La gracia de Jesús crucificado nos da una fuerza sobrenatural, precisamente porque las fuerzas hostiles contra las cuales es necesario combatir y de las cuales debemos salvarnos son de por sí superiores a nuestras capacidades naturales de defensa y de ataque. Y tales fuerzas hostiles son precisamente las del demonio. [En la imagen: fragmento de "Las tentaciones de San Antonio Abad", óleo sobre tabla de madera, 1515, obra de Joachim Patinier y Quentin Metsys, conservada en el Museo Nacional del Prado, Madrid, España].
Los "hijos del diablo" y el culto a Satanás
----------La lucha contra Satanás se dirige, indirectamente, también contra aquellos que son de algún modo sus colaboradores en la estirpe humana. Todos nosotros, con el pecado, queriéndolo o no queriéndolo, nos volvemos sujetos a las tentaciones del demonio. Sin embargo, pueden darse entre nosotros algunos individuos que, a causa de una profunda perversión de su conciencia, se someten a Satanás con un vínculo particularmente estrecho y se convierten de algún modo en sus íntimos colaboradores y seguidores: son una especie de caricatura monstruosa -podríamos decir- de lo que, en el plano de la relación de amor hacia Dios, es la consagración religiosa o el estado del sacerdocio.
----------Así como la persona consagrada y el sacerdote se someten a Dios según un vínculo especial de obediencia, así también aquellos que la Escritura llama "hijos del diablo" (1 Jn 3,10; Mt 13,38) o "hijos de este mundo" (Lc 16,8), son aquellos que, en vista de ventajas terrenales o, de cualquier forma, para dar rienda suelta a su maldad, se ponen de modo especial a disposición de Satanás como dóciles instrumentos de su acción maléfica contra Dios y contra el hombre. Satanás se convierte, en cierto modo, en su "dios" y "padre" (Jn 8,44); él que, como dice también la Escritura, es el "dios de este mundo" (2 Cor 4,4) y "príncipe de las potestades del aire" (Ef 2,2) o -como se expresa Jesús- el "príncipe de este mundo" (Jn 12,31; 14,30; 16,11).
----------Los "hijos del diablo", según la Escritura, se oponen a aquellos que ella llama "hijos de la luz" (1 Tes 5,5), o "hijos del Reino" (Mt 13,38), o, más frecuentemente, "hijos de Dios" (Lc 20,36, etc.). Estos últimos son los seguidores de Cristo, que viven en su gracia y "son guiados por el Espíritu Santo" (Rm 8,14).
----------El especial vínculo de sujeción al demonio instaurado por sus "hijos" los hace en cierto modo o medida partícipes del mismo poder demoníaco, tanto en el ofender a Dios como en dañar a los hombres. Así como no existen defensas humanas suficientes para protegerse contra Satanás, sino que es necesario el auxilio del Espíritu Santo, así tampoco se puede uno defender de estos seguidores de Satanás si no es recurriendo de modo semejante al poder y a la sabiduría del Espíritu.
----------La relación con los "hijos del diablo" es cuanto menos difícil, por no decir frecuentemente imposible. De varias formas la Sagrada Escritura nos prescribe estar en guardia ante ellos, e incluso evitar tener contacto con ellos (Tit 3,10; 1 Jn 2,18-23). Sin embargo, la famosa parábola evangélica del trigo y la cizaña (Mt 13,24-43) deja claramente entender que, en la vida presente, los hijos de Dios no deben ni pueden separarse por completo de los hijos del diablo, sino que tal separación deberá ser solo obra del "Hijo del hombre", es decir, de nuestro Señor Jesucristo, al final del mundo y en el juicio universal.
----------Es necesario ser prudentes y sagaces respecto de los hijos del diablo, pero, en el mundo presente, no se debe pensar que se está completamente liberado del contacto con ellos. De hecho, Jesús no pide que los suyos sean quitados del mundo, sino que sean custodiados del maligno (Jn 17,15).
----------Esto quiere decir que, si por una parte existe una semejanza entre la lucha contra Satanás y la lucha contra sus seguidores, no hay que olvidar que también existe una diferencia, la cual es más importante que la semejanza. Y la diferencia está dada por el hecho de que, mientras el demonio está irremediablemente condenado, por el contrario, incluso el peor de sus "hijos", mientras viva aquí abajo, tiene siempre la posibilidad de arrepentirse y convertirse. Y así, mientras sería inútil esperar el arrepentimiento del demonio, es obligación y saludable, obrar y orar para que sus "hijos" se arrepientan y se salven.
----------La acción de los hijos del diablo es similar a la acción del diablo en cuanto a astucia, maldad y peligrosidad; y, sin embargo, como se trata de una acción que emana de un sujeto que no está totalmente estabilizado en la perversión (como por supuesto sí lo está el demonio), no es completamente coherente en el mal, sino que presenta siempre algún aspecto de bien, que puede ser un punto de partida para la conversión del sujeto y un elemento de enganche para quien desea su salvación.
----------Así como sucede en la acción satánica, también la de sus "hijos" se mueve en una doble dirección: odio contra Dios y odio contra el hombre. Este último, a su vez, se realiza en dos formas: instigación o provocación al pecado y daños físicos a las personas; todo ello realizado de un modo y grado particularmente dañino y peligroso que deriva de la poderosa ayuda de Satanás.
----------La instigación al pecado concierne sobre todo a los pecados espirituales y aquellos contra Dios, como por ejemplo la impugnación de la verdad, la blasfemia, la herejía, la soberbia, la hipocresía, y similares; el daño a las personas sucede a través de la práctica de los "maleficios" o "hechicerías".
----------"Hijos de Satanás", en el primer sentido, pueden ser considerados los heresiarcas, los fautores de cismas y rebeliones contra la autoridad de la Iglesia, los corruptores de las costumbres cristianas y de la vida espiritual, los difusores del ateísmo, etc.
----------"Hijos de Satanás" en el segundo sentido son los magos, los brujos, las hechiceras.
----------Por cuanto concierne a otras prácticas supersticiosas, como el espiritismo, la nigromancia, la adivinación y similares, el pecado de quien las comete o participa consiste tanto en el daño a las almas (engaño, fraude, difusión de herejías, etc.), como en el daño al sistema psicofísico de la persona (sustos, turbaciones neuro-psíquicas, daños físicos de todo tipo a personas o cosas).
Ni subestimación, ni sobrevaloración de la acción del tentador
----------Un defecto bastante difundido en la espiritualidad contemporánea es -por así decir- su diletantismo, su improvisación, su superficialidad y su falta de seriedad, que revierten en una verdadera e propia incomprensión e ingratitud hacia la Redención de Cristo y la obra misericordiosa del Padre. Hoy muchos se llenan la boca con palabras como: "salvación", "redención", "perdón", "misericordia"..., pero realmente habría que preguntarse si dan a estos valores su justa importancia, desde el momento que luego olvidan aclarar de qué nos salva Dios, en qué consiste verdaderamente el pecado, cuáles son sus orígenes primeros, cuál es el precio de la Redención, cuál es la gratuidad y sobrenaturalidad de la misericordia divina.
----------Cuanto más grave es, en efecto, una situación de miseria y de peligro justamente merecida, tanto más grande aparecerá la potencia y la benignidad de quien nos salva, y por ende tanto mejor podremos apreciar su misericordia, que dona a nuestros corazones penitentes la gracia del perdón.
----------Un aspecto esencial de la situación del pecador -ateniéndonos a la fe cristiana y también en base a la experiencia- es su sometimiento al poder de Satanás. El ignorar, como hacen muchos hoy, tal aspecto, significa disminuir la importancia de la obra de la Redención de nuestro Señor Jesucristo. Él nos libera de un mal mucho mayor que el que ciertas buenas almas se imaginan: piensan que toda la obra de la salvación se reduce a la solución de problemas puramente terrenos (para los cuales ciertamente no había necesidad de que el Hijo de Dios muriera en la cruz). Habría sido suficiente un poco de diligencia por parte de los hombres. El problema del hambre en el mundo, por ejemplo, es ciertamente gravísimo: pero para resolverlo no se requieren los dones de la gracia o carismas particulares del Espíritu Santo: basta con dar curso al sentido natural de justicia y de solidaridad humana y tener un poco de buena voluntad.
----------Los verdaderos males de los que sufre el hombre en esta tierra, en cambio, son de tal gravedad que para eliminarlos de nada en absoluto serviría la conciencia moral más iluminada ni la fuerza de la mejor buena voluntad. El problema del hambre, como tantos otros concernientes a la justicia y a la dignidad del hombre, no son otra cosa que un efecto de una situación mucho más trágica, que, como repiten a menudo todos los Papas en sus enseñanzas, es la condición del hombre pecador.
----------Ahora bien, tal condición está estrechamente conectada con la acción de Satanás, el cual, según la Escritura, es precisamente el iniciador de toda la historia del pecado que, desde los albores de la creación, atraviesa la evolución de este infeliz universo en el cual vivimos. Todos los grandes males de este mundo tienen su primer origen, aunque indirecto, en la iniciativa del demonio en los comienzos de la creación: "La muerte ha entrado en el mundo por envidia del diablo; y hacen experiencia de ella los que le pertenecen" (Sab 2,24).
----------El gran enemigo de la Redención de Cristo no es -como piensan algunos- un "pecado del mundo" vago y no mejor determinado; no es tampoco el hombre pecador. Sino que es, junto a él y aún más que él, Satanás mismo con sus huestes de ángeles rebeldes. Por esto Juan dice que "el Hijo de Dios ha aparecido para destruir las obras del diablo" (1 Jn 3,8). En este contexto se explican ciertas frases del mismo Jesús, de las cuales aparece claro su intento de derrotar al demonio, como por ejemplo cuando dice: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10,18; cf. también Jn 12,31; 16,11; Rm 16,20; Ap 12,7-9).
----------La gracia de Jesús crucificado nos da una fuerza sobrenatural, precisamente porque las fuerzas hostiles contra las cuales es necesario combatir y de las cuales debemos salvarnos son de por sí superiores a nuestras capacidades naturales de defensa y de ataque. Y tales fuerzas hostiles son precisamente las del demonio.
----------Si bien no debemos subestimar los males de los cuales Cristo nos libera, tampoco debemos exagerar su alcance, porque también tal actitud se resolvería en una falta de estima por la obra redentora de Cristo. "Quien ha nacido de Dios -dice claramente Juan- no es tocado por el maligno" (1 Jn 5,18). Quien conserva en su corazón la Palabra de Dios, vence al maligno (cf. 1 Jn 2,14).
----------Es vencido por el demonio únicamente quien no está sinceramente decidido a vencerlo o quien pretende hacerlo con medios puramente humanos, como sería, por ejemplo, el hoy muy difundido de hacer una crítica racionalista de la misma existencia del demonio. Pero también es vencido por Satanás quien lo teme de manera excesiva o tiende a ver el efecto de su presencia en fenómenos que pueden, en cambio, ser explicados con referencia a causas simplemente humanas o infra-humanas.
----------El hecho mismo de colocarse en semejante estado de ánimo puede ser suscitado por una tentación diabólica: el demonio, de hecho, puede alcanzar igualmente bien sus fraudulentos propósitos tanto al llevar a los hombres a no creer en su existencia, como al inducirlos a ver su acción incluso allí donde tal acción está totalmente ausente o es imposible. Esta doble táctica desconcierta nuestros sistemas defensivos y ofensivos, llevando, tanto en un caso como en el otro, a disposiciones no adecuadas a la situación real.
----------Una vez constatada con certeza la presencia del demonio, es necesario darse cuenta de que esta no puede ser rechazada sino con medios sobrenaturales; pero, por otra parte, sería tentar a Dios el recurso indiscriminado a tales medios (por ejemplo, el exorcismo), cuando se puede demostrar que la dificultad a afrontar no supera el ámbito de la naturaleza psicofísica o, a lo sumo, de la malicia humana.
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