza descubierta y en saco y corbata. Pero aún así, ¡él siempre es el rey! Podríamos hacer un parangón con el estilo que nuestro Señor Jesucristo frecuentemente usaba, según las narraciones evangélicas, al proponer su Divina Palabra: un estilo simple, popular, casi modesto, y sin embargo ¡se trataba siempre de la Palabra de Dios!
----------Sin embargo, este tipo de lenguaje de los textos conciliares, con su tono llano, amigable y coloquial, podría empujarnos a tomar a la ligera las enseñanzas del Concilio Vaticano II, también porque -es necesario decirlo- este modo de expresarse, por así decir "a la buena", no es siempre claro; y esto es peligroso para un Concilio, y por tanto para nosotros, que debemos seguir sus enseñanzas.
----------Por tal motivo, esta escasa claridad está indudablemente en el origen de la atormentadísima cuestión de la exégesis de los textos conciliares, que se está arrastrando ya desde hace sesenta años, y que de hecho ha contribuido al surgimiento de aquello que san Paulo VI llamó con dolor "un magisterio paralelo", vale decir, un numeroso grupo de teólogos a nivel internacional, tal vez alguno de ellos habiendo sido perito del Concilio, los cuales arbitrariamente se han arrogado, y por cierto con vasto éxito, el derecho de decir la última palabra acerca del sentido del Concilio, incluso en contraste entre ellos y sobre todo en contraste con la interpretación auténtica proveniente del Magisterio, del Derecho Canónico y del Catecismo de la Iglesia Católica.
El problema de la interpretación de los documentos finales del Vaticano II
----------Algunos estudiosos de la historia de los Concilios, buscan consolarnos diciendo que en el fondo esta problemática de la interpretación de las Actas de un Concilio universal en la Iglesia católica, se ha verificado también en otros casos de Concilios anteriores. Es cierto, y por eso fueron convocados Concilios subsecuentes para disipar equívocos y proponer las interpretaciones auténticas. Sin embargo, lo que sucedía en el pasado era sobre todo el rechazo explícito de las doctrinas conciliares, más que cuestiones de interpretación. Lo que daba a la Iglesia la posibilidad de individuar con claridad los errores y condenarlos.
----------En el pasado, los límites entre la ortodoxia católica y la herejía eran más claros, también porque entonces la psicología y las artes de la impostura estaban menos avanzadas que hoy. Ahora vivimos en una humanidad más compleja y con ello superior, pero, dada la malicia del hombre, estas cualidades superiores frecuentemente las usamos para engañarnos y para engañar. Ahora nos encontramos en una especie de Babel donde no llegamos a encontrar la punta de la madeja, y los astutos se divierten pescando en río revuelto. Pero el Espíritu de la Verdad no deja de asistir a la Iglesia y todavía es posible cercar a los personajes escurridizos, los cuales dicen como está dicho en el Salmo: "si nuestra lengua nos defiende, ¿quién nos dominará?" (Sal 12,5). Y sin embargo todavía es posible hacer callar a los necios y a los arrogantes.
----------Por eso, oportunamente, un ilustre teólogo, exponente de la famosa "escuela romana", mons. Brunero Gherardini, fallecido en 2017, en uno de sus últimos libros, dirigió una ardiente súplica al Papa (por entonces, Benedicto XVI) pidiéndole que precisara definitivamente los contenidos vinculantes del Vaticano II, mostrando su continuidad -no siempre perspicua- con la precedente Tradición. Se trata del libro Concilio Ecumenico Vaticano II. Un discurso a fare (Casa Mariana Editrice, Frigento, 2009).
----------Sin embargo, hay que decir con franqueza que el tono de tal "súplica" no parece del todo sincero -no juzgamos la buena fe de mons. Gherardini-, porque parece partir del presupuesto, expresado por él en varias ocasiones, que entre el Vaticano II y el Magisterio precedente hubiera una "ruptura". Por otra parte, otros, como el obispo Schneider, lanzaron la idea de una publicación por parte del Santo Padre de un nuevo "syllabus" o resumen que contenga la condena de los principales errores de interpretación del Vaticano II.
----------La súplica de mons. Gherardini se puede vincular con el inmenso trabajo que había sido hecho en 1960-1961 por una Comisión preparatoria internacional, bajo la presidencia de la "escuela romana", por orden de san Juan XXIII, a fin de ofrecer una serie de propuestas, material sobre el cual luego los Padres conciliares debían discutir. Este amplio material estaba subdividido en cánones, según el sabio uso tradicional de los Concilios precedentes. En cambio, como es sabido, los progresistas consiguieron, en verdad con medios no del todo límpidos, hacer de modo que estos esquemas preparatorios fueran dejados de lado y sustituidos por su programa. La historia es bien conocida, y ha sido narrada en detalle por el historiador italiano Roberto de Mattei en su libro Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta, Lindau, Torino 2011 (versión española: Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Homo Legens, Madrid 2018).
----------Sin embargo, como católicos, debemos firmemente creer que las relaciones de fuerza en todos los Concilios no deben ser nunca parangonadas a cuanto ocurre en el campo político. En efecto, también después de momentos dramáticos en los cuales todo parece estar en juego, cuando luego se trata de llegar a las decisiones finales, debemos recordar, como fieles creyentes, que las mencionadas relaciones están gobernadas y moderadas por la superior inspiración del Espíritu Santo.
----------En efecto, si es verdad que en el curso de las labores conciliares los progresistas estaban de algún modo influenciados por el modernismo y por el protestantismo y acaso también por la masonería (algunos historiadores y publicistas han hablado incluso de "conjura") evidentemente aquellos nocivos actores no han tenido éxito en sus maniobras; y sin embargo el Espíritu Santo se ha servido de ellos para hacer llegar a los textos conciliares algunas correctas instancias del modernismo, las cuales hasta entonces no habían sido oficialmente reconocidas. Entre los ejemplos que podemos dar está la renovación de los estudios bíblicos o de la liturgia, a decir verdad iniciado ya con Pío XII, pero que sin embargo tuvo un más claro reconocimiento en los documentos conciliares, respectivamente Dei Verbum y Sacrosanctum Concilium.
----------Para terminar este tema acerca de las dificultades del lenguaje de los documentos finales del Concilio Vaticano II, quisiera subrayar mi convicción de que sería óptima cosa que la Santa Sede, como siempre ha acostumbrado, resumiera o recogiese las principales enseñanzas doctrinales del Concilio en forma de cánones con la correspondiente sanción disciplinar, la cual no debe ser vista con horror o repugnancia, sino como un llamado fraterno para los equivocados o errantes, o como protección para el Pueblo de Dios.
----------Un signo reconfortante en este sentido está dado por un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, originariamente redactado hace un cuarto de siglo, con el cual se recuerda al Obispo su ministerio sagrado e insustituible de maestro y custodio de la fe. Se trata del texto actualizado al 15 de julio de 2010 de la Carta a los Obispos y otros Ordinarios y Jerarcas de la Iglesia Católica interesados sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Epistula ad totius Catholicae Ecclesiae Episcopos aliosque Ordinarios et Hierarchas interesse habentes de delictis gravioribus eidem Congregationi pro Doctrina Fidei reservatis, 18 de mayo de 2001, AAS 93, 2001, pp. 785-788).
----------En este documento se recuerda que no basta que el Pastor advierta de la llegada del lobo -fuera de la metáfora: la refutación del error-, sino que debe obrar eficazmente a fin de que el rebaño no sea devorado -lo que quiere decir: eficaces procedimientos disciplinares.
----------En el mencionado documento se prevén procedimientos contra los crímenes de pedofilia; y ello es indudablemente correcto. Pero recordemos que, según la Tradición de la Iglesia, es más grave el crimen de herejía, providencialmente citado en el mismo documento. De hecho, un católico ortodoxo en su fe puede efectivamente ser un pedófilo, pero no ciertamente por culpa de su ortodoxia, mientras que a la inversa, un hereje puede también ser casto, pero no hay duda de que la herejía conduce lógicamente al pecado, y por tanto la pedofilia no halla fundamento doctrinal en la ortodoxia.
----------Por cuanto respecta a los defectos jurídico-disciplinares de los documentos finales del Concilio Vaticano II, también sobre este punto eminentes estudiosos (por ejemplo Romano Amerio en su famoso Iota unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia católica en el siglo XX, Criterio, Madrid 2003) han puesto de relieve cómo las directrices pastorales del Concilio, por cuanto respecta al problema del error y de las sanciones respecto a este problema, sean excesivamente vagas en sus expresiones e indulgentes en la actitud práctica, con una mirada excesivamente optimista frente a las formaciones no católicas y del mundo moderno. Es verdad que el papa Juan hizo un llamado a la importancia de la misericordia, pero no excluyó en absoluto, aunque en segundo orden, al recurso con caridad a la severidad. También sobre este punto, el mencionado documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sugirió claramente una corrección en la marcha, la cual, muy lejos de frenar la verdadera renovación conciliar, la promueve del mejor de los modos.
----------Estando así las cosas, he llegado a la convicción de la necesidad que existe de ofrecer un servicio a la comunidad eclesial proponiendo modestamente aquellas que me parecen las doctrinas nuevas del Concilio, mostrando su conexión con las tradicionales, en la esperanza de poder dar una contribución útil a la actual confrontación tanto con los modernistas como con los pasadistas (al respecto, recordemos que la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, fue en su momento invitada por el papa Benedicto XVI a acoger las "doctrinas" del Concilio a fin de alcanzar la plena comunión con la Iglesia Católica).
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