Iniciando ahora la segunda parte de nuestro breve tratadito de demonología, comenzaremos a examinar de qué manera el demonio puede dañar al hombre. Hablaremos en este artículo de la posesión diabólica y de sus causas. [En la imagen: fragmento de "Exorcismo de un demonio de una mujer poseída", óleo sobre panel, obra de Lorenzo Salimbeni, conservada y expuesta en el Museo Horne, Florencia, Italia].
Introducción
----------Como ya se ha dicho, el demonio puede dañar al hombre tanto en el alma como en el cuerpo: en el alma, tentándolo al pecado; en el cuerpo, mediante diversas formas de tormentos, que pueden agruparse en dos conjuntos fundamentales: sufrimientos infligidos por iniciativa directa del demonio (posesión diabólica), o bien sufrimientos infligidos mediante la colaboración de alguna creatura humana. Cuando existe el "auxilio" de otra creatura, el acto diabólico que resulta de ello se denomina "maleficio" o, más popularmente, "hechizo" o "mal de ojo"; la acción cumplida por la creatura humana es llamada "magia" o "brujería".
----------El demonio, en cuanto tentador, realiza respecto al hombre una obra de seducción; él intenta insinuarse en lo íntimo, en la interioridad de la persona, y empujarla al mal influyendo sobre su libre voluntad. Desde este punto de vista, el demonio influye en la persona dejándola libre y obteniendo así su consentimiento. Lo que la persona realiza en estas condiciones lo hace libre y responsablemente, precisamente porque quiere hacerlo.
----------En cambio, cuando el demonio se ensaña sobre el cuerpo del hombre, la acción que realiza está en conflicto con la voluntad del sujeto humano, el cual, por tanto -a diferencia de la instigación pecaminosa- no la acoge de buen grado, sino a disgusto, y sin que la voluntad, en ese momento, logre liberarse de ello.
----------En los casos más graves, la voluntad queda prácticamente paralizada: ya no es dueña de su propio cuerpo, el cual, en cambio, es de algún modo movido y guiado por la acción satánica. Cuando el demonio atormenta el cuerpo dejando consciente y libre al sujeto, se da la "vejación" diabólica o acoso. Este fenómeno constituye, a veces, una prueba en los grados elevados de santidad.
----------Si en el ámbito de la conducta moral el demonio aparece como seductor fascinante y encantador, en el de la vida corporal se presenta como opresor prepotente y cruel. Aparece en su forma más evidente como dominador tiránico. Se presenta de la manera más truculenta como "príncipe de este mundo". Si, por tanto, la lucha contra el demonio en el ámbito moral posee los caracteres de una liberación, tales caracteres aparecen aún más evidentes cuando se trata de la vejación o acoso, de la posesión o de los maleficios.
La posesión diabólica
----------Cuando la Sagrada Escritura habla de esta característica intervención del demonio en la vida del hombre, usa términos especiales que expresan claramente la idea del acto de violencia realizado por el demonio mediante tal intervención y, por consecuencia, de la violencia que sufre la persona que es objeto de ella.
----------Ya el término "poseer" es muy significativo (cf. 1 Sam 18,10; 19,9; Tob 6,8; Mt 15,22-25; 17,14-15; Mc 1,23; 5,2; 7,25; 9,17; Lc 4,33; 8,27; 9,38). Se "posee", propiamente, un objeto inerte, incapaz de reaccionar, preferencialmente una cosa material, no una persona. Se posee aquello de lo que se puede disponer a propio arbitrio, sin resistencias por parte de la cosa poseída. Es cierto que el término se usa también en el lenguaje del amor: el amante "posee", en cierto sentido, a la persona amada; ésta se alegra de ser así "poseída". Pero aquí el verbo no tiene nada que ver con tal relación de amor y representa, en cambio, el dominio brutal y despótico que el demonio adquiere sobre el cuerpo del hombre precisamente mediante la llamada "posesión".
----------Para expresar este desconcertante fenómeno, la Escritura usa también otros verbos: dice que el demonio "invade" a una persona (1 Sam 16,16), que se "apodera" de ella (1 Sam 19,9), que la "agarra" (Mc 9,18; Lc 9,39): todas expresiones que nos hacen comprender bien cómo esta "posesión" ocurre totalmente contra la voluntad de quien es su infeliz objeto. Lo mismo ocurre, como veremos, con los "maleficios", con la interposición de algún ser humano que, conscientemente o inconscientemente, favorece, facilita o evoca la acción del demonio.
----------La Sagrada Escritura utiliza también otro verbo: "volverse endemoniado". En tal sentido, con la "posesión" el demonio "entra" en un ser humano (Mt 12,43; 17,18; 26,14; Mc 9,25; 14,10; Lc 11,24; 22,3; Jn 13,27; Hch 5,3; 8,7), el cual, así, se vuelve en cierto sentido un "demonio" (Jn 6,70) o bien -con un término más preciso- un "endemoniado" (Mt 4,24; Mc 1,28.32-34; Lc 4,37).
----------Este verbo representa una característica específica de la posesión: en virtud de ella, el demonio se encuentra realmente en el interior del hombre; en su "interior", aunque claro que no en un sentido espiritual -solo Dios puede ser "interior" al hombre de este modo-, sino en un sentido psicofísico: de tal modo que actúa sobre el cuerpo, sobre los sentidos internos y sobre el dinamismo psicoemocional de la persona, es decir, sobre ese plano sensitivo-afectivo que tenemos en común los seres humanos con los animales.
----------Ahora bien, en el caso de la posesión diabólica, este plano vital sensitivo-afectivo, que normalmente es gobernado por la voluntad, es casi completamente sustraído al poder de la voluntad del poseído y se convierte en instrumento y expresión de la acción demoníaca. El comportamiento y el modo de hablar del paciente, entonces, ya no están comandados por su voluntad, sino por la del demonio. Lo que el paciente hace o dice, en el estado de posesión, no debe imputarse al sujeto que actúa, sino al demonio mismo.
----------De esa manera, el demonio habla por boca de la persona poseída (Mc 1,24; 5,2-13; Lc 4,34; 7,27-33); también puede expresar algunas verdades de fe, pero siempre con fines malvados: por esto, en el Evangelio, Cristo le impone que calle (cf. Mt 4,24; Mc 1,28.32-34; 3,11; Lc 4,37-41).
----------En el estado de posesión diabólica, la persona es atormentada y vejada de diversos modos (cf. Mt 12,15; Mc 3,8-10; Lc 6,18; 13,11; Hch 6,16).
Las causas de la posesión diabólica
----------La posesión diabólica es un signo evidente del poder que Satanás ha adquirido sobre el hombre a consecuencia del pecado. Jesús manifiesta su potencia divina -sobre todo en el Evangelio de Marcos- realizando numerosas liberaciones de poseídos, y no mediante la oración, sino por medio de una palabra de mando eficaz e infalible. Como ya hemos dicho, el hombre no puede liberarse con sus solas fuerzas del poder de Satanás: necesita una fuerza sobrenatural, que sólo puede venir de Dios.
----------Ahora bien, la venida del Hijo de Dios a este mundo inaugura una nueva era histórica en la cual se pone a disposición del hombre, mediante la Iglesia, el poder de vencer y expulsar a Satanás. Sin embargo, es cierto que la influencia tentadora y vejadora del demonio continúa de algún modo haciéndose sentir, constituyendo un peligro para la salvación del cuerpo y sobre todo del alma.
----------En la presente condición histórica, sin embargo, condición histórica consecuente a la obra de la redención de Cristo, el poder residual de Satanás sobre el hombre no debe verse tanto como una consecuencia del pecado, cuanto más bien como una ocasión ofrecida por la Providencia para promover el proceso de liberación del pecado. La acción diabólica, entonces -sea posesión o sea maleficio- se convierte, o debe convertirse, en cierto modo, en un castigo medicinal o educativo: a través de esta prueba, el hombre debe saber fortalecerse en la virtud o expiar los propios pecados o los de los demás.
----------El aspecto medicinal de las penas infligidas por el demonio aparece claro en la Sagrada Escritura. Basta pensar en las palabras dichas por Jesús a Simón: "Simón, Simón, mira que Satanás os ha pedido para zarandearos como el trigo" (Lc 22,31); o bien en la experiencia a la que Pablo hace referencia cuando habla de un "enviado de Satanás" mandado por Dios para "abofetearlo" (cf. 2 Cor 12,7).
----------Con esto no quiero decir que san Pablo o los Apóstoles hayan estado poseídos por el demonio. Se trata de "vejaciones" o acosos, y no de verdaderas posesiones. Sin embargo, las palabras de la Escritura que he citado enuncian principios que, en sí mismos, pueden también referirse al hecho de la posesión. Y de hecho, en la vida de los Santos hay casos de este género, como sucedió con santa Gemma Galgani o con la beata María de Jesús Crucificado (Baouardy), una carmelita árabe elevada a los altares por el papa san Juan Pablo II.
----------Un alma en gracia, o incluso santa, puede estar momentáneamente sometida a formas atenuadas de demonopatías, para que tenga una clara percepción de su debilidad y de sus límites, y para que, perfeccionándose en la humildad, recurra con mayor confianza a la ayuda divina.
----------Así como el demonio puede entrar en personas santas, también, y con más facilidad, entra en las pecadoras. Pero incluso en estos casos, el fin que la Providencia se propone, permitiéndolo, es el de la corrección y de la enmienda, y por tanto de la salvación. Así, por ejemplo, en 1 Cor 5,5 leemos que san Pablo prescribe a la comunidad de Corinto castigar a un incestuoso del siguiente modo: "Este individuo sea entregado a Satanás para la ruina de su carne, a fin de que su espíritu obtenga la salvación en el día del Señor". Así también, en 1 Tim 1,20 san Pablo declara haber "entregado a Satanás para que aprendan a no blasfemar" a dos personajes llamados Himeneo y Alejandro, que se habían negado a combatir la "buena batalla" de la fe y, por ello, "habían naufragado" (cf. 1 Tim 18-19).
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