¿Puede un católico hablar de “mezcla de error y verdad” en un documento pontificio? La opción preferencial por los pobres: ¿invención ideológica o pilar del Magisterio? ¿Qué revela el rechazo a una “Iglesia pobre y para los pobres”? ¿Es el Concilio Vaticano II fuente de desviaciones o etapa fundamental de discernimiento? Y cuando se acusa al Papa de error, ¿no se está acusando al Señor de faltar a su promesa? ¿No se está juzgando al Espíritu que asiste a la Iglesia? [En la imagen: fragmento de "Los pobres agradecidos", óleo sobre lienzo, 1894, obra de Henry Ossawa Tanner, conservado en el Crystal Bridges Museum of American Art, Bentonville, USA].
«No hacer participar a los pobres de nuestros bienes
es robarles y quitarles la vida.
No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, II, 6
citado por San Juan Pablo II, Centesimus annus, n.57.
----------Con la exhortación apostólica Dilexi te, el papa León XIV ha querido ofrecer a la Iglesia entera una meditación sobre el misterio de nuestro Señor Jesucristo presente en los pobres. No se trata de un gesto aislado, sino de un paso más en la progresiva continuidad del Magisterio de la Iglesia, veraz y vinculante para todos los fieles católicos. El Concilio Vaticano II, aunque no utilizó todavía la fórmula “opción preferencial por los pobres”, sí puso sus bases doctrinales al subrayar la unión íntima de la Iglesia con los pobres y afligidos (Lumen gentium, n.8; Gaudium et spes, n.1). A partir de esa semilla dogmática, el Magisterio postconciliar —desde Medellín y Puebla hasta san Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco y ahora León XIV— explicitó y consolidó esta opción como exigencia intrínseca de la fe cristológica y eclesiológica.
----------No han faltado, sin embargo, voces críticas. Entre ellas, la de Mario Caponnetto, quien en un reciente artículo ha cuestionado la legitimidad misma de esta opción, llegando incluso a hablar de una “mezcla de error y de verdad” en el texto pontificio. Tal afirmación no es una simple discrepancia con el Papa —que en ocasiones puede ser legítima si corresponde al ámbito de su oficio pastoral, gubernativo o disciplinar—, sino que revela una actitud de desconfianza hacia el Magisterio doctrinal del Romano Pontífice. Y por tanto, constituye un disenso que merece ser examinado con rigor, pues afecta a la plena comunión eclesial.
----------Antes que nada, conviene recordar que ningún artículo de análisis y comentario, por correcto que sea, por más fiel al Magisterio o brillante que parezca, podrá suplir nunca la lectura atenta de la propia exhortación pontificia. Doy por supuesto que el lector ya ha cumplido esta tarea inicial, y que incluso, si fuera posible, la ha acompañado con una segunda lectura más detenida y reflexiva. Lamentablemente, en ciertos círculos cerrados, frecuentemente de perfil fundamentalista, antes de recurrir directamente al Acta del Magisterio se prefiere acudir a la palabra de intérpretes o “gurús”. Lo único que se logra en esos casos es adoptar anteojeras ideológicas que obstaculizan o cierran el paso a la voz del Vicario de Cristo.
----------No hace falta decir que mi intención no es la vana polémica personal, sino la confrontación de ideas. Y cumpliré esta tarea de la única manera posible: anclando nuestra lectura en dos fuentes inapelables. Por un lado, las palabras literales del propio Mario Caponnetto, para que nadie pueda acusarnos de caricaturizar su pensamiento; y por otro lado, los textos del Magisterio —desde san Juan Pablo II hasta este texto del papa León— que muestran la continuidad doctrinal de la Iglesia en este punto.
----------El contraste, entonces, resultará elocuente: mientras Dilexi te se inscribe en la gran tradición bíblica, patrística y conciliar, la crítica de Caponnetto se desliza hacia una descalificación global que, objetivamente, coloca al Autor en tensión con la comunión eclesial. A lo largo de esta reflexión mostraré las principales debilidades de su planteo y, al mismo tiempo, la solidez de la enseñanza de la Iglesia sobre los pobres como lugar teológico privilegiado del encuentro con Cristo y criterio de autenticidad evangélica.
----------1. Cuestionamiento de la autoría y legitimidad del documento. Desde el inicio, Mario Caponnetto intenta relativizar el peso magisterial de Dilexi te insinuando que no sería un texto “de factura propia” de León XIV, sino más bien una “herencia de Francisco”. Con ello inevitablemente siembra dudas sobre su legitimidad, como si la continuidad entre pontificados debilitara la autoridad del documento.
----------Pero esta objeción desconoce un principio básico: la autoría magisterial corresponde siempre al Papa que firma y promulga el texto. No importa si se inspira en trabajos previos, en borradores heredados o en aportes de colaboradores: lo que se publica como documento pontificio es enseñanza auténtica del Sucesor de Pedro.
----------Además, la continuidad entre pontificados no es signo de debilidad, sino de fidelidad. La Iglesia no empieza de cero con cada Papa, sino que camina en comunión, recogiendo y profundizando lo que el Espíritu ha suscitado en etapas anteriores. Así lo expresó el propio Concilio Vaticano II en Dei Verbum, n.8: «La Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo».
----------Por tanto, descalificar Dilexi te como “herencia” de otro pontificado no es un argumento teológico, sino un recurso retórico que busca restarle autoridad. En realidad, lo que muestra es la dificultad del Autor para aceptar la continuidad viva del Magisterio, que no depende de la originalidad literaria de un Papa, sino de la siempre infalible fidelidad de la Iglesia a la Palabra de Dios.
----------2. Una falsa oposición. Mario Caponnetto abre su artículo con una pregunta que marca el sesgo de toda su crítica: «¿La llamada ‘opción preferencial por los pobres’ se corresponde con el sentido evangélico de la pobreza, tal como lo entendieron los Padres de la Iglesia y lo vivieron las órdenes mendicantes?»
----------Indudablemente la formulación es engañosa, porque instala una contraposición inexistente. Como si la pobreza evangélica —vivida en clave de virtud personal y de seguimiento de Cristo— fuera incompatible con la opción preferencial por los pobres —vivida en clave eclesial y pastoral.
----------El Magisterio, sin embargo, nunca ha planteado tal oposición. Al contrario, ha mostrado siempre la complementariedad de ambas dimensiones: san Juan Pablo II, en Sollicitudo rei socialis, n.42, afirmó que “la opción o amor preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica”. Benedicto XVI, en Deus caritas est, n.25, recordó que “el amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios, es ante todo una responsabilidad de cada fiel, pero también de toda la comunidad eclesial”. León XIV, en Dilexi te, n.37, enseña que “la opción preferencial por los pobres constituye una exigencia intrínseca de la fe cristológica”.
----------Por lo tanto, debemos tener presente que la pobreza evangélica y la opción preferencial por los pobres no son dos caminos divergentes, sino dos expresiones de la misma raíz: el seguimiento de Cristo pobre. La primera se vive en la conversión personal; la segunda, en la misión de la Iglesia que, como Cuerpo de Cristo, se inclina hacia los más pequeños. Por eso, la pregunta de Caponnetto no abre un debate legítimo, sino que introduce una dicotomía artificial. Y al hacerlo, oscurece la siempre veraz y constante enseñanza de la Iglesia, que ha sabido integrar ambas dimensiones en una única fidelidad al Evangelio.
----------3. Una reducción ideológica. Un tercer momento se advierte en el texto. Mario Caponnetto sugiere que la llamada “opción preferencial por los pobres” no sería más que una categoría nacida de la teología de la liberación, contaminada por el análisis marxista de la sociedad. Con ello, pretende desacreditarla de raíz, como si se tratara de una importación ideológica ajena a la tradición católica.
----------El problema en este modo de plantear la temática es evidente: confunde el origen histórico de una expresión con la verdad doctrinal que esa expresión designa y manifiesta. Es cierto que la fórmula “opción preferencial por los pobres” se consolidó concretamente en el contexto latinoamericano de Medellín [1968] y Puebla [1979], en diálogo con los desafíos sociales de la época. Pero reducirla a ese contexto es ignorar que su contenido está sólidamente enraizado en la Escritura y en la Tradición.
----------Habiendo llegado a este punto, se nos hace necesario recordar que el Magisterio ya discernió esta cuestión en los años '80. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Instrucción Libertatis nuntius [1984], advirtió con claridad sobre la incompatibilidad de los análisis marxistas con la fe cristiana. Pero dos años después, en Libertatis conscientia [1986], reafirmó con igual claridad que la opción preferencial por los pobres pertenece al corazón del Evangelio y constituye una exigencia de la caridad cristiana. Es decir: la Iglesia rechazó los excesos ideológicos, pero asumió la intuición evangélica.
----------El Magisterio ha sido explícito en este tema. Ya el papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural de la Conferencia de Obispos de Aparecida [2007], subrayaba que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Y el papa Francisco, en Evangelii gaudium, n.198, retomó la misma idea con fuerza pastoral: “la opción por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre”.
----------La Iglesia, por lo tanto, no ha asumido esta opción preferencial por los pobres como concesión a una moda ideológica, sino como despliegue de su propia identidad evangélica, que progresivamente va conociendo con mayor profundidad a través del tiempo. Que algunos teólogos de la liberación hayan instrumentalizado la categoría con claves marxistas no invalida su verdad teológica, del mismo modo que los abusos en torno a la noción de “pueblo de Dios” no anulan su legitimidad conciliar.
----------La reducción del Autor, entonces, es doblemente débil: primero, porque desconoce la continuidad bíblica y patrística de la opción por los pobres; segundo, porque confunde los excesos de ciertos autores con la enseñanza oficial de la Iglesia. En lugar de iluminar, su crítica oscurece y desorienta, pues presenta como sospechoso lo que el Magisterio ha confirmado reiteradamente como parte esencial de la fe.
----------4. Rechazo de la “Iglesia pobre y para los pobres”. Advierto inmediatamente una cuarta debilidad en el texto sub examine, pues su Autor se escandaliza ante una fuerte aunque bien conocida afirmación de Dilexi te en su n.48: «La teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres». Su reacción es reveladora: lo que para el papa León es síntesis de la tradición, para Caponnetto resulta sospechoso, como si se tratara de una invención reciente de cuño liberacionista.
----------Pero la historia de la Iglesia desmiente esa sospecha. Los Padres fueron contundentes al respecto: san Juan Crisóstomo enseñaba: «No hacer participar a los pobres de nuestros bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (Hom. sobre Lázaro, II, 6). San Ambrosio afirmaba: «No das de lo tuyo al pobre, sino que le devuelves lo que es suyo; porque lo que ha sido dado para uso común, tú lo usurpas» (De Nabuthe, c.12, n.53). San Basilio preguntaba: «¿No es acaso un ladrón el que, pudiendo vestir al desnudo, no lo hace?» (Hom. in Luc. 12,18).
----------Estas voces patrísticas muestran que la idea de una Iglesia pobre y para los pobres no es un injerto ideológico, sino una convicción teológica antigua: los bienes de los ricos pertenecen, en justicia, a los pobres.
----------Además, ya el papa san Paulo VI, al inaugurar la Conferencia de Obispos de Medellín en 1968, habló de la necesidad de una Iglesia que fuera realmente pobre y cercana a los pobres, confirmando oficialmente el camino abierto por el Concilio. No se trataba de una concesión a corrientes sociológicas, sino de la fidelidad al Evangelio vivido en el contexto latinoamericano.
----------La reacción del Autor, por lo tanto, incurre en un doble error: ignora la tradición patrística que el papa León recoge, y desconoce la recepción magisterial que, desde san Paulo VI, ha asumido la expresión “Iglesia pobre y para los pobres” como parte de la más genuina identidad eclesial. Lo que el Autor presenta como novedad sospechosa es, en realidad, tradición viva que atraviesa los siglos y que hoy el actual Romano Pontífice no hace más que recordar con su autoridad doctrinal y pastoral.
----------5. Desconfianza hacia el Concilio Vaticano II. La quinta debilidad de la crítica de Mario Caponnetto a la exhortación apostólica Dilexi te, es aún más reveladora. Ante la afirmación de la exhortación apostólica —«El Concilio Vaticano II fue una etapa fundamental en el discernimiento eclesial en relación a los pobres, a la luz de la Revelación» (n.84)—, el Autor responde: «Es precisamente en esta parte en la que hallamos las principales dificultades». Y añade: «Al afirmar, en efecto, que el Concilio representó una ‘etapa fundamental’ en el esclarecimiento de la conciencia de la Iglesia respecto de los pobres, está avalando sin beneficio de inventario todo lo que venimos observando en la Iglesia en estas siete décadas posconciliares». No duda incluso en hablar de los “frutos amargos del Concilio Vaticano II”.
----------Ahora bien, aquí ya no se trata de una mera crítica a la recepción del Concilio, sino de una desconfianza hacia el Concilio mismo, pues se rechaza el juicio magisterial que lo reconoce como hito providencial en la autocomprensión de la Iglesia. La objeción de Caponnetto, en el fondo, equivale a decir que el Papa se equivoca al valorar el Concilio como «etapa fundamental en el discernimiento eclesial...».
----------Pero la enseñanza de la Iglesia es clara. La constitución dogmática Lumen gentium en su n.25 recuerda que los fieles deben prestar un “religioso obsequio de voluntad y entendimiento” al magisterio auténtico del Romano Pontífice, obviamente en su modo normal u ordinario de ejercerse. Y el papa León, en continuidad con sus predecesores, afirma que el Vaticano II fue decisivo para comprender la relación de la Iglesia con los pobres. Desautorizar esto es objetivamente situarse en tensión con la comunión eclesial.
----------La paradoja es evidente: mientras el Papa se inscribe en la gran tradición conciliar y patrística, Caponnetto se coloca en una posición de sospecha permanente, que lo lleva a ver “frutos amargos” allí donde la Iglesia reconoce un don del Espíritu. Su crítica, en este punto, deja de ser un aporte legítimo al discernimiento y se convierte en un cuestionamiento frontal al Magisterio conciliar y pontificio.
----------Ciertamente, nadie puede honestamente dudar de que el tiempo del posconcilio ha visto también frutos que el Concilio no quiso, y que estamos todavía lejos de aquel "nuevo Pentecostés" augurado por el papa san Juan XXIII. Pero no debemos atribuir al Concilio mismo los malos frutos surgidos de erróneas implementaciones. A lo sumo, como señaló Benedicto XVI, puede debatirse si algunas de sus directrices pastorales fueron menos afortunadas; pero de ningún modo cabe hablar de errores en sus enseñanzas dogmáticas. De hecho, el mismo Benedicto recordó a los lefebvrianos que permanecerían en situación de cisma mientras no aceptaran plenamente las doctrinas nuevas enseñadas por el Concilio Vaticano II.
----------6. Juicio político-ideológico. En un sexto momento, Mario Caponnetto acusa al Papa de parcialidad: «Estamos cansados de estas visiones hemipléjicas», reprochándole que condene con fuerza el liberalismo económico pero no el populismo socialista. Con esta frase, el publicista porteño traslada el discernimiento magisterial al terreno de la política partidaria, como si la misión del Papa fuera mantener un “balance de condenas” para satisfacer a las distintas ideologías.
----------El problema es que el Magisterio no funciona con esa lógica. Su criterio no es la equidistancia política, sino la fidelidad al Evangelio. Cuando denuncia la idolatría del mercado, lo hace porque “la economía que mata” (Francisco, Evangelii gaudium, n.53) contradice la dignidad humana. Y cuando advierte contra el poder absoluto del Estado, lo hace porque la concentración de poder sin límites también destruye la libertad y la justicia.
----------Ya el papa san Paulo VI, en Octogesima adveniens [1971], había señalado que “ante las ideologías que pretenden explicar y dirigir la historia, el cristiano debe discernir lo que en ellas puede ser compatible con la fe y lo que la contradice” (n.26). En el Magisterio de la Iglesia no se trata de repartir condenas simétricas, sino de discernir en cada caso la idolatría que esclaviza al hombre.
----------En la misma línea, el papa Benedicto XVI, en Caritas in veritate [2009], especialmente en el n.36 y en pasajes conexos, advierte que un mercado sin reglas y un Estado sin límites pueden degenerar en auténticas “estructuras de pecado”. La Iglesia no se alinea con un bloque político, sino que denuncia toda absolutización que sustituya a Dios por el dinero o por el poder.
----------Por este motivo, la acusación de Caponnetto es injusta: pretende medir el Magisterio con categorías ideológicas, cuando en realidad la lógica del Magisterio es teológica. El Papa no habla como árbitro de partidos, sino como pastor que señala las idolatrías de cada época. Y en este sentido, Dilexi te se inscribe en la gran tradición profética de la Iglesia: proclamar que sólo Cristo es Señor, y que todo poder económico o político que se absolutiza se convierte en opresión.
----------7. La acusación más grave. El punto culminante de la crítica de Mario Caponnetto aparece en su conclusión: «Bien sabemos que la mezcla del error y de la verdad nunca es buena…». Con esta frase, aplicada a Dilexi te, el Autor no se limita a disentir de un matiz pastoral o de una opción prudencial: está afirmando que un documento pontificio que enseña sobre la fe y la vida cristiana contiene “error”.
----------La gravedad de esta acusación es evidente. La fe católica enseña que el Papa, cuando ejerce su magisterio ordinario auténtico, goza de la asistencia del Espíritu Santo para confirmar a los hermanos en la fe. Desde el Concilio Vaticano I, bajo el beato Pío IX, hasta la carta Ad tuendam fidem, bajo san Juan Pablo II, sabemos bien que el Magisterio de la Iglesia siempre goza de una garantía de verdad que excluye la posibilidad de que el Papa proponga a la Iglesia universal una doctrina errónea en materia de fe y costumbres.
----------También a su modo, el Concilio Vaticano II lo expresó con claridad en la constitución dogmática Lumen gentium: «Este religioso obsequio de voluntad y entendimiento debe prestarse de modo particular al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra». Llamar “error” a un documento pontificio que enseña la fe y la vida cristiana equivale, por tanto, a negar ese deber de obsequio y a poner en cuestión la asistencia del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro.
----------Por eso, el papa León, con todo el peso de su infalible autoridad como Sucesor de Pedro, pudo afirmar en Dilexi te que: «La opción preferencial por los pobres constituye una exigencia intrínseca de la fe cristológica» (n.37). No hay aquí mezcla de error y verdad, sino enseñanza auténtica del Evangelio. Descalificarla como “error” no es un gesto de fidelidad crítica, sino un acto de ruptura con la comunión eclesial.
----------En este punto, es inevitable decirlo, Mario Caponnetto se descalifica a sí mismo: un católico fiel puede plantear objeciones prudenciales, puede discutir aplicaciones pastorales o medidas disciplinarias, pero no puede hablar de “error” en un documento pontificio que enseña la fe. Hacerlo es situarse fuera del marco de la obediencia debida al Magisterio y, en definitiva, poner en duda la promesa de Cristo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32).
----------En conclusión, el examen de las siete debilidades del artículo de Mario Caponnetto muestra un mismo hilo conductor: la desconfianza hacia el Magisterio vivo de la Iglesia. Desde la objeción más superficial —la autoría del documento— hasta la más grave —atribuir “mezcla de error y verdad” a un texto pontificio—, se repite la misma actitud de sospecha, que oscurece en lugar de iluminar.
----------Dilexi te no es un panfleto ideológico ni una concesión a modas sociológicas. Es un documento magisterial que, en continuidad con Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, reafirma que la opción preferencial por los pobres pertenece al corazón de la fe cristológica y eclesiológica. Su lenguaje no inventa nada nuevo: recoge la voz de la Escritura, de los Padres, de la tradición conciliar y de la Doctrina Social de la Iglesia.
----------La crítica que lleva adelante Mario Caponnetto a la exhortación apostólica Dilexi te, al rechazar esta continuidad, es una crítica que termina descalificándose a sí misma. Repito: un católico fiel puede plantear objeciones prudenciales, puede discutir aplicaciones pastorales, pero no puede hablar de “error” en un documento pontificio que enseña sobre la fe y la vida cristiana. Hacerlo equivale a poner en duda la asistencia del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro y, en definitiva, a situarse en tensión con la comunión eclesial.
----------Por eso, la lectura de Dilexi te debe hacerse en clave de continuidad y comunión, no de sospecha y ruptura. El verdadero desafío no es resistir al Magisterio, sino dejarse interpelar por él: reconocer que la Iglesia, fiel a su Señor, está llamada a ser “Iglesia pobre y para los pobres”, y que en esa fidelidad se juega la autenticidad de su misión en el mundo de acuerdo a la voluntad de su Fundador.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 19 de octubre de 2025
Lo primero que habría que recomendarle a Mario Caponnetto es que escriba en una página católica, y no en una página casi lefebvriana
ResponderEliminarEstimado Dino. Escribo, mejor dicho publico, donde mis escritos tienen cabida. Además "Adelante la Fe" es una página católica. La categoría "casi lefebvriana" no la conocía. Gracias por el dato.
ResponderEliminarDr. Caponnetto: No traté de categorías pintorescas. Si usted entiende lo que quiero decir con “casi” y lo que significa ser “lefebvriano”, creo que lo que dije se entiende. Cuando hablo de “casi lefebvriana” no lo digo en broma, sino porque Adelante la Fe se ha caracterizado por difundir contenidos que cuestionan abiertamente al Magisterio y siembran desconfianza hacia el Papa y el Concilio. Eso no es broma.
EliminarPor supuesto, cada cual es libre de elegir dónde publicar. Pero también es cierto que el lugar donde uno publica dice mucho del marco doctrinal en el que se mueve. Y si ese marco es ambiguo o francamente contrario al Magisterio, como la página donde usted publicó su artículo, la confusión para los lectores es inevitable.
Por eso mi comentario no era una ironía, sino una advertencia seria: un autor católico debería procurar que sus escritos aparezcan en medios claramente católicos, donde no haya dudas sobre la fidelidad al Magisterio.
Estimados Dino y Dr. Caponnetto,
Eliminarpermítanme intervenir, porque quisiera hacer una breve precisión que atañe a lo que ambos han señalado. En mi análisis del artículo de Mario Caponnetto he querido ceñirme estrictamente al texto: he citado sus propias afirmaciones y las he confrontado con el Magisterio de la Iglesia. Deliberadamente no he querido entrar en el contexto —es decir, en el ámbito donde se publica o en los precedentes escritos del autor— para no prejuzgar nada y mantenerme en el plano objetivo de lo que estaba escrito.
Ahora bien, que yo no haya querido considerar ese contexto no significa que sea irrelevante. Como bien ha indicado Dino, el lugar donde uno publica no es neutro: también dice algo del horizonte doctrinal en el que se inscribe un autor. Y si ese horizonte es ambiguo o en tensión con el Magisterio, la confusión para los lectores se multiplica.
Por eso, mi análisis se ha limitado al texto, pero no ignoro que el contexto existe y que, en la medida en que condiciona la recepción de los escritos, también merece ser tenido en cuenta. Texto y contexto no se excluyen: se complementan. Y es precisamente en esa complementariedad donde se juega la claridad del testimonio católico.
Estimado Fray Filemón:
ResponderEliminarHe leído su comentario crítico sobre mi nota publicada en “Adelante la Fe” en la que hago algunas reflexiones respecto de Dilexi te. Si he de ser sincero, con todo respeto, creo que usted no ha entendido ni el texto ni el contexto de mi nota. Toda mi lectura de la Dilexi te está encuadrada en el marco de la gravísima crisis por la que atraviesa hoy la Iglesia. Lo digo desde el inicio y lo reitero a lo largo de todo el texto. Así, cuando afirmo que no era este el documento que esperaba, no lo digo porque sea herencia del Papa Francisco, ni por cuestionar su legitimidad ni autoría (cosa que no he hecho en absoluto) sino porque aguardaba otra cosa, es decir, “una suerte de guía a la vista de tantos y tan graves problemas que hoy afectan a la Iglesia sumergida en un clima de pavorosa confusión doctrinal y sacudida por fuertes tensiones internas que ponen en serio riesgo su misma unidad”. Es que la Iglesia en la que yo vivo y sufro está hoy asaltada por poderosos enemigos externos e interiores: el error del modernismo, como enseñaba San Pío X, se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia.
Aquí reside, Padre, el núcleo fundamental de nuestra discrepancia insalvable. Yo escribo y reflexiono a la luz de una experiencia eclesial dolorosa, de una Iglesia que hoy sufre una verdadera pasión, pues, así como Cristo padeció, también padece (y padeció) su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia.
Usted, en cambio, escribe y razona apelando a fórmulas, legítimas y verdaderas sin duda, pero que en este contexto de pasión son letra muerta. Con toda honestidad, Padre Filemón, ¿cree usted que hoy tienen alguna vigencia real documentos como “Libertatis nuntius” o “Libertatis conscientia” o, yendo al plano litúrgico, instrucciones como “Sacramentum redemprionis (Juan Pablo II) o “Sacramentum caritatis” (Benedicto XVI)? Incluso el asentimiento y el obsequio religioso al magisterio, siempre en este contexto eclesial, se vuelve difícil para los fieles. No estoy negando el magisterio ni menos los justos límites del acatamiento que se le debe. No estoy en tensión con la comunión eclesial. Pero si un Papa, en un discurso propalado por los medios de comunicación, sostiene que todas las religiones son iguales y todas son caminos para llegar a Dios, ¿debo asentir con religioso obsequio? O, si “Amoris laetitia” niega que la ley natural sea norma y afirme la primacía absoluta de la conciencia, ¿debo asentir? Chesterton ha resumido la cuestión en una fórmula muy suya: “la Iglesia me pide que me quiete el sombrero, no la cabeza”. El magisterio es regla, pero regla segunda que depende de una regla primera, la fe. Esto no lo digo yo, sino teólogos autorizados.
Por todo esto, creo que no es posible entablar un diálogo ni un debate que sea fructífero. Entiéndaseme bien: no estoy rehuyendo el diálogo ni el debate: por mi formación tomista nada me resulta más “connatural” que la disputatio; pero ésta ha de partir de algo común; y en este caso no se da. Nuestras vivencias eclesiales no solo son distintas: son opuestas.
De momento, creo que lo mejor es permanecer unidos en la oración y en la comunión de los santos. En definitiva, más allá de insalvables discrepancias, usted y yo amamos a la Iglesia; y a ambos nos alienta la misma esperanza expresada en el título de su blog: linum fumigans non extinguet.
Oremus ad invicem.
Fraterno saludo en Jesús y María.
Estimado Dr. Caponnetto,
Eliminarantes de responder punto por punto a esta intervención suya, como corresponde al honesto diálogo (al que siempre estoy dispuesto, aunque usted lamentablemente no), permítame aclararle algunos presupuestos.
En primer lugar debo hacer una aclaración necesaria, para que le conste tanto a usted como a quienes leen este intercambio. Las tesis que he objetado en mi entrada (al analizar el artículo por usted publicado) son tesis que no las he formulado yo, sino que las he recogido literalmente de su propio artículo, de su texto original (corríjame si no es cierto), limitándome a confrontarlas no con opiniones subjetivas mías, sino con el Magisterio de la Iglesia. Por eso lamento que en su respuesta no haya podido atender a esas objeciones puntuales, que eran el núcleo de mi análisis. Por lo tanto, si de mi parte hay predisposición al diálogo, no percibo, por desgracia, la misma disposición en mi interlocutor.
Con sincero pesar constato que esta situación me resulta familiar: no es la primera vez que, tras plantearse objeciones al devenir de la Iglesia (como en su artículo del pasado día 19) y procurar yo responder a ellas con argumentos y textos magisteriales, el diálogo no logra proseguir en ese mismo plano. En lugar de continuar sobre los puntos concretos, suele desplazarse hacia generalidades, se desvían los temas o se marea la perdiz o bien directamente se interrumpe el diálogo.
Se trata ésta de una dificultad que desgraciadamente se repite en ciertos ambientes: la imposibilidad de sostener un intercambio teológico sereno y fecundo hasta el final. Así pues, dejo aquí constancia de que mis objeciones a su artículo permanecen absolutamente en pie, pues no han recibido respuesta concreta de su parte, y lamento profundamente que el diálogo se haya interrumpido en el momento en que debía entrar en lo sustancial.
Por mi parte, no tengo otra disposición que la del diálogo abierto y respetuoso. Pero resulta infructuoso cuando el interlocutor rehúye el plano argumentativo. Y debo añadir, con franqueza, que si el Magisterio de la Iglesia —conciliar y pontificio— se rehúsa aceptar o se relativiza subjetivamente como si fuera “letra muerta”, entonces no queda otro “ubi” que situarse fuera de la comunión eclesial.
Y ello no lo digo como juicio personal (que sólo corresponde a su conciencia y a Dios), sino como constatación de lo que la Iglesia misma enseña: la comunión se sostiene en la fe compartida y en el obsequio religioso al Magisterio asistido por el Espíritu Santo. Cuando yo digo que algunos pasajes de su artículo (he señalado siete debilidades) están en tensión con la verdad católica y con la comunión eclesial, lo digo precisamente de tales pasajes.
Estimado Dr. Caponnetto,
Eliminarhabiendo sentado los presupuestos que, desgraciadamente por decisión suya, le han impedido proseguir nuestro diálogo, quisiera, pese a ello, responder punto por punto a su nueva intervención, para que al menos conste y les conste a los lectores, para su propia reflexión.
1. Usted dice: "He leído su comentario crítico... se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia."
Usted comienza afirmando que yo “no he entendido ni el texto ni el contexto” de su nota. Por cuanto respecta al “texto”, permítame decirle con toda claridad que mi análisis no se ha basado en interpretaciones subjetivas, sino en citas textuales de su propio artículo. Si he objetado determinadas afirmaciones, ha sido porque estaban expresamente formuladas en su escrito. Por tanto, no se trata de un malentendido, sino de confrontar lo que usted mismo ha asentado con el Magisterio de la Iglesia.
Por cuanto respecta a lo que usted llama “contexto”, obviamente no lo he tenido en cuenta. Su contexto es, por ejemplo, el ámbito donde publica, o sus precedentes artículos, que conozco desde hace décadas. Deliberadamente no los he tenido en cuenta, para no prejuzgar nada, y basarme estrictamente en el “texto” de su artículo.
Usted añade que toda su lectura de Dilexi te se encuadra en el marco de la gravísima crisis que atraviesa la Iglesia. Lo comprendo, yo soy de su misma generación y supongo que sufrimos lo mismo; no desconozco esa crisis, ni niego el dolor que provoca en tantos fieles. Pero precisamente en medio de esa crisis es cuando más necesario resulta aferrarse al Magisterio como norma segura. Si se relativiza su autoridad bajo el argumento de que “la Iglesia está asaltada por enemigos internos y externos”, sin discernirlos ni individuarlos, se corre el riesgo de convertir la crisis en justificación para desconfiar de la voz misma que el Espíritu Santo asiste para sostenernos en la verdad. Respecto al modernismo, citado por usted, le invito a repasar los artículos de mi blog, donde lo trato por extenso y repetidamente.
Cuando usted dice que esperaba “otra cosa” del documento, entiendo su expectativa. Pero lo que la Iglesia nos ofrece en Dilexi te no es un tratado exhaustivo sobre todos los males actuales, sino una enseñanza magisterial que, como toda enseñanza pontificia, reclama acogida y obsequio religioso. El hecho de que no responda a todas sus expectativas personales no disminuye en nada su valor ni su autoridad. Nuestro deber como fieles auténticos es acoger como discípulos lo que el Papa nos indica en el aquí y ahora. ¿Acaso pretendemos nosotros saber mejor que el Vicario de Cristo lo que necesita la Iglesia?
2. Usted dice: “Aquí reside … su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia”.
EliminarEn este segundo pasaje, usted afirma que aquí reside el núcleo de nuestra discrepancia insalvable. Pero “insalvable” porque usted lo ha decretado así. Ni siquiera ha querido abrir el verdadero diálogo.
Ahora bien, comprendo que usted me escribe y reflexiona a la luz de una experiencia eclesial dolorosa, de una Iglesia que hoy sufre una verdadera pasión. No niego esa experiencia, ni la desestimo: le repito que yo pertenezco a su misma generación. Y todos sufrimos, de un modo u otro, la pasión de la Iglesia, que ciertamente participa de los padecimientos del Señor. Pero conviene precisar que la pasión de Cristo no fue nunca ocasión para desconfiar del Padre, sino para abandonarse más radicalmente a su voluntad.
Del mismo modo, la pasión de la Iglesia no puede convertirse en argumento para relativizar la voz de su Magisterio y alejarse de la comunión eclesial. Precisamente porque la Iglesia padece, necesitamos más que nunca la certeza de que el Espíritu Santo no la abandona y sigue asistiendo a sus Pastores. Si el dolor de la experiencia eclesial se absolutiza hasta convertirse en criterio que conduce al cisma, se corre el riesgo de sustituir la fe en la asistencia divina por la pura percepción subjetiva de la crisis.
Por eso, aunque comparto su dolor, no puedo compartir la conclusión que de él usted extrae. La pasión de la Iglesia no nos autoriza a poner en duda la voz de su Magisterio, sino que nos urge a acogerla con mayor confianza, como el medio providencial por el cual Cristo mismo sostiene a su Cuerpo en medio de la prueba.
3. Dice: “Usted, en cambio, escribe y razona apelando a fórmulas, legítimas y verdaderas sin duda … no lo digo yo, sino teólogos autorizados.”
EliminarEn tercer lugar, usted afirma que yo escribo y razono apelando a fórmulas que, en este contexto de pasión, serían “letra muerta”. Permítame decirle que esa expresión es, en sí misma, una negación del Magisterio, aunque usted inmediatamente intente aclarar que no lo niega. Porque si los documentos magisteriales —como *Libertatis nuntius*, *Libertatis conscientia*, *Redemptionis Sacramentum* o *Sacramentum caritatis*— se convierten en letra muerta por el solo hecho de que la Iglesia atraviesa una crisis, entonces el Magisterio deja de ser voz viva del Espíritu Santo y se reduce a un archivo histórico. Y eso es exactamente lo contrario de lo que la Iglesia enseña sobre su propia naturaleza.
Usted me pregunta si creo que esos documentos tienen hoy alguna vigencia real. La respuesta es clara: sí, la tienen, porque la vigencia de un documento magisterial no depende de la percepción subjetiva de su eficacia sociológica, sino de la autoridad con que ha sido promulgado. Mientras no sean abrogados, siguen siendo expresión auténtica del Magisterio y reclaman el obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad. Usted ha señalado al modernismo como prioritaria causa de la crisis, y lleva razón; pues bien, el remedio al modernismo (y al pasadismo que es funcional al modernismo, como su falsa reacción) es precisamente la plena aplicación del Magisterio del Concilio Vaticano II.
Usted añade que incluso el asentimiento y el obsequio religioso al Magisterio se vuelve difícil para los fieles en este contexto. No lo niego: ciertamente puede resultar difícil. Pero la dificultad no anula la obligación. La fe no se mide por la facilidad de la adhesión, sino por la confianza en la asistencia divina que sostiene a la Iglesia incluso en la oscuridad.
En cuanto a los ejemplos que usted trae —un discurso mediático atribuido al Papa, o una interpretación de *Amoris laetitia*—, conviene distinguir. No todo lo que se difunde en los medios es Magisterio, y no toda interpretación de un texto pontificio es fiel a su intención. El obsequio religioso se debe a los actos auténticos del Magisterio, no a frases descontextualizadas ni a lecturas sesgadas.
Finalmente, usted afirma que el Magisterio es “regla segunda” dependiente de una “regla primera” que sería la fe. Pero la *regula fidei* no existe en abstracto, separada del Magisterio: se nos da precisamente a través de la enseñanza viva de la Iglesia. Pretender una fe que juzga al Magisterio desde fuera (como ocurrió en Lutero, o en Lefebvre) es invertir el orden querido por Cristo, que confió a Pedro y a los Apóstoles la misión de confirmar a los hermanos en la fe.
Por eso, aunque usted diga que no niega el Magisterio, en la práctica lo relativiza hasta vaciarlo de su fuerza vinculante. Y esa es, precisamente, la raíz de nuestra discrepancia.
4. Usted dice: “Por todo esto, creo que no es posible … Fraterno saludo en Jesús y María.”
EliminarEn cuarto lugar, usted concluye afirmando que no es posible continuar un diálogo fructífero, y que la disputatio exige un punto común que aquí no se da. Permítame observar que ese punto común sí existe: es la fe católica, sostenida y transmitida por el Magisterio de la Iglesia. Si usted lo niega, no es porque falte el fundamento, sino porque usted mismo lo ha descartado como base compartida. La disputatio tomista no se funda en “vivencias eclesiales” —que pueden ser distintas o incluso opuestas—, sino en la verdad de la fe custodiada por el Magisterio. ¿Es realmente a Santo Tomás de Aquino a quien usted invoca?
Por eso, cuando usted dice que nuestras vivencias son opuestas y que allí radica la imposibilidad del diálogo, en realidad está sustituyendo el verdadero fundamento de la comunión por un criterio subjetivo. La comunión eclesial no se sostiene en experiencias personales, sino en la adhesión común a la enseñanza de la Iglesia.
Aprecio, sin embargo, que invoque la comunión de los santos y la oración mutua.
- En eso, ciertamente, podemos y debemos permanecer unidos. Pero esa unión espiritual no puede convertirse en excusa para dejar sin respuesta las objeciones doctrinales, ni para relativizar la verdad que el Magisterio enseña con autoridad.
Coincido con usted en que ambos amamos a la Iglesia y compartimos la esperanza expresada en el título de este blog: linum fumigans non extinguet. Precisamente por ese amor y esa esperanza, insisto en que el camino no es abandonar la disputatio ni declarar “insalvables” las discrepancias, sino afrontarlas con la confianza de que la verdad católica, custodiada por el Magisterio, es el terreno común que nunca falta.
Si en algún momento desea reiniciar el diálogo, le invito entonces a retomarlo no a partir de esta mi circunstancial respuesta en el foro, sino a partir de mi análisis de su artículo, y le aseguro que encontrará en mí un interlocutor siempre dispuesto a recibir correcciones, aclarar dudas y responder objeciones.
Sr. Caponnetto: no salgo de mi asombro. No entiendo cómo es posible que usted afirme cosas como éstas: "la Iglesia en la que yo vivo y sufro está hoy asaltada por poderosos enemigos externos e interiores: el error del modernismo, como enseñaba San Pío X, se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia", con lo cual tiene toda la razón, y con usted estoy plenamente de acuerdo, pero luego, afirme que: "no es posible entablar un diálogo ni un debate que sea fructífero ... la disputatio ... ha de partir de algo común; y en este caso no se da. Nuestras vivencias eclesiales no solo son distintas: son opuestas..."
ResponderEliminar¿Se dá cuenta de lo que usted está diciendo? Lo que usted considera lo "común" a dos católicos, sería una "vivencia", y no la Fe compartida tal como la enseña el Magisterio instituido por Cristo. Por eso le pregunto, ¿qué diferencia tiene su fe basada en "vivencias" con el modernismo explicado y condenado por san Pío X. Vuelva a leer la Pacendi, y verá que tengo razón en lo que le digo.
En otras palabras: usted dice que el actual enemigo de la Iglesia es el modernismo, pero luego rehusa el diálogo precisamente por una afirmación de puro cuño modernista: la fe "vivencial", la fe subjetiva... ¿en qué se diferencia usted de Lutero o de Lefebvre, como dice el padre Filemón?
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Sergio: tiene usted toda la razón... Es una contradicción a todas luces... Pero seamos benevolentes... Ha sido un lapsus de distracción del señor Mario Caponnetto... aunque afecta al núcleo de su discurso, el cual no tiene así ni pies ni cabeza...
EliminarHe leído el artículo de Mario Caponnetto, y efectivamente, lo que aquí se dice es cierto: desautoriza al Concilio Vaticano II y al magisterio postconciliar, por ejemplo, al negar peso doctrinal a la doctrina cristológica y eclesiológica de la opción preferencial por los pobres, a la cual, incluso la quiere vincular con la teología de la liberación entendida de modo fundamentalista, es decir, rechazándola de plano, cuando el propio magisterio pontificio le reconoce aspectos valiosos y rescatables. Encima de ello, en el orden metodológico, se autodefine "tomista" pero niega la posibilidad de la disputación teológica por el hecho de que no se comparte la misma fe entendida como "vivencia". Una postura ni tomista, ni siquiera católica, sino modernista, aunque en el ámbito pasadista!!! Todo un cortocircuito mental.
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