¿Qué duda cabe que hoy el Espíritu Santo, el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, a través de su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, nos está convocando a todos los católicos a la unidad y a la paz interior en torno a la plena aplicación del Concilio Vaticano II, el único remedio al modernismo y al pasadismo que hoy aquejan a la Iglesia? Y sin embargo, a tan sólo dos meses de iniciado el pontificado de León XIV, un obstinado pasadista ha vuelto feroz a la carga con sus viejas cantinelas, miopes y arrogantes. [En la imagen: fragmento de "Roma", acuarela sobre papel, s/d, obra de Joseph Mallord William Turner, colección privada].
El Concilio Vaticano II aún en vías de implementación
----------A seis décadas de su finalización, el Concilio Vaticano II, con sus doctrinas dogmáticas y sus directrices pastorales, ha venido siendo pacíficamente recibido por la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, que va progresando en su comprensión bajo la guía de los Pastores. La historia prueba que sesenta años son escasos para la plena aplicación de lo establecido por un Concilio, y de ello son un signo los dos grupos extremistas y minoritarios que siguen sin comprenderlo: por un lado los católicos modernistas, que malinterpretan el progreso, mirándose en el espejo de los cismáticos luteranos, y por otro lado los pasadistas, que malinterpretan la conservación, mirándose en el espejo de los cismáticos lefebvrianos.
----------Mientras tanto, el papa León iniciaba su pontificado hace casi tres meses, y en su primer homilía, el 8 de mayo, ante los Cardenales electores, manifestaba enraizar su ideario de gobierno en dos textos del Concilio de nuestro tiempo: Gaudium et spes n.22 y Lumen gentiun n.1). Y como si quisiera despejar toda duda acerca de lo que había dicho en esa emocionada tarde de su elección, dos días después, el 10 de mayo, en su discurso ahora ante el Colegio Cardenalicio en pleno, les expresaba: "quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente el contenido de tal camino en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (n.11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (n.9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (n.33); la atención al sensus fidei (nn.119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (n.123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (n.53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (n.84, Concilio Vaticano II, const. past. Gaudium et spes, 1-2)".
----------¿Qué duda cabe, entonces, que hoy el Espíritu Santo, el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, a través de su Vicario en la tierra, nos está convocando a todos los católicos a la unidad y a la paz interior en torno a la plena aplicación del Concilio Vaticano II, el único remedio al modernismo y al pasadismo que hoy aquejan a la Iglesia? Y sin embargo, a tan sólo dos meses de iniciado el pontificado de León XIV, un obstinado pasadista ha vuelto feroz a la carga con sus viejas cantinelas, miopes y arrogantes.
----------El profesor Roberto de Mattei, a quien hemos citado en varias ocasiones y por diversos motivos en este blog, ha publicado el pasado 9 de julio un artículo titulado El Concilio de Nicea y el Vaticano II. Este historiador italiano, bien conocido por su pertinaz sesgo filolefebvriano, a pesar del tiempo transcurrido no da muestra alguna de conversión a la fe católica y acogida humilde de lo que enseña el Magisterio sobre el Concilio de nuestro tiempo; al contrario, endurece aún más sus posiciones pasadistas.
----------Para basar lo que digo bastaría con tener en cuenta la frase provocativa con la cual Mattei inicia su artículo: "¿Hay alguna relación entre el Concilio de Nicea, que tuvo lugar el año 325, y el Vaticano II, último de los veintiún concilios ecuménicos reconocidos como tales, que se clausuró el 8 de diciembre de 1965?".
----------El fiel católico, que intuye la irónica provocación del publicista italiano, también intuye la obvia respuesta que quiere sugerir su frase: "no, no existe ninguna relación". Pero el fiel católico auténtico, sostenido por la gracia, sabe con certeza que existe la relación, la mayor relación que se pudiera imaginar entre aquel Concilio del 325 y el de 1965, pues es la relación que brota del único Autor que ha inspirado a ambos Concilios y que ha dado a sus documentos finales esa inerrancia o indefectibilidad o infalibilidad (en lo doctrinal) que le permite al fiel católico tener la certeza de que el Vaticano II, como cualquier Concilio Ecuménico, es guía seguro y cierto hacia la verdad plena, como nos lo ha garantizado nuestro Señor Jesucristo.
----------Sin embargo, invito al lector a abordar con objetividad y espíritu desapasionado este texto de Mattei. Dejaremos de lado nuestros razonables prejuicios y examinaremos cada afirmación clave de Mattei partiendo de pasajes explícitos, presentados directamente de su texto. Confrontaremos esas sentencias con la comprobación de las referencias papales pertinentes y, si aparecieran errores doctrinales, los señalaremos con benevolencia comprensiva hacia el autor, reconociendo en él su sincero celo por la pureza de la fe.
La tesis central de este texto de Roberto de Mattei
----------Dando por supuesto que se ha leído el entero artículo de Mattei, comienzo por decir que la tesis central podemos identificarla en la siguiente frase: “El Concilio Vaticano II no definió ninguna verdad, ni condenó ningún error, presentándose como un Concilio pastoral y no dogmático”.
----------Todos sabemos que esta tesis es lefebvriana, y se trata del hipócrita recurso de los lefebvrianos que, para eximirse de seguir los nuevos desarrollos doctrinales del Vaticano II, sostienen el error de que sus documentos finales son exclusivamente pastorales; pretendiendo reforzar este presupuesto con una segunda falsa afirmación, que consiste en decir que, dado que el Vaticano II no definió solemnemente y extraordinariamente ningún nuevo dogma, entonces, cuando enseña doctrina, hay que seguirlo sólo cuando repite la doctrina preconciliar, no en sus enseñanzas doctrinales nuevas, fundamentando esta segunda postura en algo aún más hipócrita: la interpretación de que el Concilio Vaticano I establece que el Papa (y el Concilio con el Papa) sólo es infalible cuando define un nuevo dogma extraordinaria y solemnemente, lo cual va en contra del propio Vaticano I, que enseña claramente que el Papa es también infalible en su magisterio ordinario.
----------De hecho, Mattei inicia su artículo citando al obispo cismático Marcel Lefebvre. Dice: "En una carta escrita el 29 de junio de 1975 a mons. Marcel Lefebvre, que criticaba el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI afirmó que «el Concilio Vaticano segundo no es menos autoritario, es más, en ciertos aspectos es aún más importante que el Concilio de Nicea» (cf. “La Documentation Catholique”, 58 (1976), p. 34). La afirmación dejó entonces estupefactos. El Concilio de Nicea nos ha transmitido las verdades fundamentales de la fe católica, luego expresadas en el llamado Credo niceno-constantinopolitano, que cada domingo se recita en la Santa Misa. El Concilio Vaticano II no ha definido ninguna verdad, ni ha condenado ningún error, presentándose como un Concilio pastoral y no dogmático. ¿Cómo es posible atribuir a un controvertido concilio pastoral mayor importancia que la que la Iglesia atribuye a su primer concilio ecuménico?".
----------En resumen, la posición que sostiene Mattei es que, a diferencia del Concilio de Nicea, del 325, que proclamó dogmas fundamentales como la consustancialidad del Hijo con el Padre, el Concilio Vaticano II renunció a establecer definiciones de fe o dogmas nuevos y a condenar herejías. Para Mattei, esta opción pastoral –que él califica de “dogmatización de la pastoral”– incorpora categorías de la filosofía moderna de la acción y conduce inevitablemente a un relativismo y subjetivismo teológico.
----------A juicio de este historiador italiano, esa ruptura del Concilio Vaticano II con la dogmática tradicional ha generado gravísimos daños en la vida de la Iglesia, haciendo al Concilio históricamente relevante, pero sólo por sus consecuencias negativas y no por sus beneficios. Claro que estas consecuencias y valoraciones que Mattei extrae a partir de su mencionada tesis central (relativismo teológico, "dogmatización de la pastoral", daños eclesiales) se despliegan en pasajes posteriores de su artículo, en una serie de conclusiones que analizaré a continuación, en los que son sus argumentos secundarios.
La supuesta exclusividad pastoral del Concilio Vaticano II
----------Inicio el desglose de los argumentos secundarios del texto de Mattei. En el núcleo de su argumentación, pero añadiendo un matiz, Mattei afirma: “El Concilio Vaticano II se presentó como un concilio pastoral, pero no puede existir un concilio pastoral que no sea también dogmático”. Al expresar esto, Mattei invierte la distinción clásica entre lo dogmático y lo pastoral para sostener que, al renunciar a emitir definiciones de fe o a condenar herejías —es decir, al prescindir de su dimensión doctrinal— el Concilio quedó cojo en su misión. Históricamente, los concilios ecuménicos han combinado ambas facetas: el de Nicea (325) definió la consustancialidad del Hijo con el Padre sin descuidar su dimensión pastoral; Trento reunió la normativa dogmática junto con orientaciones pastorales contra el protestantismo; Vaticano I proclamó la infalibilidad pontificia al tiempo que promovía la reforma moral del clero. Para el autor, el Vaticano II, al definirse a sí mismo como “pastoral”, trastocó esta tradición bimodal y abrió la puerta a un relativismo teológico, pues abandonó el “criterio objetivo” de la definición doctrinal en favor de meras orientaciones de estilo ministerial.
----------Ahora bien, esta reclamada exclusividad pastoral, sin embargo, figura atenuada ya en el propio discurso inaugural de Juan XXIII, quien el 11 de octubre de 1962 sostuvo: “No hemos venido para hablar de definiciones nuevas de fe ni de condenas, sino para proponer con mayor eficacia la perenne doctrina de la Iglesia al hombre de nuestro tiempo”. Y aparece nuevamente matizada en Lumen gentium n.1, donde se describe al Concilio como “sagrado y universal”, convocado para “transmitir íntegra la fe de los apóstoles” y, sin excluir su dimensión pastoral, fundamentando esa misión en la continuidad de la Tradición viva de la Iglesia.
----------Por lo tanto, lejos de prescindir de lo dogmático, el Vaticano II recuperó y explicitó la comprensión de la Iglesia como misterio sacramental y pueblo de Dios, llamando a su jerarquía y a sus fieles a asumir tareas pastorales precisas (por ejemplo, el diálogo ecuménico y la promoción de la justicia social) insertas en un marco doctrinal claramente definido y que, en algunos casos ha implicado nuevos desarrollos doctrinales.
----------En consecuencia, la tesis de Mattei sobre la supuesta “exclusiva o pura pastoralidad” del Vaticano II es falsa: si bien el Concilio se propuso renovar el lenguaje y los métodos de la acción eclesial, lo hizo dentro de un cauce dogmático plenamente reconocible, conforme al llamado del Magisterio a una “hermenéutica de la continuidad” (como explicó Benedicto XVI) que no diluya el depósito de la fe en el marco de la acción pastoral. Y en todo caso, si se puede admitir que el papa san Juan XXIII había convocado el Concilio con las indicadas finalidades pastorales, luego, con el nuevo impulso dado al Concilio por el papa san Paulo VI, fue claro que la asamblea sinodal debía asumir un empeño dogmático, particularmente en lo eclesiológico.
La supuesta “dogmatización de la pastoral” y filosofía de la acción
----------El profesor de Mattei acusa al Concilio Vaticano II de haber renunciado a definir nuevos dogmas para “dogmatizar” exclusivamente la pastoral, convirtiendo la acción eclesial en el criterio último de la verdad. En sus palabras: "El Concilio Vaticano II, a diferencia de Nicea, de Trento y del Vaticano I, se presentó como un concilio pastoral, pero no puede haber un concilio pastoral que no sea también dogmático. El Vaticano II renunció a definir nuevos dogmas, pero dogmatizó la pastoral, haciendo propia la filosofía contemporánea, según la cual es en la acción donde se verifica la verdad del pensamiento. La teología dogmática tradicional fue apartada y sustituida por una “filosofía de la acción”, que lleva necesariamente consigo el subjetivismo y el relativismo".
----------Históricamente, Mattei señala que esa “filosofía de la acción” hunde sus raíces en Maurice Blondel, para quien no es la contemplación teórica sino el hacer práctico —el dinamismo de la voluntad— lo que revela la autenticidad de las ideas. Al adoptar ese esquema, argumenta Mattei, el Concilio habría desplazado el eje de la teología dogmática –que se apoya en definiciones objetivas de la fe– a un terreno de meras orientaciones ministeriales, sujetas a las circunstancias históricas y al juicio subjetivo de cada pastor.
----------Sin embargo, el Magisterio postconciliar ofrece un contrapeso explícito a ese riesgo. San Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Catechesi Tradendae, del 16 octubre 1979, n.64., afirma que “la teología dogmática y la pastoral, aunque distintas en su objeto y método, deben enriquecerse mutuamente para que la predicación evangelizadora se asiente en la roca firme de la doctrina auténtica” (n.26). De modo semejante, Benedicto XVI insistió en su discurso a la Curia Romana de 22 diciembre 2005 en la “hermenéutica de la continuidad”, exhortando a leer todos los textos del Vaticano II dentro de la tradición viva de la Iglesia, sin diluir nunca el depósito de la fe en meras directivas o praxis pastorales.
----------No hay duda de que el Concilio Vaticano II ha subrayado repetidamente en sus documentos finales que la misión pastoral se funda siempre en la perenne verdad de la Revelación, de modo que la acción pastoral auténtica no puede prescindir de definiciones doctrinales firmes. Menciono a continuación algunos textos conciliares que vinculan toda acción pastoral con la divina Revelación:
----------Dei Verbum, n.7: “Para que este Evangelio se conservase siempre vivo e íntegro en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, ‘dejándoles su función del magisterio’ […]. A ellos confió Cristo Señor el depósito de la fe, para que, con la luz del Espíritu de la verdad, lo custodiaren fielmente, lo explicasen y lo propagasen con su predicación”. Este texto muestra que la predicación (acción pastoral por excelencia) nace de la transmisión del “depósito” de la Revelación, y no de criterios puramente humanos.
----------La misma constitución Dei Verbum expresa en su n.10: “La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a este depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores, persevere siempre en la doctrina apostólica […], pues el magisterio vivo de la Iglesia no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñarla, custodiarla y difundirla”. Al afirmar que Tradición y Escritura forman un único “depósito sagrado”, se subraya que cualquier iniciativa pastoral – catequesis, liturgia, misión – ha de arraigarse en ese depósito.
----------Lumen gentium, n.25: “Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo […], camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios. Por tanto, Tradición y Escritura ‘manan de una misma fuente divina, fluyen en un único caudal y tienden al mismo fin’.” Aquí se recuerda que la acción pastoral no es estática, sino que se nutre continuamente de la divina Revelación, bajo la guía del Espíritu de Cristo.
----------En el propio inicio de la constitución Gaudium et spes, n.1, se dice: “Los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de hoy […] encuentran eco en el corazón de los discípulos de Cristo. La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” Aunque más conocido por su diagnóstico sociocultural, este texto sirve de preámbulo a todo apostolado: la Iglesia sólo puede acompañar de verdad al mundo si su solidaridad está fundada en la fe revelada en Cristo.
----------Con estos textos se ve con claridad que, para el Concilio, toda la misión pastoral del Pueblo de Dios debe permanecer sólidamente arraigada en el “depósito de la fe” que Dios entregó a su Iglesia.
----------En suma, si bien el Concilio introdujo sin duda un renovado énfasis en los métodos pastorales de anuncio y acompañamiento, lo hizo dentro de un marco conceptual y magisterial que mantiene un equilibrio inseparable entre doctrina y pastoral. Por tanto, la acusación que hace Mattei de haber “dogmatizado” la pastoral a expensas de la dogmática no toma en cuenta el diálogo vivo que, desde los Padres conciliares hasta san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, ha estructurado una visión orgánica de la misión eclesial.
El subjetivismo y el relativismo como supuestos frutos del Vaticano II
----------En un pasaje sintético de su artículo, que ya antes hemos citado, el profesor Roberto de Mattei afirma: La teología dogmática tradicional fue apartada y sustituida por una “filosofía de la acción”, que lleva necesariamente consigo el subjetivismo y el relativismo".
----------O sea que para Mattei, al subordinar la definición doctrinal a las orientaciones o directivas pastorales -entendidas a la luz de una filosofía moderna que juzga la verdad en la praxis antes que en el objeto- el Concilio habría abierto la puerta a una fe fluctuante, definida por la experiencia concreta de cada comunidad o pastor más que por criterios objetivos de la divina Revelación. Esta acusación se conecta con antiguas críticas al “activismo” pastoral, pero traslada al seno del Concilio Vaticano II la responsabilidad exclusiva de una deriva cuya causa son factores culturales y sociopolíticos anteriores y posteriores.
----------Contradiciendo esta tesis de Mattei, tanto el propio Vaticano II como el Magisterio postconciliar ofrecen un contrapeso claro a este riesgo de relativismo. En los documentos conciliares y en la enseñanza de los Papas del postconcilio, desde san Paulo VI a León XIV, se insiste en que la acción pastoral sólo puede crecer sobre el fundamento incuestionable de la verdad revelada:
----------Es cierto que el Concilio Vaticano II no emplea literalmente los términos “relativismo” o “subjetivismo”, pero en varias de sus constituciones subraya la permanencia de normas objetivas de razón y de fe, y prescinde de toda adaptación a corrientes de opinión cambiantes. A continuación, tres pasajes clave:
----------Gaudium et spes n.4: “La Iglesia, en su misión de anunciar la Buena Nueva, se aproxima con total confianza a los hombres de nuestro tiempo; pero no puede renunciar a proponer aquella salvación que brota del único Señor y Salvador, ni hacerse dependiente de las modas o de las efímeras ideologías humanas. Porque sólo la verdad de Cristo y de su Evangelio está en condiciones de orientar con certeza el progreso humano”.
----------Dei Verbum n.4: “Concluida la revelación pública en Cristo, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura permanecen íntimamente unidas en cuanto que transmiten, de común acuerdo y con la misma autoridad, todo cuanto Dios quiso confiarnos para nuestra salvación. A nada de ello puede la Iglesia añadir ni quitar nada, si no quiere quebrantar la integridad de la fe revelada”.
----------Lumen gentium n.16: “El Magisterio de la Iglesia no introduce verdades nuevas en el depósito de la fe, sino que custodia con solicitude y aplica a cada época, en fidelidad al Señor, el mismo y único contenido revelado por Cristo y los Apóstoles. De este modo, asegura a los creyentes un punto fijo frente a todo arbitrarismo de la conciencia individual”.
----------Estos textos insisten en que la acción pastoral debe apoyarse en una verdad que no varía con las opiniones humanas y que ni la razón ni la fe admiten súbditos cambios de acuerdo con el curso de las modas.
----------En Redemptoris missio n.19, san Juan Pablo II expresa: “La Iglesia de Cristo siente viva necesidad de dar a conocer a todos los hombres la verdad de Dios y de ofrecerles la salvación del mundo; por ello, sin rehuir las expresiones literarias del pensamiento moderno, se propone proclamar con sinceridad y audacia los valores eternos”; y en su encíclica Fides et ratio n.1 expresa: “La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. También san Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor n.5 dice: “Existen actos humanos que, por su objeto, son intrínsecamente malos; el sentido moral del acto no puede reducirse a la convicción subjetiva de quien lo realiza”.
----------Es bien conocido el modo como Benedicto XVI ha subrayado la fidelidad que el cristiano debe mantener siempre respecto a los que el Papa llamó "valores no negociables", contra todo relativismo y subjetivismo. Y en su encíclica Deus caritas est, n.19 expresó claramente: “No se puede separar la caridad de la verdad; una pastoral sin doctrina se convierte en una mera acción social y pierde su raíz sobrenatural. La verdadera eficacía de nuestra acción caritativa nace del arraigo en el depósito de la fe”.
----------Tengamos en cuenta dos pasajes (entre muchos otros) del papa Francisco: “El anuncio del Evangelio implica ante todo un servicio a la verdad que nuestra fe profesa. Por ello, un agente de pastoral no puede descuidar jamás el culto a la verdad, en la medida en que sólo desde la verdad se libera el misterio que contiene la alegría del Evangelio" (Evangelii gaudium, n.146). “Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. […] La inteligencia puede entonces escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la experiencia y del diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la base de ciertas exigencias morales universales. A los agnósticos, este fundamento podrá parecerles suficiente para otorgar una firme y estable validez universal a los principios éticos básicos y no negociables, que pueda impedir nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza humana, fuente de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un fundamento sólido a esos principios” (Fratelli tutti, nn.213-214).
----------El papa León XIV, en su discurso al Cuerpo Diplomático, el 16 de mayo de 2025, dijo: “En su acción diplomática, la Santa Sede está animada por una urgencia pastoral… Y no se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas… sin verdad. La Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo”, y en ese contexto, el actual Pontífice subrayó que toda acción pastoral debe partir del anuncio íntegro de la divina Revelación, porque sin la verdad revelada no puede entenderse ni fomentarse la auténtica caridad cristiana. De este modo, el Santo Padre vincula expresamente la dimensión pastoral (incluso en la diplomacia) con el fundamento incuestionable de la verdad revelada.
----------Estos textos muestran con total claridad que ni el Concilio Vaticano II ni los Papas del postconcilio han promovido un relativismo y un subjetivismo conscientes, sino que, por el contrario, han querido siempre armonizar modos nuevos de anuncio pastoral con el inmutable depósito de fe. En el Concilio, el “criterio de la acción” no desbancó el “criterio del objeto”, sino que aspiró a poner la vida cristiana al servicio de la verdad permanente e inmutable, tanto la que brota de la humana razón como de la divina Revelación.
----------En consecuencia, la tesis de Mattei acerca de un Vaticano II de pura “filosofía de la acción” sobreestima la influencia de corrientes filosóficas modernas y no toma en cuenta la red de equilibrios que, desde los Padres conciliares hasta León XIV, ha defendido la unidad inseparable entre doctrina auténtica y praxis pastoral.
¿Y si más que “lefebvrianas”, las tesis de Mattei fueran un intento —imperfecto pero legítimo— de pensar la noción de “continuidad sustancial” en clave preconciliar? El artículo de Fr. Filemón parece descartar demasiado rápido la posibilidad de una lectura crítica que no sea simplemente disidente.
ResponderEliminarEstimado Anónimo… me detengo en “continuidad sustancial”…¿A qué te refieres?... Continuidad sustancial? En las formas? o no tanto en las fórmulas, sino en lo que sostienen…?
Eliminarme pregunto si en el fondo seguimos siendo los mismos…
si la misma fe late con idéntico pulso…
o si, a fuerza de matices, hemos perdido algo…
No busco refutar… sólo dejar caer la pregunta…
para que asome en el silencio lo que aún falta por nombrar…
Con “continuidad sustancial”, siguiendo la tesis de Roberto de Mattei, quiero subrayar que en el Concilio Vaticano II se dogmatizó la praxis al elevar directrices pastorales y litúrgicas al rango de norma obligatoria, de modo que esa praxis normativizada se convirtió en fuente de nuevas doctrinas que desplazan el depósito de la fe recibido de los Padres y del Magisterio previo; al imponerla como dogma, los modernistas reformaron la estructura dogmática tradicional al introducir elementos ajenos al orden anterior, y por tanto no existe continuidad sustancial con el Magisterio precedente, sino una ruptura que socava la unidad doctrinal de la Iglesia.
EliminarBueno… pero entonces lo que quieres decir es que no hay “continuidad sustancial”… o sea, que para Mattei no hubo continuidad sino ruptura… Eso es justo lo que reprocha Fr. Filemón: que sigas las tesis lefebvrianas que tachan al Concilio de modernista, relativista y rupturista… Pero afirmar semejante quiebra… ¡es pura herejía contra el Magisterio vivo de la Iglesia!
EliminarEstimado Anónimo,
Eliminarfrancamente, por más que me he esforzado por entenderle, no se entiende bien lo que usted quiere decir con eso de "continuidad sustancial".
Usted parece querer expresar que Roberto de Mattei reivindica legítimamente la continuidad sustancial con la tradición preconciliar. Pero ¿la continuidad de qué?
Por otra parte, usted debe tener presente que toda lectura crítica cobra plenitud al insertarse en la hermenéutica de reforma en continuidad propuesta por el Magisterio posconciliar, en particular por los papas Benedicto y Francisco.
Omitir ese diálogo puede conducir a un selectivismo que no capta la riqueza de la comunión eclesial.
Le invito a seguir explorando juntos esta fecunda tensión entre fidelidad y apertura renovada. Aguardo sus aclaraciones.
Estimado Anónimo,
Eliminaren su segunda intervención, usted propone una matización sobre la “continuidad sustancial”: es cierto que el Concilio elevó a norma obligatoria prácticas litúrgicas y pastorales, pero bajo Sacrosanctum Concilium no se dogmatizó nueva doctrina que corrigiera la anterior (impensable en el Magisterio de la Iglesia), sino que se aplicó la Tradición viva sin alterar su sustancia, y en todo caso, con una mejor explicitación.
Documentos como Lumen Gentium y Dei Verbum confirman esa hermenéutica de reforma en continuidad, y el magisterio posterior ha insistido en no introducir elementos extraños al depósito de la fe.
La percepción de una ruptura radical no se ajusta, pues, ni al sentido conciliar ni al propósito de comunión doctrinal que anima toda autoridad eclesial.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminaren primer lugar, tal como yo le he podido entender al anterior Anónimo, su expresión “continuidad sustancial” no alude a la inmovilización de las fórmulas litúrgicas o pastorales, sino a la identidad inmutable del depósito de la fe. La Iglesia, cuando reforma su praxis, no rompe la sustancia de la revelación; más bien, la adapta en fidelidad a su origen apostólico, conservando la misma fe que late con idéntico pulso bajo nuevas formas lingüísticas y culturales.
En segundo lugar, tiene usted toda la razón en que calificar de herejía contra el Magisterio vivo la renovación conciliar refleja una lectura que confunde la legítima crítica interna con la ruptura de comunión. El Concilio Vaticano II, promulgado por Papas válidos y confirmado por el Magisterio posterior, no introdujo doctrina ajena al depósito de la fe, sino que esclareció y aplicó una Tradición viva.
Negar esta adhesión eclesial es más grave teológicamente que cualquier reforma litúrgica o pastoral que pudiera ser eventualmente imprudente, pues implicaría un rechazo fundamental de la autoridad de la Iglesia.
Animémonos a mantener el diálogo, conscientes de que la fe se enriquece al ponerse en común y de que la verdadera herejía consiste en abandonar la comunión de fe con la Iglesia, no en participar de sus procesos de renovación.
Me cuesta creer eso de que la “inmensa mayoría del Pueblo de Dios” haya recibido pacíficamente el Concilio… ¿Cuántos católicos habrán abierto siquiera Lumen Gentium o Dei Verbum? La mayoría vive de retazos de homilías y titulares, no de las constituciones conciliares…
ResponderEliminarMario: Si creías que Lumen Gentium y Dei Verbum acumulan polvo en las estanterías, no son bestsellers de verano sino manual de seminarios, casas religiosas e institutos de catequesis… Allí se agotan párrafo a párrafo. Pero lo crucial no es cuántos hojeen los documentos finales del Concilio, sino que el clero y los laicos formados las encarnen en homilías, gestos, actitudes y vida diaria… Ahí late el Concilio, no en una lectura ocasional…
EliminarNi los progres leen esos documentos. Solamente viejos maritainianos nostálgicos leen eso.
EliminarAh, los “viejos maritainianos nostálgicos”… esos sí que no faltan en la romería del siglo XXI. Pero si ni los progres leen… ni los tradi releen… ¿quién sostiene el andamiaje doctrinal, querido Anónimo? Porque entre la ironía y el olvido, la Iglesia sigue haciendo catequesis, y alguien —tal vez uno de esos lectores empolvados de Gaudium et Spes— aún cree que la verdad merece ser transmitida… con o sin nostalgia.
EliminarSon, gracias a Dios, una raza en extinción los lectores de esos documentos.
EliminarY son, en su mayoría, los Maritainianos nostálgicos convencidos del progreso indefinido.
Ya se rió de ellos el P. Castellani en el credo del incrédulo.
Celebro su alivio ante la “raza en extinción” de lectores conciliares… pero pongamos las cartas sobre la mesa: niega usted a quienes hojean Lumen Gentium y Dei Verbum el estatus de “lectores”, sin reparar en que esos mismos textos siguen modelando homilías, seminarios y hasta la formación de movimientos laicales. Citar con desdén al P. Castellani —quien, por cierto, bebió en tradición y en novedad— no excluye reconocer que la Iglesia vive de una memoria encarnada, no de un purismo nostálgico.
EliminarCitar la risa del P. Castellani en el “credo del incrédulo” puede arrancar una sonrisa, pero conviene recordar el contexto: su sátira se dirigía a ciertos extremismos ideológicos de su tiempo, no a un auténtico discernimiento conciliar. Castellani cultivó el amor por la Tradición, sí, pero también supo apreciar la frescura del Espíritu si este no traiciona la continuidad de la fe apostólica. ¿Acaso suponemos que él hubiera querido clausurar la reflexión teológica a partir de 1958?
Si el verdadero criterio de fidelidad fuera excluir la novedad en lugar de juzgarla con rigor teológico, acabaríamos prisioneros de una memoria muerta. El Concilio Vaticano II no propuso un progreso infinito, sino una reforma al servicio de la misión evangelizadora: “ressourcement” para volver a las fuentes; “aggiornamento” para atender las urgencias de cada época. Sacar a debate estos ejes no es claudicar ante el mundo, sino ejercer con responsabilidad la tarea de enseñar, santificar y gobernar.
Le propongo, pues, un diálogo constructivo: despojemos a la lectura conciliar de clichés y enfrentémosla a su carta magna, con sus tensiones, sus aportes y sus desafíos. Pongamos en juego la inteligencia de los fieles —laicales y consagrados—, formados tanto en la tradición como en la escucha de los signos de los tiempos. Solo así, con honestidad intelectual y caridad pastoral, honraremos la rica herencia que ha suscitado admiración e incluso muecas de inconformismo.
Mientras usted sepulta los textos del Concilio Vaticano II, el Papa León XIV lo invoca a diario y obispos y presbíteros lo traducen en homilías y planes pastorales.
La sátira del P. Castellani apuntaba a los fanatismos, no a una lectura seria y viva. Si la tradición se atrinchera en el pasado, deja de respirar. Leer el Concilio no es un pasatiempo nostálgico, sino un ejercicio de fidelidad activa.
Anselmus: quizás el Anónimo también quería incluir entre los "viejos maritainianos nostángicos" también al papa León XIV.
EliminarSergio Villaflores (Valencia, España)
"Viejo nostálgico maritainiano"… dicen…
Eliminarpero es más fácil burlarse del eco… que escuchar lo que todavía resuena…
y más cómodo apuntar al Padre Filemón… que pensar en lo que escribió… ¿Hay algún "joven castellaniano" nostálgico vaya a saber de que, que quiera razonar algo en concreto sobre lo que en este artículo se ha escrito... en lugar de lanzar frases vacías al aire?...
Estimado Mario,
Eliminarla validez del Concilio Vaticano II no se mide por el número de católicos que hayan hojeado directamente Lumen Gentium o Dei Verbum, sino por la autoridad suprema de la Iglesia que promulgó tales constituciones dogmáticas, y por la fuerza normativa que conservan independientemente de su índice de lecturas.
Es natural que la mayor parte del Pueblo de Dios reciba el Concilio a través de homilías, catequesis y celebraciones litúrgicas. Este modo de mediación no empobrece la fe sino que la hace accesible en la vida cotidiana, pues son los pastores —en comunión con el Sucesor de Pedro— quienes tienen la tarea de encarnar y explicar las Constituciones conciliares para que arraiguen en la praxis de cada creyente.
Al mismo tiempo, podemos y debemos fomentar espacios de profundización: grupos de estudio parroquiales, retiros o ciclos formativos donde se presenten fragmentos clave de los documentos conciliares. De ese modo, quienes deseen ir más allá de retazos de homilías podrán descubrir la riqueza teológico-pastoral de nuestra herencia conciliar.
La verdadera fuerza de la Iglesia radica en su unidad en la fe y en la diversidad de caminos para acogerla. Cada católico está llamado a escuchar, asimilar y vivir el Concilio según su vocación y responsabilidades, sabiendo que todos compartimos el mismo depósito de la fe, alimentado y guiado por el Magisterio.
De modo, Mario, que le saludo con afecto y esperanza en la renovación constante del Pueblo de Dios.
Estimado Anselmus,
Eliminarcelebro tu énfasis en que el Concilio late en la praxis de clérigos y laicos. Al mismo tiempo, esa encarnación sólo cobra fuerza y coherencia si se alimenta de la lectura y el estudio de los textos conciliares, pues ahí encontramos el fundamento teológico que orienta y sustenta nuestras acciones.
Estimado Anónimo,
Eliminarel descalificar la lectura de Lumen Gentium o Dei Verbum como un pasatiempo de “viejos maritainianos nostálgicos” pasa por alto que estos textos son parte del magisterio vivo de la Iglesia, destinados a obispos, sacerdotes y laicos de todas las generaciones. No se trata de una cuestión de modas o etiquetas ideológicas, sino de formarse en la fuente misma de nuestra fe para encarnar con coherencia su mensaje en la vida cotidiana.
Te invito a apartar los estereotipos y asumir la tarea de leer y meditar estos documentos con mente abierta. Ahí encontrarás las orientaciones que sostienen y unifican nuestra comunión eclesial, mucho más allá de cualquier división generacional o faccional.
¿O bien, caso, contrario, debería pensar que tú no eres católico y, por ende, no te sientes vinculado por fe a la lectura de los textos magisteriales pontificios?
Estimado Anselmus,
Eliminarcelebro tu pasión por la fidelidad doctrinal y tu llamada a no dejar caer en el olvido la gran herencia de Gaudium et Spes y de todas las Constituciones, Decretos y Declaraciones conciliares. Tienes razón al señalar que, sin memoria viva, la catequesis pierde su raíz y se desvanece en la ironía o el descuido. Sin embargo, leer estos textos no es un ejercicio nostálgico ni exclusivo de “viejos maritainianos”, sino la fuente de donde brota la creatividad pastoral. Nuestra responsabilidad es recoger ese depósito de fe y hacerlo germinar en la vida de nuevos discípulos, sosteniendo así el auténtico andamiaje eclesial: firme en la Tradición y siempre abierto a la misión.
Estimado Anónimo,
Eliminarla lectura de Lumen Gentium, Dei Verbum y los demás textos conciliares, no es un pasatiempo de una “raza en extinción”, sino el manantial en el que teólogos, pastores y laicos encuentran alimento para la misión. Reducir a sus lectores a maritainianos nostálgicos del “progreso indefinido” oscurece la esencia del Concilio: un progreso anclado en la Tradición y guiado por el Espíritu Santo, no un optimismo ingenuo despegado de la fe. Conozco a un curita que, aún habiendo pasado largamente los 40, sigue apegado a sus Castellani y sus Meinvielles, y digo "sus" porque no son los reales, sino los que él se ha imaginado en su burbuja mental. Tú, con tus expresiones, me recuerdas a ese curita.
A continuación, algunos puntos para matizar tu apreciación: 1. el Concilio promueve un avance teológico y pastoral cimentado en la sucesión apostólica, no una ideología de progreso sin límites; 2. entre sus lectores hay seminaristas, religiosos, movimientos eclesiales y fieles de todas las generaciones, que buscan traducir sus enseñanzas en homilías, catequesis y vida diaria; 3. la observación del P. Castellani en el “credo del incrédulo” critica el secularismo ingenuo de cierta modernidad, no el estudio serio de los documentos que constituyen nuestro depósito de fe.
Lejos de extinguirse, la pasión por estos textos del Concilio de nuestro tiempo late en comunidades de todo el mundo. Mantener viva su lectura es el mejor antídoto contra la ironía y el olvido, contra el modernismo y el pasadismo, ah! y contra la nostálgica burbuja en la que vive el curita del que te hablé.
Estimado Anselmus,
Eliminarcelebro tu denuncia de clichés y tu llamada al ressourcement y al aggiornamento. Añadiría que esta memoria viva del Concilio se refleja no solo en nuestras homilías y planes pastorales, sino en cada gesto de acogida, diálogo y servicio que brota de las comunidades. Leer los textos conciliares no es un ejercicio arqueológico ni un pasatiempo nostálgico, sino un acto de fidelidad activa que renueva nuestra misión.
Gracias por recordarnos que la Iglesia se sostiene en la memoria encarnada, capaz de dialogar con los signos de los tiempos sin traicionar la continuidad apostólica.
Mis saludos con gratitud y esperanza, y mi promesa de oraciones por tí.
Estimado Sergio,
Eliminarcelebro tu chispa al invocar a un “León XIV” entre los maritainianos nostálgicos. En rigor, el último León fue el XIII, y esa invención nos recuerda la importancia de ceñirnos a la historia y al Magisterio auténtico, no a ficciones ingrávidas.
Querida Rosa Luisa,
Eliminargracias por su valentía al recordarnos que el verdadero diálogo exige escucha y caridad, no meros ecos ni sarcasmos; la nostalgia bien entendida nos hace volver al manantial de Maritain, donde hallamos la dignidad humana, el diálogo fecundo entre fe y razón y un modelo de democracia capaz de alimentar la sinodalidad propuesta hoy de manera renovada por el papa Francisco y a la que nos ha vuelto a llamar el papa León.
Para aterrizar esta conversación, tle invito —y a cualquier joven castellaniano— a compartir cuál de esos aportes considera usted más urgente para la Iglesia de hoy, cómo dialoga con la sinodalidad actual y qué ejemplos de comunidades ya testimonian esa síntesis entre tradición y reforma. Espero con alegría su reflexión precisa, si así lo desea, que sin duda enriquecerá nuestro debate.
Anselmo:
ResponderEliminarSupongo que una buena respuesta se encuentra en el libro de Brunero Gherardini, Concilio Ecumenico Vaticano II, un discorso da fare.
Claro que no se trata de frenar nada en 1958 ni en ninguna fecha. Vivimos en 2025. Lo que rescato de Castellani es que vio y diagnosticó de un modo artero algunas cosas que iluminan nuestro tiempo.
Sergio: la verdad es que no creo que León XIV sea un nostálgico maritainiano, tampoco creo que sea un tradicionalista. Creo que más bien es un hombre de este tiempo.
Ojo que Francisco tampoco era un maritainaino puro. Aunque pertenecía a esa generación, sin embargo prescindió de una vida académica y se dedicó más bien a la acción.
Rosa: El progreso no es un dogma de fe. Si se progresó para mal, habrá que corregir.
Maritain murió en 1973. Ya quedan pocos de esos nostálgicos.
Estimado Anónimo,
Eliminardado que Anselmus parece que se demora en contestarte, me gustaría decirte algunas cosas mientras tanto, que podrían serte útiles para tu personal reflexión.
Ante todo agradezco tu sugerencia de consultar a Brunero Gherardini: su lectura sobre el Vaticano II puede ser un complemento valioso, aunque tomando ciertos recaudos acerca de algunas posturas pasadistas suyas (para comprender lo que digo, te remito a los artículos que sobre Gherardini publiqué en mi blog).
Por otra parte, sin embargo, conviene recordar que Castellani no hablaba de frenar nada en 1958, sino de detectar con agudeza tensiones que estaban vigentes en su tiempo, y que siguen vigentes en 2025. Su diagnóstico, lejos de un simple anacronismo, nos ofrece claves para entender dinámicas actuales de secularización y crisis de autoridad.
En cuanto a León XIV, sabemos que fue un desliz jocoso; sin embargo, esa invención nos invita a reconocer la tentación de encasillar a las personas en fórmulas preconcebidas. Cada pontífice —como cada “hombre de este tiempo”— lleva en sí una tradición compleja y no se deja reducir a etiquetas tan rígidas.
Sobre el papa Francisco, efectivamente no era un maritainiano académico al uso, sino alguien moldeado por múltiples corrientes y atento a la praxis pastoral. Precisamente esa mezcla de pensamiento y acción es la que nutre hoy su impulso sinodal, uniendo fe y compromiso concreto en las periferias, impulso de Francisco que León ha reimpulsado para el hoy de la Iglesia.
Comparto también tu matiz sobre el progreso: no es un dogma intocable, sino un horizonte que hay que discernir. Porque lo que es un dogma es que la Iglesia progresa en la explicitación del depósito inmutable de la Fe. Es Palabra de Cristo.
Finalmente, aunque los nostálgicos de Maritain sean numéricamente pocos, su legado de diálogo entre fe y razón sigue resonando en el corazón de la Iglesia. Pues bien, ese es el desafío: traducir hoy sus intuiciones en caminos de comunión y verdad.