«¿Quieres honrar el Cuerpo de Cristo? No permitas que sea despreciado en sus miembros, es decir, en los pobres que no tienen qué vestir, ni lo honres aquí en el templo con vestiduras de seda, mientras fuera lo abandonas al frío y a la desnudez [...]. En el templo, el Cuerpo de Cristo no necesita mantos, sino almas puras; pero en la persona de los pobres, Él necesita todo nuestro cuidado. Aprendamos, pues, a reflexionar y a honrar a Cristo como Él quiere. Cuando queremos honrar a alguien, debemos prestarle el honor que él prefiere y no el que más nos gusta [...]. Así también tú debes prestarle el honor que Él mismo ha ordenado, distribuyendo tus riquezas entre los pobres. Dios no necesita vasos de oro, sino almas de oro», San Juan Crisóstomo, Homiliae in Matthaeum, 50, 3: PG 58; papa León XIV, Exhortación apostólica Dilexi te, n.41. [En la imagen: "Nostálgico cardenal", fragmento de acuarela sobre papel, 2025, obra de P.F., colección privada].
«Por medio de Él ofrezcamos continuamente a Dios
un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios
que confiesan su nombre. Y no os olvidéis de hacer el bien
y de compartir lo que tenéis, porque esos son
los sacrificios que agradan a Dios» Hebreos 13,15-16
----------En una entrevista concedida al diario milanés Il Giornale, el 6 de octubre (reportaje reproducido luego por varios blogs pasadistas), el cardenal Gerhard Ludwig Müller respondió a dos preguntas del periodista Fabio Marchese Ragona en torno a la llamada “misa tridentina”, es decir, la modalidad histórica asumida por el rito romano tras el Concilio de Trento, cuya última versión fue el misal transitorio de 1962, promulgado por san Juan XXIII en espera de los “altiora principia”, que establecería el Concilio Vaticano II.
----------Las breves respuestas del ex prefecto del Dicasterio de la Fe nos ofrecen ocasión para nuevas consideraciones que seguramente serán de interés para los lectores de este blog, atentos desde hace tiempo a las disposiciones (indultos, permisos ocasionales, excepciones) que, seis décadas después de la constitución Sacrosanctum Concilium [1963], la Sede Apostólica sigue concediendo a los fieles que mantienen todavía un apego persistente a la anterior modalidad del rito romano, resistiéndose a acoger plenamente la reforma litúrgica y, con ella, la renovación eclesial promovida por el Concilio de nuestro tiempo.
----------Comencemos por considerar las palabras de Müller, tal como fueron recogidas por el diario:
----------Periodista: «El papa León XIV ha dicho que ya ha recibido diversas cartas sobre el tema de la Santa Misa tradicional. ¿Piensa que sea necesario intervenir sobre este tema?»
----------Cardenal Müller: «Partamos del hecho de que hay diversos ritos, entre ellos también el rito latino, el más difundido. Los padres del Concilio Vaticano II decidieron no cambiar la Misa, sino solo cambiar un poco los ritos para facilitar la participación activa de los fieles. Hay algunos, sin embargo, que han tenido reservas sobre la forma litúrgica, y han permanecido con el rito latino tal como era hasta 1962. Algunos de estos llamados tradicionalistas dicen que solo esta forma es válida. Esto no lo podemos aceptar; se debe encontrar una solución más pragmática y de tolerancia. Debemos encontrar una solución sobre la base del pensamiento católico, que distingue entre la sustancia de los sacramentos y los ritos parcialmente mudables.»
----------Periodista: «¿Qué piensa a este propósito?»
----------Cardenal Gerhard Ludwig Müller: «Que la cuestión no se puede resolver con autoritarismo. Se necesita una mediación: ambas partes deben moverse un poco la una hacia la otra. Se requiere una reflexión clara, teológica y no solo política.»
----------Si examinamos las dos respuestas del Purpurado podemos notar fácilmente algunos puntos sobre los que es interesante detenerse con una breve reflexión, que es precisamente la que propongo en este artículo. A continuación presento esos puntos uno por uno, subrayando las palabras sobre las que puedo estar de acuerdo, y aquellas otras que en cambio en mi opinión son problemáticas.
----------1. La reconstrucción que el cardenal Gerhard Müller hace de la cuestión que en el reportaje se trata me parece bastante exacta, aunque descrita de modo un poco sumario, como quizá resulte inevitable en una breve entrevista como la que aquí hacemos referencia. Es verdad que hay “diversos ritos” y que los Padres conciliares decidieron reformar el ordo missae y los ritos de los sacramentos, y por consiguiente, el papa san Paulo VI promulgó el Novus Ordo Missae y el nuevo Ritual de los Sacramentos.
----------Naturalmente, no se ha tratado de “cambiar la misa” en su sustancia, vale decir, en su lex orandi divina, ni tampoco cambiar en su núcleo esencial, de institución divina, a los demás sacramentos, eso nunca estuvo en discusión (ni podía estarlo); pero tampoco se ha tratado sólo de “cambiar un poco los ritos” (como dice Müller) para facilitar la participación activa. A este respecto, téngase presente que el Concilio ha pedido una reforma general de la liturgia. Ciertamente la “actuosa participatio” es el verdadero objetivo de la reforma litúrgica, pero sería un error entender la reforma conciliar como mera labor de simples ajustes marginales, puesto que en tal caso estaríamos malinterpretando seriamente las directivas de los Padres conciliares.
----------Por el contrario, se trata de una comprensión más profunda del hecho de que la participación de todos los fieles es constitutiva del acto sacramental eucarístico. Aquí, a mi parecer, el cardenal Müller pierde de vista la cuestión litúrgica como cuestión no simplemente de formularios, sino dogmática. En otros términos, en mi opinión Müller tiende a reducir la cuestión litúrgica a un plano meramente ceremonial, cuando en realidad es ante todo una cuestión teológica, y esto sorprende en alguien que ha estado al frente del dicasterio de la fe.
----------2. Considero que merece destacarse la reconstrucción que Müller hace de la postura de quienes no aceptan la reforma litúrgica. El Cardenal afirma: “Hay algunos, sin embargo, que han tenido reservas sobre la forma litúrgica, y han permanecido con el rito latino tal como era hasta 1962. Algunos de estos llamados tradicionalistas dicen que solo esta forma es válida. Esto no lo podemos aceptar”.
----------Estas palabras constituyen, en efecto, una síntesis honesta. Quienes pretenden celebrar con el rito preconciliar porque rechazan la reforma conciliar no pueden coherentemente reclamar autorización de Roma. Su negación no es simplemente litúrgica, sino eclesiológica e institucional: no se trata de “gustos litúrgicos”, sino de una negación de la autoridad conciliar y pontificia.
----------El rechazo del Concilio Vaticano II por parte de ciertos sectores pasadistas o indietristas filolefebvrianos no es solo respecto a la liturgia, sino que implica una visión de la Iglesia, de su magisterio y de su capacidad de reforma. Esto es clave para que entendamos que la liturgia no es un compartimento aislado. La frase del cardenal (“esto no lo podemos aceptar”) muestra con nitidez que el límite no está en la diversidad de sensibilidades, sino en la negación de la validez de la reforma.
----------Sin embargo, en este punto es absolutamente necesario distinguir algo: no es lo mismo la sensibilidad de quienes encuentran alimento espiritual en la forma anterior, que la postura de quienes absolutizan esa forma como la única legítima (o incluso algunos dicen la única válida). Solo en este segundo caso se da la contradicción eclesiológica que el cardenal Müller señala con razón.
----------En cuanto a la “autorización de Roma” para seguir celebrando todavía hoy —a sesenta años de la promulgación de Sacrosanctum Concilium— con el Misal de 1962, debe precisarse que la Santa Sede ha concedido permisos en clave pastoral (indultos, excesivas libertades en Summorum Pontificum, permisos más condicionados en Traditionis custodes), pero siempre bajo la condición de reconocer la legitimidad de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Sin embargo, como recordó el papa Francisco en su Carta a los Obispos de 2021, muchos han instrumentalizado ese permiso como bandera de lucha contra el Concilio.
----------3. En tercer lugar, me parece necesario que nos detengamos en la expresión del cardenal Müller cuando él habla de una vía “más pragmática y de tolerancia”. La dificultad es evidente: todo comparativo (ese "más") exige un término de referencia, y en este caso no se nos dice “más” respecto a qué. De ahí que el Cardenal resulte impreciso: ¿por distracción? ¿por cálculo? ¿por no querer revelar una postura más conservadora? No lo sabemos, y es nuestro deber interpretarlo con benevolencia.
----------Sin embargo, la vaguedad de su expresión es un verdadero problema. ¿Se trata de una comparación con la disciplina establecida por Traditionis custodes, que quedaría así implícitamente caracterizada como menos pragmática y menos tolerante? ¿O bien con la permisividad de Summorum Pontificum, que podría haber sido juzgada como excesiva? ¿O incluso con la rigidez de ciertos grupos pasadistas, cuya intransigencia haría aparecer cualquier gesto de apertura como “más tolerante”?
----------Esta indefinición en un punto tan importante de su discurso sorprende en un teólogo de la talla de Müller, que además ha estado al frente del Dicasterio de la Fe. No se trata de exigir a una entrevista periodística el rigor de un tratado de teología dogmática, pero sí de reconocer que las palabras elegidas revelan siempre una posición de fondo. Y aquí la posición no queda clara. Debemos evitar prejuicios, aunque las posturas anteriores del cardenal no faciliten esa benevolencia.
----------El resultado es que la apelación a una vía “más pragmática y de tolerancia” se convierte en una fórmula vacía, susceptible de ser interpretada en direcciones opuestas. Puede sonar atractiva, pero sin precisar frente a qué se establece la comparación, pierde fuerza y se presta a equívocos.
----------Por ese motivo, conviene subrayar que la cuestión litúrgica no se resuelve con apelaciones vagas al pragmatismo o a la tolerancia, sino con criterios teológicos (sobre todo eclesiológicos) muy claros. La liturgia no puede ser tomada como un campo de negociación política, sino como la expresión de la fe de la Iglesia. Y en consecuencia, cualquier apelación a la tolerancia debe estar enmarcada en la fidelidad a la lex orandi de la Iglesia universal, tal como ha sido renovada por el Concilio Vaticano II.
----------4. Hay una segunda pregunta en la que a Müller se le pide una opinión sobre el tema. Tras afirmar que “debemos encontrar una solución sobre la base del pensamiento católico, que distingue entre la sustancia de los sacramentos y los ritos parcialmente mudables”, se le pregunta: “¿qué piensa a este propósito?”. Y Müller responde: “Que la cuestión no se puede resolver con autoritarismo. Se necesita una mediación: ambas partes deben moverse un poco la una hacia la otra. Se requiere una reflexión clara, teológica y no solo política”.
----------Ahora bien, esta segunda respuesta del Cardenal no arroja mayor luz sobre la duda suscitada por la primera respuesta; más bien aumenta el nivel de perplejidad. Ante todo, se declara que la solución no puede ser el “autoritarismo”. Pero ¿a qué se refiere Müller con “autoritarismo”? Mi intención es interpretarlo en el mejor sentido, es decir, en clave de comunión eclesial, de fidelidad al Concilio Vaticano II y a los Papas del postconcilio, testigos de la Tradición y de la tradición litúrgica. Sin embargo, no puede excluirse otra lectura: que Müller considere “autoritaria” la solución propuesta por el motu proprio Traditionis custodes, y que por ello reclame una mediación, un movimiento de acercamiento “entre las partes”.
----------Pero aquí surge la dificultad: ¿quiénes son esas “partes”? De un lado, el Concilio Vaticano II y los Papas del postconcilio, que han afirmado la legitimidad y necesidad de la reforma litúrgica; del otro, quienes la niegan, es decir, los pasadistas. ¿Es posible poner en pie de igualdad ambas posturas, como si fueran dos sensibilidades legítimas que deben “moverse” la una hacia la otra? Si esto es lo que Müller sugiere, la ambigüedad de su planteo resulta aún más sorprendente en alguien que ha sido prefecto de la Fe.
----------En definitiva, la apelación que hace Müller a evitar el “autoritarismo” y a buscar una “mediación” puede sonar atractiva, pero cuando no se especifica qué se entiende por tales términos, se convierte en una fórmula equívoca. La cuestión litúrgica no se resuelve con compromisos políticos entre bandos, sino con claridad teológica (eclesiológica). La liturgia no es un terreno de negociación, sino la expresión de la fe de la Iglesia. Por eso, cualquier solución auténtica debe estar enmarcada en la fidelidad a la lex orandi de la Iglesia universal, tal como ha sido renovada por el Concilio Vaticano II.
----------5. Finalmente, llegamos a un punto en el que la respuesta del cardenal Müller se hace todavía más oscura. Tras haber hablado de la necesidad de una solución “clara, teológica y no política”, añade que se requiere una mediación, en la que ambas partes se acerquen un poco la una a la otra. Pero aquí surge una evidente contradicción, dado que la mediación es, por propia definición, un procedimiento de prudencia política, mientras que la apelación a una solución “no política” pretende situar la cuestión en un plano estrictamente teológico, no político. ¿Y entonces, en qué quedamos? ¿Cómo se concilian ambas cosas?
----------La ambigüedad de Müller es otra vez evidente. Por un lado, Müller parece rechazar el “autoritarismo” y reclamar un espacio de diálogo; por otro, afirma que la solución debe ser teológica y no política. Pero si la cuestión es teológica (o más bien habría que decir dogmática), no puede resolverse con compromisos políticos entre “partes” enfrentadas, como si se tratara de un conflicto sindical o diplomático. La liturgia no es un campo de negociación, sino la expresión de la fe de la Iglesia. Y en este sentido, la apelación simultánea a la mediación política y a la claridad teológica resulta incoherente.
----------Por tanto es necesario tener presente que lo que se necesita no es una transacción entre bandos, sino una reafirmación de la lex orandi de la Iglesia universal, tal como ha sido renovada por el Concilio Vaticano II. La fidelidad al Concilio y al magisterio postconciliar no es una “parte” que deba ceder algo frente a quienes lo niegan, sino el marco mismo en el que debe situarse cualquier discernimiento.
----------Conviene añadir, sin embargo, una precisión. En días recientes ha habido teólogos liturgistas que han criticado las expresiones del cardenal Müller en la entrevista sub examine, como lo acabo de hacer yo también. Pero algunos de ellos, como es el caso del italiano Andrea Grillo, han reprochado al cardenal el haber utilizado la distinción entre la sustancia del sacramento y los ritos mudables que lo expresan. Aquí, en cambio, considero que Müller está en lo correcto y en plena sintonía con el Concilio Vaticano II.
----------En efecto, Müller reclama “una solución sobre la base del pensamiento católico, que distingue entre la sustancia de los sacramentos y los ritos parcialmente mudables”. Grillo critica esta afirmación, alegando que el Concilio Vaticano II, al calificar su propia reforma de la misa, no utilizó ese criterio. Es cierto que el Concilio no formula explícitamente la distinción escolástica entre “sustancia” y “accidentes”, ni emplea ese lenguaje técnico. Pero sí afirma con claridad que los ritos «contienen una parte inmutable, por ser de institución divina, y partes susceptibles de cambio, que la Iglesia tiene potestad y a veces incluso el deber de adaptar a las circunstancias de los tiempos» (Sacrosanctum Concilium, n.21). Y añade que «la regulación de la sagrada liturgia depende únicamente de la autoridad de la Iglesia» (n.22 §1).
----------Estos pasajes muestran con meridiana claridad que el Concilio no ignora la distinción escolástica, sino que la formula con otras palabras, perfectamente equivalentes: lo que pertenece a la institución divina es intocable; lo que pertenece a la institución eclesial puede y debe reformarse. En otras palabras, la distinción entre lex orandi de institución divina y lex orandi de institución eclesial está presente en el Concilio, aunque expresada en un lenguaje pastoral y no técnico.
----------Por tanto, lo que el doctor Andrea Grillo afirma es solo parcialmente cierto: es verdad que el Concilio no usa la terminología de “sustancia-accidentes”, pero no es verdad que haya omitido el criterio. En este punto, pues, la crítica de Grillo no es correcta: Müller se mantiene en la línea conciliar, y su referencia a la sustancia y a los elementos mudables de los ritos es plenamente legítima.
----------Ahora bien, para ser justos con el doctor Grillo, conviene exponer sus razones. Él sostiene que, si se utilizara el criterio propuesto por Müller —la distinción entre la sustancia del sacramento y los ritos mudables que lo expresan—, "ya no se comprenderían las palabras con las que el Concilio sugiere explícitamente, por ejemplo, una mayor riqueza bíblica como punto esencial de la reforma. Desde el punto de vista clásico, la riqueza o pobreza de la palabra proclamada no tiene ninguna incidencia sobre el significado teológico de la celebración. Lo mismo vale para la lengua vernácula, para las diversas plegarias eucarísticas, para la forma del rito de comunión o para la presencia o ausencia de la homilía. El hecho de que todo esto pueda ser juzgado como irrelevante, como rito mudable, corre el riesgo de ser un ardid para vaciar de sentido la reforma litúrgica".
----------En otras palabras, Grillo dice que si a todos esos aspectos de la reforma litúrgica se los clasificara como “accidentales” o “mudables”, se correría el riesgo de vaciar de sentido la reforma litúrgica, reduciéndola a un conjunto de modificaciones irrelevantes. En ese caso —concluye Grillo— el “pensamiento católico” quedaría reducido a un pensamiento viejo y distorsionado.
----------La objeción es seria y merece ser tomada en cuenta. En efecto, sería un error reducir los elementos mudables a meros accidentes sin importancia. Pero aquí está precisamente la clave: el Concilio Vaticano II no los consideró irrelevantes, sino esenciales para la vida de la Iglesia, aunque no afecten a la validez sacramental. Por eso, en Sacrosanctum Concilium se afirma que la Iglesia no solo puede, sino que tiene el deber de reformar tales elementos si de ellos depende la participación plena, consciente y activa de los fieles.
----------Así, la lengua vernácula, la homilía, la riqueza bíblica o la modalidad de la comunión eucarística no cambian la sustancia del sacramento, pero sí determinan cómo esa sustancia se comunica, se comprende y se vive en la asamblea celebrante. Son “accidentales” en el plano ontológico, pero —si se me permite la expresión en ámbito de analogía— “esenciales” en el plano pastoral y de vida eclesial. En tal sentido, esta distinción entre lo inmutable y lo mudable no vacía para nada de sentido la actual reforma litúrgica, sino que la fundamenta, porque muestra que la reforma no altera la sustancia de la misa, pero sí renueva sus expresiones accidentales para que la sustancia resplandezca con mayor claridad y fecundidad.
----------Por tanto, la preocupación de Grillo es legítima —hay que evitar un uso reductivo de la distinción—, pero su conclusión es injusta. El Concilio no ignoró el criterio, sino que lo aplicó de manera dinámica y pastoral. Y Müller, al recordarlo, se mantiene en plena continuidad con la enseñanza conciliar.
----------Quisiera añadir, para concluir, una reflexión que me parece de gran importancia. Un pensamiento verdaderamente claro y teológico, no político, es precisamente el que se expresa en el motu proprio Traditionis custodes. La claridad teológica de ese texto es incontestable: no se trata de un acto arbitrario, como algunos han querido presentarlo, sino de una decisión fundada en la tradición viva de la Iglesia. Quienes lo reducen a “autoritarismo” hacen política, no teología.
----------Conviene recordar, en cambio, que un gesto imprudente (que no careció de elementos arbitrarios) fue el de 2007, cuando se introdujo la categoría inédita de “forma extraordinaria” del rito romano, cuando, pese a las rectas intenciones de unidad eclesial por parte de Benedicto XVI, se terminó creando de hecho un paralelismo litúrgico sin precedentes entre la única lex orandi ecclesiae, el Novus Ordo Missae, y lo que era sólo una excepción "extraordinaria" a lo normal y ordinario. En este sentido, Traditionis custodes ha devuelto a la Iglesia la tradición más autorizada, evitando el equívoco de dos lex orandi paralelas.
----------Ahora bien, es cierto que se necesita una mediación. Pero no entre dos modalidades del rito puestas en pie de igualdad (el Misal de 1969 y el de 1962), como si hubiera dos Iglesias o dos concilios, sino en el modo concreto de celebrar el único rito vigente, fruto de la reforma conciliar. Allí está el verdadero espacio de mediación: en la calidad celebrativa, en el cuidado del silencio, en el gusto del canto, en la riqueza bíblica, en la homilía viva, en el ars celebrandi que hace resplandecer la fe de la Iglesia.
----------Si quienes hoy reclaman concesiones trabajaran más bien en dar tono espiritual y forma ritual al único rito común, prestarían un servicio a todos y, quizá, ante todo a sí mismos. Incluso los amantes del latín encontrarían su lugar, siempre que lo hicieran dentro del mismo ordo que celebran quienes oran en español o italiano o francés o alemán. La forma tridentina no tiene ya autoridad eclesial, porque, por mandato de un Concilio ecuménico y por decisión del Romano Pontífice, ha sido asumida y renovada en un nuevo ordo.
----------La verdadera fidelidad a la tradición litúrgica católica consiste, pues, en dejarse unir por la única forma ritual común a todos los católicos romanos, llevando a esa modalidad ritual toda sensibilidad y riqueza espiritual. Este es el estilo católico, claro y teológico, del cual deberíamos alegrarnos.
----------En definitiva, el examen de las respuestas del cardenal Müller nos ha permitido ejercitar un discernimiento que no se queda en la polémica, sino que busca iluminar la verdad de la Iglesia. Hemos reconocido lo que en las palabras del Cardenal es justo y honesto —la denuncia de quienes absolutizan el rito preconciliar, la afirmación de la legitimidad de la reforma litúrgica, la distinción entre lo inmutable y lo mudable en los sacramentos—, pero también hemos señalado con claridad las ambigüedades de su discurso, sobre todo cuando mezcla lo político con lo teológico o cuando recurre a fórmulas vagas que generan perplejidad.
----------Al mismo tiempo, hemos querido ser justos con quienes critican a Müller: algunas advertencias son pertinentes, pero otras resultan injustas, como cuando se reprocha el uso de una distinción que está en plena continuidad con el Vaticano II. El hilo conductor de todo este análisis es sencillo y firme: la liturgia no es un campo de negociación, sino la expresión de la fe de la Iglesia; no admite paralelismos artificiales ni concesiones que relativicen el Concilio, sino que reclama fidelidad a la única lex orandi renovada por mandato conciliar. La verdadera mediación no se juega entre dos ritos, sino en la calidad celebrativa del único rito vigente, donde cada sensibilidad puede encontrar su lugar en comunión. Este es el horizonte católico, claro y teológico, en el que debemos alegrarnos y al que debemos servir con humildad y con esperanza.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 12 de octubre de 2025
Una vez más me encuentro de acuerdo con usted, estimado Padre, aunque escribo desde posiciones diametralmente opuestas a las suyas. Está claro que la posición de quien dice que las dos liturgias pueden coexistir no tiene sentido, desde el momento en que una fue creada para suplir a la otra, expresan dos teologías y dos eclesiologías diferentes. ¡Concordia oppositorum!
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