¿Puede el Himno oficial del Jubileo 2025, "Peregrinos de Esperanza", convertirse en "carnavalito de mi querer" sin perder su alma de oración? ¿Es legítimo trocar por simple gusto el compás solemne del 4/4 por el paso festivo del 2/4? El canto litúrgico es vestidura de la oración, no disfraz de carnaval. [En la imagen: fragmento de "Los ángeles cantores", del retablo la Adoración del Cordero Místico, también conocido como Altar de Gante, óleo sobre tabla realizado por los hermanos Hubert y Jan van Eyck, para la iglesia de San Juan de Gante, actual Catedral de San Bavón, Bélgica, donde aún permanece].
“Canta y camina. No te desvíes, no te pares,
no vuelvas atrás. Canta y camina”
San Agustín, Enarr. in Ps. 32, sermo 1,8
El himno jubilar y la fidelidad litúrgica: entre solemnidad y banalización
----------Un hecho reciente me ha interpelado seriamente, y he considerado útil llamar la atención de los lectores para suscitar una reflexión sobre un acto tan habitual y significativo en nuestra vida cristiana: el canto litúrgico. Tal vez esta breve reflexión pueda también abrir un diálogo en el que compartamos opiniones y criterios.
----------En una celebración solemne de la Misa se interpretó el Himno oficial del Jubileo 2025, Peregrinos de Esperanza, en estilo de carnavalito. Este himno, conviene recordarlo, fue compuesto con intención universal: la Santa Sede ha ofrecido versiones en diversas lenguas, pero siempre con la misma música, para que todos los peregrinos del mundo puedan cantarlo a la vez y reconocerse unidos en una idéntica melodía. Alterar su estilo no es, por tanto, un detalle menor, sino una ruptura del signo de comunión que el himno quiere expresar.
----------El hecho, más allá de lo anecdótico, me ha llevado a preguntarme —y creo que también nos obliga a todos a preguntarnos—: ¿qué sucede cuando un canto litúrgico, destinado a la plegaria de la Iglesia universal, se transforma acomodaticiamente según patrones musicales seculares que no corresponden al carácter sagrado del rito? ¿Cuáles son las condiciones y los criterios para que eso pueda suceder? Me parece que la cuestión no es simplemente estética, sino teológica y pastoral.
----------Como punto de partida para una reflexión correcta sobre este tema, conviene recordar un principio básico acerca del puesto de la música en la acción litúrgica. En la liturgia, nada es neutro: cada gesto, cada palabra y cada nota musical son signos que remiten al Misterio. No cabe duda de que la música debe ser considerada signo litúrgico; no puede entenderse de otro modo. De hecho, la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia enseña: “La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica” (n.112). Y añade: “La tradición musical de la Iglesia constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones de arte, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, es parte necesaria o integral de la liturgia solemne” (n.112). Es decir, la música no solo acompaña la liturgia, sino que forma parte de ella en cuanto acción sagrada.
----------La música y el canto, por lo tanto, no son adorno ni accesorio estético para la asamblea celebrante, ni mucho menos son mero entretenimiento, sino que constituyen un acto ritual, una expresión teológica y una oración comunitaria. Por consiguiente, alterar su forma no es un gesto inocente, sino que implica modificar el signo mismo, con el riesgo de desfigurar su sentido.
----------No digo nada nuevo si recuerdo que tanto antes como después del Concilio Vaticano II, el ámbito de la música y del canto litúrgico ha sido —desgraciadamente— uno de los campos más propicios a los abusos litúrgicos: en la época preconciliar, con excesos operísticos que oscurecían la participación de la asamblea; y en la época posconciliar, con banalizaciones y estilos profanos que trivializan lo sagrado.
----------Demos ahora un paso más. Debemos considerar específicamente el lenguaje musical propio del himno jubilar. El Himno oficial del Jubileo 2025, con poesía del conocido teólogo Pierangelo Sequeri y música del maestro Francesco Meneghello, está escrito en compás de 4/4, con tempo moderato (♩ = 69). Este marco rítmico confiere estabilidad y solemnidad a la melodía, permitiendo frases largas y un carácter orante. Y esto no es un simple detalle técnico: el 4/4 es parte del código simbólico de un himno universal, pensado para sostener la plegaria coral de la Iglesia entera.
----------El carnavalito, en cambio, pertenece a otro universo simbólico. Es un ritmo tradicional andino del norte argentino y de países limítrofes, en compás de 2/4, ágil y saltarín, con acentos que invitan a la danza. El 2/4 imprime un carácter binario, marcado, que se percibe como “paso de baile”. Su carga cultural es fuerte: evoca fiesta popular, algarabía, celebración comunitaria. Naturalmente, nadie dice que se trate de un ritmo “malo” en sí mismo, pero sí de un lenguaje musical secular, ajeno al ámbito litúrgico. Trasladar un himno jubilar a este compás no es solo cambiar la métrica: es cambiar el código cultural y, con ello, el signo teológico que transmite. La asamblea ya no recibe el signo de un himno solemne, sino el de una danza profana.
----------Reconozco que, al decir esto, estamos tocando un punto delicado y no siempre fácil de entender. Me refiero a la tensión entre inculturación auténtica y adaptación superficial, que implica una clara distinción que siempre tenemos que tener en cuenta.
----------La Iglesia reconoce la necesidad de inculturar la liturgia. En Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium, dice: “La Iglesia no pretende imponer, ni siquiera en la liturgia, una forma rígida y única en aquellas cosas que no afectan a la fe o al bien de toda la comunidad; antes bien, respeta y fomenta el genio y las cualidades de las distintas razas y pueblos” (n.37). Pero también advierte con claridad y firmeza: “La adaptación a las diversas culturas, sobre todo en las misiones, exige un estudio profundo, tanto teológico como pastoral, y debe ser aprobada por la Sede Apostólica” (n.40). La inculturación no es improvisación: exige discernimiento, fidelidad al texto y respeto por la dignidad del rito.
----------Por su parte, la instrucción Musicam Sacram recuerda: “La música sacra, en cuanto está unida a las palabras, constituye parte necesaria o integral de la liturgia solemne” (n.5). Y añade: “La música sacra debe poseer, en grado sumo, las cualidades propias de la liturgia: santidad, bondad de formas y universalidad” (n.4). Estas tres notas no son opcionales, sino criterios objetivos de discernimiento. Cuando un himno jubilar se convierte en carnavalito, ¿no se pierde acaso esta triple cualidad?
----------Aquí se hace evidente una característica esencial del Himno jubilar como signo de catolicidad. El Himno del Jubileo 2025 fue establecido por la Sede Apostólica con una clara intención: ser un signo de comunión universal. El texto se ofrece en múltiples lenguas, pero la melodía permanece idéntica. Así, peregrinos de todo el mundo pueden cantar juntos, cada uno en su idioma, pero unidos por una misma música. No se trata solo de una conveniencia práctica, sino de un signo sacramental de la catolicidad: una sola melodía que une a la Iglesia entera en una misma plegaria. Alterar esa música —por ejemplo, adaptándola a un carnavalito— rompe este signo de comunión: ya no es el mismo canto en Roma, en África o en Asia, sino una versión local. Se desfigura la intención de la Sede Apostólica y se pierde el signo de unidad que el himno jubilar quiere expresar.
----------Conviene también considerar el lugar diferenciado que ocupan en la liturgia el órgano y la guitarra. La constitución Sacrosanctum Concilium enseña: “Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede añadir un esplendor notable a las ceremonias de la Iglesia y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (n.120). Y Musicam Sacram confirma: “El órgano de tubos, por su sonido peculiar, puede añadir un esplendor notable a las ceremonias de la Iglesia y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (n.62). El órgano es, pues, el instrumento principal de la liturgia latina, no solo por tradición, sino porque sostiene el canto de la asamblea y expresa la solemnidad del rito.
----------La guitarra, en cambio, puede tener un lugar legítimo en comunidades pequeñas y con recursos limitados, especialmente cuando es ejecutada con arte y sobriedad. Pero cuando se reduce al mero rasgueo folklórico, sin técnica ni formación, suele simplificar o deformar las melodías originales, porque el acompañamiento se adapta al rasgueo y no al canto. Además, introduce un color cultural ajeno, válido en un encuentro popular, pero no en la liturgia, y puede llegar a desplazar la función del canto: de oración coral a simple animación festiva.
----------Cuando, además de ello, a las guitarras se suman charangos y se cambia deliberadamente el estilo hacia un carnavalito, ya no hablamos de limitación de recursos, sino de intención explícita de modificar el carácter del himno. Entra entonces en juego la responsabilidad pastoral. En una parroquia rural, con pocos fieles y sin organista, puede entenderse como una solución de emergencia. Pero en una diócesis grande, donde sí existen organistas y recursos, la decisión de transformar un himno universal en carnavalito es una opción pastoral consciente. En tales casos, no se trata de carencia de recursos, sino de una opción estética o ideológica que contradice la intención de la Iglesia. Así, lo que en algunos contextos podría disculparse por necesidad, se convierte en deshonestidad litúrgica cuando se hace voluntariamente, contra la intención de la Iglesia y contra el signo de comunión que el himno jubilar quiere expresar.
----------Pues bien, para ir finalizando esta primera parte de la nota, que deseo pueda servir como instrumento de reflexión personal para los lectores —sobre todo para quienes prestan algún servicio litúrgico en sus parroquias o en pequeños coros—, me animo a proponer algunos criterios de discernimiento pastoral sobre la música y el canto: 1. Adecuación al momento litúrgico: ¿favorece la oración o distrae? 2. Fidelidad al texto: ¿la nueva forma respeta el sentido teológico? 3. Participación orante: ¿la asamblea reza o se entretiene? 4. Dignidad y nobleza: ¿el estilo musical eleva o trivializa?
----------Me permito también una exhortación dirigida a músicos y responsables del canto litúrgico. Tengamos siempre presente que la música litúrgica no es terreno de ocurrencias ni de gustos personales: es un ministerio al servicio del Pueblo de Dios. El ministerio musical no es un espacio de protagonismo, sino un servicio humilde y eclesial. Por eso, a los músicos y responsables litúrgicos se les pide: 1. Formación: conocer los criterios de la Iglesia. 2. Discernimiento: distinguir entre inculturación auténtica y banalización. 3. Honestidad pastoral: no disfrazar de oración lo que en realidad es entretenimiento.
----------En conclusión, el canto litúrgico es vestidura de la oración. No puede convertirse en disfraz carnavalesco sin perder su alma. La fidelidad a la liturgia no es rigidez, sino expresión de amor al Misterio que celebramos. Y ese amor exige cuidar la unidad entre texto, melodía y ritmo, para que la música siga siendo lo que debe ser: oración de la Iglesia, puente hacia el Misterio, anticipo de la liturgia celestial.
----------Debemos recordarlo siempre: no todo ritmo que alegra al pueblo conduce al Misterio; la liturgia exige un canto que eleve, no que distraiga. Como recuerda san Agustín de Hipona: “No todo lo que se canta alegra a Dios, sino lo que se canta con el corazón” (cf. Enarr. in Ps. 32).
El “canto popular” en la liturgia: precisiones necesarias
----------Conviene precisar qué entendemos, en sentido litúrgico, por canto popular. No se trata simplemente de folklore regional, sino de aquellos cantos que, nacidos de la fe del pueblo, pueden ser asumidos por la liturgia. El canto gregoriano y la polifonía clásica constituyen el patrimonio propio de la Iglesia latina (cf. Sacrosanctum Concilium, n.116); el canto popular religioso, en cambio, es expresión viva de la asamblea en su tiempo y lugar, siempre que conserve las notas de santidad, bondad de formas y universalidad.
----------Por eso, ante todo, conviene tener clara esta distinción fundamental. El canto gregoriano y la polifonía clásica son el “canon” de la tradición litúrgica latina, reconocidos por el Concilio Vaticano II como propios de la liturgia romana. El llamado canto popular religioso designa, en cambio, aquellos cantos que, sin ser gregorianos ni polifónicos, nacen de la fe del pueblo y se integran en la liturgia o en la piedad popular: villancicos, himnos, cantos de asamblea, etc. Muy distinta es la situación del canto folklórico argentino, que constituye un repertorio cultural (zambas, chacareras, estilos, gatos, etc.) perteneciente a la identidad nacional, pero que no necesariamente expresa hoy la vivencia religiosa del pueblo en su conjunto.
----------En el caso concreto de la Argentina, identificar “canto popular” con zambas, chacareras o estilos es una reducción. Estas melodías forman parte de nuestro acervo cultural, pero ya no son el lenguaje espontáneo de la mayoría del pueblo. Hoy, lo “popular” en sentido sociológico se expresa más bien en géneros urbanos (rock nacional, cumbia, cuarteto, trap, pop). El folklore sigue siendo patrimonio cultural, pero ya no es el lenguaje cotidiano de la mayoría. Por eso, reducir el “canto popular litúrgico” al folklore es una visión parcial y anacrónica: no refleja lo que el pueblo canta hoy, ni garantiza por sí mismo la participación orante de nuestras asambleas.
----------La obstinación de algunos grupos actuales en reducir el canto popular litúrgico al folklore tradicional argentino confunde lo cultural con lo litúrgico, y lo local con lo universal. La liturgia no es un museo de tradiciones culturales, sino la acción sagrada de la Iglesia universal, que asume lo local sin perder su carácter católico.
----------De ahí surge la cuestión de la legitimidad en la liturgia. El canto popular religioso tiene legitimidad en la liturgia cuando cumple las notas de Musicam Sacram: santidad, bondad de formas y universalidad. El canto folklórico argentino puede integrarse con fruto en celebraciones particulares (fiestas patronales, contextos rurales), pero no puede erigirse en criterio único de “canto popular litúrgico”. El verdadero criterio no es la identidad nacional de un ritmo, sino su idoneidad para ser signo de oración y comunión en la liturgia. Allí donde un canto folklórico cumple estas condiciones, puede ser integrado; pero no puede excluir otras formas de canto popular religioso que hoy expresan la fe del Pueblo de Dios.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 9 de octubre de 2025
Cómo no recordar, leyendo este artículo y las contradicciones de su autor, los imperecederos versos de Sor Juana Inés,
ResponderEliminarParecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Estimado Anónimo,
Eliminaragradezco la cita literaria, pero me gustaría que se precisara a qué contradicciones se refiere, para poder dialogar con argumentos y no con insinuaciones.
Todo es posible en la Iglesia posconciliar: bendecir putos, dar la comunión a juntados, permitir peregrinaciones LGBT, felicitar a la ¨primada" anglicana. Mirá si nos vamos a escandalizar por un carnavalito.
ResponderEliminarEstimado Víctor,
Eliminarmás allá de los ejemplos que usted enumera, que deberían ser clarificados (sobre alguno de ellos publicaré en los próximos días), lo que usted explicita en su intervención —como en otras similares— es una postura de ruptura con la Iglesia, en concreto, desde un pasadismo que se convierte en separación, porque no es sano tradicionalismo.
Y aquí está el verdadero problema, que en su caso es notorio: no hay otra forma de ser católico más que en comunión con la Iglesia que vive del Concilio Vaticano II, aprendiendo de sus enseñanzas y aplicando sus orientaciones pastorales. Este es, en definitiva, su problema de fondo, como ya se lo he señalado en otras ocasiones.
En cuanto al tema litúrgico del artículo, señalar abusos puede ser legítimo cuando nace del amor a la Iglesia en la que vivimos y de la voluntad de corrección fraterna. Pero cuando se hace desde una posición de cisma, la denuncia pierde coherencia, porque se habla de fidelidad a la liturgia desde fuera de la comunión eclesial. Además, el lenguaje que usted emplea no refleja la caridad que debe acompañar toda corrección fraterna.
¿Se ha sorprendido de que yo hable de una cuestión musical? Ningún tema es menor cuando se lo aborda desde el amor a la Iglesia vivida en plena comunión. Cuando se lo hace desde afuera, como en el caso de comunidades que se automarginan de la plena comunión con el Papa, su valor es siempre relativo.
La liturgia no es propiedad de un grupo, sino de la Iglesia universal. Por eso, el primer criterio de discernimiento no es la severidad de la crítica, sino la comunión con la Iglesia que celebra: la de hoy, la del presente, la que quiere vivir según las enseñanzas y directrices del Concilio Vaticano II, no una reconstrucción idealizada de un pasado que no volverá.
Con todo respeto Filemón su actitud me recuerda al señor que puso un cartelito de prohibido escupir, en un burdel.
EliminarEstimado Víctor,
Eliminardebo comenzar por señalar que el lenguaje que usted emplea es gravemente ofensivo: comparar a la Iglesia que vive del Concilio Vaticano II con un burdel no es un argumento, sino una injuria. Y quien habla así no está defendiendo la liturgia ni a la Iglesia, sino descalificándolas a ambas, por más que con soberbia e hipocresía usted comience su intervención con la locución “con todo respeto”. ¿Quién es aquí el fariseo?
De usted no me sorprende su actitud, porque le he venido leyendo y respondiendo desde hace largo tiempo; su postura y su modo de expresarse no pueden maravillarme. Solo me duele y me entristece su pobreza espiritual. Pero precisamente ese dolor y esa tristeza me mueven a obrar, como nos ha pedido con tanta insistencia el Santo Padre en su primera exhortación apostólica, Dilexi te.
No hace falta repetirle que su actitud es herética y cismática, como se lo he señalado muchas veces; lo reitero ahora únicamente para que conste a los demás lectores de este foro.
La corrección de los abusos litúrgicos no es un gesto inútil ni ridículo, como usted sugiere, sino un acto de amor a la Iglesia en la que vivimos en comunión. Solo desde dentro de esa comunión tiene sentido señalar errores y buscar caminos de fidelidad.
Por el contrario, cuando se parte desde fuera de la Iglesia —como es su caso—, desde una visión que desprecia a la Iglesia actual y la insulta, toda crítica pierde coherencia, porque ya no nace del amor sino de la ruptura. Y conviene recordarlo con claridad: no hay otra forma de ser católico que en comunión con la Iglesia que celebra hoy, la que vive del Concilio Vaticano II.
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EliminarNota de moderación
EliminarDejamos constancia de que los mensajes del alias “Víctor Funes” (que viene comentando en este foro, en esta entrada y en otras, actuales y pasadas, bajo distintos alias, y que es un personaje identificado en ámbitos lefebvrianos y filolefebvrianos) han vuelto a aparecer, esta vez con expresiones ofensivas y obscenas, no solo contra el autor de este blog y los demás lectores, sino contra la Iglesia misma, como ya se había manifestado en comentarios anteriores.
Este espacio está pensado como un taller coral de formación y discernimiento en comunión con la Iglesia. Por eso, no se publican comentarios que utilicen lenguaje ofensivo, injurioso o irrespetuoso hacia la Iglesia, sus pastores o los demás participantes.
La corrección fraterna y la crítica constructiva son bienvenidas cuando nacen del amor a la Iglesia y se expresan con caridad. Pero los insultos, las descalificaciones y las expresiones vulgares no tienen lugar aquí, porque no ayudan al diálogo ni a la edificación de la comunidad.
Invitamos a todos a participar con respeto, claridad y fidelidad, para que este foro siga siendo un espacio de comunión y de crecimiento en la fe.
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EliminarSi miramos la historia de la liturgia, vemos que la tensión entre canto propio y canto popular no es nueva. Ya en el siglo IV, san Agustín advertía que algunos cantos populares africanos, aunque piadosos, no podían introducirse en la liturgia porque distraían más que elevaban (Confesiones, IX, 6).
ResponderEliminarEn la Edad Media, el canto gregoriano fue considerado el "canto oficial", pero coexistía con repertorios populares religiosos: villancicos en España, laude spirituali en Italia, o cantos de peregrinos en Francia y Alemania. Muchos de ellos fueron asumidos en procesiones o devociones, pero no en el núcleo de la misa.
En el siglo XVI, el Concilio de Trento reafirmó la necesidad de que la música litúrgica evitara "cosas profanas o impuras" (cf. Decretum de reformatione, sesión XXII, cap. 8). De ahí la purificación de repertorios y la consolidación de la polifonía romana (Palestrina) como modelo.
En América Latina, el siglo XVII ofrece ejemplos de inculturación auténtica: en las reducciones jesuíticas del Paraguay se compusieron villancicos en guaraní con melodías locales, pero siempre bajo criterios de sobriedad y subordinación al texto litúrgico (cf. Piotr Nawrot, Música en las misiones jesuíticas de Chiquitos, 1997).
En cambio, en el siglo XIX, cuando el folklore argentino se consolidó como identidad nacional, sus formas musicales (zamba, chacarera, estilo) no nacieron como canto religioso, sino como expresión cultural. Por eso, aunque hoy puedan ser integradas en celebraciones particulares, no constituyen por sí mismas el ‘canto popular religioso’ en sentido litúrgico.
Para profundizar, recomiendo:
- Jungmann, El sacrificio de la misa. Tratado histórico-litúrgico (Madrid, 1951), donde se estudia la evolución de los cantos en la misa.
- Martimort (dir.), La Iglesia en oración. Introducción a la liturgia (Barcelona, 1987), especialmente el capítulo sobre música.
- Nawrot, Música en las misiones jesuíticas de Chiquitos (La Paz, 1997), sobre inculturación musical en América.
- López-Calo, La música en la Iglesia (Madrid, 2000), con un panorama histórico y teológico.
La lección histórica es clara: la Iglesia siempre ha discernido entre lo que puede ser asumido en la liturgia y lo que debe permanecer en el ámbito cultural o devocional. El criterio no es la popularidad sociológica, sino la capacidad de un canto de ser oración de la Iglesia universal.
Estimada Domna Mencía,
Eliminarle agradezco la riqueza de su aporte, de su glosa histórico-litúrgica. Precisamente lo que usted recuerda —desde san Agustín hasta las reducciones jesuíticas— muestra que la Iglesia nunca ha confundido lo cultural con lo litúrgico, sino que ha sabido discernir, purificar y asumir lo que podía convertirse en oración.
Su erudición nos ayuda a ver que el problema no es nuevo: siempre hubo cantos populares que acompañaban la vida cristiana, pero solo algunos fueron elevados a la liturgia. Y ese discernimiento no se hacía por simpatía estética ni por identidad nacional, sino por fidelidad al Misterio.
En este sentido, su aporte confirma lo que intenté subrayar en mi artículo: que la cuestión no es si un ritmo es "nuestro" o "ajeno", sino si puede ser signo de comunión y plegaria en la Iglesia universal. Gracias por recordarnos, con ejemplos concretos y bibliografía, que la historia misma de la liturgia es maestra en este discernimiento.
Leyendo todo lo aquí expuesto, me parece importante recordar que en la vida parroquial concreta los criterios litúrgicos se juegan en lo cotidiano, semana a semana: en la elección de los cantos para la misa dominical, en cómo se acompaña a la asamblea, en la formación de los coros. No basta con repetir que el gregoriano es canon o que la música autóctona del pueblo necesita discernimiento; hace falta enseñar a los fieles a distinguir qué música ayuda a rezar y cuál, en cambio, distrae.
ResponderEliminarEn mi experiencia pastoral, cuando se explica con paciencia por qué un canto es más adecuado que otro, la gente lo entiende y lo agradece. La clave está en no imponer, sino en formar: mostrar que la liturgia tiene su propio lenguaje y que aprenderlo es parte de crecer en la fe. Esa es la verdadera inculturación: no adaptar la liturgia a cualquier estilo, sino educar al pueblo para que descubra la belleza de lo que la Iglesia ya nos da.
No he vivido personalmente el caso del que aquí se trata, y apenas tengo una vaga idea de lo que es el carnavalito, pero sospecho que en situaciones semejantes puede haber habido algo de clericalismo, es decir, abuso de poder. Quien esté mejor informado podrá aclararlo.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Querido padre Filemón: Me doy cuenta a qué Misa usted se refiere, aunque como prefirió no nombrar el hecho, tampoco yo lo haré. Solo quiero decir que, al escucharse el Himno del Jubileo como un carnavalito y viendo moverse y bailar a muchos, me sentí incómoda y desubicada, porque, al fin de cuentas, estábamos en una Misa.
ResponderEliminarCreo que habría que distinguir: lo que es fiesta, espectáculo o show musical tiene su lugar y no tiene nada de malo en sí mismo; pero no corresponde unirlo al sacrificio renovado del Señor en la Eucaristía.